estoy loca por subir otro tan pronto. Consideren esto como la segunda parte del anterior.
La Reina de los Fracasados
por Syb
Capítulo XXIII: Shizune y Raidō III
Raidō se llevó la mano a la boca del estómago intentando aliviar la acidez con la que había despertado, sus entrañas gruían molestas por haberse intoxicado con más alcohol de lo que debería haber tomado, pero luego del tercer vaso de cerveza se sintió sediento y su garganta estaba seca. Tampoco ayudaba sentir a la morena a su lado: el aroma de su cabello negro, la forma de sus labios cuando esbozaba su sonrisa y su voz, la forma en que resonaba en sus oídos era intoxicante. La manera más rápida de evitar querer tocarla y besarla en medio de la taberna era cerrar su mano fuertemente alrededor del vaso, beber de él y esperar lo mejor. Él era bueno para contenerse, o al menos eso había pensado hasta ese día en la taberna. Nunca había experimentado una desesperación como esa antes, parecía que algo de él había despertado en frente al lago en las tierras Akimichi cuando la cercanía y la intimidad con ella hizo aflorar el deseo que estaba enterrado hace tiempo, como si fuera hambre o instinto.
El capitán quemado se detuvo a medio de la escalera para tomar un respiro de su malestar. Cerró sus ojos y llenó sus pulmones de aire fresco, necesitaba que sangre pudiese circular mejor por su cuerpo adolorido y que llegara limpia a su cerebro para permitirle pensar mejor. Debía enfocarse en lo que diría la carta que escribiría a Genma, aun si nunca se le habían dado las palabras. Al mandarla con el cuervo más rápido de la aldea, podría dar rienda suelta a sus impulsos, esos que cada vez eran más difíciles de reprimir.
Miró sus manos apoyadas en sus rodillas mientras descansaba y recordó lo que había hecho con ellas. Sonrió, esa misma hambre incontrolable lo había llevado a besarla en la barra mientras Anko gritaba en medio de la taberna, algo de lo que nunca pensó que sería capaz. Luego, llevó una mano a su brazo y el simple tacto hizo que le doliera el pequeño mordisco que Shizune le había impreso en la piel la noche anterior. Sabía que estaba torturándose por el recuerdo de ella entre sus brazos, tan húmeda y vulnerable, por lo que se llevó la mano del brazo a la boca para ocultar su felicidad. Decidió que debía dejar de soñar despierto con ella y seguir caminando, o sus pantalones empezarían a sentirse ajustados otra vez.
Con pesar vio que Tonbo estaba esperándolo al final de las escaleras con una postura que le daba a entender que estaba molesto, pero cuando vio la sonrisa burlona en sus labios, se confundió.
—Deja de dar pena, pareces un viejo —le dijo el hombre de las vendas apenas llegó a la cima, parecía una frase practicada, como si lo hubiese visto caminar trabajosamente desde el principio de la escalera—. ¿Tuviste una buena noche?
Había un dejo de ironía en su voz, pero Raidō sí había tenido una excelente noche. Había estado junto a Shizune en la taberna, pensando en todo lo que haría cuando se le estuviera permitido tenerla. Había estado tan cerca de cumplirlo, ya habían fijado el día para enviar la noticia y solo debía esperar un día más para empaparse en ella, pero el deseo y la borrachera pudo más y terminó accediendo fácilmente a su propuesta de ir al Distrito de los Infieles con ella. Estaba casi hecho, se había dicho varias veces apenas abrieron la puerta de esa habitación y ella empezó a liberarlo de la ropa que le pesaba tanto.
—Sí… —murmuró sin muchas ganas de hablar con Tonbo.
El capitán quemado caminó hacia el puesto de vigía, buscó la silla y se sentó pesadamente ahí. Solo necesitaba revivir un poco para ese medio día de trabajo y podría irse a dormir el resto de esa tarde de sábado, quizás Shizune podría acompañarlo. Sonrió vagamente, parecía un imbécil. Apoyó su cabeza en la pared y cerró los ojos, y con un suspiro sonoro, intentó enfocarse en relajar los músculos del cuello y hombros, pero el chunin parecía que no quería irse a su apartamento ya que lo siguió al umbral de la puerta del puesto y se le quedó mirando desde ahí.
