23

En una bonita sala contigua al salón de baile pasamos casi dos horas alternando, con un grado de incomodidad que varía según los casos, mientras se prolonga un cóctel al parecer interminable. Cuando digo alternando quiero decir arrastrando a Sasu a través de una sucesión de encuentros con parientes lejanos. Él se mantiene a mi lado, mirando cómo ingiero champán para aplacar los nervios: un champán que me arde como si fuera gasolina en el estómago vacío. Cada presentación se desarrolla más o menos así:

—Saku, esta es mi tía Malice, la hermana de mi madre. Malice, Sakura Haruno.

Una vez que ha cumplido su deber, empieza a entretenerse acariciándome el brazo por la parte de dentro, extendiendo la mano por mi espalda para buscar la piel desnuda de mi nuca, o enlazando y desenlazando sus dedos con los míos. Siempre mirándome. Apenas aparta los ojos de mí. Es probable que le asombre mi capacidad para la charla intrascendente.

Al cabo de un rato, su madre se lo lleva al jardín lateral y yo miro a través de la ventana cómo va posando en distintas combinaciones familiares. Él mantiene una sonrisa forzada. Cuando me pilla espiando, me hace señas para que salga, y entonces posamos los dos juntos ante un precioso rosal. Mientras suena el obturador de la cámara, mi antiguo yo menea la cabeza, preguntándose cómo hemos llegado a esta situación. Sasuke Uchiha y yo... ¿juntos en una foto y, además, sonriendo? Cada nuevo acontecimiento entre nosotros da la impresión de ser algo imposible.

Sasuke me gira hacia él y me sujeta la barbilla con las manos. Oigo que el fotógrafo dice: «Encantador». Suena otro chasquido de la cámara y yo pierdo el mundo de vista en el instante en que sus labios tocan los míos. Me gustaría poder librarme de mis viejos recelos, pero todo esto se parece demasiado al ensueño de una tarde de verano. El tipo de ensueño al que yo me habría entregado para odiarme a mí misma a continuación.

Observo a Itachi y Izumi al otro lado del jardín, ahora enlazados en una pose romántica frente a otra cámara, y entonces caigo en la cuenta de que yo también estoy enlazada en una pose bastante romántica. El hombre que me ha odiado durante tanto tiempo está exhibiéndome ahora y atrayéndome hacia sí. Cuando volvemos adentro, me besa en la sien. Acerca los labios a mi oído y me dice que estoy preciosa. Luego me hace girar noventa grados y me presenta a otro grupo de parientes. Me sigue exhibiendo.

Lo que aún no he averiguado es por qué.

En cada presentación, después de los comentarios sobre lo guapa que estaba Izumi y lo bonita que ha sido la ceremonia, surge la pregunta inevitable.

—Bueno, Saku, ¿y cómo conociste a Sasu?

—Nos conocimos en el trabajo —ha dicho Sasuke la primera vez, cuando el silencio se prolongaba demasiado, y eso se ha convertido desde entonces en la respuesta por defecto.

—Ah, ¿y dónde trabajáis? —Es la pregunta siguiente.

Ningún miembro de su familia tiene la menor idea de dónde trabaja, o de cuál es su profesión. Tocan la cuestión con incomodidad, como si ser un Desertor de la Facultad de Medicina fuera algo de lo que avergonzarse profundamente. Aunque al menos una editorial no deja de tener su glamour.

—Es estupendo verte con una persona nueva —le dice una tía abuela. Dicho lo cual, me dirige una Mirada Significativa. Quizá se rumoreaba que era gay.

Digo una frase para excusarnos y me lo llevo aparte, detrás de una columna.

—Has de esforzarte un poco más. Estoy agotada. Ahora me toca a mí quedarme ahí plantada, metiéndote mano, mientras tú llevas la voz cantante. —Pasa un camarero y me ofrece otro canapé diminuto. El tipo ya me conoce a estas alturas porque me he zampado al menos doce. Soy su mejor cliente. Estoy obsesionada con la cena, que el camarero me ha prometido que se servirá a las cinco en punto. Miro las manecillas del reloj de Sasu, consciente de que lo más seguro es que me muera de hambre antes de que llegue esa hora.

