15
Estoy sentada ante mi mesa, con los párpados tensos y resecos, contemplando el asiento vacío de Sasuke. La oficina está fría. Silenciosa. Un remanso de paz profesional. Cualquiera de los empleados confinados en los cubículos de abajo sería capaz de matar por este tipo de silencio.
Supuestamente, Sasuke debería estar sentado frente a mí con una camisa de color blanco crudo. Debería estar tecleando con una calculadora en la mano, parando de vez en cuando con el ceño fruncido y volviendo a teclear.
Si estuviera aquí, me miraría; y cuando nuestros ojos conectaran, se iluminaría en mi interior un destello de energía. Yo lo catalogaría como irritación o desagrado. Tomaría ese destello y diría que es algo que, en realidad, no es.
Miro el reloj. Espero una pequeña eternidad, pasa un minuto. Para distraerme, deslizo mi coche en miniatura por la almohadilla del ratón; luego saco de debajo la tarjeta de la floristería.
«Tú siempre estás preciosa».
Contemplo mi reflejo en el absurdo prisma de cristal que me rodea. Miro la pared y el techo, estudiando mi apariencia desde distintos ángulos. Estas cuatro palabras ya no bastan para saciarme. Sasuke ha creado un monstruo.
Le doy la vuelta a la tarjeta de la floristería y me fijo en la dirección. Se me ocurre una idea genial y me río a carcajadas. Cojo el bolso y bajo a la esquina, a la misma floristería. Antes de perder el valor, encargo para él un ramo de rosas blancas con una tarjeta. Prácticamente no sé lo que voy a poner hasta que mi mano escribe lo siguiente por mí:
«Te deseo no solo por tu cuerpo. También por tus cochecitos en miniatura. Fresita».
Me asaltan las dudas enseguida, pero la florista ya ha cogido la tarjeta y se ha llevado el ramo al cuarto trasero.
Es una broma, simplemente, todo este rollo de las flores. Él me la hizo primero a mí, y ambos detestamos no quedar igualados. Vuelvo a guardar la tarjeta de crédito en el bolso y me imagino la cara que pondrá al abrir la puerta. Me estoy lanzando en una piscina en la que seguramente no debería meterme.
Compro unos cafés en el camino de vuelta y, al llegar arriba, llamo con los nudillos al despacho de Mei.
—Hola. ¿Interrumpo?
—Sí, gracias a Dios —exclama, quitándose las gafas con tanto entusiasmo que acaban en el suelo—. Café. Eres un cielo. Una santa. Santa Saku de Cafeína.
—Y hay más todavía. —Le muestro la lujosa caja de macarons que traigo bajo el brazo y que lleva una etiqueta de made in France. La tenía guardada en mi cajón desde hace un tiempo para una situación de emergencia. Soy una terrible lameculos.
—¿He dicho «santa»? Quería decir divina. —Busca en el armario que tiene detrás y encuentra un plato: un plato delicado, con flores pintadas y bordes dorados. Por supuesto.
—Hay mucho silencio hoy ahí fuera. No se oye ni el vuelo de una mosca. Resulta extraño que no te miren con furia.
—Pues vete acostumbrando. Aunque él te mira mucho, ¿no te parece, querida? Me he fijado en las últimas reuniones. Esos ojos suyos negros obsidiana son preciosos, de hecho. ¿Cómo va la preparación de la entrevista?
Se pone a abrir la caja de macarons con el abrecartas de plata y yo me alegro de que se distraiga un momento. Agita con suavidad la caja, la vuelca sobre el plato y ambas nos disponemos a escoger. Yo me acabo decidiendo por uno de vainilla de color blanco crudo, como la camisa que hoy echo de menos, porque soy así de trágica.
—Estoy todo lo preparada que puedo estar.
—Yo no formaré parte del panel de entrevistadores, así que si practicáramos un poco juntas no habría ningún conflicto de intereses. ¿Cómo llevas la presentación?
—Me encantaría mostrarle lo que tengo hasta ahora.
