Hola lectores!

No lo he dicho previamente, pero casi todos los personajes son propiedad de JK Rowling, aquí propios solo uno, Itziar.

Este capítulo se concentra solo en una cosa: la aparición de la protagonista. Quedarán muchas dudas en el aire, pero ya se irán resolviendo ¡prometido¡Reviews please!

Clawy: Jeje¡qué bien que te gusten los cambios! Me da que no va a haber mucha tarta…pero bueno ¡regalos sí que ha habido! (aunque no aparezcan…) :-D ¡Espero que te guste este capítulo! Besos!


Comienzo

Poniendo una mano pálida, con dedos largos y finos, delicada, sobre el marco de la puerta, hizo presencia.

La luz menguó, y los corazones de la sala parecerían a un oído agudo, un conjunto de tambores anunciando una catástrofe. Todos contuvieron la respiración y, los que estaban en el lado de la mesa frente a la puerta observaron la figura que se apoyaba ligeramente en ella. Nadie vio nada en concreto, solo un revuelo de ropas mecidas por un viento inexistente, bajo las cuales se escondía el cuerpo de algo.

Cerró los ojos, la claridad la cegó momentáneamente. Al abrirlos nuevamente, contempló la sala y vio a todos y cada uno de los presentes. La sorpresa y el miedo se dibujaban en sus rostros y, observó, la furia se concentraba lentamente en su interior, equivocados como estaban sobre ella. Siguió mirando y, contempló con cierto detenimiento, tal como ella esperaba, el reconocimiento, en una de las personas.

Albus Dumbledore la observaba detenidamente, no quedándose en el revuelo de ropas, sino penetrando en la mente de aquel que acababa de superar todas sus barreras de protección sin aparente esfuerzo. Dumbledore, se podría decir que, en cierto modo, la esperaba, y que por ello había decidido que se reuniesen en esa fecha los miembros de la Orden, aunque sin éstos saberlo. Siendo en sus cálculos ese el día más probable para que viniese, había actuado de ese modo, y no se había equivocado; aunque tampoco había acertado totalmente. Acertaba en que alguien llegaría, pero no en quién. Con el pretexto de la fiesta, ni los propios miembros de la Orden, excepto Ojoloco Moody, que sospechaba algo, habían sido incapaces de ver que había algo más aparte de los festejos.

Cuando Dumbledore quiso dar un paso hacia el interior de la mente de aquel personaje, se topó con una negrura total, una crueldad y un odio muy fuertes, una inteligencia y un poder imposibles. Y supo de quien se trataba. Sin vacilar, Albus Dumbledore se levantó de la silla en la que estaba, apuntó con la varita a los reunidos y los sumió en un encantamiento protector bastante fuerte.

Pero, una vez puesto, desapareció y todos los magos de la sala quedaron petrificados, excepto Moddy y Harry Potter, que se había apartado sin vacilar de la mesa y se colocaba detrás del auror, no habiéndole alcanzado el hechizo petrificador gracias a éste último.

Al ver a Harry, Dumbledore sintió como le invadía el miedo y el pánico, como aquella vez en el Ministerio, en aquel recibidor, cuando se había enfrentado a aquel que todos temían. Ahora, pensaba él, le tocaba repetir la pelea contra el mago seguramente más poderoso del mundo mágico: Lord Voldemort. Aunque notaba una diferencia respeto al Voldemort del Ministerio, éste no daba muestras de atacar, simplemente esperaba pacientemente, con calma y sin amenazas.

Levantó una mano aquel que los amenazaba y Dumbledore se dio cuenta de que aún no había sido capaz de actuar, que una fuerza lo detenía y de alguna manera le impedía defenderse. Por un momento se desesperó, no conseguía hacer su voluntad, su cerebro no respondía. Respiró hondo, y se concentró en la mano que tenía la varita. Con voluntad y determinación, sin vacilar, sujetó la varita con fuerza en la mano derecha, concentrando todas las fuerzas en esos dedos que sujetaban la única arma de defensa que tenía y, llevándola al frente y utilizando esa fuerza, miró con serenidad a la figura que se encontraba en la puerta y gritó la maldición que podría debilitar mínimamente al ser que tenía delante.

Había esperado el erróneo reconocimiento, ni Dumbledore había sido capaz de reconocerla. Quitándose una rara sensación de encima de tristeza y desilusión que la comenzó a invadir, quitó la mirada de Dumbledore y miró a la mesa. Conjurando un hechizo bastante fuerte, hechizó a los sentados en ella, aunque, inesperadamente y para su sorpresa, el hechizo menguó en uno que había demostrado tener un odio bastante más fuerte que los demás, de echo, un odio y unas ganas de matarla más potentes. Sospechaba que se trataba de Harry Potter, pero para comprobarlo, menguó el hechizo y dejó que el auror Alastor Moody se encargase del resto y protegiese al chico.

