Disclaimer: Los personajes son de Rowling y la historia de Shakspeare... o sea que lo divertido ha sido mezclarlos. Por supuesto, no recibo otra gratificación que vuestros reviews.
CAPITULO V
ESCENA I
Harry se estiró con pereza mientras sus labios todavía sostenían la complacida sonrisa que, al abrir por fin los ojos, se desvaneció de su rostro con melancolía. Había soñado con Draco. Y le había sentido tan real, que cuando su mano buscó el imaginario cuerpo de su esposo a su lado y no lo encontró, el sueño escapó bruscamente, despertándole.
Se levantó como cada mañana con el cuerpo ligero y el alma pesada, esperando que ese fuera por fin el dia en que llegaran las ansiadas noticias. Las de que por fin el Profesor Dumbledore había encontrado el momento propicio para hablar con su padre y su suegro y años de rencores se habían resuelto.
Bajó a desayunar con desgana, rumiando nuevamente si, a pesar de la opinión del Director en contra, no debería enviarle una misiva a Lucius Malfoy explicándole lo de su matrimonio con su hijo. Y que después saliera el sol por donde quisiera. Lo único que le retenía era pensar en Draco, enfrentándose solo a la furia de su padre.
El elfo que atendía la casa del Director de Hogwarts no era demasiado hablador y le daba poca conversación. Así que se conformó con desayunar en el aburrido silencio de cada día, con la esperanza de ver aparecer en cualquier momento alguna de las lechuzas de Hogwarts. Ansiaba tener noticias de Draco y no que le mandaran más enojosos deberes. Snape le había suspendido el último examen de Pociones. Estaba seguro que más por mala leche que otra cosa. La ventaja era que ahora con este especial curso a distancia que no le quedaba más remedio que seguir, al menos no tenía que soportarle en persona. Ni a él, ni al soporífero fantasma de Binns.
También esperaba con impaciencia nuevas de sus padres. Por la última carta que le habían enviado, y aunque no lo decía claramente, Harry sospechaba que la salud de su madre no andaba demasiado bien. Una preocupación más a añadir a todas las que ya tenía.
Sin embargo, la única lechuza que visitó la casa en toda la mañana fue la que, hasta el inicio de la epidemia, le había traído puntualmente el ejemplar de El Profeta. Harry dedujo que la cuarentena impuesta debido a la enfermedad que había aquejado a las lechuzas de la zona por culpa de un virus transmitido por los ratones de campo, su alimento habitual, había terminado. Esa era la razón por la que había mantenido a Hedwig en su jaula y no la había enviado todavía a Londres en busca de noticias. Pensó esperanzado que ahora éstas ya no tardarían en llegar. A lo sumo en un día o dos.
Desenrolló el periódico con la intención de entretenerse un rato antes de terminar la tarea de Transformaciones que McGonagall le había mandado antes de la epidemia de lechuzas y que sin duda ya no tardaría en reclamarle. Extendió el diario encima de la pulida madera de la mesa de la cocina, mordisqueando la última tostada.
Por un momento, no supo si estaba todavía en plena ensoñación o es que tenía tantas ganas de Draco que era capaz de materializar su imagen en la primera página del periódico. Pero no; no eran imaginaciones suyas. El hermoso rostro de su esposo ocupaba casi la mitad de la portada del periódico mágico, con aquella sonrisa medio angelical, medio socarrona que socavaba corazones en Hogwarts. Harry se preguntó que nuevo evento social se habrían sacado de la manga esta vez los Malfoy, que implicara exhibir a su esposo en primera página.
Embelesado en la contemplación del rostro amado, ni siquiera se había molestado en leer el texto que acompañaba a la fotografía mágica.
Y cuando sus ojos viajaron de esa sonrisa tan añorada a las negras letras que conformaban el titular, Harry vio como su plácido día se truncaba en repentina pesadilla. Leyó tres veces el encabezado sin poder creer lo que esas letras se empeñaban en decirle:
FALLECE DE FORMA INESPERADA DRACO MALFOY, PRIMOGÉNITO Y HEREDERO DE LA NOBLE Y ANTIGUA FAMILIA MALFOY.
Sus padres, Lucius Malfoy y Narcisa Black, hundidos en el más profundo dolor después de encontrar esta mañana a su hijo sin vida en su habitación, tras ser alertados por la elfina a su servicio. Se da la circunstancia de que el joven heredero iba a contraer matrimonio en el día de hoy con el Sr. Tom Riddle, Lord de Voldemort, quien también se halla en estos momentos absolutamente desolado. La inconsolable familia...
