Sii un capítulo más sheeee! Los personajes de Gundam Wing no son mios. Aunque Duo y Heero si, en mis sueños cochambrosos.
7. Taming the beast
Pero que manera de llover. No podía explicarlo, pero una sensación muy familiar le llegó mientras estaba parado bajo la lluvia, al lado de ese chico demente.
Es que a él no le gustaba la lluvia, sobre todo cuando habían rayos y truenos, prefería esconderse dentro de su habitación sin que nadie lo viera. Solía quedaba horas en la oscuridad mientras su habitación se iluminaba toda. Sólo se sentía seguro dentro de su habitación, la única que tenía en donde guardaba todas sus cosas. Sólo ahí se podía sentir tranquilo y en paz consigo mismo.
Sabía perfectamente lo que era una tormenta eléctrica y sabía que la producía, pero no podía quitarse el terror a estar bajo el cielo gris con semejante escándalo sobre su cabeza. Desde siempre había sido así, desde siempre le tuvo miedo a muchas cosas, a las tormentas, a la oscuridad, al fuego…
Lamentablemente, a raíz de los inconvenientes acaecidos, llegó muy tarde y estaba tan oscura la entrada de la casa. Por un momento vaciló en acercarse a la oscuridad de la puerta o quedarse ahí bajo la luz del poste, con la tormenta encima.
Eso era lo peor, que estaba empapado y seguro ahora se iba a poner mal. Desde hacía tiempo el frío y la humedad lo enfermaban haciendo que su pecho emita soniditos como silbidos de un pito. Por eso odiaba la lluvia.
Ahora quería entrar, secarse el cuerpo, beber algo caliente y quedarse en su habitación el resto de la noche. Se detuvo en la puerta de madera oscura luego de balancear a que le tenía más miedo.
Ahora no podía encontrar las llaves dentro de su maletín. Siempre se le iban hasta el fondo. Sacó un par de libros para buscar en el fondo y se dio cuenta que le faltaba uno muy importante. ¿Dónde la podría haber dejado? Si no tomó un autobús, entonces seguramente la había dejado olvidada en la banca donde había estado sentado leyendo.
Era una lástima, ahora no iba a poder leerla de nuevo.
Tomó las llaves que rescató del fondo del maletín y abrió la puerta sigiloso.
La casa por dentro era casi tan oscura como la entrada. Había un solo foco encendido al fondo de un pasillo y una serie de velas colocadas sobre un mueble que daban tenue luz y calor. Pero también hacían que el lugar se viera muy tenebroso.
Escurrió su figura empapada en la entrada para no mojar el interior de la casa. Antes de hacer más nada tenía que entrar a saludar. No fue necesario ir a buscarlo porque salió del fondo del pasillo.
"Llegas tarde." una voz monótona e inquisitiva saludó.
"Lo siento mucho, perdí el autobús porque un demente no me dejo subir y…" De repente no debía dar muchas explicaciones, eso podía complicar las cosas.
Tomó aire y respiró profundamente, ya le estaba costando esfuerzo articular palabras. Se estaba sintiendo un poco mal.
"¿Un demente? Dices que era un demente… ¿Estás seguro?" Sus labios finos se contraían con una expresión solemne con cada palabra que salía de su boca.
Ahora iba a tener problemas, debió quedarse en silencio y no dar explicaciones. Pero si le estaba preguntando, debía responder con la verdad.
"Bueno, era un muchacho medio extraño que no me dejó subir al autobús. No sé quien era… aunque él decía que…" decidió no seguir porque sería muy peligroso continuar explicando.
Los labios casi desaparecieron de su rostro, por la forma que los contrajo. Cerró los ojos un momento como queriendo sacar fuerzas de la nada.
"No te detengas… que más ocurrió, quiero saber… qué más… ese demente. ¿Te dijo algo?" Su expresión mutaba cada instante. El rostro se le llenaba de arrugas y sus labios se perdían. Los ojos grises le brillaban en la oscuridad apenas disipada por velas tenues. Se acercaba cada vez más para no perderse ningún detalle.
Definitivamente no era una buena idea hablar al respecto.
"Decía cosas…cosas que no entendí." Bueno, era la verdad. No iba a mentir, no estaba mintiendo, lo que le dijo ese chico loco era algo que no entendía.