—No se me ocurre nada que decir. —Se fija en un morado de paintball que tengo en el antebrazo y adopta una expresión lúgubre, como lamentando que aún me queden marcas.

—Pregúntales cómo les va. Suele funcionar. —Me doy cuenta con incomodidad de la cantidad de gente que no para de lanzarnos miraditas—. Tienes que explicarme por qué todo el mundo me mira como si fuese la Novia de Frankenstein. Sin ánimo de ofender, monstruo grandullón.

—Yo no soporto que me pregunten cómo me va.

—Ya lo noto. Nadie tiene la menor idea sobre ti. Y no has respondido a mi pregunta.

—Me miran a mí. La mayoría no me había visto desde el Gran Escándalo.

—¿Por eso quieres que finja que soy tu novia? ¿Para que todo el mundo se olvide de que no eres médico? Te iría mejor si repartieras tu tarjeta profesional. Y deja de tocarme. No puedo pensar con claridad. —Tiro de mi brazo.

—Ahora que he empezado, no puedo parar. —Me atrae hacia sí y pega los labios a mi oído—. ¿Eres tan suave por todas partes?

—¿Tú qué crees?

—Quiero saberlo. —Me roza con los labios el lóbulo de la oreja y yo ya no recuerdo de qué estábamos hablando.

—Dime, ¿por qué estás tan besucón y tan en plan noviete? —Examino sus ojos atentamente. Cuando responde, percibo con toda certeza que me oculta algo.

—Ya te lo he dicho. Eres mi apoyo moral.

—¿Para qué? ¿Qué es lo que me estoy perdiendo? —Levanto un poco la voz y algunas cabezas se vuelven a mirar—. Sasu, me siento como si estuviese esperando que caiga una bomba.

Me acaricia el lado del cuello con una mano. Yo me estremezco de tal modo que él se da cuenta. Cuando se inclina y me besa en los labios, cierro los párpados y todo deja de existir, salvo él. Quiero vivir solo aquí, en la oscuridad, sintiendo su antebrazo en la parte baja de la espalda. Sus labios me están diciendo: «Saku, deja de preocuparte». Una jugada desleal.

Abro los ojos y veo a una pareja —juraría que son los padres de Izumi— hablando a todas luces de nosotros. Ambos me inspeccionan con ojos entrometidos y especulativos.

—Deja de intentar distraerme. Hemos de pasar toda la cena. Y haz el favor de sacar temas de conversación y hablar con tus familiares. ¿Por qué estás tan tímido? —En cuanto lo digo, deduzco la respuesta—. Ah. Porque eres tímido. —Mi nuevo descubrimiento me ofrece una perspectiva ligeramente distinta desde la que observarle—. Durante todo este tiempo pensaba que no eras más que un cretino arrogante. Bueno, y lo eres. Pero hay algo más. En realidad, eres increíblemente tímido. —Él pestañea y yo deduzco sin más que he dado en el clavo.

Siento una extraña sensación que se despliega en mi pecho, que dobla su tamaño una vez y luego otra. No para de crecer, y crece cada vez más deprisa, inundándome con sus plumas como si fuera un gran almohadón. No entiendo qué sucede, pero noto que se me atora la garganta y que no puedo respirar. Él parece darse cuenta de que me pasa algo, pero no me agobia; solo levanta el brazo y me rodea los hombros mientras me sujeta la cabeza con la otra mano. Otra vez intento hablar pero no puedo. Él me sujeta, yo me aferro con las manos a sus solapas y el vestíbulo rojo del fondo destella como una joya.

—Ah, Sasu —dice Mikoto—. Aquí estáis. —Su voz adopta un tono cálido. Sasu da media vuelta sin soltarme, haciendo girar mis zapatos sobre el suelo de mármol.

Los ojos de su madre están un poquito más brillantes de la cuenta al mirarnos a los dos.

—Cuando estéis listos, ¿querréis venir al comedor? Estáis en nuestra mesa.

—Enseguida lo llevo para allá —le digo.

