Disclaimer: Los personajes son de Rowling y la historia de Shakspeare... o sea que lo divertido ha sido mezclarlo. Por supuesto, no recibo otra gratificación que vuestros reviews.

CAPITULO IV

ESCENA I

Albus Dumbledore observó al hombre sentado frente a él con falsa calma. Desde el momento en que Lord Voldemort había anunciado su visita, había presentido que lo que fuera que llevara a su antiguo alumno a Hogwarts, no podía ser nada bueno. Y no se había equivocado.

–Sin duda me honra que desees que sea yo quien celebre la ceremonia, Tom. –habló el Director en tono amable– Pero¿el próximo sábado¿No crees que es muy precipitado?

–Tal es la voluntad de Lucius. –respondió Voldemort– Y no seré yo quien le contradiga. –acabó con una sonrisa de contenida satisfacción.

–Perdona mi insistencia. –perseveró Dumbledore demostrando cierta extrañeza– Pero no recuerdo que Lucius comentara nada sobre que su hijo estuviera comprometido. Ni siquiera el propio Draco ha hecho mención alguna de ello.

Voldemort puso entonces cara de circunstancias y negó con expresión afligida.

–Lucius está muy preocupado por Draco. –explicó– Desde la muerte de su amigo Blaise, se encuentra en un preocupante estado depresivo. Aunque, por supuesto, le agradeceré que no comente nada. Ya sabe cuán reservados son los Malfoy con sus cosas.

Dumbledore asintió, dando a entender que también conocía esa particularidad de la familia.

–Lucius juzga peligroso que se abandone a tanta tristeza. –prosiguió Voldemort– Y para detener el curso de la depresión que le ronda, ha creído prudente acelerar nuestro matrimonio, dándole de este modo un motivo que le obligue a volver a encarar la vida con alegría.

Pedante, afirmó Dumbledore mentalmente, mientras sonreía con placidez. Si de algo estaba seguro en ese momento el anciano Profesor, era de que el heredero de los Malfoy no debía estar sintiendo precisamente alegría ante la noticia de aquel inesperado matrimonio.

–Entonces, sea el sábado, si así lo desea Lucius. –se avino sin encontrar ninguna otra razón que pudiera ser dicha abiertamente para retrasar el enlace.

Lord Voldemort se levantó de su silla exhalando un irreprimible aire de satisfacción por todos sus poros, ignorante de que la sonrisa que asomaba a los labios de su ex mentor encubría una profunda desazón. Ambos hombres caminaban hacia la puerta del despacho, mientras al Director de Hogwarts no le quedaba más remedio que reiterar sus felicitaciones por tan dichoso acontecimiento, cuando ésta se abrió inesperadamente dejando paso al joven motivo de su conversación.

El repentino encuentro hizo que el estómago de Draco diera un vuelco, conmocionado por encontrarse frente a frente con su futuro esposo tan de improviso. De hecho, no le había vuelto a ver desde la noche del baile de agosto. Y después, tan solo unos momentos durante el sepelio de Blaise. Ni siquiera habían hablado. La expresión preocupada y nerviosa del joven mudó inmediatamente a otra más fría y distante que daba pocas facilidades a la conversación.

–¡Draco, amor mío¡Qué inesperado placer verte aquí! –Lord Voldemort tomó la mano del joven y la besó con vehemencia– Me alegra comprobar que te encuentras mejor.

Draco hizo un leve gesto de asentimiento y retiró su mano con premura. Había estado evitando a Voldemort durante toda la semana. Desde el mismo día en que sus padres le habían comunicado el "feliz" acontecimiento, Draco había estado poniendo excusas para no verle. Incluso la vigilia y el día de Navidad se había quedado en sus habitaciones, fingiéndose enfermo para no tener que bajar a compartir cena y comida con aquel hombre que le desagradaba tan profundamente.

–He venido a ver a mi padrino. –dijo dirigiéndose al Director e ignorando a su prometido– Pero no le he encontrado en su despacho y necesito hablar con él con urgencia.

Sin embargo, Lord Voldemort no era hombre que se dejara ignorar fácilmente.

–Vienes a invitarle a nuestra boda... –asumió– ...y a abrirle tu corazón sin duda. Sé por tus padres cuan unido estás a tu padrino, amor mío.

