CAMBIO DE IMAGEN

Por: Naoko Daidouji

Capítulo 1.- Un Drástico Despertar.

Antes de abrir los ojos, antes de siquiera tener conciencia de que estaba despierto, Leonardo era capaz de sentir que algo estaba mal. Era como una especie de hueco; como si algo faltara en su organismo y un raquítico despojo hubiera sido puesto en su lugar.

Lentamente fue abriendo los parpados…

De inmediato notó que algo era drásticamente diferente. Se puso de pie de un salto, pero perdió el equilibrio y cayó de sentón al suelo.

Era obvio que no era sólo una sensación.

Miró a su alrededor. Miró esas piernas delgadas y frágiles que se exhibían frente a él, aparentemente inútiles. Empezó a temblar convulsivamente mientras su rostro se crispaba en una mueca de horror. Instintivamente se miró las manos. A pesar de la oscuridad, pudo notar que eran delgadas. Y largas, y suaves…

Y con cinco dedos...

No eran sus manos.

Era una pesadilla. Si, eso debía ser. Ya le habían advertido que no comiera tanto picante en la noche. Cerró bruscamente los ojos y agitó la cabeza como un desquiciado. Pero al volver a abrirlos, nada cambió; seguía ahí, con las piernas despatarradas en el piso, las manos delicadas y un dolor punzante en la cadera.

Se incorporó como pudo. Lentamente, pues el dolor era extrañamente paralizante.

Encendió la luz, y sin verse a si mismo, se acercó al espejo…

Un grito ahogado escapó de su garganta. Simplemente no lo podía creer. El temblor de su cuerpo se incrementó considerablemente.

Fue entonces que otro grito de calibre similar lo hizo pegar de un salto. Y otro… Y otro… Y otro y otro, y muchos juntos.

Reconoció las voces de Rafael y Donatello, así como la de su maestro Splinter, quien seguía gritando, ya no con sorpresa, sino con amenazas. Como si un ladrón hubiera entrado a la guarida y lo hubiera atrapado en el acto.

Pero casi podía jurar que no era eso.

Al fin llegó a la sala, asustado, nervioso y momentáneamente sin saber que hacer.

Ahí estaba su maestro, blandiendo su bastón en un desequilibrado ademán de defensa. A su lado, soltando frases incoherentes, las voces de sus hermanos, provenientes de un par de chicos extraños y sin vestimentas. De pronto la sangre se heló en sus venas. Aquello se antojaba tan fantástico que Leonardo se preguntó si no se le habrían pasado las copas la noche anterior, o algo así.

Repentinamente, la vista del chico más alto se posó en él. Abrió los ojos grandes como platos y soltó un nuevo grito.

Vaya que era confuso todo aquello. Leonardo se protegió instintivamente mientras el joven lo agitaba de los hombros.

-¡¿Quién eres tú! ¿Que haces aquí? ¿Que está pasando? ¡¡Dímelo!- gritaba con voz destemplada. No había duda. Era la voz de Rafael, pero quien tenía enfrente… no podía ser Rafael. Era un adolescente delgado, de piel apiñonada y cabello enredado como si hubiera salido de una jungla.

De pronto se recordó a sí mismo, en el espejo.

Volvió a creer que era una pesadilla, pero pese a todos esos zarandeos no se veía en indicios de despertar.

Primero pensó que era una locura. Pero luego creyó que podría funcionar. Jaló todo el aire que pudo y gritó con voz de trueno.

-¡¡¡RAFAEEEL!

La escena se paralizó en un instante. Los ojos del chico que lo agitaba se abrieron inmensamente.

-¿Le…Leonardo?

Cerró los ojos y asintió lentamente. Sentía que el mundo le daba vueltas, de repente. Todo era tan… absurdo…

El muchacho del cabello enmarañado lo miró de arriba abajo. Mientras, el otro chico y la anciana rata se les acercaron, no sin cierta reserva que estaba a punto de convertirse en pánico.

-¿Tú si sabes quien soy…?- dijo por fin el más alto.

Los cuatro temblaban. No era para menos. Splinter hizo a un lado a los otros dos y se concentró en Leonardo. Lo miró a los ojos, con detenimiento. Cuando terminó su análisis, sus abundantes pelos se erizaron.

-Leonardo… Hijo…- balbuceó con voz apenas audible.

