Para mi Mari, la niña que más quiero de toda la costa de Levante. Hace poquito fue tu cumple y yo cometí el imperdonable error de olvidarme de la fecha… Con este pequeño detalle no pretendo comprar tu perdón pero, al menos, paliar mi falta. Feliz cumpleaños guapísima, a ver si para el próximo nos conocemos en persona. Un fuerte beso.

DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen y hago esto sin ánimos de lucro. Esta historia es un oneshot con contenido lemon, si alguien se siente ofendido o no le gustan ese tipo de escenas, le recomiendo que lea otra cosa )

LA PLAYA

Por Catumy

Inuyasha estaba nervioso. Muy nervioso. Subido en la rama de un árbol, no podía hacer nada que no fuera esperar. Esperar a que ocurriera algo. Lo que fuera. Que Sango se despertara y matara al monje por tenerla abrazada mientras dormía, que Myoga picara a Shippo y le hiciera gritar, que hubiera un derrumbamiento y el suelo del campamento se viniera abajo, que una horda de demonios les atacara… Lo que fuera. Pero no podía soportar por más tiempo esa tranquilidad. Esa maldita paz que le dejaba tiempo para pensar. Demasiado tiempo para su gusto. Porque lo único que se le venía a la mente era la urgente necesidad de reclamar a su hembra. A una en concreto. A Kagome.

Hacía semanas que se encontraba en esa situación. Semanas. Y cada día que pasaba era peor. El primer detonante había sido la llegada de Kagome al Sengoku. Sus clases habían terminado así que tenía pensado pasar todo el verano allí, sin tener que estar viajando continuamente a través del pozo. Todo hubiera sido normal hasta ahí si a la chica no se le hubiera ocurrido la brillante idea de cambiar de vestuario. Ahora, lo único que utilizaba eran pequeñas prendas que apenas la cubrían. Ella las llamaba "tops", "shorts" y "vestidos". Aunque esas prendas tenían tan poca tela que lo ponían nervioso.

Después, el maldito calor. A él no le afectaba demasiado ya que el traje de rata de fuego le protegía de los cambios de temperatura. Lo mismo que en invierno no sentía frío, el calor del verano tampoco le preocupaba. Pero a Kagome sí. Las largas caminatas a plena luz del sol la agotaban. Él tenía que realizar verdaderos esfuerzos para no abalanzarse sobre la mujer cuando veía las gotas de sudor que se perdían en el interior de su escote. Y en una ocasión llegó a clavarse las garras en la palma de la mano para desviar su atención de la muchacha después de que ésta se echara por encima un cubo de agua fría para calmar la temperatura de su cuerpo.

El recuerdo de la forma en que el agua había pegado las delgadas telas al cuerpo femenino hizo que su cuerpo reaccionara de inmediato. Maldito verano. Maldita Kagome, con sus prácticamente inexistentes ropas, su sonrisa, su suave piel y su sedoso cabello. Maldita y mil veces maldita. ¿Por qué de pronto su olor había cambiado? Ya no era el de una chiquilla, era diferente. Era el olor de una hembra preparada para aparearse. Y él era el macho más cercano. ¿Sería ella consciente de ese pequeño detalle?

Escuchó un sonido a sus pies y miró hacia abajo. En el suelo, varios metros más abajo, Kagome se agitaba en sueños. Podía escuchar su respiración agitada y ver como el flequillo se le pegaba a la frente. ¿Una pesadilla? Bajó de un salto para cerciorarse de que todo estaba bien. Kagome gimió ligeramente y él se quedó helado. Ese sonido apagado fue una bomba en sus orejas. Gemidos. Cuerpos que se aman. Kagome. Marcarla como a su hembra. Hacerle el amor a Kagome. Sacudió la cabeza y se contuvo para no gritar. ¿Cómo un simple sonido lo alteraba de esa forma? Volvió a fijar su vista en la muchacha dormida.

