O no Siempre, al Parecer


—"Siempre habrá un mañana mejor" —murmuró Ryuu, goteando sarcasmo.

—Perdón.

Sin sus extrañas armas, cuyo nombre aprendió que era tessen, o abanico, la dracónida quedó reducida a cubrirse el rostro con las manos. Las puntas de sus orejas estaban rojas, a pesar de que se apoyaba en las rodillas. Si no estuvieran en una posición tan precaria, y Ryuu cargando un dolor de cabeza, habría disfrutado de esa muestra de sumisión y timidez de alguien que era arrogante.

Otro bache en el camino desestabilizó el carro, causando que Ryuu golpease su sien. Hizo una mueca cuando la sintió latir al compás de su corazón. Más que un carro, era una caja en la cual las habían encerrado a Kiyohime y ella, con apenas espacio suficiente para sentarse una junto a la otra. Tenían que pegarse a la pared para no tocarse mutuamente, y el camino irregular estaba por causarle jaqueca.

Apretó los dientes y se concentró en su audición, captando la conversación que se estaba gestando en el asintió del conductor. Era eso, hablar entre ellas cuando ninguna estaba muy dispuesta, o estar sola con sus pensamientos.

—Este es un comportamiento deplorable para una deidad, Laverna —la voz de Dia era apenas reconocible gracias al reproche y la ira que cargaba.

—¡No sé a qué te refieres! —canturreó otra voz femenina—. Solo estamos aquí para divertirnos. ¡Vamos! Quita esa cara. Accedí a no hacerles daño, y permitir que tu pequeña mascota conservase su máscara.

Ryuu quiso golpear la caja en la que estaba por ser llamada mascota, pero se abstuvo. Comenzaba a comprender por qué los ancianos tenían cierto desprecio por las divinidades. Se acostumbró tanto a Dia en tan poco tiempo que olvidó el panorama general: todos estaban en el Mundo Inferior por y para la diversión.

Despertarse debido a los cascos de los caballos, y ver todo un grupo de bandidos cabalgando y corriendo hacia ellas no era lo que llamaría diversión, pero esta tal Laverna, una diosa de los ladrones, lo encontraba entretenido. Y de no ser porque Dia se presentó como una deidad ella misma, o la tal Laverna lo sintió, sus cadáveres se estarían pudriendo al costado del camino.

Los dioses evitaban matarse, o enviarse entre ellos al Mundo Superior, y todo en nombre de la diversión. Reglas que buscaban impedir que todo se convirtiese en una masacre, reduciéndolo a una partida que solo ellos entendían, en un tablero donde todos los mortales eran piezas.

—No puedes simplemente jugar con la vida de las personas como...

—¿Por qué no? —la pregunta fue más una amenaza, con su voz goteando burla—. No es como si los mortales sean útiles para muchas cosas. Nos deben todo, ¿sabes? —creyó escucharla reír entre dientes—. Este lugar es como nuestro patio de juegos personal.

—¡No está bien tratar a las personas como juguetes!

—¿Por qué no? —repitió la pregunta, esta vez con verdadera curiosidad—. Eso es lo que son. Quiero decir, ¿por qué otra razón vamos a darles una Bendición? ¿Esos que traes contigo? Son tus juguetes personales. No soy de los que se mete con las cosas ajenas... la mayor parte del tiempo —se rio a carcajadas—. Soy la Diosa de los Ladrones, por supuesto. ¡A diferencia de ese idiota de Hermes, lo grito con orgullo!

Ryuu se dio cuenta de que sus dientes estaban rechinando, pero, para su propia vergüenza, la tranquilizaba el hecho de que Dia las estuviera defendiendo con tanta vehemencia. Solo ayer estuvo a punto de gritarle por llamarla «niña», pero aquí estaba ahora, feliz por esconderse detrás de su falda.

—Para catalogar a las personas de esa forma... —Dia se escuchaba horrorizada.

—Lo que sea que funcione contigo, cariño. Solo los que tienen una falna valen nuestro tiempo. ¿El resto? Bueno, no tengo que decirlo, ¿o sí?

Escuchar algo parecido a un gruñido a su lado hizo que el peso de la situación cayese sobre Ryuu. Estaba en una estrecha caja de madera, un material muy inflamable, en compañía de una dragona iracunda luego de un secuestro. No obstante, pudo respirar en paz al notar que no hubo cambio alguno en sus pupilas.

