Disclaimer: D. Gray-Man no me pertenece
Manifestación de voluntad*
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Lenalee respiró profundo, botando el aire de sus pulmones en la exhalación correspondiente. Miró al chico frente a ella, a través de sus largas pestañas y le vio la espalda, ancha, que avanzaban con lentitud.
Volvió a exhalar.
Llevaba tres días sin sus noches caminando y él no había vuelto a abrir la boca, por lo que su viaje había transcurrido en absoluto silencio. La única forma que hallaba para no volverse loca era oyendo el sonido de su propia respiración y el de sus pasos sobre el terreno árido, porque Lavi, además de no querer hablar, parecía también no estar interesado en emitir sonido alguno. Como si su presencia fuese solo un espejismo. Tanto su respiración como su andar eran casi inexistentes, hasta el punto de sentir la necesidad de no perderlo de vista, por miedo a perderlo de verdad.
Lo miraba caminar, dando pasos largos y flojos. Lo miraba a través del aire distorsionado por la fogata, mientras él parecía no estar viendo a ningún lado en particular. Lo veía a pesar de la penumbra, empeñándose en mantener los ojos abiertos a pesar de que los párpados le pesaran dos toneladas cada uno, y de que él hace mucho que los tenía cerrados, fingiendo que dormía. Porque, por alguna razón, Lenalee estaba convencida de que no lo hacía en realidad, que solo aparentaba hacerlo, y que se quedaba vigilando hasta que realmente ella no pudiera más y sus ojos se cerraran sin remedio. A la mañana siguiente, los abría de golpe, reprendiéndose mentalmente por no haber podido aguantar, convencida de que si no lo vigilaba, él acabaría yéndose sin ella.
Sin embargo, no era así. Al despertar, él siempre estaba ahí, y ella estaba cubierta por la última de sus capas de ropa para que se protegiera del frío desértico.
Entonces, Lenalee no podía evitar preguntarse porqué lo hacía, porqué no se iba. O más bien, ¿por qué era ella la que no se iba? ¿Por qué no huía apenas tuviera la oportunidad? ¿Por qué se empeñaba por mantenerse a su lado?
La duda le provocaba dolo en el pecho y debía llevarse la mano al sitio por debajo de la capa que Lavi le había dejado para sostenerlo. Pero el olor de la prenda no hacía más que empeorarlo.
Antes del final del tercer día, llegaron a un pueblo más grande que de aquel de donde habían salido. Era más limpio, más bonito y parecía también más tranquilo. A Lenalee se le hacía difícil no detenerse cada tres pasos a ver todas las cosas que había en los escaparates de las tiendas, o lo que tenían los vendedores ambulantes sobre sus alfombras extendidas en el suelo; pero si lo hacía, corría el riesgo de extraviarse en las calles y perder a Lavi entre la multitud. Y se negaba rotundamente a que eso pasara.
Corrió tras él, quien no se había detenido en ningún lugar ni volteado la vista en ningún instante desde que entraron al pueblo, caminando en línea recta y con las manos en los bolsillos, como si nada le interesara lo suficiente.
Iba tan pendiente de él, que le sorprendió enormemente no haber advertido que se detuvo, chocando levemente contra su espalda y retrocediendo unos pasos en el acto. El pelirrojo s giró a verla desde su altura, con una expresión tan carente de interés, que le heló la sangre. ¿Cómo. Hacía él para tener ese tipo de expresiones todo el tiempo? Ella le devolvió la mirada, expectante a que algo sucediera.
Sin girarse, el mayor miró lo que había a su costado; un posada de aspecto humilde, pero que Lenalee no dudó que lo interesante estaba en el interior, a juzgar por la forma en que el pelirrojo observaba la fachada. Del mismo modo, tampoco se sorprendió cuando éste decidió ingresar el lugar, con las manos aun en los bolsillos, pero con una pequeña mueca en el rostro.
Si bien Lenalee esperaba que dentro del local, las cosas fueran distintas a cómo se veían en el exterior, lo cierto era que, definitivamente, lo que se encontró superó tremendamente sus expectativas. Era como un sueño. Aquel lugar perfectamente pudo haber sido un palacio perteneciente a un Rey o algo parecido. No que ella hubiese tenido la oportunidad de estar en uno y fundar su impresión en un hecho empírico y válido, pero tampoco era necesario para reconocer todo el lujo que colgaba de las paredes de aquella posada.
