*Cruzada para terminar pronto este fanfic*


La Reina de los Fracasados

Capítulo XXI: Hyuuga Natsu

por Syb


Raidō despertó cuando la rama frente a la ventana rasguñó el vidrio levemente a causa del viento, por un momento pensó que podría ser un ANBU buscando a alguno de los dos, pero felizmente no fue el caso. Bajó la vista para encontrar a la morena con la cabeza aun apoyada en sus piernas, acurrucada en la extensión del sofá mientras que él permanecía sentado con los brazos y espalda reposando en el respaldo. El guardaespaldas se permitió sonreír al verla dormir tranquila junto a él, pero luego se cubrió la boca con una mano, como si no se le estuviera permitido experimentar tal dicha, y cerró los ojos intentando apaciguar sus pensamientos.

Shiranui Genma apareció en sus memorias, su viejo y leal amigo; apareció luego la que fue su eterna compañera Namida Suzume, y terminó recordando que, la noche anterior, Shizune lo besó tímida en el sofá luego de repasar tiernamente su cicatriz con la punta de sus dedos. Él había cubierto una mejilla lisa con su mano y, con la otra en su cintura, la había atraído hacia sí como si la imagen de Genma y Suzume secándose en el desierto no le importara. Sin embargo, cuando la morena llevó sus manos hacia la cremallera de su chaqueta táctica verde, el capitán quemado no pudo seguir besándola. Shizune entendió rápidamente que el conflicto interno que su compañero llevaba desde su primer beso en la cena Akimichi seguía ahí, aún si ya habían pasado varias semanas; y terminó por apoyar su cabeza en su hombro hasta quedarse dormida.

Raidō, sin poder evitarlo, retiró unos mechones de cabello negro de su rostro blanquecino para poder admirarla mejor. Sin embargo, Shizune despertó con el rose y se sobresaltó para mirar por la ventana.

—Aun no amanece —le avisó y ella sonrió somnolienta—. Puedes volver a dormir, si quieres.

—Podríamos ir a la cama —sugirió, aún si sabía que él se negaría—. Estarías más cómodo conmigo allá.

—Debo irme dentro de poco —se excusó.

Shizune sabía que mentía, ya que ni ella ni él habían enviado una carta a la Arena explicando lo que estaba sucediendo entre ellos. Tampoco ella había recibido una misiva de Suzume, por lo que esperaba que estaba tan ocupada siendo feliz junto a Baki de la Arena que no tenía el tiempo de pensar ni en ella ni Raidō. Y Genma…, nadie sabía si había caído en las garras de Inuzuka Hana, ni siquiera Anko. Para la morena, era obvio que, para el capitán de la aguja, ella no era tan importante como para perder el sueño; y si Raidō creía que le debía una explicación, era por la lealtad que sentía por su amigo.

—¿Tienes hambre? —preguntó ella, levantándose del sofá para caminar hacia la cocina sin esperar respuesta—. Hoy tengo que ir a dejarle unos informes a Kotetsu, así que también me iré dentro de pronto.

El capitán quemado vio los papeles que la morena dejó sobre la mesa cuando él apareció en la puerta la noche anterior. Él debía cumplir funciones de guardaespaldas de los consejeros junto a Aoba ese día, mientras que la morena debía asistir a la Academia luego de su rápida visita al edecán. Absolutamente nadie parecía interesarse en la relación cercana que tenía él y la médica, como si esta no fuese posible, por lo que no sintió peligro pensando en que podría aprovechar el viaje a la Torre para ayudar a la morena.

—Puedo llevárselos yo, me queda de paso.

Shizune se sonrió ante ese comentario.

—Me ayudaría mucho.

Raidō finalmente se levantó del sofá y caminó hacia la cocina en silencio, buscó en una alacena el café de grano y empezó a molerlo a un lado de la médica que se encontraba picando fruta. Shizune se permitió sonreír una vez más, la cercanía de Raidō, su protección, aun si se tratase como guardaespaldas o como compañero para ayudarla, se encontraba preguntándose si eso era lo que sentía Kurenai con Asuma, o si era parecido a lo que sentía Suzume en otro momento con él.

