Finalmente. Después de seis meses y un poco más o un poco menos, no lo sé, se reanuda este fic que indudablemente ha quitado mucho de mi tiempo pero que he disfrutado escribir. No, no es la última temporada, afortunadamente para ustedes; y no, este fic no es interminable, pero se ha extendido mucho. La escuela me ha quitado tiempo, eso no lo niego, y más que estudio Ingeniería Civil, lo peor es que voy a entrar a trabajar, pero como estoy en vacaciones, eso se va todo a la mierda por unos meses. Lo bueno es que llevo muchos capítulos adelantado; no los 60, pero sí bastantes como para que lean un tiempo el fic. Bueno, antes de comenzar quisiera a agradecer a todos por sus reviews; recuerdo que a veces me llegaban notificaciones de reviews inclusive con meses ya "abandonado" el fic, y sonreía al ver que les había gustado. También como se habrán dado cuenta hay una iamgen que me costó prácticamente el alma hacer; es un fan art que está como imagen de portada, y aunque en sí las imagenes de las cuatro poke girls no fueran hechas por mí en su totalidad, digamos que yo decoré el fondo e hice las capas coloridas en sus espaldas (pueden ver en la página de Facebook con más detalle la imagen). También estoy trabajando en un fan art del Destello Eléctrico, pero sinceramente me está quedando como la vil mierda, así que no sé si mostrarlo o no cuando lo termine. Como sea...
Muchas gracias y sólo diré que no abandonaré este proyecto.
Vamos a lo que todos ustedes han esperado con ansias; vamos a la acción, a la aventura, al suspenso, a los nuevos personajes y villanos; vamos a un mundo virtual; vamos a nuevos niveles...
Vamos de regreso a Pokemon Battle Online.
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[VIDEO 1: Bleach OST – On the Precipice of Defeat [HQ] [Extended]]
[VIDEO 2: Game of Thrones – House Baelish]
[VIDEO 3: Rey's Theme Extended (enhanced versión) – John Williams Star Wars: The Force Awakens OST]
[VIDEO 4: One Piece Soundtrack – Desperate Situation HD]
[VIDEO 5: Harry Potter and the Prisoner of Azkaban – 07. A Window to the Past]
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Ministro Wilson
Las pisadas viajaban, chocaban y regresaban alrededor del pasillo; como si el sonido de ellas retumbara en mis oídos, se introdujeran dentro de mi cerebro y me susurraran cosas. Débiles voces que me tornaban nervioso; débiles manipulaciones que se burlaban sin discreción.
"No entres a esa sala" — Me decía a mí mismo, pero los pasos seguían sonando. ¿Por qué no paraban? Tal vez porque ya era demasiado tarde.
Aún podía regresar, huir y no volver a saber de este asunto. Aún tenía tiempo de sobra para, inclusive, renunciar. Diablos, no. Eso era para estúpidos cobardes; además, con todos estos pensamientos que estaba teniendo, sabía de antemano que jamás iba a voltear y largarme. Mi secretaria, que caminaba al ton y son de mis pasos acelerados y sonoros, vería que desistiría cobardemente, lo cual no iba a permitir que pasara.
La luz iluminó mi rostro acabado; la nariz torcida bailaba con las sombras que se alejaban y se acercaban con cada luz que atravesaba por encima de mí; el cabello canoso y escaso sufría las consecuencias del estrés que había tenido durante estos dos años. Dos benditos años donde he tenido que lidiar con este problema.
— Déjame —el susurro tímido advirtió a mi secretaria— Quiero entrar solo.
Ella asintió, llevándose consigo una serie de carpetas y documentos que siempre tenía cargando. Lo que más extrañaría de ella al dejar el pasillo sería ese olor a café impregnado en su saco azul chillón, causa de que siempre me preparaba la bebida oscura cada mañana.
"Regresa" — Habría querido decirle, pero las puertas de caoba inmersas ante mí se abrieron lentamente. Ya era tarde.
