El Significado del Deber I


Definitivamente Kiyohime iba a controlar su lengua en presencia de Ryuu. No iba a recibir los insultos, por supuesto, esos eran afrentas a su noble persona. Pero haría todo lo que estuviera en su poder para no ofenderla primero, sin importar las circunstancias.

Su predicción de que faltarían otros dos días de viaje luego del duelo amistoso —si podía llamarse así— fue acertada. Como tal, la fruta compartida se convirtió en un regalo divino que le facilitó todo. Habría logrado el recorrido, eso era seguro, su sangre superior se habría asegurado de ello, pero decir que hubiera sido incómodo sería un eufemismo.

Así que Kiyohime se aseguraría de no ofender primero a Ryuu. No obstante, las cosas fueron mucho más tranquilas luego de que ambas se hubieran desahogado. Lo que, viéndolo en retrospectiva, fue extremadamente indigno, por lo que, si en algún momento encontraba un terreno en común con su compañera de viaje, se aseguraría de disculparse por su actitud.

Aquello no significaba que Ryuu se hubiera convertido, de la noche a la mañana, en un rayo de sol. Tampoco diría que ocurrió todo lo contrario. Simplemente, Kiyohime había recurrido a la misma táctica que con los nobles molestos: ignorar. Admitía que el estrés de viajar la volvió abrasiva, y ahora que se había relajado así fuera solo un poco en comparación con antes, hizo gala de la paciencia por la cuál era conocida.

Ryuu no lo hizo más fácil, por supuesto. Había momentos en los que estaba demasiado callada, haciendo fácil que alguien pudiera olvidarla. Otras veces, estaba irritada y Kiyohime fue recompensada, si bien no por insultos directos, sí por insinuaciones de su inferioridad. Todo esto jugó con su paciencia, que se agotaba con el paso de los días. Al menos hasta ahora, que el pueblo era visible.

Tal como siempre, Kiyohime estaba caminando detrás de su arisca compañera de viaje, así que veía todo lo que estaba haciendo. Hubo momentos en los cuales se preguntó por qué no le pedía que fuera adelante, ya que siempre se le veía observando por encima del hombro, cuidándose la espalda. Honestamente, casi podía creer que no quería ser guiada por una «raza inferior».

Hoy, no obstante, era un poco diferente. En lugar de mirar por sobre el hombro, estaba más concentrada en sí misma. En ningún momento demostró ser una chica vanidosa, y aunque podía saber que los insultos a su aspecto golpeaban fuerte, nunca hizo algo para adornarse a sí misma. Así que a Kiyohime le resultó extraño verla ahora.

Ryuu tiraba repetidamente de su capa, como si estuviera deseando que se estirara más. Casi esperaba que intentase cubrirse con ella por completo, ocultando su cuerpo. De hecho, creyó ver que quiso hacerlo en algún momento, pero se arrepintió casi de inmediato.

Lo siguiente con lo que estaba jugando era su capucha. La manipuló hasta tal punto que hubo un momento en que sus ojos debieron estar cubiertos por completo. Fingió no querer sonreír cuando la vio tropezar con una roca al azar, apenas recuperando el equilibro para actuar como si solo hubiera estirado demasiado una pierna.

Luego estaba la máscara. En ningún momento se la quitó, pero era como si deseara poder ponerle alguna especie de seguro para no correr el riesgo de una caída. Esto despertó un poco su curiosidad sobre qué había debajo, pero no fue suficiente como para permitir que el pensamiento anidara por demasiado tiempo.

Y, por último, a veces la veía jugar con la vaina de su sable. Otras, tomaba la empuñadura o posicionaba una mano en la guarda para intentar verse casual. Esto falló, por supuesto, pero llegó al punto en que, incluso si no le importaba particularmente la plebeya grosera, esto comenzaba a ser preocupante. Cualquiera podía ver a kilómetros que estaba nerviosa.

Kiyohime aceleró el paso, lo que llamó la atención de Ryuu y la hizo aquietar las manos. Darle otra cosa por lo que preocuparse ayudaba a que los nervios desaparecieran. Por supuesto, solo podía hacer mucho, porque la tensión seguía siendo evidente en ella. Por ahora no dijo nada, caminando a su lado.

Desde allí, divisó un río que servía para separar el pueblo de la pradera, habiendo también un bosque a, tal vez, tres cuartos de milla a la izquierda del camino que estaban recorriendo. Un río desde el cuál era sencillo extraer agua y peces, junto a un bosque donde conseguir madera, pieles y carne; este lugar solo podía catalogarse como privilegiado. De hecho, un par de ideas ya comenzaban a florecer en su cabeza, pero las enterró, ya que ella no era la dama feudal como para pensar en reformas.

El puente que les permitía el acceso era de madera, resistente y que mostraba señales de un mantenimiento reciente. Sería fácil establecer un cuello de botella para detener cualquier ataque, ya que, ahora tan cerca, notaba lo profundo que era el río y cruzarlo sería lo equivalente a cometer suicidio.

Del otro lado, una torre de vigía se alzaba por sobre cualquier otra edificación. El hombre que estaba allí arriba tenía la mano sosteniendo una cuerda conectada al badajo. No había muralla alguna, pero, con un río que servía como defensa natural, no tenía demasiado sentido. Ignoró al vigía para mirar el puente otra vez.

Un par de guardias estaban allí, ambos equipados para el trabajo con placas pulidas y lanzas de mango gastado, con la espalda recta, rostros afeitados y aspecto rudo, pero todavía lo suficientemente amable como para dar la bienvenida a los viajeros. Uno de ellos la saludó con una sonrisa en su rostro, sin moverse, mientras que el otro realizó una inclinación educada, como si reconociera su noble linaje solo de un vistazo. Una bienvenida demasiado amable para una tierra incivilizada. Al parecer la enmascarada no era la vara de medir para esta gente.

