No entiendo qué tanto he dicho en 184 páginas de word y 22 capítulos. Creo que estoy cerca del final, though.
Este cap lo escribí con un poco de odio en el corazón post fallecimiento de una de mis perras, así perdón por lo poco.
La Reina de los Fracasados
Por Syb
Capítulo XXII: Shizune y Raidō II
Ibiki invitó a salir a Natsu esa mañana y, para su felicidad, y no tanto para el niño que ella tenía a cargo, la niñera aceptó. Sería la tercera cita que tendrían: en la primera habían ido a un puesto de té, mientras que en la segunda Ibiki podría jurar que saltaron chispas entre los dos. Habían salido a caminar y aquella sensación cálida que quedó cuando sus manos se rosaron fue la que lo llevó a encontrar lo más rápido posible a Izumo, solo para informarle que se iría del apartamento número uno del Complejo de Fracasados. Sí, fue impulsivo lo que había hecho, pero, como le había dicho a Raidō más tarde, sentía que estaba pudriéndose por dentro y necesitaba hacer algo al respecto. Si Natsu seguía en su vida luego de cambiarse de domicilio, no era importante; es decir, sí lo era, pero era algo que debía hacer por sí mismo, y si Natsu seguía con él, mucho mejor.
Lo que no entendía era el revuelo que causó el que él dejase el primer apartamento de ese horrendo edificio. Morino había empezado en el apartamento número sesenta como cualquier otro veterano y, cuando el tiempo pasó, fue bajando de piso a medida que alguno de sus compañeros se moría o se casaba, o simplemente se aburría de vivir en condiciones tan precarias. El honor de quedarse allí aguantando era un factor determinante en el caso de que el apartamento dejaba de ser habitable, como, por ejemplo, que te lloviera encima cuando Genma no destapaba a tiempo la cañería de su ducha. Llegar al primer piso solo significaba que la vida de Ibiki pasó monótona frente a sus ojos ya que se mantuvo vivo y soltero por varios años, y que ni siquiera tuvo la mínima decencia de pensar en que merecía algo mejor.
Todavía recordaba el día que su buen colega Yamanaka Inoichi le dijo que se había ido del Complejo porque tuvo que casarse al haber dejado embarazada a su novia de pocos meses, ya que fue un día bastante parecido a una epifanía para un joven Ibiki de piel tersa y suave. Dentro de sí, también deseaba tener una novia para aprovechar que todavía tenía juventud y erecciones matutinas a diario. Fue precisamente por eso por lo que Ibiki empezó a esperar a Mitarashi Anko seguido cerca del correo del edificio, demorándose lo más que podía para verla pasar, parte de él sabía que estaba buscándola. Ella era una colega difícil, pero su humor en los pasillos vecinales era divertido y le hacía saltar el corazón al no saber si estaba coqueteándole o amenazándolo. Muchas veces despertó con una erección que pedía a gritos que su vecina fuese a reclamarla. Bastó con sonreírle de vuelta un día que se sintió osado para que ella entrara al apartamento en el piso cuatro e hiciera de las suyas.
—¿Dominante o sumiso? —le preguntó ya encima de él, parecía una pregunta sacada de un libro, pero que no logró sacarlo de su excitación.
Su entrepierna se sentía en la gloria al estar tan cerca de la humedad de ella.
—Lo que tú quieras —le dijo y por varios meses se pasaba sus noches amarrado y azotado.
Un día supo que Inoichi se separó de su mujer, pero como su hija tenía seis años de edad, no volvió al Complejo. Ese lugar no era digno de su abejita, le dijo el rubio en medio de una sesión de tortura, aun si siempre que lo veía le preguntaba alguna noticia del Complejo, fuese algún chisme o si había un nuevo foco de luz quemado en algún piso sucio, como si añorara ese lugar. Ibiki ya estaba en el piso dos, por lo que no sabía lo que ocurría más arriba.
Según lo que le explicó Inoichi, como su exesposa no era del Clan, el consejo Yamanaka había decidido que era mejor que la criatura se criara con Inoichi, lo cual no fue un problema para él, ya que había nacido para ser padre de esa niña. Sin embargo, al ser dueño de una florería, miembro activo del InoShikaChō y jefe de Inteligencia, Ibiki vio varias veces a la pequeña Ino jugar en la oficina de su padre. Conque no era lugar para su abejita, pensaba Morino con ironía, pero fue gracias a la pequeña Ino que él decidió terminar con Anko.
Aquel fatídico día, la mujer ni se inmutó cuando la niña, con su correr torpe, estuvo a punto de romperse la cabeza en las escaleras tenebrosas del Cuartel, siendo él quien corrió a atajar a la niña rubia para evitar el accidente. Él la miró horrorizado, ya que la Mitarashi no tenía ningún tipo de sentimiento por los niños. Y en el fondo, él se veía en un futuro muy lejano como el tío amoroso de alguien.