—Dōtonbori ha estado haciendo todo tipo de comentarios. Francamente, Saku, no sé qué haré si por cualquier motivo no consigues el puesto... —Mira por la ventana y su expresión se ensombrece. Se pasa una mano por el pelo, cortado a lo garçon, que enseguida se reacomoda y recupera su aspecto impecable. Ojalá mi pelo fuera tan obediente.
—Sasu podría ganar perfectamente. Él tiene un cerebro financiero. El mío es más bien literario.
—Hmmm. No estoy de acuerdo. Pero, si lo deseas, podríamos cruzaros y crear al empleado total de la próxima generación de D&G. Nunca te había oído llamarlo «Sasu».
Simulo tener la boca completamente llena. Mastico, señalándomela y, mientras tanto, meneo la cabeza, con lo que gano unos veinte segundos. Ojalá suene el teléfono.
—Ah, bueno, ya sabe. Ese es... su nombre, supongo. Sasuke. O sea, Sasu Uchiha. Sasuke U.
Ella mastica, estudiándome con atención.
—Hoy tienes un resplandor más bien misterioso, querida.
—No, qué va. —Está a punto de desenmascararme. Todas mis tonterías con Sasu van a acabar saliendo a la luz.
—Estás confusa y como aturdida. Debe de ser por esas citas.
—Resulta todo un poco desconcertante. Dei es buen chico. De veras lo es.
—A mí los novios que más me gustaban cuando era joven no eran precisamente buenos chicos.
Suena un golpe en la puerta que comunica los despachos del señor Dōntobori y de Mei. Le agradezco infinitamente a Fat Little Dick esta interrupción.
—¡Adelante! —grita Mei con malhumor.
Él irrumpe bruscamente, pero se detiene al verme allí y reparar en el plato de macarons que está sobre la mesa.
—¿Qué quieres?
—Ah, no importa. —Dōtonbori se demora, con los ojos fijos en la mesa, hasta que ella suelta un suspiro y le ofrece el plato. Él coge un par y aún titubea, a punto de coger un tercero. Juraría que hay un brillo divertido en la mirada de Mei cuando Dōtonbori vuelve a cruzar la puerta y la cierra sin decir palabra.
—Por Dios. ¿Es que huele el azúcar? Le he ofrecido que cogiera alguno para fomentar su diabetes, no por otro motivo, querida.
—¿Qué quería?
—Se siente solo sin Sasu. Va a tener que acostumbrarse.
—¿Cuándo quiere que ensayemos la presentación?
—¿Qué mejor momento que ahora? Impresióname, querida.
Tras las palabras preliminares, veo que he logrado captar su atención.
—El objeto de esta presentación es proponer un proyecto de digitalización del catálogo de la editorial. He tomado como mero ejemplo una muestra combinada de los cien mejores libros publicados por Gamin y por Dōtonbori en 1995. Solo un cincuenta y cinco por ciento está disponible en formato digital.
—Los iPad son una moda pasajera —dice el señor Dōtonbori, sin dejar de masticar, desde el umbral de la puerta de comunicación—. ¿Quién va a querer leer en una lámina de cristal?
—El hecho es que el mercado que más está creciendo en el sector del libro electrónico es el de los lectores por encima de los treinta años —explico, intentando mantener la calma.
¿Cuánto tiempo lleva ahí plantado? ¿Y cómo se las ha arreglado para abrir la puerta con tanto sigilo? Me concentro en Mei y trato de ignorarlo.
—Esto representa una enorme oportunidad para todos nosotros. Una oportunidad para renovar contratos con los autores que han quedado descatalogados. Una oportunidad de desarrollo dentro de la empresa para los empleados capaces de digitalizar los contenidos y para los diseñadores de cubiertas. Y una oportunidad para situar las viejas publicaciones de D&G en las listas de libros más vendidos. La industria editorial está en continua evolución, y debemos mantenernos al día.