La sensación que tengo en el pecho se desinfla ligeramente cuando advierto que su madre se alegra de verlo acompañado. Me pongo más erguida y las manos de Sasu descienden por mi espalda. La gente desfila hacia el comedor para ocupar sus asientos y algunas cabezas se vuelven a mirarnos al pasar.

—¿Quién se supone que soy yo? —Lo intento por última vez—. ¿Tu ama de llaves?, ¿tu profesora de piano?

—Tú eres Fresita —dice él simplemente—. No hace falta que te inventes nada. Venga. Acabemos de una vez con esto.

Siento cierta inquietud al acercarnos a nuestra mesa. Sasu está tenso. Nos acomodamos en nuestras sillas y pasamos varios minutos examinando la decoración de la mesa y las tarjetas con nuestros nombres. Las demás están impresas, pero la mía está escrita a mano, supongo que debido a la confirmación tardía de mi asistencia.

Hay ocho personas sentadas a la mesa. Yo, Sasu, su madre y su padre, los padres de Izumi y el hermano y la hermana de Izumi. Estoy en la mesa de los cabezas de familia. Si hubiera sabido que iba a suceder esto cuando le ofrecí impulsivamente a Sasu mis servicios como chófer, me habría dado un puñetazo a mí misma en la cara.

Charlo un poco con el hermano de Izumi, sentado a mi izquierda. Chocamos las copas. Estoy rezando para que Sasu diga algo, cualquier cosa. Ya me dispongo a darle un golpe en el muslo cuando Mikoto rompe el silencio. La pregunta temida.

—Saku, cuéntanos cómo conociste a Sasu.

Me encojo por dentro. He respondido a esta pregunta por lo menos ocho veces hoy, pero no por eso se vuelve más fácil.

—Bueno. Hmm, a ver...

Ay, mierda. Parezco una acompañante a tanto la hora que no se ha preparado una buena mentira. ¿En qué hemos quedado con Sasu? ¿Yo soy Fresita? No puedo contarles la verdad. Si alguna vez he querido humillar a Sasu, ahora sería el momento. Casi me imagino diciéndolo: «Él me ha obligado a venir».

—Trabajamos juntos —dice Sasu con calma, partiendo su panecillo en dos—. Nos conocimos en el trabajo.

—Un romance en la oficina —dice Mikoto, haciéndole un guiño a Fugaku—. Son los mejores. ¿Qué pensaste la primera vez que pusiste los ojos en él?

Sé distinguir a una romántica cuando la tengo delante. Mikoto es una de esas madres que se tomará cualquier cumplido a sus vástagos como un cumplido para ella misma. Ahora mira a Sasu con infinita ternura, y yo no puedo evitar enamorarme un poco de ella.

—Pensé: Madre mía, qué alto. —Todos se ríen, salvo Fugaku, que inspecciona su tenedor, como para asegurarse de que está totalmente limpio.

—¿Cuánto mides tú, Saku? —me pregunta Hazuki, la madre de Izumi.

Otra pregunta temida.

—Uno cincuenta y dos, nada menos. —Es mi respuesta estándar y siempre arranca una carcajada.

Los camareros empiezan a servir los entrantes y mi estómago emite un gorgoteo hambriento.

—¿Y tú qué pensaste cuando viste a Saku? —le pregunta Mikoto a Sasu.

Ya puestos, podríamos estar en mitad de la mesa como centros decorativos. Esto empieza a ser absurdo.

—Pensé que tenía la sonrisa más bonita que había visto en mi vida —responde él con tono neutro. Hazuki y Mikoto se miran y se muerden el labio, abriendo los ojos y arqueando las cejas. Conozco esa mirada. Es la mirada de la Mamá Esperanzada.

Pero ni siquiera yo puedo contener la sorpresa.

—¿De veras?

Si es una mentira, se está superando a sí mismo. Conozco su cara mucho mejor que la mía, y no percibo ninguna falsedad. Él asiente y me señala el plato en silencio.

Me entero de que Izumi y Itachi se van a Hawái de luna de miel.