Por lo que cada vez que ve a Yamanaka Ino, le tiene especial simpatía, ya que lo salvó de una relación en que ya no estaba siendo feliz.
Natsu, en cambio, vivía para sus niños. Y quizás ella podría enseñarle a tener tacto con su dulzura. Él no quería tener sexo casual, él quería tener a alguien para consentir en las mañanas sin la asistencia de amarras y azotes. No como Yamanaka Inoichi o Shiranui Genma.
Y con la sensación de haber perdido el tiempo, fue a ver tres apartamentos ese día temprano y solo el que tenía grandes ventanales le llamó la atención, simplemente porque entraban cantidades ridículas de luz solar, por lo que con un buen apretón de manos con dueño selló el nuevo contrato. De salida, se encontró a Sarutobi Asuma en el corredor hacia la puerta. El adicto a la nicotina casi ni se perturbó al ver sus cicatrices pasar frente a él y solo le hizo un gesto con la mano como si estuviera terriblemente aburrido. Perfecto, se dijo, en aquel edificio no eran chismosos como en el anterior.
Con el asunto de su nuevo hogar zanjado, solo debía ir a prepararse para su tercera cita con la tranquila y bella Natsu alrededor de las ocho de la noche.
Su rutina de cuidado personal no era extensa, pero como no podía arreglar su rostro magullado, esta consistía en bañarse, hidratarse profundamente la piel y perfumarse con una fragancia de fina procedencia. El siguiente paso consistiría en perfilar su cuerpo fibroso y bien formado con un atuendo negro, ya que ese color siempre daba clase, para luego terminar el conjunto con una bandana que cubrirían las cicatrices más atroces para que a la señorita no se le quitara el apetito en la cena. La noche, en este caso, también era un accesorio, ya que se sentía más cómodo en la oscuridad, pero ese accesorio también podía ser de doble filo ya que Natsu podría confundirlo con una de sus peores pesadillas; pero si tenía suerte, le daría una pisca de misterio magnético.
Ibiki se miró al espejo y quiso romperlo. No sabía a quién engañaba.
—Habla con la mujer. Si Baki de la Arena logró llevarse a Suzume con él a la Arena, no veo por qué tu no podrías. Además, él tampoco tiene una cara perfecta. —Recordó las palabras de Raidō, como si el capitán quemado fuese su consciencia o su voz de la razón.
Suzume era una mujer refinada con un alto sentido de estética en todos los ámbitos posibles, menos en la estética del rostro de los hombres que elegía de compañero. No quería tomar bandos, eso sería injusto porque su lealtad hacia su compañero quemado podría ser más fuerte que su objetividad, pero a su parecer Namiashi era más hermoso que el hombre del desierto. Suzume se habría equivocado, estaba seguro, y ella volvería con la cola entre las piernas a pedirle perdón. Sin embargo, la tranquilidad del quemado al hablar de su excompañera de toda la vida lo alarmaba, quizás el mejor amigo de Genma simplemente había perdido ya todas las esperanzas.
Morino no quería volver a sentirse solo, ni tampoco se lo desearía a nadie. Era por eso por lo que Raidō debía quedarse con el apartamento número uno para al menos gozar del honor de ser el primero, aunque ese lugar ahora le pareciera una maldición. Ibiki gruñó, él solo salió de allí porque Natsu le devolvió el tierno latido acelerado a su corazón despiadado. Rezaba para que el capitán quemado también pudiera revivir esas arterias con necrosis con un poco de romance.
Suspiró pesadamente, tomó las llaves y salió para encontrarse con Natsu. El lugar que había reservado estaba lejos del Distrito del Licor, donde estarían todos sus colegas esa noche, según dijo Aoba. Ya estaba cansado de toda la atención que suscitó el que él decidiera mudarse. Irían a un distrito alejado, uno más íntimo, el que normalmente era usado por parejas infieles que querían esconderse. Él no era infiel, pero sí quería mantenerse en bajo perfil.
Kurenai evitó sonreír tapándose la boca la botella que tenía entre manos. Normalmente no acompañaba a Asuma a la taberna, ni él la acompañaba cuando ella salía con Anko, ya que había un acuerdo no hablado entre ellos dos para que ambos tuviesen tiempo a solas con respectivos círculos sociales, pero esta vez la curiosidad pudo más y allí estaba, sentada en la taberna junto a los amigos más cercanos de su novio.
Todo comenzó ese día cuando Asuma le dijo que finalmente había encontrado a Raidō en la Torre y que había conseguido convencerlo de que fuera esa noche. Sería la primera vez que el grupo lo vería desde que Genma y Suzume se habían ido y estaba seguro de que Kurenai estaría contenta de saberlo, quizás él podría hablarle al quemado de Anko si es que ella todavía tenía esa idea en la cabeza. Sin embargo, su novia estaba pensando en otra cosa.
