Disclaimer: D. Gray-man no me pertence.


Voluntad presunta*

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Lavi no sabe exactamente cómo fue que las cosas acabaron así; sólo que ocurrió muy rápido.

Se despertó a la mañana siguiente en el granero, en el mismo montón de heno en donde él y Lenalee durmieron la noche anterior.

Solo que sin Lenalee.

Se restregó bien los ojos y enfocó el lugar donde, metro y medio más allá, debiera haber estado ella, y se irguió de golpe cuando se cercioró que no era así.

—¿Lenalee?— llamó él en voz alta, ante la posibilidad de que aún estuviera dentro del granero— ¡Lenalee!

Pero la falta de respuesta le hizo ponerse de pie de un salto y apartar de un manotazo la capa con la que se había cubierto durante la noche, pero cuando se aproximaba a las puertas de la bodega para salir a buscar a la chica en ese pueblo portuario desconocido, donde fuera que ella hubiese ido, ésta se abrió, dejando ver a una sonriente Lenalee con una cesta en las manos.

—Oh, Lavi, buenos días— canturreó ella, dando un paso adelante para adentrarse en el lugar, dejando ver a un chico no mucho más alto que ella detrás.

—¿Dónde estabas?— le preguntó con un hilo de voz—. Quién eres tú— le exigió, por otro lado, al chico.

—No seas grosero, Lavi— le respondió ella con el ceño levemente fruncido—. Él es Allen y es discípulo de Cross, como la señorita Sachiko.

Ante eso, Allen avanzó y se puso a su alcance, ofreciéndole una mano vendada hasta la punta de los dedos. Lavi echó una ojeada con poca disposición; era un chico de buena complexión, aunque más bajo que él mismo, tenía una extraña cicatriz en el cara, lo que no acababa de estropear sus facciones joviales y sonrientes.

—Gusto en conocerte— saludó el chico, que no era más que un adolescente—, tú debes ser Lavi. Me han hablado mucho de ti.

Y acto seguido, hizo un gesto en dirección a Lenalee, para determinar de quién lo había oído, precisamente. Al pelirrojo, por otro lado, no le quedaba duda de que así había sido.

Soltó un largo suspiro cansino.

—Lo siento— se disculpó entonces, resignado, por su mala actitud—, mucho gusto.

La risa de Lenalee cortó el ambiente aun tenso que se había producido entre los dos hombres, pasando junto a ellos para dejar su carga sobre una superficie cercana.

—Eso me recuerda, ¿dónde estabas, Lenalee? Me has dado un susto de muerte— protestó él, aun no lo suficientemente apaciguado.

—He salido a por algo de comer— respondió la chica, sacando una a una las cosas que traía consigo—, quise despertarte, pero no hubo forma. Parece que te hacía falta el descanso.

Lavi intentó ocultar el rubor que quiso cuajarse en sus mejillas.

—Iba saliendo cuando me encontré con Allen y se ofreció a ayudarme.

—Qué conveniente...— murmuró el otro, por lo bajo.

—Me enteré por la señorita Sachiko que estaban aquí y vine a ver si necesitaban algo— se anticipó Allen a contestar, sabiéndose blanco de una mala mirada del de ojos verdes.

Su apariencia intimidante no ayudaba mucho, tampoco.

—Lenalee, ¿cuantas veces te he dicho que no seas tan confiada?— le regañó el pelirrojo con un tono cansado, como si el susto aun siguiera royendo le la garganta.

Ya se habían sentado los tres a comer lo que los más jóvenes habían traído: algo de pan, queso, un poco de leche y algunas frutas.

—Y yo a ti, que no seas tan desconfiado— le respondió ella, casi como si en realidad no le preocupara el asunto—. Además, creo que puedo identificar a una persona confiable de una que no lo es. Me has enseñado bien.

Entonces ella sonrió y él se desarmó por completo. Qué injusto, Lenalee sabía -porque tenía que saberlo, sino, no lo haría tan seguido- que no podía seguir discutiendo con ella si iba y le sonreía así, tan cálida, que le hacía creer que podía sobrevivir al invierno, y tan inocente, que le daban ganas de confiar nuevamente en la humanidad.

Daba gusto pensar que aquella niña que mantenía la barbilla pegada al pecho crecería para convertirse en esa sonriente señorita. Probablemente ella tenía razón y debía confiar un poco más en la gente. O al menos en ella: él enseñó a cuidarse sola, después de todo.

