Dsiclaimer: D. Gray-man no me pertenece.


Responsabilidad por deuda

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Si ella tuviera que explicarlo, diría que fue el efecto de tanta adrenalina en su torrente sanguíneo, provocado por la fuga y las heridas de Lavi, que no se dio cuenta si no hasta varias horas después, cuando él tenía todas y cada uno de sus moretones debidamente atendidos, que estaban en un barco.

Un barco.

Uno como en el que estuvo durante dos años desde que fue separada de su hermano hace ya un lustro entero.

Uno como del que se había bajado por rutina, pero al que no volvió a subir gracias a que Lavi se fijó en ella.

Ya pasaron dos años enteros desde que puso un pie fuera de ese barco, e ingenuamente pensó que todo iría bien. Pero con solo poner un pie sobre uno nuevamente y ser consciente de ello, hizo que Lenalee rememorara todas las emociones y sensaciones que tuvo durante su permanencia con Lvellie.

El constante tambaleo del barco sobre el mar la puso en un estado de permanente mareo y nauseas, negándose a enseñar el contenido de su estómago debido a una mezcla de orgullo y necesidad, porque no iba a vomitar frente a Lavi y porque no tenían tanta comida como para compensar lo que ella devolviera cada vez.

Además, no solo era la sensación de movimiento lo que la hacía palidecer y sudar frío sino que recordar vívidamente lo que venía después de eso. La sensación de abandono, de fragilidad, de no ser más que mercancía más o menos valiosa, de ver a sus compañeros de prisión, sus almas y cuerpos maltratados por el tiempo y la desesperación y saber que no había otro futuro que ese.

Como la resaca olvidada de la peor borrachera.

Solo que sin el alcohol y la diversión.

Lavi, aun con la mayoría de sus moretones vivos y el cuerpo adolorido, la acogió entre sus brazos, haciéndole un hueco contra su pecho en el que se refugió y ocultó sus lágrimas como los temblores que creía olvidados junto a la niña abandonada y asustada que dejó atrás la vida de esclavitud hace dos años atrás. Pero la sensación de inestabilidad del suelo, sumado al roce de las argollas de frío acero contra sus tobillos, no hicieron nada por reprimir los traumas de Lenalee, por lo que Lavi luchó por arrullarla y hacerla sentir cómoda y contenida.

Con cada leve movimiento que ella hacía, él daba un respingo, como si lo hubiese despertado de un sueño liviano, la acomodaba y le susurraba versos inconexos y poco atinados de la canción que Lenalee le cantó a subir, y de otro par de poemas que, entre todos sus viajes con su abuelo y en solitario, recordaba haber oído en las cantinas, para ayudarla a conciliar el sueño nuevamente.

Se sentía tan culpable. Por su culpa Lavi no estaba durmiendo. Si seguía así, no se recuperaría nunca.

Pero para Lavi eso no podía haberle importado menos. Su propia sensación de culpabilidad le impedía concebir la existencia de cualquier otra emoción.

Si no se hubieran subido al barco, Lenalee no estaría pasando por ese calvario; si no hubieran estado huyendo, no habrían tenido que subir; de no haber estado con Cross, no habrían tenido que huír; de no haberlo estado buscando, no lo habría encontrado; y no habría tenido que buscarlo si el no…

Y aunque sabía que jugar al juego de las culpas era un error, no podía evitar caer en ese espiral de la perdición al que lo había arrojado su conciencia sucia.

No por primera vez en su vida, pero sí en el último tiempo, maldijo a su abuelo y a su origen.

Pero odiarse a sí mismo no haría nada por ellos ahora mismo. Por más que le frustrara, lo único que podía hacer por Lenalee era fungir como cuna y contenerla.

—Lo siento— le oyó decir en un momento. No sabía qué día era, o si era de día o de noche. Supuso que debía ser media noche, por el escaso movimiento que alcanzaba a percibir por parte de la tripulación.

Él la miró hacia abajo, todo lo que le permitió el ángulo que tenía, teniéndola en el espacio entre su cuello y su mentón. Su respiración le hizo cosquillas en las clavícula y contuvo el escalofrío que le recorrió el cuerpo.

—No has podido dormir bien por mi causa— volvió a murmurar.

—¿Bromeas?— le respondió el con tono alegre—. Tengo a esta hermosa chica solo para mí, que me usa como colchón; resulta que no he dormido mejor en mucho tiempo.

Una risilla cansada salió de sus labios y él siente que es lo más maravilloso que ha oído en días.

—No te burles.

—No lo hago; estoy siendo honesto.

Se produjo un instante de silencio en el que lo único que pudieron oír, además del susurro del barco al surcar los mares, era el palpitar del corazón del otro.

—Gracias.

