Debo decir que estos personajes no son fruto de mi imaginación y no me pertenecen, y además los utilizo sin ningún ánimo de lucro.
Capítulo anterior…
- Por fin ha llegado el esperado momento - dijo Rumiko.
Todos los presentes tenían, ansiosos, sus ojos fijos en la reina, mas Ryo sólo miraba a Rika, y Rika sólo miraba a Ryo. Desde la comida hasta la cena, a ella le habían encerrado en una habitación, incomunicada con el resto del palacio, así que Ryo no había estado cerca de ella desde que la habían arrancado literalmente de su abrazo tras la lucha con Fileo. Ahora Ryo sabía que Rika le quería. No podía perderla aquella noche. Todo dependía de las palabras que pronunciaría Rumiko a continuación.
- Concedo a mi hija a Henry, príncipe de Lacedemonia.
El murmullo de decepción ahogó la exclamación de sorpresa del aludido, que, incrédulo, se acercó a la mesa principal, donde estaba Rika. Ésta se encontraba en estado de shock. Al recibir el apretón de mano de Henry reaccionó, justo para cruzar su mirada con la de Ryo, cuya impresión se transformó en una húmeda tristeza, antes de que la multitud se interpusiera entre los dos.
Capítulo tercero.
Tras conocer quién sería su marido, Rika se retiró desconsolada a su habitación, y allí permaneció, tumbada en la cama, llorando a ratos, golpeando la almohada, pensando...
Horas más tarde, Henry, su futuro marido, entró en la habitación, carraspeando tímidamente para llamar la atención de su bella prometida. Ésta se encontraba todavía tirada en la cama, de modo que se incorporó para mirarle. En esa pose estaba bastante provocativa, aunque inintencionadamente.
- ¿Qué quieres? - le preguntó con rudeza.
- Hola, mi amor.
- No me llames así.
- Quería darte las buenas noches... tu madre ha decidido que dentro de varios días nos casamos, al atardecer, en cuanto se vayan los demás príncipes griegos con sus séquitos. - dijo, sentándose en el borde de la cama al lado de ella. Rika no abrió la boca. -... He pensado que, como ya somos prometidos - comenzó a acariciarle el hombro - tú y yo podríamos... ya sabes...
Rika se asustó. Como ya conocía a los hombres, y sabía lo que podían llegar a hacer si tenían hambre de pasión y las hormonas desatadas, intentó evadirse de la forma menos sospechosa posible.
- Ay... Henry... yo ya quisiera pero... - titubeó - eh... es que, sabes, si no estamos casados... no está bien.
- Vamos, son tonterías, déjate llevar.
- No, es que... me hace ilusión llegar virgen al matrimonio... - le sonrió forzadamente -. En serio. Así, mañana... seré toda para ti - le dijo con voz seductora, acariciándole el pecho. Le guiñó un ojo, y Henry no pudo resistirse. No en vano era hija de la diosa del amor. Asintió y se fue, tras darle un beso en el dorso de la mano.
Rika se desplomó boca arriba sobre su cama, soltando un enorme suspiro.
- ... Dioses, ¿qué voy a hacer? No voy a poder esquivarle siempre. Es más, no voy a poder esquivarle nunca más. Tras la boda tendré que acostarme con él, quiera o no. - comenzó a llorar - Ryo, ¿por qué no eres tú? ¿Por qué? ¡¡Imbécil! ¡¡deberías haber luchado por mí! ... No, él no tiene la culpa. Nadie la tiene. Salvo Rumiko... Juro por mi madre que la mataré.
Se levantó y se acercó a una pequeña habitación que se encontraba dentro de la suya propia, en la cual había, sobre un altar, una estatua tamaño natural de una mujer muy hermosa, de ojos preciosos y felinos, pelo larguísimo y ondulado, y túnica refinada. Rika se arrodilló ante ella y extendió los brazos.
- ¡Madre! - habló a la estatua - Mamá... ¿qué tal estás? Espero que bien... yo estoy mal, mamá, ya lo sabes. No creo que tú hayas elegido a Henry para mí. Creo que has sido tú quien me ha enviado a Ryo. Y te lo agradezco. Pero hay un problema. me tengo que casar con Henry y... separarme de Ryo. Ayúdame, mami, por favor... tú eres la única que puede ayudarme ahora, tú tienes poder para cambiar las cosas. Hazle este pequeño favor a tu hija. Estoy tan sola... mi vida no ha sido fácil. Ahora que me has enviado un poco de felicidad, quieren quitármela. – sollozó - ¡No les dejes! Si me quieres como yo te quiero, ayúdame, te lo suplico - se inclinó y besó los pies de la estatua - mamá. Me acuerdo de ti todos los días. Te echo de menos... - Rika se quedó, llorando, abrazada a los pies de su madre, hasta que se durmió.