Shippo había rodado desde su posición inicial para dormir junto al cuerpo de la joven. Tenía la cabeza apoyada en el hueco que formaba su largo cuello y una de sus manitas tocaba el pecho más cercano de su 'almohada'. Maldito cachorro con suerte, pensó Inuyasha, no pienses que saldrás bien parado después de esto. De una zancada se colocó junto a la pareja y, con una sonrisa de satisfacción, cogió al cachorro por la ropa y lo lanzó al aire. Kirara, que también se había despertado con el gemido de Kagome se apresuró a transformarse en su forma de pelea, para que el kitsune no sufriera daños en su aterrizaje. Después de recogerlo a pleno vuelo, se hizo un ovillo manteniendo a Shippo entre sus patas y se durmió. Fueran cuales fueran las intenciones de Inuyasha, ella no tenía ninguna intención de intervenir.

El hanyou se arrepintió de no haber golpeado a Shippo por su atrevimiento. En fin, pensó, mañana buscaría cualquier excusa para darle su merecido. La respiración de la muchacha se había pausado al verle libre del pequeño cuerpo que la asfixiaba. La noche calurosa y la brisa inexistente eran más que suficientes como para que a todo eso se añadiera un cachorro en busca de cariño. Kagome se movió hasta quedar boca abajo, echando su cabellera a un lado para que no le diera más calor sobre la espalda.

Inuyasha siguió cada movimiento con desmesurado interés. En cuanto la muchacha se detuvo concentró toda su atención en otra cosa. Debido a ese extraño "top", los hombros de Kagome quedaban al descubierto pero uno de ellos le llamó la atención más que el otro. El izquierdo. Ese era el lugar elegido por los demonios cuando marcaban a una hembra como suya. Ese precioso en el que anhelaba clavar sus dientes hasta que la sangre brotara. Se acuclilló y aspiró profundamente. Los olores de la noche quedaban ocultos bajo el aroma natural de Kagome. Un aroma que le nublaba los sentidos y le impedía pensar con claridad. Se agachó un poco más hasta que su nariz tocó con la piel de la muchacha.

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La muchacha abrió los ojos, despertándose extrañada. Una sensación desconocida le recorría el cuerpo pero no era capaz de recordar nada. Se levantó poco a poco y miró a su alrededor. Shippo dormía con Kirara y Miroku estaba abrazando a Sango. Sonrió al pensar la cara que le quedaría al monje después de que la exterminadora le diera su merecido. Pero ¿Dónde estaba Inuyasha? Levantó la vista esperando encontrárselo sobre alguna rama pero no fue así. Ni rastro del hanyou. Suspiró y trató de comprender por que se había despertado con esa sensación desconocida.

Recordaba una sensación de asfixia, de calor agobiante, que desapareció de improviso y después… ¿Después? Algo húmedo en su cuello y… Llevó la mano a su hombro izquierdo. No notó nada diferente. Pero la sensación había sido como si algo afilado la acariciara ¿un arma? No estaba segura. De cualquier forma, no se había sentido amenazada por ese roce. Y, mirando a su alrededor, lo más probable era que solo hubiera sido una broma de su imaginación.

Se puso de pie tratando de hacer el menor ruido posible y se estiró lo máximo que pudo para sacar a su cuerpo de la rigidez propia de dormir en el suelo. Volvió a pasarse la mano por la curvatura que formaba el hombro con el cuello, tanteando con los dedos en busca de algo desconocido. Pero nada. Lo único que le llamó la atención era la humedad de su piel, aunque supuso que se debía al calor que hacía. Una idea le vino a la mente. Podía ser peligroso pero, por darse un placer en medio del viaje, estaba dispuesta a correr el riesgo. Iba a darse un baño.

Esa tarde, justo antes de acampar, había descubierto una playa de arena blanca y aguas cristalinas que el hanyou se había negado a visitar, acusándola de querer tener demasiados lujos que no podían permitirse en su búsqueda de fragmentos. Kagome ni se molestó en contestar. Estaba demasiado triste para hacerlo. Si tanto le molestaba ella ¿Por qué iba a buscarla a su mundo cada vez que se retrasaba un poco? Quizás fuera cierto que solo la veía como a un mero detector de fragmentos. Como a una molestia con la que había que cargar

Con una sonrisa en los labios, dirigió sus pasos hacia la remota playa. Le daba igual lo que Inuyasha le había dicho: ella quería bañarse y así iba a hacerlo. Y si le pedía explicaciones por haberse ausentado, diría que el calor no la dejaba dormir. Se dio cuenta de que no llevaba toalla ni traje de baño pero no le importó. La playa estaba bien resguardada por rocas así que no tenía que preocuparse por la posibilidad de que alguien a espiara. Dejaría la ropa en la orilla y esperaría a que el calor de la noche secara su cuerpo antes de vestirse de nuevo. Todo saldría bien, no tenía nada de que preocuparse.