Luego de unos segundos, que al quemado se le hicieron eternos, aclaró la garganta para hablar.
—Toma —dijo con gracia y con el pie le acercó la basura—. En caso de que quieras hacer un desastre aquí dentro.
—¿No tienes dónde ir?
—Adivina quién llegó esta mañana —le dijo Tonbo y Raidō gruñó molesto, no quería pensar esa tarde. Solo tenía espacio entre sus neuronas para la médica—. Volvió tu novio.
A Raidō nunca le había caído bien Tonbo, sentía que su necesidad de ser ácido era excesiva y que pocas veces llegaba a ser una persona divertida. No ayudaba el hecho de que Genma se riera porque todo podía hacerle gracia, o que Aoba, en su afán de entenderlo, se esforzaba en reírse con sus bromas, aunque ni siquiera llegaba a entenderlas. Solo Iwashi parecía ser su amigo verdadero en el grupo, pero era porque el chico del chivo todavía tenía una armadura de inocencia que lo protegía de sus bromas. En cambio, el quemado no tenía ni tiempo ni ganas de socializar con un tipo como él.
—¿De qué hablas? —preguntó aún más cansado que antes.
—Genma llegó esta mañana, pensé que te alegraría saberlo.
Raidō se sobresaltó y se enderezó sobre la silla, causando que el chunin se riera, si bien se sabía que no existía Raidō sin Genma, y viceversa, no se esperaba una reacción tan pronunciada.
Según el capitán jōnin entendía, al castaño aun le quedaban un par de meses en la Arena y él todavía no había empezado a redactar la carta que le enviaría. Debía explicarle que no había podido luchar contra sí mismo, que ya no era capaz de contentarse solo con estar cerca de ella, que ahora necesitaba tocarla y cuidarla. Y ahora que Genma estaba en la aldea, podría decirle de frente, algo de lo que definitivamente no estaba preparado. Sin embargo, si quería encontrarlo, tendría que esperar unas seis horas hasta terminar su turno, y el hombre de la aguja bien podría ir a visitar a Shizune antes.
—¿Sabes por qué?
—Estará solo un día, creo que vino a dejar un paquete importante de la Arena. Lástima que tengas este turno, no podrás ir a verlo.
Iwashi suspiró pesadamente y se secó las palmas de las manos en la ropa, sentía la garganta seca y, si se movía muy rápido, estaba seguro de que se desmayaría. Vamos, Iwashi, se dijo el chico del chivo, tú puedes hacerlo. Levantó la mano en forma de puño y tocó suavemente la puerta del maestro, pero fue tan leve que ni él se escuchó. Se rió histérico, prácticamente había acariciado la madera, de la misma forma que había acariciado a la señorita Anko la semana pasada. Se sonrojó, debía dejar de enamorarse por nada. Su sueño era ser tan genial como el capitán Raidō, desde que lo había conocido había sido supervisor en el equipo y su actitud seria y calmada, incapaz de sentirse doblegado por nada, era lo que lo hacía admirarlo. También quería ser un poco como el capitán Genma, pero conocía sus limitaciones. Absolutamente nadie podría llegar a su nivel en belleza y simpatía.
Iwashi se peinó la barba de chivo con una mano, pensando en lo que debía decir cuando el maestro le abriera. Debía apurarse, ya que Tonbo llegaría pronto al acabarse su turno ese sábado de medio día y su corazón no soportaría una burla por parte del vendado.
La puerta se abrió de improviso.
—Creí escuchar a alguien afuera —le dijo el maestro en la puerta—. Buenos días, Iwashi, ¿estás listo para ese té en la ciudad?
