Harry Potter en Terramar
Capítulo I: El Bosque de las Sombras
Era una mañana tranquila en el valle de Huea. El sol brillaba en lo alto de la montaña y el tiempo era agradable. Un halcón volaba describiendo círculos cerca del bosque mientras que unos niños correteaban tranquilamente en los límites del valle. Malfran sonrió. Sus ovejas darían suficiente lana este otoño y podría hilar unos buenos tejidos que se venderían bien en el pueblo. Sus hijos jugaban despreocupadamente a unos metros de su casa y su marido, Elifar, volvería pronto. Este sería un buen año.
Malfran era una mujer de complexión fuerte, llevaba su oscuro cabello recogido y sus ojos negros revelaban un carácter duro pero gentil. No era extremadamente bella pero llevaba bien sus treinta años. No en vano había sacado adelante la granja y a su familia. Suspiró. La vida no había sido amable con ella pero no se quejaba. Tenía más de lo que podía desear. Sacudió su cabeza como tratando de alejar pensamientos que no la llevarían a ninguna parte ¡La comida no se haría sola! Entró en la modesta cabaña que constituía su hogar y prendió el fuego. Luego de una hora el aroma del estofado llenaba el pequeño ambiente. No tuvo necesidad de llamar a sus hijos pues éstos habían desarrollado un sexto sentido para saber cuando la comida estaba servida en la mesa.
Tunir, el más pequeño de los niños estaba contándole a su madre sus aventuras con un pequeño reptil cuando los sorprendió un golpe sordo que provenía de afuera. Alguien se había tropezado con las raíces del viejo roble y había caído, a juzgar por el estruendo, sobre el viejo carro que Elifar prometió reparar hace ya tres inviernos. Con un rápido movimiento de su mano les indicó a sus hijos que no se movieran y se apresuró a salir de su casa. Ellos vivían a unos kilómetros de Lundir, el pueblo, justo del otro lado del bosque, por lo que rara vez recibían visitas. La gente del pueblo era muy supersticiosa y toda clase de historias y oscuras leyendas sobre el bosque habían alimentado a generaciones enteras de sus habitantes. Esa era la razón por la cual casi nadie cruzaba los límites del Bosque de las Sombras. Pero ella no le temía a un montón de árboles y a unos cuantos animales. Porque los años le habían demostrado que los hombres eran mucho más peligrosos. Con su bastón de madera como única arma cruzó el umbral para ver quien se había adentrado en su granja.
A unos pocos metros de la entrada se encontraba un hombre tendido en el suelo. Al parecer sus suposiciones habían resultado ciertas. Ese desconocido había tratado de acercarse a la cabaña pero no había visto las raíces del roble y había caído con mala suerte sobre el carro. 'Un feo golpe' pensó. Apresuró el paso tanto como su pierna lisiada se lo permitió pero con la cautela que era inherente a todo habitante de la isla. No confiaban en los extranjeros y este sin lugar a dudas lo era. A pesar de no poder verle el rostro las ropas eran extrañas. Nunca, en toda su vida, había visto esa clase de vestimenta. Pero ella tenía un corazón amable y nunca dejaría a nadie herido por temor o ignorancia. Se reclinó ante el desconocido y lo giró lentamente.
-Fea cosa. Te golpeaste en la cabeza.- murmuró. Malfran, con la destreza que caracteriza a una madre acostumbrada a esta clase de accidentes, revisó el golpe.- No es profundo, muchacho, creo que te pondrás bien.
Porque a la luz de la cercanía resultaba evidente que sólo era un muchacho de unos dieciséis o diecisiete años a los sumo. Tenía el cabello oscuro como la noche lo que contrastaba con la palidez de su rostro. Estaba temblando y murmuraba palabras que Malfran no llegaba a comprender. Cuando colocó su mano sobre su rostro se dio cuenta que estaba ardiendo en fiebre. Sin perder más tiempo en suposiciones inútiles lo ayudó a incorporarse. No fue tarea fácil pues el chico estaba muy débil y confundido por el golpe. Al final de varios intentos fallidos lograron pararse los dos y comenzaron a caminar rumbo a la cabaña. A pesar que sólo lo separaban unos pocos metros de la casa tardaron varios minutos en poder entrar.
-Maldita pierna.-pensó Malfran.-Lunlo! Fionin! Ayúdenme a llevarlo a la cama. Tunir! Consígueme paños limpios y tráeme un poco de agua.
