Disclaimer: D. Gray- man no me pertenece.
Tampoco me pertenece Lluvia de estrellas, que es el cuento al que se hace referencia en este capítulo.
Capacidad
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Para Lenalee, permanecer en casa de Anita era lo más cerca que había estado de lo que ella recordaba como la vida cuando estaba con su hermano, solo que un poco diferente.
Con Komui, recordaba ella con mucha nostalgia, tan ellos dos solos contra las adversidades del mundo; pasaba hambre y frío con frecuencia, pero al final del día, saber que contaban el uno con el otro era suficiente para ser felices, aún con lo básico.
Con la señorita Anita, todo parecía sacado de un cuento de hadas. No pasaba ni hambre ni frío y vestía ropajes casi tan bonitos como las de su anfitriona, que ni en sus sueños más locos y osados se habría imaginado. Todos eran amables con ella y la trataban como si fuese una verdadera señorita de bien.
Se sentía como una princesa luego de haber pasado tantas penurias. Era como esa historia que su hermano Komui le contaba antes de dormir hace ya tanto tiempo atrás, que trataba de una pobre huérfana cuya única posesión era el vestido que llevaba puesto y un mendrugo de pan duro que un alma dadivosa le dio, y que con eso, se marchó del lugar donde vivía cuando ya no pudo pagar por él. A medida que la historia avanzaba, la niña se iba desprendiendo una a una de las pocas cosas que tenía para dárselas a otras personas que las necesitaran, como su trozo de pan a un hombre hambriento a la orilla del camino, o sus zapatos a una campesina descalza bajo el sol abrasador o a una niña desnuda en una noche fría su propio vestido. Y solo se detuvo cuando se vio a sí misma totalmente desnuda y hambrienta en medio del bosque.
Lenalee solía preguntarle a su hermano mayor, ya arropada en su cama, por qué la niña de la historia seguía regalando sus cosas, sabiendo que se quedaría sin nada.
—Si yo tuviera mucha, mucha hambre y tú tuvieras el único pedazo de pan qué hay, ¿qué harías con él?
—Te lo daría para que comieras.
—Es lo mismo en este caso.
—Pero tú eres mi hermano. Si tú sufrieras, yo también lo haría.
—Bueno, para esta niña, que no tenía nada ni a nadie y sabía lo que era sentir hambre y frío, era como si todos fueran su familia, ¿sabes? Así que quería evitar que las otras personas pasaran lo mismo que ella.
—¡Pero ahora ella tendrá más hambre y frío que antes!
—Oh, es que la historia no acaba ahí, Lenalee, porque esta niña llegó a una fuente de aguas claras, desde donde podía ver el cielo estrellado y la luz de la luna la iluminó por completo...
—¿Y qué pasó?
—De pronto, las estrellas empezaron a caer en torno a ella en forma de monedas de oro, ¡tantas que eran imposibles de contar! Y la luna la vistió con el vestido blanco más hermoso que hubiese visto jamás, con el cual recogió tantas monedas como pudo.*
Lenalee jamás se cansaba de ese cuento; se había convertido en su bandera de lucha aun cuando su mundo se derrumbó y fue separada de su hermano, y cuando llegó a manos de Lvellie, y durante los dos años enteros qué pasó con él en calidad de mercancía.
Ahora mismo, Lenalee se sentía como la heroína de su cuento para dormir. Se sentía recompensada por tanto sufrimiento que se había visto obligada a soportar. Ahora ella tenía una cama suave en que dormir y un baño caliente en el que asearse cuantas veces quisiera. Se sentía segura y a gusto. Estaba feliz.
Lavi podía apreciar el cambio; en pocos días, la temerosa y escuálida chica que había recogido en el mercado se había transformado en una alegre y vivaz señorita. Venir donde Anita había sido una buena decisión después de todo, y no pudo evitar esbozar una sonrisa de medio lado, desde su lugar en el salón, donde veía a Lenalee y Anita dar vueltas y vueltas, tomadas de las manos, mientras él bebía el contenido de su copa.
Sin embargo, no podía quedarse ahí para siempre; tenía que seguir, y el hecho de que Lenalee pareciera tan a gusto en ese lugar parecía ser un inconveniente a su propósito.
La amargura, que luchó por retener en su interior, salió a flote a través de una mueca: el último trago le había sabido mal.*
Cuando sacó a Lenalee de se sucio mercado de esclavos se había propuesto llevársela con él a toda costa, hasta llegar a su destino al otro lado del mar. Pero verla tan feliz en ese entorno que no era el suyo le hacia dudar sobre si quizás no sería mejor dejarla allí con toda esa gente buena que cuidaría de ella y la haría feliz.
