El dragón Kalessin lo espió con un ojo rasgado, terrible, dorado. Había siglos, seres eternos, en ese ojo de mirada insondable que albergaba la aurora del mundo.
La costa más lejana. Ursula Le Guin
Capítulo 8: El pacto
- Ya se ha abierto - dijo una voz profunda enfrente de ellos. Luana McLuggen estaba de pie en la Sala Común con una expresión indescifrable en el rostro- Harry Potter abrió La Puerta del Destino. Y ahora, nuestros caminos se han vuelto a cruzar...
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El mar estaba en calma. El sol se ocultaba lentamente en el horizonte tiñendo de rojo las aguas del oeste. Una enorme figura volaba majestuosamente trazando círculos en el aire, rompiendo la monotonía del atardecer. Su piel cobriza resplandecía bajo la suave luz del atardecer mientras que sus alas se desplegaban completamente brillando y otorgándole una aterradora belleza casi sobrenatural. El gran dragón de ojos dorados atravesaba el océano con movimientos seguros, mesurados, elegantes. En él se podían observar los signos inequívocos de una edad inmemorial, incalculable.
La noche había caído sobre Terramar pero el vuelo del dragón continuaba. Atravesó el Archipiélago a una velocidad increíble hasta llegar a su destino. Aterrizó suavemente en una pequeña isla, sobre un claro cerca de un gran acantilado. La oscuridad era total pues la luna estaba oculta tras gruesas nubes que anunciaban la pronta llegada de una gran tormenta. Sin embargo, durante escasos segundos, una luz brillante se pudo observar en el Valle de Huea. El dragón se hallaba envuelto en un torbellino de fuego, las llamas bailaban alrededor de él, iluminando todo a su alrededor. Poco a poco, el fuego se fue consumiendo hasta desaparecer por completo. Dónde antes se encontraba el gran dragón ahora se podía observar a un hombre que caminaba suavemente hacia el Bosque de las Sombras.
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- Tonterías -dijo una mujer de cabellos rojos como el fuego. Sus profundos ojos azules brillaban ferozmente - Nadie puede negar el inmenso talento que tiene Luana, no importa que sus padres no sean magos. Esa joven es excepcional.
- Lo sé Rowena, lo sé -suspiró el hombre que se hallaba a su lado. Era alto, de cabellos y ojos oscuros que contrastaban con la palidez de su rostro. Sin embargo, su voz emanaba fuerza y decisión. - Pero ya sabes como piensa él... en fin, no vamos a discutir más sobre este asunto. Ya está decidido, Luana se queda con nosotros. Ella y todos los que posean un talento similar.
- No estoy enfadada contigo Godric... - la mujer sonrió brevemente antes de continuar - Pero no lo comprendo ni lo acepto. Además, esa joven tiene mucho poder... es nuestro deber enseñarle como manejarlo.
- Y eso haremos - sentenció el hombre con decisión.
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Era una noche tranquila en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. El Gran Comedor estaba repleto de jóvenes que charlaban animadamente. La cena estaba a punto de terminar y algunos niños bostezaban abiertamente. Una niña pequeña, de unos once u doce años estaba sentada en un extremo de la mesa, alejada del resto de sus compañeros. Normalmente era una chiquilla alegre, extrovertida, aunque muchos la consideraban un poco extraña. Pero esa noche no se sentía con ánimos para conversar ni reír junto a los demás. Por primera vez desde que había ingresado al colegio, hacía ya un año, sentía esa conocida sensación de desconfianza y rechazo hacia ella. Y, al igual que antes, no entendía el porqué.
Había crecido en una pequeña aldea en el medio de la nada, junto a sus padres. Su vida no había sido fácil, principalmente debido a los extraños sucesos que siempre ocurrían a su alrededor. Sus vecinos la evitaban casi tanto como al mismo diablo, pues creían que la niña estaba poseída por un espíritu maligno. Muchas veces, cuando estaba enojada o asustada, hacía que las cosas volaran o estallaran a su alrededor. A causa de ello no tenía amigos e incluso, en alguna ocasión, pudo percibir miedo en los ojos de sus padres. Ella siempre sería diferente. Hasta que llegó la carta de Hogwarts... No sin cierto recelo, sus padres aceptaron el hecho de que su única hija fuera una bruja (y no un demonio) y permitieron su ida al colegio.