Si tan solo pudiesen contárselo al resto de alguna forma que no fuera escandaloso.

Shizune dejó el cuchillo sobre la tabla de cortar y abrazó al capitán por detrás, su espalda era amplia y la invitaba a depositarle besos en cada centímetro de su piel, en cambio solo le dio uno y apoyó su mejilla en ella. Sintió la mano del capitán cerrarse sobre la de ella, lo que le dio el permiso para meterse por debajo de su brazo y mirarlo a su rostro con cicatriz. No imaginaba que tan solo verlo con una sonrisa impresa en los labios le haría feliz.

Un rasguño en la ventana hizo que Raidō mirara hacia la sala.

—Hay cortar esa rama —sugirió, sin saber que la rama había sido una ofrenda de paz de Yamato—. Puede romper la ventana en cualquier momento.

Shizune se mordió la lengua y asintió.


Iwashi se cepilló la barba de chivo antes de dar por terminada su rutina matutina, le sonrió a su reflejo en espejo y salió del cuarto de baño para buscar su chaqueta táctica y salir del apartamento en el quinto piso. Al salir y echar llave, vio que el maestro Iruka bajaba las escaleras con una carpeta bajo el brazo, se veía calmo y listo para dictar clases en la Academia. A Iwashi se le apretaron las entrañas, por lo que se quedó quieto esperando a que no lo viera ahí parado.

Después de todo, hace un par de noches su exnovia tocó a su puerta; y luego la siguiente, y la que le siguió.

—Buenos días, Iwashi —le dijo el maestro.

El chico del chivo forzó una sonrisa.

—Buenos días, maestro Iruka —le respondió, pero la mueca que puso fue tan extraña que el maestro supo que andaba algo mal—. Dicen que hoy nevará.

El maestro asintió incómodo y siguió caminando escaleras abajo, seguramente no estaba interesado en seguir hablando del clima con alguien que parecía estar constipado.

El chico del chivo sintió que se había salvado y pudo por fin soltar el aire de sus pulmones.

—Iwashi… —lo llamó entonces como si se hubiese acordado de algo de pronto—. Lamento no haber podido ir por esas cervezas la semana pasada, quizás la semana entrante sí pueda.

—¡Qué bien! —resolvió aterrado, le había invitado unas cervezas para poder hablar con alguien de su rango de sus vulnerabilidades, pero ahora se arrepentía enormemente. No podía verlo a los ojos sin pensar en que su exnovia había ido a buscarlo—. ¿El viernes? —sugirió sin poder dejar de ser esa persona extraña que estaba personificando, esa que sí quería salir con el exnovio de la mujer que se le metía entre las sábanas cada vez que se ponía a llorar. Sabía que ella lo usaba, pero a él no le importaba, las noches cada vez se hacían más frías, ¿es que a Iruka sí le importaría?

—Sí, podría funcionar.

—¡Qué bien! —dijo otra vez y tampoco lo decía en serio.

Al bajar al cuarto piso, Iwashi vio que el maestro se detuvo enfrente de la puerta de la señorita Anko, acercó la oreja para intentar oír mejor lo que ocurría dentro; suspiró negando con la cabeza y siguió bajando por las escaleras. Iwashi se petrificó, al parecer al moreno sí le importaba la jōnin de elite, por lo que menos ganas le dieron de ir a restregarle en la cara de que ahora lo prefería a él, al pálido chico de la barba de chivo, aun si el maestro nunca se llegase a enterar de nada. Dentro de su corazón sabría que algo malo hacía.

Cuando se acercó a la puerta de Mitarashi Anko, oyó un llanto casi imperceptible, hoy también lloraba por el exregente del Complejo de Fracasados. Para la desgracia de Iwashi, ese día le tocaba trabajo de laboratorio y debía cruzar unas palabras con Ibiki.