—Yo siempre he querido ir a Hawái. Necesito un poco de sol. Unas vacaciones ahora suenan de maravilla. —Aparto mi plato, que he dejado prácticamente como una patena, y recuerdo que tengo en el horizonte cercano mi viaje a Fresas Sky Diamond. Empiezo a explicárselo a Sasu, ya que él parece tan fascinado con ese lugar, pero su madre nos interrumpe.

—¿Estás muy ocupada en el trabajo? —pregunta Mikoto.

Asiento.

—Mucho. Y Sasu también.

Advierto que Fugaku suelta un ligero bufido y mira para otro lado con desdén. Vaya, esa expresión me suena. Sasu se pone rígido y Mikoto le dedica a su marido una mirada ceñuda.

Sirven el plato principal y yo me lanzo a desmantelarlo con entusiasmo. Empiezan a aparecer durante la comida diminutas grietas de tensión. Debo de ser muy lenta, pero no logro averiguar la fuente de este clima. Fugaku no ha dicho gran cosa, es cierto, pero parece un hombre bastante agradable. Mikoto, en cambio, está cada vez más tensa y, aunque trata de mantener el tono alegre e informal, su sonrisa resulta forzada. Noto que mira a su marido con ojos suplicantes.

Los camareros retiran los platos y veo que los principales miembros de la familia se preparan para sus discursos. Fugaku saca del bolsillo una pequeña ficha de cartón. Mientras prueban el micrófono, acerco un poco más la silla a Sasu, que me pasa el brazo por los hombros. Yo me reclino sobre él.

Hablan primero el padrino y la dama de honor de Izumi. Luego el padre de Izumi pronuncia un discurso dando la bienvenida a Itachi a la familia. Dice que es un gran placer ganar a un hijo y yo sonrío ante la sinceridad de su tono. Sasu me abraza más estrechamente y yo me arrebujo junto a él.

Fugaku se sitúa frente al atril y examina su tarjeta de cartón con una expresión que bordea la repugnancia. Se inclina sobre el micrófono y empieza a hablar.

—Mikoto me ha escrito algunas sugerencias, pero creo que voy a improvisar sobre la marcha. —Habla lenta, pausadamente, y con una pizca de sarcasmo que, según empiezo a comprender, es un rasgo hereditario entre los Uchiha varones.

Se oyen risas dispersas a lo largo del salón. Sasu se yergue en su silla. No necesito mirar para saber que frunce el ceño.

—Siempre he esperado grandes cosas de mi hijo.

Fugaku sujeta los bordes del atril y mira a los congregados. Por su forma de expresarse parece que solo tenga un hijo. O quizá estoy sacando demasiada punta a sus palabras.

—Y él no me ha decepcionado. Ni una sola vez. Nunca he recibido esa llamada que todos los padres temen. La llamada de «eh, papá, estoy colgado en México». Nunca la he recibido de Itachi. —Ahora suenan grandes carcajadas entre los reunidos.

—Ni tampoco de mí —me susurra Sasu al oído.

—Se graduó entre el cinco por ciento más alto de su clase. Ha sido un privilegio observar cómo se convertía en el hombre que veis aquí —prosigue Fugaku—. Su trayectoria ha sido cada vez más exitosa y es un profesional respetado entre sus colegas.

No percibo ninguna emoción en particular en su voz, pero sí observo que se queda mirando a Itachi durante unos segundos más de la cuenta.

—Debo decir que, el día que se licenció en la Facultad de Medicina, me vi a mí mismo en Itachi. Y fue un alivio saber que íbamos a ver continuada la dinastía de médicos.

Oigo que Sasu inspira hondo. Su brazo parece cada vez más tenso sobre mis hombros.

Fugaku levanta su copa.

—Pero yo creo que tu propia fuerza depende de la que tenga la persona con quien decides pasar tu vida. Y hoy, al casarse con Izumi, Itachi vuelve a hacer que me sienta orgulloso como padre. Y si me lo permites, Izumi, has elegido como marido a un Uchiha excepcional. Bienvenida a nuestra familia.

Todos levantamos nuestras copas; todos salvo Sasu. Me vuelvo y veo a un par de personas murmurándose al oído y observándonos. La madre de Izumi mira a Sasu con lástima.

