El Significado del Deber II


Ryuu miró lo que estaba sucediendo en la plaza desde una distancia segura. La diosa apenas logró sacar algo de tiempo para poder hablar con los miembros de su Familia, cuyas expresiones estaban teñidas con tristeza y furia, exhibidas por las lágrimas que corrían por las mejillas de la mayoría y los ceños fruncidos de todos. La diosa, por supuesto, pudo ser mejor al enmascarar su dolor mientras intercambiaba palabras con la que supuso era la capitana, una mujer castaña con armadura.

Fijó los ojos en los cuerpos. Uno era el de una joven amazona, más joven incluso que Kiyohime. La otra la reconoció, fue la vaca mestiza que la asistió mientras luchaba contra los gnolls. Por último, había una humana que vestía un atuendo con varias flores decorativas en la falda.

Apartó los ojos de los cadáveres hasta posarlos en su compañera de viaje. Decir que estaba impresionada sería quedarse corto. Sabía que Kiyohime no era una Bendecida, así que, el hecho de que pudiera usar magia, a pesar de ser solo Congénita, era un logro del que incluso los elfos no podrían jactarse. Al menos, no sin varios años a cuestas, en lugar de un máximo de doce primaveras.

Saber que esta chica había logrado una hazaña capaz de humillar a su gente le traía sentimientos encontrados. El primero era, por supuesto, la ira, un toque de celos y un orgullo lastimado. El hecho de que una raza inferior pudiera hacer algo así era casi físicamente doloroso. Pero sabía que esos no eran sus sentimientos, sino los prejuicios hablando, así que hizo lo mejor que pudo para silenciarlos.

Luego estaba un toque de felicidad embriagadora. Era algo que creía, o más bien sabía, no era sano para ella. Pero no podía evitarlo. Imaginar los «hermosos» rostros deformados de su gente —en especial los ancianos— en una fea mueca de desprecia y celos, si hubieran sido capaces de presenciar tal escena… Sinceramente, quería bailar, y ni siquiera sabía cómo hacerlo. A menos que, por supuesto, fuese un baile de espadas.

Kiyohime atrapó su mirada, y pudo ver cómo su rostro enrojecía antes de cubrirlo con su arma. ¿Eran los efectos secundarios? Porque cualquiera notó que su temperatura corporal se disparó hasta el punto en que sus lágrimas se evaporaron. Cualquiera que fuese la raza de esta chica, tenía una resistencia natural al calor.

Salió de sus pensamientos cuando la vio moverse, y siguiendo su línea de visión, notó que la diosa les estaba pidiendo que se acercaran. Silenció el susurro que le decía que lo mejor sería largarse de aquí en lugar de escuchar lo que todos estos mortales tenían que decir, porque ya estaba metida en esto.

A medida que se acercaba, incluso si no era la personal con mejores habilidades sociales, no pudo pasar por alto la negatividad que todos parecían estar exudando. Sí, hubo muchas muertes y todos estaban afligidos por la pérdida, pero había una ira casi palpable que estaban dirigiendo hacia la diosa. Si hacía falta más confirmación, los miembros de su Familia se veían tensos, como si estuvieran a punto de sacar sus armas; y Kiyohime también lo percibió, si su expresión, que cambió rápidamente a la sonrisa plácida, reveló algo.

Con un movimiento de mano y unas cuantas palabras susurradas a la capitana, toda la Familia, a regañadientes, se alejó. Si Ryuu tuviera que adivinar, iban a enterrar los cadáveres, tarea que no les envidiaba en lo más mínimo. Nunca era fácil enterrar a la familia, incluso si no se llevaba bien con ellos.

—¿Ha…

—Fuera de aquí.

Ryuu se quedó con la boca abierta, momento en que agradeció, nuevamente, estar usando una máscara que pudiera cubrir su expresión. Podría no ser la persona más devota, o siquiera tener algún tipo de amor por los dioses, pero aprendió a que, como mínimo, habría que fingir el respeto. Por lo tanto, interrumpir a una diosa de forma tan grosera no era algo que se pudiera ver todos los días, por lo que se quedó allí, observando con morbosa fascinación.

