Hola de nuevo! La entrega #5 de este delirio de adolescente XDDDDDDDDD

Nota #1: De nuevo, gracias a los lectores ;).

Nota #2¡Capítulo largo! -Para compensar el anterior que es una baba de perico nnU-

Nota #3: TMNT y sus personajes no son míos (bueno Donnie si pero nada más pq lo tengo secuestrado XDD). son propiedad de Mirage Studios y sus creadores y sólo los utilizo como una herramienta para conquistar el mundo¿OK? XDDD

CAMBIO DE IMAGEN

Por: Naoko Daidouji

Capítulo 5.- El primer día de clases

.-

Aquella mañana Leonardo se despertó más temprano que de costumbre. Se metió al agua fría de la ducha para acabar de despertar. Aún tenía sueño. Pero qué se le iba a hacer. No quería llegar tarde. No en su primer día de clases.

Con cuidado se enfundó en la ropa nueva. Aún no se acostumbraba a ella. Menos a la ropa interior. Y luego se planto frente al espejo a ensayar peinados. Ese cabello suyo era algo rebelde y no quería llegar como gallo espantado al salón.

Salió de su habitación una hora después. Raphael estaba sentado frente al televisor, viendo el noticiero mientras comía un tazón de cereal.

-¿No se te hace tarde, Raph?

-¿Para qué…?- contestó éste de mala gana.

-¿No recuerdas? La escuela…

-Para arreglarme tengo que darme un baño y Don lo está usando.

-¿Qué tienes, Raph? Te ves… no sé… pálido.

-No tengo nada… No pude dormir, me dolía la cabeza…

Leo se encogió de hombros, casi como acto reflejo. No tenía ni idea de qué le pasaba a su hermano.

Donatello salió del cuarto de ducha. Era casi una imagen macabra. Delgado, pálido y con unas ojeras de dos metros de ancho. Sin mencionar que aún no se habían acostumbrado al tono tan raro de azul que traía en los ojos…

-¿Y esa carita?

Don se regresó al baño para verse en el espejo y soltó una risa ligera.

-Tuve dificultades con unos archivos… La computadora dio problemas y me acosté a las cuatro de la mañana… Pero no importa… ¿Qué hay de desayunar?

-Bien, Mickey no ha despertado así que creo que yo haré el desayuno.

-¿Tú cocinas?.¡Mejor como algo fuera! - se burló Don.

-¡Hey, si no soy tan malo en la cocina!

-No, no lo eres. Era sólo una broma.

Leo hizo una mueca. No le había encontrado gracia.

-¿Qué quieres para desayunar?

-Mientras no sean huevos quemados…

-Tranquilo, que hoy no cocina Mike XDDDD

Leo se encaminó a la cocina. Ahora sí encajaban en la imagen de la familia perfecta. Con la excepción de que su padre seguía siendo una rata gigante y que ellos no se parecían en nada el uno al otro. Detalles…

Abrió el refrigerador y sonrió. Una caja de pizza completa. La metió al microondas y se regresó a la sala para ver algo de TV. Donatello estaba desparramado en el sofá, mirando videos de música y comiendo una barrita de cereal…

-¿Y el desayuno?- Preguntó éste sin siquiera voltearlo a ver.

-En el microondas.

-¿Pizza otra vez?

-Ajá…

-Mhh… Mejor desayuno algo fuera, eso ya me aburrió ¬¬

-Como quieras. Es tu estómago, no el mío…

Leo desvió la mirada distraídamente hacia el reloj de pared. Las seis de la mañana. "A esta hora debería estar entrenando…" suspiró, preguntándose cómo podría hacerle para acomodar su horario.

-¿Y Mike?- preguntó después de unos minutos.

-Dormido… creo.

-¿Ya es muy tarde, no?

-Ya conoces al señor impuntual…

-Ni que lo digas… Pero supongo que él si va a desayunar.

-Por nada del mundo dejaría la pizza enfriar…

Raphael salió en ese momento del cuarto de baño con todo el cabello escurriendo agua sobre su cara.

-Date prisa, Raph, si es que piensas comer algo…

-Ah… No, no tengo hambre.

-¡Maravilla de maravillas! Raphael no amanece con el estómago gruñendo como un león!

-Ja-ja…- replicó Raph con una mueca de fastidio. -No me confundas con Mike… además ya comí algo de cereal…

De pronto, un golpe estruendoso en el cuarto del menor de la familia los hizo saltar a todos.

-¿Mike?

-¿Mike, estás bien?

-¡Mickey!

Se oyó una voz ahogada dentro del cuarto.

-Ouch… Estoy bien…sólo que… ouch… me caí de la cama…

-Idiota.- murmuró Raph. -¡Apúrate, que se nos hace tarde!

