Disclaimer: D. Gray- man no me pertenece.
Términos y condiciones
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Lavi avanzó con paso lento y un aire aparentemente distraído por la calle del mercado, esperando poder encontrarse con Lenalee, en el pueblo al que habían llegado hace tres días. Cualquiera que lo viera, y si s que reparaba siquiera en él, estaría seguro que era una viajero más que andaba de paso por ese pintoresco lugar de intercambio. Sin embargo, nada más alejado de la realidad.
Buscaba información.
Y no había mejor lugar para encontrarla que el mercado.
Había oído rumores sobre el paradero de Cross y él no iba perder la oportunidad de seguir una pista, por más pequeña e insegura que fuera, si así podía hallarlo al fin. Marian Cross era un sujeto muy llamativo; donde fuera que estuviera, dejaba señales de su paso. Lástima que fuera tan escurridizo como excéntrico.
Francamente, el hombre le caía gordo; era un viejo juerguero y abusivo, que gozaba del juego, la bebida y de cortejar a mujeres jóvenes, por lo que no era fanático de la idea de tener que verlo nuevamente. Ya había tenido suficiente la última vez y eso cuando era solo un mocoso y su abuelo aun vivía. Soltó un bufido. Andar con Lenalee tampoco ayudaba, de seguro se convertiría en un blanco para los tiros de ese sujeto, pero separarse de ella tampoco era una opción.
—¡Lavi!
El pelirrojo alzó la vista ante el llamado, como si haber pensado en ella la hubiese hecho aparecer, de Lenalee a una cuadra de distancia, acercándose al trote hacia él con una cesta con frutas entre las manos. Una sonrisa de medio lado se perfiló en su rostro juguetón a verle aproximarse a grandes zancadas hacia él sin tocar a nadie a su alrededor.
—Lenalee, pero si no has tardado nada—comentó él a modo de saludo.
—Sí, es que yo no me distraigo coqueteando, ¿sabes?
—Hey, ¿es esa la impresión que tienes de mí?
Ella solo rio, llevándole la mano a la cabeza y bajándole la banda que le sostenía el pelo hasta la altura de los ojos, cegándolo así de fácil. La réplica del hombre no se hizo esperar, junto con las risas aun más fuertes de la chica. Esa era la broma favorita de Lenalee desde que descubrió que era capaz de alcanzarle la cabeza con solo estirar un poco el brazo, y es que ella había crecido mucho en los dos años que habían pasado desde que empezaron a viajar juntos.
—Deja de hacer eso— protestó el pelirrojo, reacomodándose la banda.
—Solo el día que me alcances— dijo ella, echándose a andar hacia una callecita perpendicular al mercado, y él la siguió.
—Ya llegará el día en que lograré hacerlo y tendrás que pagármelas todas juntas.
Solo recibió las risas de la chica como respuesta, y Lavi se contentó con eso. Con eso y verla caminar.
La chica que iba frente a él era alta y de piernas largas, con la sonrisa más bella y los ojos más brillantes que había visto -y vaya que había visto muchos-, y costaba creer que ella era la misma niña pequeña que sacó de una subasta hace ya mucho tiempo. Porque esa chica que se alzaba con gracia sobe la tierra como si flotara, tenía ahora dieciséis años, y seguía creciendo hermosa y feliz.
—Date prisa o me iré sin ti— canturreó ella sin mirar atrás.
—No serías capaz de hacerlo.
Por supuesto que no.
Desde que había sido e parada de su hermano hace ya muchísimo tiempo atrás, Lavi se había convertido en el mundo para ella; su única familia, su amigo, su compañero. No se imaginaba la vida sin él.
Muchas veces se preguntaba qué era lo que había hecho ella para merecerlo o qué sería lo que quería de ella, pero por más que lo pensara, no lograba llegar a ninguna conclusión; no había nada que una chica pobre, sin familia ni libertad, pudiera ofrecerle a un hombre guapo e inteligente, con el futuro por delante, y entonces ella se conformaba con la idea de que Lavi simplemente tenía un buen corazón, pero que ante el menor indicio de poder serle de cualquier ayuda, ella saltaría dos pies a hacerlo.
