Ged soltó la vara, extendió los brazos y abrazó a la sombra, a la negra mitad que reptaba hacia él. Luz y oscuridad se encontraron, se fusionarn, e unieron.

Ursula Le Guin. Un mago de Terramar

Capítulo 10: Más allá de la oscuridad

- Tu obligas a los muertos a venir a tu morada. ¿Irás conmigo a la de ellos? (1)

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El rostro de Araña continuaba impasible, tranquilo e incluso se podía vislumbrar un atisbo de desafío en sus ojos. A pesar de ser un hombre viejo, de que sus cabellos eran blancos y que su rostro estaba surcado de arrugas, su presencia era fuerte y poderosa. No era alguien que se debiera subestimar. No. Harry sabía, mejor dicho intuía, que los próximos pasos debían ser cautelosos. No se hallaban frente a alguien a quien pudieran intimidar fácilmente a través de unas cuantas amenzas y algunos sortilegios. Debían actuar con cuidado. Gavilán estaba a su lado, sosteniendo en sus manos su gran vara de tejo, mirando con furia al hombre que tenía enfrente. Sus ojos negros estaban fijos en Araña, tratando en vano de ocultar su enojo. Harry estaba más tranquilo, pero sentía en su estómago ese sentimiento familar de miedo y alerta que precede a una batalla. No sabía que podía esperar, pero debía esta preparado. Su conocimiento de la magia de Terramar era aún rudimentario, pero dominaba perfectamente su magia, lo cual le otorgaba cierta ventaja. Sin embargo no podía pensar en ningún hechizo que le ayudara en este momento.

- Tus palabras no me asustan, hechicero -respondió Araña. Se había adelantado dos pasos hacia ellos y seguía sonriendo en forma aterradora- Estoy por encima de tus habilidades, yo aprendí del maestro de los maestros, y puedo vencerte sin siquiera fatigarme.

A pesar de que el rostro de Ged continuaba impasible, Harry pudo observar cómo sus músculos se tensaban y recargaba el peso de su cuerpo sobre una de sus piernas, cómo preparándose para pelear. Los ojos negros del mago no se apartaron ni un sólo instante del viejo hechicero, pero cuando levantó su vara de tejo las palabras que salieron de su boca no daban oportunidad a réplica.

- Sólo en la oscuridad puede encontrarse la luz, sólo allí... -el cayado de madera de Gavilán emitió una luz potente que encegueció a la multitud allí reunida. Bajo el resplandor de la magia, las sombras se perfilaban más siniestras que nunca, pero gracias al poderoso hechizo, Harry pudo observar la cruel belleza de la muerte, cuando los ojos vacíos de los muertos le devolvieron la conciencia de la realidad. Poco a poco, como en trance, las sombras regresaron a su morada.

- Ya sólo somos nosotros, Araña, en carne y hueso, sin necesidad de espectros que guíen nuestro camino - Ged habló claro, a pesar de que la voz le tamblaba un poco a causa del esfuerzo. Harry vio, con asombro y terror, como un remolino negro comenzaba a aparecer detrás del viejo, quebrando el frágil tejido del espacio y del tiempo, abriendo el pasaje a la Tierra Yerma.

- ¡No! - gritó Araña antes de realizar un extraño movimiento con sus manos, como si dibujara un contorno en el aire. Un rayo de luz roja se escapó entonces de su cuerpo dirigiéndose directamente hacia Gavilán, quien no se había movido de su sitio. Harry no esperó un segundo más, actuando casi por reflejo, como si su cuerpo instintivamente reaccionara al peligro, conjurando un escudo para proteger a su compañero.

- ¡Protego! - gritó sin siquiera pensar las palabras, interponiéndose entre el sortilegio de su enemigo, desviando parcialmente el hechizo. La fuerza del impacto le hizo perder el equilibro, tropezando con sus propias piernas y cayendo al suelo rocoso de las calles de Havnor. No tuvo tiempo de detenerse a pensar en el dolor en su muñeca (con la que había amortiguado el golpe) porque Araña había enfocado su atención hacia a él y se disponía a urdir un sortilegio en su contra. Adelantándose a su oponente y sin levantarse del suelo, Harry levantó su varita para tratar de aturdirlo. El rayo rojo que surgió al grito de Desmaius fue hábilmente esquivado por Araña. En esos momentos, Gavilán se adelantó unos pasos y, luego de murmurar unas palabras en la Lengua de la Creación, urdió un potente sortilegio de atadura inmovilizando casi totalmente a su enemigo.

