18
Emplea un tono glacial que me trae recuerdos instantáneamente. Lo dice como si prepararse una estrategia frente a mí le pareciera una idea sencillamente ridícula. Como si la pequeña Sakura Haruno fuera demasiado tonta para tomársela en serio y no pudiera competir con Sasuke Uchiha en ningún terreno. Soy un chiste como rival. No voy a conseguir el puesto. ¿Por qué iba a conseguirlo, si hasta para resolver una llamada telefónica necesito que me asesoren?
—Quizá no —dice el señor Dōtonbori pensativo.
Claramente satisfecho por haber pisoteado dos avisperos, se aleja con pasos pesados. Mientras espera a que llegue el ascensor, se vuelve hacia nosotros.
—Aunque, por otra parte, doctor Sasu, quizá debería pensárselo mejor.
Las puertas del ascensor se cierran mientras Sasu dice «que te den» solo con los labios. Luego me mira a mí.
—Estaba fingiendo.
El silencio resuena como dos copas de cristal al chocar.
—Pues eres bastante buen actor; yo me lo he creído.
Cojo mi botella de agua y doy un trago, tratando de aflojar la crispación airada de mi garganta. Tengo que estarle agradecida, de todos modos. Esto es lo que a mí se me olvidaba. Somos dos caballos de carreras galopando hacia la línea de meta. Yo estaba flaqueando un poco, pero acabo de sentir ahora el primer golpe de la fusta. Debo aferrarme a este sentimiento hasta que salga de la entrevista.
—Siempre lo he sido. Me he enfurecido al ver cómo te miraba y la furia me ha salido por donde no quería. Tengo la mala costumbre de replicar a bote pronto. Mírame, Saku.
Cuando le miro por fin, me lo repite lentamente.
—No hablaba en serio.
—No importa. Era lo que necesitaba. —Empleo el mismo tono glacial que él acaba de utilizar con Dōtonbori. No sé cómo consigo que mi voz suene tan fría cuando la rabia me quema por dentro como un lanzallamas. Yo también soy buena actriz.
Ahora tiene en la frente su característica arruga de preocupación.
—¿Necesitabas que me portara como un gilipollas? Es lo único que pareces quedarte de mí.
—Me acababas de decir lo que necesitaba escuchar.
En la vida todo es cuestión de perspectiva: creer que acabo de recibir de mi propio competidor un estímulo para motivarme me sirve para poder ignorar mi orgullo herido. Ahora solo voy a mirar hacia delante. Mi foco de atención es como un rayo láser que él acaba de proporcionarme.
Suena un pitido en mi ordenador. Dentro de cinco minutos me reúno con Deidara para hablar de mi proyecto de libro electrónico.
—Espera, hemos de aclarar esto. Aunque todavía no me lo explico, la verdad. —Retuerce la cara con agitación—. El momento es de lo más inoportuno. Ha sonado fatal, lo sé, pero no pretendía decir eso.
—Tengo que irme. —Empiezo a recoger el abrigo y el bolso.
—¿Adónde vas? Lo digo por si pregunta Mei —se corrige. Parece abrumado—. ¿Piensas volver?
—He quedado para tomar un café.
—Bueno —dice tras un instante—. No te lo puedo impedir.
—Gracias por dejarme hacer mi trabajo. —Doy un rencoroso apretón a los documentos de su bandeja de entrada, espachurrándolos, y me alejo airada hacia el ascensor.
Cruzo hacia el Starbucks de enfrente. ¿Cuál es el problema de estar en guerra con Sasuke Uchiha? Que nunca gano de verdad. Eso es lo más engañoso de todo. En cuanto creo que he ganado, sucede algo que me recuerda que no es así.
«Déjame disfrutar este momento, por favor. Sasuke Uchiha es oficialmente amigo mío».
Es solo ganar para luego perder, perder y perder.
Deidara ya está sentado junto a la ventana. El hecho de que esté llegando tarde no deja de ser otro clavo en el ataúd de mi profesionalidad.
—Hola. Gracias por venir. Y perdona el retraso.
Pido un café y luego le resumo mi idea en pocas palabras.
—Tengo tiempo este fin de semana —me dice generosamente.