Se oía animado, a lo que Iwashi sonrojó y apretó los labios para mirar hacia abajo, terminó asintiendo con la cabeza como un niño pequeño al haber empezado su tortura. Ya podía oír a Tonbo decirle que estaba teniendo una cita con el maestro Iruka, que debía tener cuidado con sus sentimientos o lloraría por meses luego de que el chico del chivo decidiese dejarlo, haciendo que el trabajador de Inoichi perdiera horas de sueño otra vez.
Iruka intentó pasar por alto la repentina timidez del chico, pero lo veía retrocediendo a la infancia hacía ya un tiempo, tanto que ya no recordaba como era antes. Le sonrió con pesar, le puso una mano en el hombro y lo apremió para empezar a caminar. Quizás tenía algo que decirle, quizás tenía un problema, y sus amigos no estaban capacitados para escucharlo.
Habían intentado ir a tomar cerveza varias veces, pero al maestro no le apetecía ir a una taberna y ponía excusas cada vez que lo veía. Simplemente Iruka no estaba hecho para beber por diversión, o quizás si la bebida no fuese el centro de la reunión no se le haría tan desagradable. Y cuando pensaba en eso recordaba que sus dos novias disfrutaban demasiado de la bebida como para ser medianamente compatibles con él. Ya había pasado un tiempo prudente para que eso le dejara de molestar, así que se armó de valor para proponerle un cambio de planes a Tatami Iwashi. La maestra Suzume le había mostrado un gran espectro de lugares especializados en el arte del té que era una pena ir solo.
—Maestro Iruka… —empezó Iwashi, pero las palabras parecieron quedarse atascadas en la garganta.
—Dime, Iwashi —siguió el maestro, mientras empezaban a bajar las escaleras lentamente.
En el piso cinco, Iwashi sintió la necesidad de sacar las llaves, abrir su puerta y escapar, pero el maestro siguió bajando las escaleras, ajeno a su necesidad de salir corriendo. Iwashi sintió que vomitaría, además de estar al borde de la histeria a un lado del maestro, ahora estaban pasando por el territorio de la chica que los había hecho subir al cielo a ambos.
Iruka detuvo el paso en la puerta de Mitarashi como ya era costumbre, agudizó el oído para poder sentir algún indicio de llanto dentro del apartamento, pero como no se oía nada, asintió con la cabeza un poco más optimista y siguió escaleras abajo. Iwashi se sintió pálido, a punto del desmayo, era terrible que el maestro Iruka fuese tan buen exnovio, no sabía por qué, pero era su sensación. ¿Sería porque le debía alguna lealtad masculina al maestro? No, ciertamente. Eran dos chunin vulnerables en busca del amor que necesitaban el apoyo el uno al otro. Suspiró más tranquilo, ¿y qué si habían salido con la misma mujer? Él había estado enamorado de la señorita Shizune por tanto tiempo que, si ella hubiese aceptado estar con él, no le habría importado que ella hubiese sido novia de Genma y Yamato, ¡incluso si hubiese salido también con el capitán Raidō! Él habría esperado en la fila al corazón de la médica pacientemente, a la par de hombres de genes tan poderosos como hermosos como Yamanaka Inoichi. Sí, no había nada malo en salir con el maestro Iruka, además, el moreno se veía como una persona sin prejuicios y capaz de darle una mano a alguien, en caso de necesitarlo, incluso si fuese su expareja.
Se sonrió tranquilo y decidió seguir bajando.
Como si fuese un ritual de chunins que habían salido con Mitarashi Anko, también agudizó el oído al pasar cerca de la puerta de la examinadora, pero no oyó nada. Debía estar sanando, sonrió y asintió como había hecho el maestro y siguió bajando hacia el tercer piso.
—¿Qué ibas a decirme, Iwashi? —le preguntó Iruka, deteniéndose abruptamente y mirando hacia arriba, donde el chico del chivo se encontraba.
—Ah, sí….
Debía pensar rápido.
Y como si hubiese rezado por una distracción, la puerta de Mitarashi Anko se abrió rápidamente, mostrando a un tercer hombre que estaba poniéndose la camisa de mangas largas mientras que la chaqueta táctica colgaba pesadamente de sus dientes. Los lentes oscuros estaban entre sus manos aún, llenándose de la grasa natural de sus dedos al no tener tiempo de ser más prolijo al irse.
