Disclaimer: Los personajes son de Rowling y la historia de Shakespeare, o se que... lo divertido ha sido mezclarlo. Por supuesto, no recibo otra gratificación que vuestros reviews.

CAPITULO III

ESCENA I

Después de la ceremonia, a los nuevos esposos no les había quedado más remedio que volver a sus respectivos dormitorios para no levantar sospechas en sus compañeros. Aunque ambos ya sabían previamente que tendría que ser así, no quitó que al final sus dos Directores de Casa tuvieran que acabar tirando del uno hacia la Torre de Gryffindor y del otro hacia las mazmorras con bastante empeño.

Sin embargo, el Profesor Dumbledore había prometido a los dos jóvenes facilitarles un lugar privado donde poder consumar sus encuentros hasta final de curso. O hasta que sus familias conocieran de su matrimonio y lo aceptaran, cosa que el optimista Director estaba seguro que no tardaría en suceder. Y de momento, paciencia, les había dicho clavando sus avispados ojos azules especialmente en Harry. Porque ese lugar privado sólo sería para los fines de semana, ya que el resto de la semana había que hincar codos y estudiar. Y eso valía tanto para solteros como para casados. Punto en el que el Profesor Snape estuvo completamente de acuerdo.

Así que al día siguiente, que era sábado, Harry se conformó con ver a su esposo desde lejos durante el desayuno, con la firme intención de hacerle una visita al Director para reclamarle su promesa tan pronto acabara con la última tostada. Declinó amablemente participar en los planes que sus amigos tenían para la espera visita a Hogsmeade, aludiendo a que estaba cansado. Y acabó perdiendo la paciencia con Ron, empeñado en que después de semanas ansiando esa visita, no podía quedarse en el colegio ganduleando en la cama todo el día. Pero para Harry había otras cosas más ansiadas en ese momento y la mayoría de ellas acababan precisamente en una cama.

Poco pudo hacer el pelirrojo para disuadirle y al final sus amigos tuvieron que dejarle para no perder los carruajes que ya empezaban a partir hacia el pueblo. Tan pronto les perdió de vista, Harry se dirigió con paso apresurado hacia el despacho del Director, con la esperanza de que el anciano mago pusiera inmediata solución a su frustrada noche de bodas. No obstante, antes de que pudiera llegar a la gárgola, la negra figura del Profesor de Pociones se interpuso en su camino.

–¿Cómo no está en Hogsmeade, Potter? –preguntó cargado de ironía.

–Tal vez porque es fin de semana. –respondió su alumno en igual tono.

–Precisamente. –insistió Snape– Debería disfrutar de este hermoso día con sus compañeros en el pueblo. La próxima salida no será hasta dentro de un mes.

–Prefiero disfrutar de la compañía de mi esposo, si no le importa. –respondió Harry, recordándose mentalmente que Snape era el padrino de Draco y que por alguna incomprensible razón que él seguramente jamás llegaría a entender, su esposo le adoraba.

–Me lo temía. –masculló Severus entre dientes, al tiempo que rebuscaba en los bolsillos de su túnica.

Tras unos largos instantes, en que Harry observó los malhumorados movimientos del Profesor por encontrar lo que buscaba, éste por fin sacó una pequeña llave que le entregó haciéndole notar cuanto le desagradaba tener que dársela.

–Cerca de mis aposentos. –le dijo secamente– Draco sabe donde es.

Harry se quedó estúpidamente plantado en medio del corredor. ¿En las mazmorras? Aquel lugar íntimo y privado que Dumbledore le había prometido estaba ¿cerca de los aposentos de Snap?En fin! Mejor eso que nada, se dijo. Y sin perder más tiempo fue en busca de su esposo.

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Draco llevaba a Harry de la mano por un galimatías de corredores completamente desconocidos para el Gryffindor, procurando mantener su sonrisa y su aplomo intactos. Estaba nervioso y no quería que Harry se diera cuenta. Aunque por la relajante manera en que su esposo acariciaba su mano con el pulgar, estaba seguro de que ya lo había adivinado. Llegaron por fin a una puerta de madera bastante cochambrosa, ante la que Draco se detuvo.

–Aquí es. –dijo.

Harry le miró escéptico.

–¿Estas seguro? –preguntó– Porque como esta puerta sea el preludio de lo que encontraremos dentro...

Y mientras Harry maldecía mentalmente a Snape, aguardando tras la ajada madera cualquier desagradable sorpresa regalo de su Profesor, Draco se limitó a sonreír y a intentar meter la llave en la cerradura.

–¿Por qué no nos dio sencillamente la contraseña en lugar de esta maldita llave? –gruñó tratando vanamente de abrir.

–Porque le gusta jod... –Harry se detuvo y se lo pensó mejor– ...porque la estás poniendo al revés, cariño.

Draco enrojeció violentamente al darse cuenta de que tenía razón. Harry tomó su mano, aun con la llave, y le ayudó a abrir. El Gryffindor dejó escapar un suspiro de alivio cuando vio que el interior de la habitación no tenía nada que ver con la puerta que la guardaba. La estancia no era excesivamente grande, pero suficiente para lo que ellos necesitaban. La presidía una cama adoselada, con aspecto de ser cómoda. A sus pies había un par de baúles, vacíos todavía, para que los nuevos inquilinos guardaran lo que fuera que necesitaran para los fines de semana. A la derecha, mirando desde la puerta, una chimenea con un agradable fuego crepitando en ella, ante la cual había dos sillones y una mesita con un trabajado candelabro. A medio metro de la chimenea, se perfilaba una puerta tras la que se adivinaba un baño. A la izquierda, en la otra pared, una estantería de madera oscura que llegaba hasta el techo con algunos libros diseminados en varios estantes. Delante, una mesa no muy grande con dos sillas.

–Es perfecta. –murmuró Draco sin darse cuenta de que su propia habitación en la mansión Malfoy podía contener tres como aquella.

–Es perfecta porque tú estás en ella. –le dijo Harry abrazándole desde atrás– Cualquier lugar es perfecto si tú estás en él.

Draco sintió su corazón latir un poco más deprisa cuanto Harry apartó el pelo que cubría su nuca para mordisquearla lentamente, consiguiendo que un escalofrío de placer le recorriera de arriba abajo. Los mordisquitos se convirtieron en pequeños besos que cruzaron el camino hasta su garganta, mientras unos revueltos y negros mechones rozaban su mejilla provocándole cosquillas.

–Te amo. –susurró Harry volviendo suavemente su rostro para besarle.

Draco dejó invadir su boca con absoluto abandono antes de responder al beso, disfrutando de la sensación de ser deseado con aquella intensidad que Harry le hacía sentir; empapándose del fervor con el que las manos de su esposo recorrían su piel bajo el jersey. Y quería sentir más. Así que, con un sensual movimiento, se deshizo del amoroso abrazo que le retenía y jersey y camisa volaron hacia algún lugar de la habitación. Después, cuando miró a Harry, le pareció que sus ojos brillaban más verdes que nunca y que la manera en que se estaba mordiendo el labio mientras le contemplaba, era deliciosamente provocadora. Se acercó a él despacio, pendiente de esos ojos que seguían, hechizados, cada uno de sus movimientos.

–Yo también te amo. –le dijo antes de tomar sus labios.

Draco no tan solo le estaba besando con la boca; Harry tenía la sensación de que lo estaba haciendo con todo su cuerpo, rebozando el suyo en un ardor que pronto se desbordaría. Con todo, logró controlar el deseo que se inflamaba con cada nueva caricia del rubio y consiguió llevarle hasta la cama, tumbándole en ella a besos. Durante un espacio interminable de tiempo, hizo que su esposo se estremeciera de placer bajo sus manos y sus labios alcanzaron lugares hasta entonces solamente adivinados.

Fue entonces cuando el nerviosismo que el Slytherin había encubierto con bastante buen arte hasta ese momento, se hizo más patente para Harry. Tal vez fuera la pequeña sacudida de su cuerpo cuando su lengua descubrió el delicioso camino entre sus nalgas, redondas y perfectas. O el temblor de sus manos, cuando se aferraron a su pelo con un movimiento algo convulso. Quizá el temor que leyó después en el fondo de aquella mirada gris que no lograba diluir la inevitable incertidumbre de la primera vez. El miedo de no estar a la altura. La aprensión a sentir sólo dolor. Harry no sabía que Draco todavía guardaba fresca en su memoria la detallada conversación de la que Justin Taylor, un año mayor que él, le había hecho confidente el verano pasado, algunas semanas después de su boda. La poca destreza con la que su esposo le había penetrado; el intenso dolor que había sentido en aquel lugar que su educación no le permitía nombrar; cómo había sangrado, no sólo esa noche sino también las que siguieron.

Harry se incorporó y gateó hasta llegar a la altura del rostro de su esposo. Le besó suavemente. Después, delineó el bello rostro con un dedo, resiguiendo con ternura cada una de sus tensas facciones.