Adentro del apartamento, Anko sollozaba mientras se llevaba un dulce redondo a la boca como un intento desesperado para recibir una inyección de endorfinas, pero ya se había acabado varias cajas y seguía llorando tanto o más que antes, sin conseguir el resultado deseado. Toda la mañana había estado ignorado los golpes en la ventana, anunciando a Yuugao con un pedazo de información que, en momentos normales, le habría sacado una sonrisa de satisfacción sicótica; pero que ahora no le importaban ni en lo más mínimo. Eran más bien una molestia, por lo que había terminado de ahuyentar a la viuda de Hayate lanzando una cuchilla al marco de la ventana por cada golpe en el vidrio.

Se incorporó del sofá, haciendo que miles de envolturas y cajas de dulces cayeran al suelo, solo para ir en búsqueda de más. Por el rabillo del ojo vio un rostro Hyuuga en la puerta, así que tomó un palillo afilado de los dangos que estuvo comiendo y lo lanzó a la imagen de la buena Natsu que había pegado ahí para usarla de tiro al blanco. La chica ya parecía erizo, se rió ante ese pensamiento y de pronto recordó al infame Shiranui Genma: tomó otro palillo de dulce y se lo puso entre los labios, e intentó lanzarlo como hacía el examinador examante de su amiga Shizune, pero no logró su cometido. Ya lo lograría, se dijo, y fue hacia la alacena.

Hyuuga Natsu, le dijo su consciencia, y sintió que sus ojos le ardieron. Era una niñera de su clan, y una de las mejores ya que había sido la niñera de la hija del mismísimo Hiashi, ¿es que Ibiki quería tener hijos? Nunca se lo había dicho, quizás porque ella no tenía ningún tipo de instinto maternal y eso no valía su tiempo. Quizás, en estos mismos momentos, ambos estaban teniendo sexo con el único objetivo de procrear una extraña criatura Hyuuga. Quizás a los integrantes de la rama principal ni les importaba que Ibiki fuera el padre de los hijos de Natsu, ya que de todas formas serían de la rama secundaria.

Anko sabía que sus ovarios solo querían que los espermios de Ibiki fecundaran sus óvulos.

—¿Señorita Anko? —oyó a través de la puerta. Era como si el erizo Natsu le hablara con una voz masculina—. ¿Se encuentra bien?

Como pintaban a la buena Natsu, ella tenía una voz dulce y femenina, la cual combinaba con su encantadora personalidad de niñera, por lo que su visión era una pésima versión de la realidad, como todo lo que se inventada. De todas formas, si la buena Natsu se le acercaba con compasión y amor, solo para consolarla al haberse quedado ella con el feo de Ibiki, lo único que conseguiría sería ser estrangulada por la discípula de Orochimaru.

—Vete, Iwashi —le respondió a la falsa Natsu.

Oyó que el chunin se aclaraba la voz.

—Está bien, pero si quiere puedo traerle algo luego del trabajo —dijo y esperó un tiempo prudente para escuchar una respuesta por parte de la examinadora, pero aquella respuesta que jamás llegó—. ¿Dangos?

—Cerveza —corrigió—… Y sí, dangos.

—Llegaré sobre las seis.


Kurenai tocó la puerta sin obtener ninguna respuesta. Asuma le había asegurado que Anko solo estaba pasando por una etapa completamente normal, pero ella no podía dejar de preocuparse por su mejor amiga. Con un suspiro, decidió que era mejor abandonar su misión por ahora y que volvería más tarde, no sin antes dejar una caja de dangos apoyados en la puerta como si de una ofrenda se tratara.

A la mujer de ojos rojos nunca le había gustado ese edificio, siempre estaba en pésimas condiciones y parecía que nunca limpiaban los espacios comunes, tampoco parecía que hubiese algún tipo de mantenimiento, ya que usualmente los focos de los pasillos se quemaban y quedan inhabilitados por mucho tiempo. La mística del Complejo de Veteranos era solo una ilusión, un recuerdo glorioso de tiempos pasados que no irían a volver nunca. Por eso, por mucho que con Asuma le hubiesen insistido a la mujer que tomara el apartamento en su edificio, Anko siempre se negó y terminó por ofrecérselo a Shizune.

Todo ese alboroto para nada, ya que ahora Ibiki dejaba ese sucio Complejo.

Kurenai juraba que, si veía a Morino Ibiki en los pasillos en esos momentos, iría a gritarle alguna tontería solo por el placer de gritarle, en cambio, vio a su antiguo compañero de equipo.