¿Pero qué pasaría el día en que ella ya no estuviera? Pasó dos años cuidando de aquella niña y ahora era de todo menos solo una niña. A veces, no dudaba de la capacidad de Lenalee de cuidarse por sí misma, sino que, estaba tan acostumbrado a su presencia, que dudaba seriamente de su propia capacidad para estar solo.

Miró a la jovencita que comía a su lado con elegante calma, tanto, que no parecía en absoluto que estuvieran en un cobertizo, era una muestra más de la gracia que ella guardaba bajo la piel.

Estiró las manos para tomar otro trozo de pan se los que habían cortado y dejado en medio al alcance de todos, y sus dedos palmearon el espacio vacío. Entonces tuvo que espabilar solo para descubrir que ya no quedaba ninguno, así como tampoco ninguna de las hogazas enteras. Y en ese instante, vio con espanto cómo Allen terminaba de devorar lo que sea que hubiese sido lo último comestible que quedaba en la cesta.

—Estaba delicioso— soltó él en una exhalación y llevándose unas manos a la panza abultada por la comida.

Los otros dos le miraron perplejos, incapaces de saber si enfadarse porque alguien más se comió todos sus víveres, o espantarse por la rapidez con que ocurrió todo, o largarse a reír por lo inaudito de toda la situación.

Un largo minuto pasaron ellos en silencio antes de que Allen lanzara un pequeño eructo.

—Oh, lo siento— se disculpó él, avergonzado y llevándose una mano a la boca.

Entonces, se decidieron por la última opción y se largaron a reír a carcajadas. Allen se les unió de a poco, un poco contagiado por las rosas de los otros dos y porque, ciertamente, le era un poco imposible no hacerlo, después de todo; se estaban riendo aun cuando podrían estar enfadados.


A pesar de que Allen parecía un buen chico, no acababa de gustarle por completo. Y no, nada tenía que ver e hecho de que tuviera casi la misma edad de Lenalee y que pareciera llevarse muy bien con ella. No, de seguro era otra cosa.

Aun así, decidió guardarse sus reservas - a su gusto, completamente fundadas- y hacer como si todo anduviera sobre ruedas.

Salieron del cobertizo en dirección al nido de ratas al que Cross llamaba casa, los tres. O más bien, los más jóvenes y Lavi, porque cualquiera que los viera de afuera, creería que él andaba de chaperón de alguno de los otros dos, por como ellos reían y charlaban al caminar, mientras que él se quedaba unos pasos más atrás.

Algo le molestaba esa mañana. Y no, no tenía que ver con Allen, o a menos, no completamente. Tenía más que ver con el susto que había pasado más temprano al no verla, como si aquello fuera algún tipo de mal augurio, y era eso lo que lo mantenía inquieto. Y gruñón, también.

Llegaron a la cabaña de Cross a media mañana, y Lenalee no pudo evitar preguntarse si no lo estarían molestando al ir tan temprano y Allen le respondió que no había forma de estar seguros de si algo le molestaría o no, a lo que Lavi no pudo no estar de acuerdo.

Maldito viejo.

Jamás esperaron -debieron hacerlo, maldición-, que, para que Cross les diera lo que fueron a buscar, tendrían que jugar a una especie de búsqueda del tesoro, consiguiendo para él cosas como cigarrillos, alcohol y uno que otro encargo más. Eso les tomaría toda la tarde, aun si se separaban, gruñó Lavi, lo que, en vista de lo que había sucedido la tarde anterior, no era una buena idea, según él.

De todos modos se dividieron en grupos de a dos, muy a pesar del heredero de Bookman, pero también era cierto que así cubrirían más espacio en menos tiempo, y ya que ellos eran forasteros, no les servía de nada quedar juntos, así que Sachiko acompañó a Lavi, mientras que Allen fue con Lenalee a aquellos lugares en que su apariencia más infantil no les trajera mayores complicaciones.

Aún así, Lavi tuvo que hacer un esfuerzo por regarse sus protestas.

Así llegó el atardecer, y Cross los esperaba sentado en el mismo lugar en que lo habían encontrado la tarde del día de ayer, y de no ser porque el ambiente estaba cargado de algo diferente, a ellos les habría parecido que estaban repitiendo nuevamente la misma escena.

—Buen trabajo, chicos— canturreó el anciano vividor, mirando al grupito de una forma que la causó escalofríos a todos por igual; a los dos discípulos, porque ya sabían lo que significaba, y a los otros dos, porque lo ignoraban, pero lo sospechaban severamente.

