Disclamier: D. Gray-man no me pertenece.
Sin Legitimación*
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Lavi deja escapar un bufido enfurruñado, con la pera apoyada pesadamente sobre el codo de su mano, mientras veía a Lenalee partir nuevamente hacia la sala de mando, cargando varias tazas y una jarra con café.
Ni siquiera se detiene a pensar en cómo alguien podía cargar con todo eso con el tambaleo del barco y sin derramar ni una sola gota, acostumbrado al andar de mariposa de Lenalee y a su tintineo constante. No, más bien, cómo alguien podía beber tanto café, que ameritara que Lenalee tuviera que volver a ir con las manos llenas al mismo lugar por tercera vez en lo que va de mañana. Eso es lo realmente incomprensible.
Pero Lenalee no parecía reparar en eso.
La enorme sonrisa que llevaba en el rostro, de alguna muy inexplicable forma, le inquietaba, cuando lo normal era que él brincara de gozo con una de ésas. De seguro tenía algo que ver con que se dirigiera a la sala de mando, precisamente, donde había estado yendo con bastante frecuencia desde que se encontró con ese sujeto, Bak.
A esas alturas, Lavi ya sabía todo de él (por supuesto, de qué servía sino su entrenamiento en obtener información) y hasta ahora su incomodidad estaba totalmente injustificada. Lo que le hacía sentir aún peor.
El tipo ése, Bak Chang, es el hijo único de una familia noble de las tierras orientales, allá a donde ellos se dirigían; un genio de la mecánica práctica y teórica que estaba al mando del equipo de ingenieros del barco, a pesar de su corta edad (que era solo aparente, pues, aunque parecía no ser más que un mocoso, ya superaba con creces la veintena).
¡Ah, y claro, sin mencionar el hecho de que estaba evidentemente coladito por Lenalee!
Y ese hecho, que alguna vez le habría causado tanta gracia como lástima, ahora solo le agriaba la sangre.
(Tal vez algo tenían que ver sus frecuentes viajes a la sala de mando).
No es que pudiera hacer nada al respecto, tampoco. Lenalee sabía bien lo que hacía, y Jerry le aseguró que el pobre diablo era completamente inofensivo (siendo bien honesto, su revelación sobre la urticaria que le da cuando se pone nervioso le hizo carcajearse sin culpa), así que tampoco había nada por lo que debiera preocuparse.
Eso no evitó, por supuesto, que el ceño se le frunciera en un gesto berrinchudo del cual ya Jerry y Miranda y la mitad del personal de la sala de máquinas se había burlado más o menos abiertamente.
−Eh, chiquillo, no seas egoísta− se burló uno de los obreros que pasaron por ahí, sucio de carbón−, que a todos nos gusta tanto como a ti.
−No le digas eso: yo tampoco querría compartirla− se ríe otro, y Lavi no puede evitar pensar que le gusta más ese tipo que el otro.
−De seguro no halla la hora de bajarse de esta bañera gigante y tenerla de nuevo para él solo−ese comentario aterradoramente cierto, no es capaz de reconocer de dónde viene.
−Entonces te alegrará saber que ya no falta mucho para eso− le dice otro, más cercano−: dentro de pocos días tocaremos tierra.
Mentiría si no dijera que se sintió aliviado entonces. Pero al mismo tiempo, también le perturbó lo fácil que les resultó a ese montón de obreros leerlo como al letrero de una cantina, al punto de bromear tan libremente sobre cosas tan horriblemente cercanas a la realidad. Tampoco sabe bien si eso le inquieta porque el duro entrenamiento al que le sometió su abuelo para ser indescifrable se estaba yendo rápidamente por la borda con esa gente, o por el contenido de las páginas metafóricas de su mente perfectamente legible, relativas a cosas de sí mismo que nunca había considerado antes, como si acabaran de aparecer frente a él por arte de magia.
Se negaba a la posibilidad de que lo que esos hombres le decían entre risas fuera verdad. Él no estaba celoso de ese geniecillo enano. No había nada que él tuviera que Lavi quisiera. Y Lenalee, de hecho, no estaba en discusión porque, para empezar, ella no era una cosa (la sola idea le causaba nauseas) y, en el peor de los casos, estaban juntos año corrido. No había razón para inquietarse por el hecho de que últimamente pasara su tiempo libre lejos de él.
Cuando llegaran a tierra, Lavi sabía a ciencia cierta que ella le seguiría a donde fuera.
Se llevó una mano al pecho ante la angustia culposa que le generó ese pensamiento.
Realmente, no hallaba la hora se bajarse de ese barco.
−No sabes cuánto te agradecemos por todo lo que has hecho por nosotros, Miranda.
Le dijo Lenalee unos días después, cuando solo faltaban un par de horas para que el barco llegara a puerto.
−Si tan solo pudiéramos pagarte de alguna forma.