Pero no le convenció la respuesta, así que preguntó de nuevo. Obtuvo la misma respuesta, porque no tenía otra mejor.
"No. ¿No entiendes? Necesito saber que es lo que te decía. "Era importante que le dijera que le había dicho ese demente, de repente se estaba perdiendo valiosa información para su estudio.
De repente era algún tipo de código secreto. Había estado descifrando algunos códigos. Tal vez es uno de esos códigos que usan los demonios para comunicarse. Pero no, no podía confiar en él, seguro lo engañaba, seguro era eso. Claro si una vez fue un demonio, nunca iba a dejar de serlo.
Lo miró con suspicacia. No podía confiar en él después de todo.
"Pero si no puedes decírmelo. Lo entiendo."
"No es eso, es que la verdad es que no me acuerdo de lo que me dijo. Y…" se tuvo que quedar en silencio porque una mano huesuda y férrea como un garfio lo atrapó del cabello largo y húmedo.
"No me mientas, que tú sabes que yo puedo detectar tus mentiras. No te atrevas a mentirme porque sabes cual es el castigo para los pecadores…"
"El fuego del infierno…" murmuró apretando los ojos para contener el dolor en su cabeza. Tal parece que le quería arrancar el cuero cabelludo.
"Exacto. Aunque el infierno es bastante familiar para ti. ¿No demonio? Si es de donde provienes. De ahí yo te saqué, con mis propias manos. Te saqué del infierno y te traje a vivir conmigo… quemé mis alas doradas por salvar tu alma malagradecida. Eres un malagradecido, un pecador miserable… "Ahora si le iba a arrancar el cabello de raíz. Por cada palabra que pronunciaba, tiraba más y más de su cabello.
Finalmente lo soltó.
"Vete a tu habitación ahora. Vete y reza. Reza y piensa en tus pecados, arrepienteteeee…. Arrepientete de tus pecados." sus ojos se tornaron violentos, su mirada era como la de los animales enloquecidos. Sus manos se movían en todas las direcciones y sus labios articulaban idiomas distintos, todos mezclados.
Esta era una de las imágenes que más lo aterraban y acompañaban sus pesadillas. Soñaba con el fuego del infierno y ese rostro que lo miraba desde el cielo y que lo arrastraba hacia la nada.
Corrió en la oscuridad hacia donde quedaba su habitación. Tenía miedo de entrar a su habitación porque siempre estaba oscura. Una vez dentro se echó sobre su cama y cubrió su cabeza con la almohada.
El malestar de su pecho era cada vez mayor, cada vez le costaba más respirar. Era un castigo divino, por desobedecer, por decir mentiras, por llegar tarde, por perder su Biblia. Era un castigo del cielo por todo lo malo que hacía, por ser un demonio, por estar vagando en la tierra sin que lo quieran en ningún lado.
Cerró los ojos tratando de olvidarse que afuera la tormenta seguía igual de violenta, de que estaba en una habitación totalmente oscura, de las oraciones recitadas a todo volumen y de que cada segundo era más difícil respirar.
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Heero llegó a la casa y entró a toda a su habitación a toda carrera. Apenas si dejó el paquete que traía en la mesa de la cocina. Apenas si podía contenerse las ganas de revisar el contenido del librito que se había birlado.
Se echó sobre la cama, como un niño pequeño al que le dan un juguete nuevo.
Aspiró el olor a libro viejo y lo abrió con cuidado. Dentro de una de las hojas un cabello largo había quedado atrapado. Lo retiró con cuidado para guardarlo.
El libro tenía muchísimas hojas. ¿Duo las habría leído todas? Pero lo más importante del libro es que tenía una etiqueta en la tapa. Un nombre y una dirección. ¿Sería suya? Ahora solo faltaba que el libro fuera de otra persona que no vivía donde estaba él. No, no podía tener tanta mala suerte.
Abandonó el librito un momento y corrió a buscar la guía de teléfonos. Se volvió a tirar sobre su cama en un ataque de felicidad y energía incontenibles. Buscó la dirección guiándose por el nombre y apellidos que figuraban en el librito negro.
Mala suerte, no había ningún teléfono por ningún lado.
Cerró la guía y la hizo a un lado para seguir examinando el libro. Tenía que ser suyo, ese cabello era suyo, estaba seguro. Siguió hojeando y hojeando a ver si caía algo de interés entre sus manos.
