El cielo era azul, acompañado de una que otra nube blanca, el sol brillaba en todo su esplendor. Un día maravilloso para viajar, pensó. La gente en Castle Town no pareció notar su presencia salvo algunos que simplemente se hacían aun lado al ver la velocidad con la que se abría camino y el poco interés que mostraba en su seguridad. Algunos la maldecían en voz alta, haciéndose escuchar entre el barullo de las personas que se dedicaban a atender sus asuntos.
No pasaban de las tres de la tarde, el tiempo en el que más gente se aglomeraba cerca de la puerta sur, en donde se encontraba el mercado, todos peleando por conseguir los mejores artículos al menor precio. Apretó los dientes, molesta. Aunque había esperado toda la vida para ese momento, no encontraba la paciencia para esperar algunos minutos más.
Sonrió cuando vio el camino principal y clavó los talones en las costillas de su caballo. El mapa que había doblado cuidadosamente en la alforja le daba seguridad, había repasado una y otra vez el camino que debía seguir para llegar hasta Ordon, memorizando todas y cada una de las rutas que debía tomar.
Tenía sentimientos encontrados y estaba más feliz de lo que le hubiera gustado, aunque moría de felicidad de saber que su padre estaba vivo, también sentía que de alguna manera estaba traicionando a su madre. Si ella había decidido mantener en secreto su existencia, buenas razones debía de tener. No encontró la fuerza para rechazar el viaje, pudo haberle dicho que no necesitaba conocer a aquel hombre que le había dado la vida, que con el amor de su madre era suficiente, pero no pudo, necesitaba ponerle rostro a la idea que se había hecho del hombre durante toda su vida.
A su paso por los campos de Hyrule se encontró a todo tipo de viajeros, personas que andaban a pie y carretas con mercaderes que llevaban sus productos de un lugar a otro. De pronto una idea cruzó por su cabeza ¿y qué si su padre ya no vivía en Ordon? Su madre había dejado de seguirle la pista dieciséis años. ¿Y si él…?
Sacudió la cabeza para alejar los malos pensamientos y se dedicó a admirar el paisaje. Gracias a las diosas la joven princesa era bastante optimista para dejar que sus pensamientos la deprimieran. Echó una última mirada hacia atrás antes de adentrarse al bosque Faron, el imponente castillo de Hyrule parecía cada vez más lejano y de pronto recordó la cálida sonrisa de la reina.
Su madre era una mujer inteligente, benevolente y carismática, todo el reino la amaba, siempre tenía una respuesta para cada situación que llegara a surgir. La había admirado toda su vida, no era un secreto que sus hazañas aun eran alabadas por su gente. A veces se preguntaba si en realidad era su hija, ella era tan distinta de su madre que le daba miedo no estar a la altura una vez que fuera su turno para heredar el trono. Había escuchado que su madre tenía casi su misma edad cuando tuvo que enfrentarse a las inundaciones que afectaron el reino y dio solución al problema en poco tiempo; también había estado en la guerra, asegurando la paz y tranquilidad del reino. Y ahora que sabía que su padre había sido parte esencial de la victoria, estaba más insegura que nunca. Ella no se consideraba talentosa en ningún aspecto, lo que la llenaba de inseguridades acerca de su posición como la princesa heredera. Aunque la mayoría de las personas se encargaban de abrumarla con presiones, su madre nunca le había reprochado nada, siempre era la primera en celebrar que intentara cosas nuevas para descubrir sus talentos.
Observó la posada en la entrada del bosque y disminuyó la velocidad, su madre le había dicho que se detuviera a descansar en ese lugar ya que el bosque era bastante peligroso por las noches, ella misma había sido victima de ladrones tiempo atrás. Aun así la joven Zelda decidió que no necesitaba descansar, quería ver a su padre lo más pronto posible.
Siguió el caminó principal observando maravillada la diversidad de tonalidades verdes en el lugar. El viento húmedo y fresco mezclados con los sonidos de la naturaleza le parecieron increíbles, muy diferentes a las casas de piedra y el barullo típico de la ciudadela o a los movimientos repetitivos y a los gritos de guerra de los soldados que entrenaban en el castillo.
Anduvo algunas horas más, preguntándose si el camino principal realmente la llevaría hasta Ordon ya que no había visto nada más que árboles enormes y algunos animales que huían asustados al escuchar el sonido de los cascos de su montura. Ya era de madrugada y el aullido lejano de un lobo hizo que se le erizara la piel, miró en todas direcciones para asegurarse de que no estaba siendo acechada por alguna criatura extraña. Se maldijo por no escuchar a su madre.