- Vendrás conmigo a observar las puertas de la muerte -dijo Ged sin retroceder ni un paso, aunque el remolino negro seguía creciendo hasta casi alcanzar un metro y medio de diámetro. Harry comprendió en ese momento que lo que pretendía el mago y no pudo evitar estremecerse de terror. El ya había estado allí hace pocos días y no tenía ninguna intención de regresar. Podía comprender la furia de su compañero, su enojo, pero también sabía que llevarlo consigo a Tierra yerma no era el mejor curso de acción a seguir. Sin embargo, el hechicero Araña no tenía pensado rendirse sin dar batalla. En un intento deseperado por librarse del sortilegio de Ged, el hombre se transformó ante sus ojos. Burlando las ataduras mágicas de Gavilán, el cuerpo del viejo comenzó a encojerse de forma grotesca, las extremidades se replegaron hasta casi desaparecer por completo mientras que de la piel morena surgían gruesas plumas negras. Segundos más tardes, un cuervo remontaba el vuelo en unas de las tantas callejuelas de Havnor.

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Hogwarts se encontraba sumido en las sombras. El frío penetraba los gruesos muros del castillo, lenta pero inexorablemente. Los dementores se acercaban al castillo, burlando a los miembros de la Orden que defendían la entrada del colegio. Sin embargo, aún bajo el terror frente a un futuro incierto, el colegio entero se negaba a rendirse, a bajar los brazos sin dar pelea. La desesperanza se podía sentir en el aire pero en los ojos de muchos estudiantes aún se visumbraba un atisbo de desafío, ese valor que generalmente ve la luz en los momentos más difíciles. Los alumnos de las clases más avanzadas e incluso aquellos más jóvenes pero extremadamente capaces se organizaban para defender a sus compañeros. La esperanza aún no estaba perdida.

Sin embargo, la verdadera lucha se llevaba a cabo en las profundidades del Bosque Prohibido. Una sombra cubría de a poco la inmensidad de ambos mundos. La primera batalla había comenzado. Una batalla ascentral, entre las fuerzas de la oscuridad y la luz, que estaba escrita en las estrellas, bajo un cielo que contenía la sabiduría de miles de años de historia, del pasado y del futuro. Pero quizás, como nunca antes, el destino había sido forjado por los propios hombres, los únicos capaces de escribir la histria.

En el corazón del Bosque, mientras el suave viento de la noche acariciaba las copas de los árboles, dos muchachos eran testigos de uno de los espectáculos más increíbles que allí se hubieran realizado. Hermione no podía moverse, a pesar de que toda su lógica le indicaba que debía correr, alejarse de ese lugar, sus piernas no le respondían. El hombre (o el que alguna vez había sido un hombre) al que todos temían siquiera nombrar se alzaba ante ella, revelando así una de sus más profundas pesadillas. A su lado, podía sentir la agitada respiración su amigo, Ron, quien al parecer tampoco podía moverse de su sitio. El muchacho observaba cn una mezcla de fascinación y terror el espectáculo que ante elloss e desarrollaba. Sin embargo, él, Lord Voldemort, aún no había notado la presencia de dos jóvenes temblorosos, torpemente escondidos detrás del grueso tronco de un árbol. Toda su atención esta enfocada al inmenso y majestuoso dragón que lo desafiaba.

- Interesante, muy interesante -siseó el Señor Oscuro. Su capa negra apenas se despeglaba del suelo y parecía no tocar el piso con sus pies. - Así que todas esas viejas leyendas acerca de este lugar eran ciertas...

El dragón lo observaba con su mirada profunda, enigmática, como si comprendiera las palabras del hombre, el peligro tras esa fachada de calma, casi de hastío. No se movió del lugar, no abandonó ni un momento su guardia, su deber. Los dos seres estaban enfrentados, tratando de discernir el próximo curso de acción. Mientras tanto, los muchachos no se movían de su escondite, esperando pasar desapercibidos. Los siguientes movimientos fueron demasiado rápidos, apenas pudieron tener conciencia de lo que estaba pasando.