Me ha estado observando con indisimulado interés. Mi pelo recogido, mi garganta, mis labios pintados de rojo. Me da la desagradable sensación de que Deidara tiene la esperanza de que nuestro decepcionante beso fuese solo un fallo pasajero.
—Te lo pagaré de mi propio bolsillo. ¿Puedes darme una idea de cuánto costará?
A Deidara eso no parece preocuparle.
—¿Por qué no hacemos un trato? Menciona mi trabajo durante la entrevista y háblale a Mei de mi nuevo software de autoedición. Quizá haya algunos aspectos multidisciplinarios que encajen en tu proyecto. Y..., bueno, trescientos pavos.
—Perfecto. Y desde luego que lo mencionaré —me apresuro a asegurarle. Puedo hacerlo perfectamente. Darle un poco de relevancia ante la dirección y ayudarle a consolidar su negocio.
Hay dos empleados de D&G en la cola que nos observan con aire especulativo. Otro más pasa por la calle y me saluda con la mano. Estoy metida en una enorme pecera. Las mejillas empiezan a arderme cuando pienso en todo lo que he dicho y hecho con Sasuke en la planta superior. Las pullas, los insultos, los besos capaces de fundirte los circuitos. En nuestro pequeño y aislado mundo, todo parecía normal y aceptable.
—Muchas gracias por pensar en mí para este proyecto. —Deidara da un sorbo a su café.
—Bueno, después de la cena del lunes, sabía que podía confiarte mi pequeño secreto. Ahora necesitaba ayuda y tú has sido la primera persona en la que he pensado.
—Ah. O sea, que es un secreto.
—Mei lo sabe, claro. Y el señor Dōtonbori está al corriente del concepto, pero no del producto final que espero presentar.
Ojalá no tuviera que decir la frase siguiente, y la verdad es que me apena cómo se ha embrollado toda la situación.
—Debo pedirte, por favor, que no le digas nada a Sasu. Ya sé que no vas a volver a verlo, pero que quede entre nosotros. Él está convencidísimo de que va a obtener el puesto... Así que es más importante que nunca que consiga vencerle.
—No le diré nada. Bueno, de hecho... Mira, está allí.
—¿Cómo? —Casi lo digo gritando. No me puedo volver—. Actúa con aire profesional. —Dibujo un esquema en mi cuaderno de notas y Deidara traza a su vez unas líneas.
—Pero ¿qué le pasa a ese tipo? Siempre parece furioso —dice meneando la cabeza, sin apartar la vista del cuaderno. Seguimos con la pantomima profesional un rato más.
—Esa es la cara que tiene.
—Vosotros dos os lleváis un rollo bastante extraño.
—No, ningún rollo. Nada de rollo. —Empiezo a beberme el café a grandes sorbos. Una mala idea, porque está ardiendo.
—Pero tú sabes que está enamorado de ti, ¿no?
Tomo un sorbo enorme y me acabo atragantando. Deidara se inclina y me da unos golpes entre los omóplatos. Las lágrimas me corren por la cara. Ojalá me hubiera dejado morir.
—Qué va —digo, resollando. Me seco la cara con una servilleta—. Es la idea más absurda que he oído en mi vida.
—Como amigo tuyo —me dice Deidara, subrayando «amigo» con una sonrisita—, te digo que sí lo está.
—¿Qué está haciendo ahora?
—Acojonando a la cajera del restaurante. La gente está preocupada por lo que vaya a pasar si consigue el ascenso. Ya sabemos que se le dan bien los recortes de personal. Hay varios tipos en Diseño que han empezado a desempolvar el currículum, por si acaso.
—Estoy segura de que se podrá trabajar perfectamente con él —digo diplomática. No voy a rebajarme al nivel de Sasu. Me levanto y recojo mis cosas.
—Vamos a saludarle —dice Deidara. Yo supongo que me toma el pelo. Sus labios se tuercen en una media sonrisa.
—No. Vamos a descolgarnos por la ventana del baño. Rápido.
Él se echa a reír, meneando la cabeza. Una vez más, su valentía me deja impresionada. Todos los demás procuran no tropezarse con el monstruo. Aunque yo sé un secreto sobre él. Me acuerdo de cómo me tomaba el pulso anoche, contando cada latido de mi corazón, y de cómo me abrigaba con la manta, tapándome hasta los pies. Es asombroso que haya conseguido mantener esa fachada terrorífica durante tanto tiempo.
