Capítulo primero.
- No.
- Pero hija, TIENES que hacerlo.
- ¡He dicho que NO!
- ¡¡Es tu deber como princesa!
- ¡Me casaré por amor! Cuando encuentre a alguien adecuado.
- ¡Las cosas no funcionan así!
Los gritos retumbaban haciendo un ligero eco en las frías paredes de piedra de la amplísima sala del trono, en el palacio del reino de Micenas.
Este reino estaba situado al sur de Grecia, y su soberano se hallaba en paradero desconocido, tras haber zarpado a la guerra en la ciudad de Cnosos, en Creta. Los micénicos se apoderaron de la isla, pero el barco en el que navegaba de vuelta el soberano naufragó.
Mientras tanto, su mujer Rumiko (ya considerada viuda, puesto que no había ninguna esperanza de que el rey retornara) regentaba el país hasta que su hija, que ya había alcanzado con creces la edad adecuada para casarse, se desposara con un pretendiente, los cuales no le faltaban. La princesa Rika era considerada casi una diosa terrenal, y su belleza no tenía límites.
Su pelo era de un tono anaranjado muy intenso, con reflejos de color rojo vivo, y siempre estaba limpio y brillante. Lo había dejado crecer hasta la cintura, y lo llevaba liso y suelto. Su piel era pálida y suave, sus ojos de un inusual color violeta, y su cuerpo deseado por todos los hombres.
Debido a la desaparición del rey, era una obligación para su madre casar a Rika cuanto antes, y puesto que Micenas era un reino muy próspero y el centro de la civilización del Egeo tras la guerra con Creta, muchos reyes habían puesto el ojo en semejante reino, y en semejante belleza.
- ¡¡No estoy dispuesta a exhibirme delante de cientos de babosos que sólo me quieren para presumir de esposa, acostarse conmigo cuando les plazca, y sentarse en el trono más codiciado de Grecia! – gritó Rika.
- Cariño, no es eso... – la intentó tranquilizar la reina Rumiko.
- ¡¡Claro que lo es! ¡y tú lo sabes mejor que nadie! Te casaron con mi padre en las mismas circunstancias.
- Pero yo viví feliz.
- No te lo crees ni tú. Padre te era infiel siempre que podía. ¡Si ni siquiera yo soy hija tuya...
- ¡¡Calla!
- Lo sabe todo el mundo, madre.
- Eso no importa ahora. Debes casarte. Y ya he enviado emisarios a todos los reinos de Grecia para que acudan a Micenas.
----------
Tras unas cuantas palabras más subidas de tono, Rika abandonó la sala hecha una furia. Atravesó los amplios pasillos y salas del palacio, y llegó a sus aposentos, donde le esperaba su sirvienta de confianza. Ésta era una muchacha bajita, flaca, poca cosa. Llevaba un sencillo vestido de lino (en aquel tiempo, el lino era el material que se utilizaba para confeccionar las vestiduras, tanto de ricos como de pobres: la categoría social a la que pertenecía la persona no se medía con el material de su vestido, sino con los complementos que llevaba con él). Su pelo era castaño y sus ojos del mismo color, pero más claros. Era una muchacha bastante común y corriente.
- Jen - le dijo la princesa Rika - ayúdame a desvestirme.
La sirvienta se apresuró a ayudarle a quitarse el vestido de lino negro, de corte al estilo griego: de una pieza, largo, anudado en la nuca, ajustado al cuerpo y femenino. Las mujeres griegas solían vestir con el busto descubierto, es decir, sólo con una falda. Pero Rika se negaba a esto: consideraba que era una moda de rameras. Cuando se hubo librado del vestido, la princesa extendió los brazos para que la chica le quitara las múltiples y tintineantes pulseras y anillos. Seguidamente, le puso una bata de tela muy fina, casi transparente y de tela egipcia, que utilizaba para dormir, puesto que estaban a comienzos del verano.
- Princesa... - se aventuró a decir su sirvienta cuando hubo terminado, con voz temerosa. No dijo nada más, pero la intención de esa sola palabra era evidente para Rika.
- Lo has oído todo, ¿verdad? - Jen asintió - ... no voy a casarme, Jen - dijo mientras daba pasos lentamente por su amplia habitación.