-Maestro… soy… Es decir, creo que soy yo…

Splinter se volvió rápidamente hacia el otro par, quienes miraban sin decir absolutamente nada. Miró detenidamente al que minutos antes agitaba al confundido Leonardo. "Rafael" sentenció después de unos segundos.

-¿Leonardo? ¿Rafael? ¿Pero qué demonios…?

Esa voz… Era inconfundible. Leonardo sabía que la había oído desde el principio, pero no podía creer de donde provenía.

No hacía falta preguntar quien era…

-Donatello.- Suspiró Splinter, cerrando los ojos en un ademán que parecía predecir un colapso nervioso.

Se miraron entre todos sin decir nada. En parte, sin creer nada. Empezaban a respirar menos agitadamente cuando un nuevo grito los hizo saltar y gritar de nuevo.

-¡¡¡Waaah! ¡¡¡Tres ladrones desnudos!

Voltearon a ver automáticamente al sitio donde provenían los gritos. Un muchachito pecoso, de complexión gruesa y gracioso cabello pelirrojo y rizado, los miraba con cara de pánico, a uno y a otro, con la mandíbula temblando.

-Miguel… Ángel…

-¿Qué…? ¡¿Cómo sabes quien soy, extraño!

-Miguel…- comenzó el muchachito más escuálido de los cuatro, de cabello lacio y rubio y aspecto demacrado. -Creo… creo que… ¡¡No sé, no creo nada! Tenemos cuerpos humanos y no entiendo nada, esto es increíble, no…

-Cálmate, er…- interrumpió Leonardo.

- Donatello…- aclaró el rubio en medio de un suspiro nervioso.

Miguel Ángel los miró de nuevo, con completa incredulidad en los ojos. Sólo hasta entonces despertó del todo y se miró a si mismo.

Un grito nuevo, esta vez con lujo de histerismos.

-¡¡Cálmate ya!- Gritó Rafael, rompiendo su silencio. Todos se callaron al momento.

-¿Que mala broma es esto?- insistió Miguel. -Ya estuvo bien, me quiero despertar, ¡¿Que es esto!

-¡No es un sueño, Miguel Ángel!- repitió Donatello con voz vacilante.

-Oh, está bien, al fin pasó: enloquecí y ustedes son una ilusión, ¿Cierto?

-¡¡Por última vez: NO! O… a menos que hayamos enloquecido los dos…

-Basta, Donatello… ¿O eras Rafael?

Splinter golpeó con su bastón en el suelo y todos fijaron su atención en él.

-¡Basta los cuatro!- reclamó sobreponiéndose de la sorpresa. -No sé lo que está pasando, pero sé que debajo de ese aspecto… - vaciló un segundo. - pues… humano, están mis cuatro hijos. ¿Alguno me puede dar una idea de lo que sucede?

Todos guardaron un silencio ominoso.

-Lo único que sé es que esto no me gusta nada…- masculló Rafael con un inusual tono desganado.

Donatello se mesaba los recién adquiridos cabellos con una extraña curiosidad

-No sé, no se me ocurre nada… no he sabido de ningún caso así…

-Bueno, nosotros mutamos y cambiamos de forma una vez… Tal vez volvió a pasar…

-Pero… ¿A humanos?

-Teóricamente, es imposible. No compartimos ningún rasgo del ADN, fisiológicamente somos… es decir, éramos distintos…

Rafael se miró a sí mismo. No sabía mucho de humanos, pero, a pesar de que esa anatomía era totalmente distinta a la que tenía antes, no pudo evitar comparar su radiante cuerpo nuevo con el de sus hermanos. No le había ido mal, después de todo. Era el más alto, y también el más fuerte, aparentemente. Miguel Ángel tenía el aspecto de un niño mimado, con esas pecas y esos enormes ojos color miel. En cambio, el aspecto de Leonardo le recordaba esas viejas pinturas que guardaba Splinter sobre los antiguos guerreros japoneses. Sus rasgos orientales eran tan marcados que casi parecía que lo habían sacado directamente de ahí. El aspecto desorientado de Donatello casi le dio pena ajena, con un cabello ralo, una estatura muy corta en relación a la suya y un cuerpo demasiado delgado. "Podría derribarlo de un soplido" masculló para sus adentros, soltando una risita al imaginar la escena.