—Hola —decimos a la vez al acercarnos.
—Ah, hola —dice Sasu con actitud engreída.
—Deja ya de acecharme. —Me sale un tono tan ofendido que la chica de la máquina de café suelta una carcajada.
Sasu se arregla el puño.
—Os echabais de menos, ¿no?
Yo estoy enviando con láser la palabra «SECRETO» al cerebro de Deidara. Arqueo las cejas y él asiente. A Sasu no se le escapan nuestras miradas.
—Saku me estaba hablando de... una oportunidad para... trabajar con ella. —Deidara es un auténtico genio. No hay nada más creíble que la verdad.
—Exacto. Deidara me va a ayudar a preparar mi... presentación. —No podríamos parecer más sospechosos si lo intentáramos.
—O sea, que estás trabajando en tu presentación. Vale. Entendido. —Sasu recoge su café cuando anuncian su nombre y me lanza una mirada tan acusadora que casi me fundo—. ¿No era eso también lo que hacíamos anoche en mi sofá?
Deidara se queda completamente boquiabierto. A mí la situación no me divierte nada. Si llega a correr la voz, mi reputación quedará hecha trizas. Es algo demasiado jugoso. Deidara todavía está en contacto con mucha gente en el Departamento de Diseño. Y, además, es un chismoso y un entrometido.
—Sería en tus sueños, Uchiha. No le hagas caso, Deidara. Acompáñame a la editorial.
Una vez en la calle, lo arrastro deprisa para que no lo arrolle el tráfico. Sasu nos sigue lentamente, dando sorbos a su café. Sujeto del brazo a Deidara con tanta fuerza que hace una mueca mientras cruzamos.
—Aunque te secuestre y te torture, no le hables del trabajo que vas a hacer para mí. Sería capaz de utilizar cualquier dato para machacarme.
—Uau. Está visto que sois realmente enemigos mortales.
—Sí. A muerte. Con pistolas y sables al amanecer.
—O sea, ¿que él está haciendo esto para tratar de averiguar tu estrategia en las entrevistas? —Deidara saluda a un compañero y revisa su teléfono móvil.
—¡Exacto! —suelto un relincho nervioso. Me parece que la cosa ha quedado bien disimulada—. Te llamaré después del trabajo, cuando sepa qué libro quiero que me digitalices.
Sasu casi nos da alcance. Yo estoy empezando a pensar que quizá sí podría arrojar a Deidara al tráfico para acabar de una vez con esta escenita angustiosa.
—Vale, hablamos esta noche —dice él—. Adiós, Sasu. Buena suerte con tu entrevista —añade, y sigue adelante por la acera.
Sasu y yo no nos decimos una palabra cuando entramos en el ascensor. Está furioso, lívido de rabia. Por mi parte, todavía sigo un poco patidifusa por lo que Deidara me ha dicho. «Tú sabes que está enamorado de ti, ¿no?».
—Es tan amable —dice Sasuke—. Realmente un buen chico. Me parece que entiendo lo que ves en él. —Habla con tal aspereza que retrocedo y me voy contra la pared—. Debo haber tenido un sueño muy vívido anoche.
—Bueno, ¿qué quieres que te diga? He mentido. Soy buena actriz. —Abro los brazos mientras salgo del ascensor y me dirijo hacia mi escritorio.
—¿Así que te avergüenzas de mí?
—No. Claro que no. Pero nadie debe saberlo. Creo que es un chismoso. Ay, no me mires con esa cara de amargado. La gente empezará a hablar de nosotros.
—Te doy una primicia: la gente siempre ha hablado de nosotros. Además, ¿no te importa que la gente hable de ti y de él, pero sí que hable de ti y de mí?
—Tú y yo trabajamos a dos pasos. Es distinto. Y yo quiero restablecer cierto grado de profesionalidad en esta oficina.
Sasu se pinza el puente de la nariz con los dedos.
—Muy bien. Te seguiré el juego. Y si esta es la última conversación personal que mantenemos en este edificio, aprovecho para decírtelo ahora. Tráete la maleta el viernes.
—¿Cómo? ¿Qué pasa el viernes?
