17

Ambos inspiramos hondo y la sala se queda sin oxígeno.

Anoche me pilló bajo una farola y me dio un beso que estaba calculado para dejarme con las ganas. Ahora comprendo cuál ha sido mi problema hoy. Estaba ansiosa.

Aún tengo bajo los párpados la imagen de nosotros dos en la Toscana mientras él me abre la boca con sus besos, toca mi lengua con la suya y respira hondo. Deja escapar un suspiro. Él también lo estaba deseando. Estaba tan ansioso como yo. Mi boca sabe a vainilla, la suya a menta, y ambas se combinan en un gusto delicioso.

Se ha producido un milagro. No sé cuándo ha sido, pero ahora estoy segura: Sasuke Uchiha no me odia. Ni una pizca. Sería imposible que me odiara cuando me besa así.

Baja la mano desde mi pelo y la despliega sobre mi mandíbula, acariciándome la piel, sujetándome y ladeándome la cabeza. Es algo increíblemente dulce, incluso ahora que nuestras lenguas están poniéndose un poco guarras.

Deslizo una rodilla por encima de su regazo, notando cómo se distiende la parte interior de mis muslos.

—Me he jurado a mí misma que no vendría esta noche.

—Y, sin embargo, aquí estás. Interesante.

Ambos bajamos la vista a mis muslos montados sobre él. Yo no puedo resistirme y deslizo las caderas hacia delante.

Esta nueva posición me inyecta potencia y adrenalina en la sangre. Le pongo las manos en las clavículas y lo miro de frente. Aún tiene el pelo húmedo. Lo sujeto de la nuca con una mano y aprieto la otra sobre su corazón.

Empiezo a bajarla lentamente por su pecho y sus costillas, estudiando la densidad de la carne. Está tan prieto que incluso a través de la ropa puedo seguir las líneas entre cada músculo. Intento levantarle la camiseta, pero el faldón está atrapado bajo mis rodillas.

Me devora la impaciencia. A punto estoy de desgarrarle la camiseta, pero obligo a mis dedos a aflojar su presa. Él debe percibir este violento arranque de mujer de las cavernas, porque cierra los ojos y emite un gemido gutural.

—A veces me miras como si fueses...

Se le olvida lo que estaba diciendo cuando empiezo a comerle la mandíbula a besos. Sus manos reposan con las palmas hacia arriba junto a mis pantorrillas. Me está dejando el control a mí, lo cual me encanta. Noto que sonríe cuando me pongo a mordisquear su labio inferior.

El sofá cede suavemente bajo mis rodillas, y, mientras nuestras ropas se restriegan con calor, noto la rotunda dureza de su excitación presionándome en la parte posterior del muslo.

—Lo necesito —le digo, y veo cómo sus ojos se tornan ferozmente. Le estrujo la ropa con ambas manos y volvemos a besarnos con pasión.

Deslizo lentamente las caderas por su regazo, y sus manos descienden por mi cuerpo, haciendo altos para palpar y apretar. Los hombros, las axilas, el contorno de mis pechos. Me estremezco, y él desciende aún más con sus manos. Las costillas, la curva de la cintura. Las caderas. El trasero.

Baja a lo largo de mis muslos, abarcando con sus largos dedos la costura interior y exterior de mis tejanos. Recorre la curva de mis pantorrillas. Cuando hundo la cara en su cuello, sus manos se tensan en mis tobillos, como recordándome sutilmente que podría tomar el control si quisiera.

—Me gusta lo pequeña que eres. —Desde luego parece que le gusta mi cuerpo porque emprende otro lento tour acariciante.

Mientras le meto la lengua en la boca, me acuerdo de una reunión de la junta directiva a la que asistimos hace unas semanas. Él estaba sentado junto a la ventana y yo me puse a observar cómo se deslizaba el sol lentamente por el alféizar y luego por el suelo y por la mesa de juntas, a medida que transcurría la tarde.

Sasu llevaba un traje azul marino que no suelo verle a menudo y la camisa azul claro. Yo estaba sentada enfrente, mirando cómo trepaba el sol por su cuerpo como una marea, y aspiraba la fragancia de la tela que iba calentándose sobre su cuerpo.