—¿Las escuchas? —preguntó Ryuu, intentando desviar su atención.

—Solo un poco, mi audición no es tan buena como la de un elfo —aunque no era el momento, Ryuu no pudo evitar pavonearse ante el elogio indirecto—. Desearía poner mis manos sobre su cuello.

Lo último no fue algo destinado a los oídos humanos, pero Ryuu lo escuchó y se quedó boquiabierta. Había aprendido sobre la patria de Kiyohime, aunque fuese solo un poco. El hecho era que trataban a las divinidades como, bueno, divinidades; las ponían en un pedestal tan alto que eran intocables.

Debió darse cuenta de que fue escuchada, porque su rostro volvió al mismo escarlata de vergüenza. Lo cubrió con las manos, pero estaba mirando entre el dedo medio y el anular. Esta chica era un desastre sin sus dichosos abanicos, uno adorable, al menos.

—Pensé que adorabas a todas las deidades en el Mundo Inferior —fue imposible dejar de lado la incredulidad de su tono.

—Y-yo... —gruñó por lo bajo—. Odio a los dioses como ella.

¿Tuvo alguna experiencia con algún dios malvado? Aunque no importaba. ¿Sufría algún tipo de defecto de personalidad? Las personas no pasaban tan rápido del enojo a la vergüenza y viceversa, tal como ocurrió ahora. Estaba cerca de volver al mismo estado de furia ciega, así que se propuso distraerla. Habría sido divertido ver las caras de los ancianos al tener que usarse a sí misma como entretenimiento.

—¿Dónde quedó tu adoración a las divinidades? Pensé que no debías tocarlos, o siquiera mancillarlos con la mirada —un poco de sarcasmo se coló en las palabras.

—Nunca respetaré a ese tipo de seres.

Al parecer, fueron las palabras equivocadas. La cercanía obligatoria hizo que Ryuu notara el aumento progresivo de la temperatura, y antes de que pudiera pensar en qué hacer para no ser quemada viva, desapareció. Ahora se veía... extraña; solo podía llamarlo una mezcla de timidez, más del lado de la vergüenza, junto a la ira y tristeza. En serio, ¿ella sufría algún tipo de trastorno?

—Y-yo... ataqué a un dios... Creo... —lo último, nuevamente, no fue destinado a oídos humanos—. Por eso fui expulsada de casa... No soporto a los de su tipo.

A Ryuu le tomó algo de tiempo para que su cerebro pudiera funcionar de forma efectiva una vez más, y no estaba segura de si escuchó bien. Ella, que la regañó por su sinceridad contundente cuando conoció a Dia, que también la reprendió cuando evitó ser tocada por la mestiza... ¿atacó a una deidad?

Ryuu abrió y cerró la boca un par de veces, pero no supo qué decir. ¿Cómo actuar en este tipo de situación? Era obvio que no podía felicitarla, ya que se trataba de un evento que no encontraba placentero, y tampoco era de las que alababa en primer lugar. No estaba segura de que Kiyohime lo lamentase tampoco, y Ryuu no tenía ese tipo de empatía en primer lugar.

En lugar de decir algo que pudiera regresar para morderla, optó por el silencio, ya que este nunca le ha fallado hasta ahora. Volvió a concentrarse en lo que estaba ocurriendo afuera.

—Y deberías tener vergüenza —era la voz de Dia—. Se supone que somos sus guías. ¿Qué bien podemos exigirles cuando actuamos de forma deplorable?

—Realmente eres el alma de la fiesta, ¿no? —Laverna no podía sonar más aburrida—. Mira, si te callas, te venderemos en la ciudad más cercana, a ti y a tus mascotas. Pagan rescates por nosotros los dioses. Pero, si vuelves a sermonearme, solo te vendo a ti y me quedo con el resto.

Ni siquiera tenía necesidad de verla para saber la furia e indignación que debía estar sufriendo Dia en este preciso momento. Solo con Kiyohime era suficiente, e incluso Ryuu estaba deseosa de matar a una deidad por primera vez. ¡Ella no era ningún tipo de ganado que pudiera ser vendido! Era un rescate, pero seguía siendo degradante.