—¿Puedo ir? —dijo ella a lo que él se extrañó, fue tanta la extrañeza que un poco de la ceniza del cigarro cayó caliente sobre su mano. Claro, claro, se dijo él, quizás quería llevar a Anko a cuestas para que ambos se quitaran la ropa mutuamente y se olvidasen de sus respectivos corazones rotos esa misma noche.
—¿Por qué no? —le respondió con un mano en su mejilla.
Kurenai sonrió complacida y decidió darle una visita a la médica que vivía en el edificio.
—Vienes conmigo hoy a la taberna, no quiero excusas —le dijo apenas se abrió la puerta.
La morena solo asintió, todavía tenía un lápiz rojo en la mano y llevaba una expresión cansada en el rostro, seguramente estaba corrigiendo exámenes de sus alumnos o algunos informes para Kotetsu, fuese lo que fuese, no podía ser más perfecta para el capitán quemado. Los podía imaginar perfectamente escribiendo informes todas las mañanas mientras sostenían sus manos, muy ocupados como para poder mirarse a los ojos.
—¿A qué hora? —preguntó ella, para felicidad de Kurenai.
—A las ocho.
Su novio y el resto ya estaban por la segunda ronda cuando llegaron pasada la hora estipulada. Si bien Shizune le gustaba cumplir con los horarios, ella quería ver cada detalle en el rostro quemado de su compañero de la infancia en el preciso momento en que la médica apareciera inesperadamente junto a ella. Kurenai no podía equivocarse, ¡llevaba años jactándose de poder traducir el mutismo de Raidō como para hacerlo! Entre ellos debía haber algo de carácter romántico, ella estaba viendo todas las señales.
—¿No viene Anko? —preguntó la morena, deteniéndose abruptamente cuando vio a los hombres en la mesa usual, pero la mano de Kurenai en su espalda la instó a seguir caminando.
Esconderse a plena vista era algo de lo que Shizune no estaba preparada.
—Vendrá apenas Yuugao le diga que estamos aquí, no te preocupes.
—¡Señorita Shizune, señorita Kurenai! —gritó Aoba cuando las vio—. ¡Qué sorpresa verlas!
Raidō levantó las cejas sorprendido y evitó mostrar una sonrisa al llevarse la botella a la boca. Kurenai sonrió, ese gesto se lo habían copiado entre sí en la infancia cuando eran equipo, era el mismo que ella estaba haciendo ahora que estaban sentadas en la mesa, y el resto estaba disperso por la taberna, hablando casi a gritos por el bullicio de ese lugar cerrado. En este punto de la noche, el capitán quemado casi no podía concentrarse en la conversación que sostenía con Ebisu. Kurenai no lo culpaba, por la postura rígida que tenía el maestro élite, le debía estar hablando de trabajo; y al ser Raidō alguien que se caracterizaba en trabajar más de la cuenta cada vez que podía o necesitaba evadirse, debía ser el sujeto perfecto para contarle sus propias vivencias como trabajólico. Sin embargo, al capitán parecía parecerle más entretenido mirar de reojo a la médica.
Kurenai no recordaba haberlo visto tan vivo como ahora en la taberna. Su personalidad seria y tranquila estaba siendo opacada por un ocasional esbozo de sonrisa que se negaba a abandonar por mucho tiempo sus labios y que él insistía en tapar con la botella de cerveza sobre ellos.
—¿Segura que no quieres una cerveza? —le preguntó Kurenai a la médica que jugaba con el hielo al fondo de su vaso de jugo.
Shizune se encogió de hombros.
—Bueno, es viernes, ¿no? —le respondió casi con culpa, o tal vez solo estaba increíblemente incómoda.
—¡Raidō! —llamó Kurenai, el capitán quemado inmediatamente se disculpó con Ebisu y se dirigió hacia la mesa. La médica se tensó y la miró con los ojos como platos—. Shizune quiere una cerveza, ¿puedes traerle una?
—Puedo traérmela yo... —dijo la morena con culpa.
—No te preocupes —le dijo Raidō sereno y, casi sin pensarlo, levantó su mano para tomar un mechón de cabello de la médica con cariño.
Le tomó más de un segundo darse cuenta de que no estaban en privado y que Kurenai estaba mirándolo con sus penetrantes ojos rojos, pero cuando lo hizo, Raidō retiró su mano como su cabello quemara; sabiendo que el daño ya estaba hecho y que ahora era un secreto de los tres.
El capitán cerró los ojos mientras exhalaba todo el aire de sus pulmones, había caído en una de las artimañas de la novia de Asuma como cuando tenían doce años. Se reprendió a sí mismo por no preverlo apenas la vio entrar a la taberna con Shizune, ahora le parecía obvio que la mujer había venido a comprobar sus teorías, solo tuvo que esperar a que la cerveza lo volviera más osado que de costumbre y lo atrapó. A Kurenai no se le escapaba nada, eventualmente iría a descubrirlo si ponía su atención en ello; y su mirada había cambiado la última vez que la había visto allá frente a la puerta de su apartamento. No supo cómo, pero sintió que la mujer podía leer escrito en su frente que había pasado la noche con Shizune en su sofá.
