Bendición
La puerta casi pareció salir disparada de sus bisagras gracias a la patada de Ryuu, y estaba segura de que notó una pequeña grieta en el sitio del impacto. Tampoco importaba mucho, porque, en menos de lo que tardó la bandeja de la camarera en caer de la sorpresa, un par de armas ya las estaban apuntando a las tres; las cuales bajaron casi de inmediato al ver sus aspectos.
El interior de la posada a mitad de la carretera dejaba un poco que desear, pero supuso que, para un lugar que recogía a cualquier persona que estuviese andando, estaba limpio. Las sillas eran de madera resistente, al igual que las mesas y cada cosa que pudiera ver; había alguna que otra pata más larga que otra, pero no le prestó atención.
Apenas había gente, contaba unos cinco desperdigados por el interior, dos quintos siendo mujeres y los otros tres hombres, musculosos, sin afeitar por días y cicatrices para mostrar. Las armas que ahora descansaban sobre la mesa estaban desgastadas, símbolo de que no eran para exhibición.
Ignorándolos, Kiyohime le lanzó su bolsa de mons a Ryuu, que de inmediato sacó unas cuantas monedas antes de arrojarlas sobre la barra y seguirlas escaleras arriba luego de recibir tres llaves. Abrió una de las puertas, donde Kiyohime llevó a la diosa y la sentó sobre la cama, quien no había dicho una palabra durante el último día. Solo se dejó arrastrar en silencio.
Había otras dos sillas, tomada tanto por Ryuu como por ella; estaban tan agotadas que ni siquiera se molestaron en separarlas lo suficiente. Sus rodillas estaban a centímetros de distancia, pero la enmascarada dejó caer su cabeza sobre la mesa. Hizo un sonido sordo cuando el material de la máscara chocó contra la madera, pero no soltó ningún quejido.
Este momento de paz le sirvió para recapitular los eventos. Comenzó a abanicarse de forma distraída, uno de los muchos hábitos suyos cuando estaba nerviosa y quería que sus manos estuvieran haciendo algo, cualquier cosa. Las manos quietas la hacían sentir inútil; desearía poder cocinar, bordar o preferiblemente bailar.
Fue un desastre. Dioses, todo fue un desastre, y llamarlo así sería decirlo a la ligera. Los acontecimientos sucedieron apenas comenzando a ocultarse el sol del día anterior, y todavía se sentía temblar ante aquella asesina. Fue la primera vez que veía algo, o alguien, hostil que podía someterla sin ningún problema. El hecho de poder bloquear el primer y único ataque, aquel que debilitó sus brazos, solo fue pura suerte… Y lo peor era que, al final, la tanuki debería contar con una Bendición de Segundo Grado.
Luego de aquello, tuvieron que abrirse paso a través de más criaturas; no demasiadas como durante la invasión, pero sí las suficientes como para ser un estorbo. Por suerte, Ryuu prácticamente las obliteró con una mezcla de habilidad y velocidad abrumadora, todo nacido de la experiencia, algo de lo que Kiyohime carecía; demostró que no había estado haciendo todo lo posible durante su lucha de práctica. Aquella demostración de fuerza le hizo estar agradecida de no haber convertido a Ryuu en su enemiga.
Todavía era capaz de recordar los gritos. Los habitantes del pueblo que suplicaban por ayuda. El llanto de las madres que superaban con creces los de sus propios hijos. El ruido de las armas chocando entre sí. Hizo oídos sordos mientras corría, amortiguándolos con el martilleo de su propio corazón. Pero ahora, en el silencio relativo de la posada, cuando solo la respiración de Ryuu y la diosa Dia eran los ruidos más cercanos, era imposible acallarlos.
Todo aquello fue… simplemente injusto. Esos hombres y mujeres no se merecían tal destino por la cruel casualidad. Ni siquiera pudieron elegir. Estaban solo en el momento equivocado. Y ella simplemente los abandonó a su suerte porque era débil.
Negando con la cabeza, quemó el pensamiento y siguió a uno un poco menos sombrío. Si el hecho de prácticamente arrastrarse por un día entero sin dormir, o detenerse hasta encontrar esta posada, era «menos sombrío». Fue una marcha sin descanso, comiendo incluso en movimiento para hacer la mayor distancia entre el pueblo y ellas. Para que el sacrificio de los miembros de la Familia no fuese en vano.