Cansada y hambrienta, finalmente se encontró frente al puente colgante que conectaba la villa con el reino. Tuvo una sensación extraña en el estómago, pero estaba tan emocionada que apenas y le importó. Tomó aire y desmontó de un salto, tomó a su caballo del arnés y se obligó a no mirar hacia abajo mientras atravesaban el largo puente.
Su inseguridad se hizo presente cuando se encontró frente a la primera casa antes de entrar a la villa, la que su madre le había indicado y descrito. Apenas unos metros la separaban del hombre que siempre había soñado con conocer. Miró su ropa, estaba sucia por el viaje y sus botas llenas de polvo; su largo cabello dorado estaba alborotado por el viento y la humead del bosque y lamentó no haber empacado nada para la ocasión, estaba tan desesperada por salir del castillo que no se preocupó por nada más.
Levantó la vista hacía la casa una vez más, las luces estaban apagadas, seguramente Link estaría durmiendo. La joven princesa suspiró, era de suponer que él no estaría despierto, no era de buena educación llegar sin invitación y mucho menos a una hora tan inadecuada como esa. Se dejó caer junto a las escaleras sin animarse a llamar a la puerta y decidió esperar a que amaneciera para poder presentarse como era debido.
Apenas y pudo dormir una hora, abrió los ojos inmediatamente al escuchar al gallo cantar, aún no había mucha luz, pero ella pensó que estaría bien arreglarse un poco con los escasos recursos con los que contaba. Se sacudió el polvo de las botas con las manos y se recogió el cabello lo mejor que pudo con una pinza que llevaba en la alforja. Recordó que su madre le había contado acerca de un río que atravesaba la villa y decidió que sería buena opción para saciar su sed y de paso lavar su cara. Observó a su montura, un caballo percherón negro de crin blanca, bastante llamativo; había sido un obsequio de su madre cuando decidió que quería practicar tiro con arco. El animal estaba pastando tranquilamente entre la yerba crecida a un lado de la casa con las riendas sueltas y le pareció que llamaría mucho la atención en la aldea, por lo que decidió dejarlo ahí.
Apenas dio algunos pasos y se detuvo frente a un hombre joven que se acercaba caminando junto a su montura. Un hombre alto, de cabello rubio corto y ojos azules estaba frente a ella, bastante guapo. La miró unos segundos y después al caballo tras ella y le sonrió, agachando levemente la cabeza en forma de saludo. La joven princesa le regresó el gesto y su cuerpo se tensó cuando escuchó el sonido de la puerta abrirse tras ella.
-Buenos días, Ilia –saludó el hombre, elevando la vista a la casa tras ella.
-¡Oh! Buenos días Colin, veo que hoy has madrugado—dijo una voz aterciopelada—¿vas de regreso a Castle Town?
-Así es—el hombre volvió a mirar a la joven princesa, sonriendo—que tenga buen día—se retiró por el mismo camino por el que ella había llegado.
La princesa apretó los puños y reuniendo todo el valor que pudo, se giró en dirección a la casa. Sintió como si alguien la hubiera golpeado en el estomago al observar a la mujer rubia bajando las escaleras. Una vez abajo, la mujer acortó la distancia entre ambas.
-Buen día—la mujer de ojos encapuchados ladeó la cabeza después de obsérvala más de cerca—¿nos hemos visto antes?
Negó con la cabeza torpemente, mientras su mente analizaba el hecho de que su padre se hubiera casado con otra mujer ¿y si tenía más hijos? Tal vez Link había logrado rehacer su vida tal y como su madre esperaba, tal vez arruinaría la tranquilidad que había logrado construir si le contaba que ella era el resultado del amor que se habían tenido él y su madre en otro tiempo.
-Estaba buscando a mi pa… -frunció el ceño, no estaba segura de querer conocerlo ahora; después de todo ella no era tan comprensiva como su madre—supongo que ya no importa.
-¿Estás segura? Puedo llevarte hasta la posada de Ordon, es un gran lugar, seguro te va a encantar.
La joven Zelda suspiró, debía aceptar y descansar apropiadamente, pensar en qué le diría a su madre. Estaba segura de que le rompería el corazón si le contaba que Link se había conseguido una nueva esposa. Asintió siguiendo cabizbaja a la mujer de cabello corto.
