Comida, mi Mapa por Comida
Kiyohime miró fijamente las llamas, cautivada por el suave vaivén de su elegante danza. Había cierta belleza en ellas, el cómo lo devoraba todo con premura y sin resistencia, deslumbrando a quienes observaran la más refinada de las coreografías guiadas por el viento. La luz que brindaba, acompañado del calor en las noches más oscuras y los devastadores inviernos, eran un consuelo para los bendecidos por su presencia.
Ni siquiera se molestaría en fingir no saber de dónde venía su —se atrevía a decir— amor por el fuego. La sangre de su madre, la cual corría por sus venas, bombeadas por un corazón que bailaba al ritmo de la hoguera, era la culpable. A veces sentía que respondían a su respiración, sincronizando su palpitar a ella, pero no era más que una ilusión. Y desearía que la ilusión la distrajera de la presencia a pocos pies de distancia.
Apenas evitó que su ceño se frunciera, porque ese tipo de expresiones jamás coincidirían con el rostro de una dama. No fue una tarea fácil, porque no podía sino estar indignada por la forma en la cual fue tratada. Quería decir que jamás se sintió más ofendida en su vida, pero sería una mentira. Y odiaba las mentiras.
Al final, sería una tarea difícil superar cuán fácilmente podían ofender un grupo de marineros borrachos. Y nada iba a estar por encima del hombre que se hizo llamar su padre. No obstante, no podía dejar pasar ese tipo de actitud hacia ella, mucho menos de una plebeya aleatoria que encontró en los caminos de este continente de salvajes. Casi podía sentir que respiraría fuego en cualquier momento.
¡Ofenderla a ella! ¡Ella de todas las personas! ¡Ella, que pertenecía a un linaje del que pocos podrían siquiera presumir! ¡Ella, que había nacido de una mujer que no solo pertenecía a la raza superior por excelencia, sino que podía hacer alarde de poder, belleza y elegancia! ¡Ella, cuya sangre solo podía ser más noble si, en lugar de un kitsune aristócrata, arrogante y ruin, su padre hubiera sido un dios!
Le tomó un par de respiraciones lentas y mesuradas antes de volver a plasmar la sonrisa cortés en su rostro. Vaya, casi se perdió allí por un segundo. Se ruborizó ante el pensamiento, pero no podía culparse a sí misma, al menos no más de lo que era aceptable. A veces los instintos que acompañaban el ser de una raza superior —lo que no venía sin defectos, cosa curiosa— eran demasiado fuertes y tomaban el control por unos momentos.
En lugar de volver a una espiral que la llevase a permitir que la furia la dominase, pensó en los eventos del día anterior. Sí, dos días —o un día y medio— de caminata que había pasado con una compañera silenciosa, quien no le dirigía la palabra para nada. No era lo mismo viajar en soledad a hacerlo con alguien que te ignoraba por completo, lo que no tardó en averiguar.
Nada tenía sentido, si tenía que ser honesta. Kiyohime tendría que reconocer que, contra los kobolds, habría resultado gravemente herida en el mejor de los casos, y muerta en el peor. El hecho de que Ryuu la salvara demostraba que no era, por defecto, una mala persona. Y esto fue lo que le impidió enseñarle modales. Solo esperaba que no todas las personas de esta tierra incivilizada fueran así.
A pesar de que su «salvadora» no era una mala persona, su personalidad dejaba mucho que desear, y estaba siendo amable con su evaluación. Tanto que ni siquiera sabía por dónde comenzar… Bien, sabía por dónde hacerlo, pero no significaba que le gustase.
Lo que más la hizo enojar fue el hecho de que rehuyera a su toque. Si ella tenía que admitirlo, no era demasiado aficionada al contacto físico, al menos si no provenía de su hermana. Se sentiría incómoda, y trataría de evitarlo de forma disimulada o sería cortés a la hora de hablar con la otra persona. Bajo ninguna circunstancia, al menos no para quienes no se lo merecieran, sería grosera al respecto.
Y aquí apareció Ryuu, quien retrocedió cuando Kiyohime estuvo cerca para revisar una herida de la que era parcialmente culpable. Pero, lo que más le afectó fue la mirada. Como si fuera, en el mejor de los casos, asquerosa; en el peor, portadora de una enfermedad contagiosa y virulenta.