-Y tarde… ¿Para qué?- Preguntó la voz en medio de un bostezo.

-¿Lo olvidaste¡La escuela, cabeza hueca!

-¿Ah…?- hubo un silencio. -¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAH! YA ES MUY TARDE! O.O

Sus tres hermanos giraron los ojos. Era casi obvio que eso iba a pasar…

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Salieron de la guarida por la parte trasera de una calle.

De puro milagro nadie los vio.

Sufrieron horrores para que el agua de alcantarilla no empapase sus pies y la ropa nueva, y tuvieron que dar muchas vueltas para hacerlo.

Para luego tener que correr hasta el colegio.

Que demonios…

Justo estaban por cruzar una avenida cuando un automóvil se les acercó a toda velocidad y frenó justo delante de ellos.

Era Casey.

-¿Las llevo, señoritas?- preguntó con un terrible sentido del humor.

-Ja-ja… abre la puerta o la tiro de una patada.- Reclamó Raphael.

Se acomodaron dentro del auto y soltaron un suspiro. Casi se habían resignado a convertirse en campeones olímpicos para no llegar tan tarde…

-Todavía no puedo creer que vayamos a hacer esto.

-Tranquilo, Leonardo. Recuerda que era esto o trabajar.

-Pero no puedo creer que a estas alturas del año nos hayan aceptado…

-Según nuestros papeles, estábamos en otro colegio. Una transferencia no es nada raro…

-¿No irán a pedir referencias al otro colegio donde supuestamente estuvimos?

-No lo creo… y si lo hacen, despreocúpate. Ya estamos en los registros de la otra escuela. Aplausos, por favor…

-A ratos me das miedo…

-¿Debo tomar eso como un halago?

La primera parada fue la escuela de Mike. Una secundaria pública. Como los trámites habían sido hechos a contrarreloj, ni siquiera había tenido la oportunidad de ver el plantel. Miró el enorme edificio, y el barullo de chicos alrededor de la puerta, y soltó un suspiro.

Don y Raph nada más lo despidieron con una seña. Estaban demasiado ocupados pensando en su propia escuela como para desearle buena suerte o cantarle las golondrinas. En cambio, Leonardo le dio las mil instrucciones, que Miguel escuchaba sin mucho entusiasmo. Y después se perdió entre la multitud de estudiantes, con su mochila nueva al hombro.

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El destino de los otros tres era la preparatoria pública número 3128.

-Bien, bien. Perfecto. Ahora sólo tenemos que ver a que grupos nos mandaron.- Leonardo revisó los papeles que Abril les había entregado un par de días ante. - Don, te toca en el 353. Aquí está tu horario. Rafael, te toca en el 122, y aquí está el tuyo… Veamos… A mí… A mí en el 512.

-¿Y ahora qué?

-¿Entrar a conocer?

Se miraron. Luego miraron los salones y tragaron saliva. Si, era ciertamente intimidante; nunca habían estado en una. Pero al menos en cuanto a conocimientos habían demostrado tener con que defenderse, Splinter les había procurado una buena cultura.

-No ganamos nada si nos quedamos aquí. Vamos.

-¿Vamos de una vez a nuestros salones?

-Podemos conocer amigos mientras llegan los maestros.

-Podríamos vernos para la hora del almuerzo¿No?

-Nadie va a creer que somos hermanos…- Masculló Rafael viendo el aspecto tan distinto que tenían los tres.

Recorrieron juntos entre los edificios, consultando un pequeño mapa facilitado por Abril.

-Por aquí es mi salón.- suspiró Rafael mirando hacia un pasillo distinto. -Bueno, nos vemos, chicos.

-Por favor, Rafael, no te metas en líos.

-¿Yo?.¿Cuándo?

-No nos hagas recordártelo. ¿Quieres?

-Está bien, está bien. ¡Adiós!

Y se fue antes de que Leonardo siguiera sus infinitas recomendaciones. Don y Leo siguieron su camino hasta dar con el salón del primero.

-Don, ponte tus lentes.

El mencionado puso cara de fastidio. ¿Por qué a mi?

-Me veo aún peor con ellos.

-Si, pero con esos nuevos ojos no ves nada sin ellos. ¿Recuerdas?

-…

-Cuídate.

-Está bien, Leo…

-No te metas en líos.

-Yo no soy el que se mete en líos. Ustedes me arrastran ¬¬U

-Claaaaaro, lo que digas ¬¬U. ¿Llevas todo lo que vas a necesitar?

-Er… si, supongo.

-Nos vemos a la hora del almuerzo. ¿Sabes donde está la cafetería?

-¡Si ya sé, ya sé todo! No soy un bebé, Leo…

-Está bien, perdónenme por preocuparme por ustedes.