—¡Cielos! Miren quién ha aparecido— la melodiosa voz de una mujer hizo eco entre las lujosas paredes de esa amplia habitación, y de detrás de una cortina, apareció lo que a Lenalee se le antojó como la criatura más bella que había visto jamás, sonrojándose en el proceso—. Si es Lavi...
—Sí, tenía tiempo sin venir— respondió con una mueca y un tono desenfadado.
—De seguro estás hambriento estás hambriento— observó ella, sonriente—. ¡Mahoja! Adivina quién ha venido de visita y muere de hambre— anunció a sus espaldas, esperando a que alguien más apareciera por el mismo lugar que ella lo hizo. Luego, casi por casualidad, advirtió la presencia de alguien más en la habitación, poniendo sus ojos oscuros en la niña que estaba de pie en medio de la sala, mirándola como si no creyera que fuera real—. ¿Quién es esta señorita de aquí? ¿Viene contigo? ¿Cuál es tu nombre, señorita?
Ambas se giraron a verlo asentir y hacer un gesto con la mano, instándola a seguir.
—Vamos, esta linda dama te ha preguntando tu nombre— le habló él con voz jovial.
Ya llevaba tantos días sin oírle decir una palabra, que Lenalee casi se había olvidado de cómo sonaba su voz.
—Soy Lenalee— respondió ella entonces, obediente.
Por algún trapo motivo, eso pareció provocar una reacción en la mujer, porque luego de oír su nombre, se detuvo a mirarla un poco más, para luego alzar la vista hacia su invitado adolescente con los labios entreabiertos.
Sin embargo, antes de que se pudiera producir un intercambio de palabras entre ellos, alguien más atravesó la cortina por la que dos minutos ates había entrado la que parecía ser la dueña del lugar. La niña pegó un respingo ante su presencia, levemente intimidada por la envergadura de la persona que acababa de aparecer, porque, siendo francos, aquel era el sujeto más grande que ella hubiera visto jamás.
—No me digas que son sos clientes que... ¡Lavi!— se interrumpió en su propio comentario al ver al joven aun de pie en medio del salón. Se apresuró a él y lo rodeó con los brazos hasta elevarlo del suelo. Lavi gimió por la falta de aire.
—Mahoja, querida, no le abraces tan fuerte, que debe estar agotado— rio la mujer, y Lenalee no pasó por alto el hecho de que se refiriera a él como querida. Tuvo que echarle otro vistazo para que algunas cosas le calzaran—. ¿Puedes ir y ver que les preparen algo de comer y una habitación? Yo me encargaré de esta señorita de aquí— dijo, mientras le ofrecía su mano a la chica con una sonrisa maternal.
Lenalee se vio incapaz de negarse.
—Gracias, Anita— comentó el único hombre en la habitación con ese tono desenfadado, casi gracioso que tenía, justo antes de marcharse tras Mahoja.
Cuando solo quedaron ellas dos en la habitación, el tiempo para Lenalee pareció pasar a un ritmo distinto. En un un segundo estaba mirando a su hermosa mujer, y al siguiente, estaba metida dentro de una gran bañera de agua caliente, cubierta de espuma y exquisitas fragancias. Casi ni percibió el momento en que fue despojada de su viejo vestido y se estremeció de pies a cabeza al entraren contacto con el agua caliente.
Anita, quien se había puesto un atuendo más sencillo, seguía viéndose tan hermosa como al principio, en opinión de la chica, se arrodilló a un lado de la bañera para pasar por los brazos y rostro de Lenalee, una esponja con la que fue quitando todos los rastros de suciedad que aun quedaran sobre su piel, y luego tomó su cabello para ayudarla a lavárselo.
Una vez fuera, Anita la secó con una toalla suave y tibia, le dio una túnica nueva para que se vistiera y curó los rasguños que tenía allá y acá por todo su menudo cuerpo.
La niña se mantuvo en silencio, permitiendo que la mayor hiciera y deshiciera con ella lo que se le antojara. No era como si pudiera quejarse. Tampoco a como si quisiera quejarse. Las manos de la mujer la tocaban con tanta suavidad, que a Lenalee le dio la impresión de ser papel de lija bajo sus dedos. Le dio un vuelco el corazón sentirse tan bien tratada por alguien, y Anita no se veía como alguien que actuara con dobles intenciones. Se sentía feliz.
