24

—Ah, hola —acierto a decir—. Estaba... tomando un poco el aire.

Mikoto me mira, abre su bolso, saca un paquete de clínex y me da un pañuelo. Yo lo miro confusa, sin entender, hasta que me lo aplico en el ojo y veo que sale húmedo.

Nos quedamos las dos contemplando el agua, que brilla oscuramente bajo las últimas luces del crepúsculo. Estoy demasiado alterada para darme cuenta cabal de que voy a desahogarme con su madre. En este momento, me sirve cualquier persona dispuesta a escucharme con comprensión. Además, tampoco voy a volver a verla en mi vida.

—Él no me había contado lo de Izumi.

Mikoto se vuelve, afligida, hacia la extensión de césped.

—Debería habértelo contado. No tendrías que haberlo descubierto de esta manera.

—Ahora se entiende todo mucho mejor. No comprendo cómo he podido ser tan estúpida. Es realmente increíble cómo ha estado actuando...

—Como si estuviera enamorado de ti.

—Sí. —Se me quiebra la voz—. Una vez me dijo que es muy buen actor. No puedo creer lo que ha ocurrido.

Ella no dice nada, pero me pone la mano en el hombro. Todos los destellos de insensata esperanza parecen completamente extinguidos en este momento.

—No creo que para él haya sido un juego. —Mikoto tuerce la boca, pensativa.

La palabra «juego» solo sirve para consolidar el dolor que yo siento en las entrañas.

—Ay, disculpe, pero usted no se hace una idea de lo bien que se le dan los juegos. Es así cada día de nuestra relación profesional. De lunes a viernes. Aunque esta ha sido la primera vez que ha jugado conmigo durante un fin de semana.

Mikoto mira detrás de mí. Veo la silueta de Sasu bordeando el edificio con agitación. Ella menea la cabeza y él se detiene.

—Entonces, ¿por qué has venido aquí? —Parece sentir verdadera curiosidad.

—Le debía un favor. Y él me dijo que le serviría de apoyo moral. Yo no sabía por qué, pero vine de todos modos. Creía que tenía que ver con el hecho de que hubiera dejado la medicina. Y ahora voy y descubro que su exnovia se ha casado con su hermano... Me siento como si estuviera en un culebrón.

Mikoto me sujeta del brazo. Cuando vuelve a hablar, hay una sonrisa burlona y cariñosa en la comisura de sus labios.

—Yo hablo con Sasu los domingos, y he sabido de ti prácticamente desde que te conoció. Una chica preciosa, de ojos increíblemente verdes, con los labios de un rojo asombroso y el pelo de color rosa. Te describe como si fueras un personaje de cuento de hadas. Lo que no ha acabado de decidir todavía es si eres la princesa o la malvada.

Me aprieto la cabeza con los puños.

—La malvada. Me siento como la mujer más idiota del mundo por haber creído por un momento que él podía ser tan...

No consigo terminar la frase.

—Tú eres la chica que él llama Fresita. Cuando oí por primera vez tu apodo, lo supe sin más. Y te lo digo ahora: él nunca ha mirado a nadie como te mira a ti.

Empieza a irritarme esta mujer encantadora. Tiene una visión demasiado parcial, es evidente, y ya no me sirve de caja de resonancia. No puede creer que su hijo sea capaz de hacer nada hiriente. Abro la boca, pero ella me acalla con firmeza.

—Sasuke salió con Izumi. Y yo me alegro mucho de tenerla como nuera. Es una chica de lo más dulce. La Cenicienta no la aventaja absolutamente en nada.

—Es un encanto. Ella no es el problema.

—Pero Izumi nunca llegó a plantarle cara. Tú, en cambio, lo has hecho desde el primer día. Tú lo pones furioso. Nunca le has tenido miedo. Te has tomado tu tiempo para conocerlo, para sacarle ventaja en vuestras pequeñas escaramuzas profesionales. Tú te fijas en él.

—He procurado no hacerlo.

