NdA: ¡Holiwi! Tanto si eres nuevo cucurucho como si has abierto en más de una ocasión esta historia, quiero avisar de lo siguiente: este capítulo ha sufrido unos reajustes. Remaches y añadiduras para mejorar la historia. Para empezar tenemos una escena completamente nueva de 2000 palabras ;W; y ocurrirá lo mismo con el resto. Para saber si una cap. ha sido reeditado lo pondré en las notas.

Breve recuerdo de que este fic empezó a publicarse en 2017, adquiriendo el canon tan solo hasta finales de la temporada tres. Puede que luego adicione algunas cosas del manga, las cuales avisaré, pero serán fuera totalmente de la trama principal que Furudate ha seguido, sin embargo, si os apetece leer algo mío al respecto también estoy publicando War of Hearts.

Disclaimer: Haikyuu! le pertenece a Furudate porque si fuera mío habríamos tenido beso al final de todo ese slowburn que nos ha regalado en el manga C:


La garganta del viento arrastra los últimos suspiros de primavera, silbando una renqueante melodía entre la copa de los árboles. Uno a uno, la floresta castañea sus hojas cetrinas, y persiguen la cola de la brisa en un juego que solo ellos son capaces de ver.

Hinata apenas nota el bache del tique que se arremolina brevemente en la rueda trasera, muy cerca de los piñones, concentrado en mantener la velocidad sin pegársela con alguien.

Tuerce en un cruce, frente a la ferretería en la cual su madre tiene cuenta y descuento casi de por vida y a un par de manzanas de su heladería favorita. Enladrillada de un tono teja y apelotonada por dos corpulentos edificios que rozan las barrigas de las nubes; abre sus puertas de lunes a domingo cada mañana, hasta las siete de la tarde. Qué bien le sentaría uno ahora, con el sol de buena mañana mojándole la espalda. Pediría un helado de pistacho, chocolate y fresa, que está lo suficientemente bueno como para hundirse dentro de su cucurucho y morirse ahí. Fresquito.

Niega con la cabeza, disipando sus cavilaciones, dejándolas caer como su bicicleta levanta y tira la gravilla a su paso, y frena delante de un semáforo en rojo.

No va a llegar.

Se muerde los labios percibiendo la impaciencia cavar un camino desde el fondo del pecho hasta rodear su estómago y apretarlo como si quisiera hacer zumo con él. Fijo que no llega. Imposible. Debería haber salido antes. Se había confiado al considerar que recorrería el tramo en menos tiempo, que las calles a las diez de la mañana ya se habrían desinflado tras el embudo vespertino que forman las filas de coches carretera abajo, hacia los puestos de trabajo; encima le quedan cinco minutos de recorrido y siendo más puntuales que un reloj, deben de estar al salir.

Mierda, mierda y más mierda.

El foco encarnado baja dos escalones de golpe, pasa a un potente verde y Hinata acelera (prácticamente de pie) arrollando, en su defensa sin querer, a una mujer de cara larga y nariz aguileña. Alcanza a gritarle un atropelladísimo "losientodeverdadperdón" y espera honestamente no encontrársela nunca más en una situación de poder en la cual pueda tomar represalias en su contra, o por lo menos que no le guarde rencor.

Ambas le valen.

En cuanto la sombra de Correos se desvanece a su espalda, el alivio sale a flote como un patito de goma, burbujeando esperanza.

Entra en una selva de dúplex blancos rodeados de jardines, altas vallas y muros pálidos y buzones rojos estirados. Cada cual más parecida a la anterior. Por favor que no se haya ido todavía. Se elonga sobre el manillar, dando carpetazo a las calles Siete y Ocho del bloque, adentrándose poco después en la Trece sin destensar los nudillos ni un segundo. Los callos dolientes contra la palma.

Atisba el culo de un Toyota Prius retroceder por el garaje y el corazón le da vueltas entre los pulmones. No puede ser. Impulsa los pedales con más brío, los últimos metros le queman la suela, y a medida que la distancia se reduce comprueba que en el interior del coche solo se encuentra el padre de Kageyama, Rio. Quien, por cierto, lo vislumbra y le saluda a través del cristal, elevando las cejas en dos arcos perfectos por encima de unas gafas de alambres, más contento que un ocho.

Menos mal.

Se baja a trompicones, primero apoya el pie derecho, luego medio salta para sacar la otra pierna porque acostumbra a dejar el sillín demasiado alto, echa el caballete y la reposa bajo el número 24, aledaña a la puerta principal. No es hasta que coge aire y estira su camiseta celeste, levantándola varios centímetros para que el aire le refresque el abdomen yendo a saludar a Rio, que el peso de la visita se desploma sobre su cabeza como una losa cargada de añoranza y desaliento.

Rio cierra el Prius con el mando y Hinata le sonríe, mordiéndose la lengua. Evitando que note los goterones de tristeza que hasta entonces un par de parches los habían mantenido a rajatabla pero que en ese momento se le caen a borbotones.

—Nuestro chico se va —le saluda, apretándole hombro tras un par de laxas palmadas.

Kageyama ha heredado todo de su padre. Altos como juncos, se ensanchan de hombros y llegan al tope del último estante sin esforzarse. Se levantan y sus cabellos, incluso revuelto, parecen sacados de un anuncio que presenta el nuevo acondicionador del mercado. Aterciopelados, tordos e imposiblemente lacios. Menos sus ojos, eso es todo Yuna.

—A la gran ciudad —corrobora Hinata, y suelta chascarrillo para aliviarse las tensiones—: Esperemos que aprenda a usar el GPS pronto, o tendremos que ponerlo en búsqueda y captura.

Rio suelta una carcajada, echándose la mano a la cara como si se sintiera culpable por reírse de su propio hijo pese a saber que lleva toda la razón. Hinata lo acompaña y piensa que va a echar de menos también irse. Que desea avanzar y crecer pero que va a añorar cada parte de su vida actual.

—No lo digas demasiado alto que se pone echo una fiera —carraspea el padre—. Debe de estar al bajar, Yuna ha querido que repasara todo antes de salir, ya sabes cómo es, y Tobio no le ha dicho que no.

—Por supuesto. —Evidentemente—. Kageyama jamás se negaría a revisar una lista, ¿cómo aguantas el ritmo?

Un brillo de diversión refulge de sus iris amelados.

—Sin ellos sería un completo desastre, un día casi voy en calzoncillos al trabajo —bufa al recordarlo y Hinata lo visualiza como si estuviera esa mañana en el salón, desayunando con el resto—. Además, es divertido, si fuéramos iguales… —se lo piensa, rascándose la perilla—. No sé, no quiero pensar una vida en la que Yuna no me hubiera encontrado y nuestro Tobio hubiera sido un renacuajo distinto.

—Yo tampoco soy capaz de imaginármelo siendo de otra manera.

Nuestro chico.

Las palabras todavía le bombean una eléctrica adrenalina dentro del torrente sanguíneo. Le produce cosquillas en la punta de los dedos. Los retuerce contra la pernera del pantalón, revolviendo la sensación.

—Me hubiera gustado que pudieran ir juntos.

Hinata va a decirle que a él también le hubiera encantado irse a Tokio con Kageyama, cuando el traqueteo de una maleta se alza desde el garaje y, dos mississippi después, el bártulo negro y compacto rueda al lado de un adolescente ataviado en unos pantalones cortos deportivos azules marinos, medias negras y camiseta gris. El logo puma sobre el pecho en relieve y doble línea.

Es un conjunto que le ha visto en múltiples ocasiones y en ningún momento ha logrado que le deje de gustar como el primer día. Insufrible. Casi injusto. La tela de poliester se mese junto a sus zancadas, alrededor de los muslos, y a Hinata se le clavan las pupilas ahí en contra de su voluntad.

—¡Shōyō! —gorgoja una mujer de pelo corto y castaño, unos pendientes turquesas le caen como pétalos cerca de los hombros; en cuanto lo detecta por el rabillo del ojo corre hacia él. Kageyama, que había seguido de frente al maletero, abriéndolo para meter sus cosas sin percatarse de nada, se queda petrificado murmurando un "¿Hinata?"—. No estaba segura de que pudieras venir. —Sus tacones resuena contra el pavimento, lo abraza con una fuerza mimosa y le propina dos besos de carmín rosa—. Vamos, ven, que quiero una imagen de vosotros dos. —Simula limpiarse las mejillas—. No podré teneros juntos hasta diciembre.