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A Afrodita le conmovieron profundamente las palabras de su hija. A pesar de que la escuchaba todos los días, nunca le había dicho nada tan profundo, con tanto sentimiento, Rika no solía expresar sus inquietudes con nadie, ni siquiera con ella. Debía de estar desesperada.
De entre todos sus hijos, a Rika la amaba más que a ningún otro. Era su vivo retrato y estaba muy orgullosa de ella, a pesar de carecer totalmente de la promiscuidad de la diosa.
No existen palabras para describir el Olimpo. Su pulcritud, su inmaculado aspecto, todo blancura, todo perfección. Era puro, infinito. Y Zeus era su dueño y señor, aunque otras deidades compartían sus dominios, como Hera, su legítima mujer, sus hermanos Hestia y Démeter (respecto a sus otros hermanos, Hades habitaba el infierno y Poseidón era el señor de los mares), amén de otras divinidades como Hefesto, Ares, Apolo, Artemisa, Atenea, Afrodita, Hermes, Dionisio... y los hijos de todos ellos, que son innumerables.
Afrodita intentó convencer a Zeus de que revocara la decisión de Rumiko, pero el dios se negó. No podía alterar el tiempo ni la voluntad de los humanos, las cosas debían seguir su curso.
Tras aquel fracaso, Afrodita decidió jugar su última carta con alguien que, seguro, no le fallaría. Mandó preparar su carromato, y pronto se encontraba rumbo a las profundidades del océano. En la enorme sala del palacio de cristal y coral, Poseidón la recibió.
La diosa le explicó la situación: todos los reyes de Grecia partían hacia sus respectivos reinos desde Micenas. Concretamente Tesalia volvería por mar. Ella le suplicó al dios que retuviera la delegación de Tesalia el tiempo que fuera necesario.
- Está bien. Pero... como ya he dicho, yo no hago favores gratis - dijo Poseidón, suspicaz.
- Si haces lo que te pido, te recompensaré generosamente - prometió la diosa.
- ¿De qué manera? - preguntó maliciosamente Poseidón.
- De la que tú quieras.
- Sabes perfectamente lo que yo quiero de ti.
- Está bien - suspiró Afrodita - durante el tiempo que consigas que el príncipe Tesalia permanezca en Micenas, seré tu amante.
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El sol se levantó sobre la ciudad de Micenas a la mañana siguiente. La mayoría de las delegaciones se habían marchado, y Tesalia, la última que quedaba, estaba ultimando los preparativos para irse a las puertas del palacio. La reina Rumiko salió a despedirles.
- Siento profundamente que no resultarais elegido, príncipe - le dijo la mujer. Ryo, que estaba a punto de meterse en el carruaje, se dio la vuelta y la miró con odio.
- Ya... yo también lo siento.
- ¿Seguro que no queréis asistir a la boda? Será dentro de una semana, al anochecer... seríais el invitado más especial de todos.
- No, gracias. Y ahora que ya está todo preparado, será mejor que nos vayamos, señora.
- Espero que seáis muy feliz en vuestro país - le deseó con una sonrisa fría.
- Lástima que yo no pueda decir lo mismo - dijo Ryo, con el mismo gesto - ¡¡Andando!
Los caballos y los carros se pusieron en marcha, levantando una pequeña nube de polvo tras de sí. Muy pronto descendieron la colina y se perdieron entre las casas de la ciudad.
- Ojalá te pudras durante el camino - le deseó la reina entre dientes, y dando media vuelta entró en el castillo.
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"¡Andando!" El grito del príncipe Ryo se escuchó desde la ventana de Rika, que acababa de levantarse después de un mal e intranquilo sueño. A pesar de su agotamiento, reaccionó rápidamente ante la voz de Ryo. Corrió hacia el enorme balcón de su habitación, y pudo ver cómo el príncipe se metía dentro de su carro.
- "Date la vuelta..." - pensó Rika con todas sus fuerzas. Quería mirarle a la cara, quería ver sus ojos azules al menos una vez más - "¡Por favor, mírame!"