Recuerdo cómo me taladró con sus ojos de color negros obsidiana durante un momento de la reunión, dejándome aturdida y con un nudo en el estómago. Él sonrió con superioridad y volvió a concentrarse en la presentación en PowerPoint, sin molestarse en tomar una sola nota; yo, en cambio, tenía la mano acalambrada de tanto escribir.

Al volverse hacia mí, esos ojos me dieron un susto de muerte. Entonces no entendí por qué. Ahora sí lo entiendo.

—Me estaba acordando de la reunión de la junta directiva de hace unas semanas. —Ladeo la cabeza y él me besa en la articulación de la mandíbula. Me recorre de arriba abajo un escalofrío. Su mano se extiende por mis costillas, con el pulgar rozándome la base del pecho. Concentro toda mi atención en esa pequeña zona de contacto.

—¿Ah, sí? No debo de estar haciéndolo demasiado bien si te da por pensar en eso ahora.

Vuelve a poner su boca sobre la mía y la va girando a uno y otro lado. Pasan varios minutos antes de que yo pueda hablar de nuevo. Horas, quizá. Respiro entrecortadamente, en breves jadeos, y él me muerde con delicadeza el labio inferior.

Su pulgar asciende, me roza suavemente el pezón y sigue hasta mi mandíbula. Doy un respingo y me estremezco.

Tengo que explicarme como es debido.

—Bueno, tú me miraste durante esa reunión y... Y yo creo que me entraron ganas de besarte. Acabo de darme cuenta.

—¿En serio?

Me veo recompensada por el contacto de su otra mano, que se desliza por debajo de mi camiseta. Piel contra piel. Sus dedos jugando lánguidamente con el tirante de mi sujetador.

—Me he acordado de la expresión con la que me miraste.

—¿Como si pensara algo obsceno? Así era. Tú llevabas tu blusa blanca de seda con botones de nácar. Y durante la primera parte de la reunión, esa chaqueta de punto de aspecto mullido. El pelo recogido, los labios pintados de rojo.

Se echa hacia atrás y recorre mi garganta con las yemas de los dedos hasta llegar al escote. Desciende un poco más y yo digo, estremecida, lo primero que se me ocurre.

—Es una chaqueta de casimir.

—A ti te gusta el doctor Sasu... A mí me gusta la remilgada bibliotecaria Saku. La Saku de seda y casimir. Esa es mi perversión. Saku, con un lápiz en el pelo, interrogando a un jefe de departamento sobre los niveles de absentismo del último trimestre.

Continúa deslizándose por mi torso, hundiendo los dedos en mis costillas.

—Qué perversión tan detallada. No puedo creer que recuerdes lo que llevaba puesto. Pero, bueno, podría seguirte la corriente. Ponerme unas gafitas de ratón de biblioteca y mirarte con aire ceñudo. —Frunzo el ceño con severidad y le pongo un dedo en los labios—. Guarde silencio.

Él suelta un gemido teatral.

—No podría resistirlo.

—¿Te imaginas cómo serían las cosas entre tú y yo? ¿Todo el día, todas las noches?

Él entiende perfectamente a qué me refiero.

—Uf, sí.

—Como tú has dicho antes: el truco es encontrar a alguien lo bastante fuerte para resistirlo. Una persona tan capaz de devolver el golpe como de encajarlo.

—¿Tú lo eres? —A juzgar por sus ojos, cualquiera diría que ha tomado drogas. Las pupilas rojas, el iris borroso.

—Sí.

Nos besamos con nueva intensidad, espoleados por nuestras fantasías compartidas en la sala de juntas. Saku y Sasu protagonizando una sudorosa escena pornográfica.

Él se arquea hacia mí. Su erección me presiona de tal modo bajo la pierna que me duelen los tendones de la corva.

De repente, interrumpe el beso.

—Un momento. Quiero preguntarte una cosa.

Se echa un poco hacia atrás y nos miramos a los ojos. Ahora tiene la boca blanda, toda rosada, y yo deseo que me recorra de arriba abajo. Lamiendo, mordiendo bocados enteros de carne. Respiro tan ruidosamente que casi no le oigo.

—Cuando me has llamado esta noche, ¿estabas a punto de llamar a Dei?

Empiezo a protestar, pero él me acaricia el brazo.

—No soy un psicópata celoso. Pero siento curiosidad.

—Tú ya has ganado la competición con él. Dei ahora es mi amigo. Solo vamos a ser amigos.

—No me has respondido.