Su amigo tranca la puerta trasera sin quitarle los ojos de encima, una interrogación surcándole la cara mientras sus padres hablan de qué plano sería el más bonito para que la luz no interfiriera con los puntos blanco y, sin cruzar un "hola", los arrastran a una tormenta fotográfica.

Hinata se siente indefenso ante esa ola azul que se erige sobre él todo el rato. Cuestionándole en silencio. Es como si quisiera tragárselo dentro de su remolino. Yuna les indica: más cerca, y ambos hacen caso, notando a Rio cogerles por el cuello. Aunque comprende su incertidumbre. Es totalmente comprensible que no se esperara que fuera a verle, después de todo, considera murmurando un cheeese demasiado largo, ayer le habían hecho una fiesta de despedidas.

Yachi, Yamaguchi, Tsukki y él lo organizaron.

Ya se habían soltado todos esos discursos que se evocan cuando una etapa se cierra y otra se abre, rezando porque en la siguiente solo vengan más aventuras. Una cuchara de lágrimas, una pizca de sarcasmo, una balsa de recuerdos vergonzoso y tres botellas de sake. (Y puede que algo de karaoke).

Pero, de alguna forma, Hinata quería dilatar el "hasta luego" todo lo que diera de sí. Un migaja más. Lo que fuera posible. Porque quizás en la próxima ocasión que se vieran no sería lo mismo.

Quizás tampoco sentiría lo mismo.

—Sois unos aburridos —abuchea Rio. Yuna había salido de escena para traerles un gurruño de galletas a cada uno para el camino—. Dense un abrazo, coño.

Kageyama se eriza a su lado y Hinata nota el cosquilleo de la rojez acariciarle la curva de las orejas y rodearle el cuello, arañarle la espalda.

Papá.

—Qué "papá" ni porquerías —le apunta con un dedo y se les acerca—. Voy a hacer un pis y a buscar a tu madre. —Se guarda el móvil en el bolsillo trasero de los vaqueros—. Para cuando vuelva os quiero preparados.

Solos, el ambiente se enrarece. Se cuaja poco a poco. Kageyama se apoya contra el muro de la casa frente a la suya y le propina un golpe con la punta de sus nike en el dorsal de su deportiva.

—No sabía que vendrías.

—Era una sorpresa —se excusa, aunque no parece descontento con tenerlo ahí—, anoche le escribí a tu madre.

Se obliga a levantar la mirada.

—Ah —y en vez de querer decir eso está seguro de que a Kageyama le encantaría preguntar por qué sin conocer que la respuesta sería demasiado complicada.

Quizás por eso no la formula en voz alta.

Lo lee en su rostro. En su ceño, levemente fruncido, y la postura contenida de su boca. Pese a todo, su mandíbula está relajada y su expresión es pequeña, mucho más vulnerable que nunca. Le resulta extraño que no lo presione. Él, que siempre suelta todo sin tapujos. Produce en Hinata un efecto relajante, verlo nervioso y descolocado, como si estuvieran en la misma página aunque suene imposible.

Le da alas.

—¿Te molesta? —La barbilla alta y la columna recta.

—¿Qué vinieras? —responde y parpadea, como si acabara de soltar una tontería muy tocha—. Pues claro que no, idiota.

Entre flash y toma, se habían mudado bajo la sombra de un abedul que extendía sus frondosas ramas fuera del jardín como si quisiera escapar y unirse a la pícea de al lado, que empezaba a amarillear. Unas perlas de luz bailan sobre la nariz de Kageyama y a Hinata le cuesta cien reencarnaciones no ponerse de puntillas y realizar una locura.

Se clava un deseo en el pecho y pide otro a cambio:

—Vale, porque la verdad es que me gustaría darte ese abrazo, aunque no lo inmortalice tu padre.

Es algo fácil. Abrazar. Te acercas a la persona indicada, le pasas las manos por la nuca, o enredas los dedos justo donde la columna lo sostiene todo y dejas que el otro te rodee. No consiste en una tarea de alta dificultad. Lo hace cada mañana, nada más levantarse, busca a su hermana y la espachurra como si fuera un oso de peluche; lo hace por las noches, mientras su madre lee un libro en la terraza que construyeron sus abuelos, se le acerca por detrás, deposita un ínfimo beso en su mejilla y se queda así, un ratito, esperando el te quiero más sincero que ha escuchado jamás.

Y sin embargo pedírselo a Kageyama se parece a cuadrar la última jugada de un partido.

—¿Yo a ti?

Salta, buscando las grietas de su muralla.

—Sí, tú a mí.

La detecta, nota contra su palma cuándo es el instante exacto.

—Y por qué no al revés.

Golpea.

—Sabes cómo va la cosa, ¿no? —Hinata se desespera, una migaja. Levanta los brazos y lo ejemplifica—. Es una cosa de dos —lo ejemplifica como si hubiera una tercera persona invisible entre ellos. Una risita le muerde el oído—. ¿De qué te ríes pedazo de-?

-imbécil.

Le impide a terminar la frase.

Kageyama lo atrae por la cintura y le corta la respiración. Prácticamente le obliga a ponerse de puntillas. Hunde la cabeza muy cerca de su cuello y es alto y grande, nota su nariz hundida contra su garganta, y nunca, jamás de los jamás de la Historia de Hinata Shōyō alguien ha estado tan cerca sin ser un miembro de su familia. Como alineados. Las rodillas se le clavan un poco en los muslos, encorvado, y le da igual porque no podría ser mejor.

Mayor.

Huele al desodorante de limón y menta que lleva echándose desde que lo conoce y espera egoístamente que eso no cambie nunca, aunque no esté ahí para apreciarlo. Instintivamente le acaricia la nuca —donde termina el rastrojo oscuro y empieza su piel, sin pararse a pensar que puede que eso sea algo extraño y nuevo para los dos— con el filo de las uñas, se aferra él, percibiendo la manera en la que su pecho se infla y se hunde casi al mismo ritmo que el suyo. No esperaba un contacto tan suave. Sereno. Quietud entre dos chicos que llevan siendo tempestad desde el primer contacto.

Los segundos pasan, uno tras otro. Se desparraman entre ellos. No los cuenta porque el universo ya es suficientemente cruel con haber hecho que se enamorara de su mejor amigo como para también recordarle durante meses cuán longevo fue su único contacto pero es muy consciente de que el tiempo discurre en su contra.

—Das buenos abrazos —se remueve un poco, apoya la frente en la curva de su mandíbula—. ¿Y si en vez de irte te contrato indefinidamente? Serías de gran ayuda con las películas de terror.

—Entonces no las veas, mendrugo —Kageyama contrae la mano a la altura de sus omoplatos, la destensa—. O espérame, iré a visitarte. Pero te advierto que voy a cobrar muy caro.

Eso suena mucho mejor. La verdad.

—Te voy a echar de menos —admite, contra su piel.

Le moja el cuello de la camiseta. Ambos notan la humedad y ninguno habla de ella.

—Yo también.


[I've been hearing symphonies
Before all I heard was silence]


I. Entre dos ciudades

Un mes atrás, sentado en el mismo puesto y casi a la misma hora, se preguntaba cuál era la razón para que el tiempo cambiara de velocidad cada vez que entraba en esa clase. Era como un embrujo, la profesora se postraba de espaldas a la pizarra y narraba los apuntes como si fuera una nana, induciéndolo a un mundo de sueños donde la influencia de los derechos romanos y germánicos en el occidente europeo era la protagonista.

Historia de Derecho y de las Instituciones Jurídicas. Bah.

Sacó buena nota en el examen de ingreso solo porque previamente había asistido a clases particulares, y, aun así, tampoco fue para tirar cohetes. Menos mal que su entrada no dependía exclusivamente de ese examen y tenían mucho más en cuenta su carta de recomendación deportiva. En fin, intentara escaquearse o no, tiene que esforzarse tres veces más que cualquier otra persona para digerir toda esa parafernalia, vomitarla en los exámenes y aprobar.

