¡Holaaaaaaaaa! POR DIOS. YO SÉ, YO SÉ, NO ME FUNEN... Soy consciente de que me tardé más de un desgraciado AÑO en seguir esta historia, pero... cosas pasaron, y mis excusas no valen. Realmente me sentí mal por esto, prácticamente siempre. PERO un acontecimiento me dio el impulso y la determinación para finalmente volver a abrir mi Word y terminar este regalo como se merece.
Algunos ya sabrán, otros no, pero ese acontecimiento es nada más ni nada menos que el cumpleaños de la increíble autora del fanfic en el que está situado este Three-Shot: DAIKRA. ¡SÍ! Quise finalizarlo en su cumpleaños por hacerle honor, además de que hace poquito, a principios de mes, Nota: Los hermanos no follan cumplió SIETE años de haber sido publicado... ¿No es impresionante? TODO CONCUERDA. Era ahora, o nunca.
No los voy a enredar mucho antes de leer, así que mejor nos vemos en las N/A al final. ¡Disfruten!
Fuerza Mayor
Ya habían transcurrido tres días.
Tres días en los que los hermanos no pudieron intercambiar más que algunas pocas palabras por culpa de la extrema vigilancia. Además, era de suma importancia para su plan evitar provocar cualquier tipo de sospecha, pero sí que sacaron ventaja de cada pequeña oportunidad para regalarse miradas repletas de amor y esperanza, como una búsqueda de consuelo, como una manera de expresarse calma mutuamente y decirse que ya pronto llegaría el momento de empezar una vida juntos, y solos.
En sus charlas limitadas, InuYasha le pidió a Kagome que se realizara la prueba para tener una confirmación. Aprovechando el no tan vasto conocimiento que su hermano tenía en esa área, le respondió que era preferible esperar unos días más para asegurar el resultado; que, a veces, si se apresuraba, podía arrojar un falso negativo.
Pero ella sabía perfectamente que ya había pasado el tiempo necesario. La realidad era que intentaba retrasarla lo más posible. Puso todas sus esperanzas y deseos en ese no-confirmado embarazo, tomándolo como la excusa perfecta para convencerse a sí misma de que su decisión de escaparse con su hermano era totalmente lógica y correcta y no nada más un capricho surgido de sus retorcidos sentimientos incestuosos, porque… ¿En qué mundo era bueno separar a un padre de su hijo? Si esperaba un bebé de InuYasha, lo mejor siempre iba a ser que se criara con los dos, e irse juntos tenía que ser la opción correcta.
Pero si resultaba que ese embarazo no existía, entonces… ¿Cuál era la excusa?
Ella deseaba irse con él; pensar en eso era lo único que la mantenía en pie, pero… muy dentro sabía que eso estaba mal, que eso destrozaría a sus padres, a quienes amaba y no tenían la culpa de que sus hijos se hayan enamorado entre ellos, y que destruirían su familia con esa decisión.
Por lo que necesitaba con desespero una razón de fuerza mayor para llevar a cabo semejante acto. Un bebé era, indiscutiblemente, suficiente motivo.
Lo que no pudo prever fue a sus padres presionando a InuYasha para irse, acusándolo de estar estirando el tiempo, y que ya debería estar subido a un avión rumbo a Inglaterra. Toda una desesperada situación que concluyó con ella en su baño, sentada en el váter, sosteniendo su prueba comprada en farmacia, observando con terror la única línea que se había dibujado sobre esta.
—Esto no puede ser… —susurró incrédula, al borde de las lágrimas. Procedió a negar con la cabeza una y otra vez.
Negativo.
Una poderosa presión se instaló en su pecho, seguida de una fuerte corriente de desesperación. ¿Cómo podía ser eso posible? Algo tenía que estar mal. Ese resultado no era posible. Así que no dudó en tomar sus cosas rápidamente y correr hacia la clínica en busca de una segunda oportunidad.
No alcanzó a llamar a Tanaca para que la acompañara durante el proceso, así que se encontraron después de que la azabache se tomara la muestra. Juntas esperarían a que la llamen para darle su resultado.
