12

Me siento como una niña mientras observo de reojo sus puños arremangados, uno de los cuales contiene mi ADN. Él mira ceñudamente su pantalla y lleva horas sin decirme una palabra. La he cagado a lo bestia.

—Te lavaré en seco la camisa —digo. Pero no me hace ni caso—. Te compraré una nueva. Lo siento, Sasu...

Él me corta enseguida.

—¿Creías que hoy sería todo distinto?

Noto que se me forma un nudo en la garganta.

—Eso esperaba. No te enfades.

—No estoy enfadado. —Tiene el cuello rojo, y su camisa blanca no hace más que resaltarlo.

—Estoy tratando de pedirte perdón. Y quería darte las gracias por todo lo que hiciste.

—¿Y esas preciosas margaritas son para mí, entonces?

Ahora lo recuerdo. A lo mejor eso sirve para arreglarlo.

—Espera, sí que te he traído un regalo.

Saco del bolso la cajita de plástico coronada con un lazo rojo y se la entrego como si fuera el estuche de un Rolex. Sus ojos relucen un instante con una emoción que no identifico. Enseguida vuelve a adoptar su expresión ceñuda.

—Fresas.

—Me dijiste que te encantan. Que eran tu pasión.

La palabra «pasión» seguramente nunca ha sido pronunciada en esta oficina, y le confiere a mi voz un extraño temblor. Él me mira severamente.

—Me sorprende que recuerdes algo. —Pone las fresas en su bandeja de salida y vuelve a concentrarse en su ordenador.

Tras varios minutos de silencio, vuelvo a intentarlo.

—¿Cómo puedo compensarte... por todo lo que hiciste? —El equilibrio entre nosotros se ha modificado radicalmente. Ahora yo estoy en deuda con él. Le debo una—. Dime qué puedo hacer. Haré cualquier cosa.

En realidad, lo que quiero decir es: «Responde. Habla conmigo. No puedo arreglar las cosas si sigues ignorándome».

Observo cómo continúa tecleando con una cara tan inexpresiva como un muñeco de pruebas de choque. Tiene a la derecha una hoja con un montón de cifras de ventas y las va marcando con un rotulador verde. Yo, sin Mei, estoy totalmente desocupada.

—Limpiaré tu apartamento. Seré tu esclava durante un día entero. Te... prepararé un pastel.

Es como si hubieran puesto un cristal insonorizado entre nosotros. O quizá es que he sido borrada del mapa. Debería dejarle trabajar en silencio, pero no puedo parar de hablar. Él no me oye, de todos modos, así que tampoco importará si digo en voz alta la frase siguiente que me viene a la cabeza.

—Te acompañaré a la boda.

—Estate calladita, Sakura. —O sea, que sí puede oírme.

—Yo conduciré. Así podrás emborracharte, ponerte como una cuba y pasártelo en grande. Seré tu chófer.

Él coge la calculadora y empieza a teclear. Yo insisto.

—Luego te llevaré a casa y te acostaré, igual que tú hiciste conmigo. Incluso puedes vomitar en un táper. Yo lo limpiaré. Así quedaremos en paz.

Sasu detiene los dedos sobre el teclado y cierra los ojos. Parece estar recitando mentalmente una ristra de obscenidades.

—Ni siquiera sabes dónde es la boda.

—A menos que sea en Corea del Norte, iré. ¿Cuándo es?

—El sábado.

—Estoy libre. Decidido. Dame tu dirección y pasaré a recogerte y todo. Dime la hora.

—Es bastante presuntuoso por tu parte dar por supuesto que no tengo acompañante.

Estoy a punto de abrir la boca para replicar que me consta que su acompañante soy yo. Pero justo en ese momento suena mi móvil. Dei. Giro en mi silla ciento ochenta grados. ¿No ha oído hablar de los mensajes de texto?

—Hola, Saku. ¿Ya estás mejor? ¿Sigue en pie nuestra cena?

Respondo con un susurro.

—No estoy segura. He de pasar a recoger el coche y me he sentido bastante mal toda la mañana.

—Ese coche tuyo parece casi una leyenda. He oído hablar un montón de él.

—Creo que es plateado... Es lo único que recuerdo.