La cosa cambió cuando pusieron los ojos en Ryuu. Las sonrisas educadas desaparecieron y las lanzas cerraron el camino. Aunque era obvio que no querían cerrar el paso a Kiyohime, parecían haberse olvidado de ella para tratar a la persona sospechosa. Y, como si quisiera empeorar la situación en la que estaba, la mano de la enmascarada viajó hasta la empuñadura por puro reflejo.

Notando que, en los últimos días que hubo conocido a Ryuu, estuvo conteniendo más suspiros que durante toda su corta vida, decidió intervenir. Abriendo el abanico frente a su rostro con movimientos delicados, con la suficiente dosis de temblor nervioso, habló:

—¿A-algún problema, ca-caballeros? — agregó un ligero tartamudeo.

Parecieron recordar que ella estaba allí, mirándolos. Profundizando en los pensamientos sobre su padre, cambió su expresión para que coincidiera con la de una niña que estaba asustada, a pesar de que aparentaba mostrar un frente fuerte. Bien podría parecer que estaba tratando de hacerse ver más grande de lo que era.

Sus actos funcionaron casi de inmediato. Las lanzas ya no eran sostenidas con la misma fuerza, y pudo notar el arrepentimiento en sus miradas. Ambos parecían doblarle la edad, así que, desde el exterior, parecía como si estuvieran intimidando a una niña.

—Lo sentimos señorita, pero… — habló el que se había inclinado, mirando a Ryuu y sin terminar la frase.

Kiyohime quería decirle a Ryuu que dejara de empeorar las cosas, porque el hecho de que apretara la empuñadura pudo haberlos puesto alerta si la estuvieran observando. ¿Acaso era la primera vez que entraba a un pueblo? No importaba. Mantuvo su pequeña fachada y dijo:

—No deberían preocuparse por Ryuu-san. Ha estado viajando conmigo y protegiéndome. No estaría aquí y ahora de no ser por ella.

Los ojos de Kiyohime se posaron en la enmascarada y, mientras pensaba en su hermana, dejó que una mirada cariñosa se deslizara entre el miedo que los estuvo tiñendo momentos antes. Nada de esto pasó desapercibido para ellos, en especial porque no estaba mintiendo. Aunque muchos podrían llamar lo que estaba haciendo una actuación, que era una extensión de una mentira, ella difería.

Por otro lado, su «actuación» —llamada así por el bien del argumento— tenía un elemento diferente. Todos los sentimientos que veían las personas eran genuinos, extraídos de recuerdos o personas. No les estaba mintiendo. Los observadores eran quienes tomaban información y creaban su propia verdad, nada salía de su boca que pudiera influenciarlos.

Con respecto a la última declaración sobre el viaje hasta el pueblo, era cierto. Ryuu la acompañó desde un punto del camino, pero no especificó cuánto llevaban juntas. La protegió de los Kobolds y el hambre, por lo que, sin su ayuda, no habría llegado hasta el pueblo o, de haberlo hecho, no sería en este día.

Casi podía ver los engranajes de la mente de los guardias trabajando y reconstruyendo su propia historia a partir de lo que hubo expuesto. Ella sería una noble, o por lo menos la hija de un comerciante adinerado, quien estaba acompañada por una guardia enmascarada extremadamente competente, que reaccionó ante el movimiento repentino de las lanzas en lugar de cualquier otra razón.

Todo lo anterior, y ni una sola mentira escapó de sus labios. Mentir era… indigno, cuanto menos.

El primero en dejar de bloquear el camino fue el hombre que hizo la reverencia, y el otro no tardó en seguir su ejemplo. Ambos suspiraron y el que había solo sonreído como bienvenida habló:

—Lo lamentamos mucho, señorita. Su guardia parece sospechosa.

Permitiendo que una sonrisa genuina se plasmara en su rostro al acertar en el pensamiento de los guardias, no olvidó agregarle el toque de felicidad —de haber salido de un problema— para evitar que se viera demasiado arrogante. Y estuvo aliviada de que Ryuu no se ofendiera por ser llamada guardia, tampoco olvidando agregar dicho sentimiento a su voz.

—No se preocupen, nobles señores. Estoy segura de que fue un error honesto de su parte, nacido de un deseo genuino de proteger sus hogares. — cerrando su abanico, permitió que su sonrisa fuera visible y agregó: —Sus familias deben estar orgullosa de ustedes.

El efecto fue inmediato, porque sus expresiones se iluminaron y sus barreras derribadas por los elogios. Ser alabado por de forma tan sincera por una niña —en camino a ser una belleza— tenía ese efecto en cualquier adulto respetable. Además, ambos estaban haciendo, en lo que a ella respectaba, un buen trabajo, por lo que fueron alabanzas bien ganadas.

Sin nada más que decir, Kiyohime solo se despidió y avanzó con confianza. Ryuu, todavía tensa y como si quisiera salir corriendo en cualquier momento para refugiarse en el bosque, la siguió. Estaban más cerca de lo que habían estado durante todo el viaje, sin contar las horas de fogata, por supuesto. No sabía si era para añadir su parte a la historia del guardaespaldas, no lo había notado o sus nervios hacían que no le importara. Aunque, había que señalar, todavía estaba a una distancia que impedía el toque.

Kiyohime se sentía extraña al llamar a los plebeyos «nobles» y «señores». Sabía que, en el continente bárbaro, fuera de algunas naciones como Rakia, la nobleza o el feudalismo ya no existía. No obstante, era un asunto un poco discordante a pesar de conocer la ventaja de un gobierno no feudal. Supuso que, dado que estaba hablando un idioma aprendido en lugar de materno, no le daría más vueltas al asunto ya que se sentía menos raro.

