Las consecuencias de nuestras acciones son siempre tan complicadas, tan diversas, que predecir el futuro es realmente muy difícil.

Harry Potter y el Prisionero de Azkaban. J. K. Rowling

Capítulo 9: La llamada de los muertos

Pero, no podrá quedarse por mucho tiempo más. La Puerta se está cerrando...

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El hombre viejo estaba sentado en una antigua silla observando con desconfianza a las dos personas que tenía adelante. Sus cabellos blancos contrastaban con su piel morena, curtida por el sol y el viento del Archipiélago. Su expresión, de auténtico desagrado, iba paulatinamente transformándose en una que reflejaba un vívido interés. Odiaba a Gavilán, no por ser quien era o porque le desagradara especialmente, sino porque ese muchacho tenía la capacidad de sacarlo de su tranquila vida para envolverlo en sus aventuras absurdas. Tir, como todos lo conocían, no era un mago, ni siquiera era un hechicero. Simplemente había sido el custodio de la Biblioteca Real durante más de treinta años. Así había conocido a Gavilán, hace ya algún tiempo, mientras éste se hallaba buscando la otra mitad de la Runa de la Paz. Oh, se acordaba perfectamente de aquellos días. El joven mago había insistido en bucear por toda la inmensa Biblioteca para encontrar alguna pista que lo ayudara en su búsqueda. Y para ello había arrastrado al viejo bibliotecario, que sólo deseaba un poco de paz antes de retirarse, por toda la isla de Havnor en búsqueda de respuestas... y por lo que estaba escuchando tenía planes parecidos esta vez...

- Y esa es la historia Tir -dijo Gavilán tranquilamente. La voz pausada del mago no había cambiado durante todo el relato, pero había estado atento a los cambios en la expresión del viejo. El bibliotecario era un hombre tosco, gruñón e incluso algunas veces podía ser desagradable. Pero bajo esa fachada de absoluto desinterés, Gavilán sabía que Tir era dueño de una curiosidad insaciable, que ni siquiera en todos sus años en la Biblioteca Real, había podido aplacar.

- ¿Que buscas aquí, Gavilán? - gruñó el viejo - No me interesan los cuentos de tu chiquillo... Además me retiré hace más de dos años...

Harry había lanzado un bufido de exasperación: ¿chiquillo? No había atravesado todo el Archipiélago para que un viejo desagradable lo tratara como a un crío mentiroso. Pero reprimió las palabras de protestas ante un gesto casi imperceptible de Gavilán, quien se limitó a sonreír a modo de respuesta.

- Aunque un carpintero no se levante todos los días para trabajar la madera, sus manos aún responden naturalmente a su contacto - replicó Ged tranquilamente - El conocimiento sigue en tu interior al igual que tu sed de respuestas...

- Ya no - suspiró el bibliotecario - por si no te has dado cuenta ya estoy viejo Gavilán. Viejo y cansado. Ya no soy quien solía ser...

- Pero quizás, incluso sin tener que abandonar la seguridad de tu hogar, podrías brindarnos algunas respuestas -prosiguió Ged. Su voz ronca y pausada no denotaba la ansiedad que podía estar sintiendo. Harry estaba seguro que de haber sido él ya estaría gritando. Quizás debería empezar a medir un poco su carácter. Gavilán continuó sacando al joven de sus pensamientos - La Biblioteca Real de Havnor guarda libros antiguos, de épocas remotas, algunos poderosos, otros no tanto. Tiene en su acervo vestigios de la Época Oscura y de los siglos de historia de Terramar, y a través de sus páginas podemos recorrer y descubrir muchos de los misterios que guarda el Archipiélago.

- Si - suspiró el viejo - pero el conocimiento puede resultar peligroso. Aunque los libros que allí se guardan no poseen el saber de la magia, adentrarse en sus secretos es un poco temerario... Pero te conozco, y ni siquiera si te atesto un fuerte golpe en esa gran cabeza que tienes, te podría detener. ¿Que es exactamente lo que estás buscando?

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Hermione estaba dormida sobre un gran libro abierto en la Sala Común. Hacía ya un día que habían logrado que McLuggen les relatara su historia, y a pesar de la negativa de la profesora de que siguieran interviniendo, ellos trataban de descubrir algún cabo suelto que les permitiera ayudar a Harry. Ron la miraba con un amago de sonrisa en los labios. La muchacha era testaruda. Al parecer no se conformaba con esperar de brazos cruzados a que su amigo regresara... Aunque él mismo pensaba en forma similar sabía que se hallaban ante un callejón sin salida.