—Los falsos negativos no son algo común, Kagome… —deseaba sentir calma tras el resultado de la prueba casera de su mejor amiga, pero la insistencia por parte de Kagome le hacía dudar de cuáles eran sus reales intenciones.
—Pero es que no tiene sentido. Tengo cada maldito síntoma. ¿Cómo explicas eso?
—Puede haber cientos de razones para eso. Además, soy yo o… ¿estás deseando obtener otro resultado? —inquirió con desconfianza. Su actitud era diferente a la de la última vez que se vieron, y eso la ponía más inquieta.
—¿De qué hablas? Claro que no. —maquilló una respuesta rápida y poco convincente.
—¿Qué fue lo que InuYasha te dijo? —sintió que ese cambio de actitud por parte de Kagome tenía que ver con esa charla que ella insistió en tener con él. No usó un tono muy amigable para preguntar, pero fue lo que le salió. No podía quedarse de brazos cruzados viendo como todo se le iba de las manos a su amiga.
Los nervios se apoderaron entonces de la joven azabache. ¿Qué le diría a Sango? Además, percibía una mirada un tanto incriminadora de su parte. Si le dijera sobre el plan, probablemente no se lo tomaría muy bien. No estaba en una posición que le permitiera arriesgarse.
—Taishō, Kagome.
Salvada por la campana, saltó de su silla para ir en busca del resultado. Una vez en sus temblorosas manos, posó sus orbes chocolate sobre el mismo para leerlo.
Negativo.
Nuevamente, esa presión tan familiar en su pecho volvió a enquistarse y, en esta ocasión, a expandirse hasta su estómago, provocándole ganas de vomitar. Las esperanzas a las que tanto se había aferrado en los últimos días acababan de esfumarse en un muy doloroso abrir y cerrar de ojos. Pronto se culpó por las ilusiones que había creado tan rápido y con tan poca solidez, pero… en un plano de desesperación tan grande, aquello había simulado ser una luz al final de un túnel muy oscuro o, al menos, eso fue lo que creyó ver.
Sus ojos se humedecieron al instante y tuvo que contenerse para no desplomarse y explotar en llanto. El peso del mundo, de las circunstancias y de sus errores caía sobre sus hombros y amenazaban con arrojarla al suelo sin piedad alguna.
Por suerte, su mejor amiga, su hermana del alma, estaba allí para impedirlo.
—Kagome… —murmuró con suavidad mientras colocaba su mano sobre su hombro. No hizo falta tomar el papel para comprobarlo ella misma, ya sabía qué decía ahí con solo ver el rostro afligido de la muchacha.
—No… —la voz de Taishō sonó más quebrada de lo que pretendía.
—Si sabes que esto llegó demasiado lejos… —la castaña no tenía idea de cómo abordar el tema, pero debía decírselo de alguna forma. La miró directamente y esperó una respuesta, pero al no obtenerla, insistió—. Lo sabes, ¿verdad?
—Sango… —sollozó. Apartó el papel de su vista para devolverle la mirada hundida en desconsuelo a su amiga—. Esta era mi única oportunidad para largarme con él.
La única para hacerlo sin culpa, o sin un remordimiento fuerte, y odiaba admitírselo, pero no podía escapar de esa verdad.
—Lo sé… pero sabes que esto no puede seguir así. Te conozco. —Tanaca tenía razón, y eso también era una fuente de dolor para Kagome. Sango era la única capaz de descifrar lo que realmente sentía en ese momento. Si no la estuviera viendo tan atormentada, quizás… no habría necesidad de que le recordara nada, o le reprochara algo. La azabache era consciente de que demostraba, con cada fibra de su ser, lo difícil que le resultaba marcharse con su hermano sin más y abandonar a sus padres tras todo lo ocurrido. Simplemente, no podía, no estaba bien; algo en su interior saltaba como una alarma cada vez que esa idea se le venía a la mente…
Y no podía ignorarla, incluso deseando poder hacerlo.
