Disclaimer: D. Gray- man no me pertenece.


Lo principal y lo accesorio

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Aun era de noche cuando las puertas de la celda se abrieron con un sonido chirriante, propio del metal oxidado. Tanto Allen como Lavi levantaron la cabeza, aunque gratamente sorprendidos, sorprendidos al fin y al cabo, de que hubiera alguna actividad tan temprano, cuando en realidad esperaban permanecer ahí aislados hasta la mañana.

Mayor aun fu su sorpresa cuando, junto al marco de la puerta, no era nada menos que Lenalee, sosteniendo un pesado llavero de metal (probablemente igual de oxidado que las puertas) quien los había abierto.

Por un instante, Lavi pensó que aquello se trataba de un sueño.

—¡Rápido, salga; hay que irnos!

Eso fue suficiente para que el pelirrojo reaccionara, así que, tomando su capa y echándosela encima mientras salía, él y Allen siguieron a Lenalee hasta la salida de donde fuera que estuvieran.

Fuera, Sachiko les esperaba con una muy elocuente expresión de preocupación y alivio en el rostro.

—Al fin llegan, ¿qué les tomó tanto tiempo?— les dijo a modo de saludo, apenas los vio aparecer desde el interior—. Como sea, síganme, hay que darse prisa.

Y tras decir eso, se arrimó más la capa que traía puesta y se echó a andar por las feas calles de ese pueblo costero, con los otros siguiéndole de cerca, tal como ocurrió el primer día.

No tardaron mucho en llegar al puerto, en donde un carguero con muy mal aspecto se estaba preparando para zarpar apenas los fletes terminaran de estibar. Sachiko se detuvo a una distancia prudencial del barco, asegurándose de no llegar a ser vistos por la gente del puerto y se descubrió el rostro.

—¿Qué está sucediendo, Chomesuke?— peguntó Lavi apenas tuvo la oportunidad, con un tono que dejaba claro que no toleraría medias respuestas.

—No hay mucho tiempo para explicar, solo…— comenzó a decir la mujer, nerviosa— ese carguero va al otro lado del mar; a las costa orientales. Deben subir en él, ¿de acuerdo?— indicó mientras le entregaba a Lenalee un morral.

—¿Y ustedes?

—Nosotros estaremos bien— sonrió Allen, entonces, como si realmente no hubiese nada de qué preocuparse.

—Pero…

—Tranquila, Lenalee— le interrumpió—: sabemos cuidarnos.

El sonido estridente de la bocina del carguero les interrumpió, recordándoles que el tiempo apremiaba.

—Es hora, Cho~—les dijo Sachiko una última vez, antes de abrazar a Lenalee por los hombros—: cuídense.

—Suerte—les deseó Allen, por su lado, ofreciéndole una mano amistosa a Lavi, quien la miró por un largo segundo antes de estrechársela.

Era cierto que al principio, el chico no le gustaba demasiado, pero después de ver que lo arrojaban al calabozo por haberlo ayudado, ya no podía sino tenerle simpatía.

—Ustedes también.

Y con eso, ambos viajeros se alejaron corriendo, ocultos entre la penumbra, para colarse sin ser vistos entre la última carga que era subida al barco, dejando atrás a otros dos jóvenes que, a pesar de haberse conocido hace no más de 48 horas, eran absolutos merecedores de u confianza y del gusto de poder llamarse amigos.

Una vez arriba, Lavi y Lenalee se agazaparon en un rincón en el que estarían seguros hasta que las cosas se calmaran un poco, para luego buscar un lugar más adecuado. el movimiento cesó poco antes del amanecer, momento en que la tripulación se fue a descansar por la larga noche de trabajo que habían tenido. Para entonces, Lenalee ya había comenzado a dar cabezazos del puro cansancio, obcecada en su propósito de permanecer alerta, y Lavi tuvo que moverla con suavidad para despertarla.

—Vamos— susurró él, tomándola por la muñeca y echándose a andar.

Lenalee le siguió en silencio.


Lavi dejó escapar un quejido de dolor en cuanto se desplomó sobre un saco de loquefuera que acomodaron en un rincón que ellos calificaron como seguro.

—¿Estás bien?— preguntó ella con precaución, metiendo la cabeza en el morral que Sachiko le entregó antes de partir.

La chica les había dado un paquete con provisiones suficientes para algunos días: pan, queso, algunos cereales y frutos secos, además de una cantimplora con agua y un paquetito con gasas y desinfectante.