—Tienes el cabello tan bonito, Lenalee— le oyó decir a sus espaldas, mientras le peinaba el cabello con un peine de plata—, de seguro debe llamar mucho la atención.
—A mi hermano le gustaba mucho mi pelo— Anita alcanzó a oírla murmurar.
Claro, recordaba los comentario de su hermano mayor sobe lo linda que era ella, sus ojos, su sonrisa y su pelo negro, así que se lo dejó crecer para hacerlo feliz.
Recordaba cuánto le avergonzaba oír las palabras bonitas que Kumoi tenía para decirle... pensar que ahora solo el recuerdo de ellas era lo que tenía.
Porque aquello había sido hace mucho tiempo, antes de que la aldea donde vivían fuera destruida por los bandidos y ella fuera separada cruelmente de su única familia para ser vendida a Lvellie.
Sintió un escalofrío de solo pensar en ello.
—Estoy segura de que él estará contento de ver cómo lo tienes ahora— volvió a decir Anita con un tono gentil, luego de un segundo y medio de silencio.
Lenalee permaneció en silencio, mientras la mujer dejaba de desenredar las largas hebras de cabello negro y las amarra en dos Colli tras a cada lado de su cabeza.
—Listo. Anda, mira lo hermosa que estás— exclamó la mujer, bajito, acercándole un espejo—. Apuesto a que Lavi quedará sorprendido.
Ella, quien se veía en ese instante al espejo que le había ofrecido la mayor, bajó el rostro, apenada por su comentario, e incapaz de creer que algo así fuera posible. El cambio en su semblante no pasó desapercibido para Anita, quien se sentó frente a ella con todas las intenciones de entablar con ella una charla de chicas.
—¿Qué sucede, no te gusta?
—No, no, no es eso— se apresuró a aclarar la chica—. Es solo que... no estoy segura de lo que él piensa— murmuró—. No me habla, tampoco me mira. Es como si le molestara mi presencia— concluyó—, y de ser así, temo que quiera deshacerse de mí.
Anita la vio fruncir el gesto y cerrar sus puños en torno a la caída de su túnica en un arranque de frustración. Sin embargo, lejos de preocuparse por eso, lo que hizo fue sonreír de la forma más gentil y enternecida que pudo sin echarse a llorar.
—Oh, Lenalee, ¿no crees que si Lavi— puntualizó, sabiendo perfectamente a qué se refería ella con él— quisiera deshacerse de ti, no lo habría hecho ya? Más aun, ¿para qué te hubiera traído consigo, en primer lugar? Lavi nunca ha sido del tipo de hombres que va a meterse a lugares como ése solo a vitrinear. Si así lo hizo, y además para sacarte de ahí, debió haber sido por algo, ¿no te parece?
—¿Y por qué razón él habría querido tenerme?— preguntó entonces, alzando el rostro—, ¿qué podría tener yo que le diera un motivo?
—Eso es algo que tendrás que averiguar tú, querida— sonrió—, ¿pero te digo un secreto? Si te sientes lejana a él, deberías intentar acercarte con más confianza, ¿por qué no pruebas hablar con él? ¡Es más! Podrías decirle— y se acercó a ella para cuchichear le algo a su oído, como si fuera algo que nadie más pudiera oír, como si no fueran únicamente ellas en la habitación—. ¿Qué opinas? Te garantizo que no hay hombre sobre la tierra que se resista a que una chica tan linda como tú le diga eso.
—Us... ¿usted cree que eso está bien?
—¡Absolutamente! Ya verás: Lavi estará contento.
Y eso fue lo último que dijo. Lenalee se mantuvo en silencio, pensando en lo que le había dicho Anita. Quizás lo que decía fuera cierto, pero para ella era muy fácil, con lo hermosa que era, sería imposible pensar que a alguien pudiera disgustarle su cercanía. Pero Lenalee era diametralmente distinta, toda escuálida y sin gracia. Además, no solo estaba el hecho de que carecía totalmente de atractivo físico, sino que, más importante aun; ella era su esclava. Suspiró, haciendo sonar levemente los aros de metal en sus tobillos.
El que su amo no fuera un hombre cruel e inhumano como lo había sido Lvellie no significaba que pudiera tomarse ese tipo de atribuciones con él.