—Ni Sasu ni su padre son fáciles. Algunos hombres son una delicia. Itachi, por ejemplo. Razonable, tranquilo, siempre con una sonrisa. Sasuke también tiene un apodo para él. El señor Buen Chico, lo llama. Y es cierto. Lo es. Solo una mujer fuerte puede amar a alguien como Sasuke, y yo creo que esa mujer eres tú. Itachi es un libro abierto. Sasuke es hermético como una caja de seguridad. Pero vale la pena. Y aunque tú no me creerás, y no te lo reprocho esta noche, su padre también.

Mikoto le hace a Sasuke una seña y él empieza a caminar hacia nosotras a grandes zancadas.

—No seas demasiado dura con él, por favor. Tú podrías haber atrapado el ramo —me reprende—. Si hubieras extendido un poco los brazos.

—No he podido.

Ella me besa en la mejilla y me abraza con una amabilidad tan familiar que me veo obligada a cerrar los ojos.

—Un día podrás. Si decides quedarte, celebraremos un desayuno familiar a las diez de la mañana en el restaurante. Me encantaría veros allí a los dos.

Regresa por el camino e intercepta a Sasuke.

Ambos se ponen a susurrar apresuradamente. Fantástico. Mikoto está previniendo al enemigo sobre lo que le espera. Ya estoy harta de estar en este lugar, junto a estas aguas, bajo este cielo. Voy a sentarme en un banco bajo de hormigón e intento volver a guardarme el corazón dentro del pecho. Incluso su madre creía que Sasuke estaba enamorado.

—Has descubierto lo de Izumi. —En los veinte metros que le separaban de mí, seguro que ha preparado su argumentación.

—Sí. Buena jugada. Me has engañado, no cabe duda.

—¿Engañarte? —Se sienta a mi lado e intenta cogerme la mano, pero yo la aparto.

—¡Corta el rollo! Me has estado exhibiendo ante Izumi y su familia. Quizá deberías haber contratado a otra más guapa.

—¿De veras crees que esa es la razón de que te haya traído aquí? —Todavía tiene la cara dura de fingir consternación.

—Ponte en mi lugar. Imagínate que te llevo a la boda de mi exnovio y me paso todo el rato pegada a ti como una lapa. Te hago sentir especial. Importante. Te hago sentir atractivo. —Me tiembla la voz—. Y entonces descubres la verdad y te preguntas de repente si todo aquello ha sido real.

—Que te haya traído aquí no tiene nada que ver con Izumi. Nada en absoluto.

—Pero ella es la Castaña-Alta con la que rompiste después de la fusión, ¿no? La chica de la que hemos hablado esta mañana en la cama. Tu gran desengaño amoroso. ¿Por qué no me lo has contado entonces? —Me tapo la cara con las manos, apoyando los codos en las rodillas.

Sasuke se vuelve hacia mí en el asiento.

—Estábamos en la cama y tú empezabas a mirarme como si no me odiaras. Y ella no es mi gran desengaño.

Lo corto en seco.

—Yo habría estado dispuesta a ser una acompañante de pago, pero tú tendrías que haber hablado claro desde el principio. Ha sido una jugada de mierda y, francamente, estoy furiosa conmigo misma por no haber previsto que harías algo así.

Su ansiedad va en aumento. Me pone la mano en el hombro y me gira suavemente hacia él. Nos miramos a los ojos.

—Quería que vinieras porque quiero que estés conmigo. Me tiene sin cuidado que ella acabe de casarse con Itachi. Para mí, eso es agua pasada. ¿Cómo iba a contártelo esta mañana? Habría arruinado el momento. Sabía que reaccionarías así.

—Claro que estoy reaccionando así. —O sea, como un dragón que escupe fuego y derrama lágrimas—. ¿No te pedí expresamente que me dijeras si había algún tema delicado que necesitara conocer, para estar prevenida? Me lo podrías haber contado en la oficina. Hace días. No ahora.