—Raidō —le dijo cuando lo vio en su puerta en el piso dos con una carpeta bajo el brazo—. ¿Vas de salida?

—Sí… —resolvió, si no lo conociera, se habría ofendido de su mutismo, pero desde que eran niños él no era muy abierto con ella, por lo que su respuesta vaga le parecía normal—. ¿Fuiste a ver a Anko?

—Sí, pero ella no quiso abrirme la puerta —le comentó con preocupación—. ¿Podrías ver si está bien? Digo, eres su vecino y es más fácil para ti verla.

Kurenai sabía que, si algo sucedía entre él y su amiga, Anko podría salir de la cama, aunque solo fuese por un tiempo corto, ya que sería una adicción como la que había sentido con el maestro Iruka en su momento. No era una solución definitiva, ni siquiera una que le gustara en demasía, pero ella ya no sabía qué hacer con el carácter de Anko, ya que ella poseía una personalidad tan evasiva que jamás se podía hablar con la mujer sin que esta desviara la conversación con algún chisme o tontería. Muchas veces, Kurenai sentía que hablar con ella era como hablar con un muro.

—No creo yo que haga una diferencia.

—Por favor —insistió Kurenai, Asuma le había dicho que no había visto al capitán quemado frecuentar ninguna taberna desde hacía ya un tiempo, por lo que no había podido sugerirle nada—. Podrías serle de gran ayuda, te conozco.

—Le diré a Shizune —dijo en cambio.

Yuuhi Kurenai era una experta en ilusiones y sintió que estaba frente a una. El tono de voz que utilizó Raidō al referirse a la médica se lo había escuchado en el pasado, cuando de sus labios salía el nombre de su eterna compañera, la maestra de Artes Femeninas. Sin embargo, necesitaba más razones para afirmar aquella hipótesis. Sus ojos rápidamente pasaron por sobre la carpeta que él llevaba bajo el brazo, en ella se leía una inscripción administrativa que nunca aparecía cuando se trataba de las misiones que cumplía el quemado. Izumo y Kotetsu siempre llevaban esas carpetas, también la médica cuando trabajaba como asistente en la Torre.

Raidō abrió su puerta y ella se sonrió, inquieta.

—Pensé que ibas de salida, así podríamos habernos tomado un té antes de empezar el día —le dijo ella con los brazos cruzados y una sonrisa cálida—. Hace tiempo que no nos reunimos como equipo, y es ideal porque me encontraré con Asuma ahora.

—Olvidé algo dentro —se excusó—, pero no tengo mucho tiempo, debo ir a la Torre.

—Ya veo —resolvió—. Nos vemos otro día.

—Sí.

Ella salió del edificio con urgencia, quería encontrarse a su novio lo antes posible. No entendía cómo ni Izumo ni Kotetsu se le hubiese acercado a ninguno de los dos para contarles aquel chisme, si es que fuese cierto, después de todo Namiashi Raidō había sido el tercer integrante de su equipo. Caminó rauda hasta el puesto de té en el que la esperaba Asuma y se sentó rápidamente frente a él.

—¿Te abrió la puerta?

—Sabes que no.

—Ella no saldrá por un tiempo, quizás sea mejor así —le dijo él, apagando el cigarro en el cenicero que tenía enfrente cuando el mesero les sirvió té verde y unos dangos mientras él hablaba—. Debimos quedarnos a desayunar en casa.

—Vi a Raidō —introdujo, pero no siguió hablando, ya que la lengua se le había atascado.

—Está vivo —dijo como si estuviese aliviado, aunque no lo pareciera—. Asumo que no quiso venir por trabajo.

—Exactamente —le dijo ella y tomó un sorbo de su té.

Asuma supo que quería decirle algo.

—¿Qué sucede?

—Tengo una corazonada —dijo—. ¿Crees que Raidō y Shizune tengan algo? Digo, sería escandaloso, ahora que Genma y Suzume están en la Arena.

—Ni Izumo ni Kotetsu han hablado de eso, no creo que sea verdad. Además, él no podría hacerle algo así a Genma ni a Suzume, no va con su personalidad. Antes de eso, preferiría morir solo.