Las calles estaban desocupadas, permitiéndoles un movimiento fácil y evitando, de seguro, que Ryuu reaccionara de forma exagerada, pero a Kiyohime no le resultaba extraño, porque el atardecer estaba sobre ellos. Se ahorraron el tener que esquivar a cientos de personas haciendo sus quehaceres.

Mientras se acercaban a la plaza, se sintió aliviada de que algunos comerciantes todavía estuvieran presentes. Unos cuantos de ellos estaban a punto de guardar sus mercancías, pero, en el momento en que la vieron, o más específicamente, su andar y aspecto, decidieron no hacerlo. Y otros siguieron su ejemplo, así que el mercado de la plaza continuaría abierto un poco más para extraer las ganancias de una noble.

—¿Planea comprar suministros, Ryuu-san?

La enmascarada debería conseguir un mapa lo más rápido posible, porque, cuando separasen sus caminos, estaría un poco a la deriva. No sabía si necesitaba otras cosas, pero lo anterior sería lo imprescindible.

Esperando obtener una respuesta, apenas se irritó al no conseguirla. Ni siquiera sabía qué esperaba. Incluso cuando la soledad tendía a ser una peor alternativa, estaba segura de que no iba a extrañar a Ryuu cuando decidiera separarse por fin.

—No tengo valis. — dijo Ryuu luego de un largo silencio, apenas más alto que un susurro.

Kiyohime estuvo tentada a observarla fijamente en total incredulidad, pero se abstuvo de hacer algo como eso. Por mucho que fuera una oportunidad para que Ryuu, una espina clavada en su costado durante mucho tiempo, se sintiera incómoda, no lo hizo. En su lugar, siguió mirando al frente, en especial los edificios de los alrededores, hasta encontrar el que había estado buscando. Ryuu la seguía como un patito, algo que encontraría hilarante en cualquier otro momento.

Asintiendo para sí misma al notar que estaba la señal indicaba que el negocio estaba abierto todavía, empujó la puerta. Las tiendas como esta, que tenían su propio espacio y no solo eran puestos temporales, tardaban más tiempo en cerrar porque no tenían que mover la mercancía en la mayoría de las situaciones.

El interior era, en el mejor de los casos, un caos. Era la segunda tienda para viajeros que visitaba, repleta de cualquier cosa que resultase útil para recorrer los caminos. Desde brújulas hasta comida conservada, cuya opción barata normalmente carecía de sabor a pesar de ser un poco más cara que el pan duro; podría no ser un manjar, pero no se corría el riesgo de arruinarse en poco tiempo.


Ryuu se sentía estúpida. Estuvo a punto de iniciar una pelea debido a una acción inconsciente. Ver a esos humanos con armas tan cerca de ella, con cierta hostilidad, fue suficiente para casi desenvainar. Fue salvada por Kiyohime, y a partir de allí se pegó a ella para evitar cualquier otro problema, lo que la hacía sentirse asqueada. Tuvo que silenciar su orgullo antes de volverse loca.

Decir que estaba sorprendida sería quedarse corto. Miró a su alrededor con sorpresa apenas disimulada por todas las cosas nuevas que estaba viendo. Era su primera vez en algún asentamiento como este, y si tenía que ser sincera, no entendía cómo los humanos o cualquier otra raza era capaz de vivir… así. Era lamentable.

El suelo estaba sucio hasta el punto en que era casi imposible pasarlo por alto, y estaba segura de que el río cercano estaba ayudando a los esfuerzos de higiene. La contracción involuntaria en la nariz de Kiyohime fue prueba suficiente de que esta vez no eran sus prejuicios arraigados los que estaban pensando por Ryuu.

Estaban en tanta desconexión con la naturaleza que consideró que esa podría ser la razón por la cual la esperanza de vida de las otras razas era tan baja. No solo eso, lo contaminaban todo como si estuvieran en una competencia personal entre ellos sobre quién podría arruinarlo más…

Ni siquiera sabía si los dos últimos pensamientos eran suyos o de sus creencias impuestas, no obstante, sentía que jamás podría acostumbrarse a ese tipo de situación. ¿Estar encerrada en cuatro paredes tan artificiales, rodeada de tantas personas, lejos de la naturaleza que le enseñaron a apreciar y cuidar?

La idea de vivir en Orario fue convirtiéndose cada vez más en algo imposible. El solo pensamiento de hacerlo enviaba escalofríos a través de su columna. Todo lo que estaba haciendo ahora, caminar entre estos edificios, entre estas razas, se sentía… antinatural, y solo estaba de paso. Ni siquiera quería pasar una sola noche aquí.

Y, creyendo que la cosa no podía esperar, vino la pregunta de Kiyohime. Su cerebro pareció dejar de funcionar ante aquel cuestionamiento, y tardó más de lo que debería en comprender. Comprar. Esa era una palabra con la cual no estaba familiarizada, queriendo gritar cuando recordó el significado.

Los humanos, y otras razas, compraban y vendían cosas. De regreso a su bosque, tal muestra de codicia no era bien vista; a lo mucho, existía el trueque como única forma de comercio. Exigir algo a cambio de las necesidades básicas, incluidos favores, se consideraba codicioso y demasiado despreciable para la «raza perfecta».

Como tal, decir que salió de casa sin un solo vali sería lo correcto. Confesó esto en su estado distraído y continuó caminando, pensando en qué haría a continuación y cómo solucionar lo que en el futuro sería un problema demasiado grave como para ignorar.

Ahora no era nada que no pudiera sobrellevar, ya que seguiría viajando y, si lo hacía todo bien, no tardaría en hacer su camino hasta Orario. Luego, ¿qué? Dentro de la ciudad no iba a poder abastecerse de la naturaleza, por lo que necesitaría tener valis a la mano.

También estaba la necesidad inmediata de un mapa. Si bien existía la posibilidad de preguntar direcciones, para ella era una opción descartada. Ni siquiera era capaz de mantener una charla civilizada con una persona a la que había estado acompañando durante días.