Las preguntas del siglo son: ¿Por qué Derecho? ¿Por qué una carrera en general?

La respuesta más responsable sería: "si bien pienso que mi futuro está en la V. 1, algo tendré que hacer después. Las carreras dentro del voleibol no duran toda la vida y francamente no me veo haciendo de profesor".

La real, muy a su pesar, está suscitada por una capa de miedo y desconfianza que le persigue como una serpiente asecha a su presa, escondida entre la maleza hasta hallar la apertura perfecta.

Pero bueno, tampoco debería martirizarse hasta el dolor. Hay asignaturas que le atraviesan el cráneo y otras que le gustan, y por lo que tiene entendido eso es normal, no tiene que desalentarse, los primeros cursos se han creado como filtro.

Eso sí, habría que plantearse hasta que punto el sistema es óptimo si estudiar una carrera comprende unas exigencias tan altas que convierten al alumnado en una nube de cansancio y ansiedad constante.

—Mañana quiero que vengan con ordenador a las prácticas —avisa la profesora, borrando la pizarra—. Empezaremos el trabajo que deberán entregar dentro de un mes. Ya subiré la fecha exacta a la plataforma. — Ajusta las gafas en su nariz. A Kageyama le parecen terriblemente diminutas, sobre todo cuando arruga la boca en un gesto de asco al comprobar que la clase se levanta de su sitio sin dar ningún margen a otro discurso o advertencia por su parte—. En el caso de que no tengáis ninguno, (cosa que dudo), deberéis usar el de un compañero o los del aula de informática, aunque no les aseguro que funcionen o estén disponibles.

Parte de la sala se va desinflando, poco a poco, y el gorjeo constante de las conversaciones se acrecientan en cuanto salen al pasillo.

—Tengo un hambre que flipas, tío, ¿vamos a pillar algo antes del entrenamiento? —La voz grave y cantarina de Yū hace que deje de mirar sus apuntes, hechos con mala caligrafía y a las prisas—. Ya estás de nuevo en las nubes, Kags, deja de pensar de una vez en cómo matar a cada profesor que entra por esa puerta. Un día te van a echar por poner cara de mala uva.

Eres un pesado de tomo y lomo.

Con sus rastas rubias decoradas con aretes desgastados, su barba incipiente y su ropa holgada parece un surfista recién horneado de una mala película adolescente, posiblemente Disney. Aunque, bueno, con esa sonrisa de niño bueno y eso ojos azules podría ser perfectamente el hermano de Zac Efron.

Incluso su vida podría considerarse la escaleta del nuevo best seller adolescentes. Padres estadounidenses pero criado en Japón. Se llama , y nunca se ha aprendido su apellido porque odia que lo usen como un nombre. Lo conoció el primer día, buscando un sitio tranquilo en el que sentarse en Economía Política.

Apareció media hora tarde, gritando un "sorry" tan alto que rebotó en las ventanas del pasillo. No tardó ni un segundo en sentarse a su lado, porque claro, era la única persona que había decidido ponerse alejado del populacho y no tenía a nadie alrededor. Desde entonces es una garrapata. Que pica, molesta y juga al voleibol. De líbero. Es condenadamente bueno. Al ser corpulento y alto le es fácil alcanzar puntos sin demasiado esfuerzo.

—¡Vamos, venga! Tengo hambre, dude, me debes dinero de la última vez. Hoy invitas tú. —Se echa a la espalda la maleta medio abierta y levanta la silla de su pupitre porque si no nadie pasaría por ahí—. Kags, no seas pesado.

Pesado tú. Pe-sa-do. Tú.

Kageyama no tiene ni idea de cuándo comenzó a relacionarse más, o mejor. Poca cantidad y mucha calidad. Intuye que tuvo mucho que ver los últimos dos años de clase, uno en el que fue subcapitán de un equipo lleno de niños energizados por la juventud y la inocencia de la primavera. Todavía le cuestan las multitudes, pero poco a poco se ha sabido integrar en grupos comedidos, siempre y cuando no tenga un mal día, entonces mejor se refugia en su ciénaga personal. O eso dice Yū porque al ser tan gruñón más de una vez le ha apodado Shrek.

La primera vez el pobre descubrió cómo era volver a casa con un moratón en el empeine por gilipollas.

—Desearía poder tener la facultad de ser descuidado como tú, pero yo no tiro mis apuntes en la mochila como si fueran basura.

—Por la pinta que me llevan…

—No te pases, capullo.

Primero guarda la libreta, teniendo cuidado de que ninguna hoja quede fuera de su lugar y se pliegue al meter la botella de agua (espera sinceramente que no se abra en ningún momento) y finalmente deja caer el estuche lleno a reventar de bolígrafos, lápices, gomas y subrayadores de diferentes colores. Tiene esa maldita manía de luego pasar a limpio los apuntes y le gusta que todo tenga su clasificación, así sabe dónde y cómo buscar las cosas.

—El TOC y tú se llevan de maravilla, de verdad, me dais cantidubi de envidia. ¿En algún momento me complacerás a mí de la misma forma?

—Cuando los cerdos vuelen. Y no, que te veo venir, no me sirven si no lo hacen por sí mismos. Montarlos en un avión no cuenta.

Kageyama se deja abrazar por los hombros cuando traspasan un amplio portón que da al comedor. Lo toquetea todo el rato, a él y a todo el que tenga cerca.

—¿Sabes? —empieza Iñaqui—. Están diciendo de ir a ver esa película tan buena que ha roto número de ventas en los cines. —Kageyama lo desoye y se desamarra de su abrazo—. Jo, tío, que estaba cómodo.

—Eres muy pesado. En ambos sentidos.

Yū chasquea la lengua, cruza un par de saludos endulzados en sonrisas con una chica que a Kageyama le suena de clase y un segundo después de perderla de vista lo mira sin una pizca de humor.

—A veces detesto que seas tan poco cariñoso.

—Yo aún espero que entiendas que eres tú el que decidió ser mi amigo. —Kageyama rebusca en sus bolsillos el móvil, comprueba que no tiene ningún mensaje y vuelve a dejarlo caer en la tela vaquera del pantalón. Se suponía que hoy hablarían por la noche. (Hinata y él)—. Yo no he tomado velas en este entierro.

—El caso es que lleva ya tres meses en el cine —cambia de tema— y parece ser que estará un poco más. Realmente deberíamos ir a verla —persiste Yū. Levanta la mano al ver al capitán del equipo sentado al fondo del salón. Aún están en ese punto incómodo en el que son compañeros pero solo dentro de la cancha—. ¿Qué vas a querer?

—Lo que sea.

De verdad, ni un mensaje.

Vuelve a sacar el móvil tanteándose la pernera, pone la contraseña con cierta ansiedad y relee la conversación; por si se ha confundido de día, de hora o incluso lo había soñado. Pero no, ahí está, la fecha exacta.

Después de un mes para cuadrar, un jodido mes.

El chasquido de unos dedos cerca de su nariz hace que deje de prestar atención a las letras.

—Bro, te he pedido tortitas con arándanos. —Tiene los brazos largos y nervudos flexionados sobre la mesa. Kageyama se ha sentado en automático, colgando la mochila en el respaldo de la silla—. Como sé que eres un crío que adora el azúcar también le pedí miel, pero no te libras de pagar por muy gilipollas que te pongas con el móvil, la semana pasada estabas igual.

Pezca la cartera y se la tira a la cara.

—Paga tú.

—De verdad, te pones de un insoportable a veces… Si no te ha dicho nada es que podrá —asegura Yū, casi en un resoplo—. Deja de comerte la cabeza, no tienes tanta y ya está oliendo a chamusquina desde aquí. ¡Joder, tío! Eso duele.

—Se estaban rifando hostias y tú tenías todas la papeletas.

Vuelve a mirar la pantalla vacía una vez más —con el corazón caliente de los nervios y la mano susceptible después de haber rozado los pelos enmarañados de su amigo—, suspira, apaga la pantalla y decide que por el momento es mejor aparcar el asunto.

—Venga ya, la señora de la cafetería se merece ese golpe más que yo. Tiene toda la pinta de que escupe en la comida, ¿te has dado cuenta de que siempre parece estar masticando algo? Y sé que no es un chicle. Rumia como las camellos.