—Él… se veía ilusionado… se veía… —inspiró con dificultad debido a la congestión—. dispuesto a todo… —cerró sus ojos con pesar y dejó que más lágrimas recorrieran sus mejillas—. ¿Có-cómo haré… p-para…?
Sango no lo dudó y tomó su mano en ese segundo.
—Ven, iremos juntas. —propuso con firmeza—. Pase lo que pase, estaré ahí. ¿Está bien?
Con un asfixiante nudo en la garganta, Kagome apenas pudo responder aferrándose al cuerpo de su mejor amiga para que ésta la envolviera en un abrazo.
Dos toques sobre su puerta lo sacaron de su ensimismamiento al instante. Se encontraba sentado en su cama organizando algunas cosas cuando los escuchó.
—Adelante. —dijo de manera neutral, sin pensar realmente en quién podía ser; no sabía si alguno de sus padres, la empleada con actitud de guardia o…
—Kagome… —la nombró sorprendido, y hasta nervioso al verla ingresar en su habitación; su presencia siempre alteraba todas sus emociones juntas. Se paró rápidamente e, inevitablemente, sus ojos se posaron sin rodeos sobre la hoja de papel que sostenía la azabache.
Tragó duro, y su corazón palpitaba hasta un punto en que parecía que iba a salírsele del pecho sin problemas. Un pequeño temblequeo empezó a hacerse presente en sus extremidades. Pero, ver entrar a Tanaca segundos después lo desestabilizó aún más. Algo le decía que no era una buena señal.
—Sango. —pronunció serio, pero internamente asustado—. ¿Son los resultados? —se dirigió a Kagome.
—Sí. —escuchó su voz profundamente repleta de angustia, y eso no le gustó para nada. Peor aun cuando se dio cuenta de que su hermana había estado llorando al notar que su perlada piel se tornaba rojiza en la zona de la nariz y mejillas; sus orbes chocolate se mostraban vidriosos y con la esclerótica enrojecida. Con todo ese contexto, hizo un par de pasos para tomar el papel que Kagome le estaba alcanzando y cada uno fue más caótico que el otro.
Cuando dejó caer sus orbes dorados sobre éste, lo supo, por fin. Su interior dio un vuelco y, por poco, sintió que se le iba a bajar la presión. Sin embargo, no dejó que esa sensación tomara el control. Repentinamente, cambió su expresión a una más determinada y negó con la cabeza.
—No me importa.
No, por todos los cielos, no. Kagome dejó ir un suspiro ahogado y deseó con todas sus fuerzas que la tierra se la tragara. ¡Su última oportunidad era que él también sintiera lo mismo que ella! ¡Que también sintiera esa culpa, que también fuera difícil para él! Pero no… su fortaleza, o su retorcida mente no dejaba que algo como eso lo afectara lo suficiente como para terminar con esto de una buena vez.
¿Por qué tenía que complicarlo todo? ¿Por qué se veía obligada a tener que lastimarlo para ponerle fin a este desenfreno?
—Esto no tiene por qué cambiar-
—InuYasha… —interrumpió la castaña, más al ver que su amiga no mostraba signos de poder reaccionar adecuadamente—. Tú sabes… —hizo una pausa para corregirse— ustedes saben que no pretendo juzgarlos y que jamás tuve intenciones de hacerlo, pero… esto ya ha cruzado un límite. Si el resultado fuera otro, esto hasta podría haber puesto en peligro a Kagome, y al bebé ni se diga… —expuso con entereza—. Ustedes… son hermanos, y no-
—No me vengas con sermones, Sango.
Era lo último que quería escuchar en ese momento.
—No son sermones. Es la realidad. —contestó con ligera rudeza—. Kagome es mi mejor amiga, pero a ti también te aprecio muchísimo. ¿Crees que es fácil para mí verlos en esta situación? Más sabiendo que tengo que irme lejos… —tras decir esto último, no pudo evitar llevar su mano hacia su nariz para intentar controlar sus ganas de llorar. Detestaba no poder estar físicamente presente en cualquier problema que pudiera tener su hermana de la vida, y peor, no poder acompañarla a enfrentar el adiós inminente de InuYasha. Maldita Inglaterra, sus padres, y todas las circunstancias que la llevaron a ese destino—. Kagome está sufriendo, tú también. Por favor, piensa en ella, piensa en ti. Piensa en tus padres, que tampoco están pasándola bien.