Cada segundo el carruaje se alejaba más de ella. Y nadie se asomaba a la ventanita del carromato. A la princesa le entraron unas irremediables ganas de gritar, y lo hizo.
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Ryo! - fue un grito desgarrador, amortiguado por el nudo que tenía la mujer en la garganta. Nadie lo oyó... nadie se asomó por la ventanita.
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El príncipe y su séquito se encontraban, tras pasar cuatro días de viaje, en el puerto de Tirinto, una ciudad de la costa oriental griega bañada por las aguas del Mar Egeo, que afortunadamente, como dijo el rey Maoko, estaba en calma. Allí estaba encallado el barco que habría de llevarlos al hogar.
Los esclavos no tardaron mucho en subir todo el equipaje a bordo. Los marineros estaban atareados poniendo el navío a punto para zarpar, y el rey y Ryo ya se encontraban en cubierta descansando después del incómodo trayecto en carro. Terminados los detalles de última hora, y tras un par de órdenes del capitán, el barco se adentró lentamente entre las olas del Egeo.
No llevaban ni media hora de navegación, y ni siquiera habían perdido de vista la costa, cuando el cielo comenzó a cubrirse inexplicablemente de unas amenazadoras nubes negras, y el mar comenzó a embravarse. Comenzó a llover a cántaros, los truenos eran ensordecedores y de vez en cuando un rayo iluminaba el navío con una luz gris eléctrica. Las violentas olas chocaban agresivamente contra el casco del barco, haciendo que éste se tambaleara y arrojara a los miembros de la tripulación fuera de la embarcación. En una de estas sacudidas, el barco volcó y todos cayeron al agua. Tras pasar sumergidos un largo rato en el agua a causa del intenso oleaje, por fin pudieron respirar, sacando la cabeza entre las olas de más de cinco metros. El príncipe Ryo permaneció al lado de su padre, agarrados a un pedazo de madera que había sido arrancado de un mástil, puesto que el rey tenía miedo a pesar de saber nadar.
Más sorprendentemente aún, en cuanto el barco quedó inservible, en el fondo del mar, las aguas comenzaron a relajarse y las nubes se disiparon lentamente.
- ¡Menos mal! qué mal carácter tiene Poseidón - gritó Maoko entre el ruido de las olas y el nerviosismo de los escasos supervivientes - pronto vendrá un barco a buscarnos.
- Sí... - afirmó Ryo. Notaba un profundo dolor en su costado derecho. Cuando bajó la vista, vio que el agua del mar se estaba tiñendo de rojo sangre. Un pedazo de madera había salido disparado y se le había incrustado bajo las costillas, en el lado opuesto al del hígado. Aunque por suerte no era mortal, necesitaba atención médica. Introdujo la mano en el agua y se lo arrancó, provocando una hemorragia un poco más fuerte.
De pronto, una voz asaltó al príncipe en su mente: "¿Seguro que no queréis asistir a la boda? Será dentro de una semana, al anochecer..."
- Padre... - dijo el joven - ... tengo que irme.
- Sí, claro, y yo también.
- ¡No, pero tengo que irme ahora! - la voz del chico sonaba angustiada.
- Que sí, que sí, ahora nos vendrán a buscar, ¿no ves que el naufragio se ha visto desde la costa?
- Pero tardarán una hora como mínimo. Tengo que irme. - dijo Ryo, impaciente.
- Pues como no vayas nadando... - se mofó el rey.
- Buena idea - entonces, Ryo se soltó del pedazo de mástil y se alejó nadando rumbo a la orilla.
- ¿Estás loco? ¡¡¡Debe de haber un kilómetro de distancia hasta tierra firme! - Maoko vio el reguero de sangre que dejaba a su paso - ¿¿Ryo, estás herido? ¡¡Vuelve aquí ahora mismo! - le ordenó su padre a gritos - ¿¿Se puede saber a dónde demonios vas? ¿¿Y si te pasa algo?
- ¡Engendra otro heredero entonces! - gritó Ryo entre brazada y brazada.
- ¡¡Eres un inútil! ¡Nunca has nadado tanto!
- ¡Que sí, padre, un poco de fe, demonios! - su voz era casi inaudible, y apenas se le veía debido al oleaje.