Muy en el fondo Kageyama está agradecido de haber conocido a alguien tan abierto en la universidad, se sentía menos juzgado por ser como es. Y aunque al principio le costaba, era sencillo reírse con Yū. Desprende ese punto de humor irónico que le gustaba. La único que quiere en la vida es conseguir un buen puesto en la universidad como armador, ganar algo de experiencia, seguir avanzando y poder jugar profesionalmente, y sino: pues ya se verá. Esa es su visión de futuro, una que a veces se le desdibuja como los remolinos en el agua, y aun así no se rinde.

La universidad de Tokyo es la mejor de todo Japón, también una de las más cara. Sus padres habían sido muy generosos al proporcionarle todo tipo de comodidades, inclusive un piso para él solo; confiaban en Kageyama ciegamente y esperaban verlo competir pronto en la Sub-19. Y, quién sabe, quizás también en La Selección japonesa.

Y todo eso estaba muy bien, sí, él también sueña con volver a ser llamado para entrenar con los grandes.

Antes destacaba porque lo hacían destacar, conocía al Karasuno al dedillo, se habían adaptado mutuamente. Incluso cuando sus mayores se fueron había una confianza abismal entre los compañeros restantes. Ahora, en cambio, es un pez al que acaban de soltar al mar después de llevar años en una cómoda pesera. Le hace falta tiempo y dedicación y recabar datos sobre las flaquezas y las fortalezas de sus compañeros para idear jugadas que antes se le habría ocurrido sin mucho esfuerzo. Y entre las clases, los exámenes, los trabajos y que en breve comienzan las competiciones entre los equipos universitarios siente que le queda menos tiempo para entenderlos.

—Kags, si no te lo vas a comer, dámelo a mí.

Kageyama entrecierra los ojos y aprieta los labios, al ser testigo de cómo Yū se llena la boca de pan y pasta de mayonesa, atún y maiz.

—Qué desagradable llegas a ser. —Corta con apremio la masa de tortitas, arándanos y melaza. Se abren las toritas y el sirope riega las capas y capas de harina—. No pienso darte el más mínimo trozo, atragántate comiéndote ese bocadillo.

Mientras se echa un trozo dulce y lo mastica, escucha "Ojalá que tú te mueras por una sobredosis de azúcar".


El día rebasa las nueve de la noche y él tan sólo quiere ducharse, comer y dormir. La entrenadora no solo los ha dejado secos de energía, sino que además los ha exprimido en sangre, sudor y lágrimas; es una sádica cuando se lo propone y desea que su equipo esté en la cima incluso sin empezar las nacionales. Les ha hecho correr, tirarse al suelo, golpear la pelota hasta excoriarse las palmas. Sin parar. Volviendo a unas bases que todos conocen pero que según ella necesitan afianzar para poder formar parte del equipo.

Independientemente si eres nuevo o llevas ahí desde hace tres cursos.

—Me da igual quienes hayan sido antes, aquí todos sois unos novatos –dijo en una de sus últimas vueltas, cuando los pulmones eran aceite hirviendo y la garganta parecía un motor a punto de estallar—. Nadie tiene asegurado ser titular.

Le gusta, que sea dura y no les dé cuartelillo.

Arrastra los pies, tirando la maleta y los zapatos en la entrada. Disfruta de la sensación fría del parqué, que entra por sus talones, alivia sus rodillas y se expande por el resto del cuerpo.

Ducha, luego comida.

Se desnuda en la habitación, echa la ropa sudada en la cesta que compró con su madre en la tiendecilla que dobla la esquina y antes de mojarse entero, mete las manos en al agua fría. No tarda ni diez segundos en rodar el manillar en busca del punto exacto donde el chorro acuoso se templa. Detesta bañarse con agua hirviendo.

No es hasta que se termina un atracón de huevos revueltos acompañados de una ensalada que recuerda la cita que tenía a las nueve y media. Una que lleva esperando desde hace varios días pero que nunca acababa de cuajar.

Que se joda, esperar un poco no lo va a matar.

A posta o no, Hinata había estado postergando cada llamada que acordaban. Y al principio él lo comprendía, ni que fuera la persona más comunicativa del universo para quejarse; no obstante le fastidiaba ese extraño impulso que tenía su mejor amigo de darle plantones día sí y día también en el último momento cuando si estaba en su mano siempre acababa haciéndole un hueco en su agenda. Lo más extraño del asunto es que Hinata no tiene problemas en mandarle mensajes cada mañana. O tardes. O noche. Chorradas decoradas con emoticonos, fotos y signos de exclamación. Audios que se escuchan como si Kageyama también estuviera en Kyoto.

Examina la pantalla del móvil, sin encenderla.

En ocasiones le hubiera gustado que fueran a la misma universidad. Era el plan inicial. Lo tenían todo planeado y casi rozan ese futuro con las yemas de los dedos. Pero las circunstancias ocurren, y cuando la madre de Hinata pasó una gripe muy mala tuvo que dejar de lado algunos exámenes de ingreso para que la casa no se les echara encima, ya que su padre estaba fuera del país por trabajo.

Hubiera estado bien, ser igual de invencibles en esta nueva etapa.

Juntos.

Tantea el borde del Iphone, toca la pantalla y el brillo le hace parpadear.

Hinataidiota (21:33)

Ey, ¿estás ahí? Tengo sueño.

Desliza el dedo por el hilo de emoticonos triste, mordiéndose la sonrisa.

Hinataidiota (21:50)

Jopé, Kageyama, sé que merezco que me dejes tirado, pero por lo menos avisa.

¿Te ha pasado algo? Kaaaageeeeeyaaaamaaaa-idiota.

Entre línea y línea encuentra una foto de sus calcetines de Gryffindor.

Hinataidiota (21:22)

Mira, iba a enseñarte el uniforme de nuestro equipo, ahora te quedas con las ganas.

Tengo clases a las ocho, y tampoco puedo hacer mucho ruido ¿me estás ignorando?

B-A-K-E-Y-A-M-A

Los minutos de diferencian le pesan en el pecho.

Hinataidiota (23:00)

Te quería preguntar de si al final quieres que vaya el finde que viene a verte.

O si puedes.

La culpa corre a su pecho y se acurruca, traicionera, se instala pese a que no debería sentirse así, blando y deshecho, y algo atontado por una pequeña posibilidad que pende entre ellos.

Hay que joderse.

Suspira, echándole agua y jabón al plato y al sartén, y si anda más rápido hasta su escritorio, bueno, nadie lo ha visto.

Espera con impaciencia a que el ordenador de mesa termine de encenderse mientras juega al Tetris en el móvil. Luego, con el ratón, abre Skype y escribe la contraseña a golpes. Siempre olvida poner que el programa la guarde y esta vez no es una excepción.

Sigue en línea, ahí, con su avatar en verde y el perfil anticuado del año pasado tras ganar el nacional. Una foto en la que salen todos los de tercero abrazados mirando a la cámara llenos de sudor. Presiona el botón con el símbolo de un teléfono. Llama, se escucha el timbre, deja de respirar.

Suelta el oxígeno y vuelve a inspirar.

Una y otra vez.

—Es muy tarde —le recrimina Hinata en un susurro a gritos. Los párpados caídos.

Frunce la boca en un puchero infantil. La mirada tan roja que Kageyama sabe que se ha estado aguantando las ganas de dormir para hablar aunque sea media hora con él y el mal humor coge la maleta y se va. Verle sin camiseta, con los brazos cruzados y el pelo más corto le da otro matiz a la espera.

—¿Se puede saber qué te has hecho en el pelo? Estas raro.

Raro o guapo.

La luz de la pantalla cae sobre la curva de su cuello, y no debería fijarse, ni en la línea que se desliza, suave, por su clavícula. Se supone que ha superado toda esa atracción que siente por él. Posiblemente sea el corte, que no solo acentúa su mandíbula y la forma pequeña y redonda de sus orejas, o sus ojos avellanas.

O su abdomen.

—Mmm, sí. Quería probar algo nuevo, ¿no te gusta?

Hinata suele hacer esa mirada de cordero degollado, de "Mírame, soy un niño bueno, hazme caso", porque la experiencia le ha enseñado que Kageyama es algo débil a esa clase de tonterías.