—Tú no habrías accedido a venir en estas circunstancias, si lo hubieras sabido. Te habrías negado a creer que este fin de semana pudiera ser algo más que una simple comedia. En cualquier caso, habrías reaccionado negativamente.

Para mis adentros, reconozco a regañadientes que probablemente tiene razón. Si hubiera conseguido convencerme para que viniera, yo seguramente habría representado un papel (y, desde luego, habría llevado pestañas postizas).

Me roza la muñeca con un dedo.

—Lo creas o no, yo estaba pendiente de otras cosas. Los centros florales de mi madre. La actitud de mi padre. Tu nivel de glucosa en sangre. La necesidad de contarte esta historia había pasado a segundo plano. — Contempla las aguas y se afloja la corbata—. Izumi es una buena chica. Pero yo no te he traído aquí para demostrarle lo bien que me han ido las cosas. La verdad es que me tiene sin cuidado lo que piense.

—No me creo que puedas mirar la situación con tanta tranquilidad. —No detecto ninguna emoción en su mirada cuando vuelve los ojos hacia mí.

—Digamos que nunca la imaginé como mi esposa. No encajábamos el uno con el otro.

Oírle decir «mi esposa» me deja de piedra. Con los ojos abiertos, sin parpadear. Con las pupilas dilatadas como monedas. El terror y el pánico y el afán posesivo me dejan la garganta seca. Ahora no quiero analizar por qué me siento así. Preferiría arrojarme al agua y empezar a nadar.

Él me mira de soslayo, con la cara tensa.

—Ahora que te he asegurado que traerte aquí no forma parte de un sofisticado plan de venganza, ¿puedes explicarme la verdadera razón de que todo esto te moleste tanto? Quiero decir, dejando aparte mi mentira por omisión y las miradas de la gente. De gente que nunca más volverás a ver.

La conversación se está acercando demasiado al tremendo embrollo de mis nuevos sentimientos. Intento durante largo rato encontrar una respuesta que suene creíble a medias, cuando menos, pero al ver que no se me ocurre ninguna, me levanto de golpe y echo a andar de vuelta hacia el hotel con tanta celeridad que él tiene que alargar el paso para darme alcance.

—Espera.

—Me vuelvo a casa en autobús.

Intento cerrarle la puerta del ascensor en las narices, pero él mete el hombro con facilidad. Pulso el botón de la cuarta planta y saco mi móvil para buscar los horarios de los autobuses. No tengo ni idea de la hora que es. Veo que he recibido varias llamadas perdidas. Sasuke intenta hablar, pero yo levanto la mano para acallarlo y él acaba cruzando los brazos, exasperado.

Reviso las llamadas distraídamente. Deidara ha intentado localizarme un par de veces a lo largo de la tarde. También me ha enviado algunos mensajes de texto, tipo: «¿Tienes alguna preferencia para el tipo de letra?», «Bueno, lo escogeré yo», «¿Podrías llamarme cuando tengas un momento?».

Suena la campanilla del ascensor.

Sasuke parece a punto de volverse loco de remate. Conozco la sensación.

—Déjame tranquila —le digo con la máxima dignidad posible y recorro el pasillo hasta el fondo, donde hay un par de sillones junto a una ventana salediza. Durante el día, sería un buen rincón para sentarse con un libro. De noche, mientras los últimos destellos del crepúsculo se apagan en el cielo, es el lugar perfecto para enfurruñarse a gusto.

Me siento y marco el número de la compañía de autobuses. Resulta que sale uno directo a las siete y cuarto, y que tiene que hacer una parada en el hotel para recoger a otra persona. Los dioses me sonríen.

Si vuelvo a la habitación tendré que terminar de aclarar las cosas con Sasuke, y yo ahora estoy demasiado quemada. No me quedan fuerzas. Tengo que dejarlo para más adelante.

Deidara responde al segundo tono.

—Hola —dice con cierta frialdad. Nada más irritante que un cliente imposible de localizar, supongo. Especialmente cuando le estás haciendo un favor.