Harry no pudo seguir leyendo. Tenía que ser una broma macabra. La burla de alguien que se complacía en arrancarle el corazón y hacerlo pedacitos, de forma que jamás pudiera recomponerlo. Y si lo que pretendía era volverle loco, había encontrado la mejor manera de hacerlo. Las letras bailaron ante sus ojos y su estómago amenazó con expulsar cuanto acababa de ingerir. Abandonó el resto de tostada sobre la mesa y como pudo, se levantó de la silla para dirigirse al piso superior, donde se encontraba su habitación.
Sólo había una cosa que Harry necesitara con urgencia en ese momento. Y esa era su escoba. Porque entre la incoherencia de pensamientos que se arremolinaban en su cerebro, el más claro de todos era que iba a volar hasta Londres, desterrado o no. Y más le valía a ningún auror interponerse en su camino.
Su desespero también le imponía un destino muy concreto: el Callejón Knocturn.
o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.
Cubierta la cabeza con la capucha de su túnica, Harry se adentró en el oscuro callejón que compartía emplazamiento con el alegre y bullicioso Callejón Diagon.
Sólo dos veces se había atrevido a entrar en la oscura calle que guarecía las tiendas más sospechosas y tenebrosas del mundo mágico. La primera, con Ron, Dean y Neville por una estúpida apuesta, cuando todavía eran unos críos. Y los cuatro habían salido corriendo, pies para que os quiero, cuando un mago de tétrica mirada les había cortado el paso preguntándoles que hacían allí.
También recordaba perfectamente la vez que acompañó a Hagrid a comprar el repelente para las orugas que devoraban las calabazas del colegio. Y aunque ir acompañado por la protección que brindaba la inmensa mole del semi gigante a su lado no era lo mismo que entrar solo, en ese momento no habría habido nada que hubiera podido detenerle. Ni siquiera una mirada tenebrosa.
Harry empujó la puerta de la lúgubre botica, al tiempo que el desagradable graznido de un cuervo anunciaba su entrada al dueño. El mismo mago de aspecto macilento y cuerpo escuálido que el joven recordaba, apareció tras el mostrador inundando el oscuro lugar con un nauseabundo olor a sudor rancio.
–¿En que puedo servirte? –preguntó el hombre con una sonrisa tan hundida como sus ojos.
–Veneno. –dijo simplemente Harry– Uno tan fuerte que haga salir tu alma del cuerpo con tanta violencia como si un Avada te estallara en el pecho.
El enjuto mago estudió detenidamente al joven que con tanta determinación y autoridad le pedía algo que cualquier otro hubiera solo susurrado.
–¿Qué te hace pensar que tengo esa clase de sustancia en mi botica? –y antes de que Harry pudiera responder añadió– ¿Y que te hace pensar, que de tenerla, te la vendería? El Ministerio envía a Azkaban a cualquiera que suministre venenos o simplemente los posea.
–Pagaré un buen precio por tu riesgo. –contestó Harry– Ya que yo no correré ninguno, puesto que estaré muerto.
El viejo mago le miró receloso.
–¿Y qué hace a un joven como tú desear la muerte con tanto anhelo? –preguntó con curiosidad.
–No es de tu incumbencia. –respondió él secamente– Tú sólo dame lo que necesito. ¿Cuánto quieres? Pon tu precio.
–¿Cuánto tienes? –preguntó el boticario entrecerrando los ojos con avaricia.
Harry rebuscó en el bolsillo de su túnica y puso sobre el mugriento mostrador un buen número de galeones.
–Es todo lo que tengo. –dijo viendo como la mirada del mago brillaba con codicia– Ahora, dame lo que te he pedido.
El boticario desapareció en la trastienda para volver a los pocos minutos con algo celosamente guardado en su mano.
–Disuelve esto en un líquido cualquiera, –dijo mostrándole a Harry un pequeño frasco– y bébetelo hasta la última gota. Aunque tuvieras la fuerza de veinte magos, caerás muerto al instante.
Harry le arrebató el frasquito de la mano con un movimiento brusco y lo guardó en el bolsillo de su túnica.
–Olvida que me has visto. –dijo.
–No puedo olvidar lo que no ha sucedido. –respondió el mago con una sonrisa desdentada.
Harry salió de la oscura tienda dejando al complacido boticario contando las ganancias de tan inesperado negocio.