Qué te va a quedar a ti mal, incluso llevando una pamela de color caca podrías seguir estando guapo.

—Deberías denunciar a tu peluquero, aunque claro, tampoco es que sea su culpa. Un corte no hará que mejore tu cara, lo sabes, ¿no?

Estira las piernas debajo de la mesa y las cruza, fijándose en el poster de Linking Park que decora la pared de su amigo. Una distracción poco efectiva cuando hay pecas a la vista. En sus hombros y cerca del ombligo.

—Eso es porque me tienes envidia, por lo menos yo me atrevo a hacer cosas nuevas, no como tú, a ver si en algún momento dejas ese aspecto tan aburrido.

El muy imbécil se ríe de su propia broma, tapándose los labios con ambas manos, para acallar su voz alta y estridente.

—Cuando vengas olvídate de practicar pases conmigo.

La connotación de la frase se le estampa en la cara y hace que le brillen los ojos, más de lo usual. Kageyama se deja llenar de una sensación cálida y dulce al mirarle a través de una pantalla.

—¿Eso es un sí?

—¿Me estás escuchando?

—¡Oh, vamos, Kageyama! Sabes que no es verdad. —Y no lo es, claro que no lo es—. Te he echado de menos.

Si cada una de las células que componen su cuerpo fuesen mariposas, ahora todas volarían por la habitación. En diferentes direcciones, sin rumbo y llenas de energía. Joder, me doy todo el asco. A veces vive creyendo que lo tiene comiendo de su mano, incluso cuando aún desconocía sus sentimientos hacia él. Si recapitula un poco, siempre ha sido así: una masa que se amolda y que cobra forma según las peticiones de Hinata.

Un chicle que puede estirarse al gusto de su paladar.

—¿Tú me has echado de menos?

Y lo pregunta así, con dos cojones. La voz aguda y tierna, en un arrullo acunado por la expresión infantil de su amigo.

A ratos, cuando respiro y me quedo ciego al sol. Sólo a veces, cuando me aburro en clase y desearía escuchar tus conversaciones absurdas sobre voleibol y nuestros pases. Siempre, por la noche, cuando no hay luz y hace frío incluso debajo de las sábanas.

De verdad. Todo. El. Asco.

—¿Estamos sentimentales? —carraspea un poco, porque esa pregunta parece que va más para sí mismo que para Hinata— Cuando vengas te mostraré cuanto te he echado de menos.

—Eres horrible.

—Cállate, idiota. —Por un momento estira todo su cuerpo, agarrotado y lleno de sueño, evitando que se note el leve rubor que ha subido a sus mejillas; para luego fijarse en sus labios, siempre felices. Sin huecos ni mentiras—. ¿Cómo vendrás? Y todo lo que conlleva.

La imagen se queda paralizada unos instantes antes de mostrar a un Hinata reclinado sobre su brazo, muy cerca del ordenador, los ojos más cerrados que abiertos.

—Pues en tren —suelta, porque es obvio—. Ya sabes, esa cosa alargada que puede abarcar miles de personas y va a una velocidad vertiginosa. Un vehículo que cuesta cientos de yenes construirlos pero que es mucho más barato que un avión. Suele parecer un cilindro acostado, con muchas ventanas y puertas, sillones y barras en las que sujetarse. Antes de entrar tienes que comprar un ticket. Un tren, en resumidas cuentas.

—Hace tiempo que no te veo pero como me toques mucho lo que no tienes que tocarme sabes que acabarás perdiendo, peso más que tú—inquiere Kageyama, contento al ver cómo Hinata frunce el ceño.

Aún tendido en la mesa se enfurruña y susurra cosas como "No sé por qué somos amigos. Te odio".

—Avísame cuando sepas la hora para recogerte, supongo que será el viernes por la noche, ¿no?

—Ajá. —Levanta la cabeza y apoya la barbilla sobre la palma de su mano derecha—. Tengo entrenamientos, ya sabes cómo va esto. Además de que tendré que limpiar algo.

—No quiero ni imaginar como tenéis el piso. Cuatro personas conviviendo es una barbaridad.

—Estoy seguro de que tú te tirarías los pelos si vivieras aquí. No es que limpiemos muy a menudo, es decir, no está tan sucio —reflexiona Hinta, irguiéndose y pasándose los brazos tras la cabeza. ¿Por qué le tiene que quedar tan bien ese corte de pelo? Acentúa su perfil, y juega con los rizos en su frente. Deja a la vista ese pendiente que se había hecho el año pasado justo en el arco de la oreja—. Pero tú eres un obseso del orden y la limpieza, acabarías matándonos a todos con la cantidad de lejía que necesitarías para desinfectar toda la casa.

Puede imaginarse un piso lleno de manchas, bolsas tiradas por todos lados, migajas en las mesas. Reprime el disgusto pero un escalofrío no tarda en treparle la columna.

No sé cómo puedes gustarme, con lo desagradable que eres.

—Mejor hablemos de otra cosa —pide, con los labios deformados por la sensación viscosa que le había dejado imaginarse una ducha repleta de pelos y restos de jabón.

—¡Tontoyama! ¿Qué te estás imaginando? No somos tan guarros.

El muy cabrón ríe.

Tan, ha dicho tan guarros.

—Vivir solo debe molar, ¿no? Ya sabes, no tener que hablar en voz baja, poder poner música alta hasta que te den las doce de la noche. E incluso estar desnudo por todo el salón, viendo la tele.

—Te estás haciendo una idea bastante equivocada de lo que conlleva vivir solo.

Por un instante se lo imagina. A Hinata en su salón, sin camiseta (como ahora), tirado en el sofá con las piernas cruzadas mirando algún anime de moda. Porque le encantan, siempre y cuando el protagonista sea tan bajito como él o haya alguna dificultad que lo haga triste y tenga que esforzarse el triple que los demás, como Naruto. ¿Cuántas veces se habrá visto la primera temporada por culpa de las ansias irrompibles de Hinata por memorizarse cada secuencia de esa serie? Muchas. Demasiadas veces. O One piece.

La idea de Hinata en su casa se introduce como pólvora a punto de explotar en una cueva, viaja por el pecho y desciende hasta el estómago donde una onda expansiva lo hace trizas. No debería estar pensando en esas cosas teniéndolo delante. No debería pensar en él en absoluto (porque quiere pensar que lo tiene superado).

—¿Te estás quedando dormido? Quizás deberíamos dejarlo aquí por hoy. —Bosteza como un niño, restregándose el ojo con la mano hecha un puño, sin taparse la boca y haciendo un adorable sonido que le vibra en los oídos—. Yo mañana tengo clase a las ocho.

Y sin embargo lo hace, la imagen se le pega a las paredes de su cabeza y le van a acompañar hasta la cama, probablemente.

—Sí. Vale. Bien.

—Pero mira de vez en cuando tu móvil, te enviaré todo sobre mi llegada a lo largo de mañana. ¡Estoy muy emocionado por ver dónde vives! Como no mandas fotos, Aburriyama —le pica Hinata. Mira más allá de la pantalla, a un punto que no puede adivinar, frunce el ceño y se sonroja—. Me acaban de mandar a callar, por tu culpa.

—No soy yo quien habla gritando. Sabes qué no son las 10 de la mañana, ¿no?

—¡Fuiste tú el que tardó una eternidad en conectarse! Habíamos quedado a las nueve.

—Quedamos hace dos semanas y yo no te lo echo en cara.

Kageyama se arrepiente inmediatamente de sus palabras. Es como si le acabara de echar la bronca a un niño por pintar por fuera de la línea.

Por un instante desearía que la conexión fallara, la pantalla se quedase negra para poder darle las buenas noches en un mensaje, todo sería mucho más llevadero. No obstante la suerte nunca está de su parte y sigue ahí, observándolo con los ojos irritados del cansancio. Intuye que la curva de sus cejas caídas y sus labios que ahora dibujan una delgada línea no son más que por su débil protesta por sentirse abandonado esas semanas.

—Sí, es verdad, lo siento.

A punto de llorar, como de costumbre. Es un llorón con lágrimas de cocodrilo.