Apenas notó que había entrado en una de las casas humanas, pero fue imposible pasar por alto todo el desorden. Por los dioses, estas razas inferiores ni siquiera podían mantener sus lugares habitables en buen estado.

—Bienvenida, señorita.

El hombre detrás del mostrador saludó a Kiyohime, apenas dando una segunda mirada a Ryuu. Ser ignorada de tal manera podría ser un golpe para su orgullo, pero usar una máscara no la hacía ver como la persona más amigable del lugar. Los guardias le enseñaron eso, así que, esta vez, permaneció lo más cerca posible de la puerta.

—Una hermosa tarde, señor. Si no es mucha molestia, ¿podría mostrarme su mejor mapa?

El hombre dio una respuesta afirmativa antes buscar en una pila de su lado. No tardó mucho, ya que pronto sacó un trozo de papel solo un poco más pequeño que el usado por Kiyohime, pero casi tan preciso como el de ella. Esto pareció complacerla, ya que asintió y preguntó el precio.

—Dos mil quinientos valis, no encontrarás un mejor mapa de todo el continente a millas de distancia.

—¿Qué hay de aceptar mons?

El hombre se llevó la mano a la barbilla, tarareando en contemplación. ¿Qué, en nombre de los dioses, eran los mons? Al final, el comerciante dio un asentimiento y dijo:

—No creo que haya un problema. Tenemos una ciudad portuaria a unos días de viaje, y los comerciantes van y vienen cada semana… Aunque, parecen haberse ausentado… Bah, no importa. Dos mil quinientos mons será.

Kiyohime dio un asentimiento, complacida y metió la mano en su mochila. Sacó varias monedas, todas circulares con un agujero cuadrado en el centro y lo que suponía que eran extraños caracteres grabados. Había una variación de color, además de tamaño; estaban los que supuso que eran de cobre, junto a la plata, desde uno que tenían el tamaño de un pulgar hasta los que triplicaban dicha circunferencia.

—Un placer hacer negocios con usted, buen hombre.

Kiyohime se despidió con una reverencia y ambas salieron del establecimiento. Caminaron unos cuantos metros antes de adentrarse en lo que se suponía era un callejón, saliendo del camino y evitando toparse con cualquiera, momento en que la chica más baja la encaró, ofreciendo el mapa que tenía en sus manos.

Como si fuera una repetición de aquel día en que Ryuu ofreció la fruta, solo que esta vez ella estaba en el otro lado, intercaló la mirada entre el mapa y Kiyohime. Juraría que su pequeña y artificial sonrisa se amplió un poco, pero no tuvo tiempo de profundizar en eso cuando ella habló:

—Un regalo de mi parte, Ryuu-san. Quería agradecerle su ayuda cuando nos conocimos, junto a la fruta ofrecida en un momento de necesidad. Esto es lo menos que puedo hacer.

Una parte suya quería rechazarlo, podía verse como simple lástima. Su orgullo élfico gritaba para arremeter por la ofensa, una mestiza la estaba mirando hacia abajo. Simplemente lo calló y tomó el mapa, guardándolo en su mochila. Estuvo, otra vez, tentada a no decir nada más, pero murmuró:

—Gracias.

Esperaba que la palabra quemara su lengua por solo decirlo, que derritiera su cerebro de solo pensarlo. Pero fue todo lo contrario. Se sintió… cálido, si tuviera que dar una palabra, pero no abrasador, ni denigrante. Fue… extraño, cuanto menos.

Ni siquiera sabía qué más decir, y el hecho de que Kiyohime la mirase con tal sorpresa solo ayudaba a empeorar su incomodidad. ¿Se comportó de tal forma que incluso un agradecimiento era algo tan sorprendente?... Ni siquiera tenía que preguntar, porque conocía la respuesta.

Se salvó de tener que decir algo cuando la campana que divisó en la torre de vigía sonó. Golpeteó con tanta fuerza que Ryuu quiso tapar sus oídos, y los gritos que repentinamente se dispararon, de hombres armados que corrían hacia el puente de acceso, no ayudaban.

Desde su posición, pudo notar cómo algunos comerciantes intentaban guardar sus productos con tanta rapidez que solo lograban arrojarlos al suelo. Esto la hizo soltar una mueca. Las razas inferiores eran tan codiciosas que ni siquiera podían poner sus propias vidas por delante de las ganancias.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando el grito de una mujer se alzó por sobre el ruido, tan cerca que los hombres armados detuvieron su marcha y miraron en dirección del problema. Era obvio que querían correr, pero no llegarían a tiempo. Ryuu intercambio una mirada con Kiyohime, y ambas asintieron en una extraña muestra de camaradería.

Corriendo fuera del callejón con la mano en la empuñadura, divisó su objetivo y, a pesar de estar confundida por todo, esto no detuvo su sable. El kobold que estuvo a punto de apuñalar a una mujer rugió cuando la mano que empuñaba la daga se separó de su muñeca.

Ryuu no se detuvo en el lisiado. Aunque no confiaba en Kiyohime como persona, sabía que era una luchadora capaz, aunque un poco más lenta, por lo que podría dejarle el resto a ella. Por su parte, aceleró hasta tres goblins con el mismo tipo de arma que los kobolds, y estaban amenazando a un comerciante.

—¡Pueden correr al puente, nosotras nos encargaremos aquí!

La voz de Kiyohime se escuchó en el momento en que el sable de Ryuu decapitó a los tres pequeños monstruos, haciendo que el comerciante dejase escapar un grito cuando la sangre lo salpicó. Negando con la cabeza ante una vista tan patética, siguió moviéndose. El movimiento era su forma de lucha, quedarse quieta en el bosque era una sentencia de muerte.