Media hora más tarde el muchacho estaba dormido. Malfran le había curado la herida lo mejor que había podido y lo había obligado a beber unas hierbas que se encargarían de bajarle la fiebre. Luego había recitado unas pocas palabras y el chico por fin había logrado calmarse. Ella no era una bruja, casi no tenía poder, pero se le daban bien algunos sortilegios de curación, los únicos que habían aprendido de pequeña y los únicos que podría realizar el resto de su vida. Observó al extraño con atención. Ahora respiraba calmadamente y los temblores habían abandonado su cuerpo. No era el hecho de que un completo extraño hubiese aparecido herido y con fiebre en su puerta, ni su vestimenta tan rara lo que inquietaban a Malfran. Tampoco le preocupaba mucho que el chico hablara una lengua que desconocía por completo y que no se parecía a ninguna que hubiera escuchado antes. No era kargo ni tampoco habló con el Habla Verdadera, y definitivamente no hablaba ninguna variación de hárdico. No. Eso sólo debía ser producto se su ignorancia acerca de los otros pueblos. Lo que en realidad preocupó a Malfran fue la mirada que recibió del chico durante su delirio. Sus ojos, a pesar de estar perdidos en sus propias pesadillas destilaban algo que aún ella podía reconocer. Era poder.
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Pasaron tres meses desde la aparición de Enal en la vida de Malfran y su familia. Se había recuperado rápidamente de su herida, a pesar de que la fiebre tardó más de una semana en ceder. Era un muchacho fuerte y en poco tiempo esta totalmente recuperado. Tuvieron muchas dificultades al comienzo para comunicarse, pero con la paciencia que la caracterizaba, Malfran logró que aprendiera lo suficiente del idioma para poder entenderse en las cosas básicas. Enal aprendía con rapidez, producto sin lugar a dudas de la necesidad. Ayudaba con las tareas de la granja (hecho que Malfran agradecía pues su pierna le molestaba más a medida que el tiempo se hacía más húmedo) y jugaba con los niños quienes ya lo habían adoptado como a un hermano mayor.
El esperado regreso de Elifar, quien por ser marinero pasaba muchos meses fuera, no fue un inconveniente para la estadía del misterioso Enal en el valle. Si bien al comienzo había estado un poco receloso de aquel extraño joven, tuvo que reconocer que no había motivos para ello. En cierta forma le recordaba a él mismo quince años atrás. Había huido de su casa en busca de un futuro diferente para su vida pero había descubierto demasiado pronto que las aventuras sonaban mucho mejor en las gestas que cantaban los bardos que lo que el mundo le ofrecía. El lo tuvo que aprender de la forma dura y algo le decía que este muchacho había vivido experiencias similares. Por otra parte se sentía más tranquilo sabiendo que alguien cuidaría a su Malfran mientras el estuviera en el mar.
Turín lo había bautizado Elnar, que significa rayo, desde la mañana que había descubierto con asombro y deleite la cicatriz que tenía en la frente. El joven no había revelado mucho acerca de su pasado, ni de su origen. Sólo les comunicó torpemente que venía de lejos, que había enfermado en el camino atravesando el Bosque de las Sombras y que luego no recordaba nada más. No hicieron más preguntas. Era su costumbre no inmiscuirse en asuntos que no le concernían y la vida pasada del joven no iba a ser la excepción.
Esa tarde Elifar estaba sentado a la sombra del viejo roble luego de haber reparado por fin el viejo carro que utilizaban para llevar los tejidos de su mujer al pueblo. Aunque el otoño ya se había instalado desde hace unos meses y era una tarde fría, él era un hombre que pasaba mucho tiempo lejos de la tierra y disfrutaba de esos simples contactos. Pero en esos momentos toda su atención estaba dirigida hacia Elnar. El muchacho vestía unas ropas suyas y se encontraba tratando de convencer a una oveja rebelde que entrara al corral. Ya no le impresionaban como al principio esos cristales sujetos con un armazón de algo que se parecía al hierro pero era más liviano que usaba en su rostro. Decía que veía mejor con ellos. El conocía muchos pueblos cada uno con sus diferentes costumbres y había aprendido a aceptarlas. De todas formas le intrigaba el joven. Parecía que jamás en su vida había visto un oveja, tenía problemas para encender el fuego, y aún recordaba el día que su pequeño Tunir le había comentado que Elnar había demorado media hora en traer el agua cosa que él hacía en menos de diez minutos sólo con siete años. Era realmente extraño.
