De la Chispa al Incendio
Kiyohime arrojó una ramita al fuego. Las brasas en el fondo se alborotaron ante el impacto, algunas volando y extinguiéndose ante el viento de la noche. Lanzó una segunda acompañada de un suspiro, sosteniendo las piernas cerca de su pecho y apoyando la cabeza sobre las rodillas.
Extrañaba la primera cama sobre la que había dormido en días. No era ni de cerca la mejor. Objetivamente hablando, esa cosa ni siquiera debería ser llamada como tal, al menos no en compañía respetable. Pero era mucho mejor que su catre habitual; tampoco sabía si llamarlo catre.
Su mirada alternó entre la diosa y Ryuu, demorándose unos segundos más en la última. Cuando decidieron hacer un campamento, ella solo colapsó en el suelo para poder dormir. Kiyohime tuvo que ponerle una manta encima mientras hacía un fuego, de esa forma no moriría de hipotermia o contraería algún resfriado. Era otoño, después de todo.
La diosa Dia tampoco tenía energía suficiente, y estaba ahora sobre las pieles de Kiyohime, cubriéndose con las mantas y durmiendo profundamente. No estaba habituada al esfuerzo físico, y la marcha de la muerte a la que se vieron obligadas antes de la posada, y ahora escapando sin un buen descanso, la llevaron al límite.
Kiyohime estaba en una situación un tanto parecida. Apenas evitaba pegar un ojo debido a su cercanía con el fuego. No la molestaba demasiado, pero incluso ella se quemaría si se quedaba dormida sobre la fogata. Así que, en el momento en que comenzaba a inclinarse, se despertaba cuando el calor en su piel comenzaba a molestarla.
Además del fuego, no se permitió caer dormida debido a Ryuu. Ella, que usó magia por primera vez, tenía derecho a estar agotada. Había luchado con tal elegancia y agilidad que la ryūshu todavía no era capaz de sacar de su cabeza tal exhibición. Se deslizó entre las hojas que buscaban su sangre, derribando aquellas cosas con cortes precisos y letales.
No le molestaba admitir que estaba embelesada. No la llamaría maestra en su arte, pero la gracia demostrada no era algo sobre lo que burlarse. Su maestro habría aprobado una muestra de habilidad como esa, y su bailarina interior asintió con aprobación.
También estaba el hecho de que la enmascarada luchó contra la mayoría de los enemigos en el primer piso. Solo pocos lograron colarse, y aunque contaba con la ayuda de varios viajeros —esperaba que su estadía en Yomi fuera placentera— durante el asalto, sabía que no iba a aceptar mucha debido a su orgullo. Así que se mantuvo firme en su mayoría por sí misma.
Frunció el ceño al pensar en los atacantes. Estaban hechos de tinta, reconocería el olor luego de practicar caligrafía hasta que sus dedos se sintieran entumecidos. Hubo momentos en los que habría deseado quemar el pincel y papel, pero, gracias a ese sacrificio, su letra era tan hermosa como ella. Nada bueno venía sin trabajo duro.
Yendo al punto, esas cosas fueron una muestra descarada de Onmyōdō. No la mejor que hubiera visto, pero impresionante por sí misma. A diferencia de la magia convencional, la mayoría del Onmyōdō era un arte, y lo decía en sentido literal. Gran parte requería un procedimiento estándar, ritualista incluso, en lugar de la capacidad directa de Kiyohime para hacerse más fuerte solo con acceder a su maryoku.
Para hacer esas cosas se requería un gran talento, o enorme dedicación. Por supuesto que desconocía el proceso de fabricación de tales criaturas, pero no debería ser coser y cantar, por mucho que derrotarlas no hubiera sido complicado. El poder estaba en sus números e insensibilidad, no en la habilidad o cualquier muestra de fuerza bruta…
Kiyohime siseó cuando el fuego enrojeció un poco su piel. Fue como una picazón, aunque un poco menos doloroso desde que recibió su falna. El fuego nunca le afectó tanto como a los demás, pero eso no significaba que podía meter las manos en una fragua. Además, era malo si quería conservar la suavidad de su piel.
Cubriendo su boca mientras bostezaba, parpadeó rápidamente para espantar el sueño. Quería dormir. No podía esperar para despertar a Ryuu cuando fuera su turno, a pesar de que todavía faltaba mucho tiempo para eso. Sinceramente, era un duro golpe no ser capaz de descansar cuando quisiera… Bueno, tenía que admitir que en el pasado tampoco era posible, pero, al menos, sus horas de sueño eran ininterrumpidas y agradables.
Suspirando, se inclinó hacia adelante. Pero, antes de poder siquiera parpadear, escuchó algo. Era bajo, apenas percibiéndolo gracias al silencioso mundo que la rodeaba, junto a sus sentidos superiores. Se escuchaba como algo que… ¿rodaba?... ¿Tal vez alguna especie de carro?... Había pisadas… Un caballo, de seguro. Había viajado lo suficiente en carruajes para reconocer lo que era.