Sus hermanos se sintieron confundidos por ese repentino gesto de humor.

-¿Se puede saber de que te ríes, Raph?

Aunque trató, no pudo contenerse la tentación de contestarle.

-De tu tremenda pinta de nerd.

Donatello no halló que contestar. Se miró a si mismo. Le dolió reconocerlo, pero Rafael tenía razón.

-Vaya cuerpo me tocó…

Leonardo giró los ojos. Aún no se familiarizaba con ninguno de esos nuevos aspectos. Ni siquiera era capaz de asimilar lo que había visto al espejo con demasiada claridad.

Al espejo…

De pronto, escucharon pasos cerca de la puerta, acompañados de una voz aterradoramente familiar.

-¡Cierto!

Todos voltearon a ver al pelirrojo con expresión extraña.

-Es que… le pedí a Abril que trajera el desayuno hoy, porque no tenía ganas de cocinar…

Se miraron entre ellos. Genial, eran humanos y estaban desnudos. A Abril iba a darle tanto gusto…

-¡¡Corran!

Leonardo se encerró en su habitación. Tenía algo de ropa en ella, aunque ahora que era un verdadero ser humano le quedaba muy corta y demasiado floja de la cintura. Hurgó entre las mil cosas que guardaba en su armario hasta que por fin dio con un pants que pudo ajustar a su nueva complexión, y una sudadera.

Rafael tuvo más suerte, pues Casey había olvidado unos jeans y una playera bastante vieja en su última visita. Tal vez le quedaba algo grande, pero era mucho mejor que lo demás que tenía en su armario.

Miguel Ángel no tuvo que buscar mucho. Con su cinta y una playera extra-larga se hizo un traje ultra-moderno mezcla de toga y traje de Jedi.

En cambio, si bien encontrar un pantalón y una camisa no fue mayor problema, Donatello se las vió negras para dar con algo que usar como ropa interior, pues al ser el más pudoroso de los cuatro le avergonzaba pensar en salir sin calzoncillos frente a una chica. Una rápida "operación quirúrgica" a una playera nueva solucionó las cosas del modo más impresionante.

Splinter recibió a la jovencita y la entretuvo varios minutos en el recibidor, devanándose los sesos para inventar una forma sutil de decirle las cosas sin causarle un colapso nervioso… otra vez.

Sin embargo no hizo falta. Después de tomar una honda bocanada de aire, y como obedeciendo a un secreto acuerdo, los cuatro salieron casi al tiempo de sus respectivas habitaciones.

Claro que esperaban una reacción. Pero no de esa forma.

Por un par de minutos, todo fue el más incómodo de los silencios.

-Splinter…- musitó ella, mirándolos anonadada. -¿Son ellos, cierto? ¿Los chicos?

Ninguno contaba con eso. Esperaban que fuera lo último que pasara por su cabeza.

La rata se limitó a mirarla mientras asentía lentamente.

-No… no puede ser… es imposible…

-Abril, nosotros…

-¿Que pasó, Miguel Ángel?

-No lo sabemos, nosotros… ¡Un momento! ¿Cómo supiste que era yo?

-Ah… No, es imposible. Imposible.

-¿Que cosa?

-Una cosa… Olvídenlo, debo estar soñando.

-Ni lo intentes, los cuatro ya intentamos despertarnos y no lo logramos.

-Es que… Son…

-¿Si?

-Son…

-Aja…

-Son…

-¡¡Dilo de una vez, maldita sea!

-¡¡Nada, olvídenlo!

-…

-Diablos, debo estar alucinando…

-Ya te dijimos que es real…

-Los sueños se sienten así a veces…

Les tomó una hora y cuarto convencerla de que no eran parte de una de sus pesadillas.

-Bien, bien. Mis mejores amigos se han convertido en humanos. ¿Debo sentirme feliz por ustedes o darles mis condolencias?

-Aceptamos cualquiera de los dos.

-Bien, ahora… ¿Que van a hacer…?

Silencio de nuevo. Unos a otros se lanzaban miradas interrogantes, pero nadie decía nada, hasta que Miguel Ángel soltó un… "¿Aprovecharlo?"

-¿Perdón?- murmuró Leonardo, como si hubiera descubierto el hilo negro.