Pero Kurenai sabía que toda la información que recibían los edecanes empezaba con Anko y ella no estaba disponible para nadie, era el momento perfecto de iniciar algo en las sombras, ahora más que nunca al estar Ibiki y su supuesto romance con la niñera Hyuuga en boca de todos. Con otro sorbo de su té, se permitió sonreír, le hacía más sentido que Shizune hubiese elegido a Raidō a cualquier otro amante que se le conocía. A su vez, le hacía más sentido que el capitán quemado estuviese a un lado de la médica que con Suzume.


Hyuuga Natsu llevó a su niño por el mercado cuando sintió que un escalofrío le recorrió la espalda, como si alguien estuviese observándola a sus espaldas, pero cuando se volteó, la infinidad de personas que compraban ese día sus víveres frescos hizo que no confiara del todo en sus sensaciones. Le tomó la mano a su niño y se formó detrás de una señora Akimichi a la espera de su turno en el puesto de carnes de cerdo, oyó parte de la conversación que tuvo la señora con el vendedor cuando esa sensación volvió a atacarla.

—¿Sucede algo? —le preguntó el niño.

—No —le respondió amorosamente y acarició su cabeza—. Hoy hay mucha gente en el mercado.

—Sí… —dijo el niño y aprovechó su atención para poder verbalizar algo que lo aterraba—. Por favor no vayamos al campo abierto hoy.

—¿Por qué no? Te gusta correr por ahí.

—No desde que el hombre de las cicatrices en la cara aparece.

—¿Hablas del señor Ibiki? —le preguntó la niñera—. Él siempre ha sido gentil con nosotros.

La mujer Akimichi que terminó de hablar con el vendedor y se guardó el pedazo de cerdo al canasto que traía, miró por sobre su hombro para ver a la chica Hyuuga que tenía detrás. Morino Ibiki había sido mencionado en la conversación de esos jóvenes Hyuuga, por lo que había picado el anzuelo. En uno de sus interminables almuerzos con el equipo de su esposo, Yamanaka Inoichi había confirmado que al hombre de las cicatrices en la cara se le veía de mejor humor, pero que no podría atribuírselo a un supuesto romance con una mujer Hyuuga como Izumo le aseguró a la señora un día que tomaron un té en el centro de la ciudad.

A la señora Akimichi le gustaban los chismes que involucraban romances, más aún si estos involucraban clanes tan antiguos como los Akimichi, Yamanaka o Hyuuga. Solo la deidad de turno sabía cuánta decepción le había traído que la relación entre Inoichi y la señorita Shizune no haya dado los frutos que ella esperaba en el único almuerzo-cena que la médica había aceptado ir, aun si ella había dado su máximo esfuerzo en dar un toque romántico a la velada. Sin embargo, ella sabía que aquella mujer que acompañó a la médica, Mitarashi Anko, le juró comiendo esa langosta frente a ella que se casaría con el colega de Inoichi, por lo que no sabía qué había sucedido entremedio: ella se veía lo suficientemente aterradora para encajar con el aterrador Ibiki. En cambio, frente a ella ahora se encontraba una menuda niñera Hyuuga.

Nada tenía sentido, no podía equivocarse tanto: habiendo bendecido la relación de Yamanaka Inoichi con la señorita Shizune y la de Morino Ibiki con Mitarashi Anko. Los años le estaban quitado su toque de casamentera con su cruel paso incesante.

—Disculpa, no pude evitar escuchar, ¿hablan de Morino Ibiki? El mismísimo jefe de la División de Tortura que trabaja en el Cuartel.

—Sí…

—Mmm… —dijo la mujer—. Entiendo.

Quizás Ibiki buscaba a alguien tan puro como ella para admirar de día luego de una larga noche de horrores.

—Disculpe, ¿qué entiende?

—Nada, nada —le respondió la mujer con una sonrisa—. ¡Que tengan un lindo día!