Y la melancolía de la diosa la estaba afectando, por mucho que el rostro de Kiyohime estuviese congelado en su sonrisa plácida que denotaba neutralidad. Una máscara aristocrática finamente elaborada para cualquier situación. Una forma de esconder sus sentimientos del mundo, para que ardieran a fuego lento dentro de ella.
Se podía decir que Kiyohime perdió a su hermana, maestro y los niños del orfanato cuando abandonó su hogar, y posiblemente no sería capaz de volverlos a ver si su excusa de padre tenía voz y voto en el asunto. Dolía de una manera extraña, como si algo dentro de ella, algo que desconocía, se hubiera congelado hasta el punto del entumecimiento.
No obstante, Kiyohime todavía contaba con el consuelo de que estaban vivos. Si bien era imposible compartir la alegría con ellos, al menos sabía que podían seguir sintiendo felicidad. Al menos eso apaciguaba el malestar que amenazaba con devorarla por completo.
Pero la diosa no contaba con eso. Ella vio, con sus propios ojos, la pérdida de sus «niñas». Sus gritos de desesperación para que escapase. El cómo se sacrificaban para comprarle algo de tiempo a un ser que, en esencia, era inmortal. Que la defunción de aquel cuerpo mortal, algo difícil por medios normales, solo era una interrupción pequeña en el gran esquema de las cosas. Solo volvería a Takamagahara, también conocido como Tenkai, donde debería permanecer al menos un tiempo si recordaba bien las reglas. No era el final, y nunca lo sería para los dioses.
Y, a pesar de que, la muerte tenía mucho más peso para los mortales, no dudaron en entregar sus pequeños suspiros en el mar del tiempo. En confiar su tesoro a un par de desconocidas que solo estuvieron allí por los azares del destino. Kiyohime solo podría llamarlo algo trágico, pero, a pesar de ello, seguía habiendo una belleza extraña en tal deber y devoción. Una hermosa tragedia de la que no deseaba formar parte, aunque ya fue arrastrada al centro del escenario.
—Lamento arrastrarlas a todo esto.
Aquellas fueron las primeras palabras de la diosa en todo un día. Su voz salió ronca, así que Kiyohime le entregó agua de inmediato. Lo tomó con una suave sonrisa de agradecimiento antes de beber. Ryuu se había levantado, mirando fijamente a la deidad, pero sin expresar más nada que un poco de mal humor reprimido.
—Dia-sama no debería preocuparse por trivialidades como esa.
—"Trivialidades", ¿eh?
Tal vez se equivocó en la elección de palabras, pero ¿podían culparla? No estaba en su mejor momento ahora y no podría ser tan elocuente como su ser habitual. Estaba tan cansada que no se quejaría si incluso tuviera que dormir en el suelo. Así que la cama barata de una posada aleatoria no podría ser peor que su saco de dormir, que era en realidad solo un grupo de pieles con una manta a juego, no un saco real.
—No es lo que quise decir, yo…
—No hay necesidad de eso, — la interrumpió con suavidad —todas estamos cansadas.
—Pero no es lo importante ahora. — esta vez habló Ryuu, cruzando sus brazos —¿Cuáles son tus planes?
—¡Ryuu-san!
Kiyohime también quería conocer esa parte, pero no estaba en ellos, meros mortales, interrogar a una diosa. ¿Y hacerlo con una que todavía estaba sufriendo la pérdida de su Familia? ¡¿Cuán insensible podía ser esta persona?!
—Está bien. No me molesta. Y Ryuu tiene razón. — la diosa Dia se mantuvo en silencio luego de la frase, mirando el odre en sus manos. Pareció que estaba reordenando sus ideas, porque, luego de unos minutos, dijo: —El destino original es Orario.
Kiyohime abrió muchos los ojos. Su destino final era Orario. No de inmediato, por supuesto, ya que primero deseaba ver lo más que podía del mundo. Sacar lo mejor de una mala situación. Aunque, al final, quería llegar a Orario, el autoproclamado centro de Genkai. Lo que no era descabellado, teniendo en cuenta la gran cantidad de divinidades que lo hacían su hogar… Supuso que incluso los bárbaros tendrían algo sobre lo que presumir.
Echó un vistazo a Ryuu, que se había puesto rígida como la cuerda de un koto. ¿Significaba eso que…? No importaba. Era asunto de la enmascarada. Devolvió su completa atención a la diosa, que parecía haber ignorado cualquier reacción. Kiyohime preguntó:
—¿Por qué Orario?
—Porque si es posible averiguar el contenido, no existe un mejor lugar para hacerlo. Investigadores, dioses del conocimiento y cientos de magos con los que colaborar. La ciudad de lord Urano es la mejor opción de todas.
