El cocinero
El contacto que había tenido John con los fogones hasta entonces se reducía a la comida precocinada que se calentaba muchas noches para cenar. Y ya se sabe, uno empieza adorando las delicias de esa comida rápida porque apenas quita tiempo y ensucia bien pocos cacharros, pero acaba detestándola y haciendo ingenios que resultan muy propios de la cocina experimental. Su mayor hallazgo, las hamburguesas con gofres.
Bastó para que aquel cocinero mayor con ganas de retirarse viera en él un digno sucesor de su labor. El único impedimento, que fuera un extraño más de paso. Para su suerte, ni John ni Mónica sabían que sería ahora de sus vidas, una vez se es prófugo del Estado, cuesta encontrar trabajo en algo parecido a lo que venías haciendo hasta el momento. Por supuesto, aquel hombre que se había pasado más de dos tercios de su vida entre fogones, nada sabía de aquello y, por el momento, poco le importaba.
-Son como una secta – cuchicheó John de vuelta a la mesa. – Tengo la sensación de que nos quieren retener aquí.
-Mira a tu alrededor, ¿ves a alguien? Sólo quieren un poco de compañía y que les salvemos el día. Por cierto, ¿tienes efectivo?
John rebuscó en todos los bolsillos de su vaquero. A parte de la cartera repleta de tarjetas y con diez dólares, sólo tenía un par de monedas pequeñas.
-Diez dólares cincuenta… - contó él.
-Cincuenta y uno – añadió Mónica con su único céntimo, uno de esos que por casualidad se había quedado en uno de los bolsillos del pantalón la última vez que los lavó.
-Genial – espetó John. – Fugitivos y sin efectivo.
-Bueno, ya sabes, se necesita cocinero – apuntilló la chica torciendo la mirada y conteniendo la risa. – ¿Cómo pensabas repostar?
-Yo qué sé. Pensé que tú llevarías algo encima – dijo mientras se levantaba para coger una de las velas que adornaban los centros de una mesa sí una mesa no en aquel lugar.
-Ya no pago casi nada con dinero metálico – se excusó Mónica intentando adivinar las intenciones de John con la vela.
No buscaba crear un poco de intimidad romántica, utilizó aquella vela para quemar todas sus tarjetas de crédito. Ella no dijo nada, de hecho apenas ni se inmutó hasta que él le pidió las suyas para hacer lo propio. Sin duda, dejarlas inservibles sería lo mejor para que jamás les localizaran porque, ellos en un arrebato o quien fuera en caso de robo, las utilizaran para realizar alguna compra.
-Siento interrumpir el ritual – ironizó la camarera cargada con la comida que habían pedido, – pero aquí tienen ya su cena. Espero que tengan suelto, si están quemando sus tarjetas no creo que nos vayan a pagar con ellas.