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Inuyasha tenía sangre en el labio. Sangre. 'Maldición'. Maldita Kagome y maldito ese instinto que le impedía controlar sus actos. No contento con acercarse a ella para observarla y poder emborracharse de su olor, había tenido que ir más allá. No, su cabeza no podía quedarse quieta ni ocuparse de otros asuntos, no. Tenía que agacharse hasta estar lo suficientemente cerca como para lamer el cuello de la muchacha. Y, no contento con eso, había estado a punto de marcarla, de clavar sus colmillos en la espalda de la mujer, sin su consentimiento.

¿Qué hubiera pasado si en ese momento ella no se hubiese despertado? No estaba seguro de si hubiera sido capaz de entrar en razón para evitar morderla. Lo más probable era que no. Si ella siguiera durmiendo, a esas alturas ya sería su hembra. Suya. Pero no podía pensar en eso. Kagome no pertenecía a su mundo, el Sengoku no era su lugar. No sería justo para ella reclamarla de esa forma, menos aún sin su consentimiento. Por eso se había alejado a toda prisa. Por eso se había mordido el labio hasta hacerlo sangrar. Kagome no podía ser de él. Simplemente no podía.

En cuanto notó que ella empezaba a despertarse había salido corriendo lo más rápido que dieron de sí sus piernas hasta encontrar un buen escondite entre las rocas de la playa que se había negado a visitar. La razón de su negativa era simple: no podría soportar la visión de Kagome mojada de nuevo. Ya había sido particularmente difícil el mantener su mirada en otro sitio cuando la muchacha tuvo la brillante idea de remojarse con el cubo de agua. No quería imaginarse de que forma reaccionaría su cuerpo al verla tomando un baño. Ni hablar.

El sonido de unos pasos acercándose lo puso alerta ¿Un ataque? Puso a trabajar sus desarrollados sentidos intentando captar los sonidos de la noche, los olores que le traía el viento. Sacó la cabeza de su escondite, mirando a su alrededor, y lo que vio le dejó helado. Kagome. Ella de nuevo. Siempre ella.

La muchacha avanzaba decidida por la arena en dirección a las rocas. Directamente hacia donde se encontraba escondido. Inuyasha se maldijo por no haber buscado un escondite más alejado y volvió a agacharse para evitar ser visto por la miko. Deseaba que pasara de largo, que no se detuviera a pedirle explicaciones. Que no se hubiera percatado de la intención que había tenido un rato antes, cuando se agachó junto a ella mientras dormía.

Pasaron unos minutos pero nada sucedió ¿Qué estaría haciendo Kagome? Lo único que había escuchado era el sonido de un suspiro de alivio salido de los labios de la muchacha y después nada. Solo el sonido de las olas rompiendo contra la playa. Y tampoco podía captar los movimientos de la mujer usando su olfato ya que el olor del mar estaba bloqueando sus capacidades. Cabía la posibilidad de que ella lo descubriera si se atrevía a asomarse de nuevo pero la curiosidad le estaba matando. Necesitaba saber que estaba pasando en esa playa. Así que sacó la cabeza y miró hacia el agua.

No podía creérselo. Allí estaba ella, dentro del agua, dejando que las suaves olas acariciaran su cuerpo, sonriéndole a la luna. El hanyou tragó saliva con dificultad, incapaz de apartar la mirada de la visión que tenía delante. Esa mujer, aún sin proponérselo, estaba volviéndole loco.