—Tráete tus cosas para la boda. El vestido y demás.
Al ver que lo miro bizqueando, me lo recuerda.
—Vienes a la boda de mi hermano. Tú te empeñaste en venir, ¿recuerdas?
—Un momento. ¿Por qué debo traer el vestido el viernes? La boda es el sábado. ¿Acaso hay un ensayo? Yo no accedí a ir a la boda dos veces.
—No. La boda es en Port Worth y hemos de ir en coche.
Lo miro sin acabar de entender.
—Pero eso no está tan lejos.
—Lo bastante lejos para que tengamos que salir después del trabajo. Mi madre necesita que la ayude la noche anterior.
Estoy que reviento de irritación, de terror y de sentimientos heridos, y completamente segura de que esto va a ser un desastre. Nos miramos a los ojos.
—Ya sabía que no te iba a gustar, pero tampoco me esperaba que te horrorizara. —Sasu se arrellana en su silla y me estudia atentamente—. No te dejes llevar por el pánico.
—Ni siquiera hemos ido nunca juntos al cine, o a un restaurante. La sola idea de subirme a tu coche ya me ponía nerviosa. ¿Y ahora me estás diciendo que voy a hacer un viaje contigo de varias horas y que he de llevarme el pijama? ¿Dónde nos vamos a alojar?
—En un hotel de mala muerte, seguramente.
Estoy al borde de la hiperventilación. A punto de escapar por la salida de incendios. Yo tenía más o menos la idea de que en algún momento nos pondríamos a jugar al juego «O algo así». Me imaginaba que sería en su habitación azul, o tal vez en el cuartito de la limpieza mientras yo le susurraba insultos hirientes. Pero hoy han sucedido demasiadas cosas. Se acabó.
—Te tomaba el pelo, Saku. Todavía he de hablar con mi madre para ver dónde nos alojamos.
—Yo no estaba pensando en conocer a tus padres, propiamente hablando. Mira, no voy a ir. Te has comportado como un verdadero gilipollas hace un momento. No necesitas ayuda para derrotarme, ¿recuerdas? Tendría que estar loca para ayudarte. Vete solo a la boda como un auténtico pringado.
—Tú asumiste el compromiso. Me lo prometiste. Y nunca faltas a tu palabra.
Me encojo de hombros y mi fibra moral se pone en tensión.
—Me tiene sin cuidado.
Él decide sacar su as.
—Tú serás mi apoyo moral.
Es una salida la mar de intrigante. No puedo resistir la tentación de indagar.
—¿Para qué necesitas apoyo moral exactamente? —No contesta, pero se remueve con incomodidad en su silla.
Arqueo las cejas hasta que acaba cediendo.
—Yo no te voy a llevar allí como si fueras mi esclava sexual. No te voy a tocar un pelo. Pero no puedo presentarme sin acompañante. Y mi acompañante eres tú. Me lo debes, ¿recuerdas? Te ayudé a vomitar.
Lo veo tan sombrío que tengo un mal presentimiento.
—¿Apoyo moral? ¿Tan difícil va a ser?
Empieza a sonar su móvil. Me mira a mí y al teléfono, sin saber qué hacer.
—El problema es el momento... Debo responder.
Se aleja por el pasillo y yo me resigno y me pongo a estudiar la ruta. Porque, por desgracia, es cierto. Se lo prometí.
.
.
.
Antes, hace una pequeña eternidad, yo podía tumbarme en mi sofá como cualquier otra persona. Podía ver la tele, comer tentempiés y pintarme las uñas. Podía llamar a Hina y salir con ella a mirar ropa. Pero ahora que me he vuelto una adicta tengo que aferrarme a los cojines con mis uñas mordisqueadas para no levantarme, ponerme los zapatos y correr al apartamento de Sasu. Ese esfuerzo me mata. Me mantengo atornillada en el asiento con el portátil encima y echo un vistazo, sin ningún entusiasmo, a los portales de noticias, la presentación de mi entrevista, las subastas de pitufos y mi página favorita de ropa retro cutre.
Se abre una ventanita anunciando que mis padres acaban de entrar en Skype y yo pulso el botón de llamada tan apresuradamente que casi me da vergüenza. Aparece mi madre en la pantalla, frunciendo el ceño, con la cara pegada a la cámara.