La sala estaba en una oscuridad misteriosa. A pesar de que había una mesa de madera pulida y parda con asientos de piel, altos, oscuros y cómodos ocupados por personas de alto renombre, sentí la sala vacía. Tan vacía como las ideas dentro de mi mente que me incitaban a hablar.
El sudor recorrió mi amplia y caucásica frente, resbalándose por mis pobladas mejillas canosas. Mis gafas comenzaron a resbalarse por el tabique torcido de mi nariz, pero me las reacomodé al tiempo en que caminaba hacia la cabecera de la mesa. Las cortinas estaban corridas, por lo que no sabía si era de día o de noche. No lo recuerdo; estaba tan atento a mi caminata que no tenía tiempo para pensarlo.
Al sentarme, hubo un murmullo por parte de ellos. Golpeé mis uñas contra mis piernas por debajo de la mesa; estaba que me cargaba la mierda. No quería saber lo que ellos habrían decidido, pero estaba listo para ello. Pasé saliva por mi garganta.
[VIDEO 1: Bleach OST – On the Precipice of Defeat [HQ] [Extended]]
— ¿Y bien?
Nadie respondió en un principio. Ese silencio, aunque fuese por unos mínimos instantes, me indicó que había decidido lo que había consultado con la almohada una y otra noche. No. No quiero pensar en ello. ¿Qué pensaría la gente de mí si decido anunciarlo?
— No podemos dar más tiempo.
Uno de ellos habló. Su rostro era oscuro, pero sabía que era el ministro de una de las regiones más importantes del mundo. No podía discutir con él. Aunque yo también estaba a su altura, esta decisión era unánime. Todos contra mí; lo sabía perfectamente.
Me quedé en silencio; bajé la mirada hacia mis manos, que seguían con el golpeteo contra mis rodillas. Quise en ese momento quitarme el saco color Oxford, desajustar mi corbata a rayas oscuras, y tomar un respiro mirando hacia la ventana que mostraba a la región de Kanto. Sin embargo, no pude ser capaz de hacer nada de eso. Esta decisión me mantenía aún atónito.
— Necesitamos más tiempo —dije inútilmente. Tal vez insistir podía hacerlos cambiar de opinión— Seis meses. Sólo seis meses. Es lo único que pido.
— Ministro Wilson, hace un año nos pidió lo mismo, pero con más tiempo. Los resultados en la actualidad nos han llevado a nada. ¿Qué quiere que hagamos? ¿Que las huelgas sigan? ¿Que los hospitales sigan perdiendo más dinero? ¿Qué las familias sigan insistiendo en contra del creador de la Virtual Console?
— No es pérdida de dinero —comenté alzando la vista— ¡Son personas, por dios! Cada vida es importante.
— Personas que prácticamente están en un estado vegetal —dijo la ministro de Hoenn— Ya ha pasado mucho tiempo; Menos del 10% ha podido salir exitosamente de ahí. Y por si fuera poco, esa mínima cantidad aún no se recupera del trance psicológico que les provocó el videojuego. También el gobierno ha gastado en las terapias psicológicas.
— Sé que muy poca gente lo ha podido conseguir —admití, deseando humedecer mi garganta para aclarar las cosas. ¿Por qué mi secretaria se llevó mi café? —, pero eso no quiere decir que más gente lo consiga. Mañana puede despertar alguien de ellos. Alguien que les estará agradecidos de que no le desconectaran.
— Pues nadie se ha visto agradecido por ello, Wilson —comentó el ministro de Kalos— Si bien recuerdas, dos de ellos han escapado de su hospital cuando despertaron. Max Balance, un niño de 10 años, y el gran y popular escape del joven Ash Ketchum de mi ciudad. ¿Crees que eso es estar agradecido?
— No sabes por lo que han pasado —dije furioso— Estar en un juego virtual durante mucho tiempo… debe ser horrible. No hables como si supieras lo que ellos sienten.