Kiyohime mordió su labio. Tenía que decirle que, si quería encontrar una respuesta, el mejor lugar no sería otro que Yamato. Por supuesto que, como diosa, debía saber que se trataba del idioma de su tierra. No obstante, más allá de las deidades patronas y matronas de Yamato, los demás ignorarían su propio sistema esotérico.
Aunque ella no estaba bien versada en el manejo del maryoku más allá de obligarlo a cumplir su voluntad, reconocería el Onmyōdō en cualquier parte. A diferencia del sistema mágico de la gente del continente, que se ha mezclado y mancillado entre sí, pervertido hasta ser no más que un amasijo inconexo de artes brutalizadas, Onmyōdō ha permanecido puro gracias al aislamiento de Yamato. Incluso su pequeño truco era una manipulación de dicho arte.
Pero no se atrevió. Dar ese pequeño detalle significaba que creaba una opción, y volver a casa no lo era para ella. No solo tendrían que dar media vuelta y arriesgarse a caer en el regazo de la tanuki, quien estaría feliz con cortarles la cabeza a la vista. En todo caso, si lograba, por algún milagro, sobrevivir a la asesina, estaba segura de que los marineros del puerto, sobornados por su padre con anterioridad, la tirarían por la borda en el momento en que el barco estuviese a mitad de su recorrido. O en el peor de los casos…
—Mi destino final es Orario. — dijo Kiyohime, puesto que se había quedado callada por mucho tiempo —Escuché maravillas del centro del mundo.
La diosa mostró una sonrisa débil. La mayoría de las divinidades se sentía orgullosas de la ciudad, porque, a pesar de no haberla ayudado a fundar, fue la demostración de la estrecha colaboración entre lo mortal y lo divino.
—¿Estás sugiriendo que deberíamos acompañarla? — preguntó Ryuu con dureza.
Kiyohime apretó el Tessen en su mano, mirando a su compañera de viaje como si pudiera quemarla en el acto. ¡Comenzaba a cansarse de aquella actitud desdeñosa! ¡Ni siquiera tenía respeto por lo divino! Realmente, no podía esperar nada mejor de los bárbaros del continente.
—Jamás pediría tal cosa. — habló la diosa antes de que Kiyohime pudiera decir algo —Les estoy agradecida, pero no puedo seguir pidiendo más. Pode…
—Te llevaremos a Orario.
La interrupción de Ryuu, junto a las palabras que gruñó, las dejaron a ambas sorprendidas. ¿Simplemente se ofreció como voluntaria para eso? Y no solo ella, sino que también inscribió a Kiyohime, dicho sea de paso. Esto no le molestaba, por supuesto, pero la dejaba anonadada el que un «nosotros» saliera de los labios de la presunta supremacista humana.
La diosa Dia miraba a Ryuu en shock, incapaz de esconder el agradecimiento que sus ojos estaban transmitiendo. Miró a Kiyohime de la misma manera, quien solo desvió la mirada mientras sus mejillas enrojecían. Ser observada de esa forma era injusto.
—Y-yo… — la diosa tartamudeo, con lágrimas formándose en sus ojos —No sé qué decir… Solo… Gracias…
Ryuu también desvió la mirada y masculló algo ininteligible. No se esforzó por escuchar, ni tenía deseos de forzar las palabras fuera de ella. Kiyohime solo aceptaría este extraño momento de generosidad de ella. Al parecer, tenía algo de respeto por lo divino debajo de toda esa capa de vulgaridad.
Pero había un problema. Por mucho que se ofrecieran como voluntarias para la escolta de la diosa, existía el inconveniente de que no eran mejores que un guerrero común. Bueno, Kiyohime contaba con el entrenamiento de un dios de la guerra y su talento como raza superior; Ryuu hacía alarde de una experiencia que rara vez adquirían las chicas de esa edad. Pero nada de eso les servía contra una Bendecida de Segundo Grado que se hizo cargo de los sobrevivientes de la Familia Dia. No era plausible, a menos que…
—Si están dispuestas, puedo otorgarles una falna. — dijo, como si leyera su mente.
Los ojos de Kiyohime se abrieron con sorpresa por segunda vez, mostrando más expresiones indignas. Una Bendición no era algo que se ofreciera a la ligera. Era, ante todo, un contrato vinculante entre un mortal y una divinidad. Cargar una Bendición era hacerse representante de un dios.