Aparte de un par de figuritas de santos, nada interesante. De nuevo pegó su nariz entre las hojas y respiró el aroma que despedía. Un olor muy particular, como a cosa guardada. Una hojeada más y lo que encontró lo dejó preocupado.
Una de las hojas delgadas y amarillentas del librito tenía manchitas de sangre. Bien podía ser tinta roja, pero no, ese era el inconfundible color de la sangre.
Como si no la conociera bien.
Afuera de su habitación el sonido de la puerta abriéndose. Bryan ya estaba en casa y él no había preparado la cena.
Escondió el librito bajo la cama y corrió a la cocina.
Bryan entró renegando porque estaba mojado hasta las medias, por la maldita lluvia. A quien se le ocurre hacer llover en un día sábado. ¿Que pasa allá arriba? Acaso no saben que uno quiere salir a caminar de vez en cuando, sobretodo cuando tiene tiempo porque se la pasa trabajando como mula…
En eso estaba cuando entró a la cocina y encontró a un jovencito a todo cocinar, empapado de pies a cabeza.
"Te vas a resfriar. ¿No llevaste paraguas o está de moda andar todo mojado?"
Heero no le respondió. Sólo regresó a su habitación a secarse y cambiarse.
"Pásate una toalla para mí también. ¡Menuda tormenta que se desató afuera¿Acaso no dijiste que nunca más iban a haber diluvios?" exclamó mirando al cielo." Ahora me voy a resfriar. No me caería mal un buen resfrío y quedarme en casa durmiendo hasta muy tarde. ¿Qué estás quemando ahí, ah? Heerooo la comida no se cocina sola…"
Heero le arrojó una toalla seca y entró a medio vestirse a la cocina. No le gustaba que lo viera desnudo nadie, ni siquiera Bryan, así que se puso su polo a toda velocidad mientras que movía la comida en la olla para que no se queme.
Estaba más callado que nunca. Algo le pasaba sin duda. De repente le molestaban su espalda.
El detective se sentó en su silla favorita y tomó la toalla en sus manos. Se soltó la cola del cabello para secárselo bien. Debería ir a cambiarse a su habitación pero no, tenía demasiada flojera para ir hasta allá. Se sacó la camisa en la cocina, con mucha pereza.
"¿Qué estás preparando que huele muy bien?"
"Vegetales cocidos." respondió sin darse la vuelta para verlo.
"Para ti ¿Y para mi?" preguntó como si no supiera la respuesta.
"Vegetales cocidos."
"Esa es comida de conejos. A mi dame algo de carne, grasa, pasta, algo así." se estiró sobre la silla como un gato enorme. Luego empezó a masajearse el cuello adolorido.
Heero se volteó y colocó un plato sobre la mesa. "Vegetales cocidos." sentenció.
Bryan estaba por perder la paciencia. No había sido un día agradable y no tenía ganas de discutir por algo tan simple como que iban a cenar. Definitivamente vegetales cocidos no estaban entre sus preferencias culinarias.
"Lo siento Heero. Yo no voy a comer esos vegetales. Voy a pedir una pizza." se levantó de la mesa antes de seguir oliendo los vegetales desparramados en el plato frente a él.
Estiró su mano para alcanzar el teléfono pegado a la pared cuando otra mano se lo arrebató.
"Heero. Dame ese teléfono." su voz intentaba no sonar amenazante pero no podía evitar sentirse a punto de estallar.
"El doctor dice que no…"
"No me importa lo que diga el maldito doctor. Apártate del teléfono o te voy a…" y se detuvo. Se detuvo ante el sonido de sus palabras y ante el rostro aterrado de Heero. Hacía tanto no lo veía así de asustado.
Tampoco se había dado cuenta que tenía una mano levantada, amenazante. ¿Acaso lo iba a golpear? No, él nunca hacía eso.
Pero a pesar de todo, Heero no se movió de donde estaba. No soltó el teléfono, no se apartó de donde estaba. Si Bryan le iba a pegar, no le importaba.
"Lo siento… no quise… ¡Rayos!" murmuró. Retrocedió y se fue a desparramar en su silla, de nuevo.
Heero no se movía de donde estaba, había quedado como petrificado por sus palabras.