Admitía que los días de viaje no habían hecho un favor a su apariencia física, y que la ropa tampoco estaba ayudando en ese departamento, a pesar de haber hecho un balance entre aspecto y utilidad. Pero, siendo completamente objetiva, y a pesar de solo tener doce, era una belleza en ascenso. Razón por la cual era la primera vez en su corta vida que alguien la miraba de esa forma. Fue… discordante, algo que no podía procesar, yendo contra todo lo que creía saber…
¿Era una supremacista humana? Había leído sobre ellos en los libros de historia, una ideología muerta. O tan muerta como podía estarlo cualquier ideología. Realmente no conocía el mundo más allá de su hogar, donde el hecho de siquiera pensar que los humanos eran superiores… Bueno, llamarlo una idea risible sería el término más educado que podía emplear.
No tenía nada en contra de los humanos, era cercana a un puñado de ellos… Tal vez llamarlos «inferiores» sería un poco duro, pero no contaban con las ventajas que tenían las otras razas mortales. Tampoco eran conocidos por una esperanza de vida tan elevada como la de ella. Y, a pesar de todo, los dioses parecían favorecerlos de alguna manera que ella no alcanzaba a comprender. ¿Por qué verse como un humano, cuando podían ser como ella?... Estaba divagando.
El punto era que, al final, no tenía sentido la forma en la cual Ryuu se estaba comportando. No parecía odiarla por su raza, y sería ridículo que lo hiciera por algo personal cuando apenas se conocían. Llegó a esa conclusión por el simple hecho de que, de forma tácita, acordaron viajar juntas para más seguridad. Aunque, bien podría ser solo la parte lógica hablando, la importancia de sobrevivir si llegaban a caer en otra situación como la de los kobolds; también estaba el hecho de que los arreglos para descansar eran mejores, al menos en teoría.
Suspiró al recordar cómo fue la noche anterior. Decir que fue incómodo sería venderlo demasiado barato. No fueron capaces de decir dos frases sin intercambiar púas, apenas acordando que Ryuu tomaría la primera guardia y ella podía descansar antes de ser despertada para su turno. Kiyohime no pegó el ojo durante horas, y cuando fue el turno de la enmascarada para dormir, estaba segura de que tampoco lo hizo. Esto llevó a que ambas estuvieran irritables por la mañana, lo que generó una discusión.
Y estaba ocurriendo algo parecido, siendo otra vez el turno de Ryuu para vigilar, solo que esta vez Kiyohime no se molestó en fingir que dormía. Suspiró ante sus pensamientos improductivos y, en su lugar, decidió hacer un inventario y echar un vistazo a cuánto faltaba para llegar a su destino.
Desdoblando el mapa, lo acercó al fuego lo suficiente como para no quemarlo. No era completamente preciso, pero fue lo más detallado que pudo conseguir, y si se comparaba a las opciones más baratas en el mercado, era una mejora.
Mañana debería poder salir del bosque, y aunque agradecía el hecho de avanzar en su viaje, odiaba que volvería a ver solo verde. Sería, pronto, pradera y más pradera, un río en algún momento, y más pradera por un tiempo aproximado de tres días hasta la primera muestra de civilización: Nereg. Un pueblo nada especial, pero un lugar donde podría reponer suministros.
Kiyohime apretó los dientes. Allí había otro problema que debía solucionar, surgido de su incompetencia con respecto a viajar. Solo tenía algo para comer una vez más, y solo si decidía acostarse sin probar bocado; también estaba el inconveniente de que fue la mitad de la ración del desayuno. Esto la hizo pensar que sería la primera vez en su vida que dormiría con el estómago vacío, una experiencia novedosa si nada más.
Si lo pensaba correctamente, ir de viaje pudo no haber sido la idea más brillante que tuvo… Tacha eso, fue una idea horrible. Estaba sucia, hambrienta y cansada. Extrañaba dormir en un futón tan suave que se sentía como recostarse sobre las nubes. Extrañaba ser atendida de pies a cabeza por las sirvientas que pululaban por su hogar. Deseaba poder tener sus cenas habituales en lugar de verse reducida a alimentos conservados y agua…
Suspiró con anhelo. Estaba demasiado lejos como para simplemente dar media vuelta y regresar. Arrepentirse no era una opción, y no tenía pensando hacerlo. No volvería con la cola entre las piernas y se presentaría al hombre que se hacía llamar su padre como una fracasada.