Todo esto lo contaba desde su perspectiva como yamanesa. A pesar de que había investigado que en Orario las falnas eran casi comerciables, en su nación, era algo más que íntimo. Ni siquiera se atrevió a pedir tanto a su maestro. Aquél vínculo no se hacía a la ligera, porque ese juramento vinculante era como entregar un trozo de su alma.
Incluso si en Orario las Familias podían mantener demasiados miembros como para contar, en Yamato, la mayoría se conformaban con guerreros de élite de entre cuatro y cinco, tal vez seis como máximo. O la nobleza que dirigía la nación, para el caso. Se confirmó que el hombre más fuerte contaba con un Sexto Grado, y el promedio era de cuatro, al menos de los que luchaban constantemente.
Y aquí le estaban ofreciendo algo como eso. No solo la capacidad de alzarse sobre la mortalidad, sino también un juramento donde honraría a Dia incluso cuando, o si, regresaba a Tenkai. Su palabra sería ley, sus deseos órdenes, cada meta debería conseguirse incluso si Kiyohime tenía que usar su propio cuerpo como escalón.
—Eres de Yamato, ¿no es así? — preguntó la diosa con una sonrisa, notando su vacilación. Kiyohime asintió. —No exigiré nada más que una escolta de ti, no estarás ligada a mí mediante un juramento.
—¡Pe-pe…
—Sería injusto de mi parte tomar más de lo que están dispuestas a ofrecer.
Mordió su labio con fuerza, sin molestarse en ocultar su expresión. Le estaban ofreciendo una salida, a pesar de que iría en contra de todo lo que le fue enseñado. Simplemente tomar una Bendición y no ofrecerse como pago era algo más que solo indecoroso; innoble, inmundo y profano.
Pero la diosa casi le estaba rogando que aceptase su oferta bajo sus condiciones. No quería negarse a una petición divina, pero renegar de sus creencias… Sacudió la cabeza. Había una prioridad ahora, y era la vida de la diosa. Podría luego, si sobrevivía a todo esto, expiar su falta de respeto hacia las creencias de su tierra.
Ofreciendo un asentimiento vacilante, la sonrisa de la diosa Dia se iluminó. ¡Era injusto que la mirase de esa manera! La aprensión fue reemplazada con la vergüenza que rápidamente cubrió con el tessen. Lo que le recordaba que lavarlo estaba en orden.
—Creo que deberíamos proceder con sus Bendiciones. Mañana, si descansamos lo suficiente, llegar a la ciudad de Altenia no será un problema. ¿Te gustaría ir primero, Kiyohime?
Asintiendo con un poco más de convicción, notó a Ryuu ponerse de pie. La Bendición era un proceso íntimo, por lo que casi nunca había un tercero en la habitación. Podía haber excepciones, pero no existía confianza entre ambas como para permitir tal cosa.
Cuando la puerta se cerró, el silencio descendió sobre ambas. Inhalando y exhalando con más fuerza de la debida, se puso de pie. Las manos fueron hasta el obi que se aferraba a su cintura, desatándolo con manos temblorosas. Fue un proceso un poco largo ya que sus dedos no querían colaborar.
Esto era ridículo. No estaba avergonzada de su cuerpo. Era una raza superior, y a pesar de que reconocía la inmadurez de su figura, era hermosa. Una belleza que crecería con el tiempo… Simplemente no estaba habituada a exhibirse de esa manera. Era indecoroso y vulgar.
Cerrando los ojos, removió la parte superior junto a la ropa interior. Se tumbó en la cama, haciendo todo lo posible para cubrirse. Aunque no podía dar fe del pensamiento, creía que la diosa estaba sonriendo.
—Deberías relajarte.
—N-no es por ofender a Dia-sama, pe-pero es más fácil decirlo que hacerlo.
La pequeña risa que se escabulló a través de los labios de la diosa fue tanto reconfortante como agravante. El hecho de haberla ayudado a olvidar el dolor por un momento era una victoria, pero no le gustaba que fuese a costa de su modestia y pudor.
Casi saltó de su piel cuando sintió las manos de la única persona dentro de la habitación tocando su espalda. No era parte del ritual, pero el pequeño masaje que estaba recibiendo la ayudaba a liberar la tensión acumulada.
—Pensar que te verías tan orgullosa, pero serías así de tímida. — murmuró la diosa, divertida por la situación.
—U-una dama está reservada solo para su esposo.
—Ambas somos chicas, no creo que estés rompiendo ningún tipo de tradición.