Los parpados le pesan y aunque le gustaría mandarle a tomar aire también se siente mal. Es débil y tonto y no puede resistirse. Porque, a fin de cuentas, sabe que sus palabras son sinceras y que nunca le mentiría.

Qué va a mentir, si es demasiado bobo para ello.

—Da igual, mejor dejémoslo por hoy, yo también estoy cansado. En realidad, no importa.

Antes de despedirse parece que pasan eones por sus ojos. Que la luna ha llegado al cénit y se ha vuelto a ir mil veces. Que la vida entera de una oruga, su capullo y el despliegue de sus alas por primera vez ha sido grabada a cámara lenta. Una parte de él no quiere marcharse, ni dejar la conversación con sabor a carbón quemado.

—Kageyama.

—Qué.

—Buenas noches.

Las sonrisas de Hinata debería ser ilegal en cualquier país, sobre todo esa que está poniendo ahora, más en un mundo de sueño que en la realidad. Con las mejillas tintadas por tonos rojos y rosas, la mirada deshecha por el agotamiento, los labios sonrojados en una curva suave y contenta. Kageyama se equivoca, y se dice que él (en general) debería ser ilegal. Para su corazón y salud, por sus años futuros y los del presente; deberían encarcelarlo, o quizás, debería arrancarlo de su entorno y resguardarlo en su piso, para siempre. A buen recaudo, como los grandes tesoros.

Si, esa es la opción más racional.

Resopla, de mal humor consigo mismo, y tienta con el ratón hasta la cruz que se sitúa en la esquina superior derecha de la pantalla.

—Que descanses, Hinata.

Como todas las noches las sábanas están demasiado frías y tiene que ponerse unos calcetines que parecen sacados de los restos de un peluche para entrar en calor. Habían sido un regalo tardío de Hinata cuando cumplió los 17, con unicornios dibujados por todas partes. Está obsesionado con los calcetines, pese a que pocas personas se los ven.

Espera que, al igual que al hielo al sol, ese burbujeo que lo martiriza cada vez que piensa en aquel idiota termine de desaparecer lo antes posible.

O, por lo menos, que dejara de ser tan evidente.


La mañana, como todas en esa época, se presenta fría.

Odia madrugar, separarse de la manta de Batman y desayunar a las prisas para luego ir a clases, aunque sorprendentemente le están encantando.

Si bien no entró en la universidad que quería, en realidad no es para tan mala.

Hinata se pregunta si podría ir en pijama a clase, está taaan calentito que podría soportar el invierno en Narnia y los abrazos de Elsa en uno de sus malos días. Dios. Debería dejar de ver tantas películas fantásticas. Su compañero de piso es un mal ejemplo que seguir, a él le encantan y Hinata es incapaz de decirle que no.

No hace la cama ni recoge la ropa, simplemente sale de la habitación dejando que el aire denso y cerrado salga libre hacia el pasillo. ¿Estaría ya Kageyama despierto? Igualmente le va a mandar una foto como saludo, ya era costumbre, una que pocas veces recibía respuesta, eso sí.

Petardo.

Huele a café recién hecho y aunque adora el olor, jamás ha tolerado su sabor. Prefiere desayunar un potente tazón de leche con Nesquik, entibiado y sin grumos —porque odia con toda su alma el ColaCao, eso no es más que un sucedáneo carente de chicha— acompañado de una tostada untada en mantequilla y mermelada de melocotón.

—Ey.

—¿Quieres un poco?

La taza que sostiene su compañero de piso es roja, sin adornos ni letras.

—No, gracias.

Mientras saca el bol lleno de chocolate, la leche y comienza a prepararse el desayuno trata de recordar en qué momento hacer esa rutina se había convertido en algo cotidiano. Aún recuerda los primeros días en los que, a las siete de la mañana, procuraba comenzar una conversación innecesaria y sin sentido.

—Espero no haberte molestado anoche, ya sabes, cuando te pedí que bajaras la voz.

Iñaqui es español, pero habla con una fluidez pasmosa el japonés. Está estudiando su máster de Publicidad gracias a una beca y parece incluso más contento que él de estar en Kyoto.

—Sé que a veces elevo la voz más de lo que debería.

Saca con impaciencia su tazón del microondas.

—Ya bueno, ¿con quién hablabas? ¿Otra vez sacándote una foto con esa absurda taza?

Todas las mañanas hace exactamente lo mismo: se levanta, se viste, camina como un muerto hasta la cocina, prepara el desayuno y, después de oler la leche, se saca una foto con su taza de Harry Potter, de esas que al tener un líquido caliente dentro cambia el dibujo por fuera.

(Cada día Kageyama recibe una foto de él empezándolo).

—Tú todos los días tienes que recorrerte los pasillos de la facultad de Economía para poder coincidir con esa chica que tanto te gusta para hablar dos míseros minutos. Es lo mismos.

—Claro que no. ¡Si es la misma foto! En la misma postura, con la misma sonrisa. No sé, podrías cambiar un poco el dinamismo de ese saludo, chico. —Los dedos del español peinan su pelo mojado y negro hacia atrás. Lo lleva bastante corto, pero siempre se le ondula en todas las direcciones—. Detestaría tener una galería de alguien con la misma pose siempre, por mucho esfuerzo que le pusiera acabaría borrándolas.

—A veces me irrita lo sincero que llegas a ser.

Mira con desánimo que el mensaje le ha llegado, pero no ha sido leído y se sienta en la encimera fría de la cocina. Quizás le haga caso a Iñaqui. Quizás le envíe fotos más imaginativas. Acoge con cariño el sabor dulce del Nesquik en sus labios mientras escucha el repiqueteo de la taza de Iñaqui al caer en el fregadero. Debería lavar su loza, pero la pereza es más grande que su voluntad así que decide dejarlo para más tarde.

—¿Estás preparado? Porque no pienso esperarte una eternidad hasta que hagas la maleta.

—Sí, papi.

La risa de su amigo resopla a través de esa mañana común y corriente.


Si bien sus despertares suelen ser pesados y llenos de pesadumbre, a medida que el sale sol y da las buenas mañanas, él comienza a sentir un cosquilleo agradable que lo aviva del todo. La principal razón es porque hace lo que le gusta.

La carrera de Educación física no es extremadamente difícil, por lo menos no para alguien que está acostumbrado a exprimir cada gota de su tiempo en hacer deporte. No necesita memorizar nada sobre la historia de Japón, ni mucho menos aprenderse los compuestos químicos que son equivalentes o cómo calcular la covarianza en estadística; tan solo debía prestar atención y comprender cómo su cuerpo acababa por amoldarse a ciertas condiciones y cómo éstas le ayudaban a ejercer ciertos tipos de actividades.

Su elasticidad, velocidad, fuerza. Cada una de esas características tienen un razón biológica, ambiental y conductual, y, sorprendentemente, a Hinata no le importa pegarse horas leyendo un libro sobre los inicios de un tendón o cómo se crean las capas de los músculos.

Por otro lado está el voleibol, en un equipo que, mira tú por donde, estaba compuesto por muy buenos compañeros. Entre ellos, Kenma. Ese chico opuesto a su personalidad, pero con el que comparte muchísimo de sus gustos; desde que se conocieron continuaron en contacto y habían llegado a tener una amistad muy íntima a pesar de vivir en zonas diferentes, sin poder verse con asiduidad.

Cuando Hinata comprendió que Tokyo no era una opción a sus posibilidades, fue Kenma quien lo motivó a mirar más allá, por supuesto, entre frases como "bueno, yo estaré ahí, sería cómodo conocer a alguien porque Kuroo no me vale" o "ya sabes, no está tan lejos de la otra universidad". Su amigo no es que fuese el coaching del año, pero, a su manera desganada y apática lo había ayudado. Quizás no era muy sociable, pero sí una persona observadora, tranquila y detallista con los suyos, y eso lo apreciaba profundamente.

—¿Crees que Kuroo haya llegado ya a la tienda? Quizás hemos sido demasiado crueles haciéndole ir él solo a comprar todo.

Por un instante los ojos de Hinata se encuentran con los de Kenma al entrar al salón de la casa, como un gato interesado momentáneamente en un mosquito que pasa a su alrededor, moviendo la cola.