Mientras Malfran barría la habitación principal de la cabaña pensamientos similares a los de su marido ocupaban su mente. Aunque a ella le causaba más intriga la pequeña vara de madera de la cual el joven no se separaba ni siquiera para dormir. Estaba segura de que era un hechicero a pesar de que no se parecía ni remotamente a uno. Pero podía sentirlo. Y Elnar lo sabía. Era esa clase de cosas que no necesitaban expresarse con palabras porque están ahí para buenos observadores. Y ella lo era. Pero no podía dejar de preguntarse cuales eran los motivos que lo habían llevado hasta allí. Y sobre todo ¿por que no daba muestras de su poder? Era bien sabido por todos que esa clase de poder le daría el sustento necesario para que no tuviera que vivir, que compartir su pobreza. ¿Acaso no sabría usar su poder? Su instinto le decía que había mucho más escondido detrás de esos misteriosos ojos verdes. Y no sabía cuanta razón tenía.-
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- Maldita bola de lana! Te juro que si no entras de una vez mañana te convertirás en el almuerzo!
La oveja sólo le dedico una mirada de indiferencia antes de correr hacia el lado opuesto que se suponía debía ir. Durante los meses en la granja había aprendido las nociones básicas para poder ayudar a Elifar y Malfran y de paso ganarse el sustento, pero lidiar con las ovejas había resultado mucho más complicado de lo que parecía a simple vista. Es que el no tenía madera para eso y esa estúpida oveja en particular disfrutaba haciéndole la vida imposible. Luego de quince frustrantes minutos logró cerrar el corral. Aún no había anochecido y tenía tiempo para dar un paseo por los alrededores del valle. Le hizo un gesto a Elifar que estaba sentado a la sombra del viejo roble y comenzó a caminar lentamente hacia el oeste. Por lo que había podido averiguar se hallaba en la pequeña isla de Lual, enfrente de Gont. Para ser sincero eso no le decía mucho, jamás había oído hablar de tal lugar pero no quería hacer demasiadas preguntas pues sería él quien debería dar respuestas a cuestiones que por el momento no tenía intenciones de revelar. Ellos eran buenas personas pero es que ni él mismo comprendía la situación que estaba viviendo.
Caminó cerca de veinte minutos antes de encontrarse en los límites del Bosque de las Sombras. Era una tarde soleada pero hacía frío. El atardecer estaba próximo. El cielo se estaba volviendo cada vez más oscuro y si se observaba el bosque se podían notar rayos anaranjados que contrastaban con el verde de los árboles. Ese lugar le permitía pensar con claridad y paradójicamente fue allí dónde comenzó todo. O mejor dicho dónde terminó. No podía encontrar una explicación satisfactoria e incluso a veces temía estar volviéndose loco, pero podía asegurar que el Bosque de las Sombras era la clave del misterio, o por lo menos una de las claves. El bosque ejercía en él una atracción casi sobrenatural pero no le brindaba respuestas. Nadie lo hacía. Resopló indignado consigo mismo. No tenía tiempo para esto. Necesitaba salir lo más pronto de allí y volver a casa. Ese era el lugar dónde tenía que estar, no luchando con ovejas testarudas ni cuidando la huerta. El tenía una batalla personal que no podía perder y sin embargo se había convertido en un granjero, y ni siquiera era bueno en eso.
Sin embargo, lo que más le aterraba era la pérdida de sus poderes. No podía realizar ni un simple lumus. Quizás era un poco apresurado hablar de pérdidas porque sabía, mejor dicho sentía que su magia seguía allí. Pero estaba pasando por una especie de bloqueo mágico que no le permitía canalizar sus poderes de forma correcta. El intuía y estaba casi seguro de no equivocarse que su pequeño 'paseo' por el Bosque de las Sombras no le había robado su poder mágico, pero en ese extraño lugar era imposible realizar cualquier tipo de hechizo por más sencillo que este fuera. Era como si todo lo que había aprendido durante los últimos seis años no funcionara aquí. Tenía que empezar de nuevo. Por las noches cuando todos dormían en la casa el se concentraba y trataba de canalizar su magia de diferentes formas. Hasta ahora no había avanzado mucho y esto era más frustrante que la oveja preferida del pequeño Tunir.
Se recostó contra el árbol. Cerró sus ojos y se aferró con fuerza a su varita. Se concentró en la oscuridad y trató de imaginar que su vida dependía de que pudiera conjurar luz. Sin hacer ningún movimiento y sin despegar los labios pensó lumus y nada sucedió. Sumamente enfadado le dio una patada con todas sus fuerzas al árbol que tenía enfrente. Solo consiguió un fuerte dolor en su pie derecho y con seguridad un lindo moretón. Estaba tan inmerso en su propia rabia que no había escuchado al hombre acercarse.
- No es bueno golpear a los árboles, joven amigo. Sólo conseguirás que tu enojo y frustración vuelvan con fuerza hacia ti. Ahora dime ¿Que te hizo este árbol para que lo trataras así?