Volvió a suspirar y decidió doblar el mapa. Se detuvo cuando sintió el par de ojos familiares enfocados en ella, así que miró en dirección de Ryuu. Corrección, no estaba centrada en Kiyohime, sino en el mapa que sostenía. Si sus ojos entrecerrados que apenas se notaban a través de los agujeros de la máscara eran un indicativo, estaba intentando ver. Giró la cabeza cuando fue atrapada en el acto.
—Ara, ¿Árbol-san tiene curiosidad? — dijo mientras abría el abanico para ocultar su sonrisa artificial.
—¡N-no tengo curiosidad! — protestó débilmente.
—¿Es así? — soltó un suspiro falso —Una pena. Podría considerarlo si lo pide por favor.
Casi podía escucharla rechinar los dientes. Debería haber sido entretenido poner en su lugar a la persona que se atrevió a mirarla como si fuera un ser inferior… Pero no consiguió placer alguna. En lugar de seguir hablando, posicionó el mapa entre ambas y se acostó, cubriéndose con la manta. Estaba demasiado cansada y hambrienta como para molestarse en discutir… Desearía estar cenando con su hermana.
Ryuu estuvo mirando por sobre su hombro desde el momento en que partieron, hacía ya unas cuantas horas. Esto no era un cambio demasiado drástico desde el primer día, pero, al menos, la razón sí fue diferente.
Esta vez, estaba segura de que no lo hacía porque tuviera miedo de que la no elfa la apuñalase por la espalda, porque se había demostrado que era medianamente de confianza. Al menos, bajo ciertos estándares; creció escuchando historias de que las otras razas estaban celosas de la belleza de los elfos, matándolos por deporte, esclavizándolos o solo desfigurándolos. Por supuesto que tomaría cada palabra que salía de la boca de los ancianos con un grano de sal, todos eran racistas hasta la médula. Pero había mérito en el hecho de que los inferiores estarían celosos de ellos.
Kiyohime, al menos, no tenía pensado hacer eso. No solo la dejó ver su mapa, un acto que no había esperado, pero que agradecía ya que no cargaba uno, sino que también estuvo ante ella en un momento de indefensión; cuando Ryuu cayó prácticamente inconsciente debido al agotamiento, fue una sorpresa despertar ilesa y con todas sus pertenencias intactas. No le habría resultado extraño si la niña le hubiera desenmascarado, robado y luego largado.
La razón por la cual estaba mirando a su compañera de viaje, que seguía a varios pies de distancia, era por curiosidad. Aunque no podía decirlo ya que hubo un momento en que estuvo inconsciente, podía asegurar que Kiyohime no comió nada antes de dormir. Existía la posibilidad de que lo hubiera hecho durante su turno de guardia, pero no lo creía.
Y hoy, mientras desayunaban, notó que su porción era más pequeña que la consumida el día anterior. No había que ser un genio para darse cuenta de que se había quedado sin comida, y eso fue lo último para ella. Lo que sí mantenía era agua, al menos.
Ryuu, entonces, se preguntó si debería hacer algo al respecto. Tenía comida de sobra, ya que había empacado suficiente fruta como para hacer el recorrido, y se reabasteció mientras avanzaba antes de encontrarse con la niña. Su mochila estaba al límite en ese aspecto.
Incluso si compartía, no habría problemas para llegar hasta el pueblo más cercano o, si se tomaba el tiempo en algún otro bosque, era capaz de adquirir más fruta o cazar para la mestiza. Ryuu, al igual que cualquier elfo que creció en su bosque, despreciaba la carne con fervor, así que una presa debería bastar para su compañera de viaje. Comer carne era para las razas inferior, después de todo.
Pero, al final, ¿por qué tomarse la molestia de ayudarla? La no elfa no era su amiga ni mucho menos, solo una mestiza aleatoria que encontró por pura suerte, así que ¿por qué salir de su camino para asistirla en algo que era enteramente su culpa?