Y Lavi quiso protestar. Quiso corregirle y preguntarle porqué era que le agradecía. ¿Por haberla metido en esa jaula flotante que la hacía revivir en carne propia sus traumas de la niñez? ¿Por haberla traído consigo en una búsqueda que tenía sentido solo para él? ¿Por que, literalmente, todas las cosas malas en su vida eran por causa suya y de su abuelo?

De solo pensarlo se sintió enfermo.

—Yo no…

—Nunca te agradecí por haberme sacado de ese barco y llevarme contigo… sea cual sea la razón que te llevó a hacer eso… es gracias a ti que ese es solo un mal recuerdo y no una realidad. Así que gracias.

Entonces el corazón de Lavi (porque, al parecer sí tenía uno, después de todo), se le atoró en la garganta, haciéndolo que ésta le picara como el infierno. Abrazó a la chica en sus brazos, esperado que no le molestara.

Se permitió volver a usarla para llorar, conmovido.

Una última vez no haría daño.

Al final, parecía que no todo lo que hacía era un error.


No era que se quejara, pero con Lenalee en su estado de letargo autoconservativo, ahora era él quien se hacía cargo del racionamiento de sus provisiones. Ciertamente, ella apenas tenía apetito y él la había estado obligando a comer lo necesario para mantenerla estable y evitar que vomitara tanto por fatiga como por exceso, y eso ayudaba un montón para ahorrar alimentos. Pero con todo y todo, su saco ya estaba sintiéndose demasiado liviano.

El sentido de alarma de Lavi se encendió al calcular solo un par de días más de comida.

Luego de eso, tendría solo dos opciones: aguantar hasta llegar a tierra firme, rogando porque no fuera demasiado tiempo, o aventurarse a robar comida de las cocinas. Lo bueno de eso era que, por los días que habían permanecido allí ya sabía dónde, más o menos, se encontraba, así como sus horarios. Lo malo, por otro lado, era que tendría que dejar a Lenalee. Y no estaba del todo seguro de poder.

Bajó la mirada hasta Lenalee, que descansaba contra su hombro con aire ausente. Ciertamente se veía mejor que hace uno días, pero tampoco quería forzar las cosas.

Del modo que fuera, tal vez podía esperar un día más…

Pero como si el solo hecho de haberlo pensado hubiese provocado una sucesión en cadena de eventos imposibles de controlar, Lavi sintió un ruido sordo fuera de la puerta del almacén en donde se refugiaban, acto seguido, ésta comenzó abrirse con lentitud, helándole la sangre a una temperatura poco saludable. Se agazapó en un rincón con Lenalee contra su pecho, intentando esconderla del potencial peligro que le asechaba…

Solo para ver al otro lado de la puerta a una mujer joven arrastrando un saco de papas, que les veía perpleja. Ésta les miró un instante, luego miró el letrero de la puerta que ponía algo que en realidad no tenía nada que ver con el contenido del saco, y luego les miró de nuevo.

Un séptimo sentido de algún tipo alertó a Lavi de la exclamación que iba a soltar la mujer, pero nada le previno de lo que siguió:

—¡Lo siento! ¡Losientolosientolosientolosientolosientolosiento!


—Lo siento, no fue mi intención asustarlos— se disculpó muy sentidamente Miranda, como por enésima vez, luego de acomodarlos en su habitación y de traerles un poco de comida.

—La verdad, tengo la sensación de que fuimos nosotros quienes te asustamos a ti— acotó el pelirrojo, medio en broma, medio en serio—. Lo lamentamos. Aunque sí fue algo bueno que nos encontraras; ya se nos estaba por acabar la comida e iba a tener que dejarla para buscar algo.

Ambos guardaron un silencio fácil que duró unos segundos. Lo suficiente como para que el pelirrojo desviara la mirada hacia la puerta cerrada del cuarto de baño al que había entrado Lenalee hace casi un cuarto de hora, y para que Miranda sonriera enternecida por el acto reflejo del joven frente a ella.

Aun teniendo una vaga idea de su situación, por lo que ellos le contaron brevemente mientras se dirigían a su habitación, la mujer era capaz de llenar algunos espacios en su cabeza. Tampoco es que necesitara certezas; ya le contarían más largo y tendido si se sentían en confianza.

No era como si estuviera en condiciones de ayudar a un par de niños que, si bien no le pidieron ayuda, claramente la necesitaban, así que simplemente no pudo dejarlos.

Lavi pareció salir del transe en el que había estado quién sabe por cuánto rato cuando Miranda se levantó de su asiento. Intentó no verse avergonzado por la sonrisa en el rostro de la mujer, como si fuera un niño que es atrapado haciendo alguna ternurita.

—De cualquier modo, debo volver a trabajar; Jerry ha sido muy amable al cubrirme en la cocina, pero no sería justo si solo me desaparezco.

—Oh, sí, lo siento por eso…

—No, por favor, más bien, lamento tener que dejarlos. Volveré en unas horas, sin embargo. Descansen todo lo que necesiten.