El joven apenas pudo ocultar una mueca de fastidio bajo su angelical sonrisa.

–Al parecer soy un libro abierto para ti, Tom. –dijo con fingida dulzura.

El hombre dedicó a Dumbledore una mirada de satisfacción. Si en algún momento el anciano había dudado de su relación, ahí estaba.

–¿Le contarás que me amas? –preguntó Lord Voldemort volviendo a apoderarse de su mano.

–Le contaré que amo. –respondió Draco intentando retirarla nuevamente.

Sin embargo, no pudo evitar que su prometido la besara con devoción. Ante la incomodidad del joven y harto ya de soportar la arrogancia del futuro suegro de los Malfoy, Dumbledore decidió que había llegado el momento de intervenir. Tomando a Draco por los hombros, le apartó sin mucha preocupación de su prometido, dejando a éste con los labios al aire.

–Te acompañaré a buscar a Severus. Ahora que lo recuerdo, me mencionó algo de ir a Londres para comprar ingredientes. Si no nos damos prisa, no le alcanzarás. –dirigió una mirada risueña a su antiguo alumno– Estoy seguro de que Tom lo entenderá.

–Por supuesto. –respondió éste algo molesto– Nos vemos dentro de dos días, Draco.

Este hizo un leve movimiento de asentimiento y vio aliviado como su prometido desaparecía tras la puerta del despacho del Director. Una vez solos, Dumbledore suspiró audiblemente y dijo:

–Sal, Severus. –y dirigiéndose a Draco aclaró– Quería que tu padrino escuchara la conversación con Tom sin ser visto. No me equivoqué al pensar que no traía nada bueno.

Snape deshizo el hechizo desilusionador que le había ocultado hasta este momento. En cuanto su ahijado le vio, corrió a sus brazos y estalló en sollozos.

–¡Oh, padrino¿Qué voy a hacer¡Mis padres pretenden que me case con él el sábado, dentro de dos días!

Lo he oído. –dijo Severus con enojo– ¡Maldito Lord!

–¡Tienes que ayudarme, padrino! –rogó su ahijado con desesperación– ¡Tienes que encontrar una solución! –separó su rostro bañado en lágrimas de la negra túnica para asegurar con determinación– ¡Estoy dispuesto a acabar con mi vida antes que desposarme con él!

Severus intercambió una mirada de preocupación con el Director de Hogwarts.

–No hay que ser tan fatalista, Draco... –intentó hacerle razonar Dumbledore.

Pero el joven negó con la cabeza.

–Los dioses unieron mi corazón al de Harry; –dijo– Ud. mismo enlazó nuestras manos. Y antes que serle desleal, encontraré la manera de poner fin a todo esto.

Severus bufó con impaciencia.

–¡Detén tanta idea suicida, Draco! –le ordenó con acritud– ¡Nadie va a morir aquí! –y añadió tras unos segundos de vacilación– No de forma definitiva, al menos.

Su ahijado parpadeó, sin entender. Pero por la expresión de su rostro, Draco comprendió que algo empezaba a trazarse en el astuto cerebro de su padrino.

–¿Que... qué has pensado? –preguntó esperanzado.

También Dumbledore miró a su profesor de forma interrogante.

–Es una solución desesperada, –explicó– acorde con la situación misma. Si como parece tienes los arrestos suficientes como para quitarte la vida antes que casarte con Lord Voldemort, quizás te arriesgarás a un simulacro de muerte que evite tal deshonra.

Draco no lo dudó un solo momento.

–Estoy dispuesto a cualquier cosa antes que casarme con Voldemort. –reiteró con un nuevo brillo de confianza en sus ojos.

–¿Qué propones, Severus? –preguntó Dumbledore a su vez.

Severus enfrentó la anhelante mirada de su ahijado con semblante serio.