Pero, en lugar de dar rienda suelta a su enojo, decidió calmarse. Estaban en una situación de desventaja, necesitaban pensar con cabeza fría. Podría no ser tan malo, ya que estaban recibiendo un viaje gratis a la ciudad... Aunque sus pertenencias fueron saqueadas, lo que incluía la rama del árbol...

Sí, las cosas iban mal. Necesitaban salir de aquí, en especial porque no podía contar con que un grupo de bandidos cumpliera su palabra. La pregunta radicaba en cómo hacerlo y no morir en el intento.

Miró en dirección de la puerta. Era gruesa y chapada en hierro. Intentar derribarla por su cuenta no iba a servir, y estaba segura de que Kiyohime tampoco lo lograría. La chica demostró ser más fuerte de lo que debería, pero la situación no era la misma que levantar una viga. Además, alertarían a toda la veintena de bandidos con falna.

Primo estaba fuera, junto a la diosa, pero no se debía que era la menor amenaza. Lo correcto era mantener al mago vigilado, porque, encerrarla sin vigilancia y nada que pudiera suprimir su hechicería era un error. Así que, privada de su catalizador para mejorar su magia, también estaba el inconveniente de que no estaba versada en el combate a corta distancia. Y mucho menos podrían contar con que fuera sigilosa y los sacase luego de forzar la cerradura o robar la llave, convirtiéndola en el rehén perfecto.

Kiyohime también parecía estar pensando en un plan, pero, a juzgar por su rostro, nada había llegado a ella todavía.


§


II


§


Kiyohime sintió cuando el carro se detuvo, con el cuerpo tenso mientras la puerta se abría. Abalanzarse sobre sus captores no estaba entre sus planes; no estaban en riesgo inmediato, hasta ahora fueron tratadas con decencia salvo las ataduras y un intento fallido empeoraría su situación.

Los hombres al otro lado, tal como en la mañana, vestían con diversas prendas que no combinaban entre sí, pero proporcionaban protección. Estaban sucios, con barbas descuidadas y manos mugrientas. Ni siquiera se molestó en disimular la mueca de asco por lo que estaba viendo.

Ofendidos por la forma en la cual los miraba, el que portaba la ballesta acarició la madera, intentando transmitirle quién estaba a cargo. No sería demasiado difícil para ella hacerse a un lado antes de que pudiera disparar, y ni hablar de Ryuu. No obstante, había otro de ellos apuntándole a la diosa y a Primo.

Con la cabeza en alto, descendió, seguida por Ryuu. Mantuvo su distancia mientras se aseguraba de quedarse entre ellos y su compañera. La enmascarada ya no estaba tan tensa alrededor de Kiyohime, pero no se podía decir lo mismo de estas personas.

—Tú —el que llevaba espada señaló a Ryuu—, irás a comer con el resto. Y tú —esta vez se dirigió a Kiyohime—, irás con la jefa. Quiere hablar contigo.

Tensándose ante las posibles implicaciones de algo como eso, asintió sin dejar que se viera su nerviosismo. Intercambió una mirada con Ryuu. Kiyohime no sabía qué quería transmitirle a la otra chica con eso, si era seguridad, miedo o buscando apoyo. No sabía si hizo o encontró algo antes de tener que moverse.

Pensó que iba a quedarse cerca de la fogata que estaban instalando, pero, en su lugar, se adentraron más en el bosque. No sabía que ya habían llegado a la siguiente parte del recorrido. No le gustaban los bosques por la noche, simplemente eran demasiado aterradores para su gusto. Se consideraba una chica hogareña, después de todo.

No hubo que avanzar demasiado, pero sí lo suficiente como para quedar fuera del alcanza del oído de Primo. Los hombres se retiraron, y aunque Kiyohime no tenía lo que se podía llamar una visión nocturna, estaba mucho mejor que las demás razas. El hecho de que su objetivo llevaba una lámpara ayudaba.

Una mujer curvilínea de cabello castaño y ojos oscuros, cuya piel se quedaba entre el blanco y el moreno. Aunque vestía mejor que los hombres que la seguían, todavía daba esa vibra de forajida salvaje con ropas rasgadas en algunas partes y cuero endurecido como armadura. Notó que incluso estaba armada, algo raro entre las deidades.

—Supongo que sabes quién soy, ¿no? —preguntó con arrogancia y diversión.