—He reservado una mesa para esta noche a las siete. En Bonito Brothers. Me dijiste que te gustaba, ¿no?

No me queda más remedio que aceptar. Cuesta mucho conseguir una reserva ahí. Hago un esfuerzo por no suspirar.

—Bonito Brothers está muy bien. Gracias. No tendré un apetito enorme, pero haré lo que pueda. Nos vemos allí.

—Hasta la noche.

Corto la llamada y me quedo un rato de cara a la pared.

—Deidara Kamiruzu te tiene preparada una velada típica. Restaurante italiano, mantel a cuadros. Incluso una vela seguramente. Y te pondrá el último pedazo de pastel en la boca mirándote a los ojos. Es la segunda cita, ¿no?

—Vamos a cambiar de tema. —Finjo que empiezo a teclear. Mi pantalla se llena de mensajes de error.

—La mayoría de los chicos intentan un beso en la segunda cita.

Esa observación me deja pasmada. Debo de tener una expresión enloquecida. Me cuesta mucho imaginarme a Sasuke en una segunda cita tratando de arrancar un beso. Bueno, simplemente imaginármelo en una cita.

Intento visualizarlo sentado frente a una mujer guapa. Sonriendo con la misma sonrisa que me dirigió a mí una vez. Sus ojos se iluminan con la expectativa de un beso de despedida...

Siento que una bola ardiente me oprime el pecho. Intento aclararme la garganta, pero no funciona.

No soy la única que tiene un aspecto medio enloquecido, sin embargo.

—Suéltalo de una vez —digo—. Pareces a punto de explotar.

—Hazte un favor a ti misma y quédate en casa esta noche. Tienes una pinta horrorosa.

—Gracias, doctor Sasu. Y, por cierto, ¿por qué Fat Little Dick te llama así?

—Porque mis padres y mi hermano son médicos. Es su forma de recordarme que no he conseguido desarrollar todo mi potencial. —Me lo dice como si fuera la tonta del pueblo; luego se levanta y se aleja por el pasillo. Yo me levanto también y lo sigo hacia el cuarto de la fotocopiadora. Como no reduce la marcha, lo agarro del brazo.

—Espera un momento. Estoy tratando de arreglar las cosas. Has acertado, ¿sabes? He venido hoy con la esperanza de que estos últimos días juntos sean diferentes.

Sasuke abre la boca, pero yo lo avasallo y lo acorralo contra la pared. Él deja que lo mantenga ahí sujeto, aunque ambos sabemos que podría apartarme sin ningún esfuerzo.

Unos tacones resuenan con solemnidad en el pasillo, aproximándose hacia nosotros, lo cual exacerba mi frustración. He de aclarar las cosas ahora o voy a sufrir un aneurisma.

El cuartito de la limpieza tendrá que servir. Por suerte, no está cerrado con llave. Me meto dentro y me planto entre los aspiradores y los detergentes industriales.

—Entra.

Él obedece de mala gana. Cierro la puerta y apoyo la espalda contra ella. Permanecemos callados hasta que los tacones doblan la esquina y pasan de largo.

—Es acogedor este cuarto. —Sasu da una patada a un montón enorme de papel higiénico—. Bueno. ¿Qué?

—La he pifiado, ya lo sé.

—No hay nada que pifiar. Simplemente me has cabreado. El statu quo se mantiene igual.

Apoya el codo en un estante para pasarse la mano por el pelo con aire cansado, y la camisa se le sale un par de centímetros de la pretina de los pantalones. Estamos tan cerca el uno del otro que oigo cómo la tela se estira y se desliza sobre su piel.

—Yo pensaba que quizá la guerra se habría acabado. Que tal vez podríamos ser amigos. —Sus ojos destellan con repugnancia, así que bien puedo poner toda la carne en el asador—. Escucha, Sasu. Yo quiero que seamos amigos. O algo así. Y no entiendo por qué, francamente. Porque eres terrible.

Él levanta un dedo.

—Hay tres palabras interesantes en lo que has dicho.

—Yo digo muchas cosas interesantes. Y tú nunca las escuchas. —Aprieto las manos con fuerza hasta hacer sonar los nudillos, y entonces caigo bruscamente en la cuenta.