Como extra, estaban a solo dos días —sin contar este— de distancia hacia el pueblo más cercano. Dos días sin comer no la matarían. Ryuu no tenía por qué inmiscuirse en un asunto que no era de ella…
Suspiró con pesadez. No sería mejor que aquellos ancianos, que su propia gente, si ahora miraba hacia otro lado cuando una chica menor que ella —incluso si era solo por un año— estaba hambrienta mientras caminaba por otros dos días. Ella escapó de ese ambiente sofocante solo para ser mejor, y este era su momento. Y solo estaba pagándole por lo del mapa, nada más. Sí, eso estaba bien.
Descolgó su mochila y la acomodó frente a ella. Siempre cargaba una bolsa de tela extra, así que sacó la mitad de las frutas que había cargado y las guardó allí, amarrando un cordel para asegurar el contenido. Esto debería bastar para poder cubrir la distancia, así que acomodó la mochila en su sitio.
Mirando la bolsa, ahora venía la parte difícil. Tenía que entregar esto a Kiyohime sin insultarla. No confiaba en que su boca no dijera una tontería, así que ¿tal vez hacerlo todo en silencio y terminar lo más rápido posible? Ese será un plan válido. Asintió con confianza y dio media vuelta, deteniéndose. La niña hizo lo mismo, mirándola con curiosidad antes de enmascarar la expresión.
Respirando hondo, extendió la mano que cargaba la bolsa. En lugar de aceptar el paquete, Kiyohime miró entre el objeto y quien lo ofrecía un par de veces, y la elfa estaba segura de que esperaba una explicación. Ryuu mantuvo su boca cerrada por lo que pareció un minuto entero, antes de que la niña abriera su arma otra vez y cubriera su rostro.
—¿Puedo preguntar qué contiene, Ár… Ryuu-san?
Consideró, por un momento, quedarse en silencio y continuar de esa manera. Pero estaba segura de que no iba a estirar la mano hasta que le dijeran si era seguro. Se sentía ofendida al respecto, no le gustaba que su amabilidad fuera escupida de esa manera; pero, una parte de ella no podía sentirse enojada cuando habría hecho lo mismo.
—Fruta. — dijo con sequedad.
No notó ningún cambio de expresión en la otra parte mientras seguía mirando, y comenzaba a sentir que la estaban leyendo. Agradecía haber tomado la máscara, porque no era demasiado buena ocultando sus emociones. Y cada segundo aumentaba su ira, así que la arrojó hacia ella, que la atrapó sin dudar y dio media vuelta.
Suspiró aliviada. Diría que ese fue el mejor intercambio que han tenido en poco tiempo que han estado viajando juntas. Sin insultos, e incluso si sabía que ella estuvo a punto de llamarla Árbol, usó su nombre al final… Lo que le recordaba que tampoco le dijo su apellido. No importaba, de todas formas.
Cuando escuchó los pasos siguiéndolas a su distancia habitual, lo tomó como una victoria. Estaba un paso por delante de su pueblo, había demostrado que no era como ellos. Fácilmente la habrían visto morir, habrían estado bien al ver que una raza tan «fea» perecía.
Respiró hondo un par de veces para calmarse y no pensar más en los racistas que tuvo como familia. Estaban en el pasado, no era necesario cargar su peso en este viaje. Sería contraproducente alejarse de todos ellos para, al final, seguir trayéndolos a su mente… Sabía que no iba a ser la última vez, pero estaba bien engañarse a sí misma de vez en cuando.
Kiyohime miró la espalda de su acompañante a unos cuantos metros de distancia. Sus ojos luego se dirigieron a la bolsa llena de fruta que le arrojaron varias horas atrás. La ira hirviente amenazaba con quemar su propia sangre, pero la controló. Los alimentos no tenían la culpa de su situación, y su maestro le enseñó demasiado bien a jamás, bajo ninguna circunstancia, desperdiciar la comida. Así que no tuvo más remedio que quedársela, porque estaba segura de que Ryuu no la recibiría de vuelta.
Lo peor fue que su actitud no cambió. Una vez entregado el paquete, se dedicó a ignorarla tal como estuvo haciendo antes. Cero palabras y solo miradas por sobre su hombro, como si esperase alguna especie de puñalada. Qué grosera, pero no pudo esperar mucho de una plebeya bárbara del continente… Una plebeya que le evitó pasar un mal rato. Incluso si hubiera podido llegar hasta el pueblo sin ser capaz de comer, no habría sido agradable.