ESCENA II
Severus Snape corría por el largo pasillo que desembocaba en la gárgola que conducía al despacho del Director de Hogwarts, a toda la velocidad que le permitía el ancho de su túnica. Al llegar, pronunció la ridícula contraseña semanal y esperó con impaciencia llegar a la puerta que finalmente abrió, más bien empujó, con brusquedad inusitada.
Albus Dumbledore alzó los ojos de su libro y miró al Profesor de Pociones desconcertado por la impetuosa intrusión.
–¡Acabo de saberlo! –jadeó Snape apoyando las manos sobre la mesa del despacho del Director– ¡Epidemia de lechuzas en Edimburgo!
Dumbledore miró unos instantes a su Profesor, como si pensara que se había vuelto loco de repente.
–Todas las lechuzas que salieron desde algún puntó del país hacia Edimburgo hace una semana, fueron retenidas en una lechucería que el Dpto. de Sanidad instaló a las afueras de la ciudad. ¡En cuarentena! –exclamó blandiendo el periódico que llevaba en la mano como un poseso.
–Entonces... la que mandé a Harry... –dijo Dumbledore por fin comprendiendo.
–¡Nunca la recibió! –confirmó Snape derrumbándose en una de las sillas frente a la mesa.
Esto puede acarrear graves consecuencias. –afirmó el Director, por el contrario, levantándose de golpe de su asiento.
–Pues rece para que no haya visto esto. –dijo Snape lanzando el periódico encima de la mesa.
Dumbledore contempló el sonriente rostro de Draco en la portada de El Profeta.
–¡Merlín nos asista! –musitó considerando el impetuoso temperamento del Gryffindor.
–Draco despertará dentro de tres horas. –le recordó Snape nervioso– No veo como voy a calmarle si Potter no esta allí cuando lo haga.
–Le traeremos aquí. –resolvió el Director– Le ocultaremos en Hogwarts hasta que logremos contactar con Harry y que pueda llegar de forma segura hasta la escuela. Tal vez entonces sea el momento de tener por fin esa reunión con James y Lucius.
Dirigió una mirada tranquilizadora a su angustiado Profesor de Pociones, tratando de infundirle confianza. La que él mismo no tenía.
ESCENA III
Tom Riddle todavía no se había resignado. La muerte de su futuro esposo había sido tan repentina, tan inesperada, que aun le parecía que todo no había sido más que una terrible pesadilla de la que despertaría de un momento a otro.
Avanzaba por el oscuro cementerio sorteando lápidas, embozado bajo su capa tan negra como la misma noche. Su mano derecha portaba una pequeña antorcha que iluminaba los obstáculos del camino. En la izquierda, un gran ramo de flores.
Llegó por fin a las puertas de la imponente construcción que era el mausoleo de la familia Malfoy y con un pase de su varita abrió la pesada puerta de hierro. Apenas cinco escalones la separaban de la amplia sala cuyas paredes se revestían con los sepulcros de un buen número de generaciones de Malfoys. En el centro se alzaba una gran mesa de mármol sobre la que había sido depositado el ataúd descubierto en el que reposaba su amado, esperando ser guardado al día siguiente en su correspondiente y definitivo lugar. Cuatro antorchas impregnadas con aceites olorosos, quemaban en cada esquina del gran tálamo marmóreo que sostenía el féretro.
Lord Voldemort se acercó con reverenciado silencio hasta allí, para contemplar con dolor el dulce rostro eternamente dormido, mientras esparcía lentamente las flores a su alrededor. Finalmente, colocó un lirio entre las blancas manos, sin que su apesadumbrado ensimismamiento le permitiera darse cuenta de su extraña falta de rigidez.
Sin embargo, si le alertó el chirriar de la puerta de hierro a sus espaldas y se apartó cauto del halo de luz de las antorchas, ocultándose en la oscuridad que reinaba en el resto de la estancia. Contempló con curiosidad atenta la figura que a los pocos segundos descendía la corta escalinata y que al aproximarse a la luz, reconoció como al asesino de Blaise Zabini. El intenso dolor por dicha muerte, se había barajado como la causa más probable de que el corazón de su amado Draco, agotado por tal sufrimiento, hubiera dejara repentinamente de latir. Furioso, se preguntó que ruin pretensión llevaba a Potter a profanar el descanso de su malogrado futuro esposo. Dispuesto a prenderle y a que pagara por su doble crimen entregándole a los aurores, se adelantó dejando la negrura que le cubría hasta ese momento.