Donatello esbozó una sonrisa.

-Tú también te cuidas. ¡Suerte!

Y se perdió en el interior del salón. Leonardo suspiró y se fue en busca de su grupo, el cual estaba en otro edificio.

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-¡Buenos días, chicos!- saludó la profesora de Literatura mientras todos los alumnos del Tercero "D" se ponían de pie con desgano. Miguel Ángel estaba a un lado suyo, mirando hacia el suelo. -Él se llama Miguel Ángel Hamato y va a ser su compañero el resto del año escolar. Espero que lo reciban bien. Puedes sentarte en la última fila, Miguel Ángel.

-Gracias...- respondió, desganado. Todos lo miraron irse a su lugar como si fuese un bicho raro.

-Ahora saquen sus libros en la página 102, quiero que lean en silencio y levanten la mano cuando hallan acabado.

La profesora le tendió su libro, para que lo utilizara hasta que comprara uno propio. Un libro de reglas gramaticales. ¿Leer? A Miguel Ángel no le gustaba leer esa clase de cosas. Parecía más aburrido que escuchar a Leonardo dar una lección de historia. Abrió el libro, obedientemente, pero a los cuatro renglones supo que el día iba a ser muy largo…

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Rafael se detuvo un momento antes de entrar a su salón. A juzgar por el escándalo, era obvio que no había ningún maestro o figura de autoridad adentro.

Miró a su alrededor. No le hacía gracia el asunto, pero qué se le iba a hacer. Ya estaba ahí. Tomo aire y entró. De inmediato voltearon a verlo y empezaron a murmurar.

Se sentó en un lugar del centro, para poder tener vista panorámica de la situación. Chicos y chicas lo rodearon con la mirada sin decir nada. Una de las chicas, una morena de no mal ver, inclinó tanto su silla para ver al recién llegado que el mueble se deslizó en medio de un escándalo y la chica tuvo que hacer un verdadero prodigio de equilibrio para no caer con todo y banca. Rafael la miró de inmediato, adivinando sus intenciones. Y una idea extravagante cruzó por su cabeza. Con decisión se acercó a la mentada jovencita y le sonrió.

-Me llamo Rafael. Rafael Hamato, pero puedes decirme Raph. Soy nuevo aquí. ¿Me podrías decir que nombre tiene una belleza como tú?

La chica de momento no supo que decir. Se limitó a sonreírle tímidamente por unos segundos, al cabo de los cuales murmuró.

-Ángela. Ángela Smith.

-Ángela¿Eh? Un nombre celestial para alguien con carita de ángel. Que hermoso.- ¿De donde había sacado esas frases? Ni él lo sabía. Pero al parecer estaba funcionando.

Ella sonrió, ya sin timidez.

-¿De donde eres, eh?

-Carolina del norte.- mintió, sin poder recordar exactamente lo que habían escrito en sus documentos. -Acabamos de mudarnos a Nueva York.

-Acabamos¿Quiénes?

-Mis hermanos y yo. Somos cuatro.

-¿Y tus padres?

-Pues… Mi papá está aquí también. Y de mi madre por favor no preguntes.

Una encantadora muchachita de cabello encrespado se invitó a la plática.

-¿Y donde estudiabas?

-En… en una escuela privada…- falseó algo nervioso, maldiciéndose mentalmente por no haber puesto atención cuando rellenaron los papeles del registro.

-¿Entonces eres un hijo de papi?

-No, me corrieron de la pública porque decían que tenerme con chicas era un peligro.- agregó con gran osadía, para luego sorprenderse de sí mismo. Pero tras escucharlo, otras más se acercaron, así que no se corrigió. Rafael era, al menos por el momento, la estrella del Show.

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Leonardo entró bastante seguro a su salón. No lo intimidaba la idea. Después de todo, no podía ser más difícil que las lecciones con su maestro Splinter. ¿O si?

Tampoco a aquella aula había llegado el maestro. Pero en cuanto entró, se hizo el silencio. Varios lo miraban con curiosidad, murmurando entre ellos. Leo se sentó tranquilamente en uno de los lugares de la primera fila, y, viendo que aún no comenzaba la clase, sacó uno de los libros que le había dado su sensei y se puso a leerlo en voz baja. Creía firmemente que las horas de estudio no debían desaprovecharse, y menos de una forma tan ridícula como hacían sus compañeros, mirándolo como si nunca hubieran visto a un japonés.

Un muchacho moreno y alto, con cara de pocos amigos se acercó a él y sin ningún respeto cerró el libro de un golpe y le dijo escupiéndole en el rostro, de paso:

-¿Cómo se supone que te llamas, pulga?

-Leonardo. Leonardo Hamato. Y deja mi libro¿Quieres?