–¿Estás bien? –preguntó.

Draco asintió, con demasiada contundencia quizás como para resultar convincente.

–No haré nada que no desees. –le aseguró el Gryffindor– Tenemos mucho tiempo por delante...

Draco negó rotundamente, más asustado todavía de que Harry pudiera pensar que era un mojigato.

–Entonces, relájate amor. Porque prometo que te haré disfrutar.

El rubio insinuó una débil sonrisa.

–Sólo... háblame... –murmuró.

Y Harry le habló a su boca y a sus labios; dialogó con la esbeltez de su cuello y la seda de su pelo. Recito sobre su pecho la dulzura de sus caricias; pronunció su devoción a la línea de sus caderas y rodeó con palabras húmedas el deseo prieto contra su vientre; susurró en la piel suave de sus muslos y clamó su adoración sobre sus nalgas tersas.

Draco bebió la pasión de su boca y enardeció sus sentidos con el ardiente lenguaje de sus manos. Gimió todas sus palabras y suspiró cada silencio. Anheló cada trazo escrito sobre su piel por los amorosos labios. Respondió a cada sutil roce hablando, también, con todo su cuerpo.

Y cuando por fin Harry se arrodilló entre sus piernas y las colocó sobre sus hombros, sus cuerpos ya dialogaban abrasados en el frenesí del placer que se otorgaban. Un leve jadeo acompañó la sensación fría del lubricante y el reconocimiento de un miembro duro pulsando en su entrada. Las tiernas palabras de su esposo no lograron más que agitar todavía más su deseo y envolvieron sus ansias en una excitación incontrolable, perdido ya cualquier dominio sobre si mismo, mientras le sentía empujar con firmeza en su interior. Apenas un sollozo, una molestia solo insinuada diluida en el mar de sensaciones que acaloraron sus entrañas. El gemido ronco de Harry acompañando el lento movimiento que le hundió por completo en él, llenándole con su carne caliente. Sus piernas se doblaron hasta chocar contra su pecho bajo el peso del otro cuerpo, al tiempo que sus caderas intentaban empujar con vigor contra él, buscando sentirle más profundo. Y en esa profundidad Draco se sumergió en el delirio de un placer desconocido, potente, disfrutando como no había sospechado de aquella arrolladora invasión de su intimidad.

Harry se retiraba y embestía aumentando la fuerza de su ritmo con cada nuevo gemido con el que Draco le obsequiaba, incentivado por la respuesta que el delicioso cuerpo que jadeaba bajo el suyo le lanzaba sin cesar. Su vientre sudoroso friccionaba con energía contra el vientre de su amante, estimulando con cada ondulación la endurecida hombría que no tardaría en estallar. Las palabras salían ahora entrecortadas de sus labios, balbuceadas a trompicones, sin estar seguro de que su amor realmente las estuviera escuchando, por su expresión, sumido en el placer intenso que le estaba llevando hacia el clímax. Escasos segundos separaron ese pensamiento del temblor que sacudió a Draco y del grito enronquecido y prolongado que escapó de su garganta. Tan escasos como los que tardó él en seguirle, derrumbándose acto seguido sobre su esposo, saciado y exhausto.

Draco escuchó la respiración fatigada que se deslizaba tibia sobe su cuello. Extendió la mano para apartar los húmedos mechones que le impedían descubrir por completo el rostro enrojecido y sudoroso de su esposo. Harry sonrió, aun con los ojos cerrados, aceptando complacido los suaves besos que se esparcían por su mejilla. Instantes después, haciendo acopio de las fuerzas que le quedaban, abandonó el cálido refugio en el que seguía hundido y acomodó a Draco en su abrazo. Ya no había palabras. Sólo un silencio dulce y tranquilo. Mudas caricias sobre la piel del ser amado. El relajado compás de sus respiraciones, fundiéndose en un solo sonido. Sus párpados se cerraron, vencidos por un sueño apacible y confiado, abrigados en el calor del uno en el otro.

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Tal vez Hermione no fuera la bruja más adecuada para expresar la desapacible sensación que no había sido la única en percibir en el ambiente desde aquella mañana. No ella, una persona cerebral y analítica donde las haya, poco dada a los pálpitos. Desde tercer curso, todo el mundo sabía que Hermione Granger no tenía "ojo interior". Y que de sus labios no saldrían jamás las palabras mal presagio. Sin embargo, reconoció que el día había empezado mal, con la negativa de Harry a acompañarles y el consiguiente malhumor de Ron, que no paró de refunfuñar durante todo el camino hasta Hogsmeade que Harry andaba demasiado raro últimamente. Así que la primera parada fue sin discusión en Honeydukes para endulzar el avinagrado humor del pelirrojo y que les permitiera disfrutar en paz de la esperada excursión al pueblo.

Ya en la tienda de dulces, se produjo el primer encuentro desagradable de la mañana, cuando un Slytherin golpeó a Dean deliberadamente en el hombro en su camino hacia el mostrador. El talante conciliador de Neville evitó que Seamus y Ron cayeran en la descarada provocación e iniciaran una bronca que debía evitarse a toda costa.

Calmados los ánimos, salieron de la tienda para dirigirse a la librería y recoger unos encargos de Hermione. La siguiente parada fue para abastecerse de plumas, tinta y pergaminos para la mayor parte del siguiente trimestre, ya que dados los interminables centímetros de pergamino de los últimos trabajos que los Profesores se habían regodeado en imponerles, todo el mundo andaba escaso de material. Después de alguna discusión, decidieron comprar también para Harry. A la salida de la tienda tuvo lugar el segundo incidente de la mañana, cuando Goyle hizo volar de las manos de Neville todos los artículos que acababa de adquirir tras un "accidental" y tremendo encontronazo que dejó al Gryffindor sentado en el suelo contando estrellitas. Esta vez hizo falta de toda la energía que Hermione, Ginny y Luna pudieron desplegar para que Ron, Dean y Seamus no pasaran a las manos.

La hora de la comida en Las Tres Escobas no fue mucho mejor. Sólo que esta vez fueron los Slytherins quienes, desafortunadamente, encontraron asquerosas orugas verdes dentro de sus cervezas de mantequilla. Sólo ver la cara de Crabbe cuando notó el primer bicho en su boca valió para que los Gryffindor casi se cayeran de sus sillas, partiéndose de risa y dieran por vengadas todas las afrentas de las que habían sido objeto hasta ese momento.

Blaise Zabini observó con asco como su compañero escupía encima de la mesa la cerveza con tropezones que tenia en la boca. Parkinson empezó a chillar como una histérica y por un momento echó de menos que Draco se encontrara allí para callarla. Él no tenía tanta paciencia. Dirigió una mirada helada hacia las meses donde se encontraban los Gryffindors, deseando con toda su alma poder maldecirles hasta el último hueso. Pero tenía que conservar su sangre fría de serpiente y ser cauto. El Gryffindor que él quería no se encontraba allí. Había buscado a Potter durante toda la mañana, desplegando aquel poco sutil asedio a su grupo de amigos, con la esperanza de verle aparecer en cualquier momento dispuesto a sacar por fin su varita. Pero no lo había hecho. Tal vez el Profesor Snape le había castigado nuevamente, de lo que por una vez no se alegraba, impidiéndole acudir al pueblo. Desde que había empezado el curso, inexplicablemente, Potter había pasado por alto todas sus provocaciones y no había respondido a ninguno de sus retos. Y estaba seguro de que también había sido él quien había impedido que los demás Gryffindor lo hicieran. La cuestión era porqué. ¿Tanto miedo le daban las amenazas de Cornelius Fudge, se dijo con ironía. ¿O es que su padre le había amenazado con dejarle sin escoba si se metía en algún altercado? Blaise maldijo la oportunidad perdida de poder cazarle en Hogsmeade, tal como él había planeado. Estaba seguro de que en el pueblo Potter hubiera sucumbido a sus afiladas palabra, lejos de la escuela y de la vigilancia de los Profesores.

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Harry despertó envuelto en el agradable calor del cuerpo acurrucado a su lado. Draco dormía plácidamente. Calculó que debían ser casi las cinco de la tarde y que probablemente sus compañeros estarían a punto de llegar a la escuela. Y ellos deberían dejarse ver por sus salas comunes. Se estiró un poquito, intentando no despertar a su pareja todavía. No le apetecía hacerlo. Se veía tan hermoso, tan tranquilo sumido en su sueño.

No habían salido de la habitación en todo el día. Harry le había pedido el favor a Dobby, un elfo doméstico con el que tenía una especial relación de amistad, de que les trajera la comida. Y éste, complacido de poder servirle, había llenado la mesa junto a la estantería de mucho más de lo que los dos jóvenes pudieron comer. Después habían vuelto a hacer el amor. El encuentro había sido incluso más intenso que la primera vez. Seguramente porque Draco, completamente desinhibido, había alentado a su esposo de una y mil maneras. Más tarde, agotados, habían vuelto a dormirse. Harry deseaba muchos fines de semana como aquel...