—Márchate, por favor —le dice Mei por encima del hombro al señor Dōtonbori. La puerta se vuelve a cerrar, pero juraría que veo la sombra de sus pies por la ranura de debajo.
Ahora mi sensación de pánico va en aumento. Si Dōtonbori le explica a Sasu mi estrategia, él podría machacarme. Selecciono la siguiente diapositiva de la presentación.
—Si obtengo este puesto, pondré en marcha un proyecto formal para convertir el fondo del catálogo en libro electrónico. He preparado un presupuesto inicial que comentaré dentro de unos momentos. Estos libros electrónicos habrán de renovarse totalmente con nuevas portadas actualizadas. Lo cual implicará los costes adicionales de tres nuevos diseñadores durante los dos años de realización del proyecto.
Voy pasando las diapositivas de la presentación. Mei me interroga sobre diversos aspectos de la propuesta y yo consigo responder a sus preguntas y justificar con facilidad los requisitos necesarios. Finalmente, llego a la última diapositiva.
Mei se queda mirando la pantalla tanto tiempo que le echo un vistazo para ver si parpadea.
—Querida. Muy... pero que muy bien.
Me arrodillo junto a su silla. Se le están llenando los ojos de lágrimas y se apresura a coger los pañuelos que le ofrezco. Da un suspiro, con cara de sentirse como una tonta.
—He sido muy egoísta al mantenerte ahí fuera —dice en voz baja—. Es que... No puedo prescindir de ti. Pero ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba. Debería haber tratado de implicarte en las tareas editoriales después de la fusión. Tú te llevaste un gran disgusto, además, porque perdiste a tu amiga.
Yo no digo nada. No sé qué decir.
—Pero cada vez que consideraba la posibilidad de contratar a un sustituto para tu puesto, me ponía a pensar en lo bien que lo desempeñas, en tu capacidad para hacer funcionar esta oficina y evitar que me vuelva loca. Y entonces me decía, bueno, tampoco le hará ningún daño seguir otro mes.
—Yo solo hago mi trabajo —digo, pero ella menea la cabeza.
—Y otro mes, y otro. Y eso te ha acabado perjudicando, Saku. Tú tenías ambiciones, cosas que querías hacer, ideas nuevas. Pero yo no soportaba la idea de dejarte marchar.
—Entonces..., ¿la presentación está bien?
Ella se ríe y se seca los ojos.
—Esto te va a proporcionar el ascenso. Y con este proyecto volveremos a situar a D&G en primera línea. Juntas. Yo quiero seguir a tu lado, trabajando las dos como colegas. Formarte profesionalmente quizá llegue a ser una de las mejores cosas que consiga en mi carrera. —Mira la última diapositiva de la presentación y hace una pausa—. Debo preguntártelo, de todas formas. Si no hubiera entrevistas ni un puesto nuevo en juego, ¿esta idea habría quedado encerrada en tu interior indefinidamente? ¿Por qué guardarte una cosa así?
Me echo hacia atrás, apoyándome en los talones, y me miro las manos.
—Buena pregunta.
¿Cuántas cosas más habrá desatado en mi interior este ascenso?
—Yo creía que sabías que tus ideas eran importantes para mí. —Ahora está empezando a preocuparse.
—No lo sé. Quizá estaba esperando el momento adecuado. O no tenía la confianza necesaria. Ahora me veo forzada a llevarla adelante. Es algo positivo, creo yo. Aunque no consiga el puesto, toda esta historia me ha... espabilado.
Pienso en lo ocurrido anoche, cuando besé a Sasu bajo la luz de las farolas, y entonces recuerdo mis temores.
—¿Y si el señor Dōtonbori le habla a Sasu de mi presentación?
—Ya me ocupo yo de él. Si al final aparece muerto en el río, seguro que sabrás mantener la boca cerrada y proporcionarme una coartada. Tú concéntrate en lo de la semana que viene. Y tengo una sugerencia que hacerte.
—Perfecto. —Saco el lápiz USB del ordenador y vuelvo a sentarme frente a ella—. Dispare.