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Kagome miró a su alrededor al sentirse observada pero, por más que escudriñó las rocas y el cercano bosque no pudo descubrir nada que se saliera de lo normal. Aún así, se sentía intranquila. Su instinto de sacerdotisa la avisaba de que no estaba sola, sin embargo, no sentía miedo. Solo curiosidad por saber quien era el intruso. ¿Sería el pervertido de Miroku? Si era él, el día siguiente amanecería con un monje menos. El problema era si no se trataba de él. ¿Shippo, Kirara, Sango? Cualquiera de ellos podría haber sentido curiosidad por saber donde estaba a tan altas horas de la noche.

Ojala sea Inuyasha, pensó ella muy a su pesar. No quería sentirse así, sobretodo teniendo en cuenta la forma en la que el hanyou la había estado tratando durante las últimas semanas, desde que volvió de su época dispuesta a quedarse durante todo el verano. En un primer momento pensó que era una buena idea pero, al parecer, el chico se lo había tomado bastante mal. La evitaba, la ignoraba, no la miraba ni le dirigía la palabra si no era estrictamente necesario. Ella, desesperada, había intentado llamar su atención reduciendo su vestuario hasta el límite de la decencia pero tampoco había surgido el efecto deseado. Más bien al contrario, el hanyou parecía no soportar su sola presencia. Aún así no era capaz de dejar de amarlo.

Amor. Ese sentimiento que la obligaba pesar de las fuertes discusiones que había mantenido con el chico en más de una ocasión. Un sentimiento que no podía ignorar y que la hacía cometer estupideces un día tras otro ¿No hubiera sido más fácil volver a su mundo, olvidarse de la perla y de todo lo que la rodeaba? Desde luego, pero ahí estaba ese amor, impidiéndole continuar con su vida normal, haciéndola desear que unos ojos dorados la miraran solo a ella y que ciertas garras recorrieran su cuerpo como si se tratara de un bello tesoro. En lugar de eso, tenía que pelea cada día con su objeto de deseo por las cosas más insignificantes.

Finalmente decidió salir del agua a pesar de que la sensación de ser observada seguía estando ahí. De cualquier forma, no podía pasarse la noche a remojo. Con pasos lentos emergió del agua dejando su cuerpo desnudo a merced de la noche y fue a sentarse sobre una roca plana. Después de pasarse las manos por el cabello para eliminar el exceso de agua de sus rizos, suspiró. El tibio baño había relajado sus músculos pero una parte de ella seguía en tensión. Era una sensación que nunca se había atrevido a comentar a nadie, ni a Sango ni a sus amigas del colegio. Era una especie de cosquilleo que empezaba en su vientre y continuaba hacia abajo y que se repetía cada vez que pensaba en Inuyasha. Y en ese momento estaba pensando precisamente en él.

Se lo imaginaba a su lado, recorriéndole la espalda con sus grandes manos, besándole el cuello y susurrándole al oído que no podía vivir sin ella. Imaginó que se miraban a los ojos, perdiéndose cada uno en la mirada de su compañero y después… después… No podía seguir pensando en ello ya que lo único que conseguía era sentirse peor. Sus sueños, por muy bellos que fueran, nunca iban a hacerse realidad. Inuyasha no solo amaba a otra sino que, a demás, no parecía querer saber nada de ella, a parte de su habilidad para detectar los fragmentos de la perla de Shikon. Derrotada por sus propios pensamientos, se tumbó sobre la roca y dejó que la brisa marina hiciera su tarea.

El sonido de unos pasos firmes sobre la arena consiguió llamarle la atención lo suficiente como para obligarla a levantar la cabeza. En la playa, a algunos metros de donde ella se encontraba, estaba él, Inuyasha. Se quedó mirando fijamente al mar para, un segundo después, quitarse su haori rojo. A Kagome le extrañó que el chico no hubiera reparado en su presencia pero tampoco hizo nada por que la situación cambiara. Hubiera podido llamarle, esconderse, marcharse para dejarle intimidad.

Pero, en lugar de todo eso, se quedó donde estaba, observando cada uno de los movimientos del hanyou, la forma en que sus brazos se movían para retirar la camisa de su lugar, la destreza de sus manos a la hora de desatar el fuerte nudo que mantenía los pantalones rojos bien colocados… Antes de darse cuenta, el hanyou estaba completamente desnudo. Y ella no había retirado la mirada ni una sola vez. Se estaba comportando como una auténtica pervertida pero no tenía la suficiente fuerza de voluntad de mirar a otro lado.