¿Por qué la ayudó? Apenas eran personas que viajaban casualmente en la misma dirección; ni siquiera podían considerarse compañeras en eso, a pesar de que esa era la palabra que usaba porque no había una mejor. Como tal, no tenía motivos para brindarle apoyo, en especial si, ante sus ojos, era peor que una criatura vil.
¿Lo hizo porque era lo correcto? Kiyohime habría ayudado a alguien si esta persona no tenía comida, por lo que podría entender ese concepto muy bien. Incluso, lo alentaba de ser posible. Su maestro dijo que el mundo se beneficiaría de más personas dispuesta a brindar una mano ayuda a cualquiera que lo necesitara.
¿Fue por lástima? Nuevamente, su sangre hirvió, porque esto era lo más probable. Ser vista como algo lamentable que necesitaba caridad… Ni siquiera reconoció el agradecimiento que le ofreció a Ryuu, como si eso la ofendiera todavía más. Como si un ser inferior no debería darle esas palabras.
Kiyohime se sintió sucia. Incluso si le enseñaron a no desperdiciar la comida, su orgullo odiaba haber mostrado tal debilidad frente a alguien como ella. No le habría importado si fuese ciertas personas en casa, pero no una desconocida tan hostil.
—¿Por qué te quedaste sin suministros?
Tan poco acostumbrada estaba a tener una conversación con su compañera de viaje, que tardó varios segundos en darse cuenta de que le estaban hablando. De inmediato se detuvo y la miró. Tenía los brazos cruzados y su postura era demasiado tensa como para intentar parecer casual. Qué novata. Kiyohime podría verse como una flor delicada —lo que ciertamente era— mientras estaba lista para luchar en cualquier momento.
Cubriendo la mitad de su rostro ya de forma automática, ocultó, junto a su habitual sonrisa plácida, cualquier sorpresa por el hecho de que la dueña de sus pensamientos —no en ese sentido— decidiera decir algo. Y era una pregunta válida, por lo que, a pesar de su propia vergüenza y odiando las mentiras, dijo:
—No esperaba someterme a un viaje, si he de ser sincera. Todo esto fue… una decisión abrupta.
Ryuu inclinó la cabeza, obviamente pidiendo más detalles sin decirlo. Realmente, por mucho que quisiera ocultar incluso el mínimo indicio de curiosidad, el brillo en sus ojos desmentía cualquier cosa que quisiera expresar. Reteniendo un suspiro, porque no era propio de una dama, elaboró un poco su historia.
—Me encontré en una situación que me obligó a abandonar mi hogar con muy poca preparación. Cierta… persona, — y llamarlo «persona» era estirar el significado de la palabra —con suficiente influencia, me obligó a marcharme. No tuve opciones en el asunto… ¿Qué hay de Ryuu-san? — preguntó de vuelta para alejar el tema de sí misma.
No quería hablar de su situación. Odiaba su situación de tal manera que, si hubiera sido por ella, lo resolvería con fuego… Bien, muchas cosas se solucionaban con fuego, pero lo expresaba en el sentido en que sus venas bombeaban llamas en lugar de sangre cada vez que recordaba lo ocurrido. Verse obligada a alejarse de su hermana…
—Viajo para ver el mundo.
Una mentira… O una media verdad, si Kiyohime tenía que ser más específica. No importaba. Esto la hizo enojar, y no pudo controlar el indigno ceño fruncido que pronto le siguió, mancillando su hermoso rostro, algo que empeoró su humor todavía más al notar su belleza disminuida. Odiaba las mentiras, y aunque no le importaba que alguien al azar le mintiera, Kiyohime acababa de sincerarse sobre una situación delicada. Y le pagó con una mentira.
—Supongo no puedo esperar mucho.
Aquello fue más un susurro, pero Kiyohime tenía un oído excelente.
Ryuu se dio cuenta rápidamente de que lo había arruinado. La chica fue, sorprendentemente, sincera con respecto a su problema, a la razón por la cual se estaba sometiendo a un viaje frente al que no estaba preparada. Expuso un problema, y Ryuu solo le mintió a la cara.
Estaba avergonzada, tanto de sí misma como de su propia gente, lo que llevó a que fuera imposible decir la verdad completa. Quería ver el mundo, sí, específicamente Orario, pero fue un medio en lugar de un fin. Solo estaba haciendo esto para saber si todo lo que sus parientes le dijeron sobre la vida, el mundo y los mortales era verdad o solo opiniones nacidas de su racismo innato.