Luego de la muerte de Dumbledore, el mundo mágico se encontraba sumido en un profundo caos. La Orden del Fénix agonizaba sin tener un líder claro aunque peleaban con todo lo que tenían a su alcance para hacerle frente a Voldemort. La desaparición de Harry aún no era de dominio público, pero Ron sabía que era sólo cuestión de tiempo para que El Profeta publicara la primicia. El miedo se respiraba por todos lados y Hogwarts había dejado de ser la fortaleza que solía ser. Sin embargo, aún no había perdido la esperanza. No podía siquiera pensar que pasaría si perdían esta guerra, porque el mundo tal y cómo lo había conocido probablemente desaparecería. Debían hacer todo lo que estuviera a su alcance para ayudar a Harry... él no sólo era su amigo, su hermano, sino que además era el único que tenía la llave para derrotar al Innombrable.

- Pst, Hermione - Ron sacudió suavemente el hombre de su amiga - Vamos, despierta...

- ¿Ron? - murmuró la chica - ¡Oh no! Me quedé dormida...

- Si, de eso ya me di cuenta - contestó el pelirrojo con una sonrisa - Después dicen que siempre soy yo...

Hermione no respondió, sólo le dedicó una mirada cargada de indignación antes de alisarse la túnica en un intento de parecer más presentable. En esos momentos se escuchó un fuerte estruendo proveniente de las afueras del castillo. Los chicos se miraron con la preocupación plasmada en sus ojos por unos instantes antes de dirigirse rápidamente hacia la ventana para ver que ocurría. El panorama antes sus ojos les quitó la respiración. Cientos de dementores sobrevolaban el Bosque Prohibido.

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Harry caminaba junto a Gavilán por las concurridas callejuelas de Havnor. El sol golpeaba con fuerza a los transeúntes e iluminaba hasta los rincones más oscuros de la ciudad. En todos lados se podía observar gente negociando, desde un joven reclamando un descuento hasta una vieja bruja tratando de vender sus filtros de amor. Luego de haber estado cerca de tres horas con el bibliotecario, consiguieron un poco de información. El joven no sabía exactamente que era lo que estaba buscando el mago, pero fuera lo que fuere, parecía importante. Antes de llegar a Havnor, Gavilán había murmurado algo referente a la Puerta del Destino, como si ésta ya hubiera sido abierta antes...

- ¿Por qué vamos hacia la biblioteca? - preguntó Harry. Desde que habían abandonado al viejo Tir, Gavilán no había pronunciado ninguna palabra y en su rostro se reflejaba una creciente preocupación.- ¿Qué contiene ese libro por el cual preguntabas?

- No sólo el saber mágico nos ayudará a devolverte a tu hogar, Elnar - contestó suavemente el mago - Los caminos de la magia son muy diversos... pero ante todo es la acción de los hombres los que construyen la historia.

- Como siempre, Gavilán, las palabras escapan de tu boca sin aclarar demasiado... -contestó Harry un tanto molesto. No era la primera vez que le contestaba a sus preguntas con frases, que si bien podían tener mucho significado, era sumamente ambiguas.- Necesito saber... si tienes alguna de idea de porqué llegué a Terramar, debes decírmela.

- No lo sé, Elnar, no lo sé - replicó el mago con su voz ronca - Pero algo está pasando, no es casualidad que tu llegaras aquí, ni que tengas en tu poder dos de las Runas de la Naturaleza, ni el vuelo de los dragones... Todo está interconectado aunque no podamos ver el porqué

- Y pregunto, si es que se puede saber, ¿Qué tiene que ver ese viejo loco en todo esto? - dijo Harry con rudeza. Sus nervios estaban al límite, los sucesos de los últimos días habían logrado sacarlo de su ensimismamiento y sentía que ya no podía esperar más - Hace años que estoy viviendo en el límite entre la vida y la muerte... Estoy cansado, Gavilán, muy cansado de que todo me pase a mí...