—Maldito cacharro —masculla, y de repente se ilumina—. ¡Pitufina! ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y tú qué tal?
Antes de que me responda, la pantalla queda bruscamente inundada por la cremallera de sus tejanos, porque se ha puesto de pie y llama a mi padre una y otra vez durante más de un minuto. «¡Kizashi! ¡Kizashi!». Ya solo el tono y la cadencia de su voz me llenan de añoranza.
Al final, se da por vencida.
—Debe de estar todavía en el campo —me dice, volviendo a sentarse—. Regresará pronto.
Nos miramos durante un prolongado momento. Es tan raro tenerla ahí para mí sola, sin la arrolladora personalidad de mi padre propulsando la conversación, que no sé por dónde empezar. No me decido a hablar del tiempo ni de lo ocupada que he estado. Mientras ella entorna sus astutos ojos verdes, acabo comprendiendo que debo hacerle la pregunta que me ha estado acosando durante las últimas semanas y acaso durante toda mi vida. Debería habérselo preguntado hace años.
—Antes de que yo naciera, cuando conociste a papá..., ¿cómo pudiste abandonar tu sueño?
La pregunta resuena con un tono metálico en el espacio cargado de interferencias que hay entre nosotras. Ella no responde durante un buen rato. Empiezo a pensar que quizá no debería haber sacado el tema. Cuando vuelve a mirarme a los ojos, lo hace con una expresión firme y resuelta.
—Si lo que me preguntas es si me arrepiento de mi elección, la respuesta es no. —Se arrellana en su silla y yo me incorporo en el sofá, y de repente es como si no hubiera una pantalla entre ambas: ningún marco en torno a su cara, o a la mía, ni tampoco esa ventanita de vista previa, extrañamente entrometida, que nos distraiga a ninguna de las dos.
Me da la sensación de que podría alargar el brazo y cogerle la mano. Esto es lo más cerca que hemos estado desde la última vez que la vi, cuando la abracé en el aeropuerto y aspiré su fragancia a sol y champú. Observo en silencio cómo piensa y siento cómo van transcurriendo estos segundos que tenemos a solas, antes de que llegue mi padre y nos interrumpa.
—¿Cómo voy a arrepentirme ni por un segundo? Tengo a tu padre, y te tengo a ti. —Esa es la respuesta y la sonrisa que yo había previsto. ¿Cómo iba a decir otra cosa?
—Pero ¿nunca te preguntas dónde estarías ahora si hubieras escogido tu carrera, en vez de escogerlo a él?
Ella evita de nuevo responder.
—¿Todo esto es por lo de tu entrevista? ¿Te preocupa lo que sucederá si pierdes tu gran oportunidad?
—Algo parecido. He empezado a pensar que incluso si consigo el puesto, podría perder... otras oportunidades.
—Yo no creo que debas renunciar a tu sueño por ningún motivo. Esto es lo que deseas, para mí está bien claro. Lo noto en tu voz. Los tiempos han cambiado, cariño. No has de renunciar a nada. No tienes que tomar una decisión como la mía. Lo que debes hacer es ir a por todas. —Suena de fondo una puerta y mi madre vuelve la mirada más allá de la pantalla—. Ahí está tu padre.
Empiezo a sentir una brusca agitación. No puedo hablarle del cambio que ha habido en mi relación con Sasu, ni de la competencia entre ambos, ni de lo que voy a perder sea cual sea el desenlace. No queda tiempo. Solo me queda tiempo para esto:
—Si yo me encontrara en la misma situación, caminando por un huerto lleno de frutales, probablemente a punto de perder el norte, ¿qué me aconsejarías que hiciera?
Ella mira fuera de la pantalla; oigo unas botas pesadas subiendo la escalera de la oficina. Su respuesta me confirma que la semilla de esa pregunta —«¿y si...?»— siempre ha estado alojada en su corazón.
—¿En tu caso? Te diría que sigas caminando. Yo quiero que consigas un montón de cosas. Tú mantén la vista fija en la recompensa final y, pase lo que pase, sigue adelante.