—No había tenido el disgusto de conocerla —Kiyohime recurrió a toda la frialdad aristocrática que aprendió en sus clases de etiqueta—, aunque parece que eso ha cambiado.

Sintió satisfacción al ver su sonrisa convertirse en un ceño fruncido, antes de que enmascarase dicha expresión. Podría ser una diosa, pero vivir entre bandidos no iba a ayudarla en una conversación.

—Crees que es divertido, ¿no? Creo que tengo una idea de tu tipo, dracónida.

Rígida ante el hecho de que la diosa supiera lo que era, no le dio la satisfacción de reaccionar más allá. Las palabras de advertencia de Ryuu pasaron por su cabeza, y estaba lista para arremeter de ser necesario. No iba a convertirse en la cena de ninguna depravada.

—Una dama mimada, ¿no? —siguió, ignorando la tormenta dentro de Kiyohime—. Pero estás tan lejos de casa ahora. En garras de la gran y malvada Laverna.

Hizo un ademán burlón con las manos, además de un gruñido. Tal vez estaba intentando imitar a un gato, no lo sabía, pero tampoco le importaba. Su atención estaba en los alrededores. Sabía que había personas, todas dispuestas a matarla ante la más mínima acción.

—¿Qué es lo que quiere? —cortó su monólogo, quería salir de allí.

—Solo informarte que me perteneces a partir de ahora.

—¿Le ruego me disculpe?

—¿Pensabas que luego de poner mis manos en una dracónida, un evento más raro que ganar la lotería y ser golpeado por un rayo en el mismo instante, la dejaría escapar? —soltó una carcajada larga y desagradable—. Realmente eres ingenua, ¿no? Puede que deje ir a Dia y al resto, pero tú te quedas conmigo.

Inhalando y exhalando para calmarse, decidió pensar en su hermana y Mikoto jugando juntas. La visión logró traerle una sonrisa, abriendo los ojos ante una desconcertada Laverna. Transmitió su decisión en palabras suaves y tranquilas.

—Me niego.

El rostro juguetón de la divinidad cambió a una expresión de furia salvaje. Por un momento, Kiyohime creyó que iba a ser atacada. No obstante, Laverna hizo un esfuerzo descomunal para mantenerse en su sitio.

—Parece que no me entendiste —dijo la diosa, con los dientes apretados—, así que seré clara. Te quedarás aquí y te convertirás en una maldita yegua de cría para darme pequeños dragones. Serás la puta personal de esta banda, ¿me hice entender?

Aunque la sonrisa seguía adornando su rostro, sentía lentamente el incremento de su frecuencia cardiaca. La temperatura aumentaba al ritmo acelerado de su corazón y los bordes de su visión empezaban a volverse rojos. No era una metáfora, literalmente estaba comenzando a ver rojo y pronto se perdería en una niebla de ira. Pero era lo de menos.

¡¿Cómo se atrevía a amenazarla este ser insignificante?! Renunció a su divinidad para jugar entre mortales, ¿y creía tener el derecho de reclamarla como si fuera una especie de posesión?

Odiaba a los dioses como ella. El poder llegaba con la responsabilidad, la nobleza obligaba, y seres que presumía omnipotencia debían estar sujetos a este precepto. Pero nunca faltaban los que cedían ante sus impulsos, tomando de quienes ni siquiera podían o debían defenderse.

Los detestaba tanto que gustosa los despedazaría con sus propias garras.

Un aplauso la sacó de su pozo de ira, incapaz de saber cuánto tiempo pasó de esa forma. Notando el rostro divertido que estaba poniendo la diosa, tentándola a volver a perderse en la rabia primigenia. Pero resistió el impulso, dando media vuelta sin dirigirle la palabra.

—Ve a cenar, dragoncita. Quiero verte más tarde.

Kiyohime había perdido por completo el apetito.


Ryuu miró en dirección de Kiyohime mientras el bandido casi la empujaba con la punta de su ballesta. Estuvo tentada a seguirla solo para averiguar qué quería la deidad, pero no era el momento de mostrar rebeldía. Terminaría muerta antes de poder hacer algo... Tal vez alcanzaría a matar a uno, las manos atadas no ayudaban.

Dia también estaba mirando hacia la dracónida, mordiendo su labio en una demostración de cuanto le afectaba no estar allí, y tampoco pasó por alto los abanicos de Kiyohime, sostenidos en manos apretadas hasta palidecer. Ryuu tuvo que tragarse sus palabras del día anterior; a esta divinidad sí le importaba, incluso le dolía por ellas, sus «niñas».