–Hora de levantarse, amor.

Sólo consiguió un gemidito indolente y que el tibio cuerpo se pegara todavía más al suyo remoloneando como él mismo en sus mejores momentos. Acarició la suave espalda de Draco mientras besaba la rubia mata de pelo.

–Va en serio, Sr. Potter... –¡Merlín, que bien sonaba eso!– ...o van a empezar a preguntarse dónde estamos.

–¿Realmente en serio? –ronroneó Draco.

–Me apetece tan poco como a ti. –respondió Harry separándose a duras penas de él– Pero tenemos esta noche... y mañana.

Draco sonrió con picardía.

–Podríamos saltarnos la cena... –insinuó.

–¡Merlín bendito, Draco¡No me lo pongas más difícil! –gimió él– O van a tener que venir a sacarme de esta habitación a rastras.

Quince minutos después, entre risas y besos, abandonaban la cálida habitación.

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–Seguidme de cerca. –ordenó Blaise a Crabbe y Goyle– Quiero hablar con ellos.

Prácticamente todos los carruajes habían llegado ya a los terrenos de Hogwarts y los estudiantes se dirigían en alegres grupos hacia el castillo. A pocos pasos delante de los Slytherin caminaban Dean Thomas y Ron Weasley, que se habían quedado algo rezagados de su grupo.

–¡Ey¡Weasley!

El pelirrojo volvió la cabeza y frunció el ceño al reconocer quien le estaba llamando.

–¿Qué quieres, Zanibi? –preguntó con aspereza, sin detenerse.

–Dos palabras. –respondió éste en tono despectivo.

Ron y Dean intercambiaron miradas.

–No me hablo con serpientes, Zabini. Ya deberías saberlo.

Blaise miró a su alrededor, fingiendo buscar a alguien.

–No eres nada si Potter no anda cerca¿verdad, comadreja?

Un coro de groseras carcajadas siguió a sus palabras.

–¡Ignórale! –susurró Dean, tirando de la manga de su amigo, sabiendo lo que la palabra comadreja solía provocar en él.

Cómo temía, Ron se detuvo y se dio la vuelta.

–¿Buscas pelea, Zabini?

El Slytherin torció una sonrisa.

–Bastante dispuesto me hallarás si me das motivo.

Como si necesitaras que te lo diera –gruñó Ron encarándosele.

Una multitud cada vez más nutrida de estudiantes de todas las Casas estaban arremolinándose a su alrededor, curiosos y a la vez temerosos de cómo pudiera terminar aquel intercambio de palabras. Otros, como Hermione y Neville, habían salido corriendo en dirección al castillo en busca de ayuda tan pronto se habían dado cuenta del enfrentamiento, preocupados por el cariz que estaba tomando la situación.

–Mirad, estamos llamando la atención. –intervino Dean– Y todos sabemos que no es lo más conveniente. Así que¿por qué no seguimos hasta el castillo y hablamos de lo que sea tranquilamente?

Sin embargo, el pelirrojo ya estaba enrabiado. Después de todo lo acontecido en el pueblo, su escasa paciencia había llegado al límite. Apartó con el brazo a su amigo y dio un paso hacia Zabini.

–¡Yo no me moveré para dar gusto a nadie! –masculló.

Una sonrisa de triunfo iluminó de pronto el rostro del Slytherin.

–Olvídalo, Weasley. Ahí viene con quien terminar esta discusión.

Harry llegó apenas sin resuello, abriéndose paso entre los estudiantes, hasta donde se encontraban sus dos amigos y los Slytherin. Unos nerviosos Hermione y Neville le habían encontrado bajando las escaleras del vestíbulo, cuando justo él se dirigía a buscarles.

–¡Vaya, Harry Potter por fin! –exclamó Blaise con una sonrisa cínica– Me alegra comprobar que has dejado de esconderte y con un poco de suerte, decidas responder a mis palabras. Para mi será un placer dar una lección a un cobarde sangre mezclada como tú.

El rumor de voces onduló como una pequeña marea a su alrededor. Harry detuvo con la mano a Ron, que ya había dado otro paso hacia el Slytherin, rojo de rabia.

–Las razones que yo tenga para no querer responderte no son de cobardía, Zabini. Y si no te importa, de momento prefiero guardármelas. –le dijo buscando su tono más tranquilo.

La sonrisa despareció del rostro de Blaise ante la perspectiva de que el Gryffindor volviera a escurrírsele. Miró a su entorno y avistó los rostros que esperaban su respuesta; algunos temerosos y otros ansiosos. No iba a defraudar a ninguno.

–¡Saca tu varita, Potter, y demuéstrame de qué estás hecho, sucio sangre mezclada! –exigió.

Harry cogió aire y recurrió a los hermosos recuerdos de aquel día para no dejarse llevar y partirle la cara al Slytherin. O algo peor.

–No nos batiremos, Zabini; –se reafirmó– espero que lo entiendas más adelante, cuando sepas la causo que me obliga a ello. Así pues, date por satisfecho. Vámonos. –les dijo a Ron y a Dean, volviéndole la espalda y empezando a andar en dirección al castillo.

Sin embargo, el pelirrojo no se movió un centímetro, mirando a su mejor amigo con expresión atónita. Nunca antes nadie se había atrevido a llamar a Harry sangre mezclada con aquel desprecio sin haber recibido después su justo merecido. Y menos delante de tanta concurrencia. No podía entender aquella paciente, deshonrosa y vil sumisión de un Potter.

–No sé que extraña razón le impide a Harry patearte el culo, pero te aseguro que yo no encuentro ninguna. –dijo en un tono tan bajo como amenazador, sacando su varita.

–No sabes con qué ganas voy a complacerte, comadreja. –respondió Zabini sacando la suya con una mueca desafiante en su rostro.

En realidad no le importaba despachar primero al pelirrojo. Porque sabía que Potter sería el siguiente. En aquellos momentos, Blaise Zabini ya había perdido completamente el norte de su razón, hundido en su particular universo de vengaza desde el baile de máscaras en la mansión Malfoy. Sus ojos tenían una mirada desquiciada, enloquecida mientras sus labios esbozaban aquella sonrisa perdona vidas que Ron tanto odiaba.

El intercambio de hechizos se inició entre el griterío de los estudiantes que salían en desbandada en todas direcciones, para evitar verse afectados por algún haz perdido.

–¡Saca tu varita, Dean! –gritó Harry retrocediendo al darse cuenta demasiado tarde de que Ron no le seguía– ¡Hay que detenerles!

Dean corrió tras él con un inexplicable peso en el estómago. Sabía que no era miedo. Jamás había huido ni temido pendencias o responder a desafíos. Sin embargo, la expresión en el rostro de Ron en esta ocasión le asustaba. Mucho más la delirante mirada de Zabini.

–¡Ron¡Zabini¡Deteneos! –oyó gritar a Harry vanamente– ¡Recordad las órdenes del Ministro! –siguió vociferando el Gryffindor con igual inutilidad– ¡Por Merlín, deteneos!

Harry tuvo la sensación de que el tiempo se detenía, ralentizando cada movimiento. Vio la expresión irracional en el rostro de Zabini. Sus labios moverse con parsimónica lentitud pronunciando aquella maldición y, en contraste, su mano agitarse en una oscilación casi salvaje. Forzó sus piernas a moverse todavía más rápido, sintiéndolas aplomadas y tardías, negándose a responderle con la rapidez que él necesitaba. El inútil hechizo de protección que desgarró su garganta reverberó en sus oídos con un eco extraño, incapaz de reconocer en él su propia voz. Lanzó su cuerpo hacia delante, en un desesperado intento de empujar a Ron y apartarle de la trayectoria del haz luminoso que se enfilaba fatalmente hacia él. Harry lo vio pasar con horrorizada impotencia por debajo de su brazo extendido e impactar sin piedad en el pecho de su amigo. Ron se tambaleó por unos segundos, para caer después hacia atrás y derrumbarse sobre el césped con un ruido sordo De su pecho brotaban chorros de sangre, como si una espada invisible se hubiera hundido en él. Su mano se abrió sin fuerza, dejando escapar la varita que hasta entonces había sostenido.

–¡No! –apenas jadeó Harry, como si otra espada intangible le hubiera arrancado la voz.

Cayó de rodillas junto a su amigo, que temblaba incontroladamente en el charco de su propia sangre, por momentos más extenso, mientras sus manos se contraían trémulas sobre la profunda herida que la maldición le había causado. Harry las apartó y apretó con todas sus fuerzas, intentando taponarla con las suyas propias y detener el río escarlata que se escapaba del pecho del pelirrojo, mientras gritaba a los que estaban a su alrededor en tono histérico que buscaran ayuda. Sentía el líquido viscoso fluir mortalmente bajo sus manos sin que pudiera hacer nada por detenerlo.