Natsu se sintió extraña, desde que salía de la mansión de Hiashi a la ciudad sentía que todos la observaban. Sin embargo, debía ser su imaginación, Natsu sabía quién era ella: nunca había sido tan importante como para que alguien se interesara por ella. Después de todo, solo era una niñera de la rama secundaria.

—¿Vamos al campo abierto luego de esto?

—No, por favor…


Anko se despertó al escuchar un ruido en la cocina. Se disgustó, si Iwashi se había atrevido a entrar a su apartamento, debía considerarse hombre muerto, ya que le había repetido hasta el cansancio que lo que había entre ellos no significaba nada para ella.

Se levantó como pudo de su cama sin sábanas ni almohadas y se precipitó por la puerta, pero en vez de Iwashi, dio con Shizune. La médica estaba limpiando la cocina y, con una rápida mirada por todo el apartamento, todo parecía estar ya ordenado y limpio.

—¿Cómo entraste? —le dijo la mujer.

—Iruka —resolvió—, saqué una copia de tu llave mientras seguían juntos. Me pareció lo justo, ya que tienes una copia de la mía y puedes entrar cuando quieras —explicó con una cálida sonrisa, luego cambió de tema para señalar las ofrendas que había encontrado esperándola afuera—. Iwashi te dejó cervezas y dulces en la puerta…, creo que Kurenai también. ¿Quieres salir a cenar?

—Prefiero ir a una taberna —le dijo con una mueca de disgusto—. ¿Quién te dijo que vinieras?

—Nadie —le dijo, pero Anko la miró enfadada como si eso no fuera verdad—. Es en serio.

—¿Por qué viniste realmente?

—¿Por qué no lo haría? —se defendió y ofendida se cruzó de brazos—. Fuiste tú quien me llevó a una redada en la Casa del Té cuando Genma se fue con Hana a la Arena, ¿por qué no puedes aceptar que te quieran ayudar?

Anko la miró seria para no rendirse a las lágrimas que siempre encontraban su salida en sus lagrimales, aún si sentía que ya no había ninguna gota de agua en su sistema y, a causa de eso, sentía la jaqueca más fuerte que había sentido jamás, era incluso peor que cualquiera que haya provocado alguna de sus intensas resacas.

De mala gana se sentó en la mesa de la cocina que se veía más limpia que nunca.

—Hice sopa, ¿quieres un poco?

Anko solo asintió y esperó a que un cuenco de sopa apareciera frente a ella. Sorbo tras sorbo, sintió que los nutrientes que faltaban en los dulces empezaban a llenar sus venas con bienestar y el constante retumbar de sus neuronas en contra de las paredes de su cerebro comenzaba a cesar.

Miró hacia la puerta y vio que la imagen de la buena Natsu había sido reemplazada por una de Ibiki y que todos los palillos que dangos que había utilizado para dejar a su supuesta novia como erizo, se encontraban dentro de un vaso para que ella volviera a lanzarlos. Todo en ese apartamento ahora estaba pulcro que pensó en que podía aprovechar el trabajo de Shizune para dejar finalmente el cuarto piso.

—¿Qué hiciste con Natsu?

—La tiré —le dijo la médica mientras guardaba el resto de la ropa dentro del refrigerador—. Al que realmente odiamos es a Ibiki. Además, estaba toda agujerada, ya casi no se parecía a ella.

Anko se levantó de pronto y tomó dos palillos de dangos para extenderle uno a la médica.

—Tú, que fuiste novia de Genma, seguro que él te enseñó a lanzar agujas con la boca.

—No me enseñó eso —resolvió con culpa.

De lo único que hablaban estaba relacionado con lo que ocurría entre los dos bajo las sábanas, nunca de su sorpresiva habilidad con la boca y las agujas. Eso sí, toda la experiencia que tenía en temas sexuales la había adquirido con él, jamás de Yamanaka Inoichi ni de Yamato.

—Lástima, sería lo primero que le preguntaría si yo hubiese sido su novia alguna vez —le dijo ella con una sonrisa—. Ven, inténtalo de todas formas. Seguro lo harás mejor que yo.