—Hola, perdona que no respondiera. Es que estaba en una boda y tenía el móvil en silencio.

—No importa. Acabo de terminar.

—Muchas gracias. ¿Ha ido todo bien?

—Sí, en gran parte. Ahora estoy en casa probándolo en mi iPad, pasando las páginas y demás. El formateado tiene buena pinta. ¿De quién era la boda?

—Del hermano de un completo gilipollas.

—Estás con Sasuke.

—¿Cómo lo has adivinado?

—Tenía un presentimiento. —Se echa a reír—. No te preocupes. Tus secretos están a buen recaudo conmigo.

—Eso espero. —A estas alturas no podría importarme menos que corriera la voz. De hecho, me estaría bien empleado verme humillada por los pasillos de D&G.

—¿Cuándo vuelves? Me gustaría enseñarte el resultado final.

—Mañana. Te llamo cuando esté de vuelta y quedamos.

—Con que te pases el lunes por la tarde, ya me va bien. Te he preparado la hoja de cálculo que me pediste, especificando el tiempo empleado para el proceso, los costes estimados de un diseñador en condiciones normales, y también los de un miembro asalariado de la empresa.

—Me dejas impresionada. Quizá debería llevar una pizza de agradecimiento.

—Sí, por favor. —Su voz desciende media octava y adopta un tonillo malicioso—. Bueno, ¿y qué te has puesto para la boda?

—Un vestido azul...

Veo a Sasuke reflejado en la ventana, por encima de mi cabeza, y doy un respingo. Él me quita el teléfono de la mano y mira el identificador de llamada.

—Soy Sasuke. No vuelvas a llamarla. Sí, hablo en serio —dice. Cuelga y se guarda el móvil en el bolsillo.

—Eh. Dame mi teléfono.

—Ni hablar. ¿Era con él con quien tenías que hablar a escondidas? —La expresión de sus ojos se vuelve oscura y acerada.

—¡Es un asunto de trabajo!

Sasuke me sujeta de las manos para hacerme levantar. Se abre una puerta en el pasillo. Estamos demasiado cerca de las demás habitaciones para entregarnos a una de nuestras peleas a gritos. Los dos de morros, desfilamos en silencio hacia nuestra habitación. Procuro no cerrar de un portazo.

—¿Y bien? —Sasuke cruza los brazos.

—Era un tema de trabajo.

—Sí, seguro. Una llamada de trabajo. ¿Una pizza? ¿Qué llevas puesto?

Me examina de arriba abajo con los ojos entornados, como si estuviera contemplando la posibilidad de arrancarme la piel a tiras. Me identifico totalmente con él. Yo sería capaz de darle un puñetazo en la cara. La energía y la furia hacen que el ambiente se vuelva casi sulfúrico. El problema con Sasuke es que, aun cuando está furioso, sigue resultando delicioso mirarlo. Tal vez incluso más que en condiciones normales. Todo él concentrado en el brillo oscuro de los ojos, en la tensión airada de la mandíbula. El pelo alborotado, la mano en la cadera tensando la camisa azul. Con lo cual a mí me resulta un poquito más difícil estar enfadada con él, porque he de hacer un esfuerzo para no reparar en todo eso. Una misión imposible con la que me he debatido desde que lo conozco. Aun así, persevero.

—No tienes ningún derecho a sermonearme. Sabía que esto iba a ser un desastre desde el instante en que me subí a tu coche. —Me quito los zapatos con un par de puntapiés—. Me voy enseguida. Hay un autobús.

Cojo mi maleta, pero él me detiene alzando la mano.

—Entre Deidara y Izumi, hemos tenido hoy una buena ración de revelaciones celosas, ¿no crees? Si no quieres escucharme por una vez, voy a explotar. —Se arranca los gemelos, los arroja sobre el tocador y se sube las mangas, mascullando para sí—. El jodido gilipollas. ¿Qué llevas puesto? Ese tipo se la está buscando de verdad.