Izumi y Itachi cortan la tarta y sirven una porción a cada invitado. Yo llevo todo el día esperando con ganas un pastel y no quedo defraudada, porque me ponen delante un enorme pedazo de tarta con un montón de chocolate.

—Gran discurso. Gracias por ese comentario —le dice Sasu a su padre.

—Era un chiste.

Fugaku sonríe a Mikoto, pero ella no parece complacida.

—Muy gracioso —masculla, con mirada glacial.

Yo sé cuándo conviene cambiar de tema.

—Esta tarta es como una condena a muerte a base de chocolate. Espero que no resulte demasiado perjudicial.

—Te sorprendería el daño que sufren las arterias por las dietas ricas en grasas —dice Fugaku.

—Pero un capricho de vez en cuando no importa, ¿verdad? O eso espero —digo, metiéndome un pedazo en la boca.

—Idealmente. Pero las grasas saturadas y las grasas trans, una vez en las arterias, ya no salen de ahí. A menos que tengas un ataque cardíaco y que te atienda alguien como Mikoto.

—Él es un poquito estricto consigo mismo —me explica Mikoto con tono tranquilizador mientras yo dejo el tenedor con estrépito y me llevo las manos al pecho—. Darse un capricho está bien. Está mejor que bien.

—Ella me ha pedido mi opinión —señala Fugaku muy serio—. Y yo se la he dado.

Observo que él no tiene tarta delante. Lo cual me recuerda la reunión de todo el personal. Sasu tampoco comió ningún pastel entonces. Lo miro de reojo y, para mi sorpresa, veo que coge su tenedor y empieza a comer tarta. Es un «¡que te den!» mayúsculo dedicado a su padre. Bocado tras bocado, engullimos el pastel ávidamente hasta que Fugaku arruga la frente con repugnancia. Es evidente que no está acostumbrado a que se desoigan sus sabios consejos.

—La tendencia a darse caprichos es peligrosa. Puede resultarte difícil corregirte cuando empiezas a ceder a los impulsos más pequeños y triviales. —Fugaku no está hablando de la tarta. Sasu deja el tenedor ruidosamente.

Mikoto parece desolada.

—Fugaku, por favor. Déjale en paz.

—Ven conmigo —le digo a Sasu. Y para mi relativa sorpresa, él se levanta obedientemente y me acompaña a un rincón en penumbra de la pista de baile vacía.

—¿Puedes hacer el favor de explicarme qué pasa? Esta tensión es insoportable. Lo lamento, pero tu padre se está portando como un idiota. ¿Siempre es así?

Él se pasa la mano por el pelo.

—De tal palo, tal astilla.

—No, tú no eres así. Habla todo el rato de forma maliciosa y tu madre está disgustada. Su discurso ha sido rarísimo. —Noto que estoy adoptando una actitud protectora con él y, al darme cuenta, siento una punzada en el plexo solar. Le cojo la mano, que tiene cerrada en un puño, y le acaricio los nudillos.

Él me mira los dedos.

—La cena ha terminado. Ya hemos pasado el mal trago. Es lo único que me importa.

—Pero ¿por qué da la sensación de que todos los ojos están vueltos hacia ti? Es como si todo el mundo estuviera mirándote para ver cómo lo llevas. En plan: «Aguanta, tío».

—Creo que pensarán que no lo estoy pasando tan mal —dice enlazándome la cintura con el brazo. La calidez de ese halago me llega directamente a la sangre (junto con unas dos mil calorías extra de la tarta).

—Pues se equivocan, porque nadie te lo hace pasar tan mal como yo. —Mi agudeza se ve recompensada con una sonrisa—. ¿Estás bien? Háblame, por favor, de ese Gran Escándalo sobre el que todos murmuran. No me cabe en la cabeza que tu negativa a convertirte en médico pueda provocar tanto jaleo.

No es frecuente ver a Sasu postergando las cosas, pero ahora lo hace.

—Es una larga historia. Primero voy al baño.

—Si te escapas por la ventana, me pondré furiosa.

—Volveré, te lo prometo. Y te contaré la triste historia completa. ¿No te importa que te deje sola un minuto?