—Me da igual, eso le pasa por querer dejarnos tirados por Katy o Troy, no sé, el caso es que nosotros estábamos primero.

Deja caer su mochila en el sofá. Los platos están agonizando desde la cocina, los oye gritar y llamarlo con fuerza. La loza, su mayor sufrimiento.

Allá va.

—Ya.

—Y, además, tú te vas mañana. ¿Qué más le dará a él salir otro día con esa quien-sabe-quién-es para hacer qué-sabe-qué?

—Es verdad.

—A veces me mosquea, muchísimo. Apenas está en casa. Quizás un par de noches en los que se sienta, se echa unas risas y vuelve a largarse, ¿por qué no puede pasar un solo día con nosotros sin prestar atención a nada más?

Joder, que fría está el agua.

—Detesto que sólo podamos verle en los entrenamientos. En los que, sí, vale, está al cien por cien de todas sus cualidades. Pero vamos a ver —y ese inicio a Hinata le suena a la peor de las sentencias—, no somos sólo sus compañeros de piso. También debería estar con nosotros.

—¿Me pasas él paño? Y una servilleta, por fis.

Hay una mugre enorme taponando la salida del agua y Hinata presiente que puede vomitar en cualquier momento.

—Toma. —Ahí estás, monstruo viscoso—. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Nunca pensé que vivir con él sería como tener un gato callejero, que entra en casa, te pide de comer y luego se larga a tener la fiesta fuera. Se está tomando la universidad de una forma horrible, ¿cómo consigue tener algo que hacer, incluso, un lunes? O un martes, ¿a quién le apetece salir un día después de comenzar la semana? No lo en-

—Kenma.

—Qué.

—Lo estás volviendo a hacer.

Con humor, Hinata observa la cara de asombro que pone su compañero de piso. Es tan común. Normalmente habla bastante poco, sus respuestas divagaban entre Msí, Quizás, No o Más tarde, aunque hay ocasiones en las que soltar el monólogo del año si le preguntan por la serie adecuada, algún grupo de música, una película o, sobre todo, de videojuegos. No obstante, hay momentos (como aquella), en las que Kenma se enzarzaba en una discusión interna gritada a voces.

Es agradable de ver un poco de energía en ese cuerpo tan templado, a Hinata le divierte en cierta mediad. Como arrugaba la nariz y se cruzaba de brazos, golpeando uno de sus pies contra el suelo. Le recuerda a su madre cuando había hecho algo mal.

—Perdón —admitió Kenma desinflado, apoyándose en la mesa—. Realmente me molesta todo esto.

—Lo sé, ya hemos hablado miles de veces de esta situación. Y, ya sabes, es tu culpa por no decirle lo que piensas. Él no está haciendo algo malo, siendo francos.

Hinata escucha un suspiro mientras coloca la loza. La cocina casi parece otra.

—Sé que no está haciendo nada malo —repite, morrudo—. Pero no me siento cómodo, es como si estuviera huyendo de la casa.

—Son amigos de toda la vida, ¿no deberías decírselo?

—Mmm, no sé —Kenma esconde detrás de la oreja un mechón de pelo, tan largo que le roza el hombro—. Creo que hasta que no me sienta seguro de cómo decírselo prefiero dejarlo de lado.

—Bueno —empieza, cogiendo una servilleta para cercase las manos. La tira a la basura—, olvídate del tema por hoy, será una noche diver-

—¡Oh! Pero mira quien ha limpiado la cocina. ¿Estás enfermo? ¿Quieres que llame a la ambulancia? Esto es digno de un vídeo, selfi e incluso una publicación en Facebook. —La voz socarrona de Iñaqui libera el ambiente con su parloteo.

—¿Te recuerdo que tú tardaste cuatro días en lavar la loza y quitar esa mancha del sillón? ¡Aún quiero saber de qué fue! —grita Hinata, con el ceño fruncido y las manos en sus caderas.

Esto es la guerra.

—No es mi maldita culpa que tenga que estar más en la universidad que un profesor. —Iñaqui le pasa un brazo por encima a Kenma. De colegas, casi queriendo dejar claro que Él está en mi bando, y los sabes.

—Ni yo el mío que tenga entrenamientos hasta tarde y llegue demasiado cansado como andar con estas mierdas —gruñe, con los ojos más pequeños que nunca, mirando cada detalle de ese rostros extraño y extranjero.

—En realidad, Shou, yo también llego cansado y dejo todo limpio. Incluso Kuro, que no para quieto. —reflexiona Kenma, aún abrazado a su otro compañero sin apartar la vista del móvil ni mostrar mucho interés en la conversación.

—¿Te vas a juntar con él? ¿En serio? Cuando quieras jugar al The Evil Within con alguien olvídate de mí.

Sale de la cocina escuchando un "No es verdad, a ti también te gusta" y "¿eso quiere decir que he ganado la discusión?".

Coge la maleta sentándose en el sillón, tan cómodo que en muchas ocasiones se había quedado dormido mientras veía algún programa malo en televisión. De esos en los que la temática principal es insultarse hasta tirarse de los pelos. Saca el móvil sin mirar los apuntes doblados en el interior. Total, tenía que pasarlos al ordenador o ni de coña estudiaría.

Desbloquea el móvil escuchando que aún sus compañeros hablan en la cocina. Cabrones, capullos, idiotas. Piensa comerse todas las arepas, no dejará ni una para ellos dos.

El corazón le silba al poner la contraseña.

Hinata ha creado la mala costumbre, de hablarle mucho por las mañanas y abandonar el móvil a lo largo de la tarde; de esa manera, en el caso de que decida contestarle, podría sorprenderse por unos segundos antes de descubrir que sólo le ha mandado un Bonita foto o Mi día bien, aburrido.

Es un arma de doble filo a la que estaba dispuesto enfrentar.

Tontoyama (9:05)

¿Y esa foto? ¿Estás tratando de seducir a alguien poniendo la misma taza de siempre sobre tu barriga?

I-D-I-O-T-A

Hay más.

Tontoyama (13:18)

Tienes que decirme a qué hora crees que llegarás, para yo organizarme.

Y un poquito más.

Tontoyama (20:56)

Hay días que me hablas todo el rato y hoy, precisamente hoy, decides ignorarme cuando debo saber qué hacer mañana.

Mis amigos del equipo quieren hacer algo el fin de semana, te apuntas ¿no?

El último mensaje se lo había enviado hacía menos de un minuto y está ahí, en línea. Una marea caliente sube desde el estómago hasta las mejillas. Es como estar descubierto, porque: ¿y si Kageyama también tenía la conversación abierta en ese mismo instante? ¿y si ha visto el doble check volverse azul y ahora sabe que él está como un idiota repasando internamente esos mensajes sin emoticonos, ni toques cariñosos? Hinata teclea con el corazón bombeando cerca de los oídos, mordiéndose el labio inferior.

Yo también tengo vida, Boboyama.

Llegaré sobre las nueve y media…. Creeeeeoooo. ¿Me irás a buscar? ¿Sí? ¿SÍ?

Cómprame algo dulce, llegaré con tanta hambre que podría comerme a un camión y todo lo que lleve dentro.

O a ti claro.

Hoy no podré hablar mucho más, vamos a cenar arepas. TE ENCANTARÍAN, KAGEYAMA.

Ups, las mayúsculas.

¡Ah! Me parece bien, ¿qué haremos?

Pero también iremos a entrenar, ¿no? ¡¿NOOOOOO?!

A Hinata no le importa demasiado eso de quedar con más gente pero prefiere recuperar ese mes a solas con Kageyama.

Lo quiere a él, en silencio, estudiando o viendo un partido en el canal de deportes. Quiere jugar al frío, por la noche, y volver a sentir esa sincronización tan primaria que los rodea cuando están juntos.

Hinata sabe que sus sentimientos son un callejón sin salida.

Un sótano sin trampilla de escape. Que lleva acorralado por un cuervo negro de ojos azules desde hace mucho tiempo. Pero no le importa, sus sentimientos se han vuelto chicle con el tiempo. Hay veces que están un poco duros, resentidos por el castañeo de los dientes; otras veces, se inflan en una burbuja y explotan pegándose en sus mejillas; en ocasiones pierden sabor y terminan siendo un pasatiempo para el paladar.