- Señora, vos sois hermosa y rica... no tiene elección.
- No me repitas lo que me ha dicho mi "madre" - le espetó Rika bruscamente.
- Perdonadme, por favor - dijo rápidamente la sirvienta, puesto que temía el genio de su señora -. De todas formas, quién sabe... hay muchos príncipes guapos y solteros.
- Ni uno solo. Todos son vulgares, gordos y mujeriegos.
- Dicen... - Jen bajó la voz hasta convertirla en un susurro - que el príncipe de Tesalia es un hombre alto, apuesto... y todavía no se ha decidido por ninguna princesa ni doncella. Y también dicen que ninguna mujer le satisface. ¡Vos podríais ser la que logre conquistarlo! esperemos que la reina haya enviado un emisario a Tesalia.
- En este asunto yo no tengo ni voz ni voto, mi matrimonio lo decidirá mi madre y sus consejeros, según les convenga. Y aunque pudiera elegir... conque ninguna le satisface a ese principito, ¿eh? ¡Dioses, no me casaría con un arrogante así jamás!
---------------------------------------------------------------------------------------------
En el palacio de Tesalia se había armado un gran revuelo. La princesa de Micenas iba a casarse, y el príncipe de Tesalia figuraba entre los candidatos. Tesalia era la región más grande de la antigua Grecia. Tierra que limitaba al norte con Macedonia, al oeste por Epiro, y al sur por las regiones Lócrida y Fócida. El mar Egeo baña sus costas en el este. Es la región más fértil de Grecia, y la que posee la mejor raza de caballos. Su capital era Yolco, situada a los pies del monte Pelión, y un poco más al norte también se encontraba el famoso monte Olimpo. Por todo ello, el rey podía estar orgulloso de decir que Tesalia era una poderosa candidata para sentar a su príncipe en el trono de Micenas.
El nombrado rey Maoko organizaba el viaje: equipaje, delegación, regalos para impresionar... pero faltaba lo más importante.
- ¡Alejandro! - gritó a uno de sus guardias - ¿Dónde se ha metido mi hijo?
- Creo que está en el templo del monte Pelión.
- Ya, "rezando", ¿no? - sacudió la cabeza rojo de ira y continuó gritando: - ¡Tráelo aquí inmediatamente! ¡Partimos hacia Micenas esta misma tarde!
----------
Dos guardias reales llegaron al templo que se había alzado en honor a la deidad Hera, diosa de la fidelidad, en la falda del monte Pelión. Éste era un edificio de piedra sostenido por gruesas columnas y con una entrada sin puertas, pero que no dejaba ver el interior, puesto que era oscuro y frío a causa de la ausencia de ventanas.
Procurando no hacer ruido, los guardias subieron la corta escalinata de piedra que precedía a la entrada, y accedieron al templo. Éste no era muy grande. Tenía un altar en el centro, donde se realizaban los sacrificios animales, y alrededor tinajas, incienso y teas con que encender fuego. No tenía iluminación alguna, más que una pequeña claraboya en el techo, a unos siete metros del suelo, para evacuar el humo, que alumbraba mínimamente con una luz fría, azulada.
A los pies del altar, tendidos sobre alfombras de piel, yacían tres cuerpos desnudos: dos mujeres muy hermosas y un hombre atlético, de músculos marcados, piel morena y pelo castaño.
- Príncipe Ryo... - susurró uno de los guardias. Al obtener un gruñido como respuesta, dijo: - vuestro padre os llama. Debéis partir a Micenas.
- ... para qué...? - dijo Ryo sin levantarse, con voz somnolienta.
- Parece ser que la princesa de Micenas está dispuesta a casarse, y ha enviado emisarios para reunir a los pretendientes.
Ryo tardó un rato en reaccionar. No le atraía nada la idea de viajar hasta Micenas para conocer a una princesa estúpida y fea, como la mayoría que había conocido. Sin embargo, no podía quedarse allí, su padre vendría en persona a arrancarlo de aquel lecho para arrastrarlo hasta Micenas. Sin mirar a las mujeres ni una sola vez, se vistió, salieron del templo y cabalgaron a Yolco.