Haber dicho que quería saber si el mundo era tan horrible como los elfos de su bosque natal lo hacían ver era, bajo cualquier tipo de circunstancia, exponer una debilidad no solo suya, sino de su gente. No era leal a las personas que la criaron, pero no significaba que pudiera hacer ver a todos los suyos de mala manera, a pesar de no estar muy orgullosa de ser elfa, por mucho que sus instintos le dijeran lo contrario.
Y como si su boca, combinada con su tonto orgullo artificial y personal, no la hubieran metido en suficientes problemas, lo empeoró. El susurro estaba dirigido a ella misma, una queja personal sobre su incapacidad de mantener una conversación civilizada. Pero la no elfa la escuchó, congelando el ceño fruncido antes de volver a una expresión más neutral, a pesar de que, incluso para ella, que no tenía tanta experiencia tratando con otros, podía ver el fuego de la ira bailando en sus ojos.
—Ara, ¿qué habrá querido decir Árbol-san con eso?
Si había alguna duda sobre su estado de humor, el abrupto cambio de «Ryuu» a «Árbol» lo hizo obvio. Este era el momento en que el infractor debía disculparse, porque ella la había ofendido. Pero, disculparse significaba admitir ante la mestiza que había cometido un error. Que ella se había equivocado. Y no iba a aceptar algo como eso frente a una raza inferior.
—Quise decir que dudo de tu capacidad para cuidarte a ti misma.
No había querido decir ni una sola palabra, a pesar de que su boca consideró que sería muy oportuno seguir con la táctica de ofender a la mestiza… Los dioses no lo quisieran, pero estaba comenzando a creer que su cerebro estaba afectado por algún impedimento raro del discurso, dada la poca frecuencia con la cual decidía aparecer en sus conversaciones.
El arma se cerró con un chasquido, mostrando la sonrisa artificial siempre presente, demostrando que lo estaba arruinando cada vez más. La no elfa, por su parte, acunó su mejilla con la mano izquierda e inclinó la cabeza. Fue un gesto que pasaría como adorable en una situación cotidiana. Esta no era una situación cotidiana.
—Ara, ¿es así? Vaya, no sabía que ofrecía esa impresión. — su rostro mostró un poco de rubor, pero algo en sus entrañas le decía que era artificial —Me disculpo por eso, no todas podemos ofrecer una apariencia tan… bárbara como Árbol-san.
No sabía qué ni cómo, pero algo en Kiyohime la hacía sentirse inadecuada como mujer. Ella, que pertenecía a la raza más hermosa del Mundo Inferior, que solo debería ser superada por la variante de elfo noble, junto a las divinidades… Y odiaba admitir que la mestiza no se veía mal, cosa que solo alimentaba su rabia.
—Estoy segura de que solo serías un lastre en una pelea. — gruñó Ryuu.
Y estaba segura de que ese fue el último clavo del ataúd. Esta vez la mestiza no se molestó en fingir que sonreía, ni siquiera en ocultar las cejas fruncidas. La miraba con tanto desdén que su orgullo élfico se disparó para adquirir una expresión, sino igual, lo más parecida posible.
—Parece que necesita que le enseñen modales.
Kiyohime soltó el bolso que había estado cargando, extrayendo su segunda arma. Ryuu imitó su acción, solo que llevó la mano hasta el sable en su cadera. Respiró hondo un par de veces, acallando la voz que estaba exigiéndole que se disculpara por sus palabras ofensivas, mientras intentaba ignorar la que clamaba que tenía razón en su desprecio. Solo le causaba dolor de cabeza.
Se propuso no hacerle daño. Solo la desarmaría y lo daría por terminado. No había necesidad de hacerlo a la primera sangre, o lisiar a la mestiza. Pronto iba a anochecer, así que, de todas formas, no había sentido en seguir caminando… Y tal vez esto era lo que necesitaba, liberar un poco de estrés.
Debido a que la niña no iba a hacer el primer movimiento, Ryuu lo hizo. Cerró la distancia de un par de zancadas mientras desenvainaba la espada, apuntando hacia su abdomen. Sería un corte superficial en caso de que la chica no pudiera bloquearlo.