Poniéndose de pie casi de un salto, se aseguró de que el tessen de su mano derecha estuviera allí. Si fuera algún arma convencional, habría dudado en desenvainar primero, pero nadie vería los abanicos como tal hasta que tuvieran una conmoción cerebral, y ya era demasiado tarde en ese punto.
—Ryuu-san —Kiyohime siseó, y para su sorpresa fue escuchada cuando la enmascarada de sacudió, alerta de inmediato—, alguien se acerca en un carro. Protege a Dia-sama.
Sin esperar cualquier tipo de respuesta, inhaló y exhaló con profundidad antes caminar en dirección de las personas que se acercaban. Sostuvo con fuerza su tessen, también acomodó su postura para poder saltar de ser necesario, preparada para cualquier tipo de hostilidad.
Tal vez era incorrecto esperar que todo terminara en un enfrentamiento, pero los últimos eventos no ayudaron en nada a construir la confianza. Definitivamente el continente era un lugar lleno de bárbaros. Ignoraría el hecho de que la asesina era de su tierra, porque no estaría asociada con ella en lo más mínimo, ni en pensamiento.
Pronto, la silueta en la oscuridad se destacó. El hecho de que nadie estuviera gritando o disparándole era un buen augurio, así que permitió que la sonrisa falsa se deslizara en su rostro. Contaba con que todo terminase con una charla inofensiva. Estaba cansada de pelear. Solo quería dormir, dormir e intentar olvidar todo el derramamiento de sangre que estuvo presenciando.
Sí, era un carro tirado por un caballo marrón. Madera, sin ningún adorno, tal vez astillada si tenía que adivinar debido al traqueteo de la edad. No era grande, al menos para sus estándares, con un techo de lona gris ovalado. La oscuridad le impedía distinguir más detalles.
—¡Alto! —ordenó, reuniendo cada onza de autoridad con la que fue criada.
El caballo resopló cuando las riendas fueron tiradas, menguado su paso hasta estar a una distancia prudente. Kiyohime podría arremeter desde su posición o alejarse en caso de ser atacada.
El conductor bajó con lentitud, intentando demostrar que no era una amenaza. Ignoró la silueta por un momento cuando otra bajó de la parte trasera. La primera era demasiado baja como para ser considerado un adulto, a menos que fuese un pallum o enano, mientras que la segunda era la de un hombre un tanto regordete, algo que caracterizaba a los mercaderes ambulantes.
Kiyohime retrocedió mientras las personas frente a ella avanzaban. Quería que se acercaran al fuego para poder distinguirlos, pero se mantuvo alerta cuando la primera fue reconocible. Esto la hizo levantar una ceja y relajarse solo un poco.
El conductor resultó ser una niña, no mayor que ella si debía guiarse por los rasgos. Su cabello era rubio, atado en dos coletas a los lados de su cabeza. De inmediato se dio cuenta de las dos largas orejas, y si eso no era indicativo, la belleza característica de su raza sí; no tanto como ella misma, por supuesto. Usaba un corto vestido azul sin tirantes.
El hombre era un humano, con cabello castaño recortado, y una barba cuidada lo mejor que se podía al aire libre. Su figura era la de alguien que pasaba más tiempo sentado y comiendo que realizando cualquier tipo de labor física, pero la tendencia a viajar evitaba que ganara más peso. Su ropa, incluso si era la de un habitante temporal de los caminos, podía presumir de calidad.
Cuando se dio cuenta de que ninguno era una amenaza, se permitió relajar un poco más su postura. Sabía que podría ser una trampa, algún tipo de señuelo mientras se preparaba una emboscada, pero prefería ser un poco más positiva en este asunto.
—Declare su asunto —exigió Kiyohime.
—¡S-solo de paso! —respondió la elfa—. Vi-vimos su fogata mientras buscábamos un lugar para acampar y...
—¿Primo? —la voz de la diosa interrumpió, causando que todas las miradas se pusieran sobre ella.
—¿Lady Dia?
En ese instante, los ojos de la diosa se llenaron de lágrimas, y su expresión era la de una mujer que había encontrado una isla tras un naufragio. Y en un parpadeo ya se había arrojado hacia adelante, sosteniendo a la ahora identificada Primo en un abrazo desesperado. Aquel debería ser el miembro de su Familia que estaba ausente, y Kiyohime sonrió cuando sintió que algo de suerte al menos estaba de su lado.
Decidiendo que ambas deberían tener un momento de privacidad, le hizo una señal al presunto comerciante para que se acercara a su pequeño campamento. El hombre asintió en silencio y guio al caballo, liberándolo del carro para que pudiera descansar un poco, sin olvidar darle algo de comer junto a un poco de agua.