----------
Llegaron al palacio del reino de Tesalia. El rey Maoko les estaba esperando en la enorme sala del trono. Cuando su hijo hizo su aparición, gritó:
- ¡¡¡Ryo! - su hijo dio un paso atrás asustado.
- Hola, padre.
- ¡¡Estoy harto de que te vayas sin avisar y de que te acuestes con las vírgenes de los templos! ¡Y mucho menos hoy! Tengo una buena noticia que darte.
- Ya lo sé, padre. La princesa de Micenas busca marido.
- Eso es.
- Que sepas que no pienso casarme. Estoy muy bien ahora y no me apetece atarme a nadie, y mucho menos a una mujer que no conozco y seguramente es lo más vulgar de Grecia. Prefiero las sacerdotisas vírgenes – dijo, frotándose las manos.
- ¡Escúchame bien, pedazo de degenerado! si te eligen, te casarás con ella, y si no, no la vas a tocar, ni a ella ni a sus doncellas, te lo advierto desde ahora, que nos conocemos. No podemos permitirnos un enemigo como Micenas.
- Pero padre... - protestó. Maoko le dirigió una mirada de esas que matan - ¡pues si no tengo mujeres, no merece la pena ir hasta allí!
- Harás lo que yo te diga - le miró a su hijo y se le escapó una risita -. Ya verás que merece la pena ir, aunque sólo sea para ver a la princesa. Y ahora vístete como es debido, partimos hacia Micenas en una hora.
- Bah - dijo Ryo mientras le daba la espalda a su padre y salía de la sala - exageras. Seguro que es una mujer vulgar y corriente.
- Estoy deseando llegar para verte tragándote esas palabras. Verás por qué dicen que es tan hermosa como su verdadera madre.
- ¿A qué te refieres con "su verdadera madre"? - preguntó Ryo, deteniéndose y dándose la vuelta. Pero su padre ya se había ido.
---------------------------------------------------------------------------------------------
Pasaron los días, mientras Rika se hundía más y más en la desesperación. Reflexionaba acerca de lo que le deparaba el futuro al lado de un perfecto desconocido: una vida vacía, relaciones sexuales forzadas, hijos no deseados, y jamás conocería el significado de la palabra que tanto repiten en los poemas: "amor". Debido a su fuerte carácter, a pesar de haber recibido descaradas propuestas por parte de apuestos hombres, nunca había conocido a ningún hombre a sus diecisiete años de edad. Despachaba a todos violentamente.
Al amanecer del decimoquinto día tras el envío de los emisarios, las delegaciones de los distintos reinos de Grecia comenzaron a llegar desde tierras lejanas. En la decoradísima sala del trono tenía lugar la recepción. Una alfombra dorada surcaba la sala desde la entrada hasta el fondo, donde se encontraba la reina sobre su trono. La sala estaba muy iluminada, con las claraboyas del techo, y las ventanas y balcones laterales abiertos de par en par, dejando pasar la intensa luz del sol. Las paredes y el suelo estaban llenos de flores y pétalos blancos, y toda la corte se había dispuesto ordenadamente a los lados de la alfombra para honrar a los reyes.
La reina Rumiko saludaba uno por uno a sus importantes invitados, ataviada con un precioso vestido turquesa, que junto con sus collares, joyas y pulseras en tono azul mar hacían una perfecta combinación con su pelo rubio, peinado en un elaborado recogido que sostenía la corona.
A su lado, de pie, con semblante frío y cara de pocos amigos se encontraba la princesa Rika, que solamente saludaba a los reyes y príncipes con un movimiento de cabeza, sin siquiera mirarles a la cara. Y ¡ay del que se atreviera a cogerle la mano para besarla! Rechazaba el gesto con un violento movimiento del antebrazo.
No se había fijado en quiénes eran, o en cómo se llamaban. Una rápida mirada cuando el séquito de los reyes y príncipes hacía su entrada en la sala bastaba para saber que eran feos e inútiles, sólo aptos para la guerra y los combates, algo que Rika odiaba. Eran todos grandes, bastos, de caras sonrojadas debido a la mala vida (o buena, según se mire), grandotes y sin cerebro. En cuanto posaban su mirada en ella, se quedaban con la boca abierta, pero Rika, lejos de sentirse halagada, les odiaba: se sentía como un galardón animal ofrecido en subasta al mejor postor.