Por primera vez en toda su vida Luana se había sentido totalmente aceptada. Tenía amigos que no la juzgaban por ser quien era y si bien había algunos que la molestaban por su origen, no era nada que le afectara demasiado. Hasta ese día. Por la mañana había tenido una discusión, tonta a decir verdad, con un compañero de clase. Pero se había enfadado mucho. Sin entender como, su piel había comenzado a brillar mientras que sus ojos adquirían un profundo color ámbar. Luego, comenzó a hablar en una lengua extraña y repentinamente incendió el pupitre de su maestro. No recordaba nada más. En algún momento se había desmayado. Los profesores no la habían castigado, hecho sumamente extraño, ya que estaban tan desconcertados como ella.
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Rowena Ravenclaw se dirigía hacia su cabaña en las profundidades del Bosque Prohibido. Últimamente le resultaba cada vez más difícil controlar su espíritu, que reclama la libertad del viento y la eternidad del agua. Pronto se marcharía. Ella era una de las últimas descendientes de una raza milenaria, mágica y eterna. Su madre había sido una hechicera, pero los poderes de su familia no se habían manifestado en ella. Y no la salvaron de la muerte. La magia era un misterio insondable que se manifestaba de diferentes formas en cada ser y en cada lugar, haciendo imposible aprehenderla en su totalidad. Su madre nunca se sintió atraída hacia ella aunque vivió de acuerdo a sus enseñanzas, y le transmitió todo lo que había aprendido de su madre, la abuela de Rowena. Ésta abandonó su cuerpo mortal y deambularía hasta la eternidad libre por los caminos de la naturaleza. Pero ella no quería ese destino, que sin lugar a dudas acabaría siendo el de ella.
Casi sin darse cuenta llego a su refugio, una simple cabaña construida en el corazón del bosque. No podía comprender con certeza la razón por la cual había levantado su refugio precisamente en ese lugar, pero ella solía obedecer a su instinto. Hasta el momento, siempre había tenido razón. Se sentó afuera, en su sillón favorito, dejando que la suave brisa de la noche acariciara sus cabellos. Estaba confundida y, aunque le costara reconocerlo, tenía miedo. Le asustaba su destino y también lo que le sucedería a su marido y al colegio cuando ella ya no estuviera. Pero, a pesar de sus preocupaciones, tampoco podía dejar de pensar en la niña, en esa chiquilla que era un enigma hasta para ella...
De improviso, se levantó un fuerte viento en las profundidades del Bosque Prohibido. Rowena levantó la vista y observó con asombro como una luz brillante emanaba de los dos árboles que tenía enfrente. El lugar comenzó a vibrar, suavemente, y el viento se hizo más fuerte, provocando que miles de hojas revolotearan a su alrededor. Ella se levantó despacio, midiendo cada movimiento de su cuerpo, concentrándose en la tierra. Poco a poco, los temblores se calmaron y la luz se hizo más tenue hasta desaparecer por completo. Rowena abrió sus ojos nuevamente y no pudo evitar retroceder un paso al ver a un hombre alto, de mirada profunda parado entre los árboles.
- Lup anuj ghu kiosi afur (La Puerta del Destino ha sido abierta) -susurró el misterioso hombre antes de caminar directamente hacia ella.
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Luana no podía dormir. Observó con atención sus manos, que este momento se veían normales. Pudo ver sus largos dedos, su piel pálida y los cayos que sobresalían en sus nudillos producto del trabajo manual, que había realizado por años junto a su madre. Sin embargo, esta mañana, durante los minutos en los que había perdido el control, pudo ver claramente como unas garras crecían en el lugar dónde debían estar sus manos. Al parecer, sólo ella las había visto, pues, por lo que había escuchado, nadie más se había percatado del extraño fenómeno. Estaba asustada, no podía negarlo, sin embargo en esos escasos instantes se había sentido completa. Era muy confuso pero a la vez no podía decir que estaba completamente sorprendida. Desde muy pequeña soñaba que volaba, que atravesaba los mares bajo la forma de un dragón. Pero era la primera vez que se materializaba de esa forma.
