Siempre Habrá un Mañana Mejor...
Kiyohime se sentía un poco cohibida. Ryuu no dejaba de mirarla desde el día anterior, y era imposible pasarlo por alto cuando solo estaban caminando. ¿Algo ocurrió durante su paseo? Esta era la segunda vez que su mente era un desastre, aunque la última vez al menos fue capaz de recordar algo.
Se esforzó en rememorar, pero todo se volvió borroso tras descubrir que caminaron hacia el lugar equivocado. Al segundo siguiente, ya era de mañana y estaban preparándose para partir. Y Ryuu no dejaba de mirarla. Sabía que era hermosa, pero jamás fue observada con tal intensidad; podía deberse a su corta edad, pero ciertamente le hizo sonrojar.
A pesar de que su mente era un cóctel de pensamientos incoherentes, lo escondió todo detrás de una sonrisa e hizo lo posible para dar orden a sus pensamientos. Tal vez, si lo recapitulaba todo, ¿podría llegar a una conclusión? Funcionó la última vez... más o menos.
Estaba el paseo, el sentimiento de nostalgia que la invadió por volver a la civilización. La alegría de por fin tener algo en común con su asociada más antigua, aunque no tardó en convertirse en decepción. La habría dejado atónita si no hubiera sabido por qué sentiría tal cosa; viajar en barco daba mucho tiempo para reflexionar.
Nunca tuvo amigos. Takemikazuchi era su maestro, lo respetaba y admiraba como tal, y si no fuera una falta de respeto, lo vería como la figura paterna que nunca tuvo. Ella, bajo ninguna circunstancia, sería igual al dios, siempre estaría aquella deferencia implícita en su rango, una que jamás desaparecería.
La diosa Dia estaba en una situación similar, sino peor al solo conocerla por muy poco tiempo; su relación no era otra cosa que la de una guardia y su protegida.
Mikoto era como otra hermana pequeña para ella. Alguien a quien cuidar y mimar, aunque ya no era posible. De haberse quedado y adquirido lo que era legítimamente suyo, lo habría hecho oficial mediante una adopción.
Por último, estaba Ryuu. Su asociación nació de la necesidad, viajar era más seguro en pareja. La mejor manera de describir su relación era de una cordialidad tensa, donde cualquier cosa podría hacerlas estallar. O lo fue en el pasado, porque las cosas se calmaron un poco últimamente. Respetaba la habilidad de Ryuu, y obviamente tenía más experiencia en el mundo; sería alguien admirable de no ser por su gran defecto.
Como supremacista humana, lo que todavía creía que era, hacía difícil la interacción. No solo porque una parte muy específica de Kiyohime rechazará a cualquiera que la considere inferior, sino porque también odiaba la forma en la cual se descartaba a una persona solo por lo que era. Aprendió a lo largo de sus pocos años a juzgar por las acciones.
Así que, aquí estaba Ryuu, la única persona con la que podía interactuar libremente. Sin restricciones sociales, sin estatus o cualquier obligación. Solo dos chicas que se encontraron por casualidad, que viajaban juntas y realizaban una tarea. Estaba Primo, por supuesto, pero era diferente; estaba por y para la diosa Dia.
Así que, tener la esperanza de que Ryuu disfrutase las artes y encontrar algo en común para mejorar su relación, y por extensión, tener su primera amiga, fue algo que la ilusionó. Ilusión que se hizo añicos con dos palabras.
Tampoco diría que no lo esperaba, por supuesto. Ryuu no se veía como el tipo de chica que disfrutaría sentarse y solo leer poesía. Tal vez un buen libro, cosa que tendría que averiguar en algún momento en el futuro. Lo haría ahora, pero sabía que sus palabras iban a fallar si lo intentaba.
¡Qué pasaba, en serio, con esa mirada! Recibió tantas a lo largo de los años, con tantos significados. La admiración e incredulidad de las razas que reconocían su herencia, y no iba a negar que esa era una buena caricia para su ego; tampoco negaría que le encantaba. Lo adoraba, incluso.