Inuyasha eligió ese momento para mover su bien formado cuerpo, quedándose de lado con respecto al lugar donde Kagome permanecía oculta por las rocas. La muchacha se llevó una mano a la boca para ahogar una exclamación de sorpresa: el chico se encontraba perfectamente erecto. Las mejillas de la muchacha se colorearon y su boca se secó. Sintió que la su respiración comenzaba a hacerse más rápida y que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho. Inuyasha tenía, sin duda, el cuerpo de un hombre. La tensión en el vientre se hizo mucho más patente que antes.

Cuando al fin Inuyasha se metió en el agua, la muchacha decidió que ése era el mejor momento para marcharse de allí. Su cuerpo ya estaba completamente seco y, si se apresuraba, estaría en el campamento antes de que el hanyou se diera cuenta de su presencia. Se puso la ropa interior a toda velocidad y justo acababa de abrocharse el sujetador cuando escuchó una voz a su espalda.

- ¿Ya te has cansado de mirar?

Reconoció la voz de Inuyasha aunque con una leve matiz ronco que nunca antes había escuchado en él. En medio del silencio de la noche podía escuchar el sonido del agua goteando por los largos cabellos del hanyou, como si hubiera salido del agua a toda velocidad. Por tanto, supuso que seguiría desnudo así que no se giró hacia él al contestarle.

- ¿Desde cuando sabes que…?

- ¿Que estás ahí? Desde que te estabas bañando.

- ¡Estabas mirándome! – sin darse cuenta de lo que hacía, se puso de pie y lo enfrentó, mirándolo a los ojos. Los de él estaban serios.

- Tampoco tú has apartado la vista precisamente. – las mejillas de la muchacha enrojecieron.

- Eso no es cierto… - aventuró a decir ella, cruzando los dedos para que el chico la creyera y retirando la mirada para que su mirada no la delatara.

- Y te ha gustado lo que has visto – susurró él acercándose un poco más a ella. Kagome, instintivamente, retrocedió un paso.

- ¿Qué estás diciendo? – preguntó ella, con voz débil.

- He podido sentirlo… - la sujetó por un brazo para impedir que la chica siguiera escapando. Luego, inclinó su cabeza hacia el oído de la muchacha – Podía oler tu excitación tal como estoy haciendo ahora.

La muchacha abrió los ojos por la sorpresa ¿Tan obvio le resultaba al hanyou su estado? El saber que estaba desnudo, el sentir su mano todavía mojada sobre su piel desnuda, su cálido aliento sobre su oído y su abrasadora mirada recorriendo cada una de sus curvas… No podía evitar sentirse así pero eso no tenía por qué saberlo él.

- No se de que me hablas Inuyasha.

- A mi me ha encantado verte en el agua, Kagome – la ignoró él – Tanto que he destrozado una roca con mis garras en un intento por controlar mis instintos.

- Si sabías que estaba aquí ¿Por qué…?

- Quería comprobar si yo te causaba el mismo efecto que tu a mí. Y así ha sido. Te has excitado.

Kagome estaba turbada. Su cabeza le daba tantas vueltas a lo que el hanyou le estaba diciendo que ya había olvidado por completo que todavía permanecía en ropa interior y que el hanyou estaba totalmente desnudo frente a ella. ¿Acababa de decirle que él también se había excitado al verla?

- Kagome, seré franco contigo. Mi instinto me reclama que te haga mi hembra, pero necesito tu consentimiento.

- ¿Tu hembra?

- Mi hembra. Marcarte como mía para que ningún otro youkai se te acerque. – Explicó él mientras que una de sus manos comenzó a acariciar la cadera de la muchacha, bajando hasta el trasero, donde se cerró sobre su presa, haciendo que Kagome jadeara – Hacerte mía. – recorrió con sus ojos dorados la curvatura del cuello de la muchacha, el lugar que había estado a punto de marcar cuando se inclinó sobre ella en medio de la noche. La apretó contra su cuerpo, haciendo que sintiera su erección. Kagome gimió contra su voluntad.