—La propuesta es un tanto superficial en algunas partes. ¿Por qué no tener preparado un libro electrónico para la presentación? Pasa algún título del fondo editorial al formato digital y haz un desglose de las horas de trabajo que ha supuesto, de los costes salariales, etcétera. O sea, el coste real de producirlo. Así quedará demostrado que tu presupuesto es correcto.
—Sí, buena idea. —Me trago el café tibio.
—Tú crees que los números son el punto fuerte de Sasu, ¿verdad? Bueno, pues ahora tienes la ocasión de demostrar que eres tan capaz como él de elaborar un presupuesto básico para este nuevo proyecto.
Yo voy asintiendo y tomando notas, con la mente a cien.
—Pero, para ser totalmente justos, no puedes emplear en este proceso los recursos de la empresa. Sé creativa. Usa tus contactos. Quizá alguien que pueda trabajar como freelance.
Es evidente que se refiere a Dei.
Garabateo un par de notas mientras ella apaga el proyector.
—Voy a conseguir ese ascenso —le digo con redoblada confianza.
—No tengo ninguna duda, querida. —Mei echa un vistazo a la puerta de comunicación. Veo que su boca se tuerce en un rictus travieso.
—¿Has pensado un poco en tus últimas peleas con Sasu? Yo tengo una teoría interesante. —Se le escapa una risita.
—No sé si estoy preparada para escucharlo. —Me apoyo en su escritorio.
—Es inapropiado, pero ahí va. Sasu creía que mentías sobre tu cita, porque no puede imaginarte con nadie que no sea él.
—Oh. Hum. Ah. —Pruebo todas las combinaciones con vocales. Me sube un calor por el pecho, la garganta y la cara hasta las raíces del cabello, y al final me quedo completamente roja.
—Piénsalo —dice Mei, y se mete otro macaron en la boca.
Yo abro la mía, titubeo, vuelvo a cerrarla, y repito el proceso otra vez. Ella se levanta, sacudiéndose las migas, y me mira con expresión astuta.
—He de irme corriendo —añade—. El hombre de la caldera viene a las tres. ¿Por qué siempre han de venir a las horas más intempestivas? Vete a casa, querida. No tienes buen aspecto.
Cuando se ha ido, me siento ante mi escritorio. El camino está bien claro. Debería hablar con Dei para que se ocupe de mi ebook como freelance, pero cada vez que cojo el teléfono lo vuelvo a dejar. Para mantener las cosas en un nivel profesional, saco su tarjeta y le envío un email solicitándole una reunión para mañana. No tengo ni idea de lo que cobrará, pero en este punto no hay alternativa: o lo tomas o lo dejas.
Acabo de recibir un mensaje de texto. Siento un vacío en el estómago. Mi corazón da un brinco.
Sasuke Uchiha: Me alegra saberlo.
Así que ha recibido las rosas. Abrazo el teléfono móvil sobre mi pecho.
Esta entrevista me coloca en la peor de las incertidumbres. Mucha gente me ha deseado suerte por los pasillos. Me resulta insoportable imaginar la actitud embarazosa y compasiva que adoptarán si acabo fracasando.
Si Sasu consigue el puesto, tendré que marcharme.
Miro la cruz que tengo en la agenda marcando la entrevista de la semana que viene. Por más que el ensayo de la presentación ha aumentado mi confianza, debo tener previsto el peor escenario posible. Es una buena medida contar con una estrategia de salida. Tengo dinero ahorrado en una cuenta sagrada que no toco jamás. Quería usarlo para tomarme unas vacaciones este año, pero me parece que acabará siendo mi red de seguridad. Tal vez tenga que ir a instalarme bajo el toldo de la entrada de Fresas Sky Diamond. Mis padres me recibirían con los brazos abiertos. Darían saltos de alegría. Ni siquiera tendrían la decencia de sentirse decepcionados conmigo.