El respeto que confería su título nobiliario, algo parecido al primero; buen impulso para ella, pero no le gustaba tanto porque venía acompañado por un distanciamiento implícito. Estaba por encima de la gente normal, y por muy cierto que fuese, no apreciaba la frialdad en el trato.
Luego estaba la de sus compañeros nobles. Sus ojos se preguntaban cómo podían usarla, qué podrían sacar de ella. Lo despreciaba con cada fibra de su ser, pero solo respondía con sonrisas ante ellos.
El amor de su hermana y Mikoto, por supuesto. Si había algo con lo que se acicalaba a diario era eso; ser idolatrada, admirada y venerada en un solo par de ojos hacía maravillas por su bien merecida arrogancia. Una chica tenía derecho a sentirse como lo más preciado en el mundo, por mucho que lo supiera.
Y ahora estaba Ryuu. En lugar de mirar, sería más correcto decir que estaba viendo. ¿Qué? Lo desconocía, pero sentía que no era ninguna de las anteriores, todas adjuntas a un título. Una ryūshu, una noble y una hermana. Se sentía solo... Kiyohime, nada más, nada menos, en lugar de Sanjō no Kiyohime y las cargas que eso conllevaba.
Sentirse así de desnuda, solo un nombre más en una tierra desconocida, siendo vista por quién había debajo de todo... Tal vez la forma en la cual lo expresaba era un poco lasciva, pero el punto era que... ¿le gustaba? Al menos había sentimientos encontrados.
Por una parte, era menos de lo que fue en el pasado. Capas y capas de su persona fueron removidas hasta solo quedar lo que había en el núcleo. Se sentía expuesta, y con la necesidad de protegerse. Y Ryuu había visto todo lo que estaba allí mientras perdió la conciencia por un momento.
Por otro lado, y la que se fortalecía cada segundo, se sentía liberador. No había nada más sincero que solo ser Kiyohime, y sea lo que fuera que hubiese visto, no la había espantado. Todo lo contrario. Tal vez, esa intensidad estaba acompañada de curiosidad.
¡Entonces que mirase! Le demostraría que no había nada de lo que avergonzarse. ¡Había suficiente Kiyohime para que siguiera por días y días! Por supuesto que, al haber establecido —según su opinión— lo que significaban los ojos que no se despegaban de ella, ahora le encantaba. ¿No tenía una chica el derecho de sentirse hermosa a través del deseo, incluso si este solo era mera curiosidad?
Ryuu se la pasó observando a Kiyohime, esperando a que volviera a explotar, dispuesta a no perderse una exhibición como la anterior. Decir que lo encontró fascinante sería quedarse corto; fue como si, por primera vez, hubiera visto quién era realmente Kiyohime.
Sabía que la dracónida era sincera, pero toda su esencia se perdía detrás de todas las manías aristocráticas por las cuales era conocida. La mejor manera que tenía para describirlo era que se había puesto una máscara hecha de verdades, todo para ocultar una particularmente desagradable.
Tampoco había mucho que hacer ahora que estaban devuelta en la carretera. Solo caminar hasta llegar a la siguiente ciudad que estaba, al menos, a un par de semanas. Si rodeaban los dos bosques subsiguientes, el tiempo incrementaría, pero no sería necesario; Ryuu podría guiarlas de ser necesario.
Sea como fuere, era aburrido caminar, por lo cual se dedicó a observar. Al final, la actividad resultó entretenida. Las expresiones de Kiyohime cambiaron tanto que ni siquiera fue capaz de descifrarlas; estaba tan distraída que fue sorprendente ver cómo se cubría el rostro por acto reflejo. Su cabeza estaba en otro lugar, pero escondía cualquier cosa que su subconsciente encontrase indigno.
Y, por último, comenzó a acariciar sus cuernos mientras exhibía una sonrisa presumida. Su andar, hasta ahora el que se esperaría de una luchadora que conservaba energía, pasó al que usaba una chica que se pavonaba con la atención. Cómo lo logró con una bolsa en su hombro estaba más allá de Ryuu, que levantó una ceja ante todo eso, e incluso la pareja detrás detuvo su conversación para presenciar las payasadas de la dracónida.
