La vidente
Huir por no poder pagar una cena, después de estar huyendo del mismísimo Gobierno de los Estados Unidos, no era un plan que entusiasmara a Mónica. Además, con el poco combustible que le quedaba al coche, lo más probable es que no llegaran más lejos que al otro lado del pueblo.
-Me temo que no vamos a poder pagar nuestra consumición – adelantó Mónica haciendo frente a su situación.
La mujer llegó a encogerse de hombros.
-La comida ya está hecha, dejarla en los platos sería un desperdicio – finalizó mientras les servía sus platos y se marchaba como quien no ha oído nada.
Mónica quedó contrariada y quizá esperó algún otro comentario por parte de su compañero sospechando sobre las intenciones de aquella gente, pero cuando volvió a la realidad, no le vio más que devorando una comida que no tenía ni idea de cómo iban a pagar.
-¿Sabes que este sitio me recuerda a cuando era pequeña? – quiso iniciar una conversación.
-Quizá eso sea una buena señal – apuntó John.
-¿Crees ahora en las señales?
-No. Creo que tenías razón en tu corazonada inicial. Creo que esta gente no sabe nada de nosotros y, pese a la impresión que podamos causar, no tienen intención dejarnos morir de hambre.
-Te han ganado por el estómago.
-¡Eh, qué la receta es mía! – exclamó divertido.
Poco pudo comer Mónica, pero ya se encargó John de dar buena cuenta de todo lo que había en los platos.
Mientras él terminaba con lo que no había tomado su compañera, ella sintió la imperiosa necesidad de explicarse ante aquella gente que, al parecer, tan amablemente les había servido. Fue el momento de levantarse para ir a hablar con la mujer, el mismo que eligió un hombre bastante alto y fuerte para entrar en el bar y chocar con ella sin quererlo. Quizá porque fuera muy decidido hacia la barra o porque ella se había levantado sin verle, la cuestión es que chocaron y, en la colisión, las entrañas de ella dieron un vuelco, no por el susto, sino por la sensación transmitida.
El hombre prosiguió su camino sin disculparse y pareció buscar algo bajo su camisa, sujeto del cinturón. No tuvo tiempo para más.
-Ni lo intentes – susurró Mónica apuntándole con su arma al tiempo que soltaba el seguro de la misma.