Pero Albus Dumbledore reaccionó de pronto, con una maldición poco común y que, una vez impactada en su cuerpo, resultó ser más fuerte de lo esperado. La maldición la carcomía y absorbía sus fuerzas con sorprendente velocidad; cuanta más voluntad ponía, más fuerza era absorbida. Con una perla de sudor en la frente y mucha concentración, se relajó y se dejó hacer por el hechizo, que la tentaba a imponerse sobre él. Cerrando los ojos y notando como el maleficio perdía fuerzas, terminó de relajarse poniendo la mente en blanco. El hechizo se deshizo lentamente y, en cuando se fue totalmente, se protegió con la fuerza que pudo recuperar del ataque.

Había temido ese ataque, pero pensó después de éste pasarse definitivamente, que no había sido tan duro como ella había esperado.

Tras serenarse, cansada de aquel erróneo tratamiento hacia su persona, alejó a Dumbledore con un movimiento de la mano y otra perlita de sudor apareció en su frente. Se acercó a la mesa. Tras cerciorarse de que nadie la atacaría, despetrificó a los jóvenes magos primero, demostrando que, si era otra persona, ya los habría matado. Luego a los aurores.

Los chicos la miraron estupefactos, pero los aurores levantaron todos sus varitas sin vacilar un segundo. La chica retiró con un movimiento rápido, nada ceremonioso la capucha, no dándoles tiempo a ninguno de reaccionar. No le gustaban las escenas ceremoniosas, en las que una persona, sobre otras, se daba mucha importancia, y aquella estaba resultando ser bastante más ceremoniosa de lo que podía aguantar.

Dejó el rostro a la vista. Los extraños ojos, una nariz delicada y pequeña, unos labios negros y una línea de puntos que formaban dos dibujos de debajo de sus ojos y hasta las sienes, uno en cada lado del rostro. En el de la derecha había dibujada una espiral y en el de la izquierda una cruz. Un pelo negro con algunos tonos azules-blanquecinos, adquiridos por la cantidad de hechizos recibidos que había rechazado hasta el momento, entre ellos y el que más solía pintarle el pelo, el Avda Kedabra, del que se había salvado un total de cinco veces una vez recibido este directo en el cuerpo, era de lo que más llamaba la atención.

La túnica rojo oscuro, con bordes negros en la capucha y en las mangas, le quedaba ligeramente grande y rozaba el suelo, impidiendo ver los pies. Las manos también estaban a la vista, pero no había rastro de varita alguna.

-Itziar…

Itziar. Sonrió interiormente al recordar su nombre original. Hacía mucho tiempo que no lo oía de boca de nadie y le sonó agradable.

Itziar tenía el aspecto de una chica de diecisiete años, no más, aunque el tiempo que había estado en el mundo mágico se igualaba al que había estado aquel personaje al que tanto temían todos los magos.

Hasta entonces, no había cambiado su mirada, ni su frialdad y parecía una muñeca de porcelana con ojos raros. Sin cambiar la expresión, dirigió su mirada fría y cortante a Dumbledore, que la miraba en esos momentos con sorpresa y un atisbo de incomodidad.

-Hola, Albus. Interrumpo una fiesta, aunque, por lo que veo, tenías todo preparado por si Voldemort decidía agradaros con su presencia.

Con un deje de sarcasmo, esperó una respuesta, pero Dumbledore parecía procesar sus palabras y no daba la impresión de ir a responder en ningún momento.

-Han pasado muchos años. No creo que nunca pensaras que yo podría haber muerto… He estado observando y analizando la situación, Dumbledore, y he oído la profecía. – Dumbledore levantó la vista y la clavó en ella. Harry también la miraba, y clavó una desconfiada mirada en Itziar- Tenéis todas las de perder en esta batalla por el poder y la supervivencia. Voldemort –algunos aurores contuvieron la respiración- no se detendrá hasta saber que este niño – señaló a Harry con un movimiento ligero de cabeza- ha muerto. Y – Miró a Harry directo a los ojos- él parece ser de su misma especie por lo que veo, aunque en versión buena… - Siguió mirándole fijamente y éste bajó la mirada- Es absurdo.

Suspiró para sí misma. ¡Aquella gente temía un nombre! Era desesperante la manera en que estaba evolucionando el miedo cada vez más en los magos, amenazando con la destrucción a los más débiles.

-He venido para ayudar, lo aceptes o no. No es lucha lo que hay que hacer, Dumbledore, no es guerra la palabra, y tú lo sabes. Pero ya discutiremos sobre eso.