Lenalee se hacía cargo de las compras, de remendar la ropa que aun estuviera en buenas condiciones. Pero siempre quedaba con la atroz sensación de la insatisfacción royéndole las entrañas; Lavi siempre lograba sacarle una ventaja abismal en cuanto a sus cuidados para con ella. Era casi com si fuera alguna especie de tesoro, aunque tuvieran más períodos malos que medianamente buenos y tuvieran que dormir a la intemperie la gran mayoría de los veces. Se preocupaba por ella, que estuviera sana y bien alimentada, un que eso significara para él pasar hambre o frío por una noche.
Le había enseñado tantas cosas, que creía que sería incapaz de retribuirme todo lo que le estaba entregando con eso; llevar el dinero, seguir la estrellas para orientarse de noche, incluso le había re enseñado a leer -cosa que sí había aprendido de su hermano, pero que creía olvidado después de tanto tiempo sin practicarlo-.
Echó un vistazo por sobre su hombro hacia el pelirrojo que aun caminaba detrás de ella y sus mejillas se ruborizaron traicioneramente al ver que éste le sonreía, juguetón. Volvió la vista hacia adelante nuevamente, sintiéndose avergonzada, como si hubiese sido sorprendida haciendo alguna travesura. Pero igualmente no pudo reprimir la felicidad que rugió en su pecho y se manifestó en su rostro como una brillante sonrisa.
Y es que por mucho que Lavi la estuviese cuidando por dos años ya, como si fuese alguna especie de hermana menor, ella ya tenía uno -por más que llevara un lustro entero sin saber de su paradero, o si estaba vivo siquiera, aunque Lenalee francamente no quisiera pensar en eso- simple y llanamente no podía ver a Lavi como a un hermano mayor, incluso cuando le llevara dos años por delante.
Muchas veces, más de las que quisiera admitir, de hecho, miraba al cielo estrellado y les preguntaba a los cuerpos celestes, como si ellos fueran a caer frente a ella en forma de respuesta, si es que Lavi sentiría lo mismo por ella. Y se sorprendía a sí misma pensando en que, quizás, eso no era tan importante, porque con estar junto a él, le bastaba.
Iba tan distraída penando en musarañas, que apenas oyó la voz de Lavi a sus espaldas. Giró la cabeza para verlo, si reparar en que no estaba sola en ese concurrido mercado, mucho menos en la persona de pie frente a ella, y el resultado fue un estruendoso choque entre dos cuerpos y un cesta con frutas en el suelo. Sin embargo, aun en contra de su propio pronostico al colisionar de frente con un objeto, que perfectamente podría haber sido una pared, no cayó al piso, sino que se vio retenida en su sitio por un agarre férreo en torno a su brazo.
Pudo oír la voz de Lavi a media distancia, pero únicamente pudo concentrarse en el hombre frente a sí. Era enorme e intimidante, con el pelo negro casi tan largo como el suyo propio y sus ojos parcos puestos en su persona, que comparada con la de él, parecía de pronto demasiado frágil y enjuta.
—Kanda, ¿estás molestando a la señorita?—Lenalee apenas advirtió la llegada de otra persona, mucho más grande y de piel oscura.
—No digas tonterías, Marie; mira de quién se trata— protesta el aludido, soltándola en un movimiento más bien desinteresado.
—Oh, pero si es la pequeña Lenalee— se sorprendió el otro, sonriente—. Pero cuánto has crecido; ni yo fui capaz de reconocerte.
La voz de Lavi sonó nuevamente a sus espaldas y ella se giró para verlo caminar hacia el grupo con total calma y una sonrisa juguetona en el rostro.
—Pero si son Yuu y Marie— saludó el pelirrojo con soltura—, ¿cuánto tiempo ha pasado?
—No el suficiente, por supuesto. ¿Y cuántas veces debo decirte, estúpidamente roedor, que no me llames así?— y con un movimiento brusco y veloz, lo tomó por el cuello de la camisa, amenazante, aunque para el gusto de la chica, con pocos resultados.