—¿Qué pasa aquí? —Aparece papá, le da un beso en la cabeza a mi madre y luego me ve en la pantalla—. ¡Deberías haber venido a buscarme! ¿Cómo está mi chica? ¿Lista para derrotar a Satoshi en la entrevista? Imagínate la cara que se le quedará cuando lo consigas. Ya la estoy viendo. —Se desploma en una silla al lado de mamá, mira hacia el techo y sonríe saboreando mi imaginaria victoria y su propio ingenio.
Veo en la ventanita de vista previa que se me demuda la cara. Se vería incluso desde el espacio exterior; y mi madre, desde luego, lo percibe en el acto.
—Ah. Ya veo. Saku, ¿por qué no lo has dicho?
Papá sigue adelante sin esperar mi respuesta y pasa al tema siguiente.
—¿Cuándo vienes a casa?
Tardo un segundo más de la cuenta para producir un efecto más espectacular.
—El próximo puente. —Es la respuesta que ansiaba dar en el fondo de mi corazón, y cuando veo cómo se expande la cara de mi padre en una amplia sonrisa mellada, me alegro infinitamente de haberla dado. Mamá sigue mirándome fijamente.
—Tú sigue adelante, a menos que en lo alto de un árbol haya algo muy especial, tan especial como esto.
—¿De qué demonios habláis? ¿La has oído? ¡Va a venir a casa!
La silla de papá rechina una y otra vez, porque no para de moverse en una especie de danza rítmica; y, mientras tanto, yo, igual que mi madre, me encuentro a las puertas de un huerto que resulta terrorífico de tan trascendental, y debo fijar mi mirada hacia delante, hacia la salida del otro extremo, con toda esa energía láser concentrada, sin levantar la vista jamás.
.
.
.
Es viernes. Hoy debería tocar una espantosa camisa de color mostaza, pero no es así. Yo ya tengo la maleta preparada en el maletero de mi coche. Durante los dos últimos días he estado tan nerviosa con la perspectiva de este fin de semana, que no he sido capaz de ingerir alimentos sólidos. He subsistido a base de batidos y té. Esta noche solo he dormido dos horas.
Es un alivio que haya llegado el momento. Cuanto más pronto salgamos, más pronto acabaremos. Mi mente ha analizado todos los escenarios posibles, tanto en sueños como durante las horas de vigilia. Y la única certeza que tengo es que, pase lo que pase, pronto habrá terminado todo.
Sasu lleva más de una hora en el despacho del señor Dōtonbori. En un momento dado se han oído voces: el señor Dōtonbori gritando; luego, silencio. Lo cual no ha servido precisamente para aliviar mi ansiedad.
Antes, Mei también ha entrado en el despacho para intervenir. Y lo que resulta todavía más escalofriante, Koharu ha pasado a toda prisa por aquí hace cuarenta y cinco minutos y se ha metido en la refriega. Quizá la estrategia de Sasu consiste en un recorte de personal masivo, y la han convocado para pedirle su opinión.
Cuando ha vuelto a salir, Koharu se ha detenido frente a mi mesa, me ha mirado y se ha echado a reír con una risa teñida de histeria, como si acabara de oír algo divertidísimo.
—Buena suerte —me ha dicho—. Vas a necesitarla. Esto supera las competencias de Recursos Humanos.
Nos han descubierto. Alguien nos ha visto juntos, y estamos bien jodidos. Deidara lo ha contado. Ha corrido la voz. Este escenario no estaba previsto en mis especulaciones. Me echo hacia delante, pegando la mejilla a la rodilla. «Inspira, espira».
—¡Querida! —Mei se acerca a mi mesa, alarmada.
Tengo la visión medio nublada. Intento levantarme e inventar algo sobre la marcha. Ella me hace sentar otra vez y me pasa mi botella de agua.
—¿Te encuentras bien?
—Estoy a punto de desmayarme. ¿Qué pasa ahí dentro?
—Están hablando de las entrevistas. Las ideas de Sasu sobre el futuro no acaban de coincidir con las de Dōtonbori.
Se acerca una silla y se sienta a mi lado. Van a despedirme. Me pongo a gemir.
—¿Estoy metida en un aprieto? ¿Sasu está haciendo una especie de entrevista previa? ¿Por qué no la hago yo también? ¿Y por qué ha intervenido Recursos Humanos? No he parado de oír gritos. Y Koharu me ha dicho algo horrible. Que iba a necesitar mucha suerte. ¿Estoy metida en un aprieto? —termino diciendo con el mismo tono lastimero con el que he empezado.