Si Sasu consigue el puesto y yo he de dimitir, ¿mi rencor pesará más que ese hormigueo que siento en el pecho cuando me mira? ¿Podrá sobrevivir nuestro extraño y frágil jueguecito fuera de estas paredes? Mi amistad con Hina no sobrevivió.
¿Podremos seguir viéndonos mientras él me habla de sus éxitos en D&G y yo hago cola en la agencia de colocación? ¿Y él, por su parte, se alegrará de mi éxito mientras empapela toda la ciudad con su currículum? No me imagino que pueda dejar de lado su orgullo tan fácilmente.
Tampoco es que yo carezca totalmente de opciones. Tengo contactos en algunas editoriales pequeñas donde podría hacer un intento, aunque me sentiría desleal con Mei. También podría pedirle a Mei que me trasladaran a otro departamento de D&G. Tal vez ha llegado el momento de empezar a trabajar desde la base en el Departamento Editorial. Pero si yo me quedara en D&G, eso significaría casi con toda seguridad que Sasu se habría convertido en el nuevo director ejecutivo.
Y en tal caso, ni que decir tiene, cualquier posibilidad de volver a sentarme en su diván quedaría totalmente descartada.
La vida sería más fácil si pudiera odiar a Sasuke Uchiha. Contemplo su silla vacía y luego cierro los ojos y me sumerjo en el azul claro de su dormitorio.
Estoy a punto de perder algo que nunca he tenido, de hecho.
Siguiendo la sugerencia de Mei, vuelvo temprano a casa y busco alguna ocupación para distraerme.
Todo está ordenado, gracias a Sasu. Echo un vistazo online, por si hay alguna subasta de pitufos, y le doy un breve repaso a mi colección. Cuento las figuras del Gran Pitufo.
Miro mi nevera vacía y pienso en el arcoíris de frutas y verduras de la suya. Decido prepararme una taza de té y descubro que no hay. Podría bajar al súper, pero lo que hago finalmente es tomarme un vaso de agua. Me entra frío y me envuelvo en una chaqueta de punto.
Ahora que he visto su apartamento, no puedo parar de mirar el mío con ojos nuevos. Es muy soso. Paredes blancas, moqueta beige, diván de un color intermedio anodino. Ninguna alfombra estampada, ningún cuadro enmarcado.
Me ducho y me maquillo, lo cual es absurdo. ¿Por qué rociarme el escote de perfume? ¿Para qué ponerme los tejanos buenos? Aquí no hay nadie que pueda verme, u olerme. No tengo a donde ir. Hace mucho tiempo que no tengo a nadie a quien llamar en la ciudad.
Me siento y empiezo a sacudir la rodilla. Me crujen las entrañas. Soy como un imán temblando, a punto de moverse. ¿Así es como se sienten los adictos? Empiezo a darme cuenta de lo que ocurre, pero no puedo reconocerlo ante mí misma, aún no.
¿Habrá sido alguna vez tan terrorífico coger un móvil y mirar el nombre de un contacto?
Sasuke Uchiha
Debería estar aquí sentada mirando el nombre de...
Deidara Kamiruzu
Debería llamar a Dei y proponerle que quedáramos para ir al cine o tomar un bocado. Podríamos hacer planes sobre mi proyecto. Ahora es amigo mío. Se reuniría conmigo dentro de veinte minutos donde yo le dijera. Seguro. Además, ya estoy vestida. Estoy preparada.
Pero no le llamo. Lo que hago, en cambio, es algo que no creo haber hecho nunca.
Pulso el botón de llamada.
Cuelgo inmediatamente y arrojo el móvil sobre la cama como si fuese una granada. Me seco las palmas húmedas en los muslos y suelto un resuello.
Mi móvil empieza a sonar.
Llamada entrante: Sasuke Uchiha.
—Ah, hola —acierto a decir débilmente cuando respondo. Me aprieto la sien con el canto de la mano. No tengo dignidad.
—He recibido una llamada perdida. Solo ha sonado una vez.