Su resolución flaqueaba con pesadez en ese instante, en que ella bailaba sin importarle no seguir la música de fondo o quién le estuviera mirando, porque sabía que cosas como ésas solo las hacía quien estaba pleno en su vida. Y él muy probablemente le quitaría todo eso si se la llevaba.
Quizás se estaba haciendo caldo de cabeza innecesariamente. Tal vez ni siquiera tenía porqué estar pensando en eso, cuando ella debería seguirlo sin chistar a donde sea que le diera la soberana gana. Pero algo de todo eso le hacía sentir fatal, porque llevársela a la fuerza era como estarla secuestrando. Eso no lo hacía mejor que Lvellie.
(Y se negó rotundamente a pensar en el hecho de que ella no quisiera acompañarlo por voluntad propia).
Bufó con molestia, dejando su copa aun medio llena a un lado; hace rato que el contenido había dejado de parecerle agradable y sus efectos ya se estaban sintiendo en su cuerpo: hacía siglos que no bebía una gota de alcohol y la falta de costumbre le estaba jugando en contra.
Además, el abuelo no le tenía permitido beber. Decía que le nublaba el apenas buen juicio que tenía en esa cabeza colorina colmada de idioteces (sic*).
—Hah— el aire escapó de sus pulmones en forma de una risita apenas perceptible, y haciendo un mohín, nuevamente tomó su copa y terminó de bebérsela de un solo sorbo.
Por el abuelo.
No tardó en arrepentirse de ello, sin embargo, cuando llegó el tiempo de irse a dormir y apenas podía ponerse en pie.
Pero si hubiese sido solo por eso, no habría estado tan mal, y lo supo en el segundo en que vio a Lenalee por el pasillo hacia quién-sabe-dónde a unos metros de él. Su largo cabello se mecía con cada paso y brillaba de una forma que no creyó posible el día en que la vio por primera vez, dándole un aire etéreo. Tuvo que hacer un esfuerzo en no quedarse le mirando más tiempo del que lo separaba de un acosados, como si no se convenciera de que esa aparición sublime fuese la misma que aquella a la que sacó de una subasta de esclavos hace apenas unas semanas.
Supo que era una mala idea acercarse a ella en ese momento, no solo porque el alcohol efectivamente había hecho algo con su buen juicio -y se maldijo a sí mismo por no hacerle caso al viejo, una vez más-, sino que por la forma casi automática en que frunció el ceño n cuanto la avistó, como si ella por sí sola causara una reacción adversa en su estado de ánimo.
Pero saberlo no le detuvo. Se acercó a ella y la alcanzó a medio andar. La azabache se detuvo al sentir una mano sobre su hombro -extrañamente- sin sobresaltarse por ello, como si no temiera por nada en lo absoluto de lo que pudiese haber en esa casa.
Pensar en eso le irritó.
—¿Aún no te has ido a dormir, Lavi?— le preguntó ella, sonriéndole.
Él tuvo que hacer como que la mención de su nombre no le provocaba nada, a pesar de llevar unos cuantos días usándolo, le seguía causando la sensación de que corazón iba a salírsele del pecho.
—Ya iba pasa allá— respondió, más para concentrarse que para satisfacer su duda—. Tengo que hablar algo contigo primero.
La sonrisa de Lenalee se borró en cuanto percibió la tensión que Lavi cargaba consigo y asintió, obediente.
Lavi se obligó a sí mismo a ignorar los deseos de gruñir que tuvo entonces.
—Pronto tendremos que irnos de aquí— le dijo a rajatabla y sin expresión. Se quedó un segundo más para ver su reacción antes de continuar.
—¿Cuándo?
—Un par de días, como mucho.
Entonces la chica que hasta hace solo un segundo le estaba mirando hacia arriba, bajó el rostro, permitiendo que sus mechones negros como el carbón le cubrieran los ojos.
—Como tú digas.
Y eso fue todo.
Lavi enchuecó su postura, cambiando el peso de su cuerpo de un pie al otro, adoptando un aire intimidante que para Lenalee no pasó desapercibido.
—Hah— bufó con algo que ella identificó como molestia y se estremeció por la sensación de ya haber pasado por esto antes—, con que es así.