Había atribuido, gracias a la conversación en la posada, que acicalar sus cuernos era un gesto presumido, denotando un exceso de amor propio. Solo Kiyohime siendo arrogante, tomando todo a su alrededor como si la admirase y tuvieran que pisar el suelo por donde caminaba... ¿Estaba teniendo pensamientos narcisistas?
Tenía sangre de dragón, supuso que podría pensar y hacer lo que quisiera.
En algún punto se dio cuenta de que ahora era el centro de atención y se detuvo, con el rostro escarlata apenas cubierto. Hizo que su caminar volviera a la normalidad, adelantándose un poco para intentar cubrir cualquier vergüenza anterior.
Si las cosas seguían así, podría hacer el observar a Kiyohime como un medio de entretenimiento para el aburrido viaje. No la había defraudado desde ayer. Y si alguien le preguntaba, negaría haber estado un poco asustada por su arrebato.
En algún punto, Primo pasó a su lado, igualando el paso de la dracónida, e iniciando una conversación con ella. La elfa se mostraba tímida, nada como debería ser alguien de una raza superior. Esto le hizo fruncir el ceño, pensando que había muchas cosas que esta chica debería hacer, y no hacía.
—¿Ocurrió algo interesante ayer? —preguntó la diosa, con un deje de diversión en su voz.
La llegada de Primo le hizo demasiado bien, en opinión de Ryuu. Ya no se veía tan deprimida, y su tez era mucho menos pálida; inclusos las ojeras desaparecieron. Una sonrisa traviesa adornaba sus facciones normalmente decaídas. Se veía como una persona diferente, y no podía decir si mucho de eso era o no un acto que ponía para no preocupar a las personas.
—No.
En sus planes no estaba el exponer el exabrupto de Kiyohime, quien parecía felizmente ignorante charlando con Primo. Hablar sobre lo ocurrido sería la mejor forma de iniciar una pelea, y como ella estaba fingiendo que nada ocurrió, respondería con la misma cortesía. Ese día no se volvería a mencionar, por lo menos no por parte de Ryuu.
—¿Segura? Kiyohime se veía muy enojada —su tono indicaba que sabía, o creía saber algo—. Nunca pensé que no sabrías cómo tratar a una dama.
¿Qué estaba diciendo esta diosa? Por supuesto que no lo sabría; no había señores o damas en su bosque, nada relacionado con la nobleza. Incluso los Elfos Nobles, a pesar de manejar algo parecido, no lo hacían complicado. Las razas inferiores dificultaban todo con sus costumbres, y los humanos eran los peores.
Sea como fuere, la educación de Ryuu no incluyó el tratamiento de la nobleza, y nunca lo haría si tenía algo que decir al respecto. Doblegarse no estaba en sus planes.
—¿Hay una razón para este interrogatorio a plena luz del día?
—Solo estaba haciendo una pequeña charla, ¿sabes? Para romper el hielo.
Ryuu permaneció en silencio. Esto de las «pequeñas charlas» no era lo suyo. Siempre despreció la costumbre de su gente de hablar por el simple placer de hacerlo, de escuchar el sonido de sus propias voces. Solo hablaban, y hablaban y hablaban sin parar.
Cualquiera pensaría que, para una raza cuya vida se contabilizaba en siglos, tendrían miles de temas interesantes e inteligentes con los cuales llenar el silencio. Sabiduría milenaria que debería estar cerca del reino de los dioses y deslumbrar a las razas inferiores con tal despliegue intelectual.
Nada más lejos de la realidad, para la desgracia de sus sensibles orejas. Hubo momentos en los que consideró arrancárselas para terminar con la tortura.
—Mundo Inferior a Ryuu —la diosa movió una mano frente a su rostro—. Te perdí por un segundo allí. ¿Pasó algo?
—Pensando —su ceño se frunció bajo la máscara—. ¿Quieres algo? Pensé que querrías hablar con Primo.
—La pequeña Primo quería hablar con nuestra dragona residente. Yo, por mi parte, sentí deseos de hablar con mi niña más nueva y solitaria.