-Leonardo¿Eh? Vaya nombrecito. Te va mejor otro¿Sabes? Shin-Chan.

-Sí.- Apoyó otro. -Pulga Shin-Chan.

Leo tomó aire y reabrió su libro. Era un maestro en no permitir que los comentarios agrios de los demás lo afectasen; después de todo, tenía que lidiar con Rafael todos los días.

-¿Y de donde se supone que saliste, ah?- El "se supone" era una especie de tic.

-Soy de Arkansas y acabo de mudarme. ¿Contento?

-En realidad, no. A los nuevos se les enseña quien manda, para que luego no anden dando problemas.

Leonardo decidió ignorarlo, para ver si así le dejaba en paz. Pero contra su esperanza, el susodicho le tomó la barbilla y bruscamente le giró la cabeza, para que lo mirase a los ojos.

-Mírame cuando te hablo, imbécil.- le dijo muy lentamente.

Era lo más que Leonardo estaba dispuesto a soportar. Haciendo la mesa a un lado con un violento ademán, se puso de pie para encararlos.

Y sucedió lo más inesperado.

¡El grupo entero estalló en carcajadas!

-¡Ay' muere, ay' muere, viejo, que era solo una broma!- Aclaró el "abusivo" en medio de risotadas histéricas.

Leonardo no salía de su estupor. Había pasado el momento, pero por alguna razón seguía sintiendo ganas de estrangularlo. Se estaban riendo a sus costillas.

-Eres un…

Un estruendo proveniente de la puerta distrajo la atención de todos. El profesor había entrado como un bólido al salón, azotando la puerta, de paso. Traía la barba crecida, un portafolio desparpajado y un traje café muy arrugado. "Que pinta…" murmuró Leonardo, que ya estaba pensando seriamente en tomar el papel de maestro. "Debí buscar un empleo…"

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Adentro del salón de Donatello sólo estaba el profesor. Era un hombre muy joven, vestido con una camisa sport color salmón. Lo saludó con una sonrisa.

-Me informaron del nuevo ingreso. Venga, chico, entra.

-Buenos días, soy…

-Sé quien eres, Donatello. Tu grupo está en el audiovisual 1 viendo un video. ¿Podrías esperar un poco? No tardo, es que tengo que acabar esto…

Clavó la vista en el papel en que escribía con el ceño fruncido. Donatello miró a su alrededor. El salón era más grande de lo que había imaginado, aunque no tan desastroso como se lo pintaba en la cabeza. Luego sacó una pequeña copia del mapa. Audiovisual 1, estaba algo lejos pero sabía como llegar.

-¿Le molesta si me adelanto? No quisiera perder la clase… En mi primer día…

-Oh, si no te lo dije para que fueras con ellos. Quiero aprovechar el tiempo para saber de ti. ¿Sabes? Soy el asesor del grupo y psicólogo de la escuela.

"Genial" murmuró de mala gana el nuevo alumno, preguntándose que diablos podría querer saber un perfecto extraño acerca de él, y esperó que no demasiado, pues supuso que tendría que mentir la mayor parte de las veces y no era demasiado bueno para eso.

El profesor dejó la pluma a un lado y cerró su carpeta. Luego le indicó con un ademán que se sentase en la banca frente al escritorio.

-En la lista apareces como Donatello S. Hamato ¿Es eso correcto?

Don asintió con la cabeza.

-Tienes 15 años, escolaridad completa, y por lo que acaban de entregarme, muy buenos resultados en el examen diagnóstico. ¿Dónde estudiabas antes?

"Lo que me temía" pensó de mala gana mientras contestaba una aturullada explicación sobre un oscuro internado en Connecticut.

-Pues tienes muy buena enseñanza¿Eh? Creí que tendríamos que regularizarte…- apuntó algo en una hoja sospechosa color azul. -¿Me podrías describir a tu familia?

-Tengo tres hermanos. Y a mis padres… mi padre.- se corrigió mirando nervioso hacia el techo.

-¿Y tu madre?

-Murió cuando era muy chico, después de que nació mi hermano menor.- Mintió con algo más de seguridad.

-¿Cómo es la relación que llevas con tus hermanos?

-Buena… Bueno, eso creo…- murmuró riéndose para sí.

El cuestionario se prolongó las dos horas que duraba la clase. Estaba realmente exhausto por estar inventando hasta los menores detalles y nervioso por el temor de ser descubierto o caer en una contradicción.

Pero finalmente lo dejaron libre. El profesor se despidió con un simple "Fue un gusto, Donatello." Y se salió sin más.