−Nada de eso, fue un placer para mí. Además, creo que no se imaginan cuánto me ayudaron ustedes a mí− respondió la mujer, sonriente.
Ambos jóvenes se miraron sin comprender realmente lo que les decía. No había forma en que estuvieran a mano con todo lo que ella había hecho por ellos, empezando por encontrarlos. Lavi se encogió de hombros, insinuándole a Lenalee que dejara el tema estar, siendo muy conscientes de lo mal que se ponía Mirando cando se sentía abrumada por los nervios.
−¿Estás segura que no podemos quedarnos a desestibar?−él ya había formulado esa pregunta con anterioridad; se sentía mal haber compartido el viaje y gozado de la amabilidad de todos y no ayudarles con las últimas tareas restantes.
Pero la respuesta de Miranda siempre fue la misma.
−Oh, no, en serio. Que la tripulación haya sabido de ustedes es una cosa, pero la capitanía de puerto verificará que la cantidad de personas que llegaron sea la misma que las que partieron, sino, tendremos que dar explicaciones muy engorrosas. Es mejor y más seguro si se escabullen en cuando puedan; todos lo creemos así.
La expresión comprensiva en el rostro de Lenalee no fue capaz de ocultar su decepción.
−Por favor, no te preocupes por eso− insiste Miranda−. Solo traten de cuidarse bien; tengan− les entregó un saco−: se los manda Jerry. Son provisiones para un par de días. Y los chicos de la lavandería se consiguieron éstas, para que no vuelvan a pasar frío. Son un poco viejas, pero están en buen estado.
Entonces los ojos de Lenalee se anegaron, y se inclinó para pasarle los brazos por el cuello a la mujer en un abrazo apretado.
−Dale nuestros saludos a Jerry y al resto, por favor− se despidió el pelirrojo, acudiendo en ayuda a la falta de palabras de su amiga−, jamás los olvidaremos.
Y con eso, tomó la mano de la chica y ambos desaparecieron en la penumbra de la nave, esperando que fuera el momento adecuado para descender de ella sin ser vistos. Pronto, su presencia se desvaneció, como si nunca hubiese estado ahí.
Miranda, con las manos entrelazadas contra su pecho, oró para que esos dos niños se mantuvieran a salvo.
No fue nada fácil. A pesar de la protección que les brindaba la escasa iluminación nocturna y las capuchas que cada uno llevaba puesta, el puerto estaba repleto de gente. De seguro no serían el único navío recién llegado o que se disponía a zarpar. Pero del modo que fuese, podían sacarle provecho a esa situación; si había tanta gente dando vueltas, difícilmente les diferenciarían de cualquier otro funcionario portuario en el caso de ser vistos. No llamarían la atención.
Era como esconder un árbol en medio del bosque.
Así que partieron. Bajaron por el costado del barco, saltando desde uno de los andamios laterales.
Lavi fue el primero en bajar, no sin tropezar en el intento, verificando que fuera seguro, para luego darse la vuelta y mirarle hacia arriba.
−Ven, Lenalee, te ayudaré a− pero sus buenas intenciones no tardaron en irse por tierra cuando la susodicha aterrizó a su lado con una gracia etérea. El delgado metal sonó una sola vez−… Olvídalo. Andando.
Y continuaron corriendo, ocultándose entre contenedores y sombras hasta que el riesgo de ser vistos y ser considerados como sospechosos desapareció con la llegada del amanecer.
El sol ya brillaba en lo alto del cielo a ese lado del mar cuando decidieron que era tiempo de tomar un descanso. Se detuvieron junto a la ladera de un estero que llevaba agua helada y cristalina hasta el mar. De este lado del gran charco todo parecía muy diferente; las grandes extensiones de tierra poco y nada fértiles fueron reemplazadas por ríos y praderas verdes, y de temperaturas extremas junto al clima seco, pasaron a un otoño cada vez más frío.
Lenalee decidió que le encantaba cómo se sentía la brisa helada en sus mejillas.
−Se siente diferente, ¿no es así?− la pregunta de Lavi, tan liviana y casual le hace inhalar y exhalar con gusto.
−Totalmente− sonríe ella, mirándolo con simpatía−. Pero al mismo tiempo, es nostálgico, como si ya lo hubiese vivido antes.
Y Lavi hace un esfuerzo sobre humano para que en sus facciones joviales y risueñas, no se note el dolor que sintió en el pecho, como si acabaran de apuñalarle en el corazón con una estaca de hielo.
La chica se da cuenta, sin embargo, de que algo en el ambiente cambió, como si el aire se hubiese enrarecido a su alrededor. Miró a su compañero de soslayo, en un intento de saber si él también lo había sentido o si, por el contrario, fue solo idea suya. Pero el otro lucía impasible, bebiendo de su cantimplora como si nada estuviera mal en el mundo.
Su expresión completamente indescifrable.