—Él representaba la opción sensata. Y yo últimamente no estoy haciendo cosas muy sensatas por las noches. Me alegro de no haberle llamado. Ahora seguramente estaría en un cine, y no aquí. —Doy unos ligeros brincos sobre su regazo.

Sasu trata de sonreír, pero la cosa no acaba de funcionar.

—Yo también iría al cine contigo. Oye, se está haciendo tarde.

Sus manos se deslizan por mi espalda y me sujetan por el trasero. Me ladea, arrastrándome sobre la dureza de su excitación, y luego me levanta y me deja a su lado.

Se echa hacia delante, sentado sobre el borde del sofá, y se tapa la cara con las manos. Jadea tan ruidosamente como yo. Algo que no le viene nada mal a mi ego.

—Joder. —Suspira—. Estoy muy excitado —añade con una risita avergonzada.

Entiendo perfectamente su desesperación. Seguro que debe estar preguntándose por qué se somete a sí mismo a semejante tortura. Un hombre adulto, constreñido a estas sesiones de magreo adolescente con su extraña compañera de trabajo.

—¿Quieres saber lo excitada que estoy yo?

—Mejor que no —acierta a decir.

—Supongo que debería irme a casa. —Rezo por dentro para que diga que me quede. Pero no lo hace.

Él me habla aún con las manos en la cara.

—Dame un minuto.

Llevo las tazas y el cuenco a la cocina. Enjuago el cuenco, pongo la sartén en el fregadero y la dejo con agua caliente y jabón. Las piernas me tiemblan, apenas me sostienen.

—Yo lo haré —dice Sasu a mi espalda—. Déjalo.

Me muero de ganas de mirar por debajo de su cintura, pero soy una dama y resisto la tentación.

Me ayuda a meter los brazos en las mangas del abrigo y ambos nos ponemos los zapatos. En el ascensor nos mantenemos cautelosamente en lados opuestos, pero nos miramos el uno al otro como si estuviéramos a punto de pulsar el botón de emergencias para sacarnos de este sufrimiento.

—Me siento como tu huevo de Pascua.

Fuera, me toma de la mano y cruza la calle conmigo. Cuando llego junto al coche, alzo la boca hacia la suya. Él me sujeta la cara delicadamente y me besa. Un jadeo simultáneo nos sacude a ambos. Es como si no nos hubiéramos besado en una eternidad. Me aprieta contra la puerta del coche y yo suelto un gemido. Lengua, dientes, aliento.

—Sabes como mi huevo de Pascua.

—Por favor, por favor. Te deseo con locura.

—Nos vemos mañana en el trabajo —responde. Me da la vuelta en sus brazos y me pone los labios en la nuca. Incluso a través del pelo, el calor de su aliento me obliga a tomar aire con tal fuerza que casi parece que esté esnifando.

—¿Esto es un estúpido ritual de un obseso del control? —pregunto, revolviéndome y liberándome de su abrazo.

—Seguramente. Encaja con mi carácter. Se me ocurre una idea.

—¿Estás planeando dejarme sumida en un coma sexual la mañana de la entrevista, para poder derrotarme?

Sasu se mete las manos en los bolsillos.

—Ha funcionado en todos los demás ascensos que he conseguido en mi vida. ¿Por qué iba a dejarlo ahora?

—Tú lo que quieres es asegurarte de que te cubro de besos y me pego a ti como una lapa durante la boda. —Algo en la expresión de su cara me impulsa a retroceder y a apoyar la espalda en la fría puerta del coche—. ¿No les habrás mentido? ¿No les habrás hablado de la neurocirujana con la que estás prometido?

Él sonríe.

—Sí, claro. La doctora Sakura Haruno. Una brillante profesional, aunque poco ortodoxa.

—En serio. Responde. Yo iré a la boda siendo quien soy, ¿verdad? No tendré que interpretar un papel, supongo.

—No.

Me muerdo el pulgar y recorro la calle con la vista. ¿Por qué tengo la sensación de que me está mintiendo?

—Bueno, empiezo a pensar que me dejas toda excitada para que siga viniendo. Soy como una gata. Me dejas un platito de leche fuera.

Sasu se echa a reír con una gran carcajada, como si yo fuera graciosísima. Me recorre una corriente eléctrica de placer y de irritación a la vez. Crepito entera sacudida por esa corriente. Estoy más viva que nunca en este momento.