Kiyohime, a su lado, parecía estar lista para golpear la irrespetuoso. Su mano se cerró alrededor de su arma, aunque solo bastaron un par de respiraciones profundas para que volviera a parecer relajada. Si no hubiera visto a tantos elfos haciendo cosas parecidas, estaría aterrada de la velocidad con la cual una persona podía cambiar o esconder lo que sentía. Y parecía ser incómodo, si tenía que ser sincera.

—Sé que esto es mi culpa, — Ryuu levantó una ceja ante las palabras de la diosa —pero irnos podría solo…

—¡Solo vete! — gritó una mujer sollozante de la multitud. Acunaba el cadáver de un niño.

Los ojos de Dia se tiñeron de compasión al verla. Supuso que era su dolor el que estaba hablando, y sinceramente, Ryuu no podía culparlas. Si la estaban viendo como culpable, y ella lo acababa de confesar, deidad o no, era una actitud normal. Incluso Kiyohime parecía mirarla con pena, ignorando su flagrante ofensa a un ser superior.

En lugar de mejorar la situación, dicha compasión debió sentirse como alguna especie de patada, porque pronto todos comenzaron a gritar. Ryuu llevó la mano hasta su arma, o al menos lo intentó. La propia arma de Kiyohime, al menos la que no usaba para ocultar su expresión, se interpuso. Ryuu se estremeció al tenerla tan a solo un pie de distancia, alejándose de ella varios pasos. Al menos no usó sus manos, pero el sentimiento que la envolvió al estar tan cerca de tocarla… Ryuu se sintió asqueada, tanto de sí misma como del posible contacto.

Enterró los sentimientos y miró a la diosa, que suspiraba y se distanciaba de la multitud. Estaba moviéndose hacia un grupo de casas que no habían sido maltratadas por el conflicto. Ella las miró de reojo y les hizo una señal para que la siguieran. Ni siquiera dudaron, y ella no temía admitir que estaba muy curiosa sobre todo lo que ocurría a su alrededor, en especial cuando la deidad admitió haber tenido la culpa.

La curiosidad la iba a matar un día, Ryuu estaba segura. Después de todo, no habría salido de su hogar de no ser por su curiosidad, y tampoco se encontraría en este pueblo, justo en este momento, de no ser porque sintió curiosidad por los ruidos de lucha que la llevaron a Kiyohime; si la hubiera ignorado, habría llegado antes del ataque debido a que ella sola era más rápida en viajar que Kiyohime, o pudo haber ignorado el pueblo o los guardias la hubieran bloqueado.

Sacudiendo la cabeza, siguió a la diosa lo suficiente como para encontrar un lugar un poco más apartado. La casa era mucho más grande que cualquiera de las usadas por los pueblerinos, calculaba al menos seis habitaciones solo para el uso de descanso, haciéndolo un complejo de tres pisos. Fue capaz de sumar dos y dos para saber la razón. Dia vivía aquí con su Familia, y el hecho de verlos a todos cavando tumbas ayudaba a solidificar el pensamiento.

Algunos apenas dedicaron una mirada a la diosa y sus acompañantes, no por una falta de respeto o algo parecido. Estaban demasiado concentrados en enterrar a sus camaradas caídos como para darle demasiada importancia a cualquier otra cosa.

Dia empujó la puerta, que chirrió un poco. Siguieron el corto pasillo hasta que se encontraron dentro de la sala de estar. Supuso que era acogedor, nada demasiado ostentoso con muebles de madera. Había algunas decoraciones aquí y allá, cosas simples como flores o pequeñas y toscas esculturas de madera.