Miró su horario. Ni siquiera le había dado tiempo de desayunar y ya tenía que entrar a Física. "Maldita sea…"

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Con una mirada cargada de rencor, Miguel Ángel vio desaparecer a su aburrida profesora. Lo había puesto en ridículo con su estúpido sermón sobre poner atención a las clases, luego de que le pidiera participar y lo encontrara en su quinto sueño.

Ahora el grupo entero se reía de la cara que había puesto cuando lo despertaron con un grito.

Apenas había salido la mujer cuando un hombre joven y de aspecto escuálido entró al aula. Al instante los alumnos se pusieron de pie para seguir el odioso ritual que prosigue a la entrada de cualquier figura docente en la secundaria.

El hombre parecía entusiasta. Sin más preámbulo llamó al nuevo alumno al frente y se dirigió al grupo.

-¿Ya les han presentado a su nuevo compañero?

-Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…- contestó el coro de voces perezosas.

-Bien, a mi no. ¿Cómo te llamas, chico?

-Miguel Ángel Hamato.

-Bien, Miguel Ángel¿Podrías hablarnos un poco de ti?

-Soy de Los Ángeles, me gustan las historietas y vivo con mi papá y mis tres hermanos. Y mi mamá…- Sabía que tenía que aclarar el punto, pero no se le ocurría una forma sutil de justificar su ausencia total. –Yo creía que me quería, a pesar de ser tan travieso, hasta que un día volví de la escuela y encontré que se había ido.

Uno o dos soltaron risitas disimuladas. Entonces Miguel Ángel agregó con una mueca por demás cómica.

-¡Y ni siquiera me dejó su dirección!

Entonces, el grupo estalló en risas. Miguel estaba maravillado. Nunca había logrado tal efecto en sus hermanos.

-Y no la culpo por huir, deberían conocer al resto de sus hijos… mi hermano Leonardo es un trauma.- Se puso muy serio y comenzó a agitar exageradamente el dedo índice, como hacía Leo cuando lo estaba sermoneando, mientras repetía con voz distorsionada los interminables discursos de su hermano mayor.

Siguió Donatello en su lista de víctimas, con una perfecta parodia de los acostumbrados y disparatados soliloquios que se inventaba cada que estaba delante de algo de ciencia. Luego Rafael, mencionando desde su hábito de roncar hasta la forma en que sus arranques hacían una desgracia de cualquier habitación que tuviera al alcance. Sus compañeros estaban fascinados, mirándolo hacer caras y gestos sin sentido y disfrutando sus frases hilarantes, hasta que el profesor decidió que era bastante de payasadas y lo mandó a su sitio.

Al llegar a su asiento, los chicos de su alrededor se acercaron para hablarle en voz baja.

-¡Oye, eso fue genial!

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Rafael estaba en lo más animado de la plática cuando llegó la maestra. En su rostro se adivinaba un gesto duro. Se presentó con la noticia de que la siguiente clase tendrían examen. "¿Examen? Pero si no sé que…" Se presentó a la maestra y le aclaró el punto, pero ésta se limitó a decirle que su examen diagnóstico indicaba que no necesitaba regularización y que bastaba con que hiciera un repaso general. Luego lo mandó a su asiento y siguió la clase como si nada hubiera pasado. "Mierda…" masculló Rafael mientras volvía a su lugar. "No te preocupes" susurró la chica sentada a un lado suyo, de nombre Lina. "Si quieres te ayudo a estudiar, la siguiente hora es tiempo libre y… te puedo enseñar la biblioteca…"

Rafael le sonrió. Ya había hecho migas con esa linda pelirroja de ojos verdes. "Lo que puede lograr una cara bonita…" pensó Rafael sintiendo como si le hubiesen inflado el ego hasta las nubes.

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Leonardo escuchaba la clase de matemáticas sin prestar demasiada atención. Después de todo, era un tema que ya dominaba. Miró a uno y otro lado, preguntándose como podían tomarse en serio lo que dijera alguien con esa facha. Pero, viéndolo bien, no era peor que la de sus compañeros. Aún estaba muy molesto por la bromita, y extrañaba las clases de su querido maestro Splinter. Que vida. No recordaba, aún en sus delirios más extraños, haberse imaginado como parte integral de un salón humano.

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Donatello entró al salón con los pulmones a punto de estallar. Sabía que su condición física ahora era mejor que antes, pero no imaginó que correr hasta el otro lado de la escuela y subir tres pisos fueran tan matador…

Dentro estaba su grupo, haciendo ruido y desparpajo. En cuanto entró todos se callaron súbitamente, pues nadie les había advertido sobre su presencia.

Se sentó en el último lugar. Sus compañeros empezaron a murmurar, mirándolo fijamente.

Se instaló en un asiento y sacó uno de sus cuadernos nuevos.