-Bueno, yo digo… Salir, conocer chicas, tomar helado, ver películas en el cine, ya saben, hacer todo eso que la gente de la televisión hace…

-Si… si, es buena idea…- por los ojos (ahora negros) de Rafael cruzó un brillo malicioso. - ¡Estás creciendo, Miguelito!

-¡Gracias!

-Esperen- interrumpió Donatello, visiblemente nervioso. -¿Que soy el único que nota que hay algo aquí que está horriblemente mal?

-¡Vamos, Don! ¿Que ganamos con atormentarnos con que nuestro cuerpo sufrió una increíble transformación? No es la primera vez que nos pasa, ¿Recuerdas?

-Además, no sabemos por qué sucedió, o si volveremos a ser como éramos antes… Relájate, Don…

Donatello volteó a ver a Leonardo, angustiado, como si pidiese su apoyo. Pero a Leonardo le llamaba más la atención la propuesta de Miguel Ángel.

-Creo que no ganamos nada con ponernos histéricos. Por otro lado… bueno, lo que sugiere Miguel podría ser…- por sus labios ahora rosados paseó una sonrisa. -¡Divertido!

-¡¡¡Cowabungaaa!- gritó inesperadamente Miguel Ángel

Abril y Splinter se miraron, con una expresión de susto.

-No sé por qué, pero me dio un escalofrío.- suspiró Abril agachando la cabeza.

Splinter se aclaró la garganta y todas las miradas se posaron sobre él.

-¿Afuera?- Preguntó él, tratando de manejar la voz lo más calmada posible. -Dense cuenta de lo que van a hacer. A salir de las sombras, a dejar su resguardo en la oscuridad para habitar en un mundo al que no están acostumbrados. Con todas sus sorpresas, pero también todos sus peligros.

Por un segundo se miraron. Luego miraron hacia arriba.

-¡¡¡Genial!- exclamaron al unísono, sin poder contener toda su emoción.

Ese mundo, que tanto había abarcado sus sueños más increíbles, que habían mirado desde lejos durante quince años.

Estaba ahí, a unos metros de distancia, ya sin límites de ningún tipo.

Excepto…

-¡Oigan!- irrumpió Abril de pronto, como si hubiera hecho un gran descubrimiento. -No pensarán salir vestidos así, ¿O sí?

-¿Por qué no?- cuestionó ingenuamente Miguel Ángel. Abril se limitó a dirigirle una mirada muy expresiva a su imitación de traje del héroe de "The Legend Of Zelda." -De acuerdo, de acuerdo, tienes razón. Pero no tenemos dinero.

Abril torció los labios. Ya sabía lo que iba a pasar.

- Muy bien, ustedes ganan. Iré a traerles algo decente para vestirse, mientras ustedes desayunan. Luego iremos de compras.

-¡¡Genial! ¡¡Gracias, Abril!

Se dio media vuelta para marcharse. Pero una mano delgada la detuvo.

-Muchas gracias, Abril. No sabes la gran ayuda que eres en… bueno, en todo esto. De verdad que no entiendo nada, pero…

Ella le cerró los labios con el dedo.

-Basta, Leonardo. No importa, son mis amigos, se vean como se vean, y los quiero. Ahora ve y cepilla ese cabello mientras regreso, ¿OK?

Él se pasó la mano por la cabeza, extrañado ante ese tacto suave. Ella le sonrió y siguió su camino hacia el exterior.

Era curioso. Después de todo, ella no lo había tomado tan drásticamente. Leonardo se preguntó de donde podría sacar ropa masculina tan fácilmente, y de su talla.

La respuesta llegó un rato después, en manos de una descolorida y agotada Abril.