- Deja que me marche Inuyasha – susurró ella con debilidad.

- Podría hacerlo pero no es eso lo que quieres que haga – sin decir nada más, pegó sus labios a los de Kagome en un beso largamente esperado pero que, una vez que se producía, no era suficiente para calmar su instinto.

Kagome cerró los ojos ante el deseado contacto y se abandonó a la sensación que le provocaba la suavidad de los labios de Inuyasha contra los suyos. Sintió una presión sobre el labio inferior y ella, obediente, abrió la boca dejando paso a una húmeda exploradora proveniente de la boca del hanyou. Sentir la caricia de la lengua de Inuyasha consiguió que un gemido saliera de su garganta. La estaba besando, y de qué manera.

Kagome abrió los ojos repentinamente cuando sintió que su espalda tocaba el suelo. Estaba tan concentrada en los labios que la enardecían y en las manos que seguían acariciando su cintura y sus caderas que no fue consciente de cuando ni como el hanyou había conseguido llevarla a esa posición.

- Inuyasha… - susurró ella contra la boca del chico.

Como respuesta, él volvió a apoderarse de sus labios, que ya empezaban a hincharse por el roce al que estaban siendo sometidos. Kagome justo comenzaba a relajarse de nuevo cuando la caricia de una mano contra su pecho la hizo sobresaltarse ¿A dónde había ido a parar su sujetador?

- Inuyasha, detente… - el chico apartó su cara abruptamente mientras que su mano reposaba sobre uno de sus pechos, abarcándolo por completo como si fuera lo más natural del mundo. - ¿Qué se supone que estás haciendo? – preguntó ella intentando que la voz no revelara lo comprometido de su estado.

- Lo que tu olor me pide que haga, simplemente.

- Mi… ¿Mi olor? - ¿era ella la que le incitaba a acariciarla de esa forma?

- No digas nada Kagome – murmuró el chico mientras que jugueteaba con un pezón – Haré lo que tu cuerpo me pida, incluso si lo que quieres es que me detenga. Ahora solo relájate.

¿Relajarse? Eso era algo completamente imposible para ella sobretodo cuando sintió que la humedad proveniente de la boca masculina le recorría los pechos, uno primero y después el otro, lamiendo la suave piel de la zona y tomando la punta sonrosada entre los dientes, sin dañarla. Se encontró deseando que las caricias siguieran un poco más abajo y rezó por que el chico no fuera capaz de darse cuenta de ese detalle. Pero no fue así. Inuyasha había notado de nuevo otro cambio en el aroma de la mujer, un nuevo matiz que se introducía en su nariz y le apremiaba para que fuera más allá, para que avanzara un nuevo paso con Kagome.

El hanyou levantó la cabeza de los pechos de la mujer para besarla de nuevo, introduciendo su lengua en la boca de ella. Aprovechando la distracción que estaba proporcionándole a la chica, rompió las costuras de la última prenda de ropa que cubría a Kagome, igual que antes había hecho con el sujetador. Volvió a separarse de ella, mirándola a los ojos y confirmando en esas lagunas oscuras el deseo que había captado con solo olerla y, suavemente, introdujo dos de sus dedos dentro de ella. Kagome gimió roncamente al tiempo que arqueaba su espalda. Inuyasha sintió como el interior de la muchacha se apretaba contra sus dedos al tiempo que un cálido líquido proveniente del interior de la chica le bañaba la mano. Comenzó a mover su mano contra la intimidad de la mujer, usando su pulgar para estimular la pequeña protuberancia y provocando que la respiración de la muchacha fuera tan irregular como la suya propia.

- Por favor… por favor… - la oyó suspirar.

El hanyou sonrió, sabiendo que Kagome ya estaba lista para ser marcada. Lista para ser su hembra. El olor que emanaba de sus piernas no dejaba lugar a dudas y la forma en que se aferraba a sus brazos mientras la acariciaba terminaba de darle la razón. Pero antes de seguir necesitaba oírlo de sus labios. Saber de su propia boca que ella lo deseaba tanto como él.

- Kagome – susurró con voz enronquecida por la lujuria – Déjame hacerte mía.