–¡Miserable! –exclamó provocando en el recién llegado un buen sobresalto– ¿Cómo te atreves a venir aquí¡No te muevas y date preso! –ordenó Voldemort apuntándole con su varita– ¡Porque voy a entregarte a los aurore para que recibas la muerte que mereces!
Harry contempló sin temor la varita que le señalaba, aun y conociendo la fama de experto duelista que precedía al hombre que la sostenía. El infame que había pretendido casarse con quien era ya su esposo. El más que seguro culpable de la decisión que Draco había tomado, porque no encontraba otra explicación a su muerte, viéndose atrapado en aquella boda concertada por sus padres sin poder confesar la suya.
–No tientes a un hombre desesperado. –le advirtió– Vete de aquí y déjame en paz. No añadas un eslabón más a mi cadena de culpas, irritándome hasta el furor.
–¡Obedéceme y sígueme! –le ordenó Voldemort sin hacer caso de sus palabras– Porque no descansaré hasta que te vea frente a un dementor y recibas tan merecido castigo.
Harry torció una sonrisa desafiante, que enervó todavía más a su pretendido captor.
–Te juro que moriré, porque a morir he venido. –le dijo– Armado solo contra mí he llegado hasta este desolador lugar. Así que márchate y vive, y di luego que la clemencia de un loco te obligó a que salieras de aquí.
–Estas acabando con mi paciencia... –amenazó Riddle entre dientes.
Harry dejó escapar un bufido de contrariedad.
–¿Pretendes provocarme? –preguntó cansado de tanto empecinamiento– ¡Defiéndete entonces!
Lord Voldemort no tuvo tiempo de entretenerse a pensar en cómo el joven había podido hacer llegar su varita tan rápidamente a su mano y tuvo que concentrarse en defenderse de su hábil ataque. Durante unos minutos el oscuro lugar se iluminó gracias al ir y venir de haces que cruzaron el aire en una explosión de colores. Tal vez fuera la ciega ira que nublaba los sentidos de Voldemort que ralentizó su destreza y le hizo perder la vida; quizá la falta de apego de Harry a la suya el que le llevó a arrebatársela. Lo único cierto apenas cinco minutos después era que Lord Voldemort yacía a los pies del Gryffindor, muerto. Éste le contempló ya sin sentir ni pena ni remordimiento, porque su alma era tan solo un despojo que había venido a enterrar junto a la de su esposo.
Puso en pie una de las antorchas que habían derrumbado durante el furioso duelo y recogió también la pequeña mochila que había dejado caer al suelo, sobresaltado ante la inesperada aparición de Tom Riddle minutos antes. La depositó sobre la fría mesa y se encaramó a ella, para después dirigir una mirada de dolorosa devoción a su amado.
Draco reposaba como si tan solo estuviera dormido. Ni la muerte había podido arrebatarle la hermosura a su rostro. Sus labios conservaban todavía el carmesí de la vida y sus mejillas la porcelana de su piel perfecta y suave, apenas mancilladas por el escaso y rubio pelo que solía cubrirlas.
Sin apartar los ojos de su esposo, queriendo que esa fuera la última imagen que su retina guardara antes de entregarse él mismo a la muerte, abrió la mochila y saco una copa y el pequeño frasco que contenía el sueño eterno. Un sencillo hechizo llenó el cotidiano recipiente de agua, donde vertió con cuidado hasta la última gota del letal líquido. Harry tomó la copa firmemente en su mano e inclinándose sobre su esposo, rozó sus labios con los suyos deseando que pudieran abrirse para recibirle como tantas veces lo habían hecho.
–Espérame, amor, porque ya no tardo.
Entrelazó su mano con la de su esposo y sin vacilar, bebió. Tal como había prometido el boticario, Harry se desplomó sin vida sobre el pecho de Draco apenas unos segundos después.
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Cuando Albus Dumbledore y Severus Snape llegaron al mausoleo, encontraron que la puerta ya estaba abierta. Ambos hombres se miraron con inquietud y penetraron sin perder tiempo en el silencioso lugar. Fatalmente, sus peores temores se confirmaron.
El cuerpo de Harry estaba doblado sobre el féretro y su cabeza reposaba sobre el pecho de Draco, quien todavía no había despertado. Junto a sus rodillas, Snape vio la copa volcada. La cogió y la olió. Miró al Director, negando dolorosamente ante la muda pregunta.
–Esto se nos ha ido de las manos. –murmuró Dumbledore con voz apagada dándose cuenta también del cuerpo de Tom Riddle a pocos metros de donde ellos se encontraban.