—He tenido que alternar con la mitad de los invitados, ¿recuerdas? Seguro que encontraré con quién charlar.

Miro cómo se aleja y adopto una pose lo más natural posible.

Aún no he hablado con Izumi. Antes, cuando estábamos fuera, los fotógrafos no paraban de llevarla de aquí para allá, pero ella me ha sonreído y me ha dado la impresión de que es agradable. Ahora la tengo cerca; está hablando animadamente con una pareja de cierta edad, y, cuando ellos se retiran, le sonrío y la saludo tímidamente con la mano. Me sabe mal que tenga que aguantar a desconocidos en su boda.

—Hola, Izumi. Yo soy Sakura. La, hmm, acompañante de Sasuke. Muchas gracias por invitarme. La ceremonia ha sido preciosa. Y me encanta tu vestido.

—Encantada de conocerte. Me moría de ganas. —Sonríe ampliamente y, mientras me examina de arriba abajo, sus ojos oscuros se iluminan con indisimulado interés—. Tú eres la chica que ha fundido al hombre de hielo.

—Ah, hmm. No sé si «fundido»... ¿El hombre de hielo? —digo, balbuceando.

—¿Sabes que Sasu y yo salimos durante un año? —Agita la mano rápidamente, como quitándole importancia.

—¿Qué? No. —Siento como si se me hiciera un nudo en el estómago. Y luego otro. Ella se pasa la mano por el pelo, alisándoselo, aunque lo tiene perfecto. Es castaña. Alta, bronceada, con los ojos castaños. Es la Castaña-Alta.

Mi boca debe de dibujar un círculo perfecto. Me he quedado sin habla. Ahora empieza a encajar todo. ¿Hasta qué punto resultaría humillante asistir a la boda de tu exnovia sin acompañante; en especial, si se casara con tu propio hermano?

—¿Cuánto hace que conociste a Itachi? —Procuro modular mi voz, pero sueno como el GPS del coche.

—Bueno, yo lo conocí mientras salía con Sasuke, claro. Cuando empezó toda esa historia en la empresa de Sasuke, con la fusión y demás, empecé a hablar con Itachi para tratar de comprender por qué estaba tan distante. Sasuke no es demasiado hablador, que digamos, como sabrás.

Yo miro a todos los desconocidos que se han pasado la velada observando a Sasu. Querían ver cómo sobrellevaba la impresión de ver a esta belleza casándose con su hermano. Salieron un año entero. Seguro que se han acostado juntos. Esta castaña esbelta e inmaculada ha dormido en su cama. Lo ha besado en la boca. Trago una saliva repentinamente ácida.

—Itachi y yo congeniamos de inmediato. Ha sido todo como un torbellino. Nos prometimos hace solo seis meses. A mí aún me sabe mal, pero Sasuke y yo no encajábamos. Sus cambios de humor a veces me intimidaban. Todavía ahora no sé muy bien de qué hablar con él. Perdona, qué mala educación la mía. No le digas que te he dicho esto, por favor.

Tengo la sensación de que voy a romper a llorar y Izumi me observa con creciente alarma.

—Lo siento, Sakura. Creía que él te lo habría contado. Se le ve tan feliz contigo... Nunca me habría imaginado que pudiera llegar a estar tan locamente enamorado. Nunca lo estuvo de mí. Supongo que es lógico. Los hombres intensos como él suelen enamorarse perdidamente cuando se enamoran.

Sonrío en plan forzado, pero no resulta nada convincente. No puedo arruinar el alegre ambiente de la boda de Izumi, pero por dentro estoy hecha polvo. ¿Cómo he podido ser tan idiota de pensar que él me estaba exhibiendo así porque sí? Soy su apoyo moral para asistir a la boda de su exnovia. Si eso no es la definición de una acompañante de alquiler, a ver cuál es.

—Ay, Sakura. Siento haberte dado un disgusto, sobre todo si estáis empezando a salir. Pero Sasuke es todo tuyo.

Esbozo una débil sonrisa. No, no es mío.