—¿Capitán Aoba? —preguntó el chico del chivo.
—¿Iwashi? —preguntó de vuelta.
Aoba parecía confundido, quizás todavía se pensaba fallecido a causa de la borrachera en la cama sin sábanas de Anko. Quizás ya había muerto, o eso esperaba, porque sentía que el calor en sus mejillas rápidamente se encendía y ardor le llegaba hasta la punta de las orejas. No esperaba que coquetear torpemente con la ex de Iruka e Ibiki diera resultados, y ahí estaba, muriendo de calor y vergüenza frente a Iwashi, alguien que seguramente no lo juzgaría en lo más mínimo.
Solo esperaba que el rumor no llegara a Izumo o no podría resistir los chistes que llegarían después. Ya los podía oír: él habría sido devorado por la mujer, quien lo habría bendecido con sus encantos, ya que él era tan inexperto para todas las mujeres de la aldea que ninguna quería salir con él.
—Hola, Aoba —le dijo otra voz masculina, haciendo que se sobresaltara.
—¿Maestro Iruka? —gritó el fotosensible, visiblemente asustado—. Buen día, o buenas tardes, en fin, me tengo que ir. ¡Que tengan un buen día!
Bajó las escaleras de dos en dos sin despegar la vista del suelo mientras limpiaba frenéticamente los lentes oscuros con la tela de su manga, después de todo, estaba con resaca y su fotosensibilidad iba estar infernal si salía sin ellos a la luz del día. Sin embargo, al pasar a un lado de Iruka, se detuvo un poco, como queriéndole decir algo; abrió la boca y la cerró para luego aclarar la garganta. Finalmente, decantó por una pequeña disculpa y salió corriendo.
En el segundo piso, Aoba pegó un grito que alertó a los dos chunin que lo miraban con preocupación.
—¿Recibiste los encantos de Anko? —rio Genma, o el fantasma de este.
Todos estuvieron de acuerdo que estaban frente a una aparición.
—¿Genma… eres tú? —preguntó Aoba luego de varios latidos frenéticos de corazón.
—Claro que lo soy, imbécil —dijo el aludido con una mueca en la cara—. ¿Acaso no te acuerdas de mí?
—¿No deberías estar en la Arena?
—Claramente no lo estoy —respondió como si fuese obvio, ya que estaba ahí, frente al fotosensible. Subió su mirada y vio que los dos chunin bajaban las escaleras, y cuando vio a Iruka levantó las cejas—. Qué incómodo —murmuró tanto para él como para Aoba.
—Sí… —resolvió Aoba con un esbozo de sonrisa, pero la verdad era que le sudaban las palmas.
—¡Capitán Genma! —gritó Iwashi al verlo—. ¿No deberías estar en la Arena?
Genma puso los ojos en blanco, estaba perdiendo la paciencia al tener que repetir una y otra y otra vez que sí, era él, cada vez que se encontraba con uno de sus colegas. Entendía que había perdido peso porque, en la aldea de la Arena, el calor sofocante lo hacía perder el apetito, y que sentía el hidromiel salírsele de los poros sin importar cuántas veces se tomara un baño. Tampoco negaría que su piel estaba más tostada de lo normal y que había pensado seriamente en cortarse el cabello un par de centímetros porque el sol estaba haciendo que sus puntas olieran a quemado cada vez que salía al exterior.
Y como ya sabía la siguiente pregunta que le seguía normalmente, solo respondió una vez.
—Vine a entregar un paquete, mañana volveré.
—¿Solo un día? —gimoteó Iwashi—. Podríamos haber ido a la taberna…
Aoba sintió que vomitaría, no quería ver una botella de alcohol en mucho tiempo. Y esa sensación en la boca del estómago se acrecentaba si veía a Iruka junto a Iwashi. No sabía que el chico del chivo fuese cercano al maestro, por lo que lo tomó como una señal de la deidad de turno, enfurecida por sus decisiones. ¡Si lo estaban castigando, ya lo había entendido!