El viento y la marea le eran favorables debido a la tendencia de las olas a romper en la orilla. Durante el trayecto se cruzó con el barco de rescate, pero se negó a que le recogieran. Además, contó con la ayuda de una pareja de delfines que, a su juicio, los había mandado Poseidón para custodiarle. Una hora después de haber abandonado a su padre, y muerto de cansancio por haber luchado contra el movimiento de las aguas del mar, Ryo se desplomó en la arena mojada de la playa y entrecerró los ojos mientras respiraba agitadamente. La hemorragia se había detenido un poco, pero el dolor era muy fuerte, sumado al cansancio.
Su momento de paz no duró mucho. A duras penas, se levantó y anduvo por la arena hasta llegar al comienzo de la ciudad, donde un mozo estaba cuidando unos caballos en su establo.
- Quiero tu mejor caballo - le dijo con aire de superioridad -. El más rápido.
- No será gratis - le respondió el mozo.
- Toma - el príncipe se quitó su collar, que aunque para él era uno vulgar y corriente, debía de valer una fortuna, pues estaba hecho enteramente de oro blanco. Muchas veces durante su viaje a nado había deseado quitárselo y mandarlo al cuerno, bien lejos, pero sabía que podía necesitarlo para un trámite como éste. El muchacho aceptó gustosamente la joya mientras le señalaba un espléndido corcel enteramente negro.
- Es un ejemplar troyano, el más veloz que tenemos. Espero que sea de su agrado.
- Eso espero yo también. - de un salto se subió al animal, sin ensillarlo, y lo espoleó para que empezara a galopar. Pronto se encontraron ambos a campo abierto dejando atrás la ciudad, y con tres días de camino sin descanso hasta Micenas.
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Había pasado una semana desde que Ryo se fue.
Los micénicos habían adornado la ciudad y se habían vestido de punta en blanco para el real acontecimiento. Aquella noche, durante la puesta de sol, Rika y Henry contraerían matrimonio, uniendo así dos potencias poderosísimas de Grecia: Micenas y Lacedemonia. Se había declarado fiesta en toda la ciudad, y se organizaron comilonas, espectáculos circenses y toda clase de actividades para el pueblo, a cargo del afortunado novio.
Mientras tanto, Rika se estaba probando su vestido de novia con Jen. Se trataba de un largo vestido blanco de lino y escote "palabra de honor" muy sencillo, sin adornos. Sobre la cabeza se pondría su fina corona de plata, y pulseras del mismo material en las muñecas y tobillos.
- Estáis muy guapa, señora - dijo Jen, mientras le arreglaba la parte trasera del vestido. Rika no respondió a esto, sino que se limitó a decir:
- Yo no me caso.
- Señora... os entiendo, pero permitidme decir que no tenéis otra opción.
- Voy a ensillar un caballo - dijo, mirando por su balcón al horizonte - y me voy a ir a Tesalia.
- ¡No seas estúpida! - se oyó una voz desde la puerta. La reina Rumiko acababa de aparecer. Se acercó a las mujeres y le gritó a Jen - ¡Vete! - La joven esclava se apresuró a marcharse.
- ¿Quién te crees que eres? - le espetó Rika - ¡Jen es mi empleada, y tú no tienes derecho a entrar en mis aposentos, so golfa!
- Tenme más respeto, querida - le advirtió la reina con un tono amenazador -. Sólo te perdono lo que me acabas de decir porque tengo magníficas noticias que darte. Las acaba de traer un mensajero urgente.
- Me traen sin cuidado - respondió la princesa con indiferencia. Rumiko la ignoró y prosiguió.
- Al parecer, el rey Maoko, el príncipe Ryo y su delegación de Tesalia decidió volver por mar - al oír esto, Rika empezó a inquietarse, aunque intentó conservar su semblante frío -. Mientras estaban navegando, una fuerte tormenta les sorprendió y el barco se fue a pique.
Rika dejó su posición impasible y miró a Rumiko con miedo en los ojos.
- Al parecer, el barco se hizo pedazos - continuó -. Un barco de rescate consiguió salvar a ciertos supervivientes. El rey Maoko está bien... pero no hallaron ni rastro del príncipe...
- ¡¡¡Mientes! - la interrumpió Rika, agarrándole del vestido y sacudiéndola - ¡Eres una zorra mentirosa!
- ¡¡Es la pura verdad! - la reina empujó a Rika violentamente, y ésta se cayó al suelo - tu querido príncipe está siendo en estos momentos devorado por las criaturas del mar, muerto, ¡muerto, ¡MUERTO!