—Itachi está especialmente sorprendido. ¿Qué es lo que me ha dicho antes? Algo así como: «Nunca había visto comportarse a Sasu como si realmente tuviera corazón».

—Claro que tiene corazón.

«Un corazón egoísta e interesado, pero un corazón al fin».

Una persona con aspecto de organizadora de bodas le hace una seña a Izumi y ella asiente con la cabeza.

—Su corazón es todo tuyo —me dice, dándome unas palmaditas en el brazo—. Ahora voy a lanzar el ramo. Apuntaré hacia ti —añade, y se aleja zigzagueando entre sus invitados, con una serenidad y una belleza que yo nunca tendré.

Unos brazos me rodean desde atrás. Noto un beso en la nuca, aunque diluido por el pelo. El efecto es todavía tan potente que tengo que tragar saliva. El DJ ha empezado a convocar a las chicas solteras en la pista de baile. La sensación de pánico empieza a crecerme en las tripas. Me sudan las palmas de las manos. Tengo que salir de aquí.

—Hola. ¿Dónde están tus nuevos amigos? —pregunta, empujándome hacia el grupo cada vez más nutrido de participantes.

—No, Sasu. No puedo.

La gente nos mira. Estoy como quien dice en el filo de la navaja: deseando montar una escena, pero sabiendo que no puedo. Las lágrimas y el pánico se van acumulando en mi interior. Sasu, normalmente perceptivo, no se da cuenta esta vez.

—¿Qué hay de tu espíritu competitivo?

Me da un último empujón con firmeza y me veo propulsada entre un grupo variopinto de féminas donde hay desde una joven dama de honor ceceante hasta una mujer de poco más de cincuenta que parece estar haciendo estiramientos de preparación. Todas tienen la vista fija en el ramo. Qué bonito. Todas lo queremos.

Veo a la madre de Sasuke apostada a un lado. Me sonríe un momento, pero su sonrisa se desvanece para dar paso a una expresión preocupada. A saber la cara que tengo ahora mismo. Izumi busca mis ojos con la mirada y veo que le duele de verdad haberme dado un disgusto. Sasu se sitúa cerca de su madre para ver mejor. Mikoto le hace un gesto para que incline la cabeza y le dice algo al oído. Sasu me mira fijamente.

En conjunto, la situación es excesiva.

—¡Allá vamos! —Izumi nos vuelve la espalda y finge ensayar el lanzamiento unas cuantas veces. El ramo es un conjunto de lirios rosados.

Yo apenas registro el impacto: las flores rebotan en mi pecho y caen en los brazos ansiosos de la dama de honor, que grita llena de regocijo. Todos los presentes menean la cabeza y se ríen ante mi falta de coordinación. Todos se vuelven hacia la persona de al lado y dicen: «Podría haberlas cogido ella».

Me siento tan desolada por no haber atrapado el ramo que el acceso de pánico se desata ahora en toda su plenitud.

Me río con educación y consigo salir lentamente por el otro lado de la pista de baile, sorteando a los espectadores. Luego casi echo a correr. Tengo que salir de aquí. Como sé que él va a seguirme, en vez de optar por el refugio más obvio —el baño de mujeres— me meto por el corredor del servicio y emerjo en el jardín que queda junto al hotel.

Unos chicos con camisa blanca y corbata fuman cigarrillos mientras manipulan sus móviles. Me miran con aire aburrido. Aprieto el paso hasta acabar trotando, corriendo. Mis tacones apenas rozan el suelo. Quiero seguir corriendo hasta llegar al agua. Quiero saltar a un bote y remar hasta una isla desierta.

Solo entonces seré capaz de afrontar la verdad.

Siento algo por Sasuke Uchiha. Es un sentimiento irreversible, estúpido, insensato. Si no, ¿por qué habría de dolerme tanto todo esto? ¿Por qué deseaba con toda mi alma envolver el ramo nupcial entre mis brazos y ver sonreír a Sasu? Camino por la orilla, presa de una gran agitación.

Oigo cómo se aproximan los pasos rápidamente. Contengo la impaciencia y me preparo para decirle cuatro verdades.

Y entonces me vuelvo y veo que es la madre de Sasuke.