No obstante, las palabras de Laverna seguían reproduciéndose en su mente. Para los dioses, los mortales no eran más que diversión. Piezas. Desechables.

Tomó asiento en una caja, mirando con repugnancia el cuenco de madera que pusieron frente a ella. El olor a carne le revolvió el estómago, y mirar los trozos flotando en la sopa no ayudaba a su apetito. ¿Cómo las personas podían comer esto y no morir?

Asqueada, apartó el cuenco, derramando parte de su contenido. Recibió algunas miradas por eso, pero le restó importancia. Tampoco iba a quitarse la máscara frente a toda esta banda de salvajes. La solución era no comer.

Miró de reojo a Primo, consternada por el hecho de que ella estaba consumiendo tal asquerosidad. ¿Dónde estaba su orgullo élfico?... Con el resto de las enseñanzas, supuso. Una vergüenza para la raza.

—¿Qué querría con Kiyohime? —escuchó a la diosa preguntar.

Tantas razones por las cuales podría querer reunirse con esa chica. Especular no servía de nada, solo pondrían a volar su imaginación y sería más perjudicial que beneficioso.

—¿Conoces a nuestra secuestradora? —preguntó Ryuu.

—No por el placer de hacerlo —contestó a la defensiva, casi iracunda—. Cuando pasas una eternidad en el Mundo Superior, los conoces a todos eventualmente. La mayoría se olvida entre sí, incluso si pertenecen al mismo panteón.

Tenía sentido. ¿Por qué molestarse en recordar os nombres y rostros de los demás dioses? Ni siquiera lo hacía con los elfos de su hogar, y mucho menos se tomaría la molestia de hacerlo con personas que no volvería a ver en siglos.

—Ella es todo lo que un dios no debería ser. Egoísta, egocéntrica, déspota...

Ryuu la desconectó mientras ella continuaba reuniendo palabras peyorativas en contra de la diosa que los había secuestrado. No es que estuviese en desacuerdo con la descripción, pero no estaba de humor para quedarse escuchándola hablar sobre tal ser al que quería apuñalar. Solo volvió a la conversación cuando supo que había terminado.

—Pero al menos estamos de suerte —la frase la dijo como si fuese algo asqueroso en su boca—. Al menos aceptó dejarnos en la ciudad más cercana.

Demasiado conveniente. Debía haber algún tipo de trampa aquí, porque, por mucho que la diosa bandida dijera que no quería arruinar la diversión de sus compañeros, sería lo mismo que creer en un bandido humano. No sabía cómo manejaban las cosas las divinidades, pero la maldad era inmutable.

Negando con la cabeza, observó el fuego fijamente. Poco era lo que podía hacer para pasar el tiempo, además de idear un plan para poder salir viva y entera de esta situación. Estaba el objetivo secundario de poder retorcerle el cuello a la Diosa de los Ladrones.

Miró a su alrededor. Sabía que, si corría, podría perderse en el bosque antes de que cualquiera de ellos pudiera alcanzarla; sería imposible que los humanos la alcanzaran en su terreno. En un parpadeo estaría segura, y si lo planeaba bien, sería capaz de recuperar algunas de sus cosas en el proceso.

Pero estaba el problema de sus acompañantes. Había hecho una promesa y tenía intenciones de cumplirla. No podía simplemente dejar tirada a la diosa, y aunque no verbalizó ningún tipo de juramento hacia Kiyohime, se estuvieron ayudando mutuamente. ¿Sería mejor que las razas inferiores si se acobardaba ahora?


Ryuu quería golpear la diosa que los había encerrado. Lo que sea que le hubiera dicho a Kiyohime la hizo ponerse de muy mal humor. Eso fue, al menos, al principio, porque tras la segunda visita, ahora estaba tan pálida como un fantasma y como si quisiera vomitar, a pesar de que no comió nada durante la cena. Ni siquiera había intentado hablar para pasar el tiempo, lo que era extraño.

—¿Sucede algo? —decidió preguntar.

No era su asunto, pero si ella vomitaba allí dentro, donde estaban obligadas a dormir luego de la «cena», se vería muy afectada. Para evitar una tragedia, tal vez hablar la ayudaría. A la dracónida le gustaba mucho hablar, a veces demasiado.