Ryuu estaba alerta, con la mano jugueteando con la empuñadura de su sable mientras observaba al mercader con exceso de atención. Aunque su rostro, como siempre, estaba cubierto con la máscara, Kiyohime sabía que estaba frunciendo tanto el ceño como los labios. Nadie estaría particularmente feliz si su sueño era interrumpido de forma tan abrupta, así que no le sorprendería si volcaba un poco de su malhumor sobre el hombre.
Dicho hombre debió darse cuenta, porque se sentó lo más alejado posible de la enmascarada. Otro rasgo que lo identificaba como mercader ambulante: sabía reconocer un problema en el instante en que posaba un ojo sobre él. Así que, con solo un asentimiento, se volteó al único rostro amigable.
—Mi nombre es Rell, un placer conocerla, señorita.
—Kiyohime. Al placer es todo mío, noble señor —complementó con la mejor reverencia que podía desde su posición—. No obstante, desearía que fuera en una mejor situación.
Estas palabras, destinadas a llamar la atención del mercader, funcionaron de inmediato. La sonrisa de negocios se vio flaquear un poco, apenas dejando entrever algo de duda. Le habría dicho directamente lo sucedido, pero no todos confiaban en desconocidos al azar que encontraban en los caminos.
—¿Sucedió algo?
—Fuimos atacados, un atentado contra la diosa Dia.
La noticia lo dejó horrorizado. Era bueno saber que, sin importar el lugar, atacar a las divinidades seguía siendo una especie de blasfemia. Mientras no fuera por ese camino e hiciera que lo mataran, Kiyohime estaría bien consigo misma.
Obviamente estuvo viajando con la tal Primo por protección, pero no había que ser un genio para saber que no podría hacer mucho por sí misma en contra de la tanuki. Ni siquiera su Familia entera tuvo una oportunidad... Ni Kiyohime o Ryuu la tendrían tampoco, en caso de enfrentarla.
—¿Realmente...?
—Sí. Incluso atacaron una posada y... creo que mataron a todos los clientes.
No quería recordar la posada. No fue ni de cerca tan malo como el pueblo, del que se negaría siquiera a hablar. Se sintió aliviada al verlo asentir con un semblante sombrío. Solo podía pedir que considerase sus palabras, pero consiguió más al escucharlo decir:
—Comprendo. Creo que daré media vuelta y volveré a Altenia.
Suspirando de alivio, se permitió perderse en una conversación tranquila con el hombre. Era más una recolección de información sobre el continente, ya que estaba andando prácticamente a ciegas. No fue demasiado inteligente de su parte marcharse de la ciudad portuaria sin haber adquirido información, pero quería alejarse lo más rápido posible del transporte que la alejó de su hogar.
Hubo una interrupción cuando la diosa regresó con la elfa, que ahora tenía los ojos llorosos y cualquier buen humor se había esfumado. Con tal atmósfera sombría, no había nada más que hacer que tomar algo de descanso.
Cuando vio los altos muros de la ciudad a la distancia, Ryuu reconoció a regañadientes que las razas inferiores no lo hacían tan mal. No lo llamaría la máxima expresión de la arquitectura, pero podría repeler un asedio, y estaba mucho mejor que el pueblo visitado durante el ataque.
El carro avanzaba a un ritmo constante. El comerciante humano les permitió subir mientras volvía a la ciudad, lo que les ahorró algo de tiempo y energía, ayudándoles a poner distancia entre la asesina y ellos. Aunque sus posibilidades eran un poco mejores gracias a la maga elfa que ahora los acompañaba, todavía morirían si cometían el error de enfrentarla cara a cara. No le gustaba, pero huir era la mejor opción.
Como no había más carros que quisieran entrar a la ciudad, se acercaron a la puerta sin demasiado retraso. Los guardias los detuvieron, pero las palabras del comerciante, alguien que parecía venir con regularidad, ayudó en su caso. También advirtió sobre la perseguidora, aunque poco podrían hacer estas personas, menos aún con la carencia de cualquier tipo de prueba más allá de su palabra.
En el momento en que ingresó a la ciudad, cualquier alabanza hacia las razas inferiores se desvaneció. El olor era insoportable, y por el rabillo del ojo notó a la dracónida arrugando la nariz antes de enmascarar su expresión. Al menos no podían acusarla de estar predispuesta a juzgar.
La mejor manera de describir la ciudad sería llamarlo una repetición de aquel pueblo, solo que en una escala mucho mayor. Las casas eran más grandes, además de ser mucho mayor en cantidad. El número de personas que caminaban incrementó tanto que comenzó a preocuparse por la posibilidad de tener que ser tocada mientras se movía. Al menos, seguía dentro del carro.
Otra cosa que notó fue la variedad de los materiales para construir. Se mezclaba entre ellos la piedra, y otra cosa de la que no tenía conocimiento. Se veía mucho más suave al tacto, menos irregularidades en su forma y, si tenía que admitirlo, un poco más atractivo.