–Aguanta Ron... –sollozó– ...por lo que más quieras, aguanta amigo.

La mirada vidriosa y todavía sorprendida de Ron se prendió en la suya, como si esperara encontrar en ella la respuesta a lo que acababa de suceder. Harry vio con desesperación como el nítido azul de sus ojos se oscurecía poco a poco, apagándose con cada segundo que pasaba. Los labios de Ron se movieron, incapaces de exhalar palabra alguna, entre tanto Harry hacía esfuerzos por entenderle e intentar tranquilizarle, asegurándole que la herida no era de tanta importancia como parecía. Ron esbozó una breve sonrisa antes de que un estertor ronco escapara de su garganta y Harry contemplara impotente como la vida abandonaba a su mejor amigo, escapando líquida entre sus dedos.

Harry sintió el sepulcral silencio que de pronto se hizo a su alrededor como una daga clavándose en su corazón. Contempló el rostro de Ron, todavía incrédulo, sin poder aceptar aun lo que acababa de suceder. Los ojos del pelirrojo seguían mirándole. Pero no había vida en ellos. Alzó la mirada para encontrar la de Hermione, inundada en silenciosas lágrimas, sosteniendo la cabeza de Ron en su regazo. El primero sollozó le sacó de su estupor, golpeándole con la realidad de lo acontecido. Ron estaba muerto. Como una marea, el sonido de más sollozos y el rumor de voces apagadas se extendió sobre él, hundiéndole por unos momentos en el sentimiento de indefensión que todo ser humano, mago o muggle, siente ante la presencia de la muerte. Después, sus manos abandonaron el sangrante pecho para cerrarse con rabia, colmadas de sangre. Su mejor amigo había recibido tan mortal herida por defenderle. Por encarar las afrentas a las que él, ablandado su temple, no había respondido. Sintió de pronto la mano de Dean sobre su hombro, urgiéndole a levantarse.

–Harry, Zabini parece todavía furioso...

El Gryffindor agarró su varita, caída junto al cuerpo de Ron y se levantó despacio, ciego de dolor y rabia. La orgullosa y despectiva sonrisa que lucía el Slytherin, no hizo más que azuzar todavía más su ánimos. La sangre hervía en sus venas en contraste de la que, ya fría, enguantaba sus manos.

–¡Llévese el infierno mi clemente blandura y mis penosos intentos de evitar lo inevitable! –espetó con furia– Zabini, te devuelvo el sangre mezclada que antes me dirigiste, –le retó– porque el alma de Ron se cierne muy cerca de nuestras cabezas, esperando que la tuya vaya a hacerle compañía. Forzoso es que tú o yo o los dos nos reunamos con él.

Zabini soltó una carcajada demente.

–¡Me temo que serás tú, Potter, –escupió su apellido con todo el desprecio del que fue capaz– quien irá a acompañarle!

Una sonrisa fría asomó a los labios de Harry.

–Esto lo decidirá. –dijo alzando su varita.

Ni las lastimeras súplicas de Hermione, acunando el cuerpo de Ron entre sus brazos, ni los desesperados ruegos de Neville, ni los vanos intentos de Dean por detenerle surgieron ningún efecto. Sin embargo, el duelo fue más breve de lo que nadie esperaba. Un certero Diffindo del Gryffindor cercenó la garganta de Zabini, que murió ahogado en su propia sangre.

Harry contempló el cuerpo a sus pies envuelto en una nube de irrealidad. Conmocionado por lo que acababa de hacer, pero sin poder arrepentirse de ello.

–¡Harry, vete, huye! Los Profesores vienen hacía aquí y Zabini está muerto.

Harry miró a Dean sin verle, como si se encontrara en otro mundo.

–¡Por Merlín, Harry, reacciona¡El Ministerio te condenará al beso del dementor si te prenden! –Dean empujó nerviosamente a su amigo en dirección a los límites de los terrenos de la escuela– ¡Huye¡Vete de aquí¡Vamos!

La asustada voz de su compañero sacó por fin a Harry del aturdimiento en que se había sumido y pudo darse cuenta de los angustiados rostros de todos sus amigos. De las miradas asustadas de todos los demás.

–¿Qué haces ahí parado? –le gritó Hermione histéricamente desde el suelo, todavía abrazada a Ron– ¡Lárgate!

Y consciente por fin de lo que se le venía encima, Harry emprendió una veloz carrera hasta los límites de Hogwarts. Antes de desaparecer, lo último que oyó fue el desgarrado grito de Ginny al descubrir a su hermano.

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–¿Dónde están los viles iniciadores de este lance? –exigió saber Cornelius Fudge punteando con el pie, impaciente.

Severus Snape pensó que por primera vez en mucho tiempo, podía apreciarse una expresión crispada en el rostro del Director de Hogwarts.

–Para desgracia, muertos. –respondió Dumbledore.

El Ministro se volvió con expresión furibunda hacia Dean Thomas, que temblaba como una hoja sentando en uno de los silloncitos frente a la mesa del Director. La Profesora McGonagall, que estaba de pie a su lado, dio apenas un paso, suficiente para hacer saber al disgustado Ministro que no le permitiría amedrentar a su alumno.

–Tratamos de evitar que pelearan, –tartamudeó Dean– pero fue imposible. Zabini mató a Ron. Y después Harry y él se batieron –el joven dirigió una mirada angustiada hacia el matrimonio Potter– y Harry le mató.

–¡Blaise! –gimió Narcisa Malfoy cubriéndose el rostro con las manos– ¡Por el amor de Merlín, Blaise muerto¡Ese joven era como un hijo para mí! –sollozó en dirección a su esposo, que intentaba en vano consolarla– ¡Oh, Lucius!

Fudge, sin hacer el menor caso de los aspavientos de la mujer, se dirigió nuevamente al aterrorizado Gryffindor.

–Thomas¿quién promovió esta sangrienta refriega? –le preguntó el Ministro.

–Zabini. –respondió sin dudar a pesar de la glacial mirada que Lucius Malfoy le dirigió– Harry no quiso responder a sus provocaciones y Ron, por defender su nombre, se le encaró. Zabini estaba fuera de control. –aseguró– ¿Cómo sino iba a lanzarle una maldición como la Sectusempra? Harry conjuró a su vez un hechizo de protección pero falló, así que intentó empujar a Ron para apartarle, pero la maldición pasó justo por debajo de su brazo e impactó en nuestro amigo sin que pudiera evitarlo. –acabó con voz quebrada.

Dean miró una vez más en dirección a los Potter, que permanecían en silencio, justo enfrente de donde se encontraban los Malfoy. James sostenía a Lily, que se mantenía serena pero muy pálida, con un aspecto débil y enfermizo.

–Antes de que nadie pudiera detenerle, Harry se enfrentó a Zabini... –continuó– ...y le abatió casi inmediatamente.

Narcisa miró al joven con gesto dolorido, su rostro todavía bañado en lágrimas.

–¡Es un Gryffindor¿Qué esperas que diga, Cornelius? –se quejó– ¡Si Potter le ha matado, deberá pagar por ello!

–Disculpa a mi esposa, Cornelius, –rogó Lucius inmediatamente, aunque en tono distante y frío– está muy afectada.

El Ministro dejó escapar un suspiro mezcla de tristeza y desesperación.

–Potter le mató; pero él mató a Weasley. ¿Quién debe pagar el precio de esa sangre?

–No será mi hijo, Cornelius, que era el mejor amigo de Ron. –habló por primera vez James Potter– Su delito no ha sido más que el de defender su vida frente a la locura del joven Zabini, puesto que él iba a ser su siguiente víctima.

El Ministro pareció pensárselo unos momentos, para después hablar con voz imperiosa y firme.

–Puesto que, aunque de uso arcaico, está previsto en nuestra ley y en mi autoridad aplicarlo, quede Harry Potter desterrado del mundo mágico. –dirigió una mirada cargada de coraje a James y a Lucius– El proceso que siguen vuestros odios, ahora también me afecta. ¡Decidme cómo voy a enfrentar esta noche a Arthur Weasley, mi colaborador más cercano, mi mano derecha además de amigo, para decirle que su hijo ha muerto a causa de vuestras feroces contiendas¡Pero os aseguro que esta vez el castigo hará que os arrepintáis! Seré sordo a ruegos y disculpas; ni lagrimas ni quejas serán bastantes para reparar lo que hoy ha sucedido, de modo que no las pongáis en práctica. ¡Y más vale que Harry abandone nuestro mundo antes del amanecer de mañana, pues de lo contrario cuando se le encuentre será su última hora¡La clemencia asesinaría si perdonase a los que matan!

Y con estas últimas palabras, Cornelius Fudge tiró furiosamente un puñado de polvos floo en la chimenea del despacho del Director de Hogwarts y desapareció, seguido de su escolta.