Con un resoplido, la joven se agachó a recoger una de las verduras que cayeron de la cesta y que estaban regadas por el suelo, y la usó para golpear al hombre en la cabeza con toda la fuerza que puede ser utilizada en un puerro, pro como si ésta fuera la mejor arma disuasiva jamás inventada, éste lo soltó y se giró a verla con una mano en la zona agredida y una expresión desconcertada en el rostro, como si él mismo no terminara de creerse que aquello siguiera dando resultado después de la primera vez.
—Ésa es mi chica— y ella intentó no ruborizarse por el tenor de sus palabras, al tiempo que trataba de poner su expresión más seria.
—Kanda, ¿hasta cuándo vas a seguir reaccionando de esa manera?
El bufido molesto del moreno, la risa burlona del pelirrojo y la sonrisa de alivio del más grande no se hicieron esperar. Lenalee sonrió, con el puerro en la mano, por ese emotivo reencuentro.
Había conocido a Kanda y a Marie mientras viajaban, en uno de esas poquísimas ocasiones n que podían darse el lujo de comer y dormir n una posada. Recordaba aun ser una niña y estar bebiendo una taza de líquido humeante, cuando Lavi se yergue sobre su asiento para, quizá, saludar a alguien conocido y de pronto se produce una situación similar, en que un Kanda de apenas diecisiete años, amenaza de muerte a un Lavi que poco y nada parecía amilanarse por eso.
Ante su desesperación, tomó el primer arma que encontró -y que resultó ser una hogaza de pan de dedos a frescura- y lo golpeó una sola vez en la cabeza, con toda la fuerza que una niña asustada puede emplear en un mendrugo de pan añejo. Recordaba claramente, y con mucha gracia, la expresión desconcertada en el rostro del chico y luego la risa triunfante de parte de Lavi.
Resultaba ser que Lavi y el tal Kanda se conocían desde jóvenes y solían encontrarse de vez en cuando mientras seguían a sus respectivos maestros. Sin embargo, no fue hasta que Lavi la introdujo para con los otros dos, que parecía que ninguno de ellos había reparado en ella completamente, porque clavaron de pronto su mirada en su pequeña figura, como si estuvieran viendo algún tipo extraño de formación rocosa.
Aun dos años después, a Lenalee le seguía pareciendo que la miraban de manera extraña.
Lo cuatro caminaron, luego de recoger todas las verduras del piso, hasta una pequeña posada en donde se estaban quedando los dos viajeros varones en compañía de su maestro, de quien había oído hablar ciento de veces, pero que jamás había tenido el gusto de conocer.
Por las cosas que los tres hombres decían de él, el maestro Tiedoll era, o un viejo lunático, o un hombre extraño con buenas intenciones, o un genio incomprendido. Francamente, se esperó de todo, menos lo que vio cuando lo tuvo en frente: era un anciano con los rasgos suaves y una sonrisa floja, con el pelo cano despeinado y las gafas colgadas en la punta de su nariz. Le dirigió entonces esa mirada extraña, nostálgica, que ya había visto en todos los personajes que conocía a través de Lavi, y luego le sonrió como si acabara de reencontrarse con alguien muy querido después de mucho tiempo. A Lenalee se le trabó el corazón en la garganta al tiempo que un rubor se cuajaba en el puente de su nariz.
—Tú debes ser Lenalee— comenzó él, muy amistoso.
La joven solo asintió, preguntándose cómo rayos sabía eso.
—He oído hablar mucho de ti— continuó, como leyéndole el pensamiento—. Yo soy Froi Tiedoll, padre adoptivo de estos dos de aquí.
—Maestro—medio corrigió, medio advirtió Kanda a un costado.
—Estás hecha una bella señorita, Lenalee— acabó de decir, ante el silencio de los otros tres y el rubor generalizado de la aludida—. Júnior— cambió su semblante al dirigirse ahora al pelirrojo—, tengo entendido que están buscando a Cross, ¿no es verdad?
Lavi, quien había estado a un lado, cruzado de brazos y con una actitud de mero espectador, se tensó en el acto al oír a Tiedoll referirse al sujeto que había estado buscando por meses. Se descruzó de brazos y se volteó totalmente ante el anciano.
—Tengo algo que quizás pueda interesarte.