—Claro que no. Es que han mantenido una acalorada discusión, querida. Discrepaban todo el rato, y he pensado que lo mejor sería llamar a Koharu para que les recordara los principios básicos de la cortesía profesional. No hay nada peor que dos hombres ladrándose como perros de pelea.
Mei me mira de un modo extraño. Debo de tener un aspecto lamentable.
—¿Y él...? —Me muerdo la lengua, pero ella no va a permitirme que me escabulla.
—Él... ¿qué?
—¿Está bien? Sasu... ¿está bien? —Mei asiente, aunque en realidad a mí me consta que no está bien.
Los últimos dos días han sido extenuantes. Sasu ha mantenido una apariencia seria y educada, pero yo ahora sé descifrar mejor que nunca los matices de su cara. Está agotado. Triste. Estresado. Da la impresión de no saber qué es peor, si mirarme o no mirarme.
Y yo lo comprendo. Realmente lo comprendo.
He descubierto que, si mantengo los ojos apartados de él y los fijo en la pantalla del ordenador, tengo menos posibilidades de sentir un vacío en el estómago. Puedo mantener las mariposas a raya si evito mirar el negro de sus ojos o la forma de sus labios. De esos labios que he besado una y otra vez. No hay nadie capaz de besarme como él, lo cual es una prueba más de que el mundo es injusto.
El dolor provocado por su comentario —«No voy a necesitar ayuda para derrotarla»— se ha convertido en un callo que no paro de apretarme. Qué frase tan repugnante se le ocurrió decir. Aunque si los papeles se hubieran invertido y hubiese sido Mei la que nos hubiera estado atormentando aquí a los dos, ¿quién sabe si yo no habría dicho exactamente lo mismo? A fin de cuentas, yo no soy la pequeña víctima inocente en nuestra guerra privada.
Estamos así porque ambos hemos encontrado a alguien tan capaz de encajar los golpes como de repartirlos. Y puedo garantizar una cosa: que también voy a repartirlos en la entrevista. Ahora incluso en sueños sé la respuesta que daré a cada pregunta que me formulen. Y seguro que él va a necesitar ayuda para derrotarme.
Mei me mira con unos ojos llenos de empatía.
—Es un bonito detalle que te preocupes por él, pero Sasu ya es mayorcito. Deberías preocuparte más por Dōtonbori. Yo tengo claro por quién apostaría.
—Pero ¿por qué está el señor Dōtonbori...?
—No puedo decírtelo. Es un asunto confidencial entre ellos. Hablemos de tu entrevista. ¿Cómo fue la reunión con Deidara?
—Todo va bien. Me va a digitalizar un thriller antiguo, Verano de sangre. Era el libro favorito de mi padre. Lo hará durante el fin de semana, y me ha ofrecido una tarifa increíble.
—Bueno, todo un detalle de su parte. Si la presentación impresiona favorablemente al panel de consultores, quizá acabe haciendo algún trabajo de asesor para nosotros. ¿Y cómo está tu padre, por cierto? ¿Cuándo piensas ir a casa, querida? Tus padres deben de echarte mucho de menos.
—Aprovecharé el próximo puente. Es cuando me convendría ir. De hecho, me gustaría tomarme una semana. —En la pausa que se produce a continuación, advierto que el latiguillo habitual de «si no hay inconveniente» lo he dejado fuera esta vez. Mi antiguo yo menea la cabeza con incredulidad.
Miro a mi encantadora y generosa amiga y, como ya sabía que haría, ella asiente.
—No hay problema. Tómate un descanso antes de empezar en el nuevo puesto. —Su fe en mí nunca ha flaqueado.
Mi recién adquirida firmeza no me ayuda a desprenderme de la sensación que algo malo está sucediendo. Miro la puerta cerrada del señor Dōtonbori.
—Vete a casa, querida. Nadie llamará tan tarde, siendo viernes. Debería estar prohibido. ¿Qué tienes pensado hacer este fin de semana? —Tengo la extraña sensación de que me está poniendo a prueba.
Pero yo, salvo cuando hablo con Sasu, no sé mentir.
