Prologo

Había perdido todo al creer que con algo tan insignificante conseguiría algo tan puro, y no solo aquella mujer, por quien profesaba tanto amor, había perecido en aquel lugar, también había muerto el hijo favorito de su padre, su hermano mayor y heredero del trono, sabía que todo el odio de su padre sería en contra de si, pero el daño estaba hecho y sabía que no había perdón para él.

Su padre pidió a sus guardias lo llevaran ante él, estaba encadenado, había sido apresado la noche anterior, cuando todo había terminado con la belleza de aquel reino de cristal y la vida de sus habitantes, sería entonces juzgado y castigado severamente, por un hombre colerizado y cruel, que no vería en él parte de su sangre, si no un traidor y el asesino de su primogénito.

Pronto estuvo frente al trono de su padre, el poderoso Cronos, este aun le daba la espalda, permanecía de pie, recargado en aquel majestuoso trono, los guardias lo arrojaron al suelo, entonces Cronos se giro lentamente, él pudo distinguir claramente todo el odio que su padre desbordaba en la mirada y estaba seguro que la piedad para él ya no existiría nunca más. Busco a su madre, su lugar junto al asiento de Cronos estaba vació, nadie intercedería por él, no esta vez.

–¡¿Estas satisfecho!.-pregunto su padre, con una voz que semejaba el rugido de un león –Gracias a ti hemos sufrido una desgracia incomparable! ¡Peor aun que en la última guerra de los dioses! ¡Por tu culpa todas nuestras esperanzas se han perdido!-

–No lo entiendes padre- dijo levantándose del piso trabajosamente –Tú, cuyo amor es correspondido hasta lo último, nunca entenderás lo que es anhelar por el beso de quien nunca te amara. De todos modos- dijo en un tono grave y resignado –pagare con mi vida por mi delito- desde su trono Cronos pudo ver como las heridas de su hijo empezaban a sangrar de nuevo, había hecho bien en no permitir que su madre lo viera, ella hubiera llorado por el aún después de lo que había hecho, pero el era el rey y su deber era impartir justicia –Ese es un castigo pobre para alguien como tú- exclamo poniéndose de pie –¡Yo Cronos, señor de este reino, te maldigo!- toda luz en el salón real desapareció, opacada por el fuego divino que brotaba de las manos del último de los dioses –¡Desde ahora y para siempre permanecerás encadenado en lo profundo de la tierra! ¡Y para que nunca olvides tu crimen tu imagen será la que corresponde a tu maldad! ¡Mira ahora el rostro que engendro tu lujuria, contempla el rostro de tu condenación eterna!- el acusado volvió a caer de rodillas, azotado por un dolor más allá de toda descripción, y al mirar hacia abajo las hermosas losetas de oro y plata le mostraron su nueva imagen. Su grito resonó hasta los confines del mundo.