ESCENA II

Draco terminó de acomodar algunas prendas y efectos personales dentro de uno de los baúles. Previamente ya había dejado sus utensilios de aseo en el pequeño baño. Cogió su mochila y empezó a sacar los libros de las asignaturas que tenían deberes para presentar el próximo Lunes. Habían acordado que los harían después de la cena y antes de dedicarse a otros deberes más placenteros. Sonrió al pensar que probablemente el Lunes no podría sentarse, pero no le importó. No veía el momento de volver a sentir a Harry dentro de él. De amarle con aquella incontrolable pasión que recién habían descubierto poseía. De pronto sintió pena por su amigo Justin y la desastrosa noche de bodas que le había tocado vivir. ¡Dioses¡Cuando le contara cómo había sido la suya no se lo iba a creer! Aunque por supuesto no iba a darle detalles… Le echó un vistazo a su reloj. Harry tardaba. Sino se daba prisa, no le daría tiempo de recoger lo que necesitara de la Torre de Gryffindor sin llamar la atención y después bajar a cenar a la hora acordada para entrar en el Gran Comedor, aunque no juntos, si al mismo tiempo. Depositó con cuidado tintero y pluma encima de la mesa y dejó también preparados algunos rollos de pergamino.

Por fin oyó la puerta abrirse y se volvió con la intención de reprender dulcemente a su esposo por el retraso. Pero a quien encontró frente a él fue a su padrino, Severus Snape..

–¿Esa inmensa sonrisa es para mí? –no pudo evitar pronunciar con molestia el Profesor de Pociones.

–No, no lo era. –respondió Draco sin dejarse amedrentar por el talante malhumorado del Profesor– Pero también puedo regalarte una, si lo deseas. –y añadió con cierta ironía– ¿Viniste a comprobar si todavía sigo entero?

Otra gran sonrisa iluminó el rostro del joven mientras abrazaba a Severus.

–¡Oh, padrino, jamás pensé que pudiera ser tan feliz!

Severus le devolvió el abrazo sin dejarle entrever todavía su aflicción por la nefasta noticia de la que era portador. Después de todo, recordó con amarga ironía, esos cielos a los que Dumbledore había invocado durante la ceremonia, no habían escuchado.

–Ven Draco, sentémonos. –dijo separando una de las sillas de la mesa– Me temo que las noticias que te traigo vayan a empañar esa felicidad de la que sin duda gozas.

Su ahijado así lo hizo devolviéndole una mirada, al principio, desconcertada.

–¿Mi padre ha descubierto nuestro matrimonio? –preguntó después mientras la sonrisa caía de sus labios y dejaba paso a la preocupación de tener que enfrentarse al enfado de Lucius.

Severus denegó con la cabeza.

–Créeme que ahora mismo esa sería la menor de tus preocupaciones. –le dijo con semblante serio– Ha habido un nuevo enfrentamiento entre Slytherin y Gryffindor.

El Profesor vio como la expresión preocupada en el rostro de su ahijado daba paso a un repentino temor.

–Y esta vez con funestas consecuencias. –continuó con aspereza– Un alumno de cada casa ha muerto… –los ojos de Draco se abrieron con sorpresa mientras su mano empezaba a estrujar nerviosamente la túnica– …Ron Weasley y Blaise Zabini.

Un ahogado no escapó de los labios de Draco al oír el nombre de su amigo. De su hermano en muchos aspectos, ya que ambos eran hijos únicos y habían crecido estrechamente unidos. Dirigió a su padrino una mirada aturdida, todavía negándose a creer que Blaise hubiese muerto, muertas también las palabras en su boca.

Severus exhaló un profundo suspiro antes de continuar.

–Me gustaría poder decirte que esta dolorosa noticia es la única que debo darte. –se levantó, perdiendo al fin la calma que se había prometido mantener por el bien de su ahijado– ¡Pero cómo no¡Si hay malas noticias, un Potter debe estar mezclado siempre en ellas!

Draco alzó el rostro con un movimiento brusco. Sus ojos grises se abrieron en ese momento en una expresión de puro pánico.

–Dijiste… que solo dos alumnos habían muerto… –titubeó apenas sin voz.

Severus asintió, cerrando los puños con fuerza.

–Lo que no te dije, es que Zabini había matado a Weasley. Y que después, Potter vengó la muerte de su amigo, matando a Zabini. El Ministro le ha desterrado bajo pena de muerte si regresa o se le encuentra en el mundo mágico.

Draco sintió que el aire le faltaba. La habitación dio una vuelta completa ante sus ojos, obligándole a cerrarlos y a buscar el apoyo de la mesa para no perder la estabilidad e irse al suelo.

–¿Cómo ha podido? –apenas pronunció– ¿Cómo…?

Sintió las manos de su padrino sostener las suyas, pero aun y así no abrió los ojos, escondiendo el profundo dolor que en esos momentos albergaban. Se aferró a ellas con fuerza, dejando que tranquilizaran las lágrimas que no podía detener. Lágrimas por el amigo muerto. Lágrimas por la traición del ser amado. Lágrimas por el esposo apenas estrenado, recién perdido. ¿Por qué tuviste que darle muerte?, recriminó en silencio, ¿Por qué tuviste que faltar a tu promesa y arrebatarme a mi hermano? A pesar de todo, la respuesta se abría paso a través de su desconsuelo. Porque sabía que Blaise hubiera matado a Harry, de haber podido. Y Harry vivía. Su esposo había defendido su vida y salido airoso. ¿No debería sentirse feliz por ello? Sin embargo, su mente retrocedió a la última frase de su padrino, el Ministro le ha desterrado. La muerte de Blaise era suficiente desgracia, de haberse detenido aquí; pero el refrán que muy bien decía que las desgracias nunca vienen solas se cumplía una vez más, viniendo a retorcer todavía más su pena. Porque si los aurores encontraban a Harry y fatalmente le arrancaban la vida, podían llevarse también la suya, ya que no habría aliento que mantuviese la intensidad de esa pérdida.

–¿Lo saben mis padres? –preguntó, hablando por fin.

–Están aquí. –respondió, esta vez suavemente el Profesor– Pero quise adelantarme a su visita para prepararte. Será mejor que limpies tus lágrimas y vueltas a la sala común. No tardaré en venir a buscarte para que tu madre pueda abrazarte. Está desconsolada.

Draco asintió, limpiando su rostro con la manga de la túnica.

–¿Sabes donde pueda estar mi esposo? –inquirió.

–No, pero el Profesor Dumbledore parece tener alguna idea al respecto. En cuanto los aurores abandonen los terrenos de la escuela, pretende buscarle.

–¡Necesito verle, padrino! –rogó asiendo ansiosamente el brazo de Severus– ¡Necesito que sepa que le amo y no le culpo!

–¡Eres un insensato! –masculló Severus– ¡Este matrimonio fue una insensatez desde el principio¿Por qué nunca nadie me escucha?

–Padrino, te lo ruego… –suplicó Draco al borde de las lagrimas otra vez.

Severus Snape se juró a si mismo que iba a retorcerle el pescuezo a Potter en cuanto le tuviera delante por causar tanto sufrimiento a su querido ahijado.

–¡Esta bien! –claudicó– Te avisaré cuando sepa donde está y sea seguro que le veas. Anda, secas esas lágrimas. –gruñó sin demasiada convicción– Ya tendremos bastante con las de tu madre.

ESCENA III

Las deterioradas maderas crujieron su vejez bajo los cansados pies de Albus Dumbledore. A sus años ya no estaba para doblar su cuerpo por estrechos agujeros, ni bajar pendientes demasiado resbaladizas. Hacia mucho que no recorría aquel pasadizo. Desde los tiempos de Remus, meditó, cuando él, James, Sirius y el malogrado Peter creían que nadie se enteraba de sus correrías durante las noches de luna llena. ¡Quién iba a pensar que lo caminaría una vez más para encontrar al primogénito de uno de ellos, escondido por haber matado a un compañero!

Encontró a Harry sentado en el suelo, rodeado de polvo y mugre. Apenas alzó la cabeza cuando le oyó entrar en la desvencijada habitación. Tenía la vista fija en su varita, que rodaba entre sus dedos, como hipnotizado en ese movimiento. Sus ojos estaban enrojecidos, aunque si vertieron lágrimas, ahora se hallaban secos. El Director hizo aparecer una silla y se sentó, fatigado de cuerpo y alma.

–Te traigo noticias del fallo del Ministro. –habló ante el denso silencio que mantenía su alumno.

–¿Qué menos puede ser que el beso de un dementor? –murmuró éste con desánimo.

–De su boca salió una sentencia más benigna, amparándose en una vieja ley; –dijo el anciano Director, tratando de animar sus palabras– no recibirás el beso, sino el destierro.