Lenalee se paralizó en su sitio cuando sintió el aroma que despedía Lavi en sus manos cuando las estiró hacia ella para alcanzar uno de sus mechones de cabello. Abrió grandes los ojos violetas al atar cabos; había estado bebiendo, ¿se le había pasado la mano? Jadeó cuando el mechón se deslizó entre sus dedos y volvió a su lugar.
—¿Sabes? Quédate— soltó serio de pronto.
—¿Qué?
—O mejor aun; ¡piérdete; vuelve con Lvellie, esclava!
La chica se puso pálida ante sus palabras y comenzó a jadear con pesadez por la boca, lo que explicaría su confusión por la poca oxigenación que estaba llegando a su cerebro.
—¿Cómo? Pero yo...
—¿Tú? ¿Vas a decir algo al respecto?— la desafió, altanero y enfurecido.
Los oídos comenzaron a pitarle con fuerza, al tiempo que se empapaba de sudor frío, por lo que apenas pudo percibir cuando otros pasos se aproximaban a ellos por el pasillo, se seguro advertidos por el último grito que había lanzado Lavi.
—¿Qué está pasando aquí? ¡Lavi!— la voz de Anita apenas sí llegó a sus oídos y miró en su dirección levemente, soltando otro jadeo.
—Sí, eso mismo pensé yo— volvió a escupir el pelirrojo, ignorando el reclamo de la mujer—. No necesito que una esclava sin voluntad me siga por el desierto, ¿sabes? Por mí...
—¡Lavi!— la exclamación de Mahoja y el casi inmediato golpe que ésta le propinó en el rostro l interrumpieron. Sin embargo, no le dijo nada más.
El resto mantuvo completo silencio, casi conteniendo el aliento, como si algo se hubiese roto con un estruendoso sondo que los paralizó en el acto. Lavi, desde su lugar, y con la mano entera sobre su quijada, miró a la chica que se escondía tras su largo cabello con los ojos humedecidos y la mirada perdida, silente
—Haz lo que quieras.
—¡Lavi!— le reprendió nuevamente Mahoja para que se detuviera, pero fue ignorada.
Y con eso se fue, dejando tras él a tres mujeres y unos cuantos sirvientes, paralizados ante la escena tan contundente como descarnada de la que habían presenciado solo la mitad. Solo entonces, cuando el joven desapareció completamente de su vista, Lenalee se desplomó de rodillas, incapaz de sostenerse un instante más en pie, y largó un sollozo agudo como si hasta el momento hubiese estado conteniendo la respiración.
Anita se agachó a su altura para contenerla, y desde allí hizo señas al resto de los presentes para que se marcharan a hacer cada uno lo suyo.
—Chōji, por favor, llévala a mi habitación. Yo ya voy para allá— le pidió a uno de los sirvientes más jóvenes, un chico pecoso con semblante amigable.
—De inmediato, señorita— acudió a él, arrodillándose a su lado y tomando a la chica con la máxima delicadeza que un sujeto tosco como él podría emplear.
—Gracias. Mahoja, acompáñame por favor.
—Señora, no estará pensando en...— la aludida solo asintió y eso fue suficiente para hacerla callar y, solícita, la siguió por el pasillo en dirección a donde Lavi se había perdido de vista.
Ambas continuaron en silencio, incapaces de decir nada. ¿Qué es lo que había pasado allí? Lavi era un chico impulsivo e impetuoso, pero jamás hiriente, además, solía ser excesivamente bueno y encantador con las mujeres -un mal hábito que su abuelo le corrigió hasta el último de sus días-, por lo que el que hubiese gritado así y dicho palabras tan crueles a la pobre niña, a Anita le parecía demasiado extraño.
Algo no andaba bien ahí. E iba a averiguar qué era.
Ya en su habitación, Lavi estaba que se subía por las paredes. Estaba furioso, ¡y eso era poco decir! Era como si tuviera una bestia escupe fuego en su interior y que estaba luchando por salir.
¡Ogh!, maldición, maldición. Eso había sido un completo desastre. Todo, ¡todo había salido fatal! Pero no se arrepentía de nada, ¿o tal vez sí? ¡No, que un mal rayo lo partiera si así fuera! Quizás no había sido el modo más adecuado de tratarla, eso no lo iba a negar, pero tampoco podía esperarse que reaccionara de otra forma, simplemente había reventado.