- Infinitas son las discusiones de los magos -contestó Gavilán con un tinte de ironía en su voz - E infinitos son sus caminos. Pero, a pesar de las circunstancias, nunca te olvides de que fueron tus acciones las que te condujeron a este lugar... Sin embargo, supongo, y creo no equivocarme, que hay más en juego de lo que se puede observar a simple vista. Antes de partir hacia Selidor, en busca del Anciano, es necesario que encontremos el Libro Perdido de Hussa...

- ¿El Libro Perdido de Hussa? ¿Que contiene? -preguntó Harry interrumpiendo las palabras de Ged. Sobre él mismo habían estado indagando en la casa del bibliotecario - Y... ¿Quién es el Anciano?

- Una pregunta a la vez, Elnar, una pregunta a la vez- replicó Ged con una sonrisa- Por momentos, me recuerdas mucho a mí mismo, quince años atrás...

Súbitamente, Ged se detuvo. Harry observó con atención a su alrededor pero no observó nada fuera de lo común. Las estrechas calles del sur de la ciudad seguían abarrotadas de gente, que caminaba, negociaba o simplemente disfrutaba de uno de los últimos días del verano. Gavilán estaba quieto, sin mirar a ningún punto en particular, como esperando que algo sucediese. De improviso, una sombra emergió de una esquina, deslizándose lentamente entre la gente, atravesando la calle sin rumbo fijo. En ese momento, una joven mujer comenzó a gritar, llamando a la sombra entre lágrimas. Harry se estremeció cuando entendió que estaba sucediendo... alguien estaba invocando a los muertos.

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El castillo se hallaba sumido en un profundo caos. Cientos de niños y jóvenes estaban agazapados en el Gran Comedor luchando por contener el pánico que se había apoderado de ellos hacía ya dos horas. Los profesores y varios miembros de la Orden del Fénix se encontraban afuera, probablemente enfrentándose a los dementores que estaban allí. Nadie sabía con certeza que estaba pasando en los terrenos de Hogwarts, sin embargo, hubieran apostado todos los puntos de sus casas a que Quien No Debe Ser Nombrado estaba involucrado. Se podía escuchar llantos aislados y los rostros pálidos de los alumnos eran visibles aún en la oscuridad de la noche.

Ron y Hermione estaban un poco apartados de todo el movimiento. Al igual que sus compañeros estaban aterrados. El frío se colaba por las ventanas, impidiéndoles respirar con normalidad. Ese frío sobrenatural, que se internaba hasta el alma y oprimía sus pulmones, hundiéndolos en la más profunda desesperación. Sin embargo, los chicos aún podían pensar con cierta claridad, y sus suposiciones, llegaban a aterrarlos incluso más que los dementores fuera del castillo.

- No puede ser Hermione, no puede saberlo - Ron estaba más pálido de lo habitual y su voz tembló un poco al hablar- Nadie sabe acerca de la Puerta, nadie...

- Pero Ron, ¿Por qué están en el bosque? - replicó la muchacha con impaciencia - Si el ataque hubiera sido dirigido a Hogwarts, ellos estarían rodeando el castillo...

- No lo sé... -suspiró el pelirrojo - ¿No habrá venido a buscar el horcrux?

- No lo creo, porque podría haber mandado a alguien o incluso venir él mismo - contestó la chica lógicamente - Para ello no era necesario mostrarse tan abiertamente... ¡Vamos! No podemos quedarnos acá...

- ¿Que? -gritó Ron con el miedo plasmado en su rostro - ¡¿Estás loca o qué! No podemos salir afuera...

- Debemos encontrar a McLuggen, Ron - replicó Hermione con resignación. Conocía demasiado bien a su amigo como para saber que siempre le costaba dar el primer paso, pero luego no existía poder en la tierra que lo detuviera - Ella es la única que sabe al respecto...

El muchacho sólo asintió. Sin que nadie se diera cuenta abandonaron el Gran Comedor ocultos en la vieja capa de invisibilidad de Harry. Desde la desaparición de su amigo la llevaban siempre con ellos, pues nunca sabían cuando la podrían necesitar. Corriendo tan rápido como podían, con cierta torpeza causada por el miedo y por hallarse ocultos bajo la capa, los muchachos lograron llegar a los terrenos de Hogwarts Allí pudieron divisar varias figuras conocidas tratando de repeler a los dementores, pero McLuggen no estaba entre ellos. No necesitaron hablar para saber lo que harían a continuación. Bordearon los límites del bosque evitando expresamente a los dementores hasta llegar a una parte que estaba vacía. Se quitaron la capa y luego de una breve mirada de resignación, se internaron al bosque por tercera vez en el año.