Dumbledore comprendió de pronto que aquella mujer estaba dolida, muy dolida con él. Aunque su expresión no hubiese cambiado lo más mínimo y su mirada fuese tan fría que hasta hacía daño, podía adivinar que ella había esperado más de él en aquella guerra ´´, como ella la llamaba.

Sabía que ella le odiaba y jamás perdonaría lo que le hizo, y la admiraba por haber venido, pero verla dolida le hacía mucho más daño que todo aquello, porque sabía que Itziar tenía razón en una cosa: podía haber hecho muchas más cosas de las que había hecho.

Aunque todo aquello se lo guardó para sí mismo.

-Tenías miedo.

La chica lo estaba hundiendo, sabía de todos sus errores, de aquellos que no tendría que haber cometido nunca.

Sí, había temido que la chica se hubiese pasado al lado oscuro, de hecho, lo creía casi con certeza. Se arrepintió de haber pensado así de ella, pero sabía que no tenía remedio.

Con un nudo en la garganta, se decidió por hablar antes de que ella continuase hundiéndolo

-Hola, Itziar-tomó aire antes de continuar-Pese a la sorpresa inicial y el error que todos hemos cometido al confundirte con Voldemort, eres bienvenida de nuevo, aunque no dé esa impresión. Te debemos una disculpa, creo, por esta terrible equivocación. Será un placer que te quedes.

Sonriendo amablemente y con cierto cansancio, Dumbledore hizo aparecer una silla a Itziar y le ofreció asiento. Pero ésta lo rechazó con un gesto casi imperceptible de la mano. Tenía que terminar de cumplir el segundo objetivo que la había traído allí y necesitaba concentración y estar en pie, no podía permitirse el descansar un momento, no ahora, que estaba a poco de lograrlo. Pensó en no dar explicación de lo que iba a hacer, pero temía un nuevo ataque, y esta vez no podría pararlo, así que advirtió a los presentes de cómo iba a proceder.

-Albus. Minerva, te saludo, se te ve bien. Me pasé por el ministerio hace dos días para ver las huellas de la incursión. En mi búsqueda, llegué al lugar en el que se encontraba el velo. –Se detuvo un momento, pensando en cómo explicarse sin dar demasiados detalles- Conozco ese velo muy bien, ya que me interesé por él en mis años de estudiante y luego seguí investigando sobre él. Se como traer a Sirius Black. –Se escuchó un movimiento de túnicas y una carcajada que se cortó en seguida con una mirada de la hablante- Aunque, es complicado, ya que la sustancia de la que está compuesta el velo es muy poco tratable. Para no complicaros, la denominaré la nada ´´, aunque eso no explica exactamente lo que es. No tiene ni espacio ni tiempo, es infinita y todavía no se comprenden sus propiedades, pero, repito, hay una manera de sacarle de allí. – Dumbledore la miró gravemente - Ya te lo comentaré más detalladamente, Albus, pero en otro momento.-hizo una pausa y miró a los presentes, uno a uno-Al haber conocido a Sirius Black, me decidí por sacarle de allí y adquirir una experiencia personal con el velo, que en este caso, actúa de puerta.

Miró a los magos de la sala, algunos la observaban expectantes, muchos con un deje de incredulidad y otros, atrevidos, con una mirada burlona y sarcástica en el rostro. Se notaba cansada, pero tendría que aguantar un poco más antes de poder dormir plácidamente en una cama después de días sin haberse planteado el descansar siquiera.

Notaba como los ojos le dolían al moverlos y la cabeza le pesaba de pronto más de lo normal.

Sin perder más tiempo, miró un punto fijo en el suelo, cerca del cual se arrodilló. Temblaba de pies a cabeza, no sabía si de miedo o de emoción, pero suponía que de ambos había un poco. Puso ambas manos en el suelo controlando los temblores y, después de respirar hondo dos veces, cerrar la mente y dejar todo a salvo de incursiones, recitó con su voz fríe e inexpresiva un largo hechizo de magia antigua que a Dumbledore le sorprendió ver recitando.

Se lo sabía de memoria, lo había repetido miles de veces y no se atrevería a fallar en una sola sílaba.

La vista se le nubló y la mente se le oscureció. En los siguientes veinte segundos, sería un alma fuera de su cuerpo, que se quedaba como una estatua, aunque recitando sin parar y, en caso de confundirse, recitaría sin parar eternamente.

A Dumbledore le era desconocido el hechizo, pero reconocía la magia antigua, y sabía que aquella no solo era antigua, sino oscura. Notó que la habitación se ponía fría y vio que uno a uno, los aurores se iban sentando en sillas que hacían aparecer con expresiones de fatiga y cansancio de meses de trabajo sin parar.