Escuchando pasos familiares acompañados de gruñidos que reconocería en cualquier parte, se detuvo antes de rodar para evitar. Cuando se levantó, saltó un par de veces para evadir las zarpas que intentaron abrirle el estómago. Miró a su alrededor para encontrar a los culpables.

Tres lobos estaban caminando a su alrededor, intentando encontrar un punto débil en su postura. Sus pelajes eran una mezcla entre marrón y gris oscuro, tan altos como para llegar a su cintura, con afilados dientes enseñados de forma amenazante y garras afiladas. Trataba con ellos todos los días en su bosque, por lo que no sería una amenaza.

El primero corrió hacia ella, fauces abiertas y preparado para morder. Ryuu abrió por completo los ojos cuando su tajo fue esquivado en lo que claramente era una finta de libro de texto. Apenas superó el impacto como para saber que estaban apuntando a su espalda, moviéndose con apenas tiempo, escuchando cómo se rasgaba parte de su capa.

El tercero lobo quiso aprovechar que parecía distraída, saltando hacia ella para derribarla con todo su peso. Con un paso lateral, cortó el vientre de la bestia que chilló de dolor. Cuando el cuerpo tocó el suelo, arremetió contra el que había atacado primero, decapitándolo de un golpe. El tercero, en furia, saltó hacia ella solo para terminar empalado en el sable.

Ryuu observó los cuerpos con consternación. Era la primera vez que un lobo había intentado una finta como esa, e incluso cuando trabajaban en equipo, nunca habían estado tan coordinados. Si su entrenamiento no hubiera incluido luchar en desventaja numérica, pudo haber muerto en ese mismo instante. Retuvo el estremecimiento y continuó con la búsqueda de más enemigos.


Kiyohime intentó seguir el paso de Ryuu lo mejor que pudo cuando la vio salir disparada. No era mucho más lenta, pero la diferencia en su velocidad se notaba. No obstante, no fue suficiente como para resultar un problema cuando la vio dejar al kobold mutilado junto a la mujer, saltando para salvar a un comerciante. El monstruo herido apenas supo que lo golpeó cuando su cráneo fue roto por el tessen, gritando una orden a los guardias en el proceso, a pesar de que era indigno levantar la voz.

Mirando a la mujer, que temblaba de miedo, se aseguró de mostrar una sonrisa amable. Normalmente ayudaba a las personas que estaban asustadas o preocupadas.

—Todo está bien. Por favor, diríjase al lugar designado para este tipo de emergencias.

Como de seguro todavía no encontraba su propia voz, solo asintió. Kiyohime tuvo que ayudarla a levantarse, pero al menos fue capaz de hacer el camino por sí misma. Por su parte, la joven noble extrajo el segundo tessen antes de ir en busca de más objetivos.

Aliviada de que los guardias decidieran ir a centrarse en lo que sea que estuviese ocurriendo en el puente, buscó en los alrededores cualquier amenaza inmediata a la población. No tardó en encontrarla en forma de una criatura que la hizo detenerse en seco, ya que no era un peligro inmediato para nadie… Bueno, el hombre que era separado solo por un puesto de madera diferiría de ese pensamiento.

La cosa bien podría pasar por un kobold, eso sería si no fuera un poco más alto que Ryuu, y en lugar de perro, lo más correcto para nombrar su cabeza o, para ser más precisa, la parte superior del cuerpo, sería de una hiena. Sus hombros eran más anchos que los de cualquier kobold, junto con lo que parecía una joroba en su espalda, garras, colmillos y partes de armadura lo adornaban. Portaba una espada corta, a pesar de que era obvio que prefería sus zarpas y dientes.

Saliendo del estupor cuando lo vio saltar hacia el hombre que se escondía, lo golpeó en su costado para desviarlo del camino. Desgraciadamente, una garra se enganchó en la manga derecha de tipo kimono, rasgándola en el proceso. Abriendo su tessen, cubrió el momento justo en que sus labios se fruncieron ante tal acto; ya era un reflejo automático ocultar cualquier expresión que la hiciera lucir menos hermosa.

—Qué criatura tan más burda. — le dijo a la bestia que se levantaba, enseñando los dientes y babeando, algo que la asqueó —Y maleducada.

La cosa zarandeó su espada con tal salvajismo que, de hecho, la tomó desprevenida. No obstante, su abanico se interpuso entre la hoja y ella, evitando una herida desagradable, aunque, la fuerza del enemigo fue mayor que la de los kobolds, haciéndola retroceder. Si no fuera por su fuerza superior —para una niña de doce— habría caído de inmediato.

Con el ceño fruncido, se movió hacia adelante y atacó con su segunda arma. La hiena bípeda gruñó cuando el abanico se enterró en un espacio abierto de su armadura rota, pero, en lugar de tomar el ataque acostado, intentó morder su muñeca, y lo habría logrado de no haberse retirado.

Más golpes fueron depositados en la criatura cuando intentaba atacar, ya que sus movimientos erráticos, y si bien podrían desconcertar a su oponente, carecían de una verdadera defensa. El problema estaba en que su armadura ayudaba a resistir los golpes, y la piel dura, junto a los músculos, lo hacían más resistente.

Apretando los dientes, tomó una página del libro de Ryuu y atacó desde distintas direcciones con el abanico que no usaba para defender. Aunque no estaba haciendo mucho daño debido a la falta de poder en cada golpe, fue suficiente para hacerlo enojar y arrojar la espada a un lado.

Las garras de la bestia volaron hacia ella, obligándose a abrir sus abanicos para ampliar su defensa. Las uñas no tenían forma de traspasar el hierro de sus armas, pero sus golpes, ahora más rápidos, estaban siendo un problema.