—Ya habrá tiempo para eso —repuso Genma tranquilamente. Con la cabeza apuntó a la puerta de su compañero para decir: —. ¿Raidō está trabajando? No lo he visto en toda la mañana.
—Tenía un turno extra en la muralla, no recuerdo cuál —dijo Aoba, tomó una pausa para tragar saliva y evitar que saliera algo, fuese un eructo o vómito—. Ya casi no lo vemos por lo mucho que trabaja.
—Suena a Raidō —murmuró como si su querido amigo no tuviese remedio—. ¿Y han visto a Shizune?
—Ayer la vi… —dijo Aoba—, pero tampoco la vemos mucho, pero siempre sale con Kurenai y Ank…o. —Aoba sintió que vomitaría el nombre de su amante con la mirada de Iruka puesta sobre él y sus mejillas ardieron nuevamente—. Bueno, debo irme…, que tengan buen día.
Aoba caminó rápidamente hacia la puerta, como si alguien estuviese persiguiéndolo, y desapareció del horrendo edificio con un portazo accidental que casi lo derrumbó todo desde los cimientos. Genma sintió pena por el hombre y se encogió de hombros, se despidió de los chunin diciendo que tenía cosas que hacer y se fue caminando tranquilamente por el mismo camino que tomó el fotosensible.
Iwashi suspiró, era momento de preocuparse de su vulnerable compañero chunin y ofrecerle su hombro para llorar.
—¿No se siente mal por… ya sabe?
—Anko puede estar con quiera —le dijo él, sonaba sincero—. Solo espero que sea feliz. No te preocupes, Iwashi, estoy bien, ahora sé que la veo más como amiga que como exnovia, ¿sabes? los dos buscábamos olvidar a otra persona.
Era evidente que Anko no podía olvidar a Ibiki, se dijo Iwashi, eso todos lo sabían; pero ¿a quién quería olvidar Iruka? ¿Sería esa misteriosa mujer en los albores del tiempo? Y si la respuesta era sí: ¿quién era, maldita sea?
Iwashi abrí la boca, pero no tuvo la suficiente valentía para preguntar.
—¿Vamos? —le preguntó el maestro—. Querrás probar todos los tipos de té que hay allá.
Ibiki no poseía muchas cosas en su antiguo apartamento, así que dos cajas fueron suficientes para cargar todo lo esencial: fuese su ropa y productos de aseo y mantención personal, además que algunas cosas en las despensas de la cocina y el baño, y un par de porquerías de las que no sabía por qué estaban ahí. Las cortinas negras las botó a la basura comunitaria. El dueño le había dicho que podría irse apenas quisiera ya que ya había pagado el depósito y él lo tomó literal. El apretón de manos solo había sido el día de ayer por la tarde, antes de que la hermosa Natsu aceptara ser la novia de aquella podrida alma en pena.
Dejó su abrigo negro colgado pulcramente para poner manos a la obra. Empezó barriendo todo el aparamento, abrió las ventanas y talló los pisos con violencia, como si quiera borrar toda evidencia, todo su ADN, de su existencia en ese horrible lugar. Hizo lo mismo en la cocina, el olor de desinfectante llegó a ser placentero para su alma, como si también se desinfectara a si mismo. Sin embargo, cuando llegó al baño armado de una nueva botella de desinfectante, presionó ambos labios hasta que se transformaron en una línea muy delgada de malestar: el techo, las paredes y el piso estaban completamente empapados, como si de una piscina se tratara.
—Genma está en la aldea —gruñó—. Ese maldito malnacido.