"Heero, ven acá… lo siento… no quise gritarte…" Pero no se movió de donde estaba. Nunca lo gritaba de ese modo. Jamás había intentado golpearlo, antes. Sin duda estaba demasiado asustado para acercarse a él.
¿Cómo pudo tratarlo así? Lo único que estaba haciendo era cuidarlo, el doctor le había prohibido comer grasa y le había ordenado cuidar su dieta. Desde la vez que se puso mal en el trabajo y tuvo que pasar unos días en el hospital. Heero estuvo cuidándolo día y noche, y siempre se preocupaba porque cuidara su alimentación. Se sintió como un monstruo horrible y gritón.
Se puso de pie al darse cuenta de lo que había hecho y se acercó a Heero.
El chiquillo seguía en su sitio, mirándolo fijamente, midiendo sus movimientos, como un animal herido. Cuando empezó a acercarse, Heero retrocedió.
"Heero..." lo hacía sentirse como un monstruo." Heero, ven acá. No te vayas… regresa acá." No pudo evitarlo, el chiquillo se fue a su habitación y cerró la puerta tras él.
Nunca hacía eso. No lo había hecho desde hacía tiempo…
"Heero, voy a entrar." anunció. Lo encontró sentado en su cama de espaldas a él." No quise gritarte.
Pero no le contestó, ni siquiera se dignó a voltear a verlo. Estiró una mano que le tocó ligeramente el hombro, su intención era que volteara a mirarlo.
Con el contacto de sus dedos sobre su espalda, el chico dio un ligero salto. Ahora se sentía peor que un monstruo.
No quiso hacerlo, no quiso gritarlo, no quiso asustarlo. No sabía que hacer, como reaccionar… Se sentó a su lado, a espaldas del chico. Cerró los ojos un momento tratando de pensar que iba a hacer ahora.
"¡Escúchame Heero, escúchame bien! No fue mi intención gritarte! Así que lo siento ¿si¿Qué más quieres que te diga? Háblame por lo menos, respóndeme cuando te hablo.
Si darse cuenta, estaba gritando. Desde que entró siguiéndolo, gritó.
Sintiéndose el monstruo más torpe del mundo, volvió a cerrar los ojos tratando de recordar lo que decían esos libros para padres que estaban guardados en las gavetas de su escritorio. Ojala les hubiera prestado atención, ojala los hubiera leído con más atención. Ojala hubiera ido a las charlas en la escuela donde les decían a los padres como debían tratar a sus hijos. Pero siempre estaba demasiado ocupado para ir, siempre tenía que trabajar hasta tarde. Además ni siquiera era su padre.
Era un monstruo.
Heero no reaccionaba, no iba a reaccionar. No le pasaba esto desde que lo trajo a la casa. Hacían ya varios años. Lo trajo a casa en sus brazos porque estaba demasiado débil para caminar. Se había dormido en el auto mientras conducía de regreso a casa. Estaba bastante delgado y hambriento. Una de sus compañeras del trabajo le dio algunas pautas para cuidarlo mejor. Pero como padre, era buen detective.
Primero le dio de comer. Cómo él no sabía preparar nada comestible, ordenó pizza. Mientras llegaba la pizza él intentaba despertar al pequeño para comer juntos. Estaba bien dormido sobre el sofá.
Se acercó a él y se puso a su lado. No sabía como despertarlo así que probó por llamarlo por su nombre. Tras varios intentos logró despertarlo de un grito. Como era de esperarse se despertó sobresaltado y desorientado. Demasiadas emociones en tan poco tiempo.
Si ya estás despierto vamos a comer. ¿Quieres pizza?" preguntó mientras se levantaba para preparar la mesa.
Al parecer el chiquillo no se acordaba de donde había ido a parar después de todos los acontecimientos que habían sucedido hasta ese momento. Primero había estado en un incendio, a punto de morir. Luego en el hospital, muy grave y con varias quemaduras en el cuerpo. Después en un orfanato en el fin del mundo. Ahora en la casa de un detective que no hacía más que gritar. Estaba un poco asustado.
"La pizza está por llegar en cualquier momento. Así que mira… allá está el baño. Lávate las manos y vuelves para comer ¿entiendes?" No sabía bien como actuar, la crianza de niños era terreno extraño para él.