Tomando asiento en una silla que estaba obviamente mejor elaborada, les indicó que hicieron lo mismo con alguna de las cuantas que se hallaban frente a ella. Aquí deberían tener las reuniones de la Familia. Kiyohime se sentó en una cercana a la pared opuesta a la puerta, lo que dejó a Ryuu la posibilidad de sentarse en el otro extremo, más cerca de la salida. No sabía si su compañera de viaje lo hizo por alguna especie de favor hacia Ryuu al recordar que odiaba la cercanía, pero no se quejaría.

—Nuevamente, les agradezco su asistencia. Aunque no tengo mucho, ¿hay algo que pueda hacer por ustedes?

Ryuu se mantuvo callada. Estaba segura de que lo iba a arruinar todo si abría la boca. Mejor era dejarle el trabajo a alguien que obviamente sabía hablar sin ofender a los demás.

—Servir a Dia-sama es suficiente recompensa. — habló Kiyohime, inclinando la cabeza en deferencia —No obstante, es posible que deseemos hacer preguntas, si no es demasiada molestia.

—Por supuesto, — la escucharon suspirar —no es extraño que quieran respuesta.

Querer respuesta era quedarse corto. Ryuu ardía por saber qué demonios estaba ocurriendo. Pero mordió su lengua. Estaba segura de que Kiyohime haría las preguntas adecuadas.

—Agradezco su generosidad… — pareció pensar hasta dar con la primera pregunta —Aquel hombre insinuó que todo fue culpa de Dia-sama, y admitió que así fue, ¿es aquello cierto?

La diosa agachó la cabeza, cerrando los ojos. Duró así al menos un minuto antes de soltar un suspiro largo. Cuando volvió a mirarlas, incluso una persona socialmente inepta podría notar el arrepentimiento.

—Es tal como dije. Todo fue mi culpa. Pero, para que lo entiendan, supongo que debería comenzar desde el principio.

»Nos establecimos en este pueblo unos cuantos meses atrás. El jefe tuvo la amabilidad de prestarnos un hogar para nuestra estadía. Soy una Diosa nueva en el Mundo Inferior, solo he estado aquí por un año, y la mayoría ha sido en este pueblo.

»Ayudamos al pueblo en todo lo que estuvo a nuestro alcance. Es… Era un buen lugar para vivir, al menos hasta que…

Ryuu vio que la diosa cerró los ojos otra vez, claramente rememorando. Kiyohime y ella solo intercambiaron una mirada, sin ánimo de interrumpir su pequeña reflexión personal, a pesar de la curiosidad. Por su parte, la diosa pareció sentir que estaban queriendo que continuara, así que lo hizo, todavía sin verlos.

—Mis niñas encontraron un objeto, sellado dentro de una caja, en una expedición de rutina. No le dimos demasiada importancia, si debo ser sincera, a pesar del mal presentimiento que tuve.

—¿Mal presentimiento? — preguntó Kiyohime.

Ryuu también quería saber a qué se refería. Ella, por su parte, se dejaba guiar mucho por el instinto. Le enseñaron que era, en la mayoría de las ocasiones, más útil para la preservación personal que analizar las cosas.

—Simplemente siento que hay algo… mal con eso. No estoy segura de qué es, pero algo dentro de mí me dice que lo hay. Solo lo ignoré. Por mucho que sea una diosa, es mi primera vez en el Mundo Inferior.

—Pensó que todavía tenía mucho que aprender sobre Genkai.

Dia asintió ante el comentario de Kyohime. Supuso que era una palabra en su idioma para referirse al Mundo Inferior. De todas formas, no era tan descabellado, supuso Ryuu. Si era nueva en un lugar, sus creencias podrían ser solo conclusiones erróneas de información que no entendía. Según su conocimiento personal, los dioses sellaban su divinidad y el recipiente, aunque todavía con vestigios de poder deífico, era mortal en muchos aspectos. Y los mortales cometían errores.