Gruñó y gruñó, fue a la estúpida cocina a buscar su estúpido trapeador y una estúpida cubeta que estaban en desuso desde que el examinador se había ido a la Arena, y empezó el arduo trabajo de secar todo en ese estúpido baño. Ahora se retractaba de todo, no quería que Raidō se quedara con el apartamento número uno, sino que se quedara con el dos y se bañara largamente todos los días hasta ahogar al estúpido de Genma. Secó y secó, vació la cubeta en el drenaje, siguió secando, hasta que pasaron las horas y su espalda ya no quería seguir esforzándose. Siguió con el proceso de desinfección de forma desprolija y dio por terminado su trabajo antes de tiempo. Qué importaba si le cobraban un poco por la limpieza, él ya estaba harto.
Tomó sus dos cajas y cerró la puerta. Quizás era ambicioso hacer solo un viaje con todas sus cosas, pero no quería volver atrás, aún si su espalda se quebrara en el proceso, al menos moriría feliz.
Al llegar al nuevo edificio, le sudaba la espalda y la frente y el cuello, y estaba seguro de que su trasero también. Lo bueno era que corría un viento helado que lo refrescaba y secaba. Subir las escaleras con las cajas, fue un ejercicio adicional, llegar a la puerta prometida fue un suplicio, no era capaz de buscar las llaves sin soltar las cajas, y estaba seguro de que, si las dejaba en el suelo, no lograría levantarlas jamás sin que le diera un lumbago. Estaba tan cansado, así que apoyó las cajas en la puerta y con el peso de su cuerpo las presionó para que se quedaran ahí, y con una mano empezó a buscar en su bolsillo.
Y cuando las encontró, estas cayeron al suelo.
—¿Necesitas ayuda? —le dijo una voz femenina.
Sus labios volvieron a formar una delgada línea, no podía ser ella su vecina.
—Shizune…, ¿vives aquí? —murmuró intentando no sonar molesto, pero su voz salió más grave de lo que hubiese querido.
—Sí —dijo ella, acercándose a él tímidamente, fue entonces que Ibiki notó al cerdito acompañándola de cerca y lo miraba como si amenazara con morderle los tobillos—, me imagino que eres el nuevo inquilino.
Al menos Shizune era capaz de tener una conversación normal con alguien que odiaba.
—Así es.
—No pensé que dejarías el apartamento número uno del Complejo para mudarte aquí —siguió ella mientras se agachaba para tomar las llaves y buscar la indicada para abrir el cerrojo.
—Tú lo hiciste —resopló él, no sabiendo qué más decir, a él no se le daba tan fácil las conversaciones con gente a la que no le apetecía hablar.
—Sí, tuve suerte —dijo con una sonrisa e introdujo la llave y en un instante la puerta estaba abierta—. Avísame si necesitas algo, vivo justo arriba de ti.
Ibiki pensó que la vida se burlaba de él si ella tampoco limpiaba el drenaje de su ducha.
—Gracias —resopló y entró, quería cerrar la puerta al instante, así que la miró y dijo: —. Adiós. —Y cerró.
Tonton miró a su humana sin aprobar su comportamiento hostil.
—No te preocupes, ya se ablandará —le dijo ella.
Y ambos empezaron a caminar hacia su propio apartamento.
Shizune abrió la puerta y el cerdito se metió rápidamente, como si hubiese extrañado en demasía su segundo hogar, terminando su trote en un salto que lo llevó a la cama que a esa hora estaba completamente iluminada por el sol de media tarde, dio un par de círculos y se acostó con un suspiro. La morena se alegró de su cerdito y fue hacia la alacena a dejar sus compras, no era mucho, pero era bastante comparado con lo que tenía. En el fondo de la bolsa quedaron un lápiz de punta fina y unas hojas gruesas que le parecieron bastante bonitas, incluso si en ellas escribiese las cosas más atroces. Al menos Suzume tendría una primera buena impresión del esfuerzo de su amiga, las siguientes impresiones por supuesto serían completamente opuestas, ella casi podía ver la arruga en el entrecejo que tenía cincelada en su piel al leer la carta completa.
Luego de limpiar un poco y organizar los documentos que revisaba antes de la visita de Kurenai, estuvo tentada en ir a tomar una siesta al lado del cerdito, pero sabía que su dolor de cabeza era la resaca y la culpa por igual, y eso no la dejaría dormir ni siquiera si lo intentaba.