Sachiko tragó con fuerza y procedió a tomar los paquetes que cargaban los demás, por el solo afán de dejar de ser el foco de atención de su maestro, para ponerlos en otro lado, el que fuera, y lamentando realmente no poder hacer algo más por sus nuevo amigos.

La hizo un gesto a los forasteros para que se acercaran y ellos lo hicieron aun a pesar de sí mismos. Con un solo gesto, el anciano sacó de ve-tú-a-saber-de-dónde un sobre de papel que balanceó entre sus dedos pulgar e índice. Lavi se tensó en su sitio y Lenalee lo notó.

—Creo que sabes qué es lo que es esto, ¿no es así, Júnior?— sonrió con lo que solo pudo ser malicia.

Lavi no contestó. En cambio, tragó con pesadez.

—Voy a dártelo— volvió a hablar él—, solamente porque no me sirve de nada tenerlo; no es mi estilo guardar de las últimas voluntades de los muertos. Así que puedes estar tranquilo, niño. Solo tengo una condición.

El ambiente se cargó, entonces. Lavi no era capaz de saber cómo debía reaccionar, ya que no esperaba nada bueno de aquello; nada bueno podía venir de Marian Cross, ya que no le decían "el maestro sepulturero" únicamente por su oficio de hacer ataúdes, sino porque era capaz de hundir a cualquiera si así se lo proponía. Lenalee se sintió nerviosa al percibir a su amigo tensarse, y la ansiedad de Allen a sus espaldas le decía que hacía bien al temer.

Déjamela esta noche y esto será tuyo— acabó por decir Cross con una sonrisa y haciendo clara alusión a la chica de largo cabello negro frente a él.

Lavi solo tardó un segundo en reaccionar de la pura indignación, pero apenas el tutor hubo pasado, o tardó en llenarse de furia y abalanzarse sobre el sepulturero como si fuera alguna especie de bestia cegada por el instinto asesino. Sin embargo, nunca llegó a dar siquiera un paso en su dirección, ya que Allen, en un acto inesperado, lo sostuvo para evitar que llevara a cabo su propósito. Lavi, por su parte, no supo quédese impactó más, il que fuera capaz de reaccionar tan rápido o que tuviera tanta fuerza como para detenerlo tan firmemente en ese estado en el que se encontraba.

Pero definitivamente fue la sensación de traición que le golpeó como un garrotazo.

—¡Debes estar loco, viejo asqueroso!— se atrevió a enfrentarlo, para consternación de los demás presentes—. Primero muerto.

—Jo, chico, eso es fácil de solucionar— y acto seguido, se puso de pie y le propinó un golpe tan fuerte que provocó un grito ahogado de parte alguna de las chicas, sino es que de las dos.

—Sostenlo ahí, estúpido alumno— y volvió a golpearlo, incluso antes de poder terminar la orden. No obstante, y aun a pesar de su propio instinto de supervivencia, Allen lo soltó, haciendo que Júnior cayera al piso, pero que también pudiera defenderse.

No lo suficiente, empero. Cross lo golpeó hasta en el suelo, haciendo imposible que pudiera levantarse y defenderse adecuadamente.

—¡No, basta!— gritó Lenalee cuando pudo liberarse del espanto, y sobre la misma, se abalanzó sobre él para detenerlo—. Por favor, para— lloró.

Y él se detuvo, sí, porque el solo hecho de tener las manos ocupadas con ella era más interesante que con Júnior, así que cedió ante sus súplicas mientras ella se aferraba a su pecho, muy a pesar de las protestas ininteligibles de Lavi. Allen no tardó en agacharse a su altura para ayudarlo.

—Está bien; haré lo que quieras, me quedaré contigo, pero, por favor: detente— le rogó con el rostro empapado en lágrimas.

Cross sonrió entonces, malicioso y satisfecho de haber logrado su propósito. Porque si de algo se jactaba él, era de siempre conseguir lo que quería.

Lavi estaba en una especie de transe: un segundo estaba oyendo a Cross, y al siguiente, todo se volvió rojo, luego, todo nublado. Ese anciano repugnante de pronto dejó de golpearlo a patada, y cuando se quiso dar cuenta, tenía a Lenalee colgando de su ropa, llorando como el primer día que la conoció. Los eventos se desarrollaron con una velocidad abrumadora, al punto que no lograba entender del todo lo que iba ocurriendo. Al final, solamente supo que fue arrojado -literalmente, ya que despertó gracias al porrazo que se dio contra el suelo- a una especie de celda junto a Allen -el pobre fue castigado por un acto de insubordinación por el solo hecho de ayudarlo a él- en la que pasarían el resto de la noche, mientras Lenalee la pasaría en manos de Cross.