- ¡¡Cállate! ¡¡No estás segura!
- ¡Se hundió mientras nadaba! No está en el pueblo. El rey dice que intentó regresar a nado a la orilla... por lo visto tenía algo que hacer... algún sitio donde llegar A TIEMPO... alguien a quien ver... - suspiró - Pero chica... ¡murió en el intento!
Tras esto, dio media vuelta y se fue de la habitación, dejando a Rika a solas tirada en el suelo, vestida de blanco, llorando y golpeando el suelo. Ni siquiera podía gritar, o decir palabra, lloraba demasiado fuerte.
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Ryo llevaba tres días cabalgando sin descanso, ni siquiera se detuvo para dormir o comer. A veces se dormía incluso encima del caballo. El agotamiento se apoderó de él al tercer día, y dejó el ritmo de cabalgadura. El animal tampoco podía más, así que también se tambaleaba, caminando.
De pronto Ryo entreabrió los ojos y se encontró con una visión del paisaje distorsionada y borrosa, a causa del hambre, el agotamiento y la gran pérdida de sangre. La herida del costado presentaba un color muy feo y apenas había dejado de sangrar.
El príncipe se dio cuenta de que le quedaba apenas medio día para llegar a Micenas a tiempo, y reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban animó al caballo negro a seguir galopando. El porte del muchacho ya no era digno como al principio, sino que se encorvaba sobre la crin del animal, y no pocas veces estuvo a punto de caerse y morir en medio del desierto. Pero la imagen de Rika casándose era demasiado para él, y sacaba fuerzas de la flaqueza para proseguir. En pocas horas se pondría el sol, y si no aceleraba, llegaría tarde para impedir la boda.
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Cuando el cielo comenzó a teñirse de naranja al atardecer, Ryo vio la ciudad de Micenas desde lo alto de una colina.
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¡Muchas gracias a todos por leerlo! Espero que os haya gustado. No he querido detenerme mucho con el diálogo entre los dioses, porque la verdad es que me da mucho respeto, y temo hacerlo mal (que es lo más probable). Es que yo veo en La Ilíada cómo hablan los dioses y me digo: "Ay chica, tú no podrás escribir así jamáaaas!". Un gran hombre, Homero…
Gracias especialmente a:
Saturno: ¡Gracias! ¡¡Tu idea de que Henry también esté allí a la fuerza es muy muy interesante! Tengo que confesarte que este fanfic no sigue ningún patrón, ni me he hecho un esquema sobre cómo será y cómo terminará, así que estoy abierta a cualquier sugerencia, ¡y dispuesta a utilizarlas! Me alegro muchísimo de que te guste el fanfic, y sobre todo muchas gracias por leerlo :)!
Sora Takenouchi Ishida: shí… pobrecitos Rika y Ryo :( ¡¡no les voy a poner las cosas fáciles! ;) Pero no te preocupes! No creo que el fanfic termine mal para ellos!
El señor de los dragones: Huy no sé si Ryo y Henry se acabarán matando, pero creo que a Ryo no le importaría… espero que te haya gustado!
Hellensita 16: Huy huy huy Rumiko es mala malísima! Jo jo jo, lo del triángulo amoroso es una idea buenísima, ¿te imaginas? Rika no sabe a quién escoger, si a Henry o a Ryo… jajaja, si es que me decís sugerencias y me emociono muchísimo! La verdad es que yo nunca he estado a favor del RikaxHenry (¿se dice Henruki?)… … … pero se me están ocurriendo en estos mismos instantes muchas cosas! Con tu sugerencia y la de Saturno puedo hacer cosas grandes jijiji ;) ¡¡¡muchísimas gracias:)
Mileena –'Beautiful nightmare'-: ¡¡hola Keiko! De entrada, gracias por tu review , y para seguir… ¡nunca es tarde para aprender un poquitin de historia ! Bueno, me alegro mucho, mucho, mucho de que te guste el fanfic. No creo que Henry se vuelva malo, pero a él le gusta mucho Rika, y creo que no le va a gustar nada que Ryo esté en medio… así que igual sacamos la vena violenta de Henry Oo (tengo miedo). Aun así creo que el fanfic cada vez mejorará un poquito, a partir de ahora. ¡Creo que te gustará, si te gusta la faceta de Ryo atrevido-y-hormonal:P ¡nos vemos!