Evitó gruñir ante la forma en la cual la llamaron. En su lugar, tomó una larga respiración, muy necesaria, antes de exhalar. Repitió el proceso un par de veces, y cuando se hubo calmado, dijo:
—No soy tu "niña". Es solo temporal.
—Tal vez —se encogió de hombros—. Puedes pensarlo solo como un trabajo para ti, incluso una carga. Estoy segura de que lo percibes como algo del momento, pero ¿qué parte de la vida no lo es? Solo el tiempo mismo es atemporal, curiosamente.
Hizo una mueca, agradeciendo la máscara. Había acertado en eso. Se obligó a hacer todo este asunto para demostrar que era mejor que los habitantes de su bosque. Era, en efecto, solo una carga de la que quería deshacerse rápido.
—¿Cuál es tu punto? —quiso ir al grano, se estaba sintiendo incómoda.
—Mi punto es, que no importa la forma en la cual lo veas, eres mi niña. Te cuidaré como tal, y puedo ver que algo te está molestando.
Se abstuvo de chasquear la lengua. Más de una cosa la estaba «molestando», pero no significaba que iba a sincerarse sobre toda su vida con una deidad que apenas conocía. Eran sus problemas, sus cargas, para llevar sola y resolver por su cuenta. No solo sería un fastidio tener a alguien más inmiscuido, sino también grosero.
—No me sucede nada.
Sabía que eso no convencería a nadie con medio cerebro, pero una negativa tan rotunda debería dar por terminada la conversación. Más de una vez le funcionó en su hogar. No obstante, había olvidado que no estaba de regreso al bosque, y que trataba con una divinidad, a quien no podía engañar desde un principio.
—¿Es así? ¿Qué hay sobre tu conversación con Primo?
Por supuesto que iba a mencionarlo a su diosa patrona. Era algo que esperaba que ocurriera tarde o temprano, así que no se inmutó. Y tampoco estaba siendo acusada, lo que era extraño en sí mismo.
—Solo la verdad.
—Significa que los consideras a todos inferiores, ¿no? —Ryuu no ofreció respuesta, y tampoco se esperaba una—. ¿Qué hay de Kiyohime? ¿Ella también es inferior a tus ojos?
La mencionada hizo que la más joven de las elfas se riera de algún comentario. Ya no se veía tan cohibida en su trato con la dracónida, haciendo que fuese chocante verla así y pensar en el día anterior. Ryuu apenas evitó estremecerse al recordar aquellas pupilas dirigidas a ella.
—Tiene sangre de dragón —esa frase resumía todo.
Por mucho que su orgullo élfico estuviese gritando, pataleando y, en efecto, haciendo un berrinche por eso, no le quedaba más opción que aceptar la realidad. Y ayudaba esa pequeña y sádica parte que se divertía al estar en presencia de algo superior a los arrogantes ancianos que la criaron. Estarían echando espuma por la boca, de eso no había duda.
Sea como fuere, podía aceptar estar por debajo de una descendiente de dragones. Existía el consuelo de mayor experiencia tanto en la vida como en el combate, junto a mejores habilidades marciales.
—Oh, lo sabes —no se escuchaba sorprendida del hecho—. Es la primera vez que veo a una ryūshu.
—¿Por qué hablamos de esto? —quiso saber, ahora por tercera vez.
—Queriendo conocer tu razonamiento, es todo —la pequeña diosa desestimó sus preocupaciones con un movimiento de su mano—. Le dijiste a Primo que las otras razas son inferiores. ¿Por qué?
—¿Por qué no? Humanos —la palabra fue dicha como veneno—, pallums y mestizos. Los dos primeros con vidas tan cortas como las de insectos, al igual que algunos de los últimos. Pero todos dedican su corta existencia a destruir como plagas.
Aunque no lo había presenciado de la misma forma en la cual lo hicieron los más viejos de su comunidad, entendía tal destrucción. Especialmente de los humanos, criaturas que carecían de cualquier oportunidad de redención, ansiosos por destruirlo todo a su paso.
Los pallum, incluso inferiores a los humanos, junto a los mestizos, todavía tenían redención. Estos últimos contaban con una mejor conexión con la magia y la naturaleza, incluso si la desperdiciaban construyendo ciudades artificiales con aquella arquitectura mediocre.