Se levantó de su cama y abandonó el dormitorio cerca de la medianoche. Estaba inquieta. No podía dejar de pensar en lo ocurrido esa mañana, algo que no entendía y que la asustaba, atenazando sus músculos e impidiéndole respirar con normalidad. Algo iba a suceder y a pesar de no comprender el porqué de su certeza, no tenía ninguna duda al respecto. Se asomó a la ventana dejando que la oscuridad de la noche apaciguara su miedo pero lo que vio la paralizó por completo durante unos minutos. La luna brillaba resplandeciente sobre el bosque, perfilando una extraña y conocida figura en el contorno de las nubes que sobresalían de forma sobrenatural rompiendo la tranquilidad de la noche. Era un dragón.
- Kalessin - murmuró casi en trance. Sin siquiera detenerse a pensar abandonó la Sala Común y corrió por los pasillos del castillo a una velocidad inusitada rumbo a la salida. No se encontró con el celador ni con ningún profesor y finalmente salió a los terrenos. Sin detenerse a descansar se dirigió velozmente hacia el Bosque Prohibido. Los árboles dibujaban sombras a su paso y pese al miedo que la invadía, una fuerza desconocida la impulsaba a seguir. Ella adoraba el bosque. A pesar de tener sólo doce años, le gustaba la tranquilidad que le brindaban los árboles, el silencio profundo de la naturaleza y el aire liviano que se respiraba en su interior. Pero ahora no pensaba en ello, sólo atinaba a seguir corriendo, hacia su destino.
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Rowena desenfundó su varita instintivamente pero no se movió. El hombre la observaba con detenimiento, como estudiándola, analizando cada detalle de su expresión. Era alto, con el cabello castaño rojizo y piel cobriza. Sus ojos, a pesar de la oscuridad reinante, brillaban con luz propia otorgándole un aspecto feroz y atemorizante. Pero lo más sorprendente de ellos era su color, de un dorado brillante, casi místico aunque cálido. Permanecieron un tiempo así, solo observándose mutuamente, con curiosidad y cautela, tratando de determinar si el otro representaba o no una amenaza. El misterioso hombre buscaba en ella algún signo de reconocimiento o comprensión, aunque sabía que era imposible.
La Puerta del Destino formaba parte de ambos mundos desde el comienzo de los tiempos, pero pocos tenían el poder o la necesidad de atravesarla. Sin embargo, en los inicios del tiempo, incluso antes de que las islas se levantaran del mar y que la tierra de los hombres se conformara como tal, sus mundos habían sido uno. Y cada universo, guardaba en las raíces más profundas de su esencia, algunos vestigios de ese pasado común. En ocasiones, en el Archipiélago, aparecían magos y hechiceras, que dominaban un poder diferente al que usualmente se observaba en Terramar. Su fuerza era esencialmente diferente, e incluso habían algunos que realizaban magia sin necesidad de recurrir a la Lengua Arcana. Sus sortilegios eran canalizados a través de su cuerpo con la ayuda de una vara, pues la magia fluía en ellos en forma diferente. Hubo sólo unos pocos, que fueron considerados locos o embusteros y finalmente se perdieron en el olvido Del mismo modo que en la tierra de los hombres, una vez cada cientos de generaciones, aparecía un ser en cuyo cuerpo y espíritu habitaba un poder diferente, el poder de los dragones. Porque ellos no habían sido divididos.
- ¿Quién eres? - la voz de Rowena resonó en el claro del bosque. Ella aún estaba un poco pálida a causa de la impresión, pero la curiosidad y la necesidad de respuestas habían sido más poderosas que el miedo. Como el extraño no respondía, avanzó un paso y con voz firme dijo - Mi nombre es Rowena Ravenclaw, de Hogwarts...