Pero por otro lado, Anita le había asegurado que si hacía eso, Lavi estaría contento. Y la conversación que mantuvo con él durante su primera noche en el desierto volvió a sus recuerdos. Él le había dicho que podía hacer lo que quisiera, justo después de mostrarse tan amable con ella, de una forma genuina y desinteresada, que le hacía desear creer que era por ella.
Se sorprendió a sí misma con su mano en el pecho, conteniendo el latido de su corazón desbocado al recordar lo cerca que estuvo de ella esa noche, lo perfectamente bien que pudo verse reflejada en sus ojos verdes, y lo tremendamente transparente que se veía él en ese instante.
También, tenía muy presente que ese momento que ahora ella recordaba como mágico, se había roto precisamente por su culpa. Por su temor a mostrar el rostro. Por su reticencia a abrirse con él.
Tal vez Anita tuviese razón, después de todo, pensó Lenalee. Y, de cualquier forma, él le había dicho que hiciera lo que quisiera, ¿no? No perdía nada con intentarlo, y si todo fallaba, al menos podía quedarse con el gusto de haberlo hecho al menos una vez.
Sonrió para sí misma, sonrojándose levemente. La dueña del burdel no perdió detalle de eso, y sonrió a su vez, satisfecha.
—¿Qué ocurre con esa sonrisa, Lenalee?—preguntó curiosa y pícara la bella mujer, sabiendo exactamente que era lo que pasaba por la cabeza de la chica— ¿has pensado en algo bueno?
—Sí, puede que así sea.
Lenalee hubiese querido quedarse con ella toda la noche riendo, charlando y que le pasara la manos por el pelo como si en lugar de acabar de conocerle, llevasen toda a vida haciendo lo mismo. Ella pensó, por una fugaz fracción de segundo, que era como tener a su hermano de vuelta, y aunque lo descartó de inmediato -porque nadie podría compararse con Kumoi-, sí reconocía que compartir con Anita era divertido y agradable. Sin embargo, ésta le indicó que debían reunirse con los demás para que comiera algo, y solo entonces Lenalee recordó que, en realidad, se estaba muriendo de hambre.
Al salir de la habitación, los aromas inundaron sus sentido, volviéndolos casi tangibles, y ella s preguntó como era que había podido olvidar el hecho de que llevaban comiendo carne seca y un puñado de semillas por el último par de días. Y de pronto, como iluminación divina, cayó. L cuenta de que Lavi había estado compartiendo esas semillas -sus semillas- con ella, a pesar de que era lo único que tenía. Aun más, con horror, recordaba no haberlo visto comer la noche anterior, dándole la espalda mientras se encostaba al otro lado de la fogata.
Si bien, en ese momento a ella se le había contraído el estómago pensando que era tal su desprecio por ella, que prefería no verla bajo ninguna circunstancia, ahora sentía el retorcijón de la culpa al advertir la verdad.
Los aromas que se entremezclaban entre ellos, haciéndole rugir el estómago se hicieron más fuertes a medida que avanzaban por los pasillos, y Anita, doblando en una esquina, atravesó una cortina vaporosa hacia el interior de una habitación. Un murmullo conocido llegó a sus oídos y el corazón comenzó a latirle con fuerza ipso facto*.
—¿Cómo está la comida, Lavi?— preguntó Anita con voz melodiosa.
—¡Estupenda, como siempre!— respondió él, jovial, y Lenalee, al oírlo, no supo interpretar la emoción que la invadió al pensar en lo poco que era como ella— ¿tienes idea de hace cuánto que no pruebo comida decente?
—Entonces come todo lo que quieras— concluyó ella—. ¿Lenalee?— se giró hacia la niña, quien se asomaba parcialmente por la cortina—, tú también tienes hambre, ¿no es verdad? ¿Por qué no vienes para que puedas comer algo?
Lavi, quien en ese momento tenía la vista fija en la dueña del burdel, agradeció haber estado sentado para cuando Lenalee entró por completo en la habitación. ¡Era casi irreconocible! Pero por supuesto, él no podría confundir esos ojos con los de nadie más en el mundo.