Para sorpresa de Ryuu, Kiyohime bloqueó con su arma derecha. Y no terminó allí, porque de inmediato descubrió que la no elfa era físicamente más fuerte, a pesar de su tamaño inferior y aspecto delicado. El sable desviado al que se aferró con desesperación estuvo a punto de hacer que Ryuu retrocediera un par de pasos, pero, en su lugar, saltó por su propia cuenta para ganar algo de distancia.
Chasqueó la lengua cuando atrapó a su contrincante mostrando una sonrisa de suficiencia. La borraría de su rostro. Como bono, el hecho de que fuese una mejor luchadora de lo que pensaba originalmente la ayudaría a eliminar más estrés. Tampoco debía sorprenderse mucho, logró derrotar a su parte de monstruos sin ayuda y con eficiencia.
Sacando el pensamiento de su cabeza, volvió a cerrar distancia. Su sable voló hacia ella en una secuencia rápida de golpes. Intentó agarrar una apertura al atacar desde una dirección diferente en el instante en que la anterior era bloqueada o desviada.
La chica estaba retrocediendo un par de pasos y Ryuu no era quien daría cuartel. Su estilo de lucha, afinado por los Guardianes en su bosque, junto a su propio toque personal, era sobre velocidad. Abrumar al enemigo con una velocidad superior, no permitir que pudiera pensar mientras era atacado desde varias direcciones.
Ryuu siguió presionando su ventaja, buscando una apertura en la parte inferior para una patada rápida que lograse desequilibrarla. Lo había encontrado, pero la no elfa actuó primero.
Las armas se abrieron de golpe frente a Ryuu, sorprendiéndola y bloqueando su visión. Como tal, no se dio cuenta de la bota que impactó con su abdomen hasta que el dolor le alertó. Apretó los dientes y retrocedió, haciendo lo posible para acallar la irritación que amenazaba con hacerla perder la concentración.
No quería poner excusas y jamás lo haría, pero no estaba habituada a pelear contra algo como eso. Eran del tamaño de dagas, pero, como demostró el intercambio, más pesadas que estas por su construcción puramente metálica, convirtiéndolos en armas contundentes muy efectivas. Además, estaba lo que acababa de hacer, interrumpir su visión y no se sorprendería de que decidiera usarlo como escudo para detener una estocada.
Esta vez, Ryuu esperó. Kiyohime no fue tan arriesgada a la hora de moverse o atacar. No podía decir que era lenta, ni que careciera de técnica con aquel par de cosas. Tenía que admitir a regañadientes que era buena, sus movimientos fluidos y su técnica afinada. Atacaba desde distintas direcciones, más por el hecho de usar doble empuñadura que por un estilo parecido al de Ryuu; también recurría a utilizar las armas abiertas a modo de distracción o finta para enmascarar un ataque.
Ryuu lograba evitar cada intento de perforar su defensa, y siguió de esa manera por un corto tiempo. Solo ellas y el ruido de sus respiraciones sincronizadas, pequeños jadeos que escapaban de vez en cuando a un ritmo intercalado. La melodía del acero repiqueteando con cada golpe bloqueado o desviado.
Ryuu olvidó cada problema que tuvo, cada pequeña discusión entre ambas se redujo a una nimiedad. No le importaba todo el asunto de la sangre élfica o no élfica. Solo estaba aquí, disfrutando un momento que creyó haber perdido cuando abandonó su bosque hogar: una práctica libre y solo con fin recreativo. Pudo haber comenzado de otra manera, pero era obvio que cualquier intención hostil fue borrada por la lucha.
En algún momento, Kiyohime cometió un error. Ryuu se abalanzó sobre esa pequeña apertura como un animal de caza, desviando el arma que usaba para una defensa en su pecho, invirtiendo el agarre del sable y golpeando con el pomo su estómago. La vio doblarse del dolor y la sorpresa, aprovechando ese momento para robar sus armas y derribarla sin fanfarria.
En el momento en que la chica cayó, cualquier trance en el que hubiera entrado se esfumó. Ambas estaban jadeando, como si hubieran estado conteniendo la respiración durante todo el duelo. No se dijeron palabra alguna en ese momento, cada una concentrada en regular su ritmo respiratorio; Kiyohime fue la primera en lograrlo, mostrando un ceño fruncido por la derrota.