Y, poco a poco, notó como sobre él había un efecto similar, aunque más lento. Itziar utilizaba de toda la magia que podía adquirir para el hechizo, aparte de la suya. Observó a la chica y puso toda su concentración en ayudar, pero sabía que sería inútil, con aquellos hechizos te arriesgabas a morir y no se permitía que nadie te acompañase. Ella controlaba en su totalidad el hechizo y se servía de quien quería cuando y como ella quisiese. De pronto, se alarmó con una caída en la temperatura de la habitación y miró a la chica. Las fuerzas de Itziar de pronto menguaban a mucha velocidad con cada palabra que recitaba y, se notaba como cada vez, debajo de aquella túnica, se quedaba un cuerpecito cada vez más delgado. Preocupado, Dumbledore se planteó la posibilidad de detenerla, pero sabía que la estaba subvalorando. Itziar siempre había sido poderosa, y seguramente, en aquellos años, no había dudado en mejorar y aumentar su capacidad con nuevos conocimientos y experiencias.

Desechando la idea, se recostó en la silla preocupado y bastante tenso, ignorando la falta de fuerzas que amenazaban con dejarlo inconsciente; el hechizo estaba resultando ser muy potente. Algunas miradas se posaron sobre él alarmadas y terriblemente atemorizadas. Entre ellas, la de Ronald Weasley, que no debía de haber procesado todavía el hecho de que Itziar existiese, Ginny Weasley, que era rápida y seguramente comprendía la situación y la llevaba hasta el extremo al ser tan pequeña todavía, y Harry Potter, a quien, según creía saber Dumbledore después de conocerle como le conocía, no le gustaba Itziar en absoluto y, simplemente, no sería capaz de aceptarla.

Se escuchó un grito.

Itziar fue echada violentamente hacia atrás, dándose un golpe fuerte en la espalda y la cabeza, cayendo al suelo, incapaz de reaccionar ante la falta de sangre que le habían quitado en aquel mundo y de vida. Sabía cual era el precio, pero igualmente, aquello había sido superior para sus fuerzas. Había estado preparada y, creía, todo había salido bien, pero había dolido mucho.

Sobre el suelo de los Black, estaba el cuerpo inconsciente de Sirius. Tenía un aspecto como el de Itziar: muy, muy delgado. Las arrugas le surcaban el rostro y la piel era fina y cubría el hueso y las venas, que sobresalían en la piel. Las manos normalmente morenas, estaban pálidas como la muerte y nadie le echaría los cuarenta años que tenía, cualquier persona, al verle, habría dicho que tenía, como poco, setenta años. El pelo blanco le caía por la cara suavemente y, a pesar de su aspecto, daba la impresión de paz después de mucho tiempo de sufrimiento.

Con un movimiento rápido, Remus Lupin, hasta el momento incapacitado para reaccionar pero con la suficiente fuerza como para levantarse y socorrer a su amigo, llegó hasta él a grandes zancadas respirando dificultosamente al llegar por el esfuerzo realizado.

Le levantó la cara y le pasó los dedos cuidadosamente por el rostro. Con una delicadeza extrema, llevó a Sirius hasta una cama que hizo aparecer en un extremo de la cocina. Lo lógico hubiese sido llevarlo a una habitación, pero tan lejos como estaban de la cocina, no escucharían si le sucedía algo o si pedía auxilio. Además, nadie quería alejarlo de sí al haber vuelto.

Itziar se levantó finalmente, con dificultad para respirar e incapaz de dar un solo paso. Harry, que estaba cerca de ella, la traspasó con la mirada y caminó lo más rápido que pudo hasta su padrino, al que tapó con una manta y limpió la cara con un poco de agua que cogió del fregadero. La chica ni se inmutó, pero guardó el recuerdo de la mirada del chico en su mente.

Dumbledore miró a Itziar y de nuevo no pudo más que enorgullecerse de ella. No había modificado la expresión, a pesar de estar traspasándole el dolor. Parecía una diosa con mechas blancas, con el hechizo se le habían formado, y los ojos brillando, como jamás los había visto, con las líneas de la pupila luciendo claras y brillantes.

Mientras pensaba esto, se había acercado a ella y la había ayudado a llegar hasta una silla, donde se había sentado y se había quedado inmóvil, mirando un punto en la pared y perdida en sus pensamientos.

Los demás presentes todavía seguían sin hablar, aunque algunos se levantaban dificultosamente e iban a ver a Sirius, mientras que otros comían en silencio o decían los primeros susurros después de lo ocurrido. Pero, todos iban entendiendo lo sucedido y, de esta manera, adquiriendo por Itziar tal respeto, que algunos, al pasar Itziar por su lado, sintieron como si un ángel acabase de ocupar sus vidas para no salir jamás.