Llegaron a lo que debería ser la plaza, donde el edifico más grande se mostraba. El número de comerciantes se disparó, y era tan ruidoso que estaba tentada a taparse las orejas. Todos gritaban como si no hubiera mañana, anunciando que el trozo de animal muerto que estaban vendiendo era una maldita monera más barata que la del hombre a su lado. O que este palo de madera con lámina de hierro en un extremo era de mejor calidad que el otro.
Los olores también la estaban enloqueciendo, aunque su olfato no era ni de cerca tan sensible como el de la dracónida. No obstante, era obvio que estaba acostumbrada a este tipo de ambientes. El ruido no la desconcertaba, ni el olor la asqueaba, o al menos lo enmascaraba tan bien como muchas otras cosas.
El mercader humano intercambió unas cuantas palabras con Primo, causando que esta última asintiera con una sonrisa. La elfa saltó del asiento del conductor y el resto del grupo la siguió.
—Me estaba señalando cuál es la posada —informó.
La elfa más joven apuntó a un edificio de tres pisos, madera al menos tratada con habilidad, pero que se notaban los años a cuestas. Era un lugar sin demasiadas pretensiones. Lo único que dejaba en claro su propósito era el letrero de una cama.
El interior era decente, mejor que la posada en el camino. El suelo se limpiaba con regularidad, las mesas y sillas no se veían tan desgastadas o desiguales. Había más de una camarera atendiendo el sitio, pero sus vestimentas eran más atrevidas con la longitud de la falda.
Ryuu apretó los dientes al recordar lo ocurrido en la cocina de la posada. No era la primera vez, y tampoco sería la última. Solo se agregaron a una larga lista de fantasmas que la atormentaban por la noche. Al menos, así debió ser. Porque, durante todo el trayecto, a veces creía verlas por el rabillo del ojo, cubiertas de sangre.
Esta vez fue diferente, por mucho que se dijera lo contrario. Esta vez tuvo opciones. No fue obligada por los ancianos, no estaba en juego tanto su vida como su posición y libertad. Pudo elegir perdonarles la vida, solo dejarlas inconscientes.
Pero su cuerpo se movió sin pensarlo. Tantos años de adiestramiento para matar a las razas inferiores, y luego ver a una de ellas abalanzarse en su dirección. A punto de atacar. Muy cerca de tocarla. Su mano se movió. La había matado antes de siquiera registrar el pensamiento. Y solo le quedó cerrar su mente. Enterrarlos con los demás cadáveres.
—¿Ryuu?
Se sobresaltó al ver a la otra elfa cerca de ella. Miró a su alrededor, sin ninguna señal de las demás. Volvió a centrarse en la chica frente a ella, que agregó de inmediato:
—Kiyohime y lady Dia subieron a sus habitaciones —y le mostró un par de llaves.
Sin decir nada más, siguió a la más joven escaleras arriba. Estaban en el tercer piso, las habitaciones al final del pasillo. Primo miró a su alrededor antes de inclinarse más cerca y preguntar:
—¿Por qué te escondes?
Había olvidado que los elfos podían reconocerse entre sí. Era algo parecido a la habilidad que tenían las razas inferiores, exceptuando a los humanos y pallums. Una especie de sexto sentido, por así decirlo, que estaba más ligado a la conexión natural de los elfos con la magia y la naturaleza.
No le dio una respuesta allí mismo, pero entró con ella a una de las habitaciones y, luego de asegurarse de que la puerta tuviera seguro, se guitó la capa y la máscara. Movió un poco sus orejas para liberar algo de tensión; la próxima vez que pudiera elegir su ropa, se aseguraría de que la capucha no las molestase.
—¿Por qué no lo haces tú? —devolvió su pregunta.
—¿Debería?
—¿No te preocupa lo que puedan hacerte las razas inferiores?
—¿De qué estás hablando? —parecía escandalizada—. ¿Razas inferiores?
Ryuu la miró como si estuviera loca, antes de atar los puntos en su cabeza. Ella ya había sido reclamada por una diosa, así que supuso que no había nada que temer. Ser secuestrada o asesinada no debería asustarla demasiado, ya que las razas inferiores dudarían en antagonizar a las divinidades. Entonces, tenía sentido que fuera tan despreocupada.
Luego estaba el hecho de pertenecer a una Familia con humanos y mestizos, con quienes luchó lado a lado. Tenía una visión muy diferente del asunto. Su visión del mundo fue alterada.
—Olvídalo —murmuró—. ¿Querías algo?
—Y-yo... No, nada.
Primo le entregó la llave de la habitación y simplemente se marchó. Soltando un suspiro que reunió todo su cansancio, se dejó caer sobre la cama. Por fin, iba a tener todo el descanso que necesitaba.