— ¿Y tú lo sientes? —Rio el ministro de Johto— A menos de que hayas estado ahí, no sabrás lo que ninguno de ellos siente. Así que no hables de manera hipócrita, ¿quieres? Como sea, nuestra decisión ha sido unánime, y digas lo que digas, tendrás que anunciar al mundo entero que los jugadores atrapados en el videojuego Pokemon Battle Online serán desconectados el día de mañana.
— No… No. Necesito más tiempo. Seis meses —comencé a caer en la desesperación— Seis meses. Eso pido.
— Lo lamento. No hay nada más que hacer. Esta decisión esta soldada.
Y súbitamente, la puerta de la sala principal se abrió. Nadie esperaba visita, y quedaba estrictamente prohibido que alguien nos interrumpiese, por lo que el asombro de todos nosotros fue lógico. Una persona con un manto blanco, deambulando como si se tratara de algún tipo muerto, y lo peor de todo, con el casco de la Virtual Console puesto en su cabeza.
— ¿Qué…? —el ministro de Unova se levantó de su asiento estupefacto.
Uno de ellos, uno de los que tanto se estaba hablando dentro de la sala, había despertado. No obstante, en condiciones y situaciones que jamás había imaginado. Un jugador de Pokemon Battle Online estaba justo frente a nuestros ojos, y susurraba cosas sin sentido que no entendíamos por completo. Pronto, una docena más de ellos aparecieron a su espalda. Como si un ejército de caminantes muertos nos hubiese invadido en un santiamén.
— ¡¿QUÉ MIERDAS?! ¡QUE ALGUIEN LLAME A LA POLICÍA! ¿DÓNDE ESTÁ SEGURIDAD?
Pero el edificio había permanecido tan calmado como si nada. Todos se levantaron asombrados, y comenzaron a retroceder al mismo tiempo que yo, hasta que topamos con la pared de cristal y las cortinas corridas. Los tipos se acercaron, con los rostros pálidos y cubiertos por el casco; sus cabellos eran largos, sus músculos flácidos y débiles, sus huesos notorios y pequeños. Y súbitamente, como si se hubiesen puesta de acuerdo, cinco de ellos levantaron su brazo derecho, se removieron el casco de la cabeza para dar a conocer sus horripilantes y fantasmales rostros. Aventaron el casco hacia un lado, y poco después introdujeron sus dedos blancos a su oreja derecha. Algo salió de ahí: un pequeño artefacto lleno de sangre, cerilla y humedad.
— ¡¿Qué es eso?! ¡Diablos, que alguien llame a la policía!
Pero nadie vino; en su lugar, esos cinco de la docena de jugadores cerraron sus puños en torno a ellos, y sujetaron el rostro de cada ministro que estaba en la sala; todos excepto a mí.
Ellos forcejearon, pero los jugadores restantes sujetaron sus extremidades. No sé cómo podían tener fuerzas después de tanto tiempo sin moverse; de hecho, no sé qué hacían ahí y por qué todos ellos habían despertado en un solo día. Lo único que pude hacer era ver con mis manos intentando cubrir mi rostro viejo, viendo cómo los cinco jugadores entregaban el artefacto a los que sujetaban los brazos y piernas de los ministros. Al tener ellos la posesión del artefacto, éstos sacaron una jeringa extraña y metálica. ¿Qué demonios era eso? No tuve tiempo de ver con más detenimiento, porque introdujeron el artefacto lleno de cerilla a la mitad de la jeringa; después, el artefacto automáticamente se escondió dentro de la aguja y ésta se metió bruscamente en la oreja derecha de cada uno de los ministros.
No era difícil de deducir después de aquello: Les habían introducido una especie de chip en sus cerebros, o es lo que quería pensar.
Al terminar, los jugadores que se habían quitado los mismos chips de sus cabezas, cambiaron repentinamente de mirada. Observaron a todos lados, relajaron los músculos, retrocedieron instantáneamente, y perdieron la orientación del lugar.