La chica avanzó hasta llegar a la altura de Anita, parándose derecha y con un leve rubor sobre las mejillas al sentirse el centro de atención sentía la mirada de su amo sobre ella, y eso, de varias formas, la perturbaba. Pero ninguna de esas sensaciones se comparaba a lo que sintió al verlo ponerse de pie y avanzar hasta ella con lo que a ella le parecía el amago de una sonrisa, la que efectivamente, se convirtió en una propiamente dicho, luego de inclinarse un poco y mirarla largamente. Lenalee pesó que era capaz de oír los latidos de su corazón golpeándole en los oídos.
—Pero miren nada más— comenzó él con tono suave—; debajo de tanto polvo y lágrimas,, había una bella señorita.
Fue como si el tiempo se detuviera en el exterior. O quizás era porque el ritmo sincopado que había adoptado el latido de su corazón, parecía ser más una vibración que otra cosa, y la verdad en que se agolpaban los pensamientos y recuerdos, uno tras otro en su cerebro, la mareaban.
Miró su expresión tranquila en su rostro juvenil, oculto tras su pelo rojo, y se preguntó que expresión pondría si hiciera lo que Anita le sugirió. La duda le picó la garganta.
Lenalee quería agradecerle por todo; por sacarla del yugo de Lvellie, y darle la oportunidad de vivir otra vida, agradecerle por permitirle caminar junto a él; agradecerle por mirarla de esa forma, como si realmente fuera alguien digno de mirar, como no lo había hecho nadie en mucho tiempo; por pronunciar su nombre tan suavemente, por utilizarlo, inclusive. Quería agradecerle por llevarla a ese sitio, por presentarle a Anita y por hacerla recordar a su hermano. Cosas que quizás no tan tan importantes, pero que para ella habían significado el mundo.
—Gracias, Lavi— y sonrió, genuina, sincera, agradecida.
Él se irguió de inmediato, viéndose obligado a tomar distancia producto el vuelco que dio su corazón -¿tenía uno siquiera?- con es solo gesto de la niña. No pudo decir a ciencia cierta si ese acto reflejo se debió a la sonrisa de Lenalee, que la hacía ver reluciente, casi mágica, o el hecho de oír su nombre -su propio nombre- salir de sus labios rosáceos. De su voz.
Sintió su piel arder, y quizás de forma demasiado brusca para su propio gusto, se llevó la mano a la boca en un vano intento por cubrir el rubor que e instaló en su rostro, esperando de todo corazón que el cabello pudiese taparle el cuello lo suficiente como para discípulas la forma en que éste se le incendió.
—Oh, demonios— maldijo, volteándose de medio lado para ocultarse de la vista de las dos damas allí presente, su voz se oyó amortiguada por la mano sobre su boca—. Tienes suerte de que esté en deuda contigo, Anita. De otro modo, podrías estar segura de que te haría pagar por esto.
La aludida dejó escapar una carcajada co es voz sensual y graciosa por partes iguales, de mujer bella y madura.
—¿Estás seguro de eso?— le retó, pícara—, yo, más bien, diría que acabas de volver tu deuda conmigo, imprescriptible*.
Lavi tuvo que mirarla después de eso, aun con las orejas quemándole las sienes y con las mejillas solo levemente enrojecidas. Luego miró nuevamente en dirección a Lenalee para, acto seguido, tener que retirar la vista.
Mierda.
Maldijo por lo bajo a la bella -y astuta, endemoniadamente astuta- arpía, que en es momento instaba a Lenalee a sentarse con ella a comer, y se vio en la obligación de reconocer, a pesar de sí mismo, que quizás -y solo quizás- ella tuviera razón.
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*La voluntad, para que produzca efectos, por regla general, debe ser manifestada.
* Ipso facto es una locución latina que quiere decir "por este solo hecho"
* La prescripción es un modo de adquirir las cosas ajenas o de extinguir la obligaciones y derechos ajenos, por haberse poseído las cosas o no haberse ejercido dichas acciones y derechos durante cierto tiempo, y concurriendo los demás requisitos legales. por regla general, todas las deudas son prescriptibles, por que no es natural que una persona esté eternamente endeudada con su acreedor; es una forma de certeza y seguridad jurídica.
¡Uff! Ha pasado casi el año entero, pero mi vida solo se ha centrado en el examen de grado, ¡ni siquiera he tenido tiempo de pensar en cómo continuar algún capítulo! De hecho, estaba pensando en actualizar de otro fandom, pero alguien me pidió que actualizara este, así que lo hice. Espero que le guste.
Díganme qué les parece.