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Gavilán sólo observó la escena durante unos breves instantes antes de comenzar a caminar con paso decidido hacia dónde había surgido la sombra momentos atrás. Harry lo siguió inmediatamente, sacando de un pliegue de su capa su varita mágica, pues la situación parecía sumamente peligrosa. No tuvieron que avanzar mucho, pues en la puerta de una hermosa casa se hallaba un hechicero, de cabellos bancos, con una extraña sonrisa en la cara. El hombre era viejo, canoso, y había algo en él que Harry le resultó vagamente familiar, aunque no podría definirlo con certeza. No llevaba una vara de mago, aunque podía sentir el poder que emanaba de él.

- El poder de llamar a los muertos... -murmuró Harry desconcertado - Muy pocos magos pueden llegar a hacerlo...

- Eso es porque, aunque pudieran hacerlo, muy pocos lo harían - replicó pausadamente Ged. El mago miraba fijamente el curioso espectáculo que tenía ante sus ojos - No nos corresponde a nosotros jugar con los muertos, nosotros, los magos, debemos ayudar a preservar El Equilibrio...

Sin decir una palabra más Ged se acercó lentamente hacia el que estaba llamando a los muertos. En su rostro se podía observar una cólera fría, profunda. Las cicatrices que surcaban su rostro brillaban bajo el solo otorgándole un aspecto intimidante feroz. Harry pudo sentir con absoluta claridad el poder que emanaba el mago y se estremeció involuntariamente al percibir la furia en los ojos de Gavilán. Durante el corto tiempo que había permanecido con Ged, había llegado a apreciar al mago, no sólo por su carácter y su peculiar forma de enfrentarse a los problemas, sino porque podía percibir que tras su rostro marcado y sus ojos negros, había poder y sabiduría. El muchacho lo siguió cautelosamente. Antes de llegar junto al anciano, en voz baja y en hárdico le preguntó a una muchacha que estaba observando el espectáculo:

- ¿Quién es este hombre? - murmuró Harry con un fuerte acento en sus palabras. A pesar de su tiempo en Terramar el idioma todavía se le resistía en algunos momentos. Y simulando que no comprendía lo que estaba sucediendo continuó - ¿Que es lo que está realizando? ¿Algún sortilegio de ilusión?

- Oh no, no es una ilusión. Este sólo es Araña - susurró la muchacha con una clara nota de diversión en la voz. No tendría más de quince años y en sus ojos oscuros se podía percibir la fascinación que le causaba ese espectáculo - Milon, la mujer que acaba de salir corriendo, gritando como si estuviera poseída, le pagó una buena cantidad de oro para que trajera a su marido de la muerte. Pobre Milon, estuvo un año reuniendo ese dinero y ahora no soportó encontrarse con su esposo... En fin, si tú quieres, puedes pedirle que traiga a alguien, a veces lo hace sólo por diversión...

Gavilán estaba de pie junto a Harry. Había escuchado las palabras de la joven con atención y apretó gentilmente el hombro del muchacho en señal de agradecimiento. El hombre de cabellos blancos, Araña, parecía encantado con su público y comenzó a llamar a más sombras de la tierra de los difuntos. El público que se hallaba allí reunido estaba aclamando que trajera antiguos héroes y reyes de tiempos remotos, con una mezcla de fascinación y terror, incapaces de resistir a la tentación. Araña murmuró unas palabras en el Habla Antigua y urdió el sortilegio con sencillez, demostrando su habilidad. Ante ellos acudió una sombra y el espectro de una mujer hermosa comenzó a rondar la calle, con la mirada vacía, hueca, sin vida. Mientras la multitud suspiraba, hipnotizada por las sombras que vagaban a su alrededor, como títeres sin voluntad antes ellos, Gavilán se removió inquieto en su lugar.

- Elnar, creo que retrasaremos nuestro paseo a la Biblioteca Real - murmuró con voz pausada el mago. A pesar de la tranquilidad de sus palabras Harry sabía que el mago estaba preocupado, y muy enojado - Necesito ocuparme de este asunto antes. Los hombres, con sus acciones, pueden llegar a causar mucho daño. Y, estamos frente un testimonio real de que el poder de los hechiceros no siempre es usado para el bienestar común ni para mantener el equilibrio...