«Peléate conmigo, bésame. Ríete de mí. Dime si estás triste. No me hagas volver a casa».

—Habrá que ver si es cierto. Si vuelves mañana por la noche, reconoceré que todo esto forma parte de una estrategia deliberada. —Baja la vista hacia mí con indisimulado placer.

A mí la idea de volver no se me había ocurrido. Ahora la jornada de mañana reluce con una promesa.

—Uno más.

Me besa en la mejilla. Yo gimo, quejosa.

—Desaparece, Fresita. Y recuerda, no quiero verte mañana con cara de pánico.

No acierto a abrocharme el cinturón. Estoy tan alterada que cualquiera diría que estoy pasando el síndrome de abstinencia de una droga dura. Sasu da unos golpecitos en la ventanilla para que bloquee las puertas.

A mitad de trayecto cristaliza en mi cerebro una idea terrible.

Me muero de ganas de que llegue mañana.

.

.

.

Hoy su camisa es del color de un platito de leche.

«Actúa con naturalidad, Saku. Entra ahí como una diva sexi. Sin rigidez ni torpeza. Vamos».

Él me mira. A mí me falla un tobillo y se me cae el bolso. Con el impacto, se abre la tapa de mi fiambrera y rueda un tomate por el suelo. Me pongo a gatas y el tacón de aguja de mi zapato se me engancha en la hebilla del cinturón del abrigo.

—Mierda —mascullo, tratando de moverme.

—Calma. —Sasu se levanta para ayudarme.

—Cierra el pico.

Me desengancha la hebilla y recoge mi almuerzo. Luego me tiende la mano. Yo titubeo un momentito antes de agarrarla y dejar que me levante.

—¿Puedo rebobinar y repetir mi entrada?

Él me quita el abrigo de los hombros y me lo cuelga.

La puerta del señor Dōtonbori está abierta y las luces, encendidas. Mei suele empezar más tarde. Seguramente aún está en la cama.

—¿Qué tal anoche, Sakura? Pareces un poco cansada.

Se me cae el alma a los pies al oír su tono frío e impersonal, pero luego le miro la cara y veo que tiene un brillo travieso en los ojos. Si el señor Dōtonbori está curioseando, no va a oír nada fuera de lo normal.

Este nuevo juego, el Juego de Actúa con Naturalidad, es un poco peligroso, pero voy a probar igualmente.

—Ah, sí, una velada agradable, supongo.

—Agradable. Hmmm. ¿Hiciste algo interesante? —Tiene el lápiz en la mano.

—Me senté en el sofá, básicamente.

Él se remueve en su silla. Miro su regazo.

«Ojos de asesino en serie», le digo solo con los labios. Me siento en el borde del escritorio, saco mi barra de Lanzallamas y empiezo a pintarme los labios usando la pared más cercana como espejo. Él me mira las piernas con una lujuria tan descarada que estoy a punto de salirme de la línea.

—¿Y tú qué hiciste, Sasu?

—Tuve una cita. O, al menos, yo creo que fue una cita.

—¿Qué tal la chica?

—Pegajosa. Se me echó en los brazos prácticamente.

Me río.

—¿Pegajosa? No es un rasgo atractivo. Espero que la sacaras a patadas.

—Es más o menos lo que hice, me parece.

—Así aprenderá. —Empiezo a recogerme el pelo en un moño alto y luego me aliso el vestido: un vestido de punto, de color crema, cálido y elástico. Reconozco que me lo he puesto para que hiciera juego con su camisa. ¿No le gusta la remilgada bibliotecaria Saku? Pues aquí la tiene.

Él me mira las manos; yo miro las suyas. Tiene los nudillos pálidos.

—No sé si volveré a verla, de todos modos.

Parece aburrido y no para de clicar el ratón de su ordenador. Cuando sus ojos se vuelven hacia los míos, a mí me viene de golpe todo el recuerdo de anoche y se me encogen las tripas.

—Quizá podrías llevarla a la boda de tu hermano, ¿no? Siempre es gratificante acudir a esas celebraciones con una chica despampanante.

Nos miramos a los ojos. Yo me acomodo lentamente en mi silla. El Juego de las Miradas nunca ha resultado tan obsceno. Suena el teléfono. Miro el identificador de llamada y la palabra «MIERDA» se ilumina en mi interior con luces de neón.