–Dentro de un rato volverás a casa, –le dijo– y te mostrarás alegre y feliz por este matrimonio. Mañana, que es viernes, procurarás quedarte solo en tu cuarto sobre las nueve, librándote incluso de esa loca elfina que tienes por sirvienta. –Draco hizo una pequeña mueca– Cuanto te acuestes, tomarás la poción que después prepararé. Hasta la última gota. –Draco asintió, atento a cada palabra– Inmediatamente correrá por tus venas un flujo frío y letárgico, que amortiguará tu aliento vital. Cesará de latir tu pulso y tu cuerpo quedará sin fuerza ni calor. Tu vida parecerá acabada y el color de tus labios y mejillas se marchitará hasta quedar pálido como ceniza. Tus ojos se cerrarán, como cuando los cierra la muerte a la luz de la vida. Tus miembros, privados de toda flexibilidad, se mostrarán yertos y rígidos como los de un cadáver. Todo patentizará que has muerto. Y en tal apariencia permanecerás cuarenta y dos horas, despertando después como de un plácido sueño.

Obitus Compendiarius –murmuró Dumbledore para sí, comprendiendo.

–La mañana del sábado, –continuó Sanpe asintiendo al murmullo del Director– cuando tu elfina venga a despertarte, te hallará muerto. Entonces, como es costumbre, tras la ceremonia el féretro será depositado en la cripta de los Malfoy descubierto, para ser cerrado pasados los tres días de rigor. Entre tanto, y antes de que tu despiertes –dirigió la mirada hacia el Director de Hogwarts– el Profesor Dumbledore informará a Potter de nuestro plan y le hará venir. Él y yo velaremos juntos tu despertar hasta que vuelvas a la vida. Y esa misma noche Potter te llevará con él a Edimburgo.

Severus dirigió a su ahijado una mirada penetrante.

–¿Crees que serás capaz, Draco? –preguntó.

Los ojos de su ahijado brillaron con una nueva luz. La de la esperanza.

–El amor que siento me dará la fuerza necesaria, si acaso flaqueara. Cosa que no sucederá. –aseguró.

Y abrazó a su padrino con un profundo agradecimiento.

ESCENA II

Lucius repasó cuidadosamente la lista de nombres del pergamino que tenía ante él, comprobando a la vez uno por uno los nombres pulcramente escritos de su puño y letra en los sobres ya cerrados y lacrados. Cuando terminó la meticulosa verificación convocó a su elfo personal.

–Deben ser entregados en mano Tweky. –le ordenó– Y asegúrate de volver con la confirmación de todos y cada uno de ellos antes del mediodía.

El elfo hizo una pequeña reverencia y desapareció con un pequeño "plop".

–¡Daphne! –gritó seguidamente Lucius.

La pequeña elfina apareció inmediatamente.

–¿Ha vuelto mi hijo de visitar a su padrino? –preguntó.

–He vuelto, padre.

Desde la puerta, Draco esbozaba aquella sonrisa genuina y espontánea que Lucius había echado de menos durante las últimas semanas. Abandonó su mesa de despacho para salir al encuentro de su hijo, aliviado de reconocer en su mirada ese punto de vivaz alegría que reservaba para la intimidad en familia.

–Me alegro de verte tan contento, hijo. –dijo abrazándole– Sin duda te sientes mucho mejor.

–Así es. –confirmó Draco.

–¿Y qué cuenta Severus? –preguntó su padre.

–Que está deseando asistir a la boda de su ahijado. –mintió él.

–Como no ha de ser de otra forma. –sentenció Lucius, que no cabía en si de alegría al creer toda la reticencia del joven resuelta– ¡Hay mucho que preparar todavía!

Draco asintió y siguió forzando la sonrisa en sus labios.

–Hace apenas un rato Tom ha estado aquí para confirmar que Albus Dumbledore ha aceptado celebrar la ceremonia. –siguió hablando Lucius con satisfacción– Y creo que tu madre tiene ya las túnicas de boda que le había pedido a Madame Malkin para que elijas la que más te agrade. –y añadió con un guiño– Por las exclamaciones de entusiasmo que le he oído desde aquí, creo que no lo vas a tener fácil.

–Entonces, será mejor que suba a ver... –dijo Draco encaminando ya sus pasos hacia la puerta.

–Draco...

El joven se detuvo y miró a su padre con toda la serenidad de la que fue capaz.

–Tu madre y yo te queremos, lo sabes¿verdad hijo? –dijo Lucius tomando a su hijo por los hombros– Comprendemos que estas nervioso, –le sonrió con paternal indulgencia– al fin y al cabo uno no se casa dada día. Todo saldrá bien, te lo prometo. –le aseguró en tono confiado– Y a pesar de que a partir de ahora formarás tu propia familia, recuerda que tu madre y yo estaremos siempre ahí para lo que necesites.