—Solo lo dejé pasar como un error de mi percepción, puesto que ninguna de mis niñas compartía el sentimiento. Y también ignoré las señales, creyendo que lo sabía mejor. — la autocrítica fue evidente —El número de monstruos que atacaba la aldea aumentó con el pasar de los días. Y pronto, até los cabos y pensé que aquello que recolectamos era el culpable. De hecho, decidimos que, una vez volviera una de mis niñas, haríamos planes para abandonar el pueblo, pero…

No hizo falta continuar, ya que ambas sabían a qué se refería la diosa. Quería abandonar el lugar para mantener a los humanos y mestizos a salvo, solo para que sus planes fuesen frustrados por un asalto completo. Un asalto de distintos tipos de monstruos que se matarían en el acto, en lugar de siquiera intentar colaborar… Podían hacerlo si veían algún mortal al que matar, pero fue más en el sentido de no estorbarse mutuamente y luego matarse una vez solo quedaban ellos. No algo tan organizado y planeado como lo que vivieron.

Antes de que pudieran continuar con la charla, la puerta se abrió. La presunta capitana ingresó, cargando la bolsa tanto de Ryuu como de Kiyohime. ¡La había olvidado por completo en todo el alboroto! Nuevamente, amaba haber traído la máscara, porque su rostro debería encontrarse rojo de la vergüenza gracias a tal descuido.

Detrás de la humana, apenas notándose incluso con su vestido rojo de corte bajo sin tirantes, con una falda abierta a tal punto que podía ver su ropa interior, estaba la mestiza gata de cabello blanco. Miró de reojo a Kiyohime, cuyo rostro estaba rojo por lo que debería ser vergüenza de segunda mano debido a la vestimenta tan reveladora.

La capitana iba a hablar, pero la mestiza se adelantó. Rápidamente se acercó a Ryuu, exclamando mientras su mano se acercaba al hombro de la elfa.

—¡Oh, si no es la señorita enmas…

—¡No me toques!

Levantándose con brusquedad, la silla raspó el suelo antes de caerse. Su mano voló hasta el arma en su cintura, pero, como una repetición, Kiyohime ya estaba su lado con su propia herramienta para detenerla. Volvió a alejarse, mirando a todos los presentes con ojos como dagas.

Debería cortarlos. Intentaron tocarlo. Querían contaminarla. ¡Ahora lo veía! Todos ellos, de una u otra forma, querían arruinar la pureza de su raza.

—¡Ryuu-san!

Su cuerpo se puso rígido ante la voz de la mestiza que la acompañó durante su viaje. Iba a escupir una réplica, pero se dio cuenta de que le faltaba el aire, que seguía expulsando mediante jadeos, y su mano estaba sosteniendo el sable con demasiada fuerza. Tampoco era la única dispuesta a desenvainar, porque la gata mestiza estaba tocando la empuñadura de un mazo, a pesar de que sus ojos estaban abiertos por la sorpresa.

Obligándose a soltar el sable, calmó su respiración mientras la tensión en la habitación parecía ser capaz de cortarse con un cuchillo. No bajó la guardia ni por un segundo, y todos parecieron notarlo. No le importaba. Simplemente… no quería que la tocaran. ¿Era demasiado pedir?

Pero se recordó que salió de su hogar para tratar de mejorar. Para cambiar. Y aquí estaba. Ni siquiera era capaz de hacer algo que todas las razas inferiores hacían a diario. Se sentía extraña por eso, una mezcla entre alegre por no rebajarse y despreciable por seguir en su rama más alta que los demás.

—Lo lamento mucho. — habló Kiyohime al final, complementando con una reverencia —No es una actitud que deba mostrarse frente a Dia-kami-sama, pero Ryuu-san tiene problemas con el contacto.

—No necesitas disculparte. — a pesar de no aparentarlo, la diosa tenía una sonrisa nerviosa —He tenido que decirle a Love que no invada el espacio personal de las personas.