La noche les cayó encima mientras estaban en la posada, por lo que Tiedoll pagó por dos habitaciones simples para ellos y, acostumbrados a dormir en una sola habitación con dos camas, en el mejor de los casos, aceptaron gustosos y sin dudarlo.
Bebieron y comieron nutre risas e historias de cuando Lavi y Kanda eran unos críos y de cómo fue su primer encuentro: con una amenaza de muerte por parte de Kanda cuando éste pensó que Lavi le había llamado por su nombre pila, y que solo no se convirtió en una batalla campal entre niños por obra del maestro Tiedoll y el abuelo del pelirrojo, quienes los detuvieron justo a tiempo. Y Lenalee estuvo segura de que algunas cosas jamás cambiarían.
Lo vio levantarse de la mesa, sin embargo, con una sonrisa extraña, de esas que conocía bien, de esas que colocaba por cumplir, cuando estaba pensando en algo, pero no quería que nadie lo molestara en sus cavilaciones. Y no pudo evitar seguirlo con la mirada, girando la cabeza levemente hacia atrás mientras subían por las escaleras. Tampoco mientras caminaban por el pasillo sus dormitorios.
Lavi llevaba el pelo suelto con la banda a la altura del cuello, tenía los ojos caídos por el cansancio, la bebida y la comida. Solía pasarle eso después de beber, después de todo, solo cumpliría los diecinueve años dentro de algunos meses; no estaba tan acostumbrado como lo quería hacer parecer, y luego del incidente en casa de la señorita Anita hace dos años, también se cuidaba de hacerlo en frente suyo.
Había algo en su semblante, algo que le decía que pronto tendrían que empezar a moverse de nuevo. Suspiró. No era que le molestara viajar, es decir, aquella vez había decidido seguirlo a donde fuera, y gracias a él había visto y conocido tantas cosas y a tanta gente, que no podía arrepentirse de nada. Solo le preocupaba el hecho de que Lavi pusiera esa cara cada vez que pensaba que no lo estaba viendo, como si no quisiera que ella lo supiera. Y eso le descomponía. Era como si no la tomara en cuenta -no que ella tuviese mucho que opinar respecto de su próximo destino-, como si tratara de esconderle algo. Ella estaba perfectamente consciente de su situación, de su origen, que él seguía guardando su título traslaticio de dominio* entre los pliegues de su túnica.
Como si no sintiera los tintineos de las argollas en sus tobillos con cada maldito paso.
Pero en algún momento había llegado a pensar que, a pesar de eso, eran amigos. Compañeros.
¿Significaba eso entonces que no lo eran?
El solo pensamiento le hizo bajar el rostro.
—Lenalee— oír la voz de Lavi, tan cerca suyo le hizo dar un respingo, sacándola de su transe—. Oh, lo siento, ¿te asusté?
—N-no, no. Solamente me sorprendiste. Dime, ¿qué sucede?
—Uhm, quería hablar contigo de algo.
Y eso llamó su atención, como si solo haberlo pensado hubiese provocado que se materializaran sus deseos frente a ella.
—Mañana partiremos de nuevo— sentenció. Lenalee ya se lo veía venir, y no por eso la molestia que sentía en su pecho fue menor. Más bien, haberlo sabido y ver cómo no se equivocaba le hizo el bolo imposible de digerir.
—¿Por qué haces esto?— le espetó la chica, de pronto.
—¿Hacer qué?— preguntó por reflejo, desconcertado.
—Esto, tratarme como a una muñeca: me llevas de aquí para allá por el mundo entero buscando algo sin decirme siquiera qué es.
—Lenalee, yo...
—Yo sé que si ya tomaste una decisión es poco lo que yo puedo hacer para cambiarlo, pro te mantienes en silencio pasando en los pros y contras de un viaje al que voy sin saber nada, ¡sin decirme nada!, ¿es que mi opinión no cuenta? Habla conmigo, Lavi.
Él guardó silencio ante la expresión descompuesta en el bello rostro de la joven y su declaración contenida, porque estaba segurísimo que no era todo lo que quería decir, sintiéndose un completo estúpido por hacerla sentir así, pero incapaz de reprimir el creciente orgullo que se alojaba en su pecho. Dios, qué mujer.