La expresión de su rostro hace que me pregunte si yo también me la estaré buscando. Me sitúo por si acaso detrás de un sillón, para establecer al menos la ilusión de cierta distancia, pero él señala el suelo frente a sus zapatos de cuero.

—No te escondas. Ven aquí.

—Más vale que te portes bien. —Cruzo la habitación y me planto ante él, con los brazos en jarras, para darme un poco de empaque. Él se toma unos instantes para decidir cómo actuar.

—Dos cuestiones muy sencillas, de entrada. Deidara y Izumi.

Parece que esté tomando las riendas de una reunión del consejo directivo. Solo le falta la lámina de una presentación proyectada a su espalda.

—¿Te importa Deidara? ¿Podrías llegar a quererle? —Esos ojos son propios del rey de los asesinos en serie.

—He llamado a Deidara por un tema de trabajo. Algo relacionado con mi entrevista. Ya te lo he dicho. Y ya me disculparás si no deseo contarle mis secretos a la persona con la que estoy compitiendo.

—Responde a mi pregunta.

—No, y no. Deidara me está ayudando a preparar algo que voy a utilizar en mi presentación. Es un trabajo de diseño, y él ahora es freelance. Me está haciendo un favor inmenso al trabajar durante el fin de semana. Pero me tendría sin cuidado no volver a verle.

La expresión enloquecida de sus ojos se atenúa unos cuantos grados.

—Pues a mí Izumi me tiene sin cuidado. Por eso me dejó por mi hermano.

—Podrías habérmelo contado. En tu apartamento, en el sofá. Yo habría intentado comprenderlo. Entonces casi éramos amigos. —Me doy cuenta de que hay otra cosa que me duele: que no haya confiado en mí.

—¿Tú crees que cuando finalmente te tengo sentada en mi sofá voy a ponerme a contarte que fui un novio tan desastroso que ella acabó yéndose con mi hermano? No es una tarjeta de presentación muy brillante que digamos. Después de semejante confesión, ¿habrías querido que nos siguiéramos viendo?

Detecto una sombra de rubor en sus pómulos. Está terriblemente avergonzado.

—¿Y para qué he venido, entonces? Era como apoyo moral, ¿recuerdas?

Observo cómo intenta varias veces encontrar una réplica sin conseguirlo.

—Si alguien me rompió el corazón no fue Izumi. Fue mi padre. —Se tapa la cara con las manos—. Tú has adivinado desde el principio por qué necesitaba apoyo moral. No había ningún gran secreto. Es la medicina. Lo dejé, fracasé, defraudé todas las expectativas. Si estás aquí es porque mi propio padre me da miedo, joder.

—¿Qué... qué te hizo? —Apenas me atrevo a preguntar.

Yo, al pensar en padres, pienso en el mío. Un vendaval enorme, ruidoso y divertido desde que era niña, siempre sorprendiéndome con pitufos y con besos que me raspaban en la mejilla. Me consta que hay padres malos. Al ver la expresión de Sasu, desearía con toda mi alma que él no hubiera tenido uno.

—Mi padre me ha ignorado toda la vida.

Da la impresión de que es la primera vez que lo dice en voz alta. Mira hacia el suelo, abatido. Me acerco más. ¿Otro giro imprevisto del calidoscopio? Su dolor me desagarra por dentro.

—¿Te pegaba? ¿Te obligó a estudiar Medicina?

Sasu se encoge de hombros.

—Hay una expresión en la familia real británica: el heredero y el segundón. Yo soy el segundón. Itachi fue el primogénito. Mi padre no es de las personas que están dispuestas a dispersar sus esfuerzos, no sé si me entiendes. Ellos planeaban tener solo un hijo, además. Yo fui una sorpresa.

—Pero seguro que fuiste un hijo deseado. —Ahora tengo sujeto el puño arrugado de su camisa y le doy una sacudida torpemente—. Mira lo mucho que te quiere tu madre.