—¡L-lo siento por eso! — se disculpó la mestiza, riendo con incomodidad —A veces actúo sin pensar. Quiero decir, no creí que harías eso. — otra risa incómoda antes de agregar: —Casi pareces una elfa, ¿sabes?

Ryuu se puso rígida, pero hizo todo lo posible para enmascarar su reacción. No quería exponerse frente a todos ellos, así que, para mover el tema, solo dio un asentimiento.


Una parte de Kiyohime solo quería encontrar un agujero y morir. Ryuu acababa de avergonzarlas frente a una diosa. ¡Ni siquiera ella, a quien intentaron adoctrinar para que se alejara de todos los plebeyos como si portaran alguna enfermedad, mostraba tal actitud grosera!

La teoría de que Ryuu era alguna especie de supremacista humana empezaba a cobrar fuerza. El hecho de que su cuerpo se sacudiera cuando la compararon con una elfa no ayudaba en su caso. ¿Se sentía tan asqueada al señalarle que tenía similitudes con otra raza, y la más hermosa, orgullosa y noble? Por supuesto no más hermosa, orgullosa y noble que la suya.

Honestamente, los humanos podían ser demasiado problemáticos a veces. Los elfos podrían no ser los mejores vecinos, al menos en el sentido de que eran un poco demasiado arrogantes, pero no eran tan malos como las otras razas creían. Supuso que una vida corta tendía a estresar a las personas, así que trataría de no señalarlo en contra de los otros mortales.

La diosa Dia le pidió a la nekomata que abandonara la habitación mientras la capitana, presentada como Oriana Drake, le entregaba los bolsos a Kiyohime. Luego se puso detrás de su diosa matrona, completamente en guardia y sin apartar los ojos de Ryuu, para la creciente vergüenza de Kiyohime. Las invitadas tomaron asiento otra vez.

—Luego de aquel… — la diosa se aclaró la garganta —exabrupto, estoy segura de que tienen más preguntas que hacerme. Por favor, continúen.

—¿Qué fue lo que encontraron en la expedición? — preguntó, haciendo todo lo posible para que los presentes olvidaran el evento.

—Lo desconozco. — ante las miradas confusas, agregó: —Se encuentra dentro de una caja, la cual no es demasiado grande. Tal vez del tamaño de una palma como mucho.

Cada vez que hablaba más del «objeto», peor era el sentimiento que le generaba. No solo atraía monstruos como la miel a las abejas, sino que tenía un sello que impedía descubrir su contenido. Esto estaba levantando tantas banderas rojas que ni siquiera sabía por dónde comenzar a decir lo que estaba mal.

—Estos monstruos… — Kiyohime se sobresaltó ante la voz de Ryuu, e incluso la diosa se inclinó hacia adelante ante su primera intervención no violenta —Ninguno de los monstruos estaba siguiendo su patrón de comportamiento. No solo es raro que decidan cooperar. He luchado contra lobos lo suficiente como para saber predecirlos. Esta vez fueron capaces de llevar a cabo una finta e intentar un envite por oleadas para desgastarme.

Kiyohime no sabía nada sobre animales salvajes, pero incluso ella tenía que admitir que ese no era un comportamiento que deberían mostrar. Si le hubieran dicho que fue un kobold, lo habría aceptado sin mucho problema, después de todo, eran lo suficientemente inteligentes como para mantener sociedades tribales.

—Y los gnolls. — esta vez fue la capitana —Son demasiado agresivos como para cooperar entre ellos, ni hablar de otras especies.

—¿Qué es un gnoll? — preguntó Kiyohime.

—La criatura que parece una hiena. — suministró la diosa Dia distraídamente —Y, si lo que dicen es cierto, significa que hay algo más detrás de ese ataque.

Todo el asunto era problemático desde un inicio. Ahora le acaban de decir que los monstruos adquirieron inteligencia de la noche a la mañana, armaron una especie de ejército e invadieron la ciudad. El hecho de que pudieran hacer algo así enviaba escalofríos a través de su columna.