El sol estaba comenzando a salir, pero para su sorpresa había mucha gente ya trabajando en los campos de cosecha, todos saludaban amigablemente a las mujeres. La joven Zelda se limitaba a realizar una leve inclinación con la cabeza.
-¡Ilia! –Un hombre bastante alto se aproximaba a toda velocidad bajando desde la colina. La joven princesa escuchó un suspiro de fastidio de la mujer—lamento mucho lo de anoche, escuché que pasaste la noche en casa de Link.
-Lo hice, sí. No quiero hablar ahora, Fado. Estoy acompañando a esta jovencita a la posada de Ordon.
-Claro, lo lamento—el hombre se encogió de hombros.
Hubo un largo e incómodo silencio, era evidente que el hombre no tenía intención de marcharse, por lo que la joven decidió que debía darles la privacidad para resolver lo que fuera que significara lo de anoche tomó aire y se puso frente a ambos.
-No se preocupen, por favor—dijo incómoda—ya me las arreglaré para llegar por mi cuenta—Dio media vuelta y salió de ahí antes de que pudieran contestar. Caminó apresurada, no sabía a dónde iba exactamente por lo que agradeció a las diosas cuando observó a un anciano más adelante.
El hombre la saludó como quien saluda a un amigo de toda la vida y le indicó qué camino que debía seguir hasta la posada. No faltaba mucho según la información proporcionada por aquel desconocido, así que se animó un poco. Caminó mientras la sonrisa de aquella mujer rondaba por su cabeza. Debía sentirse alegre por su padre, siempre había soñado con tener hermanos con quienes hablar y hacer cosas de hermanos, solo que no se imaginaba teniendo otra madre. No estaba segura de poder compartir el amor de su padre con otra mujer que no fuera la reina.
Sonrió cuando abrió la puerta de aquel lugar, un delicioso aroma a sopa de calabaza hizo que su estómago gruñera. El lugar era sencillo, con acabados y muebles de madera como parecía la costumbre en el lugar. Le parecía bastante agradable la idea de las personas de Ordon decidieran hacer de la naturaleza parte de su estilo de vida.
Una mujer regordeta salió de algún lugar, que suponía era el comedor, con un cucharon en la mano y el delantal sucio para ponerse tras el mostrador de madera. Las canas en su cabello y las arrugas en su piel dejaban bien en claro que se trataba de una mujer ya mayor. Observó a la joven de arriba abajo sin ninguna discreción y esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
La joven princesa se sintió agradecida cuando finalmente pudo recostarse sobre las sábanas, apenas tuvo la fuerza para quitarse las botas antes de caer dormida profundamente. Una enorme sonrisa en su rostro hizo evidente que estaba teniendo sueños felices, de su vida en el castillo, con su madre. Frunció el ceño y abrió los ojos muy a su pesar cuando la dueña de la posada llamó a su puerta para avisarle que la cena estaba lista. Observó hacia afuera a través de la pequeña ventada en forma de circulo junto a su cama, ya había oscurecido. Se calzó las botas malhumorada y ni se molestó en ver su apariencia en el espejo del tocador antes de salir. Se sentó a la mesa, y devoró la comida en su plato con rapidez. No recordaba cuándo había sido la última vez que tuvo una comida decente. Si hubiera sabido que hace dos días saldría despavorida en búsqueda de su padre a un lugar tan remoto como aquel, hubiera ordenado que le prepararan un banquete para al menos diez personas. Frunció el ceño al recordar el motivo que la había llevado hasta ese lugar y torció la boca en señal de disgusto, en dieciséis años, su madre jamás había vuelto a mirar a otro hombre. Si su padre la amara al menos la mitad de lo que ella aun lo hacía, jamás hubiera tomado a otra mujer por esposa.
-Veo que hoy tampoco has tenido suerte, cariño—dijo la dueña de la posada. La joven princesa levantó la vista, pensando que le había hablado a ella—te he dicho que saldría muy temprano, pero querías seguir durmiendo…
Se encontró con una mujer joven, cabello castaño y corto. Su nariz estaba llena de pequeñas pecas marrones y sus enormes ojos azules mostraban decepción.
-Lo sé, mamá. Es solo que… ¡tuve que estudiar toda la noche para poder tener un tema de conversación! pero lo he vuelto a hacer…—suspiró dramáticamente y se dejó caer junto a la silla de la princesa—¡Soy tan tonta!