Ahora, y por su culpa, la morena estaba tan rígida como un maniquí, buscando entre los comensales si alguien más los había descubierto. Sin embargo, y como siempre, nadie parecía prestarles atención.
—Sé que están juntos —susurró ruidosamente Kurenai, quería darle un tono ofendido a su afirmación, pero solo sonó divertida.
—¿Tan obvio es? —preguntó la médica con las mejillas acaloradas.
—No —les dijo y, con un gesto, hizo que el capitán tomara asiento junto a la médica, como si la mujer de ojos rojos fuera su madre y estuviera por darles una lección—. Fue más difícil de lo que piensan, pero te conozco bien a ti, Raidō. Por un momento pensé que no sería cierto porque… Bueno, están Genma y Suzume —afirmó, pasando saliva con pesar, no podía imaginarse lo que se sentiría ser ellos—. Y ustedes no se ven como… Ya saben.
La médica se encogió de hombros.
—Lo sabemos —dijo ella—. Es por eso por lo que no hemos dicho nada, no hasta que ellos lo sepan.
—Tiene sentido —dijo Kurenai.
—¿Qué tiene sentido? —preguntó Aoba, sentándose junto a Kurenai.
—Vamos a buscar más cerveza —indicó el quemado con un suspiro cansado a lo que el fotosensible acató con una sonrisa.
Apenas los hombres se fueron a la barra, Shizune fue capaz de soltar la tensión que había acumulado al entrar a la taberna en la forma de aire en sus pulmones. No eran tan malo que Kurenai supiera, suponía, no parecía particularmente alarmada por lo que había descubierto y lo que significaba para Genma y Suzume, aunque sabía que la mujer no era cercana a ninguno de los dos.
La mujer solo sonrió y deslizó por la mesa la cerveza que apenas había tocado, la médica la necesitaba más que ella.
—Está bien, no le diré a nadie —murmuró la novia de Asuma.
Shizune asintió y tomó un sorbo generoso de la cerveza.
—No sé cómo decirle a Suzume —dijo por fin—. ¿Crees que se lo tome mal?
—Claro que sí —dijo como quien hablaba del clima—. No creas que habrá una forma en que le digas y ella se alegre. Agradece que está en la Arena con su nuevo novio y no aquí. En cambio, Genma eventualmente volverá, pero no te preocupes, es Raidō quien tiene que decirle. Después de todo, él te dejó de una manera bastante cruel, Anko me lo contó, y no, no importa si luego volvieron.
»—Si me preguntas a mí, estoy feliz por ustedes —confidenció la mujer, inclinándose sobre la mesa para tomarle una mano a la médica y así poder crear un ambiente más íntimo en medio de todo el bullicio—. Además, con Asuma necesitábamos desde hace tiempo otra pareja, pero ya sabes, todos insisten en quedarse en ese maldito edificio y seguir viviendo como si tuvieran veinte.
—Pero ya tenían a Suzume —respondió Shizune con extrañeza, la maestra había sido la pareja de su compañero de equipo desde que eran jóvenes.
—Sí, pero a Asuma nunca le gustó.
—No creo que yo le guste tampoco —dijo, apenas habían hablado desde que ella había vuelto a la Aldea, salvo en aquella entrevista antes de rentarle el apartamento, o cuando fue a arreglarle la ventana y le aseguró que Yamato no había sido el responsable del atentado de la rama. Además, siempre estaba Kurenai como intermediaria.
Citas dobles, repitió su cabeza. Por alguna razón, recordó cuando se imaginó a sí misma intentando encajar en medio de las comilonas Akimichi como la esposa de Yamanaka Inoichi, tal cual fantaseaban la esposa de Chōza y su amiga Suzume, pero en cada universo, ella se sentía ajena ya que no era parte de ningún clan importante ni tendría ningún tipo de tema de conversación con las otras esposas al ser mucho más joven, ni tenía la capacidad de tener hijos. Sin embargo, con Asuma y Kurenai toda esa fantasía se le hacía más sensata. No sería una comilona, sino que una cena tranquila en el apartamento de la pareja. Si bien Asuma, Kurenai y Raidō habían sido equipo, no eran tan unidos como el InoShikaChō, y ella era parte del equipo actual del quemado.
Kurenai negó con la cabeza, sacándola de sus pensamientos.
—A Suzume jamás le habría cedido su apartamento, pero ya ves, terminó viviendo contigo de todas formas.
Fue entonces que la puerta de la taberna se abrió de par en par, mostrando a una animada Mitarashi Anko hacer su aparición triunfal. Kurenai murmuró algo de que Yuugao se había demorado al momento en que la mujer voluptuosa llegó a la mesa como un torbellino para quitarle la cerveza de las manos a Shizune y bebérsela hasta la última gota.