Y con eso, Miranda se fue de la habitación cerrando la puerta a sus espaldas con una sorprendente suavidad. Sorprendentemente, porque en los diez minutos que caminó con ellos, la vio tropezar tres veces con sus propios pies, y en los veinte que conversaron, estuvo a punto de gritar espantada casi el doble de veces, siendo lo único que la detuvo, la notable incomodidad que provocaría en sus invitados si así lo hacía. A juzgar por la enorme cantidad de veces que se disculpó por cosas tan innecesarias como inexistentes, Lavi pudo deducir que la torpeza patente de Miranda era algo que la perseguía desde siempre, viéndose obligada a disculparse cada dos por tres, incluso cuando estaba ayudando a otros.

Entonces él no supo si sentía más lástima o agradecimiento por la pobre mujer.

Con eso en mente, y dejando escapar una pequeña risita en forma de exhalación, Lavi se echó hacia atrás, cayendo sobre el colchón en el que había estado sentado mientras conversaba con Miranda, haciendo que su espalda rebotara contra una superficie blanda por primera vez en incontables semanas.

Ya estaba acomodándose en la almohada que hizo que sus brazos formaran improvisadamente, cuando fue alertado por el sonido de la puerta del cuarto de baño al abrirse, dejando ver a Lenalee entre la liviana bruma del vapor aún encerrado, con ropa limpia, oliendo a jabón, y el pelo aún húmedo, con las puntas ligeramente recortadas.

Lavi se reincorporó rápidamente ante el sonido, obligándose a no prestar atención a los puntos de colores brillantes que le nublaban la vista por el movimiento repentino.

Claro que se había fijado en que el pelo le creció en los días previos, por más que lo mantuviera oculto bajo la capucha de su capa, pero todavía tendría la forma desordenada y des prolija del machetazo con el que se deshizo de su larga cabellera. En cambio, ahora lucía más parejo, con puntas cerradas y a gusto de la usuaria, eso sí.

También, sus mejillas habían cogido algo de color, haciendo que su semblante mejorara notablemente, cómo si todo su mareo y malestar se hubiese esfumado por comer una buena comida y darse un baño caliente.

Eso sí, aun conservaba las bolsas violáceas bajo los ojos, provocadas por las largas noches de mal dormir.

Aunque, se dijo a sí mismo Lavi con una sonrisa floja, eso tiene muy fácil solución.

—Hay que ver lo bien que le sienta un baño a algunas personas— no pudo evitar mofarse el pelirrojo, recordando sin querer, la primera vez que la vio después de un baño en la casa de Anita hace dos años.

Ahora se le antojaba como una eternidad.

—No te burles— protestó ella, acercándosele.

—No lo hago— se apresuró a responder sin verdaderas ganas de convencer a nadie. Acto seguido, se hizo con una toalla para secarle el pelo a Lenalee cuando ella se sentó junto a él en la cama, en un gesto tan natural que pareciera que lo hubiesen repetido un millón de veces—. ¿Cómo te sientes? Tienes mejor cara.

—Mejor. Lamento haberte causado tantos problemas.

—No habrán sido más de los que yo te he causado a ti, eso seguro.

Casi sin quererlo, por las cabezas de ambos pasaron todas aquellas veces durante esos dos años, en que se habían metido en problemas por las travesuras del pelirrojo y tuvieron que salir corriendo de algún bar o alguna tienda para evitar represalias.

Lenalee no pudo evitar reírse al recordar la cantidad de veces que tuvo que intervenir para que Kanda no le golpeara por estarlo molestando.

—¿Entonces estamos a mano?

Ella lo pensó un minuto. Pensó y ponderó todas las ocasiones en que la arropó con su propia capa para que estuviera a gusto durante las noches frías en el desierto, o el tiempo en que aumentó sus porciones de comida para que saliera del estado de semifinal desnutrición en que la había dejado Lvellie y ganara fuerzas para enfrentarse al viaje. Las horas qué pasó enseñándole a leer las estrellas para orientarse, o a negociar una compra, para que pudiera valerse sola si se separaban…

—De ninguna manera— respondió con mofa.

Ella le sonrió.

…y sin ir más lejos, las largas noches en vela qué pasó cuidando de ella antes de que Miranda les encontrara.

Aún te debo demasiado.

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¡Ha sido demasiado tiempo! Es que el último año ha sido, creo yo, el peor de mi vida, casi calendario. Pero al fin ha terminado, y yo al fin aprobé mi examen de licenciatura, así que al fin voy a poder dedicarme a cosas que me gustan más: Felicidad absoluta.

De cualquier forma, este capítulo lo tuve que hacer de nuevo desde cero, el primero era un poco más cómico, así que decidí enseriarlo un poco más. Espero que les guste y me digan qué les parece.