Ni uno solo correspondía con la descripción de príncipe perfecto que le había hecho Jen. O Tesalia no figuraba entre los candidatos de su madre, o su sirvienta había exagerado. O tal vez ese hombre ni siquiera existía, que era lo más probable... puras leyendas y rumores de la clase baja.
Cuando la última delegación, la de la región de Épiro, se hubo retirado a sus aposentos, en la mansión de invitados, puesto que el sol comenzaba a ponerse, la reina Rumiko preguntó al escribano que registraba en una lista todos los reyes que se habían presentado:
- ¿Han venido todos? - el escribano repasó sus anotaciones, comparándolas con la lista de invitados.
- Parece que el príncipe de Tesalia no se ha presentado aún - respondió al fin.
- Seguramente se han retrasado un poco, es tarde y Tesalia está lejos, vendrán mañana. Me retiro a mis habitaciones.
Todos los presentes en la sala -doncellas, sirvientes, guardias- se recogieron en una profunda reverencia mientras la reina se alejaba de la sala del trono y se perdía entre las galerías del castillo. Todos excepto su hija Rika, que prefirió salir a tomar el aire antes de que el sol se pusiera.
---------------------------------------------------------------------------------------------
El séquito del rey Maoko avanzaba por las calles de la ciudad de Micenas, rumbo a palacio. El príncipe Ryo y su padre se encontraban dentro de un carro-coche tirado por caballos, rodeados de sus hombres.
- Llegamos muy tarde, Ryo. Si hubieras estado donde tenías que estar, ya estaríamos descansando en el palacio de la reina Rumiko. ¡Algún día me vas a matar de un disgusto!
- Ay padre, no seas fatalista. Si ni siquiera se ha puesto el sol.
- ¡Pues se pondrá ahora! Qué vergüenza, seguro que despertamos a todo el castillo para que salgan a recibirnos...
Ryo no le hizo ni caso y se puso a mirar por la ventana que tenía el carro. Habían dejado atrás las casas de la ciudad y en esos momentos subían una pequeña colina, sobre la cual se erigía el majestuoso palacio.
Entornó los ojos al ver a una persona a las puertas de palacio. Se trataba de una mujer, ¿tal vez una sirvienta? No, una esclava no vestía así. La muchacha llevaba una falda de lino negro, sostenida por un cinturón en las caderas desde el cual comenzaba la falda, y desde el cual también se abría una abertura que destapaba de vez en cuando sus piernas, a causa de la débil brisa. En la parte superior vestía una blusa negra también, sin mangas, que dejaba descubiertos los hombros y el vientre, y un escote de vértigo. Calzaba unas sandalias negras también y llevaba pocos adornos, simplemente unas pulseras y abalorios en las muñecas y en los tobillos.
Pero lo que más llamaba la atención, aparte de su espléndido cuerpo (que indiscutiblemente era lo que más le había gustado a Ryo en un primer momento) era su pelo rojizo, que relucía como nunca a la luz del sol poniente.
Estaba deseando llegar.
---------------------------------------------------------------------------------------------
El palacio estaba situado en lo alto de una colina, por eso desde él se apreciaba una vista completa de la ciudad de Micenas. Como la mayoría de las ciudades de la época, debido a las continuas guerras e intentos de asaltar y dominar tierras ajenas, Micenas estaba fortificada. Y debido a esto último, las casas estaban bastante apiñadas, había callejuelas, plazas, callejones... un poco de desorden, pero era una ciudad rica y próspera.
La princesa se quedó a la entrada del palacio por el lado de fuera. Un camino serpenteaba colina abajo y se perdía entre las primeras casas, construidas en piedra que adoptaba un color ocre con el sol del atardecer. Aquél era el momento del día que más le gustaba a Rika: los ruidos de la ciudad eran casi inaudibles, la mayoría de sus habitantes se habían metido en sus casas, el silencio en aquella parte del castillo era absoluto. Rika cerró los ojos. El tono anaranjado del sol se reflejaba en sus cabellos, iluminándolos al máximo.
Probablemente aquél sería el último momento de felicidad en su vida.