—Pero, para mi padre, yo no figuraba en los planes. Él se ha concentrado siempre en Itachi; y ya lo ves ahora: mi hermano es el hijo predilecto, el único hijo a efectos prácticos, el hijo que lo llena de orgullo el día de su boda.

No me mira a los ojos. Estamos pisando un terreno doloroso, profundo y antiguo.

—Lo que yo hacía no merecía siquiera una mención. Mi padre no quería pagar un centavo por mi educación universitaria; pero mi madre, sí. Yo me mataba a estudiar como un auténtico masoquista. Pero no había modo de complacerle. —Parece como si la amargura que desprende su voz lo estuviera ahogando.

A mí la rabia me rebosa por los poros. No puedo por menos que abrazarlo y apretar hasta que me duelen los brazos.

—Yo pensé que si llegaba a ser médico, quizá...

—Quizá se fijaría en ti. —Tal como su madre ha dicho.

—Y mientras, Itachi, el hijo modélico, incapaz de cometer un error, hacía que pareciera fácil conseguirlo. El problema con Itachi es que es tan bueno... Es rematadamente amable. Haría cualquier cosa por los demás. Hasta levantarse de la cama en mitad de la noche y venir en coche a ayudarme cuando tú estabas enferma. ¿Se puede ser más amable? A mí me resulta imposible odiarlo. Y me gustaría. Me encantaría poder odiarle.

—Es tu hermano. —Enlazo el brazo con el suyo—. Es evidente que haría cualquier cosa por ti.

—Así que hay un hijo perfecto en la familia, y luego estoy yo. Y quizá yo también puedo ser el mejor en algo, aunque solo sea en comportarme como un cabrón. Yo nunca seré amable. Has de imaginarte lo que fue crecer con un padre como el mío. Tuve que volverme así para resistir.

Pienso en su forma imperiosa de moverse por D&G, tratando de ocultar su timidez y su inseguridad tras esa máscara.

—Lamento tener que darte la noticia, Sasu, pero, por debajo de ese caparazón, tú también eres amable.

—No me interesa ser el segundo en nada. No voy a volver a ser el segundón en mi vida.

Su voz resuena con una férrea determinación. Pienso en el ascenso y una parte de mi cerebro suspira: «A la mierda».

—¿Esa es la razón de que siempre me hayas odiado? Yo soy amable: demasiado amable, cosa que tú siempre has detestado. —Me arreglo un poco la manga del vestido.

—Me reventaba verte actuar de buen corazón con personas que se aprovechaban de tu amabilidad. Me daban ganas de defenderte, de protegerte de esos aprovechados. Pero no podía hacerlo, porque tú me odiabas, así que tenía que dejar que te defendieras por tu propia cuenta.

—¿Y mi amabilidad te impedía odiarme? —Mi tono esperanzado me vuelve francamente patética.

Él me pone el pulgar bajo la barbilla y me alza la cara.

—Sí.

—Vaya. Qué historia más triste.

Cuando me besa en la mejilla, comprendo que es una disculpa. Y sospecho que probablemente voy a aceptarla.

—No me malinterpretes. No pasé una infancia traumática ni nada parecido. Siempre tuve un techo sobre mi cabeza y todo lo demás. Y mi madre es buenísima —añade, con una nota de afecto en la voz—. No me puedo quejar.

—Sí, sí puedes.

Él me mira, sorprendido.

—No es justo que te ignoren o te hagan sentir insignificante. Tú has logrado un montón de cosas en tu carrera profesional. Deberías sentirte orgulloso de ti mismo. —Subrayo las últimas palabras—. Tienes derecho a quejarte todo lo que quieras. Yo estoy contigo, ¿recuerdas?

—¿En serio? —Noto que la tensión se ha aflojado un poco en su interior—. Nunca creí que oiría tales palabras de tus labios Lanzallamas; y menos aún después de lo de esta noche.

—Ya somos dos. Bueno, ¿y qué sucedió cuando terminaste el curso preparatorio de Medicina? Seguro que entonces tu padre debió fijarse en ti.