–¿Desterrado? –repitió Harry incrédulo, levantando esta vez el rostro hacia el viejo Profesor, no sabiendo si alegrarse o gritar de impotencia.

–Desterrado del mundo mágico. –confirmó Dumbledore con un suspiro– Pero ten paciencia, que el mundo es vasto y espacioso.

Harry negó con la cabeza, mesando sus cabellos con desesperación.

–Fuera del mundo mágico no existe mundo, sino vacío. –gimió levantándose– ¡Estar desterrado de aquí es estar desterrado del mundo y el destierro del mundo es la muerte!

–No seas ingrato, Harry. –le recriminó Dumbledore– Según nuestras leyes deberías morir. Pero el Ministro se ha sentido generoso y, entre tú y yo, torciendo algo la ley, ha cambiado tu negro futuro en destierro. Así que más te valdría agradecerle el inmenso favor.

–¿Favor¡El mundo está donde esté Draco¡Lejos de él no hay vida! –gritó exasperado, con el rostro enrojecido y crispado– Más me hubiera valido que una maldición mortal me alcanzara, o aun que un simple cuchillo atravesara mi corazón antes que tener que morir lentamente de "destierro".

–¡No seas loco, Harry! –le reconvino el Director nuevamente– Oye siquiera una palabra.

–Si la palabra es destierro... –se mofó él, sarcástico.

–La palabra es esperanza. –cortó Dumbledore en tono firme– Te ayudará a tener paciencia ante esta adversidad. A confiar en el futuro.

–Pues a no ser que la esperanza sea capaz de crear un Draco, transportar de sitio todo un mundo o revocar la sentencia de un Ministro, de nada me sirve. –respondió terco.

–¡No hay más sordo que el que no quiere oír! –se lamentó el Director con impaciencia– Déjame decirte que...

–¡Ud. no puede hablar de lo que no siente! –se revolvió Harry– Tal vez si fuera joven como yo y el objeto de su amor el hombre más dulce que jamás hubiera conocido; si llevara casado apenas un día y hubiera tenido la desgracia de tener que matar al mejor amigo de su esposo; si como yo amara con delirio y en igual forma fuera correspondido,... ¡entonces podría hablar!

–¡Silencio! –ordenó Dumbledore de repente mirando hacia la puerta– He oído un ruido... pasos. ¡Escóndete¡Rápido!

En lugar de obedecer, Harry se dejó caer sentando en el suelo con absoluto desánimo.

–De que serviría... –musitó– ...acabemos cuanto antes...

–¡Levántate, insensato! –le acució el Director agarrándole inútilmente de un brazo– ¿Prefieres, entonces, que te prendan?

La madera crujió en ese momento justo detrás de la puerta y Dumbledore se volvió hacia ella, varita en mano, dispuesto a defender a su cabezota y desatinado alumno. Por suerte, fue la negra túnica del Profesor de Pociones la que apareció en el umbral, culminando en un rostro cetrino y malhumorado.

–¡Severus! –exclamó el Director con alivio.

–¿Se encuentra Potter con Ud.? –preguntó Sanpe, directo al grano.

–Allí en el suelo –señaló el anciano, apartándose– envuelto en lágrimas y estupidez, si me preguntas.

–¡Justo igual que el otro! –se lamentó Severus–¡Llorando y gimiendo; gimiendo y llorando! –se paró frente al joven sentado todavía en el mugriento suelo– ¡Levántese, Potter¡Póngase en pie como un hombre!

–Profesor... –murmuró Harry al darse cuenta de la presencia del padrino de su esposo, irguiéndose a toda prisa.

–¡A lo hecho, pecho, Potter¡De nada sirve lamentarse ahora! –le reprendió su Profesor con dureza.

–¿Y Draco¿Cómo está¿Me odia¿Me tacha de asesino? –preguntó Harry ansioso, bebiendo cada pequeño cambio de expresión en el adusto rostro, intentando adivinar la respuesta.

–¡Debería! –refunfuñó Snape– Más su juicio debe estar tan fundido como el suyo, ya que me ha pedido que le haga saber que... le ama y no le culpa.

–¡Dioses misericordiosos! –exclamó Harry cerrando los ojos y dejando escapar un profundo suspiro.

–¿Lo ves, mago descreído? –le recriminó Dumbledore, intercambiando miradas de entendimiento con el Profesor de Pociones– Draco, por cuyo amor temías, sigue amándote, por lo cual eres afortunado; Zabini quería matarte y tú le mataste, en lo que a pesar de la desgracia, eres afortunado; la ley, en lugar de muerte conmuta tu pena en destierro, en lo que también has sido afortunado, Harry. Así que deja tus lamentaciones a un lado y agradece tu fortuna.

Ahora la expresión en el rostro de su alumno parecía más conforme, poco a poco convencido de que, dentro de su desdicha, tal vez la suerte había decidido no abandonarle del todo.

–Draco se encuentra ahora en su casa. –habló entonces Snape– Sus padres han obtenido mi permiso para llevárselo y asistir al sepelio de su amigo. Seguramente permanecerá allí hasta las vacaciones de Navidad, para las que falta apenas una semana y volverá a la escuela después de Año Nuevo. Lo cual espero sea tiempo suficiente para que se tranquilice. –dejó escapar un resoplido de resignación– Así que, le ayudaré a entrar en sus aposentos, Potter, para que pueda despedirse.

Los ojos de Harry brillaron nuevamente, esperanzados, iluminado su rostro por una sonrisa, impensable tan solo minutos antes.

–Anda, ve a casa de tu amado y consuélale. –le dijo Dumbledore dándole unos cariñosos golpecitos en el hombro– Pero mira de no entretenerte hasta después del amanecer, plazo que el Ministro ha dado para que abandones el mundo mágico. –Harry asintió– Esperarás en Edimburgo, –depositó en la mano de su alumno una llave– donde permanecerás hasta que hallemos ocasión favorable de hacer público vuestro matrimonio, reconciliar a vuestras familias, obtener el perdón del Ministro y llamarte para que puedas regresar.

Harry volvió a asentir, sintiendo su ánimo más firme ante la perspectiva de ver a Draco, animado por las confiadas palabras del Director. Sólo Snape fruncía el ceño, convencido de que era demasiado optimismo conseguir tantas cosas a la vez.

–¡Vamos Potter, no se entretenga! –instó a su alumno con impaciencia.

Y por primera vez, Harry le hizo caso sin importarle el tono.

–Y recuerda, –le detuvo Dumbledore por última vez– de esto depende toda tu vida: o te pones en camino antes del amanecer o sales disfrazado con algún hechizo de apariencia al despuntar el día. Dispón de mi casa como si fuera tuya. –continuó señalando la llave en su mano– Te haremos llegar noticias de todo cuanto aquí suceda, no te preocupes. ¡Anda¡Ve!

ESCENA IV

A pesar de ser bien entrada la madrugada,en el inmenso salón crepitaba un fuego aún vivo, iluminando las caras de las tres personas sentadas frente a él. El matrimonio Malfoy lucía rostros taciturnos, recién llegados de la mansión de los inconsolables Zanibi, a los que habían estado acompañando tras el funeral de su hijo. Lord Voldemort estaba serio, acorde con el ánimo de sus anfitriones. Aunque el motivo que había suscitado su visita era de otra naturaleza, había creído prudente acompañarles a casa del finado y prestarles su silencioso apoyo moral en aquellas dolorosas momentos. Tal como si la familia que acompañaba fuera pronto a ser la suya.

Porque su deseo por Draco era cada día más urgente. Quería hacerle su esposo cuanto antes, temeroso de que el joven fijara sus ojos y sus anhelos en otro. Y sabiéndole el ojito derecho de su padre, no estaba muy seguro de que Lucius no admitiera a otro pretendiente que no fuera él, si así su hijo se lo solicitaba. Draco era un joven hermoso, con una exquisita educación, heredero de una de las familias más antiguas y nobles del mundo mágico. No era descabellado pensar que otros hubieran puesto sus miras en él y no tardaran en hacer saber sus pretensiones a su padre. Y aunque no dudaba de que nadie podría igualar la fortuna y la posición que él podía ofrecer, no era cuestión de dejar ningún cabo suelto al destino, ya de por sí caprichoso. Así que, so pena de enfrentar la cuestión en mal momento, se había presentando en el hogar de los Malfoy tal como tenía ya previsto antes del fatal suceso, con la intención de averiguar los sentimientos que había despertado en el joven Draco tras el baile.

–Debido a su asistencia a Hogwarts y a los lamentables sucesos ocurridos últimamente, querido Tom, no ha habido tiempo para convencer a nuestro hijo. –habló Lucius sinceramente– Draco le tenía mucho afecto a Blaise, al igual que Narcisa y yo. –ésta asintió entristecida– Por desgracia, todos hemos nacido para morir. –se lamentó, para concluir después– Draco no bajará esta noche. Está demasiado afectado todavía.