Kiyohime evitó bostezar mientras abandonaba la posada, seguida de cerca por Ryuu. Había logrado dormir un par de horas más luego de limpiarse, pero se despertó para no arruinar su ciclo normal de sueño. Era la primera vez que estaba en una ciudad luego de un tiempo, así que haría algo de turismo antes de tener que partir a la mañana siguiente.
No era solo un viaje por placer, por supuesto. Una pequeña bolsa con valis tintineaba en su cadera, perteneciente a Primo. Debido a que la pequeña elfa iba a unirse a su no tan agradable aventura, hacía falta comprar un par de cosas para ella. Principalmente algo sobre lo cual dormir, seguido de más comida y adquirir algo de agua extra.
Si tenía que ser sincera, no quería irse. Se sentía bien dormir sobre una cama de verdad, en lugar de en mitad de la carretera y usando un montón de pieles. No pedía demasiados lujos a pesar de estar acostumbrada a ellos.
Miró de reojo a su acompañante. Era extraño que aceptase hacer turismo con ella. Solo le ofreció la opción por pura cortesía; eran las únicas fuera de la habitación, y su etiqueta exigía tal ofrecimiento. Grata, y extraña, fue la sorpresa al escucharla aceptar su compañía.
Y aquí estaban. Aunque no era correcto llamar nostalgia a lo que estaba sintiendo en estos momentos, dado lo reciente de su «exilio». Luego estaba lo diferente que eran las ciudades, no existía punto de comparación, en especial porque esta no era costera. Y el olor. Podría no ser demasiado justo de su parte hacer tal comparación cuando sus pensamientos estaban teñidos por el anhelo latente y un dolor creciente.
Sin importar el esfuerzo puesto en la edificación, piedra y madera labrada con el sudor de los artesanos, no sería suficiente para deleitar una vista que en el pasado apreciaba más la sencillez de la vida. A su mente no tardaría en llegar el castillo de su familia, antaño el símbolo de la podredumbre moral de su padre dado todo el dinero que desperdiciaba en adornos; ahora, no obstante, un hogar al que jamás podría volver, no sin desencadenar las peores consecuencias.
—Una verdadera pena, porque aquello que tanto se anhela, solo se desmoronan en las manos que con desesperación se aferran.
—¿Poesía?
La pregunta inofensiva hizo que Kiyohime saltara, recordando que tenía compañía. El constante silencio de Ryuu la hacía, hasta cierto punto, olvidable cuando no estaba en el campo de visión. Al menos, solo luego de acostumbrarse a su presencia, porque una chica enmascarada llamaba mucho la atención y pondría a la gente nerviosa.
Sintió que su rostro enrojecía, por lo que lo cubrió. Kiyohime fue quien la invitó a pasear, y solo la ignoró por varios minutos mientras se perdía en sus pensamientos. Una falta a la etiqueta demasiado grande y desagradable, que pensaba corregir de inmediato. Cerrando su abanico con delicadeza, preguntó:
—¿Estás familiarizada con la poesía, Ryuu-san?
Luego de formular la pregunta, la confusión la golpeó. ¿En qué momento comenzó a tutear a Ryuu?... Había algo de confianza en su asociación, tenía que reconocerlo. Ambas guardaban secretos, pero era nimio en comparación con el hecho de que se hubieran ayudado un par de veces en las que nadie las culparía por haber ignorado el asunto, en especial Ryuu, sumándosele su posible ideología supremacista.
—Sí… —parecía reticente, pero dijo—: Es popular en… casa. La poesía es la forma más común de expresión —cualquier inhibición desapareció—, y los concursos traen reconocimiento al ganador, junto a cierto estatus.
—Se escucha maravilloso —y lo decía en serio, un lugar donde todos apreciaban las artes era como un sueño—, pero ¿qué hay de Ryuu-san?
—No interesada.
—Una pena —se lamentó mientras cubría su decepción de querer algo en común con su asociada—, me habría gustado participar en un intercambio cultural.
Había olvidado, o por lo menos ignorado, la posibilidad de que el continente tuviera cualquier cosa remotamente parecido a las artes. Podría ser la tierra de Orario, la Ciudad de los Dioses, pero incluso esta se caracterizaba por una carnicería eterna a pesar de la alta cantidad de deidades que representaban la alta cultura; esto último era lo que anhelaba en la búsqueda de paz en su exilio autoimpuesto.
Evitó suspirar cuando casi tropezó con su paso. Miró de forma disimulada a su acompañante, quien parecía dedicar la mayor parte de su mente a esquivar a los otros transeúntes. La hora impedía que se acumularan muchas personas, pero todavía estaba concentrada en su labor.
Lo importante era que estaba teniendo una conversación casual con Ryuu. Bueno, llamarlo como tal sería exagerarlo un poco, porque fue más un intercambio de líneas, en su mayoría Kiyohime. No obstante, esto era un progreso si se tomaba en cuenta que días atrás no podían evitar estar en el cuello de la otra por cualquier nimiedad.