La joven Zelda parpadeó, no estaba segura de qué estaba pasando, tragó la sopa que se había llevado a la boca bajo la intimidante mirada de la aquella extraña.
-Tu pareces una chica de ciudad—comentó sin mucho interés—¿podrías decirme de qué hablan las personas de ciudad?
-¡Beth! No molestes a nuestra huésped. Además, es tu culpa que Colin no se fije en ti. No hacías más que fastidiarlo y burlarte de él cuando eran pequeños. Cosechas lo que siembras, jovencita.
La mujer suspiró nuevamente.
-Es verdad... lamento haberte molestado, niña. Dime, ¿Has venido de visita al pueblo? Te ves muy joven. No es un destino turístico muy atractivo, ¿sabes? No tenemos tantos clientes como nos gustaría.
-¡Beth! –gritoneó la mujer. Beth sonrió, la joven princesa también sonrió.
Le pareció un ambiente bastante cómodo y familiar y aunque Beth ya era una mujer adulta, le recordó a su relación con su madre. La reina era una madre ejemplar, no se detenía cuando debía reprenderla por algo, lo hacía a solas y en público por igual. Era una madre amorosa, siempre que podía la abrazaba y la llenaba de besos, aunque a su edad le parecía bastante bochornoso que lo hiciera frente a los soldados. Sabía que se esforzaba el doble para tratar de ocupar el lugar de su padre también, lo que le causaba bastante tristeza. Recordaba claramente que cuando era pequeña veía al mozo de cuadra cuando levantaba a su pequeño hijo en el aire y lo besaba en la cabeza, lo enseñaba a montar y a cuidar de los caballos y no podía evitar sentir pena, siempre se preguntaba qué tipo de padre sería el suyo. Entonces, cuando se armaba de valor para preguntarle a su madre, la veía sola observando desde su balcón, con la mirada triste y perdida. Al final solo llamaba a la puerta, su madre le sonreía y no preguntaba nada.
-¡Buenos días Sera!
La joven Zelda dirigió la mirada a la mujer de antes, que colocaba una canasta de mimbre sobre la mesa. Al parecer en ese lugar no era protocolo anunciarse o llamar a la puerta antes de llegar a algún lugar.
-¡Ilia! –Lloriqueó Beth. La mujer rubia puso los ojos en blanco y tomó un lugar en la mesa.
-Te he traído algunos huevos para la cocina, Sera—La mujer sonrió complacida—También he venido a disculparme por lo de esta mañana, jovencita.
Sera, la dueña de la posada le sirvió un tazón de sopa a su hija Beth y a Ilia quienes sonrieron cuando la mujer colocó los tazones frente a ellas. Zelda negó con la cabeza, restándole importancia al asunto. Las mujeres comenzaron a hablar acerca de un tal Colin, Ilia reía mientras escuchaba a Beth hablar de su desafortunada situación y de cómo su madre se la pasaba burlándose de sus intentos fallidos en lugar de darle consejos útiles. La joven princesa no pudo evitar observarla detenidamente, era una mujer bonita, no podía negarlo, pero no lo suficiente como para igualar a su madre, ¿qué había visto Link en ella?
-¿Has podido descansar? –Preguntó Ilia, sacándola de sus cavilaciones.
-Oh, sí claro—contestó apenada—he dormido casi toda la tarde, supongo que me iré al amanecer.
-Pero si apenas llegaste esta mañana ¿no tenías asuntos en Ordon?
-¡No me digas que has venido buscando a Colin! –gritoneó Beth, su madre le dedicó una mirada fulminante.
-He venido a buscar a alguien, sí. Pero te aseguro, Beth, que no se trata del hombre que mencionas—El cuerpo de Beth se relajó. Zelda dirigió su mirada a Ilia—Dime, ¿eres tú la esposa de Link?
Las tres mujeres miraron sorprendidas a la más joven, como si acabara de mencionar un tema prohibido. Hubo un largo e incómodo silencio y la princesa se maldijo por haber sacado el tema de manera tan casual.
-¿Estás buscando a Link? –preguntó Beth finalmente.
La princesa asintió, intimidada por la penetrante mirada de las mujeres, apretó los puños bajo la mesa y se armó de valor para hablar, si ya estaba ahí ¿por qué no darle una oportunidad al hombre de explicarse? Lo conocería, le diría la verdad y entonces podría regresar al castillo, junto a su madre, quien lo amaba tanto que había decidido permanecer sola.