-¡Uf! ¡Los traje lo más rápido que pude! Son de Casey, así que no creo que les queden a todos, pero se puede arreglar… Esto es para ti, Rafael.- Le tendió unos vaqueros limpios, un cinturón, unos zapatos color café y una camisa de color azul marino. -Checa si calzas de su mismo número. Esto es para Leonardo. -Le dio una playera muy llamativa color amarillo, unos Jeans que habían sufrido una pequeña reparación para no quedar tan largos, unas calcetas de soccer y unos tenis muy desgastados.- Lo siento, pero fue de lo más pequeño que encontré en su closet. Es demasiado alto… ¡Y tenía un desorden! Recuérdenme limpiar su apartamento uno de éstos días. A ver…- Hurgó en la bolsa para completar la siguiente muda. -Esto es para Donnie…- Extrajo un pantalón negro, una camisa color morado, un cinturón negro y unos zapatos de corte formal que tenían pinta de no haber sido usados nunca. -Y esto para Miguel.- al aludido se le iluminó la cara. Eran unos shorts de mezclilla, una playera con un estampado ridículo, unas calcetas que originalmente habían sido blancas, pero que ahora tenían un color indefinido entre el gris y la mugre, y unos tenis enormes color naranja. -Espero que les quede… ¡Ah! Y… compré algo camino para acá… Tengo buen ojo para la talla de ropa.- declaró con una sonrisa pícara. -Es ropa interior… No creo que le agradara usar una prestada… Los rojos son de Rafael, los azules de… bueno, ustedes saben…- Les tendió la bolsa de supermercado. -Vayan a vestirse, yo los espero.

Ligeramente sonrojado, Leonardo tomó la bolsa y se encaminó con sus hermanos hacia el gimnasio. Iban a usarlo de vestidor.

Leonardo se acomodó la playera. Demasiado grande. Supuso que podría arreglarlo con el cinturón, aunque… Los jeans no le quedaban mal; quizá algo grandes de la cintura. Pero los tenis… Tuvo que hacer de tripas corazón para atreverse a ponerse algo con un olor tan sospechoso.

Rafael se miraba una y otra vez al espejo, haciendo diferentes poses y gestos. La ropa entallaba perfectamente su atlética figura. Tuvo que admitir que Abril tenía razón en eso de que tenía buen ojo para las tallas, aunque como lógicamente nunca en su vida había usado un bóxer, resultaba… extraño.

Miguel Ángel se había enfundado en la ropa en dos segundos. Le había encantado. Sobre todo los tenis, con ese peculiar color naranja mírame-a-fuerza. Claro, el short le quedaba muy largo para ser un short, pero alguna vez había leído en una revista que eso estaba de moda. Genial. "Tengo que comprar una gorra" murmuró para sí mismo, sintiéndose como una estrella de cine.

Donatello fue el último en salir. Por alguna extraña razón, le incomodaba que sus hermanos lo vieran sin ropa. Se escondió en cuclillas tras un montón de colchonetas y en esa incómoda posición se dispuso a cambiarse de ropas. El pantalón le quedaba grande, pero con doblarlo un poco se remedió el problema. Igual, la camisa era enorme para su delgada figura. Pero el cinturón fue un remedio. Abril era muy lista. "¿Cómo demonios hizo para saber mi talla de calzoncillos?"

Abril soltó una sonrisa triunfal en cuanto los vió salir. Era una experta en hallar combinaciones.

-¡¡Chicos, que guapos están!

-¡¡Estamos listos! ¡¡Vámonos, Abril!

Era cierto. Los cuatro parecían más puestos que un calcetín.

-¿Usted que dice, maestro Splinter?

El referido frunció el entrecejo. La idea no le acababa de gustar.

-¿Por favor?- indagó Miguel poniendo la mirada de cachorrito que solía poner siempre que quería algo.

-Hay algo en todo esto que no me agrada.

Los cuatro pusieron cara de desilusión.

-Sin embargo…- siguió, con los ojos cerrados. -No puedo prohibirles que salgan y gocen de su nueva condición. Tiene derecho a ello. Sólo… Cuídense. No se metan en líos, por favor. Y…- Soltó un suspiro preocupado que se había estado esforzando por contener. -Vayan con bien, hijos míos…

El rostro de los adolescentes se iluminó.

-¡¡Sí, maestro Splinter! ¡¡Gracias!

Y salieron corriendo, sin siquiera fijarse si Abril los seguía o no.

Ella le lanzó a Splinter una mirada de conmiseración antes de salir tras ellos.

-No se preocupe, los tendré vigilados…

La rata se dejó caer sobre el sillón. Demasiadas emociones para una mañana. De pronto ver a sus cuatro hijos… así.

Pero no era la transformación en sí la que lo tenía tan alterado. Era sus consecuencias.

Adolescentes humanos. Por primera vez disfrutando del mundo. Solos, medio locos, sin experiencia…

Sintió un inexplicable escalofrío.