No consiguió nada de Kiyohime, solo su respiración constante que parecía la de alguien calmada, a pesar de la tormenta que debía estar gestándose en su interior. El hecho de que estuviese ignorando a Ryuu decía lo suficiente, porque, ni cuando estaban en el cuello de la otra, lo que parecía años atrás, mostró tal falta de decoro.

Ryuu se aclaró la garganta, lo que la hizo saltar. Si no la conociera mejor, o lo poco que lo hacía, se atrevería a decir que incluso tembló. Fingió inspeccionar la madera, repitiendo la misma pregunta.

—Y-yo... No es...

Cualquier cosa que iba a decir se quedó allí. Esto no era su problema, pero el hecho de que ella se esforzase en quitarle su malhumor la noche anterior la obligaba ahora.

—No creo que no sea nada —hizo un esfuerzo descomunal para no sonar irritada—. Has estado más pálida que un fantasma luego de que te fuiste por segunda vez.

Palabras equivocadas. Kiyohime se estremeció, abrazándose a sí misma, o intentándolo, porque sus muñecas estaban atadas. ¿Qué demonios sucedió? No había rastro de la dragona orgullosa, solo de una niña quejumbrosa y asustadiza, incapaz de mirarla.

Pensó que allí había terminado, sabía cómo de tercas podían ser las personas. Lo que no esperaba era que, a pesar de lo estrecho de la caja y la incomodidad, Kiyohime se girase para encararla. Se le veía al borde del llanto, lo que paralizó a la elfa y apenas registró su pregunta.

—¿P-puedo sostener tu mano?

—¿Perdón?

Consideró haber escuchado mal, pero el hecho de que ella no pudiera encararla le dijo que no se equivocó. Que Kiyohime había pedido, casi rogado, sostenerla de la mano.

En un principio, la sola idea la asqueo. No le gustaba el contacto. Era indigno, y apenas entre elfos se tocaban. ¿Hacerlo con otra raza? Era algo impensable, repugnante e inconcebible. Jamás había sido mancillada por una raza inf...

¡No! Debía mantenerse enfocada. Si comenzaba a pensar en cómo odiaba a todos los demás, iba a distraerse del problema actual. Guardó los pensamientos en el fondo de su mente y se concentró en Kiyohime. Debió descuidarla por demasiado tiempo, porque había comenzado a llorar.

—L-lo siento, o-olvida lo que...

Decidiendo actuar antes de pensar, tomó la mano de Kiyohime. Ryuu se estremeció ante el contacto, y necesitó cada gramo de su fuerza para no sacudirla. Kiyohime no era humana, mestiza o pallum. Era un dracónida, superior a los elfos. Repitió eso como un mantra, regresando a la realidad cuando la otra persona presente olfateó.

—Gra-gracias, yo... —negó con la cabeza, interrumpiéndose.

Ryuu miró su mano tiritante, que estaba prácticamente aplastando la de Kiyohime, quien no se quejó del dolor a pesar de su piel enrojecida. Incluso parecía proporcionarle calma, algo a lo que aferrarse.

—¿Qué sucedió? —volvió a intentarlo, esta vez con suavidad.

La dracónida volvió a dudar, pero no se veía tan reticente. Esperó, centrándose en la nueva sensación. Tuvo interacción física con las personas en su bosque, y cuando luchó con Kiyohime hubo algo de contacto, pero esto era diferente.

Siempre sintió que las pieles de los elfos eran demasiado frías. La mano de Kiyohime era cálida, un tanto agradable, no como cuando estaba respirando chispas. Tenía sentimientos encontrados al respecto, porque quería odiarlo, en lugar de sentirse confundida.

—Ellos... —su voz era apenas un susurro, aterrada y asqueada a partes iguales—. E-ella, pi-piensa que-quedarse co-conmigo, e-entregarme a-a sus ho-hombres pa-para ser vi-vio... —no se atrevió a decirlo—, y-y-y u-u-usada pa-para... cri-criar.

Ryuu sintió que su temperamento estallaba. Como elfa, era sensible a ese tipo de temas. Las razas inferiores buscaban una belleza que no les pertenecía, tomándola por la fuerza de ser necesario. ¿Cómo, si no, habría semielfos correteando por allí?