Y, a pesar de poder redimirse, abrazaban su inferioridad. ¡Incluso sabía que se hacían llamar semi-humanos! ¡Semi-humanos! Cuando los humanos eran solo una fracción de ellos, carentes de todo lo que los hacía especiales. Podía comprender el odio de los ancianos cada vez que los elfos eran catalogados como «semi-humanos».
¡Los elfos eran más que solo «semi-humanos»! ¡Los elfos eran superiores en todos los aspectos! Solo era una verdad innegable, nada más, nada menos.
—Y a pesar de eso —la voz de la diosa, que pareció esperar a que terminase de pensar, la atrajo—, han logrado maravillas. Para nosotros, los dioses, las vidas de todos los mortales son tan efímeras como una exhalación. ¿Décadas, siglos e incluso milenios? —suspiró con tristeza—. A pesar de que estoy aquí abajo, caminando entre ustedes, todavía se siente... irreal, sería la mejor palabra. Puede que ahora, cuando la necesidad del tiempo es la primera vez que me perjudica, lo perciba como un mortal. Pero, en la rutina cotidiana, cada parpadeo es un ciclo diario.
»Tal vez no lo sepas por tu juventud, pero los elfos lo perciben de una forma parecida cuando llegan a cierta edad. Se vuelve monótono, demasiado aburrido como para prestar atención, como para que importe, y es aquí donde las vidas cortas, que son dedicadas a las maravillas, entran es escena. Viven cada momento como si fuera el último, cada día como si fueran años. ¿Y los elfos? Al igual que nosotros, los dioses, se estancan en su pasividad.
Ryuu apretó los dientes y aceleró su paso. Dejó atrás a la diosa, luego a la dracónida y la joven elfa. Encabezó la marcha con pasos firmes y altaneros. Aseguró la mochila y rama en su espalda, recordando que estaba allí y siendo poco más que una forma de rememorar las palabras recién dichas.
Ser comparados, hasta el punto de la igualdad, con los dioses, debería hacer feliz a su ego. Pero, en su lugar, fueron como puñaladas, avivando una furia que la carcomía tanto que no le sorprendería ser la que ahora escupiese fuego. No lo podía creer, tales palabras. ¡Estancada! ¡Ella, de todas las personas, de todas las razas!
No se permitiría ser puesta por debajo de las otras razas, en especial de los humanos.
Lo que sea que la diosa le dijo a Ryuu la puso de muy mal humor. Tanto, que pisoteó el resto del camino, y ahora que estaban descansando, afilaba el sable como si la hubiera ofendido personalmente. Con mucha violencia, murmurando cosas en un idioma que no entendía, y no era necesario comprender para saber que no eran palabras destinadas a los oídos de una dama.
La adición de Primo cambió las noches de guardia, que ahora se llevaban a cabo en parejas; Ryuu y Kiyohime se aseguraban de tomar siempre la primera, cuando había una mayor probabilidad de ser atacadas. O eso creía, no era una experta, pero, si de ella dependiera, emboscaría unas horas después de que comenzara el descanso, cuando los músculos mostraban las primeras señales de agotamiento.
Un afilado particularmente violento le hizo recordar su principal problema, y era averiguar lo que estaba ocurriendo para poder solucionarlo. ¡Todavía estaba en la operación de hacer su primera amiga y curarla de sus creencias equivocadas! Podría elegir un objetivo menos complicado, como Primo, pero Sanjō no Kiyohime nunca retrocedía ante un desafío.
¿Supremacista humana? ¡Tenía salvación! No era tan malo como parecía, en realidad. Solo hacía falta guiarla por el buen camino, hacerle aceptar que, a pesar de que los humanos eran inferiores incluso a la casta inferior de yōkai, no importaba demasiado en el gran esquema de las cosas. Eran seres sintientes.
Asintiendo para sí misma ante la brillantez de su plan a largo plazo, preguntó:
—¿Sucede algo, Ryuu-san?
Chispas volaron ante la brusquedad con la cual Ryuu empujó la piedra de afilar a lo largo de la hoja. Kiyohime negaría a cualquiera que eso la hizo saltar de la sorpresa. Ella no se asustaría por algo como eso. Ni un poco. No. Jamás.