Quería decirle que esa no era la cuestión, pero prefirió permanecer callada y disfrutar de la sensación. Pronto, casi podía quedarse dormida allí donde estaba, y el hecho de no haber descansado en veinticuatro horas no ayudaba al asunto.
Y antes de poder ser reclamada por el agotamiento, todo su cuerpo fue envuelto por un calor reconfortante. Era imposible describirlo por palabras, pero se sentía como ser acunada y arrullada. Era como ser invencible. Una sensación que la hacía sentir tan feliz que era casi adictivo, y cuando estaba llegando al punto en que creía que no podría vivir sin eso, desapareció y escuchó un jadeo.
—¿Hay algo mal? — preguntó, atontada por la situación.
—N-no, pero… E-es solo… ¿Dos Habilidades?... Bueno, podría contar como una y su acompañante… Pero, ¿magia?... ¿Y en realidad eres...?
Cuando sintió que la diosa se alejaba, no fue capaz de preguntar más porque la notó volver de inmediato con un trozo de papel que se posicionó en su espalda. Fue solo un par de segundos y pronto estuvo frente a ella, pudiendo leer su contenido en perfecto yamanés.
Nombre: Sanjōno no Kiyohime
Sexo: Femenino
Raza: Ryūshu
Edad: 12
Familia: Dia
Nivel: 1
Estado
Fuerza: I-0
Endurecimiento: I-0
Agilidad: I-0
Destreza: I-0
Magia: I-0
Habilidades
Ryū no Musume: Sangre de dragón corre por sus venas y otorga Magia Congénita.
Karyū no Kaku: Núcleo de dragón de fuego que otorga afinidad y resistencia elemental.
Magia Congénita
Henge (Karyū): La sangre de dragón que corre por sus venas le permite la metamorfosis, que concede una mejora de Estado a elección, la cual es proporcional a su condición actual.
—Ryū no Tsume: Incremento de Fuerza.
Ryuu se apoyó en la pared en el momento en que abandonó la habitación, cruzando sus brazos con un resoplido despectivo. Jugueteó con una de las llaves; las otras dos habitaciones estaban una frente a la otra, a la izquierda de la actual.
¿Fue realmente necesario ofrecerse para ayudar?... Diría que sí, pero no era algo típico de ella. Y tampoco se debía a motivos altruistas, porque, al igual que cada decisión que plagaba ahora su vida, fue hecha por desprecio. Los habitantes de su bosque no tenían un alto respeto por los dioses; sabían que eran superiores, pero, en su arrogancia, los miraron desde arriba ya que la mayoría elegía forma humana al descender.
Así que por eso decidió ayudarla, y nada menos que con la mestiza. Si podía hacer esto, si estaba en ella tener la paciencia para no solo soportar, sino también ayudar a una raza inferior, demostraría de una vez por todas que era mejor que todos esos viejos racistas y miopes. Ella era diferente… tenía que ser…
Luego estaba el asunto de la falna. Quería el poder. Lo necesitaba si tenía intención alguna de viajar. Que pudiera encargarse de cosas tan lamentables como goblins, kobolds y gnolls no significaba que siempre pudiera salirse con la suya en esto. Y adquirir una Bendición sin tener que entregarse a la divinidad que la concedió era una oportunidad única en la vida.
La apertura de la puerta la sacó de sus pensamientos, y una Kiyohime ruborizada, cuyo rostro denotaba sorpresa mientras apretaba un trozo de papel, se arrastró fuera de la habitación. Levantó una ceja ante la vista, pero no dijo nada e ingresó, cerrándose detrás de ella.
La diosa estaba de pie junto a la cama, sonriendo mientras le hacía una señal para acostarse. Sin demasiadas dudas, retiró la máscara y la capa, revelando al mundo sus orejas puntiagudas. La divinidad ni siquiera se inmutó.
Dudando, se deshizo de la prenda superior con su rostro cada vez más rojo. Había olvidado que esta era la forma en la cual se otorgaban las Bendiciones. Sacudió la cabeza y lo hizo rápido, acostándose sobre la cama.
El proceso no tomó demasiado tiempo, pero, a pesar de nunca admitirlo, se sintió como en las nubes. Pronto, tuvo un trozo de papel en sus manos.