Se permitió una sonrisa ante el progreso hecho en su alianza. Retiró el tessen ahora que no tenía ninguna expresión indigna; no estaría bien privar al mundo de tal belleza. Un día en la ciudad, en parte dedicado al aseo, hizo milagros para restaurar su belleza; no diría que estaba en su mejor momento, pero superaba con creces su aspecto de carretera.
Se sintió deprimida una vez más ante la perspectiva de seguir viajando. ¡Sería imposible lavar su cabello gracias a la escases de agua, y ni hablar de bañarse! Era una chica de ciudad. Los dioses se apiaden de esta frágil doncella, obligada a limpiarse con un paño húmedo, o encontrar un río si había suerte.
Tal vez debería adquirir más agua con fines de aseo. No lo sabría sobre Primo, pero a Ryuu no le importaba mucho su aspecto; el hecho de usar esa capa lo decía todo. Como mínimo, sería necesario solo racionarla con la diosa Dia. Existía el problema del espacio, pero se solucionaría de una forma u otra, en especial porque había un par de manos extra.
—¿Sabes a dónde vamos?
—¿Hmmm? —Kiyohime fue sacada de sus pensamientos y miró en derredor—. Este lugar…
Estaba sucio. Muy sucio. Las casas, o chozas, de madera podrida, apenas se sostenían con algún tipo de milagro, exhibiendo agujeros tan grandes que los niños podrían colarse sin demasiada dificultad. Aguas residuales que hacían parecer al color marrón una especie de blanco inmaculado, acumulándose en los callejones. De allí provenía el olor, ahora que prestaba atención.
Estaban los mendigos y… mujeres de compañía, a falta de un término mejor. Los primeros se desparramaban, algunos sin aparente preocupación en el mundo, y otros con las manos estiradas si conservaban la esperanza. Las mujeres de compañía se desnudaron de la cintura hacia arriba, meneando sus… activos. Kiyohime desvió la mirada con el rostro ardiendo. No pudo evitar abanicarse. ¿Hacía calor?
No era ajena a la pobreza, al menos de segunda mano. Su maestro era pobre, y cuando paseaba, no ignoraba nada. Nada. Iba a ser gobernante, estaba destinada a la grandeza, a la adoración, o lo estuvo. Porque aquí estaba ahora, solo a un paso de ser nadie como estas pobres personas, sostenida únicamente por el delgado hilo hecho por la sangre de su madre que bombeaba como fuego salvaje. Uno delicado que se deshilachaba cada día.
—Estoy perdida —admitió con no poca vergüenza—. Volvamos.
Ryuu solo asintió, visiblemente asqueada a pesar de la mascara… Sus habilidades sociales han evolucionado lo suficiente como para discernir el asco a pesar de apenas ver sus ojos.
Dando media vuelta, caminó por donde creyó haber venido. No estaba segura, pero era un buen comienzo, o mejor idea, que solo quedarse de pie. O lo habría sido de no detenerse ante la repentina aparición de un niño. No podría tener más de siete u ocho años, difícil de decir debido a la desnutrición.
Dicho niño fue arrojado desde un callejón cercano, tropezando con sus delgados pies. Le siguieron tres chicos, igual de sucios y casi tan desnutridos. Parecían tener la edad de Kiyohime o Ryuu, pero, otra vez, bien podrían ser mayores y solo opacados por la miseria. Tampoco era buena estimando la edad humana, pallum o élfica, aunque mejor con estos últimos si no ocultaban su magia; después de todo, esa era su forma de hacerlo.
Dejó de divagar en el momento en que uno de ellos, un nekomata rubio de manos gruesas, le propinó una patada en el abdomen. El fuego de la indignación estalló en ese instante, incapaz de no pensar en Mikoto; algo así estaría viviendo de no ser por Takemikazuchi. La temperatura de su cuerpo se disparó ante la ira que la sola imagen le evocaba.
—¡¿Qué creen que están haciendo?!
La voz de Kiyohime fue más un gruñido, apenas notando que lo había dicho en yamanés. No obstante, el mensaje debió ser lo suficientemente claro si desaparecieron en el callejón opuesto del que salieron. Ni siquiera les prestó atención cuando se arrodilló junto al niño, ignorando también la suciedad; el deber de guardia fue dejado a Ryuu, que vigilaba el lugar por donde se escabulleron, empuñadura en mano.
—¿Te encuentras bien, cariño? —arrulló Kiyohime con dulzura.
No consiguió una respuesta, al menos verbal, porque se estaba cubriendo el rostro como si esperase una paliza. Esto le rompió el corazón, así que de inmediato reunión cada recuerdo sobre su experiencia calmando niños. Su hermana era un poco llorona, y siempre le tarareaba o cantaba una canción de cuna. Así que eso hizo.