—Escribe ahora y luego duermes —se dijo, dándose ánimos, y se sentó en la mesa de la cocina.
Destapó el lápiz y lo dejó suspendido sobre la hoja el suficiente tiempo como para que la punta saliera una gota colmada de tinta negra. Suspiró, esa era la señal que necesitaba para empezar a escribir.
«Querida Suzume,
Espero que te encuentres bien, sé que Baki te adora y trata de la forma que tú necesitas, aun si su cara no es muy elocuente y, a veces, sus palabras tampoco. Sé que él te hace profundamente feliz, te vi con él y lo supe. Tu risa llenaba en todo el apartamento y desde mi habitación no lograba entender por qué si no tenía ni la mitad del carisma de Genma, …»
Era tan raro escribir su nombre en ese papel, porque no era su misión explicarle a él lo que sucedía entre ella y su mejor amigo.
«…, definitivamente había cosas de las que no estaba enterada, y creo que tú en poco tiempo entendiste lo que me tomó meses (e Inoichi, Genma, Yamato, y Genma, Inoichi y Yamato otra vez) entender. Y discúlpame si llegué a pensar que tomaste una decisión apresurada al cambiarte de país por un hombre que apenas conocías. Seguramente sentiste algo que no habías sentido antes y sabías que era más real que todo lo demás...»
No sabía si seguir escribiendo porque eventualmente el nombre del capitán quemado aparecería y aún no estaba preparada para confesarse.
«Besé a alguien cuando fui al almuerzo Akimichi con Anko, ¿lo recuerdas? Esa persona me hace sentir bastante bien y sé que yo a él también, y no te preocupes, él no se parece a ninguno de los anteriores, aunque sí comparte el gusto por las tabernas.
Incluso Kurenai insiste que está feliz por nosotros y Anko nos gritó ayer en la taberna que nos vemos bien juntos. Sé que estás curiosa de quién es, …»
Dejó el lápiz en el mesón de la cocina como si quemara su mano y se fue corriendo a abrazar a Tonton esperando calmarse. No podía escribir el nombre del capitán sin sentirse culpable, terriblemente culpable, aunque detrás de toda esa culpabilidad, sabía que estaba inmensamente feliz. Lo que había empezado como una pequeña tentación al verlo anclar por un segundo sus ojos en sus labios en las tierras Akimichi, había terminado en lo opuesto a un encuentro casual. La expectativa de verlo otra vez la asustaba, después de todo, él estaba prohibido. Intentó olvidarse de él con Yamato, estuvo tentada de enterrarlo con una anécdota con Aoba, pero sabía que nada la iba a frenar hasta que entendiera qué era lo que la motivaba a verlo otra vez. Y él quería hacerlo bien con ella, en caso de que pasara.
Enterró su nariz en el cuerpo del cerdito y evitó sonreír como niña. Nadie le había dado tanta seguridad con él. Y cómo la miraba hacía que sus rodillas temblaran. Suspiró y volví a levantarse, bajo la mirada extrañada del cerdito, tenía que terminar esa maldita carta para poder dar rienda suelta a sus deseos.
Tomó asiento y el lápiz, dispuesta para escribir el nombre del capitán quemado, pero el sonido en la puerta la detuvo.
Tonto saltó de la cama, curioso por esa persona intrusa que osaba a perturbar su tranquilidad ese sábado por la tarde. Shizune se levantó y fue a atender, quizás Ibiki necesitaba algo. Ese hombre sin modales eventualmente tendría que disculparse por todo, incluso por cómo la trató cuando trabajó junto a él en el Cuartel. Era una lástima que Natsu tuviera que verle la cara al despertar, aunque si lo pensaba bien, Suzume despertaba junto a Baki y su cara poco elocuente, como había escrito, no era sinónimo de mal hombre. Apretó los labios, debía releer la carta que había escrito y arrepentirse.
Abrió la puerta y casi se atragantó.
—¿Genma?
—¿Me extrañaste? —dijo galantemente.
¡c biene!