Sasu capta mi expresión.

—Como sea él, voy a...

—Es Tenten.

—Un poquito pronto para ella, ¿no? Vas a tener que ponerte firme. —El teléfono sigue sonando y sonando.

—Dejaré que salte el buzón de voz. Estoy demasiado cansada para atenderla.

—No, de eso nada. —Marca asterisco y el número nueve y responde a mi extensión. A los operadores de los servicios telefónicos les enseñan a sonreír cuando atienden una llamada. La gente capta la sonrisa en su voz. Sasu debería aprender a hacer lo mismo—. Extensión de Sakura Haruno. Habla Sasuke. Un momento. —Pulsa un botón y me señala con su auricular —. Venga. Te estoy observando.

Ambos miramos la luz intermitente de la llamada en espera.

Yo sigo siendo la chica sonriente de la plantación de fresas. Basta con mirarme: soy una buena chica. La dulce criatura a la que todos adoran. Siempre servicial y dispuesta a complacer.

—Quiero verte actuar con tanta dureza con los demás como conmigo.

Pulso el botón parpadeante.

—Hola, Tenten, ¿cómo estás? —Ella suelta un largo suspiro que casi me achicharra el oído.

—Hola, Saku. No muy bien. Me siento increíblemente cansada. Ni siquiera sé por qué he venido. Acabo de sentarme y la pantalla ya me está matando.

—Lo lamento.

Le sostengo la mirada a Sasu. Él aumenta la intensidad hasta convertir sus ojos en dos ranuras aterradoras de láser negro. Me está infundiendo sus poderes. NO voy a hacer ningún caso de las excusas y peticiones de Tenten.

—Bueno, Tenten, ¿qué puedo hacer por ti? —Tono profesional, pero con un dejo cálido en la voz.

—Se supone que he de trabajar en este informe para Neji, que él se encargará de pulir y enviarte.

—Ah, sí. Lo necesito para el cierre de operaciones del día.

Sasu alza los pulgares con aire sarcástico.

—Es que tengo problemas para encontrar algunos de los antiguos informes en la unidad de red. No para de decir «archivo trasladado». He estado probando un montón de cosas y creo que necesito desconectar, ¿sabes?

—Está bien, con tal de que lo reciba a las cinco. —Sasuke mira el techo y se encoge de hombros. Creía que me estaba manteniendo firme, pero él no parece impresionado.

—Bueno, yo esperaba irme a casa y terminarlo mañana a primera hora, cuando esté más fresca.

—Pero ¿no acabas de llegar? —¿Me estoy volviendo loca? Miro el reloj para comprobar la hora.

—He venido pronto para revisar el correo.

Lo dice con el tono de una persona abnegada.

—Neji ha dicho que no había problema si primero lo hablaba contigo. —Escucho de fondo cómo hace tintinear las llaves.

Me endurezco con la fuerza del láser negro.

—Lo siento, no me sirve. Lo necesito a las cinco, por favor.

—Ya sé cuál es el plazo —replica. Su voz sube una octava—. Lo que estoy tratando de decirte es que Neji no va a poder entregártelo a tiempo.

—Pero es que eres tú la que está pidiendo una prórroga, no Neji. —Hay un largo silencio mientras aguardo su respuesta.

—Pensaba que serías un poco más flexible. —Su tono se desliza todavía más hacia una impresionante combinación de irritación y frialdad—. No me siento bien.

—Si tienes que marcharte a casa —empiezo, observando cómo Sasuke frunce el ceño—, tendrás que pedir la baja y traer un certificado médico.

—No voy a ir al médico por cansancio y dolor de cabeza. Me dirá que me vaya a dormir. Que es lo que quiero hacer.

—Tienes toda mi comprensión si te encuentras mal, pero esa es la norma de Recursos Humanos. —Sasu se pasa la mano por la boca para disimular su sonrisa. Ahora estoy jugando con Tenten al Juego de RR. HH.

—¿Comprensión? No me lo parece para nada.

—Yo me he portado bien contigo, Tenten. Te he concedido prórrogas un montón de veces. Pero no puedo seguir quedándome hasta las tantas para terminar estos informes.

Sasu da vueltas en el aire con la mano, como diciendo: «Corta el rollo». Yo continúo.

—Si me llega tarde, tengo que quedarme trabajando.