—¿Tengo que esperar la misma pregunta de Primo?
Entonces la diosa detectó algo en ella, le preguntó y no resultó demasiado bien. Al parecer, el orgullo de Ryuu no permitía que alguien se preocupase por ella; entendía el sentimiento perfectamente, aunque, en su caso, era evitar preocupar a su hermana menor.
Hora de cambiar a un enfoque que usaba con Mikoto las contadas veces en las que se negaba a hablar de algo que la molestaba. La niña podía ser muy independiente, pero la distracción funcionaba muy bien en ella.
—En Yamato, nombrar es un acto con mucho significado.
—¿Qué? —se escuchaba confundida con el non sequitur—. ¿De qué estás hablando?
—Muchos padres planean el nombre de su vástago incluso antes de planear la concepción —ignoró su pregunta sin sentirse culpable—. ¿Sabes por qué?
—¿Por qué? —no sonaba curiosa, solo impaciente y deseosa de terminar.
—Para los onmyōji es una representación de algo que son, y una proyección del futuro. Los nombres tienen poder, después de todo.
Era algo que marcaba a un ser desde el principio hasta el final, que se inscribía en lo más profundo. Incluso nombrar un arma, una especial, se consideraba un acto importante.
—¿Poder? —esta vez sonaba intrigada, lo que era una victoria.
—Es... complicado. ¿Has escuchado del Onmyōdō? —tal como esperaba, recibió una negativa—. Bien... Correcto... Su nombre, en el idioma común del continente, significa "El Camino del Yin y el Yang". Puedes llamarlo una ciencia y un arte a través del cual se entiende la magia misma. Todo lo relacionado con esta. Todos los aspectos del misticismo, para ser precisa.
»El nombre se considera, bajo los aspectos de la dualidad, el estado del individuo, o yin, el principio femenino, la tierra, la oscuridad, la pasividad y la absorción; y la posibilidad de su futuro, o yang, el principio masculino, el cielo, la luz, la actividad y la penetración. Quiere decir que...
—Está ligado al Destino. Quienes somos al nacer, impulsará en quienes nos convertiremos.
Kiyohime asintió con una sonrisa, feliz de que lo hubiera entendido a la primera. Por supuesto que era más complicado que todo esto, porque nada de esta filosofía era sencillo, pero seguía siendo una buena simplificación.
—La rama del Onmyōdō que estudia el Destino, junto a la rama que estudia la onomástica, establece que los kanji, una escritura con poder según otra rama, establece el futuro.
—¿Conoces el arte? —la curiosidad se filtraba en su voz.
—Bueno... —sentía que sus mejillas estaban enrojeciendo—. Solo he leído un poco como parte de mi educación. No sé si puede ser útil, es como la adivinación, puede ser imprecisa con...
—Será suficiente —esta vez no se molestó en ocultar la impaciencia.
Kiyohime se esforzó por no reír. Estaba teniendo la misma reacción que Mikoto, ansiosa por saber qué significaba. Supuso que era una forma de actuar común cuando le decías a alguien que su nombre podía decidir su futuro, o establecer su carácter.
—¿Cómo se escribe tu nombre?
Con la punta del sable, escribió «Ryuu» en la tierra. Había aprendido el idioma escrito del continente, y la caracterización de su lenguaje en ōraji, y este que le presentaron era fácil. Una sonrisa se dibujó en su rostro, algo que la enmascarada pareció haber notado.
—Lo estás haciendo de nuevo —comentó Ryuu, y si Kiyohime no se equivocó, sonaba divertida.
—¿Eh? ¿Haciendo qué?
—Cada vez que tienes pensamientos narcisistas, acaricias tus cuernos.
Kiyohime cubrió su rostro cuando lo sintió estallar en escarlata. ¿Se había relajado lo suficiente como para exhibir uno de sus hábitos? ¡Y no estaba teniendo pensamientos narcisistas si era verdad!