–Creo que despierta. –dijo de repente Snape, tenso– ¡Por todos los magos¿Cómo vamos a explicárselo?
La mirada del anciano Director reflejaba tan profundo dolor cuando le miró, que Snape estuvo seguro de que su salud resentiría tan dramático desenlace. Entre los dos alzaron el cuerpo de Harry y le tendieron sobre la fría mesa de mármol, junto al féretro.
–Voy en busca de ayuda. –dijo apesadumbrado Dumbledore– Habrá muchas explicaciones que dar…
Snape asintió y volvió a concentrar su inquitud en su ahijado, que entreabría los labios y aspiraba la primera bocanada de aire después de tantas horas. El joven parpadeó confuso durante unos instantes, hasta lograr enfocar el rostro que le observaba con preocupación.
–Padrino... –murmuró.
Y la temida pregunta.
–... ¿dónde está Harry?
Snape le ayudó a incorporarse, sin responder todavía a la incómoda cuestión. Porque no sabía como hacerlo.
–Padrino¿dónde está mi esposo? –volvió a preguntar Draco, impaciente ante su silencio.
–Me temo que las cosas no han salido como esperábamos. –dijo al fin Snape– Una mala jugada del destino ha hecho creer a Harry que verdaderamente habías muerto y…
Y en ese momento Draco se dio cuenta del cuerpo que yacía sobre la marmórea superficie, junto al ataúd. Sus ojos buscaron asustados los de su padrino, en los que solo encontró la confirmación a sus temores.
–Debes salir de aquí, Draco. –le instó Snape– Te hará bien respirar un poco de aire puro.
–Mis piernas todavía no responden. –fue lo único que dijo, apenas sin voz.
–No te preocupes, te llevaré en brazos. –resolvió rápidamente el Profesor de Pociones, dispuesto a sacarle de allí cuanto antes– Además, el Profesor Dumbledore ha ido en busca de ayuda.
Pero Draco negó con la cabeza.
–No pienso salir en brazos de nadie. –contestó con determinación– Y menos delante de extraños. –dijo refiriéndose a la ayuda que Dumbledore hubiera podido ir a buscar.
Después miró a su padrino con expresión suplicante.
–¿Por qué no tratas de conseguir una escoba o algún otro medio de transporte? No tengo fuerzas para enfrentar explicaciones ahora…
Snape vaciló, no muy dispuesto a dejarle solo.
–Ve padrino, y déjame unos minutos con él.
Al fin, el Profesor de Pociones accedió y depositó a Draco junto al cuerpo de su esposo, abandonando seguidamente el mausoleo en busca de algún objeto, algo menos macabro que los huesos que por allí eran lo más abundante, que poder convertir en traslador.
Una vez solo, Draco apartó un mechón de pelo del rostro de Harry y acarició con ternura su mejilla.
–¿Qué has hecho, Gryffindor impaciente? –tomó en su mano la copa que Snape había dejado junto a la mochila, adivinando lo que había contenido– Si tan solo hubieras esperado unos minutos… si tan solo…
Sacudió su rubia cabeza con desesperación para después dirigir una mirada rota hacia la puerta, sabiendo que no tenía mucho tiempo. Su padrino no tardaría en regresar. Volvió su atención hacia la copa que estaba completamente vacía. Harry no le había dejado en ella la oportunidad de seguirle. Tal vez en su boca… Los labios de su esposo estaban todavía calientes, tan suaves y acogedores como los recordaba. Pero no había en ellos más que el dulce sabor que tantas veces había amado. Angustiados, sus ojos buscaban el medio de poder seguir a Harry en su precipitado viaje, cuando tropezaron con la varita del Gryffindor, abandonada junto a la mochila. La tomó con determinación, dirigiéndola sin vacilar contra su pecho. Solo dos palabras y la luz verde hirió su corazón, derrumbándole ya sin vida sobre su amado esposo.
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Cuando el Ministro de Magia llegó, sus aurores ya guardaban el lugar. Cornelius Fudge descendió los cinco escalones para enfrentarse al desolador panorama que le recibió. Los Malfoy y James Potter, recién enviudado, ya se encontraban allí junto al Director de Hogwarts y a uno de sus Profesores, Severus Snape. Dos aurores impedían el acceso hasta el frío tálamo donde yacían los cuerpos de los dos jóvenes, el de Draco sobre el de Harry. El primero, todavía con una varita entre los dedos de una mano, mientras que en la otra se adivinaba la ya dormida caricia sobre la mejilla de su esposo. Fudge clavó su mirada inquisidora en Dumbledore y éste se adelanto, tomando la palabra.