—Pero tú no tienes una familia aquí, o un novio, ¿no? Acostarte tarde no te afecta igual que a las personas con maridos y..., bueno, a las personas con familia.

—Bueno, no voy a conseguir un marido ni una vida propia si sigo quedándome hasta las nueve de la noche, ¿no te parece? Espero recibir el informe de Neji a las cinco.

—Has pasado demasiado tiempo en compañía de ese horrible Sasuke.

—Eso parece. Ah, y tu sobrina no podrá trabajar de becaria conmigo. No me viene bien. —Corto la llamada.

Sasuke se echa hacia atrás en su silla y empieza a reírse.

—Vaya, vaya.

—He estado increíble, ¿no? ¿Has visto?

Doy un puñetazo en el aire, como si le asestara un gancho a Tenten. Sasu entrelaza las manos en el estómago y observa mi combate de boxeo imaginario.

—Toma ya, Tenten. Y no me vengas con tu vida, tu marido y tu falso problema de insomnio.

—Venga, sí, desfógate del todo.

—Toma ya, Tenten. Y no me vengas con tus migrañas.

—Has estado genial.

—Toma ya, Tenten. Y no me vengas con tu manicura francesa.

—Muy bien. —Sasu me sonríe abiertamente en esta misma oficina que antes era un campo de batalla y yo me arrellano en mi silla, cierro los ojos y percibo su satisfacción a través de la autopista de mármol del despacho.

O sea, que así es como te sientes cuando te cuadras. Así es como podrían haber sido las cosas todo este tiempo. No era demasiado tarde para cambiar.

—Se acabaron las noches de trabajo hasta las tantas. Seguramente he arruinado mi relación con ella, pero valía la pena.

—Dentro de muy poco tiempo tendrás una vida propia y un marido.

—Dentro de poquísimo tiempo. Probablemente la semana que viene. Ojalá sea superbuén chico. —Abro los ojos de golpe y, viendo cómo me mira, me arrepiento de haberlo dicho. Ambos vacilamos; él mira para otro lado. He cortado el rollo entre nosotros—. Déjame disfrutar este momento, por favor. Sasuke Uchiha es oficialmente amigo mío. —Con los dedos entrelazados, extiendo los brazos por encima de la cabeza.

—Me voy a un desayuno de trabajo, Sasu —dice el señor Dōtonbori, pasando entre nosotros. Creo que todos sabemos que a ese desayuno de trabajo solo asisten él y un plato de beicon—. Necesito esas cifras a mediodía —añade.

—Ya están listas. Ahora mismo se las envío por email.

El señor Dōtonbori carraspea —supongo que es su única manera de dar las gracias o hacer un elogio— y se vuelve hacia mí.

—Buenos días, Saku. Bonito vestido.

—Gracias.

Puaj.

—Se está afilando las uñas, ¿no? Las entrevistas se celebrarán pronto. Ya falta poco. —Se aproxima al borde de mi escritorio y me examina de arriba abajo. Reprimo el impulso de cruzar los brazos sobre el pecho. No entiendo cómo no ha reparado en la mirada asesina de Sasu reflejada una docena de veces. Él continúa su examen de mi apariencia con ojos penetrantes.

—No siga —masculla Sasu con voz metálica, pero su jefe no parece escucharlo.

—Estoy muy bien preparada para la entrevista —digo, manteniendo la vista al frente—. Por cierto, ¿qué está mirando?

Alzo los ojos con calma. El señor Dōtonbori da un respingo, desvía la mirada y empieza a peinarse su pelo ralo con los dedos, completamente ruborizado.

Está visto que hoy le pateo el culo a todo el mundo.

Sasu aprieta la mandíbula y clava la vista en su mesa de cristal con tanta furia que me sorprende que no se haga añicos.

—Por lo poco que pude curiosear en el despacho de Mei, creo que sí está bien preparada. Quizá necesitemos estudiar una estrategia, doctor Sasu.

Mierda. Le va a contar a Sasuke lo de mi proyecto. Vuelvo los ojos hacia él, muerta de pánico. Sasu está mirando a su jefe como quien mira a un rematado idiota.

Y a continuación se encarga de recordarme que no, que él no es mi amigo, y que por mucho que nos besemos en su sofá todavía estamos en medio de nuestra mayor competición.

—No voy a necesitar ayuda para derrotarla.