Manteniéndose debido a una mezcla entre bloquear y retroceder, empezaba a notar que, aunque ella se estaba cansando un poco, la bestia no estaba en un mejor estado. Aunque sería difícil notarlo, se estaba haciendo más descuidada de lo que ya era, así que decidió esperar una oportunidad que no tardó en llegar.

Aprovechando una apertura, Kiyohime saltó hacia atrás. La criatura se tropezó cuando su arañazo solo encontró aire, desequilibrándolo. Viendo la oportunidad, volvió a entrar al combate, asegurándose de golpear el cráneo con la mayor fuerza que pudo reunir sin sacrificar velocidad. El golpe ayudó a desorientar a la bestia, que fue incapaz de ver venir un segundo y tercero, el cuál fue la causa de su muerte.

Suspirando de alivio, se reprendió mentalmente por los errores cometidos. Podría no tener una Bendición, pero debería ser capaz de encargarse de algunos de los monstruos como ese. Sea lo que fuere. Era mucho más agresivo y salvaje que un kobold, de eso no había duda.

Sobresaltándose cuando escuchó gruñidos, su estado de ánimo cayó en picada cuando vio no uno, sino cinco de esas cosas. Estos no esperaban ni contaban con paciencia, ya que uno de ellos saltó poco más verla. Estaba preparada para luchar cuando una persona pasó a su lado, empuñando un par de espadas. La criatura estaba igual de sorprendida, porque no fue capaz de esquivar y perdió la cabeza.

La persona que la había ayudado vestía de tal forma que la hizo sonrojar, y preguntarse dónde había dejado su pudor. Parecía ser más joven, con piel bronceada y cabello de un café claro, usando lo que solo podría ser un bikini adornado con tela en la cintura. Había escuchado que las amazonas no tenían modestia, pero, entre solo conocer rumores y verlo presente en una niña más pequeña…

Su atención volvió a la batalla cuando el resto de las bestias se abalanzaron, solo que, en lugar de actuar, la niña retrocedió hasta estar junto a Kiyohime, a quien le sonrió a pesar de la situación actual. Pero pronto averiguó por qué. Dos figuras más pasaron junto a ellas, solo que estas eran mucho más lentas, algo que se notó gracias al equipo que portaban.

La primera se trataba de una chica con una larga cola de caballo de color castaño claro, quien debería ser mayor de edad y portando una armadura que solo dejaba al descubierto su abdomen, brazos y muslos, pero todavía cubierto por ropa. Espinilleras y brazales protegían las extremidades, haciendo gala de una lanza con la cual mató a dos de los cuatro restantes con rápidas estocadas.

La segunda chica, también mayor y de cabello azul oscuro, si bien la armadura la reemplazaba con camiseta y pantalones oscuros, junto a una chaqueta café, portaba un espadón más grueso que la cintura de Kiyohime y tan alta como ella. Solo bastó un tajo para dividir a las criaturas por la mitad.

Todo terminó en cuestión de segundos, y no había que ser un genio para saber que estaba frente a personas Bendecidas, y claramente bajo el mismo dios si los asentimientos compartidos eran una indicación. Dispuesta a agradecerles la asistencia necesaria, fue adelantada por la voz de la mujer con armadura.

—Bien hecho, chicas. Hemos descubierto que cruzaron el río con balsas como una distracción para alejar a los guardias del puente. — esto sorprendió no solo a Kiyohime, sino también a las demás presentes —Por ahora, debemos reunirnos con el resto de la Familia en el puente y detener el ataque.

—¿Algo que pueda hacer para ayudar? — preguntó Kiyohime, atrayendo las miradas.

La mujer en armadura mostró una sonrisa de agradecimiento ante la oferta, dando un firme asentimiento.

—Todavía debe haber enemigos escabulléndose dentro del pueblo. Si puedes localizarlos y evitar que lastimen a la población…

—Lo haré.

—Te lo agradezco en nombre de mi diosa.

Sin más intercambios, tomaron direcciones completamente opuestas. Esto era, hasta cierto punto, inaudito. ¿Estaban los monstruos mostrando lo más parecido a una estrategia? Cruzar el puente con balsas y atacar la retaguardia para debilitar la defensa principal… Era una estrategia, pero no tenía sentido. ¿Por qué no hacer lo opuesto, si tenían la capacidad? No era una estratega brillante ni mucho menos, pero aprobó el curso obligatorio, así que sería un mejor uso de sus fuerzas si pudieran solo disponer de la menor cantidad mientras realizaban una maniobra de flanqueo…

Kiyohime casi tropezó cuando sintió que todo temblaba y un ruido atronador martilló sus orejas, siendo golpeada por unas cuantas astillas que volaban en todas direcciones. La cacofonía de gritos no se hizo esperar, esta vez desgarradores y el hecho de que el fuego comenzara a expandirse le ayudó a saber que, desgraciadamente, había tenido razón.


Ryuu observó el cadáver del gnoll frente a ella, frunciendo el ceño. La criatura que parecía una hiena estaba aquí, y si no fuera por la asistencia de las dos mestizas que se marcharon hacia el puente —una vaca y otra gata— habría resultado muerta.

¿Qué estaba ocurriendo aquí? Estos monstruos no podrían trabajar juntos ni aunque su vida dependiera de ello. Peleaban por cualquier tontería que les vinieran a las cabezas, lo que hacía que su número fuese demasiado bajo como para causar problemas. Y aquí estaban, colaborando entre sí.

Desterrando el pensamiento, corrió hacia el puente para ayudar en la defensa, notando que Kiyohime corría en la dirección opuesta. Parecía demasiado metida en sus pensamientos como para notarla, y mucho menos para ver a los goblins que cargaban una especie de esfera con una cuerda que sobresalía de la parte de arriba, la cual se estaba consumiendo por una llama.