Entonces, él, además de todo, sintió náuseas de solo pensar en eso.

No, no, Lenalee, maldición. Lavi gruñó y golpeó en el suelo con los puños apretados, no cabiendo en sí de ira y frustración.

Lenalee era una chica buena, inocente. Ella había pasado por tanto y al fin había logrado hacer que sonriera de forma natural luego de mucho esfuerzo para hacerla feliz. ¡Y ahora sucedía esto! Y lo peor de todo era que no lo le dolía el hecho de que Lenalee ahora se viera obligada a pasar por eso debido a él, sino que algo aún más egoísta y malsano, que le daba una vergüenza profunda incluso en ese instante.

Esa noche, Lavi lloró amargamente, de pena y de vergüenza, por lo que perdió y por lo que le quitaron. Y poco importaba que Allen estuviera ahí para verlo.


Solo cuando se quedaron solos, Lenalee fue capaz de dejar de llorar, o al menos, de dejar de ahogarse mientras lo hacía, y a Cross parecía causarle alguna especie de satisfacción malsana el que aquello tuviese que ver con él.

—Lenalee, por favor, deja de llorar— le dijo él sin verdaderas intenciones de rogarle, pero sí de que sirviera de excusa para ponerle las manos encima.

—Ni siquiera me has dejado curar sus heridas— le acusó ella, por su parte, con amargura.

—Oh, querida— ronroneó el otro, poniéndole su gran mañana de largos dedos callosos en la barbilla para obligarla a mirarlo—, no deberías preocuparte por pequeñeces como ésa.

Y a pesar de la indignación que se reflejó en el rostro de Lenalee, que incluso le hizo dejar de llorar, él llevó su otra mano al sedoso cabello de la chica y jugó no éste entre sus dedos.

—Tienes un bonito cabello, Lenalee— murmuró al tiempo que tomaba uno de sus mechones y rozándolo con los labios.

Ella se estremeció ante el gesto, no pudiendo creer que una mujer tan buena y bonita como la señorita Anita, a quien conoció hace años, pudiera estar enamorada de una persona tan sucia y vil como Marian Cross. Y una fuerza burbujeante surgió en su estómago, que le hizo incapaz de quedarse callada y de brazos cruzados.

—¿Te gusta mi cabello, maestro Cross?—preguntó ella, inclinándose hacia él con un nuevo aire de interés felino que, el hombre sabía, en otras circunstancias o habría tenido. Sin embargo, al anciano poco le importó lo claramente sospechoso de la situación, después de todo, poco podía hacer una niña como ella contra él si había que ponerse serios, así que murmuró una respuesta ininteligible—. Puedes tenerlo si gustas.

Entonces él cerró los ojos. Fue tan solo un parpadeo, dejándose llevar por el momento. Y únicamente eso bastó para que ella tomara la navaja que él había tenido atada a la cintura y que aprovechó de buscar mientras estaba distraído con ella. Claro, Cross alcanzó a reaccionar, por que no por nada había logrado sobrevivir tanto tiempo en el negocio de los bajos fondos. Pero no estaba preparado para so. El anciano pelirrojo esperó que el ataque fuera para él, no e dirección contraria.

De un instante al otro, la abundante cabellera negra de Lenalee cayó entre sus manos en mechones que se desperdigaron por el suelo sin un orden ni patrón, pero que al pelirrojo le recordó por un segundo a las hojas que caían de lo árboles en otoño en las regiones verdes.

La chica le miró con una expresión determinada, como si aquello hubiese significado algo en realidad, como si alguien hubiese osado decirle no podría hacerlo y eso fuere la sola demostración de lo contrario. Que sí podía y pudo.

—Es todo tuyo, maestro— ronroneó Lenalee con el mismo semblante solemne.

Y a Marian Cross, aquella niña nunca le pareció más hermosa que en ese momento.

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La voluntad preunta* es la que se presume a partir de ciertos hechos o conductas. En este caso, si bien Lenalee no dice expresamente que no quiere nada con Cross, lo deja clarísimo a través de sus acciones.

¡Mil años sin actualizar! Estuve ocupada con un proyecto que al final no resultó como yo quería y voy a tener que perseverar en ello hasta que salga. Pido paciencia y comprensión.

Díganme qué los parece.