— ¿Qué… qué… dónde estoy? —susurró uno de ellos con voz cortante.
— Mátalo.
La última voz vino de la puerta. La orden fue obedecida por uno de los que sujetaba al desmayado ministro de Sinnoh. Soltó sus brazos, llegó hasta el chico que no tenía idea de lo que había pasado, e introdujo la aguja en su pecho una docena de veces. Lo mismo hicieron con los cuatro restantes que se habían zafado los cascos. El suelo de mármol pronto dejó de ser blanco, y el olor a quemado proveniente de los ministros comenzó a molestar mis fosas nasales. El sudor me corría a chorros, y mi corazón latió cuando se percató de que la persona en la entrada caminaba hacia mí.
Si mis pasos al principio del pasillo me habían parecido sonoros, nerviosos y masoquistas, los del sujeto en esmoquin naranja eran peores.
Paso. Paso. Paso. Cada uno de ellos me avisaba que mi muerte estaba a la vuelta de la esquina. Mi respiración agitada tragaba la coagulación formada en mi garganta desgastada. No… ¿Qué había hecho yo? ¿Qué…? No podía morir. Era el ministro de la región más importante de este crudo y jodido mundo. Aún quería hacer algo por esos chicos; aún quería recobrar las esperanzas en ellos. No podía morir aquí. ¡No podía mor…!
— Tranquilo —su voz era grave, siniestra.
Reconocí de inmediato su rostro. El dueño de la corporación Virtual Console. El fugitivo, por el que la familia de los atrapados realizaban las huelgas. El causante de todo aquello. No Oak, no Ciprés, él… Yo lo sabía. Sabía de antemano que él había huido de ahí no por las huelgas, sino porque era el responsable. Yo era el único que sabía sobre esto. No los medios, no la policía, no el gobierno, no los ministros. Yo. ¿Por qué? Bueno, eso está de más. A final de cuentas, sabía a qué venía. Sabía que iba a morir.
Y sin embargo, su respuesta me sorprendió.
— Habrá un cambio de papeles: tú serás el culpable y yo el ministro.
— ¿Qué?
— Lo que has escuchado. ¿O no están de acuerdo los demás? ¿Muchachos…?
Los cinco ministros estaban ya de pie, con las pupilas dilatadas y con una expresión que me iba a causar pesadillas durante muchos días. Al asentir, sabía que el chip los había controlado de alguna manera. Ellos ahora eran títeres de Giovanni.
— ¿Lo ves?
Su risa fue maligna; el aliento le apestaba a café. Un café que espero no haya obligado a mi secretaria a servirle. Oh… cómo deseaba en esos momentos un sorbo de café.
— Pronto vendrá la policía. ¿Qué pensarán cuando te encuentren a ti con cinco chicos muertos? ¿Qué dirán mis queridos ministros? Espero no te culpen de esto… Quién sabe.
Me quedé mudo.
— Descuida; la prisión es un lugar cómodo según me han dicho. La gente puede visitarte. Yo no… yo estaré ocupado encargándome de tus asuntos.
No. No. ¿Qué dirán de mí? ¿Qué pensarán cuando crean que he matado a estos chicos? Si quería tiempo para intentar despertarlos de alguna manera, ese tiempo se había ido directo hacia el puto caño.
— ¡Alégrate! Después de todo, yo tampoco quiero que PBO se quede sin jugadores. Tus malditos seis meses te los concederé como premio de consolación.
POKEMON BATTLE ONLINE IV: MEGA
Capítulo 85
Esperanza muerta
[VIDEO 2: Game of Thrones – House Baelish]
¿?
— ¡Abran paso! ¡Abran paso al Cuarteto Asesino!
La gente obedeció. ¿Y qué les quedaba por hacer más que obedecer? Después de todo, este mundo estaba ya bajo el mando de cuatro gremios. Sin embargo, si tanto los odiaba