—Mi madre armó un gran revuelo. Montó una fiesta e invitó a toda la gente que me había conocido a lo largo de los años. Fue en nuestra casa de aquí, en la playa. Supongo ahora, echando la vista atrás, que fue una gran fiesta. Pero mi padre no asistió.

—¿Se la saltó? —Lo abrazo con fuerza, apoyando la mejilla en su pecho. Noto que desliza las manos por mi espalda, como si me estuviera consolando a mí.

—Sí. No se molestó en cambiar el turno del hospital, como mi madre le pidió. Se la saltó del todo. Cuando Itachi terminó el curso preparatorio, mi padre le regaló el Rolex de nuestro abuelo. En mi caso, ni siquiera se molestó en presentarse. Él siempre ha sabido que yo no estaba hecho para la medicina. Ver cómo me esforzaba con tanto ahínco me volvía más patético.

—O sea, que no se presentó a la fiesta... ¿y tú no has hablado con tu padre como es debido desde hace cinco años? Debes darte cuenta de que esta situación hace sufrir a tu madre, ¿no? Siempre tiene los ojos brillantes, como si estuviera conteniéndose para no llorar.

—Esa noche cogí una borrachera increíble. Me senté sobre la arena, junto al agua, y vacié una botella de whisky a morro. Yo solo. En plan melodramático. A mi espalda, la casa estaba a reventar de invitados, pero nadie notó que el homenajeado se había ido.

Parece ligeramente divertido, pero yo sé que por debajo se siente herido en lo más hondo. Recuerdo que una vez, hace un millón de años, en una reunión de departamento, me pregunté mientras lo observaba si alguna vez se sentiría solo y aislado. Ahora conozco la respuesta.

—Así que te quedaste ahí fuera, borracho. ¿Qué hiciste después? ¿Entrar y montar una escena?

—No, pero comprendí que, a pesar de todos mis esfuerzos para buscar su aprobación, no había obtenido ningún resultado. Yo soy como él quizá. ¿Por qué intentarlo siquiera? ¿Por qué molestarse? Allí mismo, en ese momento, decidí que dejaría de intentarlo. Que cogería el primer empleo que encontrara.

Me gira ligeramente en sus brazos y, cuando vuelve a estrecharme, me empieza a acariciar el hombro como si fuera yo la que necesitara consuelo.

—Dejé de hacer el menor esfuerzo para conectar con él. Y fue como si me hubiera librado de la mayor fuente de tensión que había en mi vida. Dejé de intentarlo. Cuando quiera actuar como un padre, pensé, habrá de ser él quien dé el paso.

—¿Y no lo ha dado?

Sasu continúa hablando como si no me hubiera oído.

—Lo que me da rabia es que cuando pasé a hacer un máster en Administración de Empresas en horario nocturno, mientras trabajaba en Dōtonbori, él no pareció impresionado en absoluto. Como si no tuviera nada que decir. Como si ni siquiera reparase en mí lo suficiente para sentir una decepción. Pero sí lo he decepcionado. Una y otra vez a lo largo de mi vida. Para él, mi carrera profesional es un chiste.

Me sorprende lo furiosa que me estoy poniendo mientras lo escucho. Pienso en Fugaku, en el rictus sarcástico que tiene constantemente en la cara.

—Tu padre se ha perdido contigo algo especial. ¿Por qué es de esa manera?

—No lo sé. Si lo supiera, quizá podría cambiarlo. Él siempre ha actuado así conmigo, y con la mayoría de la gente.

—Pero hay una cosa que no entiendo, Sasu. Tú estás sobradamente cualificado para lo que haces en D&G.

—Ambos lo estamos —me dice.

—¿Por qué sigues allí?

—Antes de la fusión, estaba todos los días a punto de dejarlo. Pero yo ya tenía fama de rajarme en la familia.

—¿Y después de la fusión?

Él mira para otro lado. Veo que la comisura de sus labios se curva en una sonrisa.