- Agni Rowena - respondió el hombre con voz grave y profunda. A pesar de no compartir el mismo idioma hablaban con la voz de la magia, que iba más allá de los límites de sus diferencias. Rowena inclinó su cabeza en señal de entendimiento y con un simple movimiento de su mano el aire alrededor de ellos comenzó a agitarse envolviéndolos suavemente. La piel de la joven perdía lentamente el color, se hacía inmaterial, eterna, pero en sus ojos aún brillaba una luz que resplandecía en la oscuridad de la noche. Los cabellos de la joven mujer se balanceaban movidos por el viento, mientras que una imagen, compuesta por las hojas y la tierra se formaba ante ellos. Creado de tierra y de agua, un fénix se levantó de la tierra y se ubicó ante el desconocido. Éste, a su vez, se inclinó y juntó sus manos. Luego, trazó en el aire una figura y de sus manos surgió una masa de fuego despareja, que poco a poco fue tomando forma hasta quedar perfectamente definida. Un dragón.
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Luana estaba agotada, pero seguía corriendo, adentrándose en el Bosque Prohibido. No tenía conciencia plena de hacia dónde se dirigía, pero sabía que iba en dirección correcta. Tropezó un par de veces, pero logró levantarse y continuar su camino. Cuando llegó a un claro en el corazón del bosque, encontró aquello que inconscientemente estaba buscando. Bajo el amparo de dos árboles antiguos y protegidos por un poder inmemorial y eterno, se hallaban dos personas. Junto a ellas, se alzaban dos imponentes figuras, compuestas por los Poderes de la Tierra: tierra y agua, aire y fuego. La danza del viento cesó de improviso, las hojas dejaron de moverse y todo volvió a la calma.
- ¿Aro Kalessin? - las palabras salieron la boca de la niña antes de que pudiera detenerse a pensar cómo conocía esa lengua.
- Agni Orm Lugel- la voz profunda de Kalessin se asemejó a un silbido grave, pero ella lo comprendió a la perfección - Medeu (Hermana)
- Medeu (Hermano) - murmuró Luana. Se acercó hasta él y lo miró directamente a los ojos. Sólo entonces comprendió... él la había llamado.
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Rowena observaba la escena con una mezcla de fascinación y temor. Estaba apoyada contra un árbol, porque sentía como su espíritu clamaba por abandonar su cuerpo. Conocía los riesgos de manejar los elementos, ya que conforme pasaban los años, cada vez le costaba más dominar su poder. Pero en ese momento no podía aparatar su vista de la extraña escena que sucedía frente a sus ojos. La pequeña Luana, hablaba con el desconocido en una lengua que no llegaba a comprender. La niña no parecía asustada, aunque sus manos temblaran ligeramente.
- Llevo mucho tiempo buscándote, pequeña - dijo Kalessin sin dejar de mirar a la niña directamente a los ojos. Sin embargo, se podía apreciar una nota de humor y de orgullo en su voz - Largo es el camino que aún queda por recorrer, pero aún en el principio de los tiempos el primer paso fue el más importante.
- ¿He de ir contigo, Kalessin? - dijo la niña en un susurro - Allá... ¿Al otro viento?
- Aún no, criatura, aún no es tiempo- contestó él mientras se acercaba a ella con paso decidido - Tienes una tarea por la cual debes permanecer aquí. La ambición, la sed de poder amenaza nuestros mundos. Aquí, en la tierra de los hombres, se suceden batallas internas, con magos que desafían a los Antiguos Poderes para cumplir sus metas. Buscan en la oscuridad y en el conocimiento lo que no deberían conseguir nunca. La avaricia y el desconocimiento de aquellas cosas que realmente importan los llevan a desafiar a la naturaleza. Y, aunque hoy acabe, la oscuridad renacerá mañana, terrible y despiadada, buscando la eternidad.