Lord Voldemort levantó su varita y conjuró un potente hechizo que dirigió hacia el dragón. Gracias a su gruesa piel, estas criaturas pueden evitar la mayor parte de las maldiciones, pero no son invencibles. El hechizo era sumamente fuerte pero el gran dragón esquivó el rayo de luz púrpura con una velocidad sorprendente para su tamaño. E inmediatamente contraatacó escupiendo fuego por sus fauces directamente hacia el cuerpo de su enemigo, como si quisiera carbonizarlo de inmediato. Voldemort, por su parte, levantó un escudo que desvió parcialemente el fuego, saliendo casi ileso del ataque.

Sin embargo, eso era lo que estaba esperando. Para poder realizar su ataque el dragón se había movido unos metros de la puerta, dándole la oportunidad de acercarse para observar (muy rápidamente) que clase de poder escapa de allí. Sólo necesitó de unos segundos, los que le tomó al animal dar la vuelta para enfrentarlo de nuevo, urdir un extraño hechizo. De improviso, una luz azulada cubrió el lugar, cegando momentáneamente a todos los presentes. El suelo bajo sus pies comenzó a temblar suavemente, pero desequilibrando a los muchachos que no sabían que esperar. Ron cayó al suelo, junto con Hermione, en dónde permanecieron inmóbiles, durante unos minutos, recostados en el suave césped del bosque, demasiado impresionados para poder realizar algún movimiento.

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Harry vió transformarse ante sus ojos a Araña, antes de que iniciara el vuelo. Durante unos escasos instantes recordó la noche en que conoció a su padrino, pues la metamorfosis del viejo hechicero le recordó a Wortmail, a su obligada trancisión a humano a manos de sus antiguos amigos. Ese simple recuerdo le dio fuerzas para reponerse de la impresión y actuar con rapidez, no podía dejar escapar al mal otra vez, no sabía lo que podía llegar a pasar en el futuro si esto sucedía. Las consecuencias de esa noche en la Casa de los Gritos aún las estaba viviendo hoy.

Gavilán, por su parte había abandonado su cuerpo humano para volar como un gran halcón tras su presa. Sus movimientos fueron limpios y certeros, levantando el vuelo elegantemente, con la decisión en sus pequeños ojos negros. Harry suspiró antes de que un amago de sonrisa escapara de su boca.

- Y aquí vamos de nuevo... - murmuró antes de transformarse en una gaviota para seguir los pasos de su compañero. Como gaviota, debía tener cuidado, porque en el aire no tendría mucha ventaja si llegaba a haber una pelea. Era mucho más pequeño que las otras dos aves, por lo que sería más peligroso si se desencadenaba una pelea, pero (bajo este cuerpo o sobre una escoba) el aire seguía siendo su elemento. Debía obligar a que Araña recuperara su forma, para poder enfrentarlo.

Gavilán iba adelante, sin perder de vista al cuervo negro que volaba velozmente hacia el oeste. Apresuró su marcha hasta ubicarse encima de su oponente. Describiendo círculos en el aire, comenzó a obligar al cuervo negro a descender poco a poco. Por su parte, Harry, bajo la forma de una gaviota sobrevolaba a su alrededor sin perder de vista ningún movimiento de su enemigo. En determinado momento, Araña lanzó un potente grito antes de girar sobre si mismo en el aire para atacar al halcón que lo perseguía. Ninguno se esperaba este movimiento, por lo que el ataque sorpresa, a pesar de no ser muy poderoso, logró desestabilizar a Gavilán quien tuvo que realizar un pirueta en el aire antes de retomar el rumbo perdido.

Araña aprovechó este momento para tratar de escapar. Lo que ninguno de los dos se había dado cuenta era que habían llegado hasta un acantiladado que se alzaba en las afueras del puerto de Havnor, y estaban muy cerca de la superficie. Harry había recuperado su forma, parado en una roca urdió un sortilegio de atadura, cazando de esta foma al escurridizo cuervo. Sin perder un segundo, trató de conjurar un hechizo que le permitiera obligar a Araña a recuperar su forma humana, pero el rayo azulado que salió de su varita no tuvo el efecto que deseaba. Quizás ese hechizo no funcionara en Terramar o quizás él debía haber prestado más atención a McGonogall en clase. Nunca llegó a terminar formular esta pregunta en su mente porque Gavilán aterrizó a su lado, volviendo a ser un hombre.

- No podrás escapar, Araña - dijo Gavilán con un tono de voz extraño, amenzante. Los ojos negros brillaban con ira bajo las cicatrices de su rostro. Tenía en sus manos el oscuro cayado de madera que desprendía un brillo tenue desde su extremo superior.- Me acompañarás a la Tierra de los Muertos. Verás la muerte con tus propios ojos y volverás, para nunca más desafiar a los poderes que están más allá de nuestra comprensión.