Ryuu, o más bien una parte de ella, quiso regodearse por lo ocurrido. Dejar claro que su raza era superior en todos los aspectos. Humillar al ser inferior que se atrevió a mirarla desde arriba, demostrándole el lugar al que pertenecía y donde debería quedarse el resto de su vida.
En su lugar, Ryuu permitió que una sonrisa se amoldara en su rostro, pero la borró lo más rápido posible a pesar de que la máscara la ocultaba a la perfección. Se aclaró la garganta, dispuesta a llamar la atención de la chica.
Había perdido. Ella perdió. Aunque no era tan arrogante como para pensar que era la mejor luchadora del mundo, fue entrenada personalmente por un dios. La mayoría de su técnica de artes marciales fue brindada por él, y lo que no, fue adaptado de la danza o tomado de pergaminos. Pero sangró cada conocimiento ahora adquirido, horas de incontable entrenamiento y tiempo sacrificado para crear su propio estilo de tessenjutsu.
No solo había aprendido artes marciales, era miembro de una raza superior y por sus venas corría la sangre de la especie que se encontraba en la cima de la cadena… Y perdió. Perdió ante una plebeya cualquiera en una tierra incivilizada.
Escuchó que su contrincante se aclaraba la garganta y dirigió sus ojos hacia ella. Estaba esperando la burla, la humillación subsiguiente a su derrota. Y ni siquiera tenía la energía o las ganas para verse bien. Lo mejor que podía hacer era tomarlo todo con dignidad y el aplomo que una dama de su posición tenía, incluso cubierta de suciedad.
—Fue… un buen duelo.
Aunque esa pequeña frase fue soltada con una gran incomodad, casi dudando de cada palabra, era el primer elogio o sentencia no ofensiva por parte de la enmascarada. Tanto así que se quedó en silencio y observando fijamente… Hasta que suspiró, a pesar de que no era algo que una dama debería hacer.
—Lo fue. — admitió.
Fue divertido. Pensó que nunca tendría otro duelo de práctica solo por el bien del entretenimiento y el crecimiento personal, después de todo, su maestro no viajaba con ella. Pero aquí estaba, y aunque generalmente no disfrutaba de las actividades sudorosas, luchar era una de ellas; poder expresar belleza incluso en movimientos destinados a matar, civilizar lo que en antaño no fue más que brutalidad y refinar la técnica hasta convertirla en arte… Esa era una forma de nobleza que pocos aspiraban a cortejar, y muchos menos los que lograron abrazar el triunfo.
—¿Quién fue tu maestro?
Kiyohime, nuevamente, miró con atención a su compañera, que había recogido los abanicos. Esto le recordó su estado actual, así que se puso de pie para no seguir en una posición demasiado expuesta, y ni hablar de indigna.
Normalmente, aquí era donde Ryuu se detenía. Solo una pregunta o frase y seguía con lo suyo. Fue una sorpresa escuchar algo más. Pero decidió seguir la conversación, si no por el bien de la diversión personal, tal vez por el hecho de que una de sus clases fue el entretenimiento de invitados.
—Dudo que lo conozcas, pero fue el mejor que hubiera podido desear. — evitó responder la pregunta —También adapté algunos movimientos de la danza tradicional de mi tierra y varios pergaminos de enseñanza.
Ryuu le lanzó los abanicos y ella guardó cada uno en su lugar correspondiente. Podrían ser gemelos irreconocibles para un espectador externo, pero ella sabía diferenciarlos.
Notando la curiosidad en los ojos de Ryuu, Kiyohime fingió no verlo. Quería que escuchar más, pero no se atrevía a preguntar. De hecho, estos momentos en los que quería saber algo, tanto que parecía ignorar lo que sus ojos expresaban, se comportaba con mucha normalidad. Como si no fuera una persona que escupía veneno constantemente. La disonancia entre ambas personalidades la confundió, pero tomó la decisión de no hurgar en el asunto.
Tampoco estaba de un humor curioso. Se sentía nostálgica, a pesar de que ni siquiera había pasado un mes desde que se separó de su maestro, o se despidió de su hermana. No podía evitar preguntarse cómo lo estaba haciendo esta última, pero, principalmente, ¿estarían bien los niños del orfanato sin su ayuda discreta?