Lenalee intentó decidir si en ese momento, eso era algo bueno o algo malo. Era consciente de que, muchas veces, demasiados pensamientos invadían su mente brillante, no siendo capaz de verbalizarlos todos. A veces necesitaba tiempo para poner en orden sus ideas y sus emociones antes de hablar con ella o antes de decidir que no valía la pena. Cuando eso sucedía, Lenalee se sentía muy sola, como si él y ella pertenecieran a mundo separados, incompatibles entre sí, y estuvieran destinados a caminar uno junto al otro por un camino cuyo fin no podían ver, pero que jamás podrían tocarse.
Ese parecía uno de esos momentos.
Y ella se revolcó dolorosamente en su insuperable incapacidad para comprenderlo.
¿Cómo era que Lavi se sumergió en los abismos de su conciencia y ella apenas lo advirtiera? Aún peor; cabía la posibilidad de que fuera ella, precisamente, la que hiciera o dijera algo que le orillara a entrar en ese transe. Y si ella llegase a preguntar, él únicamente le diría que no era nada por lo que debiera preocuparse, como si aún fuera una chiquilla a la que hay que proteger de la verdad.
Un largo suspiro cansado escapó de sus pulmones antes de poder hacer algo para evitarlo, lo que pareció ser suficiente para sacar a Lavi de su estado de meditación profunda en el que se encontraba.
Genial.
−¿Estás cansada?− la voz de Lavi sale tan jovial y desenfadada como siempre, lo que no hace más que irritarla.
−En realidad, no.
Sin embargo, él pareció no creerle. Tampoco es que haya intentado sonar convincente. Por alguna razón, no estaba de humor para eso.
−Busquemos un lugar para dormir− indicó al tiempo que se ponía de pie.
−Aún es temprano.
−Sí, pero aquí oscurecerá cada vez más temprano− su voz sonaba casi como la brisa de otoño, tan ligera…−. Y mañana tendremos un largo día: debemos descansar.
−¿Qué haremos mañana?− le preguntó con curiosidad, parte de su irritación de esfumó en el aire.
−Es una sorpresa− le sonrió con esa expresión traviesa que guardaba para cuando sabía que haría algo tan divertido como indebido.
−Mou, eso no es justo− protestó ella, poniéndose rápidamente de pie para seguirle. Él ya se había echado el saco al hombro y empezó a andar. Las argollas en torno a los tobillos de Lenalee chocaron entre ellas por el movimiento con un sonido metálico, haciendo que el pedazo de papel en el bolsillo de Lavi le quemara el pecho con furia.
−Quizás pueda decírtelo si te portas bien− volvió a reír él, con su tono ligero, libre de plomo, pero tan cargado a la vez.
−¡No me trates como a una niña pequeña, Lavi!− se quejó ella.
−No puedo evitarlo− la hiel bajó por su garganta como una mentira.
Un resoplido frustrado escapó de los labios de Lenalee, y Lavi pensó que a partir de ahí ya no tendría más ganas de seguir discutiendo con él. Pero se equivocó, porque lo siguiente que siente es una palmada en la parte posterior de la cabeza lo suficientemente fuerte como para soltarle la banda de la frente.
Una risa ligera se oyó, ahora, a varios metros delante de él.
−Ogh, Lenalee− le quejó, llevándose una mano a la cabeza, solo para darse cuenta de que no tenía su banda, cuando fue a ponerla nuevamente en su lugar, sino que, por el contrario, estaba siendo agitada en el aire entre las suaves manos de la chica−… ¡espera, ¿cuándo?!
−Si la quieres de vuelta, tendrás que alcanzarme− anuncia para, acto seguido, echarse a correr−. ¿Quién es el niño ahora, eh?− rio, cuando el pelirrojo corrió tras ella.
Las risas de Lenalee se alzaron sobre el sonido del agua y la brisa otoñal.
Esa noche, ambos se acostaron agotados luego de haber corrido, jugado y reído como los niños que nunca fueron, luego de haber comido y haberse dado un baño caliente en la posada que encontraron y en la que alquilaron una habitación con dos camas.
Lavi, que hasta entonces se había mantenido mirando el techo, inclinó la cabeza para ver a Lenalee dormida en la cama de al lado, tan plácidamente que daba la sensación de haber tenido una vida soñada, en lugar de la retahíla de atrocidades y pesares por las que se vio obligada a atravesar.
La culpa le perforó el pecho.
Se dio la vuelta, dándole la espalda. Lo mejor sería que siguiera su propio consejo y se durmiera de una buena vez; mañana sí sería un día largo, después de todo.
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*La legitimación dice relación con quién tiene derecho a impetrar una acción (o no), en virtud de si es titular (o no) del derecho que se reclama. En este caso, se alude a que Lavi se siente deslegitimado para sentir celos porque, por una razón u otra, no tiene derecho a hacerlo.
¡Uf! Hace mucho tiempo que no publico tan seguidamente, esperemos que la buena racha dure.