El motivo de mi creciente angustia es que nunca más volveré a ver su oculta ternura. Pienso en cómo me rodeaba con el brazo sobre la almohada, en cómo me hablaba mientras la fiebre me hacía delirar. Pienso en sus manos deslizándose con naturalidad sobre mi piel.

Ahora da toda la impresión de que me ha hecho la cruz para siempre. Fue amigo mío una vez, durante una noche de delirio, y eso es lo único que voy a sacar de él.

—O algo así. —Hace el gesto de las comillas con los dedos—. Has dicho que quieres que seamos amigos. O algo así. ¿Qué significa exactamente «algo así»? Quiero conocer cuáles son las opciones.

—Seguramente significa que no nos odiemos a muerte. No lo sé. —Trato de sentarme sobre un montón de cajas, pero se espachurran bajo mi peso y he de levantarme otra vez.

—¿Y él, entonces, qué es?, ¿tu novio? —Pone los brazos en jarras y el cuartito se vuelve microscópico.

Ahora está muy cerca de mí. Quiero conseguir ese jabón que usa, sea cual sea. Guardaré una pastilla en el cajón superior del aparador para perfumar mi lencería. Noto que empiezan a arderme las mejillas.

—A ti te traería totalmente sin cuidado que saliera con Dei. No te cabe en la cabeza que un chico quiera estar conmigo.

En lugar de responder, extiende la mano con la palma hacia arriba. Aún tiene los puños de la camisa arremangados, y yo observo los fuertes tendones de sus muñecas. Advierto por primera vez que tiene en la parte interna del brazo esas venas hinchadas típicas de los hombres musculosos.

—Tocarse en el trabajo va contra las normas de Recursos Humanos, ya lo sabes. —Tengo la garganta completamente seca. «No tocarme debería ser un delito».

Él me mira expectante hasta que deslizo la mano en la suya. Resulta difícil resistirse cuando alguien te tiende la mano de esa forma, y es completamente imposible cuando se trata de la mano de Sasuke. Noto el calor y el tamaño de sus dedos antes de que él sujete la mía y le dé la vuelta para examinar el arañazo que tengo en la palma. Me sostiene la mano como si fuera una paloma herida.

—Hablando en serio, ¿te has limpiado esto? Las espinas de las rosas a veces tienen hongos, y el arañazo puede infectarse. —Presiona la piel en torno a la herida, con el ceño fruncido.

¿Cómo se las arregla para ser estos dos hombres tan distintos? Se me ocurre una segunda idea de golpe. Quizá yo sea un factor determinante. La idea en sí misma resulta aterradora. La única forma de que él baje la guardia es que yo baje la mía. Tal vez yo pueda cambiarlo todo.

—Sasu.

Cuando me oye abreviar su nombre, me cierra los dedos y me devuelve la mano. Ha llegado el momento de intentarlo. Rezo al cielo para no equivocarme.

—Yo quería que te quedaras el viernes. Que te quedaras tú: tú y solo tú. Y si no quieres ser amigo mío, entonces intentaré jugar contigo al juego «O algo así».

Se produce un largo silencio. No reacciona. Me he equivocado, y nunca conseguiré librarme de esta metedura de pata. El corazón me palpita con desagradable celeridad.

—¿De veras? —dice escéptico.

Lo empujo contra la puerta. Siento una oleada de excitación al oír el golpe de su corpachón contra ella.

—Bésame —susurro.

El ambiente sube de temperatura.

—Vaya, vaya. O sea, que el juego de «O algo así» consiste en besarse. Qué interesante, Sakura. —Me pasa los dedos por el pelo, apartándolo con delicadeza de mi cara.

—Aún no conozco las reglas. Es un juego nuevo.

—¿Estás segura? —Baja la vista y mira cómo se despliega mi mano sobre su estómago.

Presiono con fuerza, pero la carne no cede lo más mínimo.

—¿Llevas un chaleco antibalas?

—Es imprescindible en esta oficina.

—Siento de verdad haber herido tus sentimientos, y haberte echado de mi apartamento. Sasu. —Usar su nombre abreviado es como una oferta de paz. Una disculpa.