Los monstruos no solo eran naturalmente más fuertes que un mortal, al menos la mayoría de ellos, sino que también contaban con una tasa de reproducción demasiado elevada. Lo único sobre lo que tenían ventaja era el intelecto superior, pero, si esa brecha comenzaba a acerrarse, la situación sería trágica de la noche a la mañana.

Kiyohime suspiró. Supuso que las cosas solo irían de mal en peor a partir de ahora. No obstante, al menos estuvo aquí para hacer las cosas más llevaderas para los mortales que habitaban el pueblo. Solo desearía haber hecho un poco más por todos ellos.

Negando con la cabeza, sus ojos se desviaron hacia la ventana, buscando la luna antes de que su cerebro pudiera ponerse al día y darse cuenta de que algo andaba mal. De hecho, no podía ver nada.

—¿Es eso niebla?

Su pregunta hizo que todas dirigieran sus ojos hacia donde Kiyohime estaba viendo. Y en ese momento, la puerta de la sala de estar se abrió de golpe cuando la mitad de la Familia irrumpió para hablar sobre el suceso que acababan de notar. Esto, por supuesto, no era natural. Todas se pusieron de pie y abandonaron la casa, y esta vez Kiyohime y Ryuu no olvidaron sus pertenencias.

Tal como pensaba, todo el exterior estaba cubierto por una niebla, la cual no era demasiado espesa, pero apenas permitía visibilidad por poco más de unos diez metros. Luego de eso, era difícil enfocar cualquier cosa, todo se veía borroso. Los miembros de la Familia Dia estaban dispersos, algunos incapaces de ser vistos, pero en completa alerta.

El arma de Ryuu ya estaba fuera de su vaina, mientras la portadora buscaba cualquier señal de peligro. Kiyohime la imitó, con ambos tessen desplegados en caso de cualquier proyectil. No hubo que esperar mucho.

Una figura se acercaba, apenas distinguible. Forzó sus ojos para poder tomar algún rasgo, pero fue imposible sin acercarse lo suficiente. Cosa que no quería hacer. Todos sus instintos, durmientes hasta el momento, le estaban gritando que debía alejarse de esa persona lo más rápido posible. Correr en la dirección opuesta y no mirar atrás.

Apretando los dientes, calmó tal deseo cobarde y permaneció en su lugar. Una Bendecida, no obstante, hizo el primer movimiento sin siquiera hacer preguntas. La mujer no se veía fuerte, apenas usando una placa para el pecho, acompañado de una falda púrpura y blandiendo un estoque, pero era veloz.

A una distancia en la que era un poco difícil verla, la notó realizar una estocada. Para su sorpresa, y la de todos si los jadeos indicaban algo, la figura esquivó a la derecha de la Bendecida con un movimiento suave y fluido, apenas fue un parpadeo para que desenvainara un arma y atacara. Fue un corte limpio, separando la cabeza del resto del cuerpo, antes de seguir caminando hacia adelante como si nada hubiera ocurrido.

Kiyohime, a pesar del horror que sentía, la detalló por completo. Era más alta que Ryuu, con una piel clara y larga cabellera negra, llegando hasta su muslo en un estilo de bollo con cola lateral. Aunque no era el momento para admitirlo, sus ojos rasgados eran hermosos, cuatro tonalidades en forma de aros, el del centro blanco, seguido de rojo, dorado y púrpura, usando delineador, lápiz labial y tatuajes en la frente de este último color. Y cuando parpadeó, el dorado y rojo intercambiaron posiciones.

Su armadura gritaba Yamato, aunque un poco demasiado atrevido. Apenas cubría su feminidad, como si los estuviera menospreciando y desafiando a matarla cuando apenas portaba protección en un vientre con al menos una decena de cicatrices; la parte superior ocultaba pechos generosos con algo parecido a placas en forma de llamas de un rojo intenso, y la inferior solo con bragas color vino, al igual que el resto de la ropa —medias y mangas— bajo la armadura. Esta última solo eran el sode y kusazuri, todos de un dorado suave.