Aunque parecía concentrado en el repaso inútil de las hojas en blanco, observaba de reojo a sus compañeros. Casi todos eran chicos. La mayoría lo observó unos minutos y se desvió de nuevo a sus propios asuntos, pero había dos que lo miraban insistentemente, frunciendo el seño y murmurando mucho entre ellos. "¿Qué querrán?" Se preguntó Don, algo extrañado por su actitud. Tenían algo raro en la cara. Como si los hubiera visto antes…

Desvió la mirada un segundo y para el siguiente ya estaba uno de ellos enfrente de él.

-¿Qué?

-¿Qué de que?

-¿Qué haces ahí?

-Quiero estar aquí¿Me lo vas a impedir?

-Uh… No, creo que no…- replicó, encogiéndose de hombros. En realidad, le importaba un comino si se iba o no, además que consideró que era demasiado temprano para meterse en problemas.

Trató de concentrarse de nuevo en el repaso inútil de las hojas en blanco, cuando súbitamente todo se volvió ligeramente borroso.

-Lindos lentes¿De donde los sacaste?

-Devlin. Dámelos.

-No¡Me quedan bien!.¿Qué opinan, chicos?

Solo hasta entonces Donatello notó a otros dos chicos aún más grandes tras el primero.

-¿Cómo te llamas, eh?

-Donatello

-¡.¿Cómo!.?

-Donatello Hamato.

Los tres se miraron entre sí. Como si los hubiera picado una chinche. Luego soltaron una risotada de lo más fingida.

-¡Vaya nombrecito!.¿Tu papá estaba ebrio cuando te lo puso?

-¡.¿Perdón?.!

-¿No te acuerdas de nosotros, lombriz?

-Eh… Temo que me están confundiendo con alguien más.

-No, definitivamente hablamos del mismo pendejo.

Don los miró a uno y otro, sin comprender. Era su primer día en la escuela¿De qué demonios hablaban?

Lo preguntó, y ellos iban a responderle cuando entró el profesor de física, un hombre gordo y enorme.

Los tres chicos se retiraron de inmediato a su lugar. No hacía falta preguntar porqué. El profesor tenía un gesto muy duro en el rostro.

Sacó de su maleta un libro grueso y sin mayor presentación empezó a leer sobre vectores.

Vectores. El tema más gastado del mundo.

-¿Apenas van en eso?- murmuró con incredulidad.

-¿Qué creías tú?- Le respondió sorpresivamente una muchachita sentada atrás de él. –Este es el programa de todas las escuelas públicas del país.

-Es que… iba a una privada… Estábamos en física moderna.

-¡Pero si eso lo ves hasta la universidad, si es que estudias Física…!

-Ya lo noté…- murmuró Donatello sintiendo ganas de escapar por la ventana.

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Leonardo fue el primero en llegar a la cafetería. No se molestó en pedir nada, pues había tomado la precaución de desayunar cómodamente en su casa. Con movimientos ágiles apartó la última mesa disponible y se dispuso a esperar a sus hermanos.

Donatello llegó unos veinte minutos después, con una charola en la mano y una expresión de desagrado en la cara.

-Vaya comida… Recuérdame traer mi propio almuerzo mañana…- masculló mientras tomaba asiento.

-¿Qué es?

-Supuestamente, carne con papas. Pero yo solo veo una masa gris en mi plato.

-Tal vez sea hígado…

-¡En ese caso te lo regalo!

-¿Porqué llegaste tan tarde?

-Por que tuve que esperar a que ciertos chicos salieran del salón y desaparecieran…

-¿En serio?.¿Por qué?

Iba a explicarle cuando apareció Rafael, también con una charola en mano.

-Esto es lo más acercado a repugnante que he visto…

Sus dos hermanos se asomaron con curiosidad a su plato.

-Oye, eso se ve peor que lo que yo tengo¿Qué es?

-Ni idea, les dije que me sirvieran lo que fuera…

-¿No te molestaste siquiera en leer lo que tenían?

-Estaba ocupado…- murmuró con una sonrisa de satisfacción. –Tengo muchas nuevas amigas…

Donatello y Leonardo intercambiaron miradas de incredulidad.

-Los de mi salón son unos imbéciles…- murmuró Leo apretando los dientes.

-Pues… yo aún no le hablo a nadie, aunque solo tome una clase ya que la primera…

Un grito los interrumpió.

-¡Hey, es el enano del nombre estúpido!.¡No nos dijiste de qué circo te escapaste!

Leonardo y Rafael se miraron confundidos. Donatello se limitó a desear encogerse hasta desaparecer.

-¿No nos oyes, "Duendetello"?

Bien, era bastante obvio a quien le hablaban.

-¿Los conoces?- le preguntó Leonardo incrédulo.

-Por desgracia, si…

Los molestos jóvenes se acercaron, bastante confiados.