Y, francamente, es un placer. Me permite imaginarme que es amigo mío. Que es mi amigo quien me deja recorrerle el torso con las manos en el cuartito de la limpieza. Ojalá él recorriera el mío con las suyas.

—Disculpa aceptada. Pero no puedes esperar que me porte como un buen chico cuando entra en la oficina otro hombre, te da un beso y te regala flores. No es así como funciona este juego entre tú y yo.

—Nunca he tenido la menor idea de cómo funcionaba. —Trago saliva audiblemente. Me pone los dedos bajo la barbilla y me alza la cara hacia la suya.

—Yo creía que eras muy astuta, Sakura. Debía estar equivocado.

Me pongo de puntillas, deslizo las manos sobre sus hombros y los sujeto con fuerza. Le hundo las uñas en la piel y, cuando su garganta se contrae para tragar saliva, consigo depositar un beso de refilón sobre ella con la boca abierta. Noto un efecto inmediato: él flexiona los dedos, ladea las caderas hacia mí. Noto la presión de algo duro en el estómago.

Este es el mejor juego al que he jugado en mi vida.

Su mano se sitúa en la parte baja de mi espalda y yo me arqueo sobre él y consigo ponerle una mano en el cogote.

—¿Hay algún motivo para que aún no nos estemos besando?

—La diferencia de estatura, básicamente. —Él está tratando de ocultar que tiene una erección de dureza extra. Misión imposible. Sonrío y tiro de él hacia abajo.

—Bueno, no me obligues a escalar hasta ahí.

Su boca se cierne sobre la mía, pero ya no baja más la cabeza. Contrae la cara con indecisión y deseo contenido. Me imagino que está pensando en las consecuencias para el trabajo.

—Qué importa. Solo vamos a trabajar juntos otras dos semanas. —Me felicito a mí misma por mi tono despreocupado.

—Qué proposición tan romántica. —Asoma la lengua y se lame la comisura de los labios. Lo está deseando, es evidente. Pero aún sigue resistiéndose.

—Pon las manos sobre mi cuerpo.

En vez de sujetarme, extiende las dos manos, ofreciéndomelas, tal como yo acabo de hacer con él. Luego se queda quieto. Su pecho sube y baja.

—Ponlas tú.

Nada me sale nunca como yo espero. Le sujeto una mano y me la pongo en un lado. La otra la deslizo sobre mi trasero. Ambas me aprietan, pero no se mueven. Es como si me estuviera metiendo mano a mí misma, sin apenas ayuda suya.

—¿Esto lo haces para esquivar las normas de Recursos Humanos? Pues se acabaron las amenazas de acudir a Recursos Humanos. A estas alturas, es una forma de malgastar energía. —Ya solo decirlo es malgastarla por mi parte. Y ahora necesito toda la energía posible.

El calor de sus manos me quema a través de la ropa.

Le bajo la mano hasta donde mi trasero se encuentra con el muslo. Él tiene que agacharse un montón y ahora su boca ya me queda mucho más cerca. Le subo la otra desde mis costillas hasta la curva del pecho. Él parece al borde del desmayo. Mi ego ya casi no cabe en este cuarto.

—O sea, que el sexo contigo sería así. —No resisto la tentación de burlarme de él—. Creía que participarías un poco más.

Él dice algo por fin.

—Ya lo creo que participaría: tanto que al día siguiente no podrías caminar derecha.

Fuera suenan más pasos. Estoy en un cuarto más pequeño que una celda y Sasu tiene las manos sobre mí. Con más osadía de lo que me conviene quizá, le subo más la mano y aprieto sus dedos sobre mi escote. Solo para ver qué pasa.

—Qué importa. Caminar está sobrevalorado.

El poco control que le quedaba se afloja considerablemente, porque sus manos recobran la autonomía. Me pone una detrás de la rodilla para levantarme la pierna. Sus dedos se meten por debajo de mi vestido y se deslizan suavemente desde el exterior de mi muslo hasta el lado de mis bragas. Toca con las yemas el elástico y yo me estremezco. Los dedos de la otra mano se hunden entre mis pechos, acariciándolos.

Y de repente vuelve a ponerme la pierna en el suelo y se mete las manos en los bolsillos.