Lo supo aquel verano, cuando había perdido contra el Gran Rey. Contra esa muralla que crecía y sobresalía de manera inquebrantable. Justo cuando no se entendía. Hinata quería mucho más, quería ser fuerte solo, no depender de nadie, poder abrir las alas (sus ojos) y dar guerra hasta ganar.

Él no comprendía porqué Kageyama no daba el brazo a torcer, porqué lo quería cerca, amaestrado como un perro al que le lanzan un frisbee y corre detrás para alcanzarlo. ¿Era tan importante permanecer en su estabilidad que cambiar y encontrar un nuevo camino? Al final de alguna forma lo lograron, comprendieron que podían seguir apoyándose el uno del otro y avanzar juntos sin pisar los pasos del otro (por supuesto, si no Hinata no podría jugar en un equipo lejos de Kageyama).

Habían logrado verse las caras, morderse la cola y reconciliarse.

No obstante, en ese tiempo efímero y fugaz de un verano cualquiera, Hinata supo que sus sentimientos iban más allá de un simple compañerismo. Que una amistad sabía a poco. Entendió que le gustaba, mucho, por tantas razones que prefería no contarlas.

Y, oye, es totalmente comprensible considerar, por un instante, que su enamoramiento los afectaría.

Pero no. Que va. Los cursos discurrieron con pocas variaciones. Fue hasta sencillo, dejar ese emociones al fondo, escondidas a buen recaudo. Sin esperanzas ni desilusiones. Aunque a veces creía que Kageyama podía sentir algo similar, una sombra, al menos, se recordaba que nunca había mostrado interés por nadie. Su única pasión es jugar, jugar y jugar al voleibol, y dentro de esos parámetros estaba Hinata. Como compañero. Como amigo. Y casi siempre es suficiente. Incluso cuando después de pelearse quería ponerse de puntillas, alcanzarlo y besarlo. Lo entendía. Siempre y cuando estuviera a su lado para ver esa extraña sonrisa que de vez en cuando florecía en su cara, alegrando los pómulos y aliviando la frente eternamente fruncida.

En esos momentos Hinata es feliz porque Kageyama también lo es.

Tontoyama (21:04)

¿Tú, tener una vida? ¿Se la has robado a alguien?

Quizás la quedada con el equipo tenga que ver con entrenar.

Voy a comer y a ducharme.

GRACIAS por decirme POR FIN a la hora que llegas, no pienso llevarte nada. ¿Azúcar por la noche? Te prefiero zombi.

Te prefiero zombie, dice. Cállate, Kageyama idiota.

Le contesta rápidamente, al escuchar a Kuroo abrir la puerta. No podía estar como un tonto, mirando el móvil y sonrojado hasta las orejas.

¡Consiénteme un poco! Algo de chocolate, no sé, Malteser.

MI VIDA ES MUY INTERESANTE. U.U

NO SOY UN ZOMBIE NUNCA.

Dime que haremos, ¿competición? DIME QUE ES UNA COMPETICIÓN. Omg.

Si, dúchate, puedo olerte desde aquí.

Mira con impaciencia cómo escribe.

Tontoyama (21:10)

No te lo diré, dejo el móvil, espero que cuando estés aquí vomites con mi olor: no pienso ducharme después del entrenamiento.

Me despediré luego. Atragántate comiendo, idiota.

Y deja de escribir, se va, abandonando a Hinata con ganas de un par de horas más de conversación, con ansias de unas líneas divertidas y secas por su parte. De un Hoy también te he echado de menos.

Pero nuevamente lo entiende, ya es un adulto. Aunque quizás sí que se atragantaría comiendo.


Quería comerse otra más, rellena con carne y verduras. Podría comerse otra más, total, ¿qué sería lo peor? ¿Qué le pasara si lo hace? Pues, probablemente, que su estómago explotara y luego, si no estaba muerto, tendría que limpiar sus vísceras y eso sí que no sería nada agradable.

Así que, mejor no.

—Pues eso, creo que deberías salir con… ¿Cómo decías que se llamaba? Cassi, no sé, me parece mejor tía que la otra. —Iñaqui tiene un palillo entre los dientes mientras mira el móvil con indiferencia—. La otra me parece que sólo busca tu dinero, colega, y eso es muy feo.

—Ya, sí, es verdad. —Kuroo, con su pelo bien peinado y su típica sonrisa ladina se acerca a Kenma, quien juega muy entretenido con la nueva Switch al Zelda. Le quita con humor la consola y comienza él a trastear en los botones.

—Dámelo, Kuro, no estoy de humor para tus chorradas. —Como es obvio, el chico de pelo bicolor es mucho más bajito y está en desventaja—. ¡Venga ya! Estabas muy entretenido hablando sobre tus problemas amoroso.

—Precisamente —le concede Kuroo—, me estás ignorando aposta. Ni que yo no te escuchara cuando pierdes una partida al Call of Duty, gritando como un poseso e, incluso, una vez me distes un puntapié. Aún me duele, tengo una marca. —Kuroo suele sobrepasar los límites del espacio personal de Kenma constantemente, como ahora, que sólo los separa un dedo distancia—. ¿Quieres que te la enseñe?

—¿Quieres que te vuelva a pegar? Porque créeme te tengo ganas, capullo.

Le arrebata de las manos la máquina, pero aún está determinado a descuartizarlo con la mirada, cortarlo en trocitos y cocinar la carne para algún perro callejero.

—¿Me tienes ganas? ¿De verdad? Quizás deba salir contigo y no con esa pelirroja tan mona. —Kuroo se separa, sonriente, cruzando los brazos, ahora reclinado cómodamente en la silla del comedor. Sin dejarse amedrentar un segundo por la mirada felina que tiene su amigo—. ¿Han escuchado chicos? Me tiene ganas.

Hinata prefiere seguir callado, entre divertido y preocupado por la situación, mientras los audios en un español de Iñaqui se filtran desde su móvil.

—Vete a tomar por culo, eso es lo último que voy a decirte hoy.

Kenma deja su sitio vacío y da un portazo cuando llega a su habitación.

—¿Tanto me he pasado? Está exagerando un poco, ¿no? —Kuroo estira las piernas, esas que son kilométricas, y las entrelaza como sus brazos—. Ni que fuera algo personal, joder.

—Es que ya no pasas mucho tiempo con él, tío, hasta yo lo veo —comienza Iñaqui—. Sé que te mola un montón eso de vivir en la universidad y experimentar, las fiestas y el alcohol. Pero es tu mejor amigo, los primeros días no paraban de aquí para allá juntos, es más, creí que eran pareja. —Levanta las manos en son de paz cuando ve a Kuroo boquear como un pez—. Ojo, me da igual si hubiese sido así, cada uno le da a lo que le gusta, pero al ver que siempre hablas sobre tantas chicas supuse que no era el caso. —Dobla una servilleta y agrupa las migas de arena encima—. A mí todo esto ni me ni me viene. Me caéis bien. Vivir con ustedes es superchachiguay y espero que el año que viene podamos compartir piso de nuevo pero, y déjame entrometerme, creo que deberías hablar seriamente con él.

Gracias, Iñaqui.

—Mhm —resopla Kuroo, sin ganas, mirándose las uñas de las manos—, entiendo.

Los segundos pasan silenciosos, con el aire frío entrando por la ventana, la televisión con el sonido en mute y la comida restante comienza a secarse. En algún momento perderá el sabor y terminará siendo pasto para las moscas o, más probablemente, deshecho para la basura.

Hinata, quien no sabe que agregar ni tampoco quiere decir nada, se siente culpable por no darle un consejo objetivo a su compañero de piso. Pero Kenma es más cercano, le ha contado todo lo que piensa y teme cagarla hablando de más.

Es cosa de ellos y ya Iñaqui ha dicho suficiente.

Con el corazón pesado desbloquea la pantalla del móvil. Se abraza las piernas y apoya la barbilla entre el hueco que deja sus rodillas.

Tontoyama (23:03)

Buenas noches, bobo. Nos vemos mañana.

Sin emoticonos, ni parafernalias, ni florituras. No tiene nada y aun así no necesita nada más para terminar bien el día.

Dulces sueños, Yamayama.