La imagen del rostro húmedo y dolido de Lenalee, con la mirada perdida y vacía, le provocaron ganas de vomitar. Era casi como la primera vez que la vio, pero mucho peor, porque aquella vez ella no tenía nada, ahora, él le había dado la ilusión de que lo tenía, justo antes de arrebatárselo todo de la forma más baja y cruel que pudo: se lo arrugó todo en la cara y lo lanzó lejos.
Se sentía... no. Era un miserable. Era lo peor.
¡Y, mierda, que le dolía la maldita mandíbula!
Con ese último pensamiento, fue como si sus energías se hubiesen drenado súbitamente, perdiendo toda la fuerza en las piernas y debiendo dejarse caer sobre un conjunto de almohadas dispuestas en un rincón, rendido.
Casi inmediatamente, Anita apareció en su habitación sin mediar permiso, con un aire solemne que no le dio espacio para replicar. Mahoja quiso entrar con ella, pero se abstuvo de hacerlo con un solo gesto por parte de su señora, y con un solo asentimiento, se quedó fuera.
—Tenemos que hablar— dijo muy seriamente, con el mentón en alto.
El pelirrojo asintió.
—¿Puedes explicarme qué fue lo qué pasó allá?— le exigió con la voz rota, y él no pudo evitar convencerse d que era una bruja manipuladora.
No supo cómo responderle. No pudo hacerlo inmediatamente. Se tomó todo su tiempo para respirar y poner en orden sus ideas.
Era una muy buena pregunta.
—Lavi, por favor— la mujer se arrodilló a su lado, suavizando su tono de voz, suplicante.
Él la miró con la expresión descompuesta, con su ojo parchado oculto tras su mata de pelo rojo. Acabó por bajar el mentón, derrotado, y exponer el contenido de su corazón.
Anita lo escuchó con atención y paciencia, e incluso, cuando éste se apoyó contra su hombro, la le acarició la mejilla, contenedora.
Salió al cabo de un rato, cuando el joven estuvo ya dormido sobre su cama y ella lo hubo atrapado con una frazada antes de irse. Lucía cansado, tenía el pelo rojo desparramado sobre la almohada y el rostro hinchado. No pudo no sentir pena por él, aunque siguiera molesta. ¡Mira que ir y decirle todo eso a una niña! Bufó. Tenía que recordar volver sobre ese tema antes de que se fuera, pero por el momento ya había sufrido lo suficiente. Aun era un niño, después de todo, aunque se hubiese metido en el mundo de los adultos demasiado pronto.
Suspiró. Afuera, Mahoja la esperaba ansiosa de saber cómo había ido su charla con el pequeño gusano, pero nuevamente, con un solo gesto, le dio a entender que todo estaba bien. Sin embargo, no se tomó más tiempo en eso, debía darse prisa; todavía tenía a otro niño que consolar.
A la mañana siguiente, Lavi había reafirmado su intención de partir y Anita lo persuadió de quedarse una última noche para descansar, dormir y reunir provisiones, para que saliera temprano en la mañana. Sin embargo, nada había dicho sobre Lenalee, y cuando ella se lo preguntó, éste solo había esbozado una mueca antes de retirarse en silencio.
No se habían cruzado en todo el día, tampoco durante la noche, como si se evitasen mutuamente, por más que fuera pura casualidad. Él había estado ocupado con los preparativos y estaba guardando la secreta esperanza de encontrársela doblando una esquina solo para verle la cara antes de marcharse, e inmediatamente se arrepentía de ello.
En todo el día, a Lenalee nadie le había visto ni la nariz, aunque supieran perfectamente que estaba escondida entre los almohadones de su habitación.
Suspiró de nuevo con resignación. Honestamente, ¿qué quería? Le había tratado de lo peor, ¿y quería que ella, al menos, fuera a despedirse? Hah. Sintió ganas de reírse de su propia estupidez. Sin embargo, calló. No estaba de ánimo para eso; se sentía fatal.
—¿Tienes todo lo que necesitas?— le preguntó Anita, de pie frente a la puerta del burdel donde llegaron casi dos semanas atrás.
—Sí, muchas gracias por todo— dijo él, con voz suave, una sonrisa floja y ojos caídos—. Uhm...
Lavi envió un último vistazo al interior del inmueble, quizás asegurándose de ver aparecer una cabecita arrinconada en el umbral, cosa que no pasó desapercibido para la dueña. Anita sonrió de forma casi maternal, como si estuviera viendo a un hijo porfiado que hace un melodrama por una pequeñez. Aunque debía admitir que no era tan así tampoco.