—¿De qué estamos hablando? —dijo la recién llegada, tratando de ocultar un eructo con su mano sin mucho éxito.
Anko no tenía tiempo que perder en tonterías.
—Nada —aseguró Shizune.
Kurenai solo alzó una ceja elegantemente, eso era precisamente lo contrario a lo que habían estado hablando.
—Deja de hacer eso, amiguita —le dijo Anko, a lo que la morena se tensó—. Sé que estás con Raidō, Yuugao me lo informó hace un par de semanas. Me ganaste, lo reconozco: asumo la derrota.
—¿Y no me dijiste? —preguntó su mejor amiga de verdad—. Tuve que averiguarlo yo sola…
—Lo siento, no era yo, era la depresión —se excusó Anko y se alejó para encontrarse a Aoba a medio camino para quitarle una de las grandes botellas que traía trabajosamente a cuestas.
No esperó a llegar de vuelta a la mesa para abrir la botella y reclamarla como suya al beberla directamente de la boquilla. Ella venía para perder la consciencia y ya había perdido bastante tiempo hablando con sus amigas sobre la contingencia de la aldea. Aoba se rió de lo que estaba viendo y, apenas dejó el resto de las botellas en la mesa, tomó una para él e hizo lo mismo. Ambos brindaron en medio de la taberna como si de pronto fueran los mejores amigos.
—Bueno, ya sé quién será su nueva obsesión —dijo Kurenai, mientras destapaba una botella y servía para las dos—. Al menos él no es su vecino, si sabes a lo que me refiero…
—Discúlpame —resolvió la morena luego de varios latidos de corazón—. Tengo que ir al baño.
Se encontró a Raidō en la barra, mientras esperaba que el tabernero apilara el resto de las botellas de cerveza que habían pedido con Aoba. Él se veía ensimismado en las botellas, como si de pronto ya no quisiese estar ahí. La médica apoyó su mejilla en su hombro compartiendo el sentimiento, lanzó un suspiro y esperó junto a él a que el tabernero contara los billetes y calculara el cambio. No tenía que escucharlo para saber que habría preferido irse al apartamento de Shizune que estar en la taberna, pero ella estaba junto a él cuando Asuma se le acercó en la Torre y lo apremió a aceptar la invitación con una mueca. Ya llevaba mucho tiempo sin socializar con sus amigos y podría empezar a ser sospechoso.
—Le escribiré una carta a Suzume mañana temprano —le informó cuando el tabernero depositaba las monedas en la mano del capitán—. Ya no tiene caso seguir ocultándolo, ¿no? Yuugao ya lo sabía hace tiempo, pero Anko eligió no esparcir el rumor.
»—Y Kurenai tiene razón, no hay ninguna forma en que pueda decirle a Suzume sin que ella se moleste.
Raidō se permitió sonreír, si bien la reacción de la maestra era algo que lo asustaba, la morena tenía razón. Lo que no era capaz de visualizar era la respuesta de Genma, si es que lo golpearía o le diría que estaba todo bien, después de todo, nunca nadie le había levantado una novia al hermoso hombre. Nunca había entendido lo que Shiranui sentía por la médica, a simple vista era la misma historia que todas: él las seducía, ellas pedían más y eso lo ahuyentaba; pero con Shizune hubo algo más que lo hizo querer volver. Tampoco se sentía excesivamente molesto por ir a la Arena con Hana y dejar a la morena atrás. En cambio, él estaba intoxicado por Shizune y no podía dejar de pensar en ella. Todo en la médica le parecía excitante; su sonrisa, el aroma de su piel y su tono de voz al despertar.
—También lo haré mañana —repuso él tranquilamente, guardándose las monedas en el bolsillo del pantalón, como si no estuviese enviciado con el olor de su cabello.
Raidō intentó centrarse, volvió la vista a la mesa y comprobó que todos sus colegas se habían sentado alrededor de la cerveza que había llevado Aoba, y que absolutamente nadie estaba preguntándose que qué había pasado con la otra mitad de la ronda ya que Anko estaba gritando parada a un lado de la mesa con la botella que había robado en la mano mientras contaba algún disparate propio de la examinadora. El quemado se sonrió y aprovechó la distracción para tomar el rostro perfecto de la médica entre sus manos y besarla profundamente hasta que oyó la risa de Anko, su anécdota habría terminado, por lo que Raidō la soltó y empezó a tomar las botellas para llevárselas a la mesa como si nada hubiese pasado.
Shizune pasó saliva, desde que había dejado el sofá de Tsunade hace un millón de años atrás, era eso lo que buscaba incansablemente. Lo sabía, lo primero que se permitió soñar despierta fue teniendo a Yamanaka Inoichi como esposo, y aunque ya había madurado bastante desde ese momento, su corazón seguía latiendo por ese tiempo de compromiso amoroso. Genma había fallado terriblemente, Inoichi también; Yamato se había acercado, pero solo le sirvió como epifanía de lo que Genma sentía con ella, cerrando así el círculo con el apuesto examinador de la aguja. En cambio, Raidō la deseaba en todos los aspectos.