Suena de fondo una música ruidosa y machacona. Seguramente está bebiendo alcohol en un bar, rodeado de altísimas modelos con vestidos ceñidos de color blanco.
—Veo que estás ocupado. Ya hablaremos mañana.
—Estoy en el gimnasio.
—¿Rutina de cardio?
—Pesas. Hago pesas por la noche.
La respuesta parece indicar que a cualquier otra hora hace ejercicio cardiovascular. Suelta un leve gruñido, oigo un pesado ruido metálico.
—Bueno, ¿qué pasa? No me digas que se te ha disparado el móvil.
—No. —Es absurdo fingir.
—Interesante. —Se oye un murmullo de ropa, quizá una toalla y luego una puerta cerrándose. La espantosa música machacona desciende de volumen—. He salido afuera. Creo que no había visto nunca tu nombre en la pantalla de mi móvil. ¿Ha pasado algo en el trabajo?
—Ya lo sé, yo también lo estaba pensando. —Se produce un denso silencio—. No, no tiene que ver con el trabajo.
—Qué lástima. Tenía la esperanza de que Dōtonbori hubiera sufrido una embolia fatal.
Suelto una risotada. Luego divago con nerviosismo.
—Te llamaba porque...
«Porque hoy no te he visto. Me sentía confusa y tremendamente triste, y, no sé, creo que verte podría servir para aliviarme esta extraña opresión en el pecho. No tengo amigos. Aparte de ti. Aunque tú no lo eres».
—¿Sí...? —No me está ayudando en absoluto.
—Estoy hambrienta y no tengo nada de comida. Ni siquiera tengo té, y hace frío en mi apartamento. Y estoy aburrida.
—Qué vida tan triste.
—Tú tienes montones de comida y de té. Y tu calefacción es mejor que la mía, y...
No hay más que silencio al otro lado de la línea.
—Y cuando estoy contigo no me aburro. —Me siento mortificada—. Pero será mejor que...
Él me interrumpe.
—Será mejor que vengas, entonces.
Me recorre una sensación de alivio.
—¿Llevo alguna cosa?
—¿Qué vas a traer?
—Podría comprar comida por el camino.
—No, no importa. Tengo algo para cenar. ¿Quieres que pase a recogerte?
—Mejor que vaya yo con mi coche.
—Más seguro probablemente. —Ambos sabemos por qué. De lo contrario, me resultaría demasiado fácil quedarme a dormir.
Ya tengo en la mano el bolso, el abrigo y las llaves. Me calzo los zapatos. Cierro la puerta con llave y cruzo corriendo el pasillo hacia el ascensor.
—¿Me enseñarás los músculos que has estado trabajando?
—Creía que me deseabas por algo más que eso. —Oigo el ruido de un coche al arrancar. Al menos, no soy la única que arde de impaciencia.
—Te desafío a una carrera. Quiero verte todo sudado. Así estaremos empatados, además.
—Dame media hora. No, una hora —dice alarmado.
—Te espero en el vestíbulo.
—No salgas aún.
—Hasta ahora —respondo, y corto la llamada.
Me echo a reír mientras arranco y me incorporo a la circulación. Es un juego nuevo, el Juego de las Carreras, con dos coches partiendo de dos puntos de la ciudad y acelerando hacia otro situado en medio. Resulta terrorífico lo mucho que deseo estar en el sofá de su apartamento. No paro de sacudir la rodilla en los semáforos. Apuesto a que él está haciendo lo mismo.
Cuando cruzo corriendo la acera hasta la entrada de su edificio, ya he agotado prácticamente todas mis excusas y dejado atrás las advertencias y los razonamientos. Todo ha quedado reducido a esto. Entro corriendo en el vestíbulo.
«No he visto a Sasu en todo el día y lo echo de menos».
En el ascensor está encendida la flecha hacia arriba. Contengo la respiración. Suena la campanilla de las puertas.
«Sasuke no puede imaginarte con nadie que no sea él».
Las puertas se abren. Aquí está.