Tras escuchar «tus padres», el Taishō mayor no pudo evitar hacer una mueca de fastidio, blanqueando levemente sus ojos y cruzando los brazos. Aunque sonara mal, ellos eran lo último en su lista de preocupaciones en este momento… tan al contrario de Kagome, y ese era el problema.
—Se salvaron por muy poco… ¿Realmente vale la pena todo esto?
Si Sango esperaba una respuesta, definitivamente no iba a dársela. ¿Cómo explicarle que para él sí? Que, para él, valía toda la maldita pena si con eso podía tener a Kagome a su lado. Sabía que era tremendamente complicado de entender, pero no se gastaría la vida en explicaciones. No obstante, el silencio, la inacción y quietud de su hermana lo ponían realmente nervioso, temeroso y al borde del abismo.
—Los dejaré solos para que puedan hablar. Volveré antes de que se torne sospechoso. —habiendo dejado el terreno listo para la siguiente fase, Tanaca abrió la puerta y se retiró.
Quedando nadie más que ambos en esa habitación, InuYasha hizo el intento de acercarse un poco más a la azabache.
—Kagom-
Pero ella lo paró en seco con una declaración:
—Sango tiene razón.
El cuerpo entero del joven de ojos de oro se tensó tanto que hasta llegó a doler. Se quedó inmóvil y la observó desconcertado…
No podía echarse para atrás, no ahora; no ahora que sus esperanzas de una vida con ella habían sido lo único que lo mantuvieron a flote, resguardado de volverse loco ante la idea de que miles de kilómetros lo separaran de ella. Las sospechas de un hijo en camino con su hermana eran tan desquiciadas como magníficas y no se permitía pensar en que todo eso ya no sería posible.
—No habíamos… ¿No habíamos tomado una decisión ya? —frunció el ceño, consternado.
—Lo sé, pero… —la azabache no se sentía capaz de hacer contacto visual con él. Su postura corporal denotaba miedo, ansiedad y una terrible angustia. No quería tener esta conversación, pero estaba ahí y no había manera de huir. Otra vez, era ahora, o nunca.
—Que no estés embarazada no significa que-
—InuYasha —pronunció su nombre con pesar, pero con cierto atrevimiento. Levantó la mirada y, finalmente, la unió con sus mares dorados—. No puedo irme contigo.
Lo sabía. Como una puñalada, recibió esas palabras que lo desgarraron por dentro. Dejó caer sus párpados, inundado por una sensación de derrota devastadora, y por una rabia producto del cambio de planes, de la desesperación, de un rechazo por parte de la mujer que lo volvía loco.
—Creí que habías entendido cuando dije que lo único que me importaba eras tú… —soltó, ofuscado, levantando el estudio clínico para señalarlo—. No el resultado de este papel.
Apenada hasta la médula, Kagome volvió a bajar la mirada.
—Eres mi hermano…
—¡No lo soy! —bramó, alterado, mientras se tocaba el pecho como una forma de señalarse a sí mismo—. ¿¡Alguna vez sentiste que lo fui!? Sé sincera…
—Ese no es el punto. —negó rápidamente con la cabeza intentando esquivarlo.
—¡Respóndeme!