Draco asintió con el corazón encogido y un nudo difícil de tragar en su garganta. Ojalá aquella confianza de la que su padre hablaba hubiera sido tanta como para confesarle que ya estaba casado y que su esposo era Harry Potter.

ESCENA III

El Jueves se había esfumado y dado paso al Viernes, que para Draco había desvanecido las horas con tanta rapidez que apenas había sido consciente de su paso.

Los invitados habían confirmado su asistencia; los elfos domésticos que se ocupaban de la cocina se afanaban en la preparación del banquete de bodas; la mansión había sido engalanada con toda la exquisitez y el detalle que la posición de sus dueños exigía; la orquestra contratada para el baile posterior al banquete; y en el hermoso jardín de la mansión, se ultimaban los últimos arreglos para ser el escenario del enlace entre Tom Riddle, Lord de Voldemort y Draco Malfoy, primogénito y heredero de la familia Malfoy, cuyo linaje se remontaba a los tiempos de Merlín.

Draco contempló la túnica de boda, cuidadosamente extendida sobre su cama, con el certero y frío temor de saber que el momento había llegado. Estaba solo. Durante un instante, sintió la imperiosa necesidad de tener a alguien a su lado que le acompañara en la ejecución de la temeraria decisión que había tomado. Hubiera querido tener a Severus junto a él. Siquiera a Daphne... Sin embargo, sabía que en el camino que iba a emprender esa noche nadie podía acompañarle.

Tomó la túnica y se la puso sobre la fina camisa de seda blanca y pantalón el mismo color, que ya llevaba. Después, se dirigió a una de las cómodas y abrió el cajón inferior, rebuscando debajo de las ropas ahí guardadas hasta encontrar el pequeño frasco que hacía apenas dos días había escondido. No pudo evitar un ligero estremecimiento al contemplar el brebaje que descansaba en su mano, buscando en su corazón el valor para seguir adelante.

Y con el temor, las dudas.

¿Y si la poción no surtía el efecto deseado¿Y si, a pesar de todo, despertaba al día siguiente y se veía obligado a casarse¡No¡Eso nunca! El solo pensamiento estreñía su estomago hasta la náusea. Pero tenía su varita para impedirlo, recordó. La tomó de encima de la mesilla de noche y la escondió bajo su almohada.

Sin embargo, la seguridad que este último acto le había otorgado, se esfumó como humo al viento cuando le sobrevino otro nuevo y espantoso pensamiento. ¿Y si aquella poción no fuera más que un veneno con el que Severus, incapaz de encontrar una salida airosa a la situación, quisiera matarle para evitarle la deshonra que le causaría ese nuevo matrimonio, tras haberse enlazado con Harry? Después de todo, su familia no podía permitirse tal escándalo. Pero no; cómo podía siquiera pasársele por la cabeza que su padrino fuera capaz de tal cosa. Sacudió con fuerza su cabeza, desechando tan ruin pensamiento.

Se frotó las manos nervioso y sus palmas resbalaron al incómodo tacto del sudor. ¿Y si depositado ya en su ataúd, despertaba antes de que Harry llegara a su lado? Aterrorizado, se preguntó si no se asfixiaría en aquella cripta donde el aire puro tenía seguramente difícil entrada, donde los efluvios de la muerte llenaban sin duda cada rincón de aquel tétrico lugar. ¡Merlín¡No quería morir ahogado antes de poder ver a Harry otra vez!

Caminó desasosegado por la habitación, tratando de rechazar el siguiente pensamiento que le atacaba. Con escaso éxito. Y si seguía vivo, pensó, si a pesar de todo seguía respirando, pero Harry jamás llegaba. Las sombras, la oscuridad, atrapado en un panteón donde desde hacía siglos se hacinaban los huesos de sus antepasados. Enfrentándose, tal vez, a los espíritus de sus ancestros. ¿Cómo no enloquecer al despertar de improviso en tan espeluznante lugar?

