John

Oscurecía y el 4x4 apenas tenía el gasoil de la reserva. ¿Cuánto llevaban conduciendo? Intentó hacer cálculos, todo valía si podía borrar de su mente, aunque fuera por unos instantes, el lío en el que acababa de meterse… o salir… eso tampoco lo tenía claro. Quizá le tomara varios años averiguarlo.

Percibió un destello al fondo. Era complicado ver en aquellas condiciones, el sol se ocultaba justo en la dirección en la que el auto avanzaba, pero hubiera jurado que un farolillo acababa de encenderse más adelante. La alegría inicial de ver algún indicio de actividad humana en varias millas a la redonda contrastó con el repentino sudor frío que le encogió al preguntarse si eso sería bueno o malo. Debía decidir entre seguir en busca de lo que le había parecido un farolillo, con la esperanza de repostar y no parar hasta el día siguiente, o intentar evitar aquella luz, no fuera que se tratase de algún maldito control de carretera.

-¿Has visto la luz? – interrumpió su compañera. – Quizá tengan combustible.

-No podemos exponernos – se convenció él finalmente, esquivaría aquello, fuera lo que fuese.

-Tampoco podemos huir toda la vida, John – replicó ella sujetando levemente una de sus manos al volante para impedir que tomara otro rumbo.

-Acabamos de empezar.

-Pero necesitamos dormir.

John paró el coche sin poder hacer otra cosa ya que, de seguir hablando, llegarían sin quererlo a aquel punto luminoso al que tan reacio se mostraba.

-¿Por qué tienes la certeza de que no es un control¿Y si han dado el aviso y nos están buscando? – replicó exacerbado.

-Confía en mí, John. No nos quieren a nosotros. Avanza hasta la luz y allí veremos si nos pueden ayudar.

Titubeó. Estaba claro que ella no quería ser detenida y no había ningún indicio de que aquella luz perteneciera a un control salvo sus propios temores.

-¿Quieres que me acerque a ver? – propuso la chica antes de que él pudiera acabar de deliberar.

-¡NO! – sentenció aterrado.

Peor que ser detenido sería ponerla a ella en peligro por sus miedos. Eso le bastó para arrancar de nuevo el motor del coche y recorrer el poco terreno que les separaba de aquel destello.

A la primera luz de la tarde se le sumaron bastantes más ahora que era casi de noche. Y no se trataba de luces de coches, sino de las que se escapaban del interior de las casas de aquella villa, camino abajo, aparecida como de repente. Un pequeño cartel de neón les daba la bienvenida. Habían llegado al bar "La Cantina".