—¡NO! —vociferó agitada, con dificultad para tomar aire. Sus pómulos enrojecidos se acentuaron. Que estuviera cuestionándole esas cosas cuando él siempre supo bien que ella jamás lo vio de esa manera la ponía muy histérica. Claro que nunca pudo verlo como lo que realmente era; de lo contrario, jamás habría pasado todo lo que pasó entre ellos, jamás habría accedido a nada, y no estaría sintiéndose asqueada de sí misma por no poder cambiar sus sentimientos… por no sentirse arrepentida, en ningún momento, de haber hecho todo lo que hizo con él—. ¡Pero eso no cambia que sí lo seas! —añadió, sin lograr convencerse, e intentó calmarse tras inspirar por un par de segundos—. Por favor, no lo hagas más difícil de lo que ya es…
El Taishō mayor volvió a apretar sus párpados con fuerza. Deseaba poder apretarlos tanto que, de pronto, al abrirlos nuevamente, todo haya sido un sueño; una maldita pesadilla. Kagome estaba verdaderamente dispuesta a dejarlo ir, y a dejar atrás aquello por lo que siempre se habían sentido condenados al infierno. ¿Por qué él no podía hacer lo mismo? ¿Por qué seguía aferrándose a esa descarriada idea de que la chica parada frente a él no era su hermana? Como si su cerebro, corazón, extremidades y partes íntimas jamás pudieran tomarla como tal… y desconocieran en lo absoluto el poder de la relación de sangre.
Como si apenas un segundo durara toda una vida, se reprodujeron en su mente cientos de los miles de momentos que vivió junto a ella desde que tuvo consciencia; el más fresco de todos era el de hacía unos días atrás, antes de toda la maldita tragedia:
«Si me llevas, yo voy contigo…»
Quería llorar, pero le era imposible.
—Ibas a venirte a Kantō conmigo de todas maneras… —exhaló, abrumado—. Ahí sí que no te importaba que fuera tu hermano, ¿verdad? —le echó en cara, con una mezcla de dolor, amargura e impotencia.
—¡Eso fue antes de que nos descubrieran! —persistió, exaltada—. Si me voy contigo en estas condiciones… vamos a destrozar a nuestra familia, a nuestros padres… —mantenía sus orbes lejos de enfocarlos en la figura de su hermano, conquistada por la inaguantable ansiedad que le provocaba tener que explicarle todo esto, ¡como si a ella misma no le doliera como un infierno!—. Si mamá y papá nos terminaban odiando, habría valido la pena por un hijo nuestro, pero ahora…
¿Cómo?
—Yo no necesito una razón de fuerza mayor para estar contigo. —replicó de inmediato—. ¿Lo que dices es que tú sí?
El silencio que se produjo luego de haber soltado esas palabras fue el más exasperante y doloroso de toda su vida; para ella… porque sabía que cada segundo que pasaba sin contestar era darle una razón más para que InuYasha confirmara que sí, que efectivamente era así. Y, para él, porque el silencio otorga. Si no respondía nada, es que no había manera de arreglar o negar el significado de la frase que acababa de escapar de esos labios que tantas veces había besado, pero que ahora lo estaban mandando directo a un pozo sin salida, como si estuviera siendo traicionado.
Las ganas de explotar, llorar y romper lo que sea que estuviera a su alcance lo asediaron como un cazador a su presa, pero no se dejó vencer y se mantuvo firme con una templanza que no sabía de dónde había sacado. Jamás había sido un hombre dispuesto a rogar, y esta vez no sería la excepción. Cuando le propuso ir a Kantō juntos, buscaba una respuesta rotunda, sin vueltas, sea positiva o negativa. Ahora era igual, y ella ya había dado a conocer sus intenciones. No quedaba nada más por hacer.
—Bien, ya me lo has dicho todo. No necesito que digas nada más. —aun así, sintió casi palpable cómo el brillo de sus ojos de oro se desvanecía a pasos agigantados. Tanto, que no se atrevía a mirarla más. No podría soportarlo, y eso lo aterrorizaba.
—InuYasha… —susurró su nombre con anhelo, con las ganas de ir a abrazarlo atoradas en su garganta—. Estoy haciendo lo que creo que es correcto…
Mas no lo que realmente deseo…
—Basta. Ya no quiero más explicaciones. —no quería oír una cosa más, porque nada de lo que escuche serviría para calmar el ardor intolerable al que estaba siendo sometido.
—Te pido que lo entiendas…
—Lo entiendo. Tienes razón… —inspiró ligeramente, exhaló suavemente y clavó como agujas sus orbes sobre los mares chocolate—. Ya fue suficiente.