La cuchilla que goteaba sangre era también de su hogar, una katana con una empuñadura de al menos tres palmas de largo, con un tsuka-ito violeta, guarda dorada y una hoja plateada. Tenía otra envainada, que no duró demasiado tiempo así, ya que la tomó con su mano derecha, que había estado libre hasta el momento.

La mujer sonrió, prometiendo violencia a quien se atreviera a dar el siguiente paso. A diferencia de Kiyohime, que estaba lista para retirarse, los miembros de la Familia ardían de rabia. La capitana fue la siguiente en atacar, seguida de la portadora del espadón.

La lanza fue desviada con un rápido movimiento, antes de detener por completo el arma monumental con solo cruzar las delgadas hojas. A pesar del peso y la fuerza detrás del golpe, la asesina apenas se inmutó ante aquello, logrando quebrar su guardia. Fue en ese momento en que se dio cuenta de algo que había ignorado: una cola de mapache negra, cuya punta era de un gris muy oscuro. Era una tanuki.

La estocada fue detenida por la nekomata, pero tuvo que poner ambas manos sobre el mazo, y aun así el ataque la hizo tropezar, cayendo junto a la humana. Ambas estaban vulnerables, pero la rápida asistencia de una inguami que vestía una capucha, golpeando con un hacha mientras la capitana intentaba empalarla por la espalda, les salvó la vida.

En una muestra de habilidad que la dejó sorprendida, y un tanto envidiosa, bloqueó el hacha antes de girarse y atacar a la capitana. Los cortes apenas fueron bloqueados, culminando con una patada que la hizo derrapar, impulsando a la asesina de regreso a la pelea con los otros tres miembros de la familia.

Chispas saltaban mientras tres intentaban asestar un golpe en una, que no parecía despeinarse mientras sus katanas volaban tan rápido que avergonzaría a la misma Ryuu, de quien, notaba, estaba igual de sorprendida por lo que estaba viendo.

—¡Escape de aquí, lady Dia!

El grito de la capitana detuvo la pelea por un momento, casi como si les recordase a todos que había espectadores. La asesina pateó a la nekomata y corrió hacia la diosa.

El cuerpo de Kiyohime se movió por instinto, cerrando los tessen e interponiéndolos entre la cuchilla y su propio cuerpo. La fuerza la dejó sorprendida, sus brazos debilitados, pero todavía aferrándose al regalo del dios Takemikazuchi mientras rodaba junto a la diosa Dia. Apenas fue capaz de vislumbrar la ofensiva infructuosa de Ryuu, que casi perdió la cabeza de no ser porque su oponente tuvo que bloquear de nuevo la lanza.

Con los brazos temblando, apenas fue capaz de ponerse de pie. ¿Esa era la fuerza de una Bendecida? Miró en dirección de la pelea que se desarrollaba, algo casi unilateral. Nadie de la Familia, exceptuando a la capitana, estaba en igualdad de condiciones; bueno, ella era un poco más lenta y débil que la tanuki, pero lo que las separaba en realidad era la diferencia de habilidad.

—¡Love! — volvió a gritar la capitana —¡La diosa y el paquete!

La nekomata, asintiendo, saltó hacia el interior de la casa, y en segundos que parecieron horas mientras otros dos miembros de la Familia estuvieron cerca de la muerte, Love salió con algo en su mano anteriormente libre. Una caja blanca, nada ostentosa a primera vista, pero que se destacaba gracias al papel en la parte delantera con un kanji completamente desconocido.

Tomando la mano de la diosa Dia, que forcejeó mientras gritaba que la dejasen libre, corrió para alejarse de la refriega. La capitana se tomó un momento para mirarlas a ella y Ryuu, diciendo:

—¡Síganla!