–Comprendo que estos instantes de dolor, no den lugar a galanteos. –se avino Lord Voldemort resignado– Así que me retiro. Os agradeceré que os despidáis de Draco en mi nombre.

–Así lo haremos. –prometió Narcisa, levantándose al igual que su esposo para acompañarle– Mañana por la mañana hablaré con él y averiguaré cuales son sus sentimientos.

Lord Voldemort le dirigió una engatusadora sonrisa de agradecimiento.

–No te preocupes, Tom –le tranquilizó Lucius, pasando un brazo sobre sus hombros, un gesto que ya de por sí decía mucho– Me atrevo a responderte del amor de mi hijo. Draco siempre ha sido afectuoso y obediente y creo que en todo, se dejará gobernar. Más te diré, no lo dudo. –afirmó muy seguro, incapaz de prever que no pudiera ser así– Narcisa irá a verle antes de acostarse –ella asintió, ahora sonriente– y le dará cuentas del amor que sientes por él y de nuestro deseo de que la boda se celebre... ¿qué día es hoy? –preguntó dudoso.

–Lunes, –respondió Lord Voldemort– 18, para ser exactos.

¡Lunes! Bien, este fin de semana sería demasiado pronto... –rumió Lucius– ...dejemos pasar la Navidad y celebremos la boda antes de Año Nuevo. ¿Estarás preparado para ese día? –Voldemort afirmó rotundamente, procurando sujetar su alegría– No habrá una gran celebración, ya que tan cercana la muerte de Blaise, podría pensarse que no compartimos el dolor de los Zabini. De modo que sólo asistirán media docena de amigos y la familia más cercana. –Lucius sonrió– Entonces¿el sábado 30? –preguntó alzando aristocráticamente su ceja.

–¡Ojalá fuera sábado mañana! –respondió Voldemort sin poder reprimir ya su contento.

–Sea entonces el sábado. –sentenció Luciuis con un apretón de manos.

Y Lord Voldemort desapareció entre las llamas esmeralda de la chimenea de sus futuros suegros, satisfecho de haber conseguido lo que había ido a buscar y más deseaba.

ESCENA V

La habitación estaba sumida en el silencio. Los dos jóvenes en la cama permanecían abrazados, agotando los últimos momentos que les quedaban para estar juntos. Apurando los minutos de un amor que no sabían cuándo podrían volver a disfrutar; de unas caricias que tardarían en volver a prodigarse; de unos besos cuya falta secaría sus labios durante demasiado tiempo.

Habían hecho el amor como si verdaderamente la ocasión no fuera a repetirse, envueltos en un sentimiento de fatalidad que atenazó cada gemido y se escondió en cada jadeo. Se habían bebido el uno al otro tratando de guardar el sabor de la esencia del amante en su boca; de grabar en piel propia la dulce caricia depositada por la otra piel; de conservar en su memoria la expresión de éxtasis en el rostro amado cuando el placer sacudió sus cuerpos. Intentando ignorar, a pesar de todo, el dolor que se agazapaba en los fondos gris y verde de sus miradas.

Harry sentía la respiración tibia, falsamente sosegada, que batía contra la suya tratando de reprimir el impulso de dejar escapar un sollozo. La mano que se cerraba sobre su brazo, apretaba sin ser apenas consciente de su propia crispación, clavando las uñas en su carne, pero ese dolor le confortaba. Draco le había amado fundiendo su nívea piel con la suya, transpirando por cada poro aquel deseo profundo de atrapar para siempre el instante en que fueron uno; de no dejarle escapar, reteniéndole en la acogedora calidez de su cuerpo. Había sentido sus lágrimas humedecerle la piel y esta vez, no había sido capaz de encontrar palabras, las que fueran capaces de prodigarle consuelo.

Draco se sobresaltó al sentir el pequeño movimiento de Harry bajo su abrazo, como si tuviera intención de levantarse y alzó la cabeza del pecho donde reposaba para buscar con ojos temerosos el horizonte que se divisaba a través de las cortinas abiertas del balcón.

–¿Quieres marcharte, ya? –preguntó con el corazón encogido– Aun no ha despuntado el día...

Harry inclinó ligeramente la cabeza para depositar un suave beso en sus labios.

–Casi amanece... –susurró tras contemplar contrariado la tenue luz que comenzaba a apuntar tras las copas de las acacias que se divisaban tras los cristales.

Siguió deslizando despacio sus dedos por el sedoso pelo rubio, mientras su corazón empezaba a acelerar sus latidos ante la inminencia de la partida.

–No, te equivocas. –trató de convencerle y convencerse a sí mismo Draco– Aquella claridad lejana no es la luz del día, lo sé, créeme amor. No tienes necesidad de marcharte todavía.

Harry sonrió con dulzura y acarició tiernamente la suave mejilla, todavía húmeda.

–Tienes razón, amor. Aquel resplandor grisáceo no es la luz de la aurora sino de la luna, que ha engañado mis ojos, deslumbrados por los tuyos. –accedió, sintiendo flojear su voluntad ante la plata líquida que goteaba su angustia frente a él– Me quedaré, si es lo que deseas.

Tras unos instantes, Draco se incorporó abandonando el calor del cuerpo de su esposo, irguiendo su generosa desnudez ante los ojos que jamás se saciarían de contemplarle.

–¿Qué te pasa, vida mía? –preguntó Harry– Ven, recuéstate a mi lado. Aún no es de día…

Pero Draco negó con la cabeza, vistiendo su rostro de una determinación nueva, nacida del temor a perderle si se empeñaba en mantenerle egoístamente a su lado. Estaba dispuesto a afrontar el reto de la separación con la entereza de su linaje. A dejarle marchar sin derrumbarse. Era un Malfoy después de todo.

–Márchate. –dijo suavemente, reflejando esa entereza en la sonrisa que endulzó sus labios– Esperaré tu regreso hasta que las circunstancias nos seas propicias.

Harry le abrazó, escondiendo el rostro en su pálido pecho. Draco meció a su esposo durante unos instantes, revolviendo con sus dedos las negras hebras, indomables como su dueño.

–No sufras por mí. –continuó– Yo estaré bien. Tendré estos momentos para recordarte y hacer más llevadera mi espera. –tomó el rostro de Harry entre sus manos y le besó con ternura– Guardaré tu mirada y el sabor de tus labios. –se apartó para alcanzar la arrugada camisa a los pies de la cama y empezar a vestirle– Mis manos sentirán tu piel cada vez que te evoque y tu olor envolverá mis sentidos cuando me abandone sobre esa almohada. –abrochó el último botón, tras lo cual buscó los pantalones, en el suelo junto a la cama y le dio un cariñoso empujón a Harry para que se tumbara y le dejara ponérselos– Mi cuerpo vivirá del recuerdo de tu carne caliente en él, hasta que por fin vuelvan a encontrarse. –subió la cremallera, abrochó el botón y después se inclinó sobre su esposo, quien dócil, se dejaba hacer y seguía embelesado cada uno de sus movimientos, apurando cada una de sus palabras– Pero mi corazón no latirá hasta que tu regreses y lo hagas revivir. Y para eso, tu tienes que vivir también. –sus ojos iluminaron la sonrisa más seductora que Harry jamás le había visto esbozar– ¿Vivirás por mi, Harry?

–Viviré. –jadeó el Gryffindor derrumbándole sobre él, arrebatando sus labios en un apasionado beso.

Apenas unos segundos pudieron saborearse, ya que la voz estridente de Daphne, alertó a los amantes.

–¡Joven amo¡Joven amo!

La pequeña elfina irrumpió en la habitación despavorida y al darse cuenta de lo que había interrumpido, tentada estuvo de encaminarse hacia la cómoda más cercana y darse unos cuantos cabezazos. Pero por una vez, el sentido común se impuso y la devoción que sentía por Draco y el que ahora era su esposo, la obligó a recordar el porqué de su inesperada interrupción.

–¡Joven amo, vuestra madre se dirige a vuestra habitación!

Ambos jóvenes se levantaron de un salto y Harry buscó apresuradamente sus zapatos por debajo de la cama.

–¡Daphne, su escoba! –apremió Draco, sorprendido por aquella visita tan temprana, mientras empujaba ya a su esposo hacia el balcón– ¡Deprisa, Harry, deprisa!

El Gryffindor le abrazó por última vez, antes de montar en su escoba.

–Te enviaré a Hedwing para que me hagas llegar noticias. –dijo besándole apresuradamente– Te amo, Draco.

–Te amo, Harry. ¡Vete ya!

Y cerró el balcón justo en el momento en que Narcisa abría la puerta de su habitación tras un leve toque.

–Buenos días, hijo mío. ¿Estás ya levantado?

Narcisa alzó levemente sus finas cejas al percibir inmediatamente el poco común estado de agitación en que parecía encontrarse su hijo. Sus mejillas, normalmente pálidas, tenían un tono sonrojado poco habitual y sus ojos seguían enrojecidos. Puso la mano en su frente, en busca de temperatura, aunque él la apartó con delicadeza, algo incómodo al sentirse tratado como un niño.