-Bueno, es un asunto entre él y mi madre.
-Que extraño… -comentó Beth pensativa—no sabía que Link tuviera conocidos fuera de Ordon. Bueno, supongo que es normal ya que sirvió a la reina por mucho tiempo..¿quién es tu madre, niña?
La princesa abrió la boca para contestar, pero volvió a cerrarla, no podía decirles que su madre era nada más y nada menos que su reina, creerían que estaba loca. No estaba segura de qué decir, tal vez lo más adecuado sería decir que se trataba de una criada del castillo.
-Lamento decirte, querida, que hace mucho tiempo ya no vive en Ordon—contestó Ilia malhumorada.
La princesa la miró un momento y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. Eso quería decir que aun había esperanza de poder cumplir con la promesa que le había hecho a su madre antes de dejarla en el castillo. Si Link se había marchado de Ordon, eso quería decir que no tenía ninguna conexión importante con la villa.
-Eso quiere decir que tú no eres su esposa—dijo en un tono más feliz de lo que había querido. Beth se rió—¿podrían decirme a donde se ha ido? Necesito encontrarlo.
-Lo lamento—contestó Sera encogiéndose de hombros, estaba parada junto al fogón—él no quiere ser encontrado, cariño. Son pocas las personas que saben a dónde se ha marchado—la mujer miró a Ilia.
-Él ha dicho que nadie debe saberlo—se encogió de hombros.
La princesa sintió que se le revolvió el estómago ¿cómo se atrevían a negarle esa información? No era cualquier mujer preguntando por él ¡ella era su hija! Tenía todo el derecho de saber acerca de su paradero. No importaba si tenía que viajar hasta el mismísimo reino de Val, iría a buscarlo a donde fuera necesario.
-Es muy importante, se los pido—dijo desesperada.
-No lo creo—contestó Ilia—Si tu madre fuera tan importante como dices, entonces él le habría dicho en dónde encontrarlo.
Ese fue el ultimo comentario que estaba dispuesta a tolerar, se le había agotado la paciencia, ¿quién era ella para decidir si su madre era o no importante para Link?
-¡Por su puesto que mi madre es una mujer realmente importante para él! ¡Es mi padre! –Gritó.
Beth se llevó las manos a la boca de la sorpresa y Sera se sentó en la silla junto al fogón para evitar caerse. Ilia se levantó haciendo sonar sus manos contra la mesa, los cubiertos de madera y la silla de madera en la que estaba sentada cayeron al suelo.
-¡Es mentira! –gritó—¡Tu madre te ha mentido! ¡Que fácil incriminarlo de su desliz! Es una mu…
La princesa se levantó de su silla y abofeteó a la mujer antes de que pudiera continuar hablando. La mejilla de Ilia se puso roja de rápidamente. Beth se levantó de inmediato y se interpuso entre ambas mujeres para evitar que la discusión pasara de ahí.
-¡No te atrevas a ofender a mi madre!—vociferó molesta—ella es una mujer honorable ¡jamás se atrevería a mentir!
Ilia la miró con los ojos llenos de lágrimas, pero no dijo nada más. Salió furiosa del lugar dejando a la princesa molesta. La joven Zelda resopló y agitó la mano, había abofeteado a esa mujer con tanta fuerza que incluso a ella le había dolido.
-¿Es verdad? ¿eres hija de Link? –preguntó una voz suave desde la entrada de la cocina. Sera, Beth y la joven Zelda miraron a la mujer recargada en el umbral de la cocina con una mano en el pecho, una lágrima resbaló de su mejilla y luego otra.
-¿Uli? No te escuchamos llegar, lamento que haya sucedido algo así…
Uli se acercó a la joven princesa y la abrazó con fuerza, acariciando su espalda con cariño. El cuerpo de la princesa se tensó ante el contacto con la desconocida, pero después correspondió el gesto con evidente incomodidad.
Hola! Buenas tardes. Espero que todos se encuentren bien :)
Muchas gracias a las personas que se tomaron el tiempo de leer y comentar Encuentro Destinado. Sus comentarios me animaron a continuar y, aunque planeo que sea corta, espero que esta también les guste. :) Gracias por sus comentarios y consejos, de verdad aprecio mucho el tiempo que se toman para leer.
Iilu.