Ryuu no fue capaz de alimentar el pensamiento, ya que el goblin explotó junto a una casa. La madera salió disparada y, de no ser porque rodó hacia adelante, habría sido golpeada. Más explosiones le siguieron a esa, maltratando sus sensibles orejas e incendiando todo a su paso. Las personas que salían de sus casas corrían desenfrenadas hacia los pocos lugares que todavía eran seguros, y hubiera chocado con la elfa de no ser porque era buena evadiendo.

La mayoría se dirigía hacia una casa más grande, y si las cosas funcionaban de la misma forma que en su bosque, donde el árbol más grande era la vivienda de los ancianos, allí debería estar el líder. Por supuesto que nada fue fácil, ya que varios kobolds saltaron desde los callejones o desde el mismo fuego que hacía arder los escombros, atacando a quienes estuvieran al alcance.

Ryuu miró en dirección del puente. Los guardias y Bendecidos tenían las manos demasiado ocupadas como para intentar hacer algo, ya que se estaban enfrentando a una criatura alta, demasiado alta, musculosa y de pelaje completamente blanco. Si tuviera que decirlo, parecía ser un simio gigante contra lo que estaban luchando. Hizo una mueca al ver que quebraba la columna vertebral de una Bendecida, específicamente una amazona que no parecía mayor que Kiyohime. No esperaba menos de un Silverback.

Sabiendo que los guardias y Bendecidos no podían hacer mucho para solucionar lo que ocurría en el pueblo, Ryuu avanzó mientras evadía a los demás mortales. Cortaba a cada kobold que se atravesaba en su camino, notando también goblins en el proceso que intentaban colarse en la confusión, los cuales murieron igual, si no más rápido que los perros sarnosos.

De inmediato notó un patrón, y era que se dirigían también a la casa del jefe de la aldea, con lo que casi parecía fanatismo. Estaban matando a las personas solo porque eran un obstáculo, y pronto ella se convirtió en uno lo suficientemente grande como para atraer la atención.

Gruñendo por lo bajo, esquivó el ataque de un kobold antes de matarlo, apenas con tiempo para bloquear al gnoll que se cernió sobre ella. Era demasiado fuerte, pero tuvo la suerte de que todavía había alguien con quien contar en todo este calvario, a pesar de nunca reconocerlo en voz alta. El arma de Kiyohime lo hizo alejarse, momento que aprovechó Ryuu para cortarle la garganta.

Lo que sea que quisieran de allí, que posiblemente era matar a todos los refugiados, no lo iban a conseguir si la elfa tenía algo que decir al respecto. Se abrió paso entre la multitud que ahora no sabía ni siquiera en qué dirección correr, golpeándose los unos a los otros. Ryuu se mantuvo a distancia, matando cualquier cosa que intentase bloquear su camino. Todo iba bien, al menos lo mejor que pudo ir mientras corría y despedazaba monstruos, hasta que otra explosión la derribó debido a la cercanía.


Kiyohime podía admitir para sus adentros que estaba horrorizada. Ver tanta muerte, de mortales y monstruos, la estaba enfermando. Pero obligó a su cuerpo a seguir adelante, luchando con uñas y dientes para abrir un camino junto a Ryuu. No obstante, fue derribada cuando una explosión cercana sacudió su mundo.

No tardó en levantarse, sabiendo que podría morir si se dormía en los laureles. Miró hacia la casa del que posiblemente era el jefe, notando, angustiada, un trozo de madera —que podría llamarse una gran viga— de una casa cercana que se había incrustado en la pared, impidiendo que la puerta pudiera abrirse. Las ventanas tampoco eran una opción al parecer, ya que estaban intentando golpear y empujar. Y como si no pudiera empeorar, la viga o lo que fuera estaba llameante en un extremo, quemando la casa.

Empujando su cuerpo, golpeó a unas cuantas criaturas que se interpusieron en su camino hasta llegar a la casa. Tal como había visto, a pesar de rezar por lo contrario, se había incrustado dado la fuerza con la cual el explosivo la había empujado, así que jalar o empujar era inútil. Había que levantar la cosa, así que arrojó los tessen y se puso manos a la obra.

Ni siquiera se movió. Era algo que podría hacer un adulto con suficiente esfuerzo, pero ella no había logrado nada. Los que deberían esforzarse en todo esto gastaban sus energías corriendo por sus vidas. Y estaba a punto de quitarse del medio cuando vio a Ryuu matar a esa hiena bípeda que quería apuñalarla mientras estaba distraída. Envió un agradecimiento silencioso y continuó intentando quitar el trozo de madera sin mucho esfuerzo.

Frunciendo el ceño, controló la respiración que se estaba haciendo irregular. Ni siquiera tenía que pensar en qué iba a hacer para solucionar el problema. Era arriesgado y tonto más allá de las palabras. La «magia», como se llamaba en el continente, podría no ser un atributo exclusivo de los Bendecidos, pero, si un mortal sin falna quería ejercerla, se requerían años de entrenamiento. Estaba la Magia Congénita, por supuesto, pero tampoco era sencillo. Por desgracia, no tenía opción en el asunto.

Intentando llegar a una especie de paz, más porque la iba a necesitar de forma personal que por ser indispensable para lo que estaba a punto de hacer, cerró los ojos. Los rugidos, el crepitar del fuego, y los gritos comenzaron a desvanecerse en la nada. Las reservas de maryoku —o Mente como lo llamaban en el continente— existían en todos los seres vivos, pero, intentar manipularlas sin una bendición no era tarea fácil, y no tenía tiempo para hacer las cosas de la manera más segura posibles.

Exhalando, obligó al maryoku a moverse hasta donde ella deseaba: su Núcleo. Esa pequeña parte de ella, de la que estaba mucho más orgullosa que sus elegantes cuernos, su hermoso rostro e incluso su sangre y noble linaje, era la demostración, tanto física como metafísica, de lo que ella era. De la raza superior con la que fue bendecida.