Y, en ese instante, realmente lo sentía y estaba convencido. Mantenerlo después... sería otra historia.
Kagome sentía la insoportable necesidad de retractarse, de lanzarse hacia él y adueñarse de su boca y de su cuerpo como tantas veces lo había hecho, pero el paso ya estaba dado; las palabras ya estaban puestas sobre la mesa y no había marcha atrás. Irónicamente, su consciencia quedaba más tranquila, pero… ¿A qué costo? De repente, sintió un escalofrío recorrerla por entero al imaginar cómo sería su vida sin él, y si era o no capaz de sobrevivir a eso.
Quería desaparecer, dejar de existir.
Mantuvo la vista fija sobre el suelo, indecisa, sin saber exactamente qué hacer luego. Se veía como una pequeña niña nerviosa y temblorosa que estaba extraviada y, en algún punto, sí lo era…
—Tengo que terminar de empacar mis cosas, así que vete, por favor. —su hermano dio la estocada final, haciendo un enorme esfuerzo por mantener la compostura. Posterior a eso, se volteó en dirección a su armario y se dispuso a continuar con sus planes a como dé lugar, duela lo que tenga que doler. Por nada en el mundo quería volver a ver ese níveo e inolvidable rostro, ni un segundo más, porque, de lo contrario, se derrumbaría ahí mismo y su disfrazada serenidad se iría al diablo.
Con un ahogante vuelco en su pecho y sus facciones devastadas por la angustia, Kagome no tuvo más remedio que caminar los pocos pasos que la separaban de la puerta para finalmente abrirla e irse; esta vez, no solo de la habitación, sino también de la vida del único hombre que había cautivado su corazón, con todo lo malo y lo bueno que eso conllevaba. Dar un paso afuera de esas cuatro paredes que tantos secretos guardaban, que tantas veces los vieron uniéndose en un solo ser en la clandestinidad, significaba dejar la mitad de su alma atrás.
—Adiós, InuYasha… —masculló con dificultad, obligándose a no quebrar su voz. Al no recibir respuesta, terminó de cerrar esa puerta, al fin.
Mientras el Taishō mayor agarraba la hoja del estudio clínico y la partía en mil pedazos con una furia y una tristeza incalculable, Kagome corría a su habitación para encerrarse a explotar en llanto y a maldecir, a repudiarse y odiarse a sí misma por lo que le quedara de vida. Sango no tardaría mucho en ir a buscarla para no dejarla destruirse sola.
Ninguno de los dos sabía que ese era el comienzo de los cinco años más largos de su historia.
Yyyyyyy... bueno. Todos los que hayan leído NLHNF ya saben cómo sigue, ¿no? Y si no... ¡¿QUÉ ESPERAN?! ¡CORRAN A LEER ESTE AU, QUE ES MI FAVORITO EN EL MUNDO!
No sé si esto estará sujeto a correcciones posteriores... ¡HERMANA! ¡PERDÓN SI HAY ALGO QUE NO ESTÁ BIEN! Tú me dirás, y sé sincera, porfis. Espero de corazón que esté a la altura de los dos anteriores. De todas formas, gracias, de verdad, por comprenderme siempre, por haberme dejado contribuir a esta historia que sabes que amo con toda mi alma. Nunca dejo de valorar y de sentirme increíblemente especial por haber aportado un poquito al universo de Nota, y te debía esto... ¡TE LO DEBÍA DEMASIADO! Y qué mejor momento para hacerlo que hoy, que es tu día :) TE AMO MUCHO.
Muchísimas gracias a todos ustedes por sus HERMOSAS REVIEWS y todo el apoyo que recibí aquí. Siempre fue muy importante para mí, así que lo agradezco enormemente. Gracias por esperarme y, de nuevo, disculpen la tremenda demora.
Este arco llega a su fin aquí :) Espero que lo hayan disfrutado. ¡LOS ADORO!
¡FELIZ CUMPLEAÑOS, DAIKRA!
Con amor, Iseul.