Un ruido de cascos de caballos interrumpió sus pensamientos. Un carro tirado por caballos, un segundo carro más pequeño con presentes, veinte soldados delante y otros veinte detrás, de armaduras negras y a pie, custodiaban los vehículos. Rika abrió los ojos y observó cómo ascendían la ligera pendiente de la colina, hasta detenerse en una pequeña llanura ante las puertas del palacio, donde se encontraba ella.
Las dos puertas del coche principal se abrieron, y de ellas salieron dos hombres, que delante de todos sus soldados caminaron hacia ella. El más adelantado era sin duda alguna el rey, por la sencilla pero elegante corona que llevaba. Detrás de él iba otro hombre, probablemente su príncipe, mas Rika no le prestó ni la más mínima atención.
- Saludos, bella señorita - dijo el rey, dirigiéndose a Rika como si fuera una empleada - soy el rey Maoko de Tesalia...
- Tesalia... - pensó Rika. Intentó mirar por encima del hombro del rey al príncipe, pero decidió que no era muy apropiado, menos para una princesa, mirar a un hombre tan descaradamente.
- ...un gran retraso – siguió hablando el rey -. De todas formas, aquí estamos. ¿Podría hacer el favor de anunciarnos a la reina?
- No será necesario. Soy Rika, princesa del reino de Micenas. Es un placer tenerlos aquí - dijo con una voz monótona, como si recitara un mantra.
- Oh, dioses - exclamó Maoko, arrodillándose ante ella. Todo su séquito le imitó - perdonad mi confusión, por favor.
- Levantaos, soy yo quien debe arrodillarse - dijo Rika. El rey Maoko y todos los demás se levantaron, y Rika hizo una pequeña reverencia ante su invitado.
- Princesa, debo presentaros a mi hijo, Ryo, príncipe y heredero al trono de Tesalia - dijo Maoko, haciéndose a un lado.
Rika vio, unos pocos metros tras él, a un hombre joven, alto y moreno, algo poco usual en Grecia, donde casi todos los hombres eran rubios. ¡Qué guapo! Sus ojos castaños irradiaban un humor insolente, su boca parecía estar siempre sonriendo, con una sonrisa blanca y perfecta. Mientras se acercaba a Rika, notó que el corazón se le aceleraba, hasta dar saltos en su pecho. Un paso más... empezaron a temblarle las piernas. Otro más... su respiración comenzó a fallar. Un último paso... la barrera de represión hacia los hombre que había formado desde pequeña a su alrededor había sido derrumbada por aquel muchacho.
-- Desde ese momento supe que lo escogería. --
Llegó hasta ella, maravillado por su belleza. Los ojos de la princesa mostraban una expresión nueva, entre temor, estupefacción y admiración, lo que la hacía aún más adorable. Le tomó la mano, ella no se movió. La besó, sin dejar de mirarle a los ojos. Rika rezó para que aquel momento se hiciera interminable.
- Es un auténtico placer, princesa - dijo con una voz suave y grave a la vez.
-- Me enamoré de él. Así de sencillo. --
--------------------------------------------------------------------------------Continuará.
¡Hola a todos! Vuelvo, después de mucho tiempo, a Algunos/as tal vez se acordarán de mí por el Mundial de Cartas, un fanfic que hice con mi amiga Lorien, pero es posible que no me conozcáis, así que espero que os guste Grecia. Es mi primer fanfic serio de Digimon.
Como habréis visto, está ambientado en la Grecia antigua, un mundo que me fascina. He querido que se localice hacia el siglo XIII A.C., antes de la Guerra de Troya, pero no mucho antes. Tampoco quiero cargarme la historia de la Humanidad metiendo ahí en medio a Rika y a Ryo nn.
Llevaba mucho tiempo queriendo hacer algo así, sobre todo porque he leído mucho acerca del mundo antiguo. Aunque ya se me ha olvidado casi todo, la historia de la Guerra de Troya todavía la conozco bastante bien.
La verdad es que no tengo mucho tiempo para escribir, estoy en el último curso del colegio y necesito estudiar mucho para sacar buenas notas e ir a la universidad que quiero, a estudiar la carrera que quiero hacer. Así que les ruego paciencia .
¡Mil besos y muchas gracias por leerlo :) ¡