Heero no le hizo el menor caso, inmóvil lo miraba perplejo. Tenía unos ojos azules enormes y la piel trigueña, algo curioso en su opinión. Era un niñito lindo que a su compañera le hubiera encantado cuidar si no tuviera ya tres hijos por quienes velar.
En ese momento pensó que no había sido una buena idea traerlo a su casa, ni sacarlo del orfanato.
El chiquillo no se movía de donde estaba. ¿Se habría quedado sordo? Pero cuando lo conoció en el hospital escuchaba muy bien. Así que procedió a gritarlo más y más a ver si reaccionaba.
Y funcionó, su terapia de gritos lo mandaron directamente al baño en donde se encerró. Sólo se dio cuenta que el chiquillo no iba a salir de ahí cuando la pizza llegó y empezó a enfriarse en la mesa.
"Heero, sal de ahí ahora."
No hubo respuesta. Y ya estaba perdiendo la paciencia. Tanto tiempo de tratar con maleantes lo había vuelto histérico y gritón.
Intentó llamarlo por su nombre un par de veces más para que abriera la puerta. No hubo respuesta así que de dos puntapiés la derribó. Quizá no fue lo mejor.
Cuando entró el chiquillo estaba sentado debajo del lavadero, con la cara oculta entre sus brazos. Asustado y temblando, bañado en lágrimas. Como si él lo estuviera matando de miedo, como si él lo hubiera lastimado mortalmente.
Definitivamente, no podía entender que le pasaba al muchacho.
Así que lo sacó del baño, a pesar de sus protestas y resistencia y lo arrojó contra el mueble para seguir gritándole para que se tranquilice. El resultado fue peor y no podía entender porqué.
Heero se escondió debajo de un estante en donde apenas cabía un gato que tuvo él un tiempo. No iba a salir nunca más de ahí y Bryan lo seguía gritando histérico. Al cabo de un par de horas de no saber que hacer, ni como actuar, ni que decir se decidió a tomar el teléfono y pedirle a su compañera que lo auxiliara.
Ella llegó lo más pronto que pudo, envuelta en su bata de dormir. Apenas abrió la puerta se la estrelló en las narices a Bryan y empezó a regañarlo por ser un histérico.
Lo tuvo que hacer salir de la casa para sacar a Heero de debajo del estante. Una vez estuvo afuera pudo tranquilizarlo. Estaba apunto de la histeria, el pequeño. Lloraba desconsolado y le tenía terror a Bryan. Esto no iba a ser fácil para ninguno de los dos, pensó ella.
Esa noche Heero se quedó en la casa de ella y durmió tranquilamente, como no lo había hecho en mucho tiempo.
Esa noche Bryan se sentó a la mesa, comió pizza fría y se sintió solo y miserable. Más miserable que nunca.
Ya no quería que eso sucediera. Pero no sabía que hacer. No sabía como actuar, aún ahora que había pasado bastante tiempo de todo eso. No sabía como tratarlo, sólo gritar y gritar.
"Heero…" susurró de nuevo tratando de encontrar alguna solución al problema. Él era el problema.
Pero no hubo respuesta alguna, le estaba hablando a la pared.
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Heero se levantó temprano a limpiar los restos de la cena de la noche anterior. Bryan en arrepentimiento por lo sucedido había mascado algunos de los vegetales que le preparó. Una vez dejó todo limpio abandonó la casa dejando una nota en la que decía que no iba a tardar, que iba a dar un paseo y volvía para el almuerzo.
Salió de casa con el libro en la mano y un mapa para guiarse.
Le tomó un poco encontrar el camino. Había estado perdido tantos años y ahora era momento de reencontrarse.
Llegó a la casa cuya dirección estaba escrita en el libro de Duo. Era una casa tétrica, de madera y vieja. Tenía que ser el lugar. Aspiró de nuevo el olor a libro viejo. Se acercó a la puerta. Pegó disimuladamente una orejita a la puerta para intentar percibir algún tipo de sonido dentro.
El sonido de música fue lo único que pudo sentir.
Llamó a la puerta entonces y corrió a esconderse. Al ratito la puerta se abrió y con ella la más terrible de sus pesadillas.
Sintió que se iba a ir de espaldas al ver quién estaba en la puerta. Esos ojos grises horrendos. De pie en la puerta, con sus ojos horribles buscando al responsable de haberlo interrumpido en sus labores.