Pero, también en las islas el Equilibrio peligra. Los hombres en el Archipiélago han desafiado a los Poderes de la Naturaleza, peleando contra enemigos invisibles. Erreth-Akbé y Orm perdieron sus vidas en Selidor... seres ajenos, extraños entre ellos pero que entraron juntos a la la tierra de la muerte. Fue la trágica señal para que nuestros caminos, que recorren terrenos separados, se acerquen hasta cruzarse.
Allá, en las arenas de la costa de Selidor, la palabra y la espada se enfrentaron, y no hubo un vencedor. Todos perdimos en esa batalla. Sin embargo, el futuro aún está por construirse, pequeña, y lo que una vez fue dividido volverá a reunirse para restablecer el Equilibrio. Sólo así, podremos conjurar la vida y la muerte para volver a ser uno solo. Tú eres la encargada de cuidar la Puerta, hasta que llegue ese momento.
- Sólo en el silencio la palabra, sólo en la oscuridad la luz, sólo en la muerte vida; el vuelo de halcón brilla en el cielo vacío (1) - la niña cantó suavemente el Cantar de La Creación de Ea, las palabras llegaron a su mente como una ráfaga de viento que mueve las hojas de los árboles.
- Cuando el halcón y el león lleguen al Confín de los Días, atravesando la muerte y la vida, devolviéndole a la naturaleza lo que nunca le deberían haber quitado, el pacto quedará sellado y nuestros mundos comenzarán el camino hacia la paz. Divididos en cuerpo pero unidos en espíritu.
Kalessin se inclinó ante la niña y le entregó un pequeño paquete. 'Para tu guardiana'dijo antes de emprender el camino de regreso. Una luz tenue comenzó a brillar mientras se dirigía hacia la Puerta del Destino. La tierra tembló suavemente cuando Kalessin la atravesó. Las figuras de tierra y fuego, de viento y agua, se elevaron hasta posarse en la cima de la misma. Una enfrente de la otra, custodiando la entrada de los mundos y se convirtieron en el símbolo imperecedero de la hermandad de sus pueblos.
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Luana estaba dormida en los brazos de Rowena dentro de la cabaña. La niña se hallaba exhausta luego de los últimos sucesos. Afuera, se había desatado una fuerte tormenta que caía con furia sobre los alrededores. Con cuidado, para no despertar a la niña, Rowena se levantó y abrió el paquete que le había dado la pequeña. Era una bolsa de cuero, atada con un simple cordel, de aspecto rústico. Con delicadeza, y casi con temor, la joven mujer abrió el paquete. Dentro del mismo sólo había una piedra. Debía medir unos cuatro centímetros de ancho, era negruzca, no tenía ni brillo ni color definido y en el centro de la misma de hallaba grabada una runa que no llegaba a reconocer. Con cierto recelo la tomó en sus manos, lentamente como si se tratara de una fina pieza de cristal que se pudiera romper por algún movimiento brusco.
Esa noche, Rowena Ravenclaw sonrió. Le habían otorgado la llave que le permitiría cumplir con la promesa que le había hecho a su madre hacía ya más de quince años. Se quedaría en el mundo, viviría su vida y aceptaría su muerte. Sería sólo un ser humano más.
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El sol comenzaba a filtrarse por las ventanas en la Sala Común de la Torre de Gryffindor. Dos muchachos escuchaban fascinados una historia tan fantástica como increíble. A pesar de lo absurdas que sonaban las palabras de su profesora, los chicos no podían dejar de creer en ellas. Hermione estaba recostada en un cómodo sillón, acurrucada frente al fuego. Ron, por el contrario, no había podido moverse de su silla en toda la noche.
- ¿Harry podrá volver? - Hermione rompió el silencio que se había instalado entre los tres cuando McLuggen había finalizado su historia - ¿Podrá cruzar de regreso la Puerta del Destino?
- Eso no lo sé. Sólo podrá volver cuando haya recorrido el camino que debe transitar - dijo con voz serena la profesora - Pero, no podrá quedarse por mucho tiempo más. La Puerta se está cerrando...
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(1) Le Guin, Ursula. Un mago de Terramar. Buenos Aires : Minotauro, 2004. p. 8