–Esperábamos que llegaras, Cornelius, para dar las pertinentes explicaciones y aclarar la desgracia que hoy aquí ha sucedido.
Fudge le indicó con un brusco gesto de su mano que siguiera.
–No podría deciros en qué momento sucedió, pero vuestros hijos se enamoraron. –empezó dirigiéndose a los afligidos padres– Hasta tal punto, que Harry y Draco decidieron convertirse en esposos. Si, a vuestras espaldas, porque temían tanto vuestras iras que no fueron capaces de confesaros que se amaban. Yo mismo les enlacé. –admitió– Y a la mañana siguiente de su secreta boda, tuvo lugar el desgraciado incidente en el que murieron Ron Weasley y Blaise Zabini, cuyo resultado fue el destierro de Harry del mundo mágico. Era por él por quien Draco se consumía y no por Blaise, como todo el mundo pensó. Y con el objeto de alejar de vuestro hijo aquel dolor, –enfrentó entonces su mirada a la de Lucius– le prometisteis con Tom Riddle, empeñados en casarle con él aún en contra de su voluntad.
Narcisa dejó escapar un sollozo y escondió el rostro en el pecho de su esposo, quien a su vez devolvió una mirada tensa y dolorida al Director de Hogwarts.
–Draco estaba tan desesperado, que acudió a su padrino para que le ayudara a librarse de este segundo matrimonio, amenazando con quitarse la vida de no conseguirlo. Y así fue como Severus accedió a elaborar una poción que durante cuarenta y dos horas le mantendría en apariencia de muerte. Una vez despertara, Harry estaría allí para llevarle con él a Edimburgo donde ambos esperarían a que yo encontrara el momento adecuado para haceros saber la verdad, procurando en bien de su felicidad, que vuestras rencillas terminaran.
Ambos padres se miraron el uno al otro por primera vez. Comprensión tardía; arrepentimiento que llegaba cuando ya no había remedio.
–Sin embargo, el destino nos jugó una mala pasada en forma de epidemia. –prosiguió el Director, cada vez con voz más cansada– Por culpa de la cuarentena de las lechuzas, Harry jamás recibió mi carta explicándole nuestro plan. Y convencido de que Draco realmente había muerto, no encontró otra forma de acallar su dolor que quitándose la vida, con el veneno que sin duda contuvo esa copa. –dijo señalándola– Aunque antes, en algún momento, él y Tom Riddle debieron enfrentarse, con fatal resultado para Lord Voldemort…
Los presentes dirigieron sus miradas sobre el cuerpo exánime de Riddle.
–Draco despertó pocos minutos después. –intervino Snape tomando inesperadamente la palabra– Intenté convencerle de abandonar lo antes posible este lugar. Pero con la excusa de que no se sentía con fuerzas, fue él quien me convenció a mí –confesó con dolor– para que le dejara solo unos instantes, mientras yo buscaba algún objeto que poder convertir en traslador. Apenas tardé dos minutos, Lucius, créeme… –durante unos segundos, pareció que el adusto Profesor de Pociones iba a derrumbarse– …pero fueron suficientes para que encontrara la varita de Potter y le siguiera…
Un penoso silencio siguió a estas palabras. Cornelius Fudge dio unos pasos, hasta detenerse ante el matrimonio Malfoy y James Potter.
–Este es el castigo a vuestros odios. –dijo con mirada, aunque severa, entristecida– Los cielos han hallado el modo de destruir vuestras alegrías por medio del amor. Y yo no puedo verter más castigo sobre el que ahora mismo ya adolecéis.
Lucius Malfoy se volvió hacia James Potter, a pocos pasos de él y extendió su mano.
–Que los dioses nos perdonen, porque yo jamás podré perdonarme. –dijo.
–Que los cielos nos rediman, porque tampoco yo podré jamás redimirme. –respondió éste aceptándola.
–Que descansen juntos... –intervino Narcisa, buscando con la mirada nublada en lágrimas el consentimiento de su hasta ese momento enemigo.
James asintió.
–No volvamos a separar lo que en vida distanciamos y que por desgracia, ha sido la muerte quien lo uniera.
Una paz lúgubre llegó con la alborada. El sol no mostró su rostro, en duelo por los dos amantes. Largo tiempo se habló sobre aquellos sucesos lamentables. Pues nunca hubo historia más dolorosa que esta de Harry y su amado Draco.
FIN