Al no ver a nadie cerró la puerta con enojo.
Heero no sabía que hacer. Pudo esperar que saliera cualquiera… pero nunca él, ese hombre. ¿Duo¿Dónde estaba Duo?
De nuevo tocó la puerta. Esto debía ser un mal sueño, su mente le estaba jugando malas pasadas. Esta vez por quedarse pensando en eso no tuvo tiempo de huir de la entrada. La puerta se abrió y lo pescó en plena huída.
Duo lo miró desde la puerta con sorpresa.
"¿Qué haces aquí?"
"Te traigo es…esto… lo dejaste caer cuando te fuiste."
"Gracias." era extraño, no recordaba haber dejado caer nada en el suelo. Pero bueno, por lo menos recuperó su Biblia.
Estiró su mano para recibirla pero Heero no se la estaba dando.
"¿Puedo tener mi Biblia por favor?"
Heero aún no salía de su sorpresa. La verdad que lo había dejado sorprendido el descubrir con quien vivía Duo. Esto no podía estar pasando, no.
"¿Y yo que obtengo a cambio?" respondió casi sin pensar lo que decía. Duo lo miró sorprendido.
"¿Cómo? Pero es que es mi Biblia. ¿Acaso no me la trajiste para devolvermela?" estaba confundido. Este tipo era muy extraño.
"Sí pero no te la daré si no tengo algo a cambio, Duo." no iba a dejarlo ir ahora. Tenía que averiguar que estaba pasando aquí. ¿Qué hacía con ese sujeto, en la misma casa¿Qué estaba pasando ahí?
Duo se veía nervioso. Tenía que hacer algo para recuperar su Biblia y cerrar la puerta rapidamente antes de que…
"¿Qué quieres? No tengo dinero pero puedo ver la manera de conseguirlo. Pero me tienees que dar algo de tiempo para…"
"No me interesa el dinero. Quiero que tú, Duo, vengas conmigo ahora." Eso era muy impetuoso de su parte, pero no se le ocurrió nada mejor.
"¿Qué dices? No me llames así que te he dicho que ese no es mi nombre. Y no voy a ir contigo. ¿Estás mal de la cabeza?" este tipo podía ser peligroso… mejor era apartarlo pronto y cerrar la puerta. Podía darse cuenta de que estaba en la calle conversando…
"Duo, si quieres tu libro de vuelta quiero verte. Si no, no te lo doy." sonrió nervioso porque no estaba muy seguro de que fuera a aceptar. Tenía que jugárselas ahora.
Ambos oyeron pasos tras la puerta. Se estaba acercando, estaba sospechando algo sin duda. Tenía que actuar rápido, tenía que cerrar la puerta rápido.
"Mañana, donde te vi. A las 4 "y cerró la puerta en su nariz. Justo a tiempo, justo antes de que llegara.
"¿Con quién hablas?" preguntó saliendo de los oscuros interiores de la casa. Con su voz siniestra y parsimoniosa.
"Nadie. Era un vendedor y… le dije que no necesitamos…nada."
"¿Un vendedor?" sonrió y su sonrisa era casi tan tenebrosa como la casa. Acto seguido le dio una bofetada que poco más lo manda al otro extremo de la habitación.
"¿A quién crees que le mientes? Como te atreves a mentir. ¿Un vendedor en domingo? Cómo te atreves a mentirme. Debería quemarte la lengua en las llamas infernales, como puedes mentir tan cínicamente." gritaba fuera de sí." Ahora dime con quien hablabas y más te vale decir la verdad.
No podía decirle, porque no sabía de quien se trataba. En un gesto de rebeldía contestó.
"No era nadie más que un vendedor. Es la verdad."
Su rostro empezó a transformarse, sus facciones se volvieron más graves, su expreión cambió de enojo a ira. Se fue contra él en una lluvia de golpes y bofetadas. Como podía mentir de ese modo, como podía faltar a la verdad sabiendo que era pecado.
"Eres un demonioooo. Tú eres un demonioooo, una vez lo fuiste y nunca lo dejaras de ser." Lo tomó del cabello y lo arrastró hacia adentro de la casa.
Era hora de purificar su espíritu, era hora de domar a la bestia.
Continuaráaaaaa...jijijiji espero que les haya gustado tanto como a mi. Gracias por los comentarios.