—Quiero que hagas una cosa por mí. Quiero que acudas a tu preciosa cita con Dei y que le beses.

Incluso mientras lo dice, su boca se retuerce con repugnancia. Yo vuelvo a descender a mi estatura habitual. Es verdad que últimamente nos hemos dicho unas cosas increíbles el uno al otro, pero esto resulta totalmente inaudito.

—¿Cómo? ¿Por qué? —Retiro las manos de sus hombros.

El alma se me empieza a caer a los pies. Ha estado jugando conmigo todo el rato. Él nota mi expresión alarmada e impide que retroceda sujetándome del brazo.

—Si resulta más bueno que nuestro beso en el ascensor, caso cerrado. Sal con él. Planea para primavera la boda en un cenador de los terrenos de Fresas Sky Diamond.

Empiezo a protestar, pero él me corta.

—Si no es tan bueno, tendrás que reconocérmelo. Cara a cara. De palabra. Sinceramente. Sin sarcasmos. —No me deja ningún resquicio de escapatoria.

—Es muy extraño que quieras que haga eso. —Doy un paso atrás y derribo una escoba.

—El juego «O algo así» no volverá a comenzar hasta que no me digas que nadie besa como yo.

—¿No puedo decírtelo ahora y ya está? —Me pongo otra vez de puntillas, pero él no quiere saber nada.

—No, no voy a convertirme en tu pequeño experimento para que luego escojas al señor Buen Chico. O sea, que, sí, quiero que beses a Deidara Kamiruzu esta noche y me informes del resultado. Si es una maravilla, que te vaya muy bien.

—Está claro que tienes un prejuicio contra los buenos chicos.

Él añade una advertencia.

—Una última cosa. Si besarle a él no resulta tan bueno como besarme a mí, no puedes volver a besarle.

Abre la puerta y me saca fuera de un empujón. El señor Dōtonbori se acerca con aire huraño por el pasillo. Me apresuro a cerrar la puerta a mi espalda. Él me echa una segunda mirada al ver que salgo del cuarto de la limpieza.

—Estaba buscando el limpiacristales —digo—. Hay huellas dactilares por toda la oficina.

—¿Ha visto a Sasu? No está por ninguna parte. Justo cuando todo se viene abajo, va y desaparece.

—Ha ido a buscarle café y dónuts. Como ha estado usted tan ocupado... Pero prométame que se hará el sorprendido.

El señor Dōtonbori se reanima, resopla y gruñe: todo en un solo sonido gutural. Luego examina mi vestido, así como su contenido, con tal regodeo que yo pongo los brazos en jarras, irritada. Él ni siquiera se da cuenta.

—Parece agitada, señorita Haruno. No me importa que una joven tenga las mejillas coloradas. Pero debería sonreír más.

—Ay, está sonando mi teléfono —digo, aunque no es verdad—. No olvide hacerse el sorprendido cuando vuelva Sasu.

—Así lo haré —dice, y se dirige al baño de caballeros. Lleva un periódico en la mano, así que Sasu puede bajar tranquilamente e incluso ir a dar una vuelta.

Mantengo la compostura hasta llegar a mi mesa. Solo entonces me permito hacer algo que necesitaba con desesperación: jadear para coger aire. Suelto unos resuellos como si hubiera corrido media maratón. Tengo la cara perlada de sudor y el cogote húmedo. Me arden los dedos por el contacto con la tela de algodón de su camisa. Con el calor que desprendo, empaño la mitad de las relucientes superficies de la décima planta antes de serenarme lo suficiente para tomar asiento.

Estoy tan excitada que me gustaría dejarme a mí misma sin sentido hasta que se me hubiera pasado.

Sasuke vuelve al cabo de veinte minutos, con dónuts y café. Y aun así llega antes de que el señor Dōtonbori salga del baño.

—Buena jugada —me dice, dejándome un chocolate caliente y un dónut de fresa junto a la almohadilla del ratón—. Impresionante capacidad de improvisación.