—Creo que voy a salir fuera en coche con un... amigo. Bueno, no es un amigo exactamente. Pero no acabo de decidirme.
La palabra «amigo» me sale como si fuera una palabra extranjera y mal pronunciada. «Hmigo».
Ella capta mi vacilación y sonríe.
—Deberías ir. Espero que lo pases muy bien con tu amigo. Necesitas tener amigos. Sé que has estado muy sola desde la fusión, cuando perdiste a Hinata. —Inesperadamente, me sujeta por los hombros y me besa en ambas mejillas—. Veo cómo tu cerebro trabaja sin parar. Este fin de semana deberías dejarlo todo de lado. Olvídate de la entrevista. Llegará el día en que no será más que un vago recuerdo.
—Espero que un buen recuerdo. Un recuerdo victorioso.
—Eso ahora está en manos de los dioses del panel de selección. A mí me consta que has hecho todo lo que has podido.
Debo reconocer que es verdad.
—Siempre que el proceso de digitalización no salga mal, yo ya estaría preparada ahora para ser entrevistada.
—Soy tu jefa y te ordeno que vivas un poco la vida este fin de semana. Te estás consumiendo en los últimos días. Mira cómo tienes los ojos. Totalmente enrojecidos. Tienes tan mal aspecto como Sasu. Os hemos provocado una crisis de nervios a los dos al anunciar la posibilidad de este ascenso.
Frunce los labios con tristeza.
—A veces preferiría que no hubiera sucedido nada —le digo—. Nada. Ni la fusión. Ni esta oficina. Ni el ascenso. Algo termina con todo esto. Y yo aún no estoy preparada.
—Lo siento. —Me da unas palmaditas—. Lo siento mucho.
—He puesto al día todos mis archivos por si tuviera que marcharme. Y he mandado mi currículum a seis empresas de contratación. También he vaciado mis cajones. Está prácticamente todo recogido. Por si acaso.
Mei mira el escritorio de Sasu, que parece más despojado y aséptico de lo normal. Él ha hecho lo mismo que yo. Se podría practicar una operación quirúrgica sobre esa mesa.
—Yo no puedo perderte. Te buscaríamos un sitio en otro departamento. En algún puesto donde estuvieras más contenta. No quiero que pases todo el fin de semana preocupada, pensando que no tienes opciones.
—Pero ¿con qué cara me tropezaría en el ascensor con el nuevo director ejecutivo? Sería humillante.
Ya me lo puedo imaginar ahora. Me subirían calores por todo el cuerpo y se me erizaría el vello con el recuerdo. Él me miraría desde lo alto, con unos ojos fríos y profesionales. Yo le saludaría educadamente y recordaría cómo me había estrujado una vez contra la pared del ascensor, marcando un punto de inflexión en las reglas del juego. Luego llegaría a mi planta y dejaría que él siguiera su trayecto hacia lo alto.
Es mejor irse del todo que tener que mirarlo al otro lado de la mesa de juntas o atisbarlo de lejos en el aparcamiento subterráneo. Él encontrará a otra mujer a la que atormentar y fascinar. Y un día tal vez veré una alianza de oro en su mano.
—¿Por qué habría de seguir torturándome así?
Me imagino que debo tener una expresión sombría, porque Mei intenta animarme.
—Vive un poco este fin de semana. Créeme. Es lo que mejor te sentará en esta situación.
—Desviaré los teléfonos a mi móvil y la avisaré si surgiera algo urgente.
Me dan ganas de bajar al aparcamiento. Abriré el maletero, miraré la maleta y procuraré evitar la gran pregunta durante un poco más de tiempo. La pregunta de «qué siento por Sasu». Las llaves de mi coche brillan en mi bolso. Sí, podría subirme al coche y largarme.
Me palpo los bolsillos y me doy cuenta de que tengo un grave problema. Mi móvil ha desaparecido. Miro debajo del escritorio, en el bolso, en las carpetas, entre los papeles. Ni siquiera recuerdo la última vez que lo he visto.
Al final, lo encuentro sobre la pila del baño de mujeres. Cuando vuelvo a mi mesa, Sasu está saliendo de su reunión con el señor Dōtonbori. Sin un pelo fuera de lugar.