Durante unos instantes, su ansiedad fue tan fuerte que por unos segundos le faltó el aire. Tembloroso, se acercó a la cama y se aferró a uno de los postes que sostenía los doseles, tratando de tranquilizarse. ¡Draco Malfoy, eres un estúpido, se amonestó enfadado consigo mismo. Su padrino era un maestro en pociones. Nunca equivocaría un ingrediente que pudiera echar a perder una poción tan delicada como la que ahora tenía en su mano. ¡Severus jamás haría nada que pudiera dañarle, se dijo. ¡Jamás! Y cuando despertara, Harry estaría allí, esperándole. Lo primero que vería serán sus maravillosos ojos verdes y su hermosa sonrisa. Le tomaría en sus brazos y le sacaría de allí tan rápido que apenas tendría tiempo de darse cuenta de si el aire estaba enrarecido por el hedor a muerte. Y si acaso se ahogaba, sería porque sus labios no podrían despegarse de los suyos y le estaría besando hasta perder el sentido.

Harry. En él estaba su fuerza. Su valor. Su esperanza. Su amor.

Draco destapó la pequeña botella.

–A tu salud, amor mío. –murmuró.

Y la llevó con decisión hasta sus labios.

ESCENA V

Daphne entró en la habitación de su joven amo y como cada mañana, abrió las cortinas y dejó que la luz inundara el cuarto. Por lo general, a continuación le llegaba un pequeño gruñido de protesta desde la cama y el roce de almohadas que trataban de cubrir un rostro todavía cubierto de sueño.

–¡Amo Draco! –dijo risueña, mientras se acercaba a la cama donde la figura que yacía en ella permanecía todavía inmóvil– ¡Hoy es el gran día, amo!

La pequeña elfina se detuvo sorprendida, no tan solo porque su joven amo siguiera durmiendo sin notar los suaves rayos de sol que inundaban ya el lecho sin la menor protesta, sino porque el joven estaba sobre la cama, completamente vestido con sus galas nupciales.

–¿Cómo se os ocurre dormiros con la túnica de boda? –le regañó con cariño– ¡La habréis arrugado y tendré que plancharla otra vez¿Tanta ilusión os hacía que no habéis podido esperar?

Daphne contempló al joven que, a pesar de su discurso y de la estridencia de su vocecilla, continuaba sin mostrar señales de querer despertar.

–Amo Draco... –le llamó tocando con delicadeza su hombro– ... despertad, amo.

La elfina contempló con más atención el rostro dormido y por primera vez, un mal presentimiento cruzó su pequeño cerebro. No era que la nívea piel de su amo estuviera más pálida de lo que era natural en él. Más bien su tez estaba tan lívida que parecía que la sangre se hubiera retirado de sus venas. Lo mismo que de sus labios, siempre húmedos y sonrosados, ahora sin color y desvaídos. Y cuando posó su pequeña mano sobre la que descansaba indolente sobre el cobertor, su helada frialdad le hizo soltar un grito de desesperada comprensión. Y ya no pudo detenerse.

Los agudos chillidos de la elfina no tardaron en llamar la atención del resto de la casa. Narcisa fue la primera en aparecer en la habitación con semblante enojado, seguida de su esposo.

–¿Es que te has vuelto loca, Daphne? –preguntó Lucius enfadado.

Sin embargo, la expresión de dolor de la pequeña sirvienta y los gruesos lagrimones que resbalaban por sus enjutas mejillas detuvieron en seco el regaño que iba a soltar a continuación. Sumado al hecho de que la elfina sostenía la desmayada mano de su hijo entre las suyas.

–¿Qué le pasa a Draco? –preguntó Narcisa ya asustada, apresurando sus pasos hacia el lecho.

Por toda respuesta sólo obtuvo un chillido todavía más agudo y un llanto más estridente.

–¡Cállate, Daphne! –ordenó Lucius exasperado.

El rostro desencajado de su esposa, no hizo más que aumentar la angustia que también a él había empezado a invadirle

–Draco... hijo... –apenas pudo pronunciar Narcisa por culpa del sollozo que se atoró en su garganta.

Lucius apartó casi bruscamente a su esposa y se sentó en la cama para tomar a Draco entre sus brazos, negándose a creer lo que sus ojos le decían. La rubia cabeza cayó inerte hacia atrás, dejando en evidencia la huella de la despiadada muerte en el bello rostro de su hijo.

El corazón de Lucius estalló en dolor. Un dolor que jamás había conocido.