—Hiciste caso a mi consejo —le dijo una voz masculina, sacándola de sus pensamientos—. Te dije que Raidō era perfecto para ti, no es tan bonito como Genma y trabaja tanto como tú, Shizune.
—Gai… —dijo asustada—. Por favor no digas nada, mañana se lo diremos a todos.
Con lo ruidoso y teatral que era ese hombre, podría ir a contarles a todos en la mesa lo que había visto. Al menos, Maito Gai era sensato y si ella le pedía silencio, él se quedaría en silencio por un día. Al menos eso esperaba.
Gai asintió mostrándole la blancura de sus dientes perfectos.
—¡Gai! ¡Trae tu asqueroso trasero hacia acá! —dijo Anko desde la mesa, seguramente había enviado a Yuugao con la invitación para su nuevo mejor amigo.
Shizune siguió a la bestia verde por la multitud con el corazón en la boca, ya había tenido suficiente en aquella taberna y solo quería irse a su casa y envolverse en sus sábanas y pensar en la carta que aun debía escribir para enviársela a Suzume. Todo era tan repentino que empezó a dolerle la cabeza. Tomó asiento entre Raidō y Gai, y suspiró sonoramente.
—Llevabas tiempo en el baño —dijo Kurenai.
—Había fila —le respondió sabiendo que no podía mentirle a la mujer.
—Bueno, siempre hay fila —complementó Anko, abriendo otra botella para llevársela a la boca, pero luego de un sorbo generoso, negó con su cabeza severamente—. Esto no está funcionando. Raidō, ¿puedes ir por algo más fuerte?
—Ya pagué esta ronda —se opuso con su voz ronca, sus ojos viajaron por la cantidad de cerveza que aún quedaba sobre la mesa.
—Vamos, sé que Shizune quiere emborracharse conmigo. Además, has trabajado mucho últimamente, tus bolsillos deben estar llenos de billetes.
Raidō aclaró la garganta, dándole un sorbo a su cerveza, como si quisiera refrescarla antes de responder.
—Yo puedo pagarlos —dijo Aoba, sin enterarse todavía que la antigua alumna de Orochimaru estaba jugando con fuego—. Raidō ya pagó suficiente.
—Ya me gustas más que él, Yamashiro Aoba —dijo ella ocasionándole un sonrojo fulminante al fotosensible—. Ven, acompáñame a la barra, te diré exactamente lo que quiero.
Se formó un silencio incómodo hasta que ambos se perdieron entre la multitud. Asuma carraspeó y soltó una risa.
—Anko se lo follará hoy —le dijo a su novia, causando una risa general, pero su intensión era advertirle a Kurenai que su plan de juntar a la mujer con el quemado estaba fracasando, ya que la atención de Anko en un solo objetivo masculino era esquiva.
—Suficiente por hoy —anunció Ebisu con un leve sonrojo en las mejillas, el tema de conversación era demasiado íntimo para su gran pudor—. Gracias por todo.
—¡Ebisu: el que Genma no esté aquí no significa que no podamos volver a juntarnos como equipo nosotros dos! —rugió Gai con simpatía, pero aun así el hombre se retiró sin dirigirle una sola palabra.
Shizune escuchó el nombre del examinador de la aguja y se removió incómoda, cualquiera hubiese pensado que ella aun no lo superaba, que aún lo imaginaba con Inuzuka Hana todas las noches antes de dormir; pero eso estaba bastante alejado de la realidad. Le dio un sorbo de cerveza simplemente por hacer algo y dio con el semblante incómodo, casi preocupado, de Asuma, él no estaba enterado de nada. Le sonrió mientras dejaba el vaso de vuelta en la mesa.
Genma esperó pacientemente a que alguien saliera del edificio para entrar, avanzó por el corredor hasta las escaleras y pronto se vio frente a la puerta de la médica. Por cómo veía las cosas, todo seguía igual. Se sonrió y tocó la puerta ese sábado por la mañana, no tan fuerte ya que cualquier sonido parecía retumbar en el silencio pacífico del espacio residencial; esperó, pero nadie fue a abrirle. Volvió a tocar, esta vez más fuerte, pero el resultado fue el mismo. Se preguntó si Shizune estaba trasnochada y bebida luego de una noche de juerga con Anko y Kurenai. Levantó la mano para tocar una tercera vez, pero lo asaltó la idea de que, quizás, ella no estaba en casa. Quizás estaba donde Umino Iruka, ya que según Suzume, el maestro había sido su reemplazo.
Decidió irse con el paquete de la maestra, volvería a media tarde.
Caminó nostálgico por las calles de la aldea, sentía la humedad más fuerte que nunca; allá no había una pizca de arena y eso lo reconfortaba más que nunca. El verde de los árboles era tan ruidoso que, por un momento, Genma sintió que estaba encandilado por el color.