Luego de estas palabras, Ged realizó un sortilegio para obligar a Araña a recuperar su cuerpo. El viejo estaba arrodillado en el suelo, aún inmovilizado por el sortilegio de atadura de Harry, y los miraba con el odio desfigurando sus rasgos. 'De haber podido', pensó Harry, 'nos hubiera matado sin dudarlo'. Por primera vez desde que empezó la batalla, Gavilán sonrió.

- Muy bien hecho, gaviota, muy bien hecho -dijo con la voz ronca. Harry lo miró desconcertado por un momento, antes de sonreir y asentir en forma de respuesta - Creo que seremos un buen equipo mientras dure nuestro viaje, antes de que regreses...

- Si es que regreso, Gavilán, si regreso - contestó el muchacho con una mueca. Gavilán sonrió de nuevo antes de volverse a concentrar. Clavando el cayado de madera en la tierra rocosa comenzó a cantar una canción extraña, triste y nostágica, en la Lengua de la Creación. De a poco el amibiente se oscureció, el sol se fue apagando paulatinamente y el remolino negro se pudo observar con más claridad que nunca. A medida de que las palabras de Ged se hacían más fuertes, el remolino crecía más y más. Finalmente la áspera melodía cesó. La puerta hacia la Tierra Yerma había sido abierta.

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El gran dragón rojo emitió un potente silbido antes de abalanzarse contra Voldemort. A pesar de que la visibilidad era escasa, éste lo vio venir y logró esquivarlo por muy poco. De esta forma, bajo la claridad sobrenatural de esa noche, comenzó una batalla increible, feroz y extenuante, que duró más de media hora. Magia contra fuego, varita contra garra, hasta que ambos tuvieron que detenerse para recuperar un poco de fuerza.

Mientras tanto, los muchachos habían logrado sobreponerse de su asombro, y entre murmullos trazaron un plan. Muy simple, es verdad, y casi suicida, pero dado los últimos sucesos de la noche, sentían que ya nada tenían que perder. Hermione se escurrió silenciosamente hasta la cabaña mientras Ron rodeaba la Puerta del Destino. Lo que tenían pensado hacer era tratar de aturidir a Voldemort... nunca antes siquiera se habían planteado la posibilidad de que esto pudiera suceder. Conocían perfectamente sus límites, su poder, pero contaban con el factor sorpresa y con el cansancio del mago. Estaba claro que su pelea contra la feroz criatura lo había debilitado un poco. Aunque, trantándose del mago más poderoso y temido de los últimos años, esto podía significar muy poco.

Pero antes de que pudieran actuar, sucedió algo que les quitó la respiración por tercera vez consecutiva en la noche. El gran dragón comenzó a temblar y poco a poco una luz tenue se desprendió de su cuerpo. En unos instantes, y bajo la mirada atónita de los tres, una mujer ocupó el lugar dónde antes estaba el dragón, una mujer cabello negro y mirada severa. Luana McLuggen se había transformado. Y estaba muy enfadada.

Antes de pensarlo, la profesora de Defensa Contra las Artes Oscura levantó su varita con decisión y conjuró un hechizó tratando de detener el extraño sortilegio de Voldemort, para alejarlo de la Puerta. Éste se movió con rapidez, desviando el hechizó y contrataacando con la maldición asesina. McLuggen evitó por muy poco el rayo verde que salió de la varita del Innombrable. Pero perdió el equilibrio. El mago sonrió con despreció ante el cuerpo en el piso y se dispuso a terminar lo que había empezado. En ese momento dos hechizos lo alcanzaron.

Al grito de Desmaius, los muchachos habían pensado que ese era el mejor momento para actuar. A pesar de que no lograron derribar a Voldemort le otrogaron la distracción que McLuggen necesitaba. La misteriosa mujer conjuró un cayado de madera que clavó en la tierra y luego de murmurar unas cuantas palabras en un idioma desconocido para ellos, atacó inmediatamente a su oponente. La fuerza del sortilegio golpeó directamente en el pecho a Voldemort. Este se tambaleó un poco por el impacto y cayó a los pies de la Puerta del Destino. La profesora se acercó cautelosamente a él, lo observó durante unos instantes para asegurarse de que estuviera desmayado, para luego dirigirse a los muchachos que no dejaban de temblar. Una mueca apareció en su cara antes de hablar.