Ella entreabrió los ojos y le miró. La mirada ambarina de Inuyasha centelleaba con un fuego interno que nunca antes hubiera imaginado. Sus músculos estaban en tensión, la mandíbula firme y los labios ligeramente hinchados. Miró más abajo y sintió miedo al ver el tamaño de la erección que tenía delante. Era la primera vez que veía a un hombre desnudo y no estaba del todo segura de ser capaz de recibirlo en su interior. Volvió a levantar la mirada y escudriñó en el interior de los ojos del hanyou. ¿Era solo lujuria o había algo más? Inuyasha captó la duda en el olor de la muchacha.

- No tengas miedo Kagome. Escucha a tu instinto…

Así lo hizo ella. Bajó una de sus finas manos y acarició la longitud masculina que le nacía entre las piernas, dándole una muda respuesta a su proposición. Y qué si después se arrepentía. Esa noche se le estaba ofreciendo aquello que tanto había anhelado y ella no sería tan tonta como para dejarlo escapar. Inuyasha gruñó por lo bajo, tragándose el gemido que trataba de salir al exterior en cuanto notó esa pequeña mano acariciándole tan íntimamente. Ahora estaba seguro. Kagome quería ser suya.

Sin más preámbulos, Inuyasha se arrodilló entre las piernas de la muchacha, contemplando la belleza femenina a la luz de la luna. Era preciosa, la hembra perfecta. Y sería suya. Para siempre. Acarició de nuevo el pequeño botón situado entre las piernas de la chica para asegurarse de que las cosas serían más fáciles para ambos.

Al sentir como se iba introduciendo dentro de ella, Kagome aguantó la respiración y se concentró al máximo en esa nueva experiencia. Estaba tan excitada que solo se dio cuenta de que acababa de perder su virginidad cuando él se detuvo en su avance y la besó con ternura. No le había dolido lo más mínimo. Inuyasha se inclinó hacia delante, apoyando su peso sobre un brazo, mientras que la mano del brazo contrario se deslizaba a lo largo del sudoroso cuerpo de la mujer hasta perderse en la calidez de su feminidad, multiplicando así el placer que le estaba proporcionando.

Kagome aferró el cabello del hanyou con fuerza, estirando hacia ella para obligarle a bajar la cabeza y a mirarla a los ojos, a pesar de que a ella le estaba costando mantener los ojos abiertos durante mucho rato. Las embestidas empezaron suavemente, al mismo ritmo que las caricias prohibidas, y fueron repitiéndose una vez. Y otra, y otra, y otra.

Kagome notó una fuerte corriente eléctrica recorriendo todo su cuerpo al tiempo que sus músculos comenzaron a contraerse involuntariamente bajo el efecto de un potente orgasmo. El primero de toda su vida. Inuyasha comenzó a moverse más y más deprisa, introduciéndose profundamente dentro de ella y buscando su propio placer mientras que ella seguía estremeciéndose bajo su cuerpo. Y, de pronto, ahí estaba el momento. El momento de convertirla en suya.

El hanyou sintió como comenzaba a liberar su semilla en el interior de la mujer y, haciendo un último esfuerzo, tanteó con la lengua esa zona especial elegida por los youkais durante siglos para marcar a sus hembras. El hombro izquierdo. Conteniendo un grito de placer, la mordió. Kagome le clavó las uñas en la espalda a modo de respuesta mientras Inuyasha clavaba sus colmillos más profundamente todavía, haciendo que brotara la sangre. A partir de ese momento, ella era suya y él era de ella. Y nada ni nadie podría cambiarlo nunca.

Cuando la respiración de ambos se normalizó, Inuyasha salió del interior de la mujer, que sintió un repentino vacío en su interior. Se miraron a los ojos y no pudieron reprimir una sonrisa. Inuyasha fue el primero en hablar.

- ¿Estás bien? – Kagome asintió con la cabeza. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes - ¿No te he hecho daño?

- Estoy bien – Con una mano vacilante, se tocó el cuello justo donde el hanyou la había mordido, notando dos pequeños orificios que correspondían a la acción de los colmillos contra su fina piel - ¿Me has mordido?

