Capítulo 35. Karma

Empujón.

Lexa gimió, sin atreverse a abrir los ojos. Le zumbaba la cabeza, le dolían las costillas y cada bocanada de aire era una batalla. No sabía cuánto tiempo había estado tendida allí.

¿Minutos?

¿Horas?

Sintió los soles sobre ella, ardiendo al otro lado de sus párpados. Supo lo que la aguardaba si se atrevía a abrirlos.

El fracaso.

Su carro estaba destruido. Sus camellos masacrados. El Monte Apacible estaba a un giro de distancia de vuelta hacia el este pero, con lo malherida que estaba, suerte tendría si lograba llegar en dos, y eso suponiendo que antes no la devoraran los krakens o los espectros del polvo. Llegar a Última Esperanza a pie desde allí era imposible, pero au…

Empujón.

Algo blando y húmedo y con bigotes. Manchándole los labios de algo denso y cálido. Una diminuta parte de su cerebro chilló a viva voz que ese algo era bastante grande y que sin duda estaba vivo y que estaba husmeándola, quizá como preludio al acto de devorarla. Abrió los ojos con esfuerzo al dolor que esperaba al otro lado. Siseó y miró con ojos bizcos un par de anchas fosas nasales, que le dieron otro empujón y le mancharon los labios con —oh, deleite entre deleites— más moco. Una enorme lengua rosada chasqueó contra inmensos dientes amarillos y Lexa despertó del todo y se apartó a rastras, levantando una nube de fino polvo, para descubrir qué intentaba comérsela en concreto.

Era un caballo.

Negro y brillante y de veinte manos de altura.

Un caballo del que se había despedido de mil amores hacía meses, a decir verdad.

Pero aun así, Lexa se descubrió sonriendo. Se puso de pie a duras penas y fue tambaleándose junto al animal. Le pasó la mano por el costado mientras el caballo hacía un ruido que sonaba sospechosamente parecido a una carcajada.

Le rodeó el cuello con los brazos.

Le dio un beso en la mejilla.

—Hola, Cabronazo —le dijo.