Salió del parque que lo conduciría a su apartamento, se daría una ducha larga y descansaría en su cama. Tres días de ida, tres de vuelta, solo tenía un día libre antes de volver a la Arena; así que debía aprovechar cada segundo que tenía en su aldea.
Al entrar al Complejo, lo primero que vio fue el cartel de la nueva vacante en el apartamento número uno. Conque las cosas sí habían cambiado e Ibiki había muerto. Por respeto al muerto, se daría la ducha más larga de su vida, para que lo recordara en su viaje a la eternidad. Luego, Raidō le explicaría los detalles del deceso.
Pensó en su eterno amigo, miró su puerta apenas subió las escaleras y pensó en abrirla para sorprenderlo. No, se dijo, luego tendrían tiempo para hablar más tranquilamente. Buscó entre sus cosas y sacó las llaves para entrar a su apartamento.
Shizune abrió los ojos cuando sintió que una puerta cercana se cerró en lo que se escuchó como un portazo.
La luz del día entraba por todos los rincones de la habitación, algo que la hizo suspirar con pesar. Era tarde y ella tenía resaca, con lo maltratadas que estaban sus neuronas, pensó en que Anko no debió haber llevado esos últimos tragos que terminaron por matarla. No recordaba mucho de la ex de Ibiki, ya que solo podía recordar el cansancio abrumador que la envolvía. Sabía que había cerrado un par de veces los ojos y despertado sobresaltada cuando alguien se reía. En algún punto de la noche, Raidō le dijo que se fueran y para nadie fue sorpresa que se fueran juntos.
—¡Se ven bien juntos! —había gritado Anko desde una esquina, completamente fuera de sí, mientras Aoba trataba de llevarla de vuelta a la mesa, lejos del tabernero que seguía y seguía dándole los tragos que ella pedía.
Shizune se cubrió los ojos con su antebrazo y suspiró otra vez, al menos para ese entonces todos ya estaban lo suficientemente borrachos como para no tomar en cuenta a Anko.
La resaca no desaparecía si seguía ahí, por lo que se incorporó lentamente de la cama, sin estar segura de sentir nauseas o hambre, o quizás un poco de ambos, y estiró sus brazos hacia el cielo para relajar sus músculos deshidratados. Una buena forma de empezar el día sería con un vaso generoso de agua, así que caminó sigilosamente hacia la cocina ajena para inspeccionar. Tuvo que abrir tres alacenas hasta dar con el correcto y llenó el vaso más grande que encontró ahí con agua del grifo. Cuando estuvo repleta, volvió a llenar el vaso y volvió a la cama.
—Ten —le dijo con cariño y acarició su cabello para desperezarlo—. Tienes que hidratarte luego de todo lo que bebimos ayer.
Raidō se incorporó lentamente y bebió del vaso con los ojos cerrados. La morena observó sus brazos abultados a la luz de la mañana y sintió ganas de morderlos, tal cual había hecho la noche anterior apenas entraron por la puerta y le quitó su ropa.
El aire fuera de la taberna estaba fresco cuando salieron en la madrugada y logró despertarla lo suficiente como para no querer volver a su apartamento, ya que él no querría ir a su cama antes de decirle a Genma, así que le propuso caminar más, mucho más, hasta que Raidō no pudo resistirse más a las caricias de la médica.
Ella cerró la puerta de sí y, en medio de la penumbra, encontró la cremallera de su chaqueta táctica y se la bajó mientras él la besaba como si fuese la primera vez que lo hacía. Él se quitó la chaqueta al momento en que ella empezaba a levantarle la camiseta oscura, sus manos frías tocaron sus oblicuos haciendo que él se tensara por un segundo, pero ella repasó su cintura recta hasta que estas se le entibiaron. Él se quitó la camiseta y por fin vio lo que más le gustaba de su cuerpo: sus brazos.
Su pulgar repasó la pequeña marca morada que le había dejado.
—Tenemos que irnos —murmuró Raidō con los ojos aun cerrados, sentado a su lado mientras apoyaba su mejilla en su hombro, tal cual hizo ella frente a la barra; sus palabras le hicieron cosquillas en su piel descubierta.
Shizune sonrió, sí, deberían, pero salir de la comodidad de las sábanas era casi una tortura. Sin embargo, él debía ir a un turno extra en la muralla y ella a calificar los exámenes de Kotetsu y los informes de los niños, ¿o tal vez era al revés? El edecán no lograba aprender a redactar algo bueno aún y estaba empezando a perder la paciencia con el amigo de Izumo.
Qué pereza de sábado.
—Sí… —dijo ella sin ganas y suspiró.