—Si tanto querías saberlo, solo bastaba con que me lo dijeras— concluyó el hombre con una postura floja.
¿Qué?
—Es que yo... no quería...
—Escucha, si no hablo de estas cosas contigo no es porque no crea que tu opinión es importante; sí que lo es. Es solo que yo quiero que sigas siendo una chica normal y no que te preocupes porque el tipo al que buscamos es una alimaña escurridiza.
—Pero yo si que quiero saberlo, para eso somos un equipo. No es justo que únicamente tú te preocupes por esas cosas— protestó—. Además, yo no soy una chica normal, ni siquiera sé lo que es eso, pero yo ya decidí que no quiero serlo, si eso te quita un peso de encima.
Entonces el pelirrojo sonrió, satisfecho y orgulloso. Esa es mi chica, pensó, sin remedio, como tantas otras veces. Ciertamente, quería que ella fuera una chica con preocupaciones mundanas, como las que había en las grandes ciudades, como cuánto dejaba crecer su cabello o qué capa usaba para salir a pasear, pero aun así le había enseñado cosa que ninguna de ellas necesitaría jamás, y sin darse cuenta, había estado criando a una mujer independiente. Ni siquiera quería pensar en la posibilidad de que Lenalee ya no lo necesitara a él.
La sola idea le hizo sentir como un estúpido. Criar a una niña para que pudiera valerse por sí misma y esperar que s quedara la vida entera con él.
—De acuerdo— suspiró con resignación y el semblante de la chica, su chica, cambió al instante—, te contaré todo.
Y así fue. Le contó sobre Marian Cross y su -mala- fama, que lo habían estado buscando ininterrumpidamente desde que salió de la casa de Anita y que habían llegado ahí, en primer lugar, en virtud de la relación-difícil-de-definir entre esos dos -de lo que Lenalee coligió que el tal Cross y Anita eran pareja extraoficialmente-, pero que al no encontrarlo, Lavi decidió emprender nuevamente el viaje.
Eso explicaba mucho, por ejemplo, la urgencia con la que se empeñó en salir de ahí a pesar de lo cómodos que estaban y por qué debían mantenerse en constante movimiento: estaban siguiendo una pista demasiado fácil de perder. Sin embargo, era incapaz de entender por qué si a Lavi le desagradaba tanto aquel hombre, a juzgar por la expresión en su rostro cada vez que lo nombraba, era que debía encontrarlo, y solo pudo concluir que lo más seguro era que él tuviera algo muy importante para Lavi -algo que no le había dicho aun y que ella moría de curiosidad por saber, pro que dejó pasar, al menos de momento; ya sería tiempo de preguntar sobre eso-.
Tiedoll les había dado información bastante certera y confiable de dónde lo podrían encontrar y Lavi, siendo como era, no iba a perder la oportunidad, de eso Lenalee estaba segura y, hasta cierto punto, era capaz de entenderlo.
Claro, todo sería más fácil si supiera qué rayos era lo que estaban buscando.
No obstante, Lenalee estaba feliz. Tenía la sensación de que algo había cambiado para bien y de forma irreversible, como si la conversación con él hubiese sido equivalente a una declaración de voluntad irrevocable, como si con eso hubiese construido con palabras un puente indestructible*.
La mañana la sorprendió con una sonrisa en la cara, por primera vez en mucho tiempo, ansiosa de partir, y era que una nueva resolución había llegado a ella durante la noche: una forma de retribución. Fuera lo que fuese que Lavi quisiera de Marian Cross, era muy importante para él, al punto de tenerlo perseguiendo una pista invisible por más de dos años, y ella haría todo lo que estuviese en sus manos para recuperarlo.
Lavi la vio cruzarse la bandolera con aire decidido, y tras despedirse de Tiedoll y sus alumnos, no sin una sarta de recomendaciones y buenos deseos disfrazados de amenazas por parte de Kanda, partieron hacia el oriente con la sensación de que Lenalee había crecido de la noche a la mañana.
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*Ese es una frase de un poema de Benedetti, llamado 'Táctica y estrategia'.
Uff, me he demorado en transcribir este capítulo cerca de 3 fines de semana. Espero que les guste.