Tal vez no iría tan lejos como para llamar a Kiyohime una amiga, y nunca tuvo amigas, pero había estado viajando con ella lo suficiente para conocerla e hicieron un pacto tácito de protección mutua. Escuchar los planes de esa... cosa, porque no podía llamarla diosa, la enfureció. Tenía muchas ganas de retorcer un cuello divino.

Tuvo que respirar con lentitud para calmar su ira que iba en aumento. Fue un poco difícil, en especial cuando tenía el recordatorio tan cerca. Una chica tan orgullosa reducida a un manojo de nervios tan asustado.

—No te pasará.

A pesar de sus palabras, la dracónida no pareció haberla escuchado. Siguió hablando, esta vez parecía ser más para sí misma que para los demás.

—M-me llamó por segunda vez... Lo-los habrían ma-matado... Me hi-hizo de-desnudarme y pa-pasear frente a to-todos...

En un movimiento del que se iba a arrepentir más tarde, tomó la otra mano de Kiyohime con esfuerzo debido a las ataduras. Esto la hizo regresar a la realidad, mirando la acción sorprendida. Ryuu se sentía igual, pero no fue el momento de racionalizar el hecho de que estaba tocando a una no elfa, por muy dracónida que fuera.

—No te harán nada —le aseguró con más confianza de la que en realidad tenía—. No dejaré que lo hagan.

No estaba en posición de hacer tal promesa, pero al menos consiguió toda la atención de Kiyohime. Que la mirasen ahora sus mayores, consolando a una no elfa; tendrían un ataque al corazón por esto. Podría llamarse un momento íntimo de no ser porque estaban dentro de una incómoda caja de madera.

—N-no po-podrás evitarlo —negó con la cabeza, bajando la mirada hacia sus manos, todavía unidas—. S-son demasiados. To-todos tienen falna.

Había olvidado este dato importante. Y no sabía cuánto tiempo llevaban con la Bendición, porque bien podrían tener mucha más ventaja que ellas. No esperaba nada de la competencia marcial de bandidos, pero sería un problema si había alguno de nivel dos entre ellos. Una pelea significaba suicidio, ellos tenían la ventaja numérica y de información.

—No importa —declaró—. Lucharemos contra ellos. Solo hace falta encontrar una manera.

Palabras vacías, ofrecidas para crear una falsa sensación de seguridad. No engañarían ni a un niño pequeño, pero Kiyohime le sonrió entre las lágrimas. Carecía de la arrogancia habitual, era más suave y frágil. Esta vista le hizo ganar algo más de autocontrol, porque Ryuu también tenía su mente hecha un caos.

Estarían saliendo del bosque... Bueno, no lo sabía, porque el camino para los carruajes era zigzagueante. Estaba el otro asunto de que faltaban días para llegar a la próxima ciudad. Tenía poco tiempo para liberarse a sí misma, Kiyohime, Primo y la diosa, en ese orden de importancia.

La única mochila intacta, que no habían vaciado para buscar cosas, era la de Ryuu, que llevaba el agua y la dichosa caja de Dia. Ni siquiera se molestó en recordar quién llevaba cada cosa, en realidad. ¿Ya había comenzado el invierno? No sabía, la bendición del Árbol Sagrado Noah los mantenía calientes, pero sabía que dormir a la intemperie sería un suicidio.

Ryuu sacudió la cabeza. Estaba cayendo en la negatividad. Tenía que hacerlo un paso a la vez, y lo primero era escapar. El bosque era su territorio, y era su mejor apuesta hacerlo ahora en lugar de esperar a salir. Por ahora, descansaría para recuperar energía.

En algún momento de la noche olvidaron que estaban tomadas de las manos.


§


Información Importante


Como un buen idiota, y para convertir mi regreso triunfal en una... Bueno, lo que sea, el punto es que subí el capítulo de forma incorrecta. De no ser por un aviso anónimo, mi estupidez se hubiera prolongado. Ya fue arreglado, y este es algo así como un regalo de disculpa. Pensaba subirlo el 30, pero lo haré ahora.

El asunto de lo que hizo Laverna con Kiyohime se explicará más adelante. Pero, como no tengo ganas de sacar un Wolf Guy y escribir una violación, fui con esto.

Y un poco de racismo habitual de Ryuu, pensando que todos los semifelfos nacen de violaciones.