Lo miró y repasó su cicatriz con la punta de los dedos con cariño, también debía redactar la carta que le enviaría a Suzume. Diría algo como: «espero que estés bien con tu nueva vida, me imagino que ya estás embarazada y no tienes tiempo para escribir, no te preocupes, no lo tomo personal. Estoy muy contenta por ti. Si me preguntas por mí, también estoy bien, Raidō es un excelente amante. Gracias por todo, tu mejor amiga, Shizune.»
Debía escuchar a Kurenai y entender que no había forma de decirlo, de todas las formas sería catastrófico para su amistad, no había caso de seguir buscando las palabras correctas.
—Shizune —le dijo él como si supiera perfectamente qué era lo que hacía—. No pienses más en eso.
—Tienes razón —respondió y le depositó un beso en la frente—. Dejaré de hacerlo.
Raidō asintió, pero Shizune no logró dejar de lado la ansiedad. Ella sabía que él lo sabía, era inútil para una persona como ella dejar de pensar en todo a la vez. Volvió a suspirar y se acomodó en la cama para acurrucarse en su pecho, buscando su abrazo reconfortante. Él cerró sus brazos en su cintura y la oyó suspirar repetidamente mientras intentaba luchar en contra de la desesperación que se agolpaba pesadamente en sus pulmones. Shizune negó con la cabeza, como si quisiera dejar de pensar y se incorporó nuevamente. Besó una mejilla, luego la otra, pasó por la punta de su nariz y terminó en sus labios, como si quisiera ocultar su pesimismo detrás de sus caricias. Lo oyó respirar lento y pausado mientras ella se subía encima de él, con sus piernas delineando su cintura.
—Shizune… —lo oyó graznar.
Ella sabía que estaba húmeda en la entrepierna, por lo que sonrió cuando buscó su erección para introducirla limpiamente dentro de ella. Como Anko el día anterior, ella no tenía tiempo que perder y era la única forma de que dejaría de pensar en lo mala amiga que era ella y en lo pésimo que era él.
En menos de una hora, Raidō ya sabía que llegaría tarde a la muralla y que Tonbo seguramente lo regañaría al verlo llegar con semejantes ojeras propias de una borrachera anterior. Imaginaba que el hombre de las vendas le recriminaría el no haberlo invitado si quiera a la taberna en cuestión. Besó a Shizune una última vez antes de abrir la puerta y salir rápidamente de allí.
La puerta vecina se abrió a la par, dejando ver una enorme figura sombría junto a un pequeño rayo de luz.
—Raidō —saludó Ibiki—. Shizune.
Shizune estaba segura de que en las mejillas de Morino había un poco de sonrojo difuminado entre las cicatrices que le surcaban la cara. Era normal, ella tampoco estaba muy contenta de que la vieran salir de una habitación de hotel en el distrito de los infieles, lo único bueno de aquella situación engorrosa era que, si ninguna de las partes involucradas decía algo, Izumo no sabría nada; y ella estaba segura de que Ibiki estaría de acuerdo con ella, al menos por una vez en su vida.
—Ibiki —dijo el quemado con una mueca rígida en los labios.
Era obvio que ninguno se esperaba encontrarse al otro en ese distrito.
Morino Ibiki por fin entendía que Namiashi no había perdido las esperanzas, sino que las había renovado de la misma forma que Natsu había hecho con él. La médica Shizune era la responsable de la tranquilidad con la que el capitán quemado se refería a su antigua compañera, pero lo que Ibiki no entendía era que Shizune era la mejor amiga de Suzume y que también era la ex de Shiranui Genma y de Anko. Recordaba vagamente los intrincados detalles que Izumo le comentó cuando habló de los posibles candidatos para reemplazarlo en el primer apartamento. Genma y Raidō; el primero desterrado en la Arena y el segundo sin mejor amigo ni novia. Qué complicado.
—Hola, soy Natsu —dijo la mujer Hyuuga, como si quisiera romper el hielo de ambos hombres.
Shizune sabía perfectamente quién era ella, había visto su fotografía agujereada por cientos de palitos de dangos en la puerta de Anko y, por respeto a su imagen, había decidido doblarla varias veces antes de botarla a la basura. Sorpresivamente, Natsu se veía tan encantadora en persona como lo hacía en la fotografía.
—Y yo Shizune —le dijo estrechando su mano.
—Creo que te conozco —le dijo la mujer—. Eres la maestra de la Artes Médicas en la Academia, ¿no? Siempre te veo cuando voy a buscar a mi niño. Él dice que eres su maestra favorita.
—Sí, creo que sé quién es —respondió la morena.
Diablos, le había caído bien y estaba segura de que muy probablemente empezarían a hablar en la Academia. En poco tiempo, quizás hasta saldría con ella a tomar una taza de té a la ciudad, para la desgracia de Anko e Ibiki.
—Tenemos que irnos —apremió Ibiki.
—Fue un gusto conocerte, maestra Shizune.
—Igualmente —repuso la morena a la niñera.
Creo que le queda un cap o dos a lo mucho. Al menos el RaiShizu ya es un hecho, y no sentí tanto cringe al escribirlo.