Baki se encontraba leyendo en su escritorio del pequeño estudio que tenía en el apartamento que compartía con la maestra extranjera. Usualmente no le gustaba llevar trabajo a casa, pero a veces le era imposible leer todas las cartas y documentos en la oficina. Namida Suzume era comprensiva, así que no parecía perturbarse cuando eso pasaba.

En ese momento, la maestra tocó la puerta del estudio para anunciarse. Baki vio que su mujer traía una taza de té en sus manos y se sonrió, sin saber qué había hecho en su detestable vida para merecer una pareja tan atenta con él. Idiota era aquel hombre que había hecho perder el valioso tiempo de la mujer con heterocromía.

—Baki —llamó ella cuando depositó la taza de té perfumado con jazmín en el escritorio—. Quería hablarte de algo.

—Dime… —dijo él despreocupado, sorbiendo la taza sin quitarle la vista a las cartas.

—Quería enviarle un paquete a mi amiga Shizune.

—Habla con los de correspondencia, se encargarán rápidamente de tu paquete.

—Lo sé, ya lo hice…, pero no creo que sean lo suficientemente delicados con el paquete. Verás, pensé que podría ir Genma en su lugar.

Baki la miró extrañado con esa petición.

—Shiranui Genma aún tiene una misión en la Arena como para ir de mensajero a la Hoja.

—Lo sé… —le dijo ella—, pero es un paquete para mi amiga, pensé que podría… Discúlpame.

Baki se levantó del asiento en el escritorio tan pronto como sintió que había herido los sentimientos de su mujer con su excesiva tosquedad.

—No tienes que disculparte —le aseguró—. Enviaremos a Genma, en una semana volverá a cumplir sus funciones.

—Gracias —le dijo ella con una sonrisa.

Odiaba engañar a Baki con sus técnicas de seductora, pero no le sabía bien pensar a Shizune sola en la Hoja. Quizás si veía a Genma, se sentiría feliz. Asimismo, según lo que había visto y conversado con el examinador de la aguja, él realmente quería a su amiga, el problema había sido que jamás en su vida había querido a alguien de esa forma como para saber cómo actuar. Si Shizune pudiese tener un poco de la excesiva felicidad que sentía ella junto a Baki, Suzume podría sentirse tranquila. Además, creía que el que Shizune se metiese con Iruka no era un avance, sino un retroceso, ya que ambos estarían intentando olvidar a otra persona.

Al día siguiente, día que había sido pronosticado como el más caluroso de la temporada, Baki supuso que encontraría al hombre castaño y su escolta recluidos en las frías y oscuras estancias de piedra de la Torre Principal. La maestra le había dado el paquete esa mañana, pero cuando lo vio se sintió decepcionado ya que era tan pequeño que bien podía haberlo llevado a correspondencia, aun así, no quiso contradecir a su mujer. Además, Shiranui Genma era un buen amigo de Suzume, por lo que cuando abrió la pesada puerta de madera y hierro, y los encontró detrás, se sonrió al poder cumplir los deseos de la hermosa maestra.

Genma estaba sentado perezosamente en una de las sillas a un lado de la mesa, en donde había vino dulce en uno de los jarrones, pero le pareció que ninguno de los dos había estado bebiendo ese día. Hana lo miró desde el balcón, parecía que estaba buscando un poco de brisa en esa infernal mañana.

—Genma —lo llamó, él puso mala cara—. Te tengo una misión.

—Hoy es mi día libre —se quejó.

—Ya no —replicó el hombre horrible—. Irás a la Hoja a entregar un paquete y volverás. No hagas preguntas.

Hana lo miró extrañada, eso no era parte de las funciones de Genma allí. Para eso existía correspondencia.

—Tú no, Hana, tú te quedas aquí.


Ahora sí que no tengo nada que decir. Solo que estoy resolviendo los temas de Reina. Si hay alguna trama que se me escapa, hacerme saber.

Y sepan que me da un poco de cringe escribir a Raido y a Shizune como pareja porque nunca pensé que lo serían haha, me cuesta horrores, sepan perdonar. De todas formas, creo que es el hombre con el que debía estar por lo ya expuesto los 21 capítulos de fanfic que se lleva.

Ahora sí que se prendió esta mierda con Genma yendo a ver a los malditos infieles.

Syb.