- Gavilán, entre todas las cosas que has dicho, esa era una que yo tengo muy clara, de verdad - Harry no pudo evitar sonreír ante sus propias palabras. Muchas veces, se sentía como un niño tonto a quien le estaban explicando las cosas más básicas del Archipiélago, pero dada su experiencia, en ambos lados de la Puerta, el joven no pudo resistir la tentación de mostrarle al mago que estaba frente a un igual - Te acompañaré...

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Ron y Hermione se adentraron hasta el corazón del Bosque Prohibido. Ya conocían el camino y evitaron, en la medida de lo posible bajo las actuales circunstancias, aquellos lugares que eran más peligrosos. Fueron bastante rápido considerando que el poder de los dementores empezaba a afectarles. En un intento por alejarlos habían conjurado sus respectivos patronus, pero a medida que avanzaban les resultaba más difícil mantenerlos alejados. Estuvieron corriendo cerca de dos horas hasta llegar a las inmediaciones de la Puerta del Destino.

No podían ver más allá de unos metros pues la oscuridad invadía cada rincón del bosque. Escuchaban algunos ruidos, e incluso eran capaces de distinguir ciertas palabras, aunque éstas no tenían conexión alguna. Hermione avanzó con precaución hasta los límites del claro, para poder ver que estaba sucediendo. Ron la siguió en silencio, tratando de calmar su agitada respiración, en un inútil intento por tranquilizarse. Podía sentir con claridad los latidos de su corazón, como el pánico se filtraba por sus venas inmovilizando sus músculos. Sin embargo, al llegar al claro, no pudieron evitar que una exclamación de asombro escapara de sus bocas.

Frente a la Puerta del Destino se alzaba, imponente, un gran dragón rojo. Sus ojos oscuros, brillaban en la oscuridad en forma casi sobrenatural. El animal era enorme, feroz y en ese momento estaba mostrando una hilera de dientes blancos como el marfil, en señal de ataque. Su lengua bífida se escapaba de su boca, siseando, escupiendo pequeñas llamaradas de fuego. Estaba sentado en sus patas traseras, con su larga cola llena de garras enroscada en su cuerpo. A pesar del tamaño, los movimientos del animal eran elegantes, medidos y precisos. Pero los que les quitó el aliento fue su voz, porque en cierto momento comenzó a hablar. A pesar de tratarse de un sonido que se asemejaba a un silbido, los muchachos no pudieron evitar notar que eran palabras, emitidas con profundidad, casi desde el estómago del majestuoso animal. No comprendían en que lengua hablaba, pero no tenían ninguna duda de que lo estaba haciendo. Ron aún no había apartado sus ojos del dragón cuando Hermione se aferró con fuerza a su brazo, haciendo que perdiera la sensibilidad en sus dedos. Cuando la miró interrogante ella sólo pudo atinar, con el terror desfigurándole el rostro, a señalar hacia la cabaña de Rowena.

Lord Voldemort esta allí.

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Harry contempló con asombro y cierto temor como Gavilán se alzaba ante el hechicero llamado Araña. En sus ojos se podían observar la ira que invadía su cuerpo mientras comenzaba a mover vara. El viejo Araña solo sonrió antes de hablar.

- Oh, que tenemos aquí - dijo tranquilamente - Un hechicero de Roke.

- Si - dijo Gavilán. En ese momento Harry se ubicó a su lado y luego de un momento de indecisión, innecesaria en realidad ya que nadie iba a comprender el significado de sus palabras, dijo con voz clara y perfectamente audible - Y uno de Hogwarts

- Muy interesante, el maestro con su joven aprendiz -aparentemente Araña había desestimado las últimas palabras del joven. El viejo rió con maldad antes de urdir nuevamente un sortilegio de invocación. Antes sus ojos apareció la sombra del antiguo Archimago de toda Terramar: Nemmerle. Gavilán retrocedió un paso, incapaz de soportar lo que estaba sucediendo, antes de realizar un movimiento certero con su vara. Una luz brillante emergió del cayado del mago, cegando por completo a todos los presentes.

- Tú obligas a los muertos a venir a tu morada. ¿Irás conmigo a la de ellos? (1)

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(1) Le Guin, Úrsula. La costa más lejana. Buenos Aires : Minotauro, 2004