- Ustedes no deberían estar aquí, tenían terminantemente prohibido abandonar el castillo -dijo en un tono seco y frío. Antes de que Ron pudiera contestar, la primera sonrisa en el año se le escapó de su rostro- Pero me alegra que hayan desobedecido.

- ¿Cómo? - preguntó Hermione sin poder detenerse- ¿Es usted un animago? No, no es posible tranformarse en un dragón...

- No, no lo soy, pero esa es otra historia Señorita Granger - contestó McLuggen - Ahora tenemos otros asuntos que atender...

- El no está muerto ¿verdad? - preguntó Ron señalando hacia la Puerta. Quizás la curiosidad de Hermione era más fuerte que su miedo, pero el no había podido dejar de pensar en el Innombrable. Aún temblaba al recordar la locura que acaban de hacer

- No - dijo una voz fría ante ellos - no lo estoy.

Lo que sucedió a continuación fue muy rápido y confuso. Voldemort, aunque más pálido que lo habitual, no los atacó sino que comenzó a urdir el mismo hechizo que antes. La luz azulada volvió a iluminar la oscuridad de la noche. McLuggen no esperó más y realizó un complicado comvimiento con su gran vara de madera. De improviso la Puerta del Destino empezó a vibrar y el portal entre ambos mundos se abrió de nuevo.

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Harry seguía con cautela a Ged (quien arrastraba a Araña) por el suelo árido de la Tierra de los Muertos. A los lejos podía observarse la Montaña del Dolor y el muro que separa ambos mundos. El viejo hechicero Araña estaba temblando descontrolablemente de terror mientras se acercaban más al muro. Sin embargo, el odio en sus ojos no podía disimularse con el terror de su rostro. El hombre estaba indefenso ante Gavilán, cosa que no soportaba. Los que están acostumbrados a manejar el poder, a tener a su merced tanto a los vivos como a los muertos a menudo se comportan como cobardes a la hora de la derrota.

Sin una palabra Ged lo empujó, de forma que perdió el equilibrio y quedó arrodillado, abrazandose a sus propias piernas, sollozando en forma grotesca. Daba incluso pena verlo así, sin un atisbo del orgullo que antes llenaba sus ojos. Suplicando regresar, el viejo Araña, se derrumbó en el límite entre la vida y la muerte, sin poder manejar el temblor de su cuerpo.

- Observa directamente a la muerte, Tsusa, para que nunca más la llames en vano - Las palabras de Ged resonaron en el cuerpo del viejo, sobre todo cuando pronunció su nombre verdadero. En ese momento supo que todo estaba perdido. Ged tenía completo contro de su vida... y de su muerte.

Pareció que estuvieron horas allí, en el límite del mundo, solo tratando de respirar, mientras el frío de la muerte se internaba en sus pulmones y la angustia del lugar se hacía insoportable. En determinado momento Harry se acercó a Ged, lo tomó suavemente del brazo y le dijo sin palabras que ya era suficiente, que debían regresar. El mago comprendió el pedido del joven y sin pronunciar palabra levantó al viejo e iniciaron el camino de regreso.

Al llegar a la abertura entre ambos mundos, Ged empujó violentamente a Araña, para que pasara primero y volviera a la tierra de los vivos. El viejo estaba demasiado débil para iniciar el camino por su cuenta. Pero antes de que ellos mismos cruzaran la puerta Harry se giró bruscamente al escuchar un grito. No fue la sorpresa del sonido penetrante lo que lo inmovilizó, ni el miedo que se traslucía en ese aullido. No. Fue una sola palabra lo que le impidió regresar. Alguien lo había llamado...

- ¡Harry! - la voz volvió a resonar en su cabeza y se volteó a ver a Ged, para saber si el también había escuchado ese grito. El mago asintió y ambos desviaron su atención a un gran remolino de luz que se alzaba a unos pocos metros. Como en un espejo, frente a ellos, los rostros asustados de Ron y Hermione le dirigieron una sonrisa. Pero a su lado, Lord Voldemort lo miraba desafiante y con odio en los ojos.

- Creo que estamos más cerca de tu mundo de lo que habíamos pensado, gaviota - dijo Ged en tono grave. - La luz y la oscuridad son uno solo, igual que tu mundo y el mio...

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(1) Le Guin, Úrsula. La costa más lejana. Buenos Aires : Minotauro, 2004