—¿Ella no...?— la voz de Lavi se extinguió, rota. La mujer negó con la cabeza y una sonrisa apenada—. Bien— y tras un último vistazo de refilón, se echó el saco al hombro—, entonces me retiro. Muchas gracias por todo, señora Anita. Y lamento... lo de los últimos días.
Ella inhaló y exhaló con un sonidito. Lavi le miraba de frente, con el pelo desordenado, una capa nueva y una compresa en la línea de la mandíbula. Lucía derrotado, como un guerrero que lo había perdido todo. Y sentía que no podía dejarlo ir así como así, pero su decision ya estaba tomada y no iba a cambiar de parecer solo porque ella se lo pidiera.
—No tienes que disculparte conmigo— comentó ella con una sonrisa.
—Lo sé— y ella entendió el mensaje.
—Cuídate, ¿sí? No hagas nada imprudente— él asintió—. Y si ves a mi querido Cross por ahí, dile que pase por aquí unos días.
El chico volvió a asentir y se dio la vuelta para alejarse del burdel y luego del pueblo. Sí, haría el resto del viaje solo, pero si ella iba a permanecer allí, no habría mayores problemas: ahí estaría segura y feliz y sabría dónde encontrarla.
Dejó escapar el aire. Soy un grandísimo idiota. Recordó las palabras de su abuelo, que solí regáñalo por no ser capaz de asegurar un negocio; no importaba nada tener la información si no se podía hacer nada con ella. Y habría tenido razón, como siempre.
—¡Lavi! — la vocecita que oyó a sus espaldas le hizo detenerse en seco. Sabía perfectamente a quién pertenecía. A ella. Pero se vio incapaz de voltear, temiendo en el interior que se tratara de una jugarreta de su subconsciente—. ¡Lavi!— la oyó de nuevo y esta vez sí tuvo que girar.
Con lentitud, se vio la vuelta sobre su propio eje y abrió grandes sus ojos verdes cuando la vio correr hacia él. Despegó un poco los labios para decir algo, pero únicamente el aire logró salir cuando Lenalee lo alcanzó y se abalanzó sobre él. Lavi la recibió casi por reflejo, y cuando tuvo conciencia de que de verdad era ella, espabiló y se arrodilló para quedar a su altura.
—Lenalee, tú...
—Yo sí tengo voluntad— le aseguró ella, interrumpiéndolo.
Estaba seria. Una expresión determinada que en cualquier otra circunstancia le habría causado más gracia que verdadero asombro. Y solo entonces la vio realmente: tenía el pelo recogido y llevaba una capa sobre la ropa. Su capa.
—Te dije que...
—Que hiciera lo que quiera— volvió a interrumpirlo e importándole más bien poco que pudiese ser una falta de respeto—, y eso hago. Quiero ir contigo.
Se produjo un silencio en el que Lavi se dedicó a boquear, cual pez fuera del agua, y la chica sonrió con satisfacción. Esa fue la resolución que tomó cuando no tuvo más lágrimas que llorar y solo era un lamentable bulto de sábanas y mechones de pelo desordenado, y luego de hablar con la señorita Anita, pudo entender qué fue lo que el joven quería lograr cuando le dijo todo eso.
Le costó mucho trabajo y muchas otras lágrimas, pero eso fue lo que decidió.
—Iré contigo a donde tú vayas— repitió, ceñuda.
Entonces Lavi sonrió:
—Bien.
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*Sic es "según impreso consta". Se usa para decir por un medio escrito que algo es textual las palabras de alguien. Como Lavi y Bookman son gente de libros, me pareció adecuado.
*Como ya mencioné arriba, el cuento para dormir al que Lenalee hace referencia, es Lluvia de estrellas, que, si no me equivoco, es de los hermanos Grimm. Es de mis cuentos favoritos de todos los tiempos.
*Se dice que para que haya voluntad, debe haber capacidad de la persona que la emite, a tal punto que, si la persona no tiene capacidad, su declaración de voluntad no es válida, o incluso, no existe.
La verdad es que, si bien con todo esto de la cuarentena, debiera ser la oportunidad para actualizar como loca todos mis fics, como otras autoras responsablemente están haciendo, no he tenido oportunidad, ya que mi examen de licenciatura al que aun le faltaba fecha, se suspendió indefinidamente, así que me tengo que mantener calentando materia hasta que se aclare algo.
La vida apesta.
Espero que esto sirva de algo para entretener a la gente en sus casas. Manténganse a salvo.