—Dra-dragón —dijo, intentando cambiar de tema—. Tu nombre se escribe con el kanji de dragón. En occidente los dragones son símbolos solo de poder, así que ese es su significado: poder, adquirido o como objetivo; una voluntad inquebrantable que solo se equipara a tu orgullo; o, de forma más literal, estás ligada a un dragón.
Esta vez detuvo su mano libre para que no viajara a su cuerno. La enmascarada no ofreció más que un asentimiento, antes de escribir «Lion», lo que solo creía que era su apellido. Probó un poco el nombre antes de escribir el kanji correspondiente.
—León. No hay una aplicación exacta, pero supongo que podemos atribuirlos a los leones de Fu, espíritus guardianes... ¿Tu nombre tiene significado en tu idioma? —recordó que esa era una pregunta que debió hacer en un principio.
—"Ryuu", nada. "Lion" es una forma de referirse a la luz.
—Luz... Luz... ¿Tal vez hablan sobre guía, ser la luz en la oscuridad?... Los dragones, en Yamato, no son solo símbolos de poder y fuerza, ya fuese terrenal o celestial, sino también de conocimiento, sabiduría y benevolencia.
»Puedes ser la luz guía, sabia como un dragón, o de forma más literal, la guía del dragón, o... —negó con la cabeza—. Olvídalo. Si usamos los leones de Fu, puedes hacer referencia a que eres la guardiana del dragón.
Ryuu resopló, posiblemente pensando en la historia usada para entrar al pueblo donde conocieron a Dia. Sería, en realidad, divertido si su nombre solo hubiera predestinado ese preciso momento.
—¿Algo más?
—Guardiana de la sabiduría, y la sabiduría, asociada con la edad, puede hacer referencia a un objeto, algo antiguo. Lo suficientemente antiguo para recibir tal apelativo.
La enmascarada se mantuvo en silencio pensativo por un par de minutos antes de preguntar:
—¿Qué hay del tuyo?
—Fácil —apenas mantuvo la alegría fuera de su voz mientras escribía kanji y ōraji—, "Kiyo" significa pureza y honestidad. "Hime" se utiliza para princesa. Soy la princesa de la pureza y la honestidad —declaró, con no poca jactancia.
Ryuu se aclaró la garganta, y Kiyohime la observó con la boca abierta, sorprendida e indignada a partes iguales. ¿Acababa de hacer reír a Ryuu? O lo más cercano a una risa. No fue esa su intención, ni mucho menos, pero podía considerarlo una victoria en su libro, dibujando una sonrisa propia.
—¿Te sientes mejor? —decidió preguntar con dulzura.
—¿Qué...? —pareció notar que ya no intentaba matar su sable—. ¿Cómo?
—Soy buena animando a las personas —le sonrió con suavidad—. Si no quieres decirme qué te molesta, está bien. Pero puedes venir para que te levante el ánimo.
Era lo menos que podía hacer por toda la ayuda que Ryuu le brindó. Y, si era honesta, disfrutaba entreteniendo «invitados»; siempre y cuando fuesen personas agradables. Le recordaba, a pesar de las obvias diferencias, a todos los cha-ji que celebró con su hermana, y a veces con su maestro y Mikoto.
—¿Cómo puedes ser tan positiva?
—Es un don. No importa lo que sucede, sé que siempre habrá un mañana mejor.
§
Información Importante
Volví de entre los muertos, y dándome cuenta de que me equivoqué en el apellido. Tenía pensado usar «Sanjō no Kiyohime», pero, en su lugar, usé «Sanjōno no Kiyohime». De todas formas, corregido.
Ahora, "ōraji" es el equivalente de este mundo de "rōmaji", o "rōmanji". El último significa "caracteres de Roma", mientras que, el primero, es "caracteres de Orario".
Solo tenía un poco de bloqueo, la publicación seguirá a partir de hoy.
Reseñas
Ittlehouse: Creo que Kiyohime necesita un poco de amor. Es un personaje tratado como una broma, teniendo en cuenta que su historia es trágica, lo que me hizo adorarla; claro, mato a su amado, pero, si se ve desde cierto contexto, que no estoy dispuesto a explicar porque es largo, es una tragedia para ella, en lugar de ser el monstruo.