Mientras él desaparece en el despacho de su jefe, yo miro el delicioso dónut rosado como si hubiéramos caído por un agujero espacio-temporal. En veinte minutos una duda corrosiva ha empezado a erosionar mi propia confianza: no sé si voy a ser capaz de manejar el juego de «O algo así». Sasuke es demasiado grandullón, demasiado listo; y mi cuerpo siente una debilidad especial por él. Me muero por establecer unas reglas básicas. Cuando vuelve a su escritorio y da un sorbo de café, me sale todo abrupta y vulgarmente.

—Si el juego de «O algo así» incluye sexo, será cosa de una sola vez. Una nada más. Una vez insignificante. —Me tapo la boca con la mano, escandalizada de mí misma.

Él entorna los ojos con cinismo y empieza a comerse las fresas que le he regalado. Es algo fascinante. Normalmente, no le veo comiendo.

—Una vez —digo, levantando un dedo.

—¿Solo una? ¿Estás segura? ¿Al menos me invitarás primero a cenar? —Se arrellana en la silla, disfrutando de esta conversación. Muerde, mastica, traga, y yo tengo que mirar para otro lado, porque resulta tremendamente sexi, la verdad sea dicha.

—Claro. Podemos pasar con el coche por un autoservicio y comprar el menú infantil.

—Vaya, gracias. Una hamburguesa y un muñequito antes de pasar a la acción. Una vez. —Da un sorbo de café y mira el techo—. ¿No podrías estirarte un poco más e invitarme al menos a un restaurante italiano? ¿O quieres que me sienta barato?

—Una vez. —Me meto los nudillos en la boca y me los muerdo hasta que me duele. «Cierra la boca, Saku».

—¿Podrías definir en qué consiste una vez? —Apoya la barbilla en la palma, cierra los ojos y bosteza. Cualquiera diría que estamos hablando de una conferencia de trabajo, y no de un juego lascivo al que vamos a jugar, desnudos, sobre mi cama.

—¿Es que tus padres nunca te dieron la charla de las flores y las abejas? —Doy un sorbo de chocolate caliente.

—Pretendo comprender las normas por anticipado. Tú vas inventándolas a docenas sobre la marcha. ¿No me las podrías enviar por email?

El señor Dōtonbori pasa entre nosotros, interrumpiendo la conversación, entra en su despacho y emite una exclamación nada convincente al ver el café y los dónuts sobre la mesa.

—Enseguida voy. Un minuto —le dice Sasuke. Y volviéndose hacia mí añade—: Una vez, ¿eh? O sea, que te vas a contener... —La comisura de su boca se eleva para formar una sonrisita. Luego mueve el ratón para activar la pantalla de su ordenador.

—No pongas esa cara de satisfacción —siseo por lo bajini—. No está garantizado que vaya a suceder.

—Ahora no actúes como si yo fuera el único que lo desea. Esto no es un favor que tú me haces. Es más bien el mayor favor que vas a hacerte a ti misma.

No parece que vaya a aludir groseramente a lo que hay debajo de su cremallera, pero yo igualmente echo un vistazo ahí. Por lo visto, no soy capaz de dejar de hablar.

—Solo para acabar con esta extraña tensión sexual que hay entre nosotros. Por una vez, qué importa.

Él parpadea y abre la boca para decir algo, pero luego parece pensárselo mejor. Para ser un tipo al cual una mujer acaba de decirle que está considerando la posibilidad de practicar sexo con él, parece un tanto decepcionado.

—En ese caso, procuraré que valga la pena, Fresita. —Es una promesa y una advertencia. Doy un enorme mordisco a mi dónut, llevándome casi la mitad. Así no tengo que responder.

Ahora, al definir las normas, he sacado ventaja. Él se levanta y coge su café. Una señal de retirada. Pero entonces va y me lanza otro revés, dejando la pelota de nuevo en mi tejado tan limpiamente que me quedo impresionada, lo reconozco.

Escribe algo en un pósit azul. Sus letras afiladas trazan líneas y lazos; la tinta impregna las vetas del papel.

Anota algo que yo ni en sueños pensaba que fuera a conocer jamás. No sé si es para que lo recoja el día de la boda, o algo así... No puedo preguntárselo, porque tengo la boca llena.

Se acerca con el pósit y lo pega en la pantalla de mi ordenador. Es su dirección.