- Te he marcado. Ahora eres mía. – Kagome tragó saliva antes de atreverse a preguntar:

- Y tú… ¿eres mío? – El hanyou asintió y la besó en los labios con suavidad - ¿Cómo es posible? Yo no te he mordido…

- Pero yo a ti sí y al hacerlo he probado tu sangre, lo que quiere decir que te reconozco como mi hembra. Ahora nadie se interpondrá nunca entre nosotros.

- ¿Nadie? – los ojos de la muchacha comenzaron a llenarse de lágrimas. no quería nombrar al antiguo amor del hanyou pero no podía evitar que la pregunta le viniera a la mente ¿Qué pasaría cuando Kikyo le reclamara que cumpliera su promesa?

- Kagome – la llamó para atraer su atención – Nada ni nadie podrá separarnos nunca ¿Entiendes? El pacto que acabamos de sellar es más importante que cualquier cosa en el mundo. Más incluso que cualquier promesa pasada. Siempre estaré contigo, a menos que tú decidas lo contrario.

- No me dejes nunca Inuyasha – susurró ella, abrazándole con fuerza.

- Nunca te dejaré Kagome. Te quiero demasiado para hacerlo.

Al salir el regresaron al campamento después de unos minutos jugando con las olas del mar. Lo primero que les recibió fue el sonido de una fuerte bofetada propiciada a un monje libinidoso por cortesía de una exterminadora furiosa. Finalmente le había pillado tocándola mientras dormía. Shippo corrió a su encuentro pero se detuvo abruptamente al notar el cambio producido en el olor de la pareja.

- ¿Por qué oléis el uno al otro? – preguntó con su inocencia característica.

Sango y Miroku abandonaron su discusión de inmediato y prestaron toda su atención a la respuesta que no terminaba de llegar. Kagome bajó la cabeza, avergonzada por la expectación que había a su alrededor. Inuyasha miró a Shippo. Maldito cachorro entrometido… Pero, pensándolo bien, era la ocasión ideal para vengarse por haberse atrevido a tocar el pecho de Kagome antes que él, así que le golpeó con fuerza en la cabeza.

- ¡Cállate estúpido cachorro! Deja de meterte en los asuntos de los demás

- ¡Inuyasha! No tienes por que pegarle ¡Es solo un niño! – le regañó Kagome.

- ¿Y tú por qué le defiendes ahora? Siempre tienes que ponerte de su lado.

- No se trata de eso Inuyasha, deja de comportarte como un crío.

- ¡Keh! No decías eso esta noche – Kagome apretó la mandíbula ante la falta de sensibilidad del hanyou ¿No se daba cuenta de que estaba delatándolos con sus comentarios? - ¡Quédate con él ya que tanto lo defiendes!

- ¡OSUWARI!

La cabeza del hanyou golpeó contra el suelo. Sango y Miroku decidieron dejar que siguieran peleándose. Al fin y al cabo, estaban más que acostumbrados a esas escenas. Shippo los siguió: ver a Inuyasha tan furioso solía tener consecuencias negativas para su integridad física. Solo Kagome estaba allí cuando el hanyou consiguió despegar su cabeza del suelo.

- ¿A qué ha venido eso, maldición?

- No tiene sentido que seas tan celoso Inuyasha ¿No ha significado nada para ti lo que hicimos esta noche? – preguntó ella, dolida.

- ¡Por supuesto que ha significado! Solo quería hacerle pagar por… - se calló antes de continuar. Si le contaba lo ocurrido a Kagome seguramente se reiría de él por ponerse celoso de un niño y no estaba dispuesto a ser motivo de burla.

- ¿Pagar por qué? Vamos cuéntamelo.

- Te lo contare… Cuando seamos viejos, si te acuerdas de preguntármelo.

- Pero queda muchísimo para eso – protestó ella poniendo los brazos en jarras.

- Entonces tendrás que quedarte a mi lado hasta entonces.

Kagome sonrió y le dio un abrazo. Hasta entonces y mucho más. Pensó que había sido ala noche más maravillosa de su vida y que, por muchas más que pasara junto al hanyou, nunca podría olvidar esa primera experiencia en la playa.