—Sí, sí, lo estoy, ¿y tú?— arremetió él, preocupado—, ¿qué pasó? ¿Cómo huiste? ¿Te hizo algo ese…?

—No, estoy bien, eso no tiene importancia. Lavi, tus heridas…

—¿Cómo que no tiene importancia?— le interrumpió, al borde de un ataque de histeria. Lenalee, no sabes de lo que es capaz ese maldito… tienes suerte de haber salido de ahí— pero su voz perdió fuerza en su argumento en el momento en que vio a Lenalee desviar el rostro— ¿Lenalee?

Pero ella únicamente escondió aún más el rostro, huyendo del escrutinio de sus ojos verdes. No que se arrepintiera, jamás podría arrepentirse de lo que hizo, pero la mirada implacable de Lavi era demasiado para ella.

—Porque no te hizo nada, ¿cierto?— silencio—. Lenalee, te hizo algo ese hijo de puta: sí o no.

—No, Lavi, no me hizo daño. Ahora, deja que…

—¿Segura? Mírame, no te veo la cara— se interrumpió él mismo al darse cuenta de algo que, por muy evidente que fuera, había pasado desapercibido hasta entonces—. Lenalee, quítate eso, déjame verte de cerca.

—N-no, déjalo, Lavi…

Pero ninguno de los sutiles gestos que hizo para apartarse del alcance del pelirrojo fue suficiente. Lavi tenía los brazos más largos y mucha más fuerza que ella, así que con solo sujetarla de la muñeca con una mano, pudo hacer que ella dejara de moverse, y con la otra, apartar la capucha de su cabeza. Sin embargo, no estaba preparado para eso -cielos, ¿para qué estaba preparado?-, así que quedó sin aliento al ver el espectáculo de Lenalee, su linda y pequeña Lenalee, aquella a la que encontró en una subasta de esclavos mientras intentaba esconderse tras su largo y brillante cabello negro, de pronto, con éste dramáticamente corto.

Lavi la miró largamente, incapaz de parpadear. O de respirar. O de hacer cualquier otra cosa que no fuera mirarla.

Su cabello. Todo su largo y sedoso cabello, ese que había llamado su atención desde el primer instante, y que desde siempre tuvo el deseo de hacer pasar entre sus dedos, pero que jamás tuvo el valor de hacer: se había ido. Ya no estaba.

Y él había perdido su oportunidad.

¿Qué rayos le pasó? Por otro lado, ella parecía estar bien. Se veía entera, y ninguna herida, que él pudiera ver. Y eso le colmó de un alivio imposible de contener. Ciertamente, ¿qué estaba esperando, encontrarla llena de moretones? Tampoco hubiera sabido cómo reaccionar de haber sido ese el caso. Estando en tierra, claro que habría ido y matado a Cross, no sin antes cortarle los dedos de a uno, pero estando en ese barco, ocultos tras un montón de sacos de harina, no sabía qué hacer para consolarla.

Ni siquiera sabía qué hacer para consultarse a sí mismo.

Era tan fuerte su escrutinio sobre ella, que Lenalee retiró el rostro, apenada.

Solo entonces, el pelirrojo estiró el brazo hasta ella con suma lentitud y cuidado, y pasó sus largos y callosos dedos por el cabello, ahora corto y desprolijo, pero tan suave como se imaginó siempre.

Ella era tan hermosa.

Entonces la rodeó con sus brazos, acercándola hacia sí y aprestándola contra su pecho, como si fuera un valiosísimo tesoro que estaba en peligro de perderse en las profundidades del mar.

—Lavi— susurró ella con la voz amortiguada—, debo revisar tus heridas; si alguna se llegara a infectar…

Pero se detuvo antes de terminar la idea, al sentir cómo se le humedecía el cuello con un líquido tibio y copioso.

No se atrevió a decir nada más y le dejó ser.

De todo el tiempo que llevaba de conocerlo, Lenalee jamás le vió así.

Lavi le parecía una persona buena y agradable, sorprendentemente honesta para soltar verdades, pero poco sincero con sus propios sentimientos. Era como si todo le resbalara por encima, que para todo había solución, y por lo tanto, a mantener la calma, mientras que para lo que no la tenía, ¿realmente valía la pena angustiarse? Lenalee muchas veces se preguntaba si de verdad pensaba de esa manera o se forzaba a hacerlo.