Ni remotamente se imaginaban que el chico en cuestión estaba con sus hermanos.

-¿No nos invitas a comer?.¡Qué descortés!- exclamó uno sarcásticamente.

Otro hizo ademán de querer apoderarse nuevamente de sus anteojos, pero una mano dura lo detuvo.

-¡Hey, atado de estúpidos!.¿Qué se traen con él?- vociferó Rafael, bastante irritado.

-No es tu asunto, imbécil.- replicó, tratando de zafarse y descubriendo que era más difícil de lo que imaginó.

-Ah, yo diría que sí.- Aclaró Leonardo mirándolos retadoramente mientras se ponía de pie.

-¿Qué son, sus guaruras?.¿O no quieren que incomodemos a "su novia"?

-Mira p… no es "nuestra novia" sino nuestro hermano, y, o te largas de aquí en menos de lo que te cuento o te despides de esos podridos dientes tuyos. ¡.¿Está claro!.?

Y lo soltó, empujándolo de paso para que tropezara. Los chicos emprendieron una retirada estratégica, pero antes de abandonar por completo el lugar de los hechos, se volvieron para gritarles.

-¡Con cuantos se habrá revolcado su madre para que se vean todos así!

Las miradas de toda la cafetería se pusieron sobre ellos. Rafael se dispuso a seguirlos pero una mano helada lo detuvo.

-No te busques problemas, Raph.

-Pero…

-Créeme, no vale la pena…

Donatello miró de nuevo su plato, tocó la comida con un dedo y al sentir la textura hizo una mueca.

-Voy a tirar esto…

-¿No piensas ni probarlo?

-Se ve horrible. Y además se me quitó el hambre.

En cambio, Rafael encontró rico lo que le habían servido.

-¿Quieres, Leo?

-No me atrevería a probarlo…

-¬¬ Que payaso eres…

Camino al depósito de basura, Donatello vio a un par de pasos una cara extraordinariamente familiar…

-¡.¿Dark-Kitty!.?

La chica en cuestión volteó instantáneamente al oír su seudónimo de Internet.

-¿Te conozco?

-¿El nombre "Match1-DNT" te dice algo?

-¡Dios!.¿Eres tú?.¡No esperaba encontrarte por aquí!.¿Dónde te habías escondido?

-Acabo de mudarme a Nueva York. ¿Qué me cuentas?

-Tiene como una semana que no te conectas… ¿Por qué no me dijiste que ibas a mudarte para acá?

-Fue muy repentino… Y no me he conectado porque he tenido mucho que hacer estos días…

-Comprendo. ¿En que grupo estás?

-153. ¿Tú?

-322.- El número le sonó conocido.

-¿No vas en el grupo de mi hermano, de casualidad?

-Depende¿Tu hermano viene tambien por primera vez?

-Sip.

-Ah… ¿Ese es tu hermano? No lo podría haber imaginado. No se parecen en nada… ¿Cómo se llama?

-Rafael.

-¿Y tú? No me has dicho tu verdadero nombre hasta ahora…

-¿No te burlas?

-Si tú prometes no burlarte del mío…

-De acuerdo. Soy Donatello.

-Em… Creo que te queda mejor "Match1"… Yo soy Rose.

Unos gritos agudos y fastidiosos interrumpieron la escena.

-Bueno, tengo que irme. Me esperan para ir al área de cómputo. ¡Nos vemos, Match1!

-¡Bye, Kitty!

Al llegar a su mesa, notó que Leonardo había desaparecido y Rafael platicaba animosamente sobre baseball con otros dos chicos.

-¿Y Leo?

-Dijo que no quería llegar tarde a su salón y se fue. ¿Con quien hablabas?

-Es una amiga desde hace tiempo.

Rafael lo miró interrogante.

-Vía Messenger, pues…

-Ah, ya caigo. Me parece conocida.

-Va en tu grupo.

-Hmm… ni idea, no la recuerdo…

-Como sea, ya me voy… ¿Vienes?

-No, no tengo prisa por entrar… Nos vemos.

-Adiós.

El final del día llegó más lento que de costumbre para Don y Leo, y mucho, pero mucho más rápido para Rafael. Se quedaron en la zona, matando el tiempo pues querían esperar a Mike, quien salía hora y media después.

Al fin salió, con bastantes chicos a su alrededor riendo histéricamente.

-¡HOLA!- los saludó en medio de grandes aspavientos. –Muchachos, quiero que conozcan a mis hermanos. Él es Leonardo, él Donatello y él, Rafael.

Los chiquillos los saludaron en el mismo tono y luego hicieron mutis.

-¿A dónde fueron?

-Nah, no se preocupen, es que les he hablado de ustedes

-¡.¿.?.!

-¿Cómo les fue?