Kiyohime no tenía razones para obedecer, y quería quedarse para ayudar. Pero sabía que era inútil, y solo se convertiría en un peso muerto. Podría no haber tanta diferencia entre la asesina y ella en cuestión de entrenamiento formal, pero sí existía en poder y experiencia. Lo único que lograría al quedarse sería arrastrarlas al fondo y eliminar cualquier posibilidad de ganar... Y, una pequeña parte de ella, de la que solo sentía asco, estaba feliz de no tener que luchar.

Mirando a Ryuu, que parecía estar en un dilema similar, le dio un asentimiento en confirmación. Escuchó algo parecido a un gruñido antes de que guardara el sable y corriera detrás de la diosa y la nekomata, Kiyohime pisándole los talones.

Apenas unos pasos más adelante, se sobresaltó al percibir un objeto que volaba. La ignoró a ella y Ryuu, clavándose en la espalda de Love que gritó de dolor. La nekómata cayó, casi derribando a la diosa en el proceso, mientras que la caja rodó de sus manos. Sin siquiera darle tiempo a la diosa Dia para sufrir por su niña caída, Kiyohime la arrastró mientras lloraba, notando que Ryuu tomó la caja.


La violencia detrás de los golpes aumentó una vez la nekomata cayó muerta, evitando que pudiera ir tras los dos que se estaban escabullendo. Apretó los labios, a pesar de que estos tiraban hacia arriba por la emoción de la batalla y apenas evitando que una carcajada resonara en el lugar. Realmente lo había arruinado, dejándose llevar por su deseo de matar en lugar de seguir la orden de recuperar el paquete. Podía rectificarse, y tenía planeando hacerlo, pero no le gustaba hacer que su diosa esperase.

Estaba apuntando a Dia, pero la nekomata fue demasiado rápida y se usó a sí misma como un escudo de carne. Pensó que sería una misión aburrida, pero, con todos los miembros restantes de la Familia aquí, luchando contra ella, desesperados pero deseosos de venganza, entregándose a una batalla con la única intención de matarla a pesar de saber que ya no había vuelta atrás y que la derrota era su destino más probable… Lo estaba disfrutando.

Lo único lamentable de todo el asunto era que le tomaría algo de tiempo seguir a la diosa, que se habría quedado a presenciar la masacre de no ser por la ryūshu. Si la capitana no tuviera algo de habilidad, hacía tiempo que esto hubiera terminado. Era decente, pero solo matando monstruos. Esta debía ser su primera vez enfrentando a un mortal que la superase.

—Deberían empeñarse en mejorar su juego, si no quieren terminar como sus compañeras.

Casi podía escuchar el rechinar de sus dientes, el odio sin adulterar que se filtraba a través de sus ojos era embriagador. Que intentasen capturarla con cualquier método sucio, como el intento de la inugami de cegarla con tierra, los ataques por la espalda o desde distintas direcciones… le encantaba.

Bailó con ellas en dirección de su katana lanzada, arrancándola del cadáver mientras lo pateaba, derribando a la humana con una gran espada. El grito de indignación de la capitana fue música para sus oídos, mientras el acero chocaba entre sí.

Se permitiría disfrutar todo esto antes de comenzar la cacería oficial. Esperaba que el par que ahora estaba junto a la diosa sirviera como entretenimiento, porque estaría muy decepcionada si no fuera así.

—¿Por qué no subimos el nivel? — la pregunta vino acompañada de una pequeña carcajada.

Esquivando los cortes y obligándolas a retroceder, cruzó los brazos frente a ella, con las katanas en apuntando al cielo nocturno. Estaba a punto de ver qué tanto podían entretenerlas estas cazadoras de monstruos. Esperaba que no fuesen una completa decepción… Siempre podría intentar encontrar algún luchador decente dentro del pueblo, pero lo dudaba; no tenía interés en los débiles, tanto de voluntad como de mente y cuerpo.