—El puesto tenía algunos alicientes.

—Disfrutabas demasiado peleándote conmigo.

—Sí —reconoce.

—¿Cómo terminaste trabajando en Dōtonbori, de todos modos?

—En un acceso de rabia, presenté solicitud para veinte puestos distintos. Y esa fue la primera oferta que recibí: la de humilde servidor de Daore Dōtonbori.

—¿Ni siquiera te importaba el tipo de trabajo? Yo tenía tantas ganas de entrar en una editorial que me eché a llorar cuando conseguí el puesto.

Él tiene la gentileza de poner una expresión culpable.

—Supongo que ahora te parecerá una injusticia si yo consigo el ascenso.

—No. El proceso se basa en el mérito profesional. Pero debes saberlo, Sasu. Es mi sueño. D&G es mi sueño.

Él no dice nada. ¿Qué podría decir?

—Entonces, ¿de veras no me has traído aquí para demostrarle a Izumi que ahora estás con una pequeña empollona sexi?

A estas alturas, conozco su cara mejor que la mía, y no percibo el menor atisbo de falsedad cuando responde.

—No podía enfrentarme a mi padre yo solo. Para él, soy una vergüenza. Dejé la facultad, tengo un trabajo administrativo, mi novia se fue con mi hermano. A sus ojos, no soy nada. En cuanto a Itachi y Izumi, por mí pueden tener diez hijos y vivir casados cien años. Me tiene sin cuidado. Que les vaya bien.

Me permito decirlo por fin:

—Está bien. Te creo.

Permanecemos callados unos momentos.

—Lo peor —continúa Sasu— es que todavía me pregunto cómo sería ahora mi vida si hubiera seguido estudiando Medicina.

—Para mí, la medicina es un gran misterio. Hay infinidad de cosas dentro de mí sobre las que no tengo la menor idea. Como si fuera la alcaldesa de una ciudad que nunca he visto.

Él sonríe ante mi modo de formularlo.

—Si supieras la cantidad de pequeños milagros que se producen cada vez que respiras, te quedarías de piedra. Una válvula puede cerrarse y no volver a abrirse; una arteria puede perforarse y causarte la muerte. En cualquier momento. Todo lo que sucede en tu diminuta ciudad es milagroso.

Me da un beso en la sien.

—Santo cielo. —Me aferro a él con más fuerza.

—Si vieras las cifras de la gente que se acuesta por la noche y no vuelve a despertar, no te lo creerías. Personas normales, sanas, ni siquiera muy mayores.

—¿Por qué me dices esto? ¿Es lo que tienes en la cabeza?

Hay un largo silencio.

—Antes sí. Ahora ya no tanto.

—Me parece que me gustaba más creer que estaba llena de huesos y porquería roja, simplemente. ¿Creerás que ahora estoy pensando si podría morirme esta noche?

—Ya ves por qué no sirvo para la charla intrascendente. Ah, y siento que mi padre te haya asustado sobre los efectos del pastel. Tiene celos, porque él no puede permitirse disfrutar de algo. Me parece que yo llevaba varios años sin comer pastel. Madre mía, qué bueno estaba.

—Somos un par de cerditos, tú y yo. ¿Quieres que bajemos para ver si ha quedado un poco?

Él me mira con cautela.

—¿No te vas?

Yo recuerdo mi plan de volver a casa en autobús.

—No, no me voy.

Me resulta cómodo que todavía esté sentado sobre el tocador. Así, cuando le cojo la cara con las manos, puedo alcanzarle poniéndome solo un poco de puntillas. Así puedo sentir las chispas que saltan por el aire entre nuestros labios y el dulce suspiro de alivio que él deja escapar. Noto cómo se acelera su pulso bajo mis dedos. Es un juego bastante enrevesado el que hemos estado jugando para llegar a este punto.

Me resulta cómodo que todavía esté sentado sobre el tocador, porque así puedo atraer sus labios hacia los míos.