–¿Te encuentras bien, Draco? –preguntó de todas formas, preocupada.

–No demasiado. –reconoció, sin que ello fuera mentira.

Su madre dejó escapar un suave suspiro, sentándose en la cama junto a él.

–¿Sigues afligido por la muerte de Blaise? –inquirió.

–Sigo llorándole en privado, ya que en público no me está permitido demostrar el dolor que por él siento, madre. –respondió él, algo brusco.

–Un sentimiento moderado –le aleccionó Narcisa– revela amor profundo; en tanto que si es excesivo, indica falta de sensatez.

–No obstante, –rebatió Draco sin enfrentar todavía los escrutadores ojos de su madre– deja que siga llorando su pérdida.

Narcisa meneó la cabeza con desaprobación.

–De ese modo sentirás la pérdida, pero no al amigo por quien lloras. –dijo.

–Pues sintiendo así su pérdida, no puedo por menos que llorar siempre al amigo. –respondió él, cansado del juego de palabras.

Sin embargo, su madre pareció darse por vencida.

–Comprendo, cariño. –dijo– Lloras no sólo por su muerte, sino porque vive todavía el infame que le asesinó. –Draco apretó imperceptiblemente los labios– Pero no te preocupes, Draco. –aseguró en tono frío y firme– Tomaremos venganza a su debido tiempo.

Draco observó a su madre reprimiendo la profunda inquietud que sus últimas palabras le causaron.

–Pero no hablaremos de eso ahora. –continuó Narcisa en otro tono más festivo– Porque te traigo magníficas noticias, Draco. Noticias que alegrarán tu corazón y lo aliviarán de su tristeza.

Draco miró a su madre con recelo, sin comprender como en tan poco espacio de tiempo podía haber sucedido algo que disipara la pena que las consecuencias del enfrentamiento entre Gryffindor y Slytherin había provocado. Además, no había nada en ese momento que pudiera aliviar su corazón del vacío que sentía tras la partida de Harry.

–Tu padre y yo hemos considerado que ya es hora de secar tus lágrimas y salir de esta desolación en la que te has sumido. Y que mejor que una gran alegría, para sustituir una pena profunda.

Draco, cada vez más intrigado, esperó con paciencia a que su madre dejara de dar rodeos y soltara por fin la fabulosa noticia.

–Hoy tu padre ha acordado la fecha de tu matrimonio con Lord Voldemort. –habló con una sonrisa menos comedida de lo que era habitual en ella– El día 30, justo antes de Año Nuevo. ¡Oh, Draco¡En poco más de una semana serás un feliz esposo! –acabó entusiasmada.

Draco parpadeó dos veces y apretó sus finos labios en un pequeño rictus. Sus ojos helaron la plata de sus iris en una mirada incrédula. Elevó después su rubia ceja, casi blanca, en un mudo gesto que sería cuanto se permitiría físicamente expresar, reprimiendo el estremecimiento que amenazaba con sacudir su cuerpo, agotado en una mezcolanza de pena, amor y sueño. Tal como le había recomendado siempre su padre, había que pensar dos veces las cosas antes de decirlas. Porque una vez dichas, ya no tenían remedio. El caso era que él las había pensado tres veces y tantas otras las palabras que acudieron a su boca fueron las mismas.

–Lord Voldemort no hará de mí un feliz esposo, madre. –dijo en aquel tono que le habían enseñado a expresar todo y nada– Me extraña su prisa y que me haya de casar con quien no he tenido siquiera un corto noviazgo que me permita conocerle. Te ruego que le digas a mi padre que no quiero casarme todavía. Y que de hacerlo, desposaría antes con Potter, a quien supondrás que odio, antes que con Lord Voldemort.

La sonrisa murió en los labios de Narcisa, para dejar paso a una seriedad producto de la incomprensión, de la sorpresa también. Jamás Draco le había respondido con un rechazo tan cerrado. Casi se sintió aliviada cuando su esposo entró inesperadamente en la habitación, motivado por el deseo de averiguar por si mismo como había sido acogida la grata noticia.

–Bien, aquí está tu padre. –le dijo– Díselo tú mismo, a ver como se lo toma.

Lucius avanzó hasta ellos con una leve sonrisa en sus labios, esperando encontrar a Draco feliz y emocionado y ver desaparecer por fin esas ojeras de tristeza que rodeaban permanentemente sus ojos desde que había perdido a su amigo.

–¿Se lo has dicho? –preguntó a su esposa en tono satisfecho.

Si, –suspiró Narcisa con afección – pero no quiere.

Su mirada gris se trasladó de su esposa a su hijo, perdiendo en el camino su brillo complacido para acabar en duro acero.

–¿Que significa que no quieres? –preguntó en un tono más bien amable, nada que ver con la frialdad de su mirada en ese momento– Deberías sentirte orgulloso de que mago tan notable te desee como esposo, Draco. Y agradecido de que tu madre y yo nos hayamos preocupado por asegurar tu futuro, a la vez que deseosos de proporcionarte un motivo de alegría y verte por fin libre de esta depresión que te envuelve desde la muerte de Blaise.

–Y yo os lo agradezco padre. –respondió Draco levantándose y situándose frente a él, intentando no desafiarle– Sé que lo habéis hecho con buena intención, no lo dudo. Pero no puedo sentirme orgulloso de lo que aborrezco y no dudes tú tampoco de que eso es lo único que siento por ese hombre.

Lucius miró a su hijo intentando contener el enojo que empezaba a corroerle. Al igual que Narcisa, jamás habría esperado semejante respuesta. Aquel matrimonio era perfecto para los Malfoy y Draco tendría que darse cuenta de que unirse a Lord Voldemort satisfaría ampliamente su futuro y sus intereses. Además, había dado su palabra. Y so pena de caer en la más ignominiosa deshonra, no podía retirarla. Pero sobretodo, le disgustaba verse reflejado en aquella acusadora mirada, fría y gris como la suya y el sentimiento que empezaba a embargarle de estar obligando a su hijo a hacer algo que le disgustaba, por lo que trató de sujetar su enfado y hacerle comprender sus motivos.

–Tienes ciertas obligaciones con esta familia, Draco. –le recordó– Nuestra sangre no puede mezclarse con la de cualquiera. Nuestro linaje es uno de los sangre pura más antiguos del mundo mágico. Y a la hora de buscar consorte, nuestras posibilidades son más bien limitadas.

Narcisa asintió en silencio, apoyando las palabras de su marido.

–No le amo. –insistió Braco.

Lucius ignoró su argumento.

–Desde que naciste, mi objetivo ha sido siempre darte lo mejor, Draco. –continuó– He trabajado y me esforzado por conseguir el bienestar de esta familia. El tuyo. Porque junto a tu madre, eres lo más importante para mí. Jamás te ha faltado de nada y has conseguido de mi cuantos caprichos se te han antojado. Y no te lo reprocho, porque te los he concedido con sumo placer Te hemos educado con el mayor esmero, conforme a tu condición, facilitándote cuantos medios hemos considerado necesarios para ello.

Lucius observó satisfecho que sus palabras empezaban a causar mella en el joven, ya que había bajado la vista y así se mantenía. Tomó a su hijo de los hombros y le obligó a mirarle.

–Lord Voldemort es el mejor partido que jamas hayas podido soñar, Draco. Y sabes que yo jamás te entregaría a un hombre en el que no tuviera depositada toda mi confianza. Lo sabes¿verdad?

–Si, padre. –musitó.

Lucius sonrió más tranquilo al ver que, como esperaba, su hijo estaba recapacitando y abandonando su obstinación.

–Te ama y está dispuesto a buscar tu felicidad. Y si tú no le amas todavía, no debe preocuparte. –le aseguró– Porque el roce hace el cariño y hacia el amor solo hay un paso.

Draco asintió en silencio. Dejó que su madre le abrazara y le besara y segundos después el matrimonio abandonaba la habitación, aliviado de haber conseguido su conformidad, aunque fuera resignada.

Una vez solo, el joven se derrumbó sobre el lecho y escondió el rostro entre las manos. Estaba atrapado y lo sabía. No lloró, porque ya no le quedaban lágrimas. El corazón, que aquella madrugada había sentido ligero en brazos de su amante, ahora se retorcía en una dolorosa opresión. A su lado, la elfina sollozaba la tristeza que su joven amo ya no era capaz de expresar. Draco alzó el rostro y después acarició la pequeña mano que temblaba sobre sus rodillas. Su mirada mudó en borrasca, cielo gris encapotado de tormenta.

–Iré a ver a mi padrino, Daphne, –le dijo con determinación– con la esperanza de que encuentre una solución a mi problema. Y si él también fracasara, no me faltarán arrestos para acabar con mi desgracia.