No recordaba ni una sola vez (salvo, quizás, en el burdel de la señorita Anita, lo que parecía haber ocurrido hace siglos), haberlo visto enfadado o triste, o siquiera genuinamente contento. Todas sus expresiones se reducían a un conjunto de reacciones a medias; sonrisas flojas y superficiales, ceños fruncidos, ojos entornados, pero nada que reflejara lo que sentía realmente, lo que de verdad había en el fondo de su corazón.

A veces -solo a veces, porque no siempre podía darse ese lujo, mucho menos en su situación- sentí lástima por él, y se preguntaba qué era lo que había pasado para que tuviera que esconder sus emociones de esa manera. Para pasar más de dos años enfrascado en la búsqueda de quién sabe qué. Y se sorprendía a sí misma queriendo, no solo descubrirlo, sino que ser capaz de sacar sus emociones de esa coraza hermética a la que él llama piel, y que se las enseñara a ella.

Y de pronto, en dos días le había visto más emociones que en dos años. Lenalee no estaba segura de cómo procesar todo eso, y se sonrojó ante la sola idea, apenada. Aunque no podía negar que se sentía orgullosa porque su cruzada estaba dando frutos, tampoco podía decir que verlo así le causaba placer.

Lavi lloraba contra su cuello, como un niño pequeño sin consuelo, que se aferraba a las faldas de su madre como si la vida se le fuera en ello, como si no hubiese nada más. Lenalee sintió sus manos grandes y cálidas al rededor de sus hombros, cerrándose en torno a los pliegues de su ropa, negándose a dejarla ir, a pesar de estar allí mismo.

No hablaba. No había dicho nada más. Aún más, no emitía sonido alguno, aparte del de su propia respiración profunda y adolorida, pero ella no lo necesitaba para saber que aún sentía dolor.

Pasó los dedos por su espalda, con suavidad, invitándolo a que la soltara. Él reaccionó cerrando aún más fuerte su agarre sobre ella.

—Tranquilo, no iré a ningún lado— le aseguró ella con suavidad—. Solo quiero que te acomodes: si no me dejarás ver tus heridas esta noche, al menos déjame procurar que duermas bien.

Solo entonces, Lavi pareció ceder, y con una lentitud y suavidad casi desquicia ante, ella lo acomodó contra su regazo, fungiendo como una almohada para su cabeza pelirroja. Lenalee pasó sus dedos por su pelo rojo y alborotado, acariciándole la piel cercana al nacimiento del cabello y cantó:

Buenas noches, mi ángel, es hora de cerrar tus ojos y guarda las preguntas para otro día. Creo que sé por qué me preguntas, creo que sabes lo que he intentado decir. Te prometí que no te dejaría y tú deberías saberlo siempre, donde vayas, no importa dónde estés, yo nunca estaré lejos…*

Lenalee cantó casi en un murmullo. Y aquello, como una declaración de amor, fue el arrullo que el hombre que lloraba en sus piernas como un niño, necesitaba para quedarse dormido. Con voz melodiosa, quizás demasiado rasposa, pero no por eso menos hermosa, y las palabras de una caricia que ya conocía de tiempos pasados y tierras lejanas.

La joven siguió cantando. Buenas noches, mi ángel, es hora de dormir, hay muchas cosas que quiero decirte… como si fueran el eco de su propio corazón, latiendo tan agitado como acompasado, y siguió acariciando el cabello rojo de Lavi, constante, continua, imperturbable, en un acto tan maternal como pasional, y tan ansiado como doloroso, hasta incluso después de que su respiración se tranquilizó y lo sintió dormir contra su falda. Buenas noches, mi ángel, es hora de soñar, es hora de dormir…

Pronto, Lenalee también se quedó dormida, arrullada la misma por la calidez que irradiaba el cuerpo de Lavi sobre el suyo, contenta, al fin, de ser un soporte para él.


La mañana siguiente les encontraría a ambos acurrucados el uno contra el otro, como en alguna que otra ocasión les habría pasado en sus viajes, pero con el resabio de algo distinto en el aire.

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*"Goodnight, my angel" de Billy Joel.

¡Uff! Este capítulo lo tenía escrito incluso antes de empezar el fic, por lo que tenía muchas ganas de publicarlo, solo espero que se lea como me lo imaginé cuando lo escribí por primera vez.

Han sido meses difíciles, cuidense mucho.