No fue capaz de mantener los pensamientos lejos del incidente, avivando el fuego de su ira al reemplazar a este desconocido con los rostros de su hermana y Mikoto. Apretó los dientes y casi desafinó.
En algún punto cerró los ojos, por lo cual fue abordada con facilidad; algo impactó su espalda con fuerza suficiente para derribarla. Evitó ensuciarse más al interponer las manos. Una risita, del posible culpable, la sobresaltó, pero, antes de mirar, sintió el movimiento del niño que cuidaba y desvió los ojos hacia él.
Kiyohime gritó por la sorpresa, que se mezclaba con rabia e indignación al sentir el asqueroso barro mancillando su bello rostro. Rechinó los dientes cuando escuchó una carcajada burlona, congelándose ante las siguientes palabras:
—¡Gracias por el dinero y la canción, puta fea!
¿«Puta»? ¿«Fea»? ¿Ella, la pureza y castidad encarnada, la estaban acusando de ofrecer servicios sexuales? ¿Ella, la joven mortal más hermosa del mundo, la señalaban por insuficiente belleza? ¿Se atrevió a mentirle luego de que se preocupara por su seguridad? Esta vez no se molestó en ocultar el gruñido abrasador que subía por su garganta.
Ryuu dio un paso atrás de forma inconsciente cuando Kiyohime, la amable, caritativa, siempre sonriente e incluso cariñosa, rugió como un dragón enojado. Lo que en teoría era. Juraría que la vio escupir fuego, con cenizas todavía titilantes escapando en respiraciones pesadas; debía ser una ilusión. Lo que sí es real era la temperatura creciente que respondía ante su odio.
—¡Cómo se atreve! —parecía seguir expulsando restos de fuego—. ¡Tal canalla! ¡Un ser inferior que debería sentirse bendecido con mi presencia, agradecido con mi tiempo!
Retiraba lo dicho, no «parecía», ¡estaba respirando brasas ardientes! No se trataba de ninguna hipérbola o metáfora, porque vislumbraba los pequeños puntos brillantes con cada exhalación.
—¡Ofrecí consuelo a un ser inferior, nada más que humano, apenas por encima de un animal! ¡Y tú! —se giró en dirección de Ryuu.
La elfa resistió el impulso de atacar o correr, a pesar de saber que podría tomarla en una pelea. No obstante, sus instintos élficos se sentían presionados. Como un ser de la naturaleza y muy ligado a la magia, podía sentirla en los alrededores, y la que pululaba alrededor de Kiyohime se sentía como un incendio. Pero lo ignoró a favor de perderse en sus ojos, ahora como salvajes rendijas llameantes.
—Atrápalos —siseó como una serpiente, una que podía y estaba muy dispuesta a escupir fuego—. Arrástralos ante mí, así debas cortar sus piernas. Yo misma arrancaré sus vulgares y traicionares lenguas antes de quemarlos vivos y devorar su carne. Usaré sus huesos calcinados para limpiar mis colmillos y luego clavarlos en los corazones de sus cómplices.
Ryuu asintió, aturdida, antes de correr en dirección de los ladrones. Tenían ventaja, pero el suelo era perfecto para dejar huellas que comenzó a seguir. Era algo instintivo, porque su mente estaba en otra parte. Más específicamente, tal muestra de sadismo vengativo. Fue tan impactante como fascinante, en un sentido morboso.
Había escuchado historias, o más bien rumores, sobre el temperamento de los dracónidos. Como la sangre de tal criatura no estaba hecha para un cuerpo mortal, tampoco lo era una mente como esa. Todos eran pasionales, de una forma u otra. Incluso hubo excepciones, pero siguen teniendo algo llamado Escama Inversa, o su versión para mortales. No importaba qué tan pacífico fuera un dracónido, existían cosas que los hacían reaccionar de esa forma. Lo había descartado como poco más que calumnias de su propia gente, nacidas de la envidia ante una raza superior. No era mentira, y diría que «pasional» era una subestimación.
Kiyohime estaba, literalmente y sin juego de palabras, ardiendo. A pesar de la máscara sonriente que ocultaba sus sentimientos, vivía con el corazón en la manga cada segundo. Verla enojada no era sorprendente, pero, presenciar a alguien de una disposición tan acogedora convertirse en… eso… No había palabras.
Y así estaba siguiendo ordenes. Fue principalmente para deshacerse de su propia culpa. Se encontró disfrutando del melódico tarareo y concentró toda su audición en eso, incapaz de escuchar a los asaltantes. Y ahora Kiyohime hizo una de las cosas que más parecía odiar: exponerse en un estado menos que perfecto.