Leonardo y Donatello pusieron tal caraque Miguel decidió no hacer más preguntas.

En cambio, se fue todo el camino contándoles punto por punto su fantástico inicio de clases.

-¿Y saben que es lo mejor?- preguntaba cada cinco minutos. -¡Que voy a volver mañana!

-No me lo recuerdes…

-En serio, no sé por qué no habíamos ido antes… No, espera, sí sé…

-Miguel… ¡BASTA YA!

Entraron al apartamento de Abril, donde pensaban quedarse el resto de la tarde. Iban a verse muy extraños si se metían a la alcantarilla en plena luz de día.

Rafael se sirvió un vaso de Coca-cola helada y se aplastó en el sillón. Sacó un cigarrillo de su bolsillo y lo encendió.

-Apaga eso. Lo tienes prohibido.- reprochó Leonardo.

-¿Quién dice?.¡Todos en la escuela lo hacen!

Leo decidió ignorarlo. Estaba muy hastiado como para iniciar una discusión. Se sentó junto a él y sacó su libreta de tareas para empezar a hacerlas.

-¿Tarea?.¡Jesús! Leo¿Por qué no descansas un rato?

-Es mejor empezar temprano y acabar temprano, Mickey. ¿Tú no tienes que hacer nada?

-Eh… Sí… veo luego.

Y se desapareció en la cocina antes de que su hermano pudiera seguir. Se sirvió un sándwich de todo y un vaso de chocomilk.

Donatello se tiró en la cama de Abril. Se quitó los fastidiosos lentes. Tenía mucho sueño y estaba molesto aún por el desagradable incidente. "¿Quiénes serían esos tipos…? En otras condiciones les habría dado en toda la… Dios, como extraño ser tortuga…" Murmuró unos instantes antes de quedarse dormido.

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En la noche, Splinter los aguardaba impaciente.

En secreto moría de ganas por saber cómo les había ido a sus hijos en su primer día de clases.

El primero en entrar fue Leonardo, como siempre. Aventó la mochila a un rincón y se fue al gimnasio, donde sus Katanas habían esperado todo el día… Salió armado con ellas, pero haciendo una mueca…

-No creo que la ropa me deje entrenar…

Sólo unos instantes después, entraron los demás. Miguel Ángel y Rafael se correteaban mutuamente, peleándose por la última galleta de fresa secuestrada de la casa de Abril. En cambio, Donatello venía aún soñoliento, dado a todos los diablos por la tarea que aún debía realizar.

-¿Y cómo les fue, hijos míos?

-¡Fantástico!- gritó Miguel Ángel mientras hurgaba en el armario que estaba junto a la puerta del gimnasio. -¿Alguien vio mi balón de basket? Por ser el nuevo me toca llevarlo…

-Bien… Había mucha gente interesante. ¿Hay algo de cenar?

-Pues… a mi no tan bien… No me gustó nada que me hicieran enfurecer por una bromita…

-¡Horrible!- suspiró Donatello dejándose caer sobre la primera silla que encontró.

-¿Por qué crees eso, hijo?

-Me dicen "Duendetello" ¿No es eso suficiente?

Splinter se sorprendió de ver expresiones tan distintas. Miguel y Rafael se veían muy optimistas, mientras que Leonardo y Donatello no parecían tener ganas de regresar.

Su pronóstico había sido justo al revés.

Los tres más chicos se fueron a la cama relativamente temprano, luego de cenar pizza fría y ver algunos programas en la TV. Sólo Leonardo permaneció en pie, intentando reponer las horas que había perdido de su rigurosa práctica.

-Ve a descansar, hijo.- aconsejó Splinter cuando vio que eran ceca de las doce de la noche.

-No puedo hacerlo… tengo que terminar.

-Soy tu maestro y yo decido cuando termina una lección.

Leonardo trató de sonreír, pero se sentía algo molesto por la idea de salir al día siguiente.

-No quiero volver al colegio. Aprendo mucho más estudiando aquí…

-Escúchame, Leonardo. Allá afuera hay un mundo muy diferente del que conociste mientras permanecías oculto. Y es un mundo para el cual no puedo prepararte, porque nunca he pertenecido a él. Tú ahora eres un ser humano, y como tal necesitas mucho más que tener conocimientos en tus asignaturas…

-Pero…

-Tu caso y el de tus hermanos es único. No lo desperdicies encerrándote tú solo. Solamente has ido un día. Piénsalo, hijo mío.

El chico asintió e hizo una reverencia para irse a dormir.

Evidentemente, las palabras habían surtido efecto. "Dios, hice una tormenta en un vaso de agua… No puede ser tan malo…"

Splinter apagó las luces. "Dentro de una semana no querrán volver a casa." Y sonrió.