Nombre: Ryuu Lion
Sexo: Femenino
Raza: Elfo
Edad: 13
Familia: Dia
Nivel: 1
Estado
Fuerza: I-0
Endurecimiento: I-0
Agilidad: I-0
Destreza: I-0
Magia: I-0
Habilidades
Bendecida por el Viento: Como hija de la familia Lion, fue bendecida al nacer por el espíritu del viento que reside en el Árbol Sagrado Noah. Los efectos de la magia relacionada con el viento y su estadística de Agilidad son mayores.
Magia Congénita
Viento a Favor: En lugar de sufrir cualquier tipo de resistencia por parte del viento, este ayuda a mejorar su movimiento.
§
Salió de la habitación, otra vez agradecida de que la máscara pudiera cubrir todo su rostro sonrojado. El papel que le entregó la diosa estaba en sus manos, y se aseguró de tachar su raza con un trozo de carbón que encontró dentro de uno de los cajones.
Diría que estaba sorprendida, en el buen sentido. Sabía que era extraño contar con una habilidad, pero allí estaba. No tenía la más mínima idea de que había sido bendecida al nacer, no obstante, tenía sentido si pensaba en que venía de una familia importante.
Kiyohime estaba de pie allí, y sin ningún intercambio, bajaron al primer piso. Por mucho que no les faltara comida, todos se aburrían en algún punto de las raciones para el viaje. Algo caliente sería perfecto, y al parecer venía con las habitaciones.
Eligieron la mesa más cercana a las escaleras en caso de una emergencia, y la camarera, una mujer entrada en años, tomó su orden. Algo simple como un caldo con el pan más reciente que tuvieran; vegetariano para Ryuu, y con carne para Kiyohime. Todo fue hecho por esta última de forma mecánica.
—No sé cómo agradecerte lo que estás haciendo, Ryuu-san.
La primera en romper el silencio fue, obviamente, la chica. Y de una manera que no le gustó en lo más mínimo. No merecía agradecimiento alguno por sus acciones. Se sentía mal recibir gratitud cuando sus motivos eran egoístas. Pero no dijo nada, y a ella no pareció importarle su negativa a hablar.
Permanecieron de esa forma hasta que la camarera les entregó su pedido. Ryuu cavó lo más rápido que pudo con su máscara, apenas moviéndola para permitir la entrada de la cuchara. Y, a pesar del retraso, terminó más rápido que su compañera y ahora solo estaba mordisqueando el trozo de pan.
Kiyohime, por su parte, jugueteaba un poco con el contenido. Bebía de vez en cuando, pero evitaba tocar los trozos de carne que flotaban con abandono. Y cuando estos llegaban a su cuchara, los hacía a un lado y repetía el proceso de revolver el caldo con rostro aburrido.
Incluso si no le importaba particularmente, había averiguado que esta chica tenía una afición insana a la carne. El hecho de que la rechazara de esa forma era, cuanto menos, extraño. Y lucir tan aburrida, al menos en la superficie, no coincidía con lo poco que había visto de ella. Siempre se aseguraba de tener esa sonrisa falsa adornando sus mejillas. ¿Por qué…? Oh, cierto.
—¿Primera vez que ves tal número de muertos? — decidió preguntar.
El estremecimiento de todo su cuerpo, acompañado de las náuseas evidentes, fue suficiente respuesta. ¿Cómo se le ocurría a una niña, que nunca en su vida vio sangre mortal, hacer un viaje como este por su cuenta? Incluso si fue desterrada o algo parecido, existía una alternativa. Ryuu estaba segura de que no todos serían como ella a esa edad, pero debería tener algo de sentido común.
—¿Tú lo has hecho? — preguntó de vuelta, fingiendo compostura.
Ryuu solo asintió. Había derramado sangre. Si cerraba los ojos, podía recordar a todos los mercaderes, exploradores o curiosos mortales que accidentalmente se perdieron en su bosque. Cuando no había ruido a su alrededor, escuchaba sus voces de súplica, deseando misericordia, o sus gritos de dolor, maldiciendo sus destinos. Los ancianos la instarían, por supuesto, porque ella sería la futura defensora del Árbol Sagrado Noah. Si no sabía matar, era una inútil. Y, para ellos, las razas inferiores no eran mejores que animales.
Mató por el bien de su hogar. Al menos, esa fue la mentira que intentaron venderle. Solo fue una herramienta para que esos ancianos racistas pudieran seguir inmersos en su paraíso imaginario. Una herramienta que luego usarían como animal de cría para cualquiera de sus primos, o algún elfo importante fuera de su bosque, todo con el fin de crear la próxima generación Lion.
—¿Có-cómo haces para olvidar? — preguntó Kiyohime, sacándola de sus pensamientos.
Quiso reírse de su pregunta, pero no lo hizo porque una vez, en un pasado que ahora parecía lejano, esas mismas palabras traicioneras fueron susurradas por sus labios.
—Nunca lo haces. — dijo mientras se ponía de pie, dispuesta a marcharse.
—E-espera. — por un segundo, cualquier máscara de dignidad que resquebrajó, y no hubo nada más que una niña frente a Ryuu. No duró demasiado, por supuesto. —M-me preguntaba si quería hablar un poco.
Estuvo tentada a rechazarla. Estaba cansada, adolorida y deseosa de poder descansar sus maltratados huesos contra una superficie blanda. No tenía ganas de permanecer aquí mientras veía a la chica revolcarse en su propia miseria. Pero, contra su buen juicio, cayó una vez más en su asiento.
Podría mentirse y decir que no sabía por qué estaba haciendo esto por ella. O inventar alguna excusa egoísta, repetirse que fue solo para patear los egos de los ancianos en su mente. Pero había una verdad demasiado innegable. Ella habría querido que alguien estuviera allí para hacerle compañía cuando la presencia de la muerte la visitó por primera vez. Podría no ser el egoísmo lo que la movía ahora, pero bien podría sacar algo a cambio.
—Con dos condiciones. — señaló, mirando cómo se comportaba de forma tan mansa —Intercambiaremos nuestras falnas. Quiero saber de qué eres capaz si voy a trabajar contigo. — pareció aceptar el razonamiento, aunque vacilante —Y me dirás quién te entrenó.
Había escuchado la conversación que tuvo con la diosa mientras esperaba fuera, así que sabía que Kiyohime contaba con dos Habilidades y una Magia Congénita. Eso explicaría su capacidad de manejar la Mente sin la necesidad de una Bendición, a diferencia de Ryuu, quien no sabía que contaba con lo que su falna mostró.
Luego estaba el asunto de su entrenamiento. Podía no tener experiencia, pero, quien le hubiera enseñado, hizo un excelente trabajo con ella. Si fueran de la misma edad y con la misma experiencia, Ryuu habría perdido aquel duelo improvisado. Como extra, un recuerdo lejano la ayudaría a evitar pensar en el derramamiento de sangre, a pesar de que esta no era su principal intención.
Cuando intercambiaron papeles, vio la forma en la cual la tinta parecía disolverse, antes de que las letras cambiaran a un idioma legible para ella. Al parecer había acertado en la edad de Kiyohime, que también contaba con un nombre extraño y ¿qué demonios era un ryūshu?
Mientras seguía bajando, se quedó boquiabierta al descubrirlo y miró entre el papel y la chica. Sus ojos se demoraron en sus cuernos, antes de volver a leer para asegurarse de que no se había equivocado en lo más mínimo.
—¿Realmente eres una dracónida? — preguntó en un susurro.
—Ara, ¿ese es el nombre que recibimos en el continente? Ciertamente se escucha… vulgar. — pareció recuperar algo de su altivez ahora que estaba en una conversación casual —Y sí, soy una orgullosa ryūshu.
En lugar de pasar una mano por su cabello como había visto hacer a muchas elfas vanidosas, Kiyohime acicaló sus cuernos con ternura, pero con igual presunción jactanciosa. ¿Esta chica no conocía el peligro o qué? Al parecer, iba a hacerle otro favor a esta niña.
—No vuelvas a decirlo en voz alta. — advirtió, notando su confusión.
Ahora Ryuu podía entender la razón de su orgullo y petulancia. Los dragones eran seres de poder, cuya sola presencia azotaba el corazón de los más valientes por igual, y solo los desquiciados suicidas sin una sola pizca de amor propio lucharían contra uno.
Los dracónidos, mortales que se decía que tenían la carne, sangre y alma de estos seres, eran los portadores de tantas leyendas y mitos que había perdido la cuenta, incluso entre su gente aislada. Tal vez su bosque podría no tener tantas historias, pero ella las había escuchado hasta la saciedad.
Se decía que la sangre de estos mortales no solo era un reactivo alquímico del más alto orden jerárquico, sino que esta misma sangre, al parecer, otorgaba la inmortalidad a quien lograse beberla y un poder que solo podía ser superado por las divinidades. Y los más degenerados aclamaban que su carne, a diferencia de la de sus parientes más bestiales, era un manjar por el cual los reyes irían a la guerra y los dioses codiciarían.
Si a ella le advirtieron que ser una elfa traía la envidia de las razas inferiores y un deseo de muerte, entonces ser una dracónida era una sentencia absoluta. Los monstruos los perseguirían de la misma forma que a cualquier mortal, y sus «aliados» codiciarían su propio cadáver.
Ver la expresión horrorizada de Kiyohime al contarle todo esto debió traerle algo de alegría. Pero no había nada de eso. Solo un sentimiento enfermizo de envidia que, hasta ahora, era la primera vez que lo experimentaba; era la primera vez que estaba frente a una raza por encima de la suya. Y, aferrándose como un parásito, estaba una alegría desenfrenada que le fue imposible ubicar y la dejó tan confundida que perdió la oportunidad de actuar en base a su negatividad.
—Gracias por la advertencia. — dijo mientras se inclinaba en su asiento —Las cosas son… diferentes en mi hogar.
—¿Diferentes?
—Los ryūshus somos aclamados en Yamato. Existe la posibilidad de que alguno no porte un tipo de título nobiliario, pero todos lo somos desde el nacimiento. No importa incluso si uno de nuestros padres fuese el plebeyo más humilde.
Lo que se traducía en que, quien fuera familia de dicho dracónido, tendría una vida de lujos asegurada. No obstante, esta chica estaba aquí, a kilómetros de su hogar en lo que claramente era un exilio en todo menos el nombre. Si era de la mayor jerarquía, ¿a quién enfadó ella o su familia para granjearse ese destino?
De todas formas, toda la actitud arrogante de esta chica tenía más sentido con cada segundo. No solo miembro de una raza cuya sangre y carne era codiciada, sino que en su nación los tenían en tan alta estima que se les concedía la nobleza solo con existir. Le sorprendía que su ego no estuviese mucho más inflado que eso. Casi podía decirse que era humilde.
—¿Nadie intenta cazarlos en tu nación?
Aquel cuestionamiento pareció horrorizarla, como si hubiera preguntado algo que fuera imposible de concebir. Era como si el mero pensamiento de que tal cosa ocurriese fuese de lo más ofensivo. No tenía que exagerar tanto, además, todo era posible y nadie nunca conocía a los suyos lo suficiente como para depositar una tan fe ciega.
—¡Nadie haría algo como eso! — su voz se elevó, atrayendo miradas.
Ryuu se encogió de hombros. No era asunto suyo, entonces. Los dracónidos eran lo suficientemente raros como para que verlos fuese una ocurrencia de una sola vez en la vida. Y la mayoría decidía ocultarse, ya que, tenía entendido, no era tan evidente a primera vista. Al menos, no tanto como Kiyohime, que iba exhibiendo los cuernos con tanto orgullo y pasión.
—Asesinar a un ryūshu es condenado con la muerte. No importa si es el emperador mismo quien lo hace. ¡Se considera un pecado imperdonable dañar… — se interrumpió al recordar que no debería gritar aquello —Se considera un pecado dañar a nuestra raza. Somos tan pocos que cada uno es valioso.
Su voz cargaba tal melancolía que Ryuu fue tomada por sorpresa ante eso. ¿Estaba tan preocupada por los suyos, o se trataba de algo mucho más personal que eso? No tenía pensado indagar sobre el tema, pero no se podía negar que estaba curiosa al respecto.
—Es tu asunto. Ahora responde. ¿Quién te entrenó?
La melancolía se atenuó ante la pregunta, y aunque todavía estaba presente allí, fue apocada por la felicidad y una sonrisa mucho más sincera. Era obvio que apreciaba a su maestro.
—Fui entrada por Takemikazuchi-kami-sama.
Ryuu abrió mucho los ojos. No conocía a tal deidad, y no lo habría sabido de no ser por lo agregado al final. Desconocía el idioma, pero fue la forma en la cual se refirió a la diosa Dia antes de que le pidiera ser menos formal. Solo había que atar cabos.
—¿Es él…? — la pregunta se dejó colgando, pero ella respondió con alegría:
—Un dios de la guerra.
Estaba incrédula. Eso explicaba la habilidad de la chica. Ser entrenado personalmente por uno de los dioses de la guerra era un privilegio por el que los guerreros matarían y morirían gustosos. Una oportunidad única en la vida.
Negando con la cabeza, Ryuu decidió cumplir su parte del trato y permaneció con ella. No duraron demasiado tiempo abajo, porque pronto Kiyohime comió un poco más y luego se retiraron a sus respectivas habitaciones. La elfa tenía mucho que procesar sobre su compañera de viaje.