Negando con la cabeza, murmuró la frase necesaria para activar su magia. De inmediato sintió que el viento ya no luchaba contra ella; en su lugar, era como si ahora la abriera el camino. Su cuerpo incluso se sentía más ligero, a pesar de saber que eso no estaba ocurriendo. Tomaría algo de tiempo acostumbrarse a la sensación de ser llevada de la mano, la mejor manera de describirlo.
Frunció el ceño al captar las risas de los ladrones, y sus voces burlándose.
—¿La escuchaste? "¿Estás bien, cariño?"
Intentaron tararear en una burda imitación de tal hermosa melodía, carcajeando. Ryuu descubrió sus orejas para ubicar el ruido, asintiendo al captarlo y acomodando una vez más la capucha. Dobló a la derecha, encontrándose en un callejón sin salida debido a un intento de muro hecho de madera, con un agujero en la parte inferior.
Debieron haberla escuchado venir, porque miraron hacia atrás, gritando al verla allí y reanudando su carrera. Procedieron a gatear por el agujero, sucio de aguas residuales y cosas que no quería averiguar. Tendrían que arrastrar su cadáver si querían que se moviera por allí. En su lugar, se impulsó gracias a las cajas amontonadas en los alrededores, saltando el obstáculo.
Del otro lado ya la estaban esperando, el mismo grupo que había «golpeado» al niño en primer lugar. Todos cómplices. Estaban armados con palos y tablas, con el único propósito de herir a quien estuviera dispuesto a recuperar sus bienes. Llevó la mano hasta la empuñadura en un movimiento instintivo, pero se congeló al pensar en la madre y la hija.
Elección. Fue bendecida con esa capacidad ahora, cargando la maldición de sus consecuencias. Ya no estaba obligada a nada que no fuera ella misma. Podía, aquí y ahora, decidir permanecer atada a lo que un grupo de personas que aprendió a odiar le impusieron, o… elegir algo nuevo.
Estos niños, incluso en su burla, estaban hambrientos. Una plaga que podría acosar incluso a las razas superiores. Lo suficientemente desesperados para robar a personas armadas. Y por muy furiosa que estuviera Kiyohime, estaba segura de que, cuando los presentase ante ella, atendería a razones.
Apretando los dientes, decidió no tomar el sable. En su lugar, propinó una patada mientras caía. Arrebató el palo de las manos del mestizo rubio al escuchar el satisfactorio crujido de una nariz rota. Sin menguar su paso, derribó al resto de asaltantes sin olvidar el dejarles un pequeño recordatorio en forma de manos rotas.
Tomó la misma ruta que los ladrones, casi chocando contra un vagabundo en el proceso. Evadió un par de indigentes más antes de poder verlos. Ellos también la notaron e hicieron lo posible para incrementar la distancia. Fue infructuoso. Ryuu estaba más cerca cada segundo, y lo sabían, ya que recurrieron a un movimiento desesperado: arrojar las ganancias.
La bolsa voló hasta quedar sobre un techo, por suerte plano y sin agujeros aparentes. Su buena audición le confirmó que se trataba de monedas en lugar de cualquier señuelo. ¿Debería seguirlos? Su orden, por mucho que odiara seguirlas, fue traer a los perpetradores, y no estaba de humor para una rabieta. Aquellas pupilas la inquietaban. Por otro lado, sin contar los exiguos fondos de Kiyohime, ese era todo su dinero para el viaje… Optó por la elección inteligente.
Seguía enojada. Y era un eufemismo. Por supuesto que estaba haciendo un esfuerzo divino para volver a la normalidad; sin sonrisas por ahora, y más irritación que odio ardiente. Sin embargo, los ojos desmentían sus esfuerzos de encontrar la paz interior. Todavía se veían como rendijas, pero con una forma mucho más ovalada. Y no había ni pizca de suciedad en su rostro.
—¿Los atrapaste? —preguntó entre dientes, buscándolos con la mirada.
—No —de inmediato sus pupilas, ahora fijas en ella, se estrecharon, así que agregó rápidamente—: Pero tengo el dinero.
La vio exhalar con irritación, esta vez, gracias a los dioses, sin chispas. No dijo nada más y comenzaron su caminata de regreso a la posada. Los mestizos sin hogar podían sentir que algo pasaba alrededor de la dracónida, por lo que no tardaron en correr para dejarle el camino libre; para los humanos, y pallums, que no tenían conexión con la magia, era más un instinto. Ryuu se permitió un suspiro de alivio debido a la falta de incidentes.
No estaba segura de si respirar más que brasas era posible, pero no quería averiguarlo rodeada de madera. Se aseguraría de no presionarla demasiado a partir de ahora. Era superior en habilidad, pero ese cambio de actitud la desconcertaba…
El paseo fue, cuanto menos, interesante.
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Información Importante
Bueno, el pequeño inconveniente al que me referí en P:ZO puede empeorar. Como tal, existe la posibilidad de que deba pausar esto hasta que se solucione.