Su sangre se calentó, esta vez en sentido literal. Era como tener lava bombeando a través de sus venas. Retuvo un grito de dolor y mordió su labio, segura de que extrajo algo de sangre, la cual se derramó en el suelo y la gota siseó mientras se evaporaba. En lugar de dejarse distraer por el sufrimiento que la estaba haciendo derramar lágrimas en ese instante, se centró en la otra sensación que la acompañaba con timidez y disimulo.

Ejerciendo toda la fuerza que tenía, sintió el trozo de madera que se movía. Al principio, no hubo mucha diferencia, pero, a medida que su temperatura corporal aumentaba, también lo hizo el impulso que estaba recibiendo. En el momento en que se dio cuenta de que había logrado levantar la madera, no perdió tiempo y lo quitó del camino lo más rápido posible, permitiendo que la puerta se abriera por completo.

Incapaz de mantenerse de pie, y a pesar de que iba en contra de todo lo que había aprendido a lo largo de los años, cayó sin contemplaciones, respirando con dificultad mientras buscaba el tessen más cercano. No tardó en encontrarlo a pesar de la neblina de dolor que la entorpecía. Cuando su mano se aferró con firmeza como un salvavidas, lo abrió y comenzó a abanicarse con desesperación, tratando de que el calor que la estaba abrasando se desvaneciera; por mucho que tuviese, en general, una temperatura más alta que la de una persona normal, junto a una resistencia superior, tenía sus límites.

En el momento en que fue capaz de distinguir que ya no se estaba cocinando desde dentro hacia afuera, suspiró con alivio. Las manchas de lágrimas secas, que sufrieron el mismo destino que su sangre, junto a la herida de su labio que pronto sanaría, fueron las únicas marcas de su esfuerzo. Honestamente, deseaba que su cuerpo fuese mucho más resistente… Tal vez estaba siendo un poco injusta, ya que eso habría matado a un mortal común, pero ese no era el punto.

Agarrando el segundo tessen, se puso de pie un poco tambaleante. Se aseguró de limpiar su falda antes de darse la vuelta, recordando repentinamente que debería estar en combate. Pero no había nada más que cadáveres, y una Ryuu con manchas de sangre en su vestimenta que la miraba con los ojos ensanchados por la sorpresa e incredulidad.

Kiyohime sintió que su rostro enrojecía, y esta vez no fue ella aumentando la temperatura de su cuerpo de forma artificial. Eso debió ser todo un espectáculo, nada que debería estar haciendo una flor delicada como ella. Y recordando que todavía tenía sus abanicos, abrió uno frente a su rostro para cubrir su vergüenza.

Casi saltando cuando escuchó una ovación, miró en dirección de las personas que, momentos antes, habían estado dentro de una casa que actualmente estaba en llamas. Oh, vaya, no había notado eso. Supuso que su temperatura normalmente alta, que se disparó por su pequeño truco, la hizo un poco insensible al calor de su alrededor.

Caminó un poco más cerca de Ryuu cuando notó una figura que se destacaba de la multitud, momento en que la enmascarada siguió su mirada. Podrían encontrarla incluso entre un desfile, por más de un sentido. En un principio porque era antinaturalmente hermosa, la marca de una diosa, y también tenía esa pequeña sensación, casi como una compulsión nerviosa en cada mortal, que indicaba el estatus de divinidad solo con ser vista.

La figura se estaba acercando a ellas. Su piel pálida contrastaba con una cabellera negra que llegaba hasta la parte baja de su espalda, usando su flequillo para cubrir su ojo izquierdo, mientras que el derecho era del color de una esmeralda. Su blusa verde oscuro parecía ser un poco translucida, también dejando su vientre expuesto y combinaba con la larga falda con adorno floral, además de medias negras. No parecía ser más alta que Ryuu.

—No puedo agradecerles lo suficiente por su ayuda. — dijo, con una voz tan amable como su sonrisa —Soy Dia, es un placer conocerlas.

Kiyohime, como si un interruptor se hubiera encendido, hizo una reverencia lo mejor que su situación actual le permitía. Notó, por el rabillo del ojo, que ni siquiera Ryuu se estaba atreviendo a faltarle al respeto, aunque tampoco mostraba la deferencia requerida. Supuso que era lo mejor que podía conseguir, así que estaba agradecida.

—El placer de su compañía es solamente nuestro, Dia-kami-sama.

El rostro de Kiyohime enrojeció de vergüenza al darse cuenta de que había cambiado su lenguaje al de su tierra natal. Solo la diosa, con su capacidad de comprender y hablar cada idioma en Genkai, entendió sus palabras.

—Podemos prescindir de tanta formalidad, salvo que te haga sentir cómoda.

—Si es su deseo, Dia-sama. — concedió, ahora en el idioma continental.

La diosa iba a decir algo más, pero vio a los hombres y mujeres que habían defendido el puente volviendo. Su expresión se oscureció, y Kiyohime pudo adivinar por qué; había muertos entre ellos, y quienes debieron ser miembros de su Familia. También escuchó, apenas más alto que un susurro, la voz del jefe de la aldea que pedía una reunión.

Intercambió una mirada con Ryuu. Podrían irse, pero estaba segura de que a ninguna de ellas le haría sentir bien. Tampoco tenía pensado quedarse aquí y participar en la reconstrucción, tomaría demasiado tiempo, pero eso no significaba que no era capaz de permanecer y protegerlos de cualquier monstruo rezagado.

Miró hacia el frente y siguió a la multitud, ahora mucho menos numerosa, mientras esquivaban los cadáveres. Hubo algunos que se desplomaban sobre los cuerpos, dejando escapar aullidos, gritos ahogados o solo para llorar en silencio. Kiyohime tragó el nudo en su garganta y siguió caminando hasta lo que debería ser la plaza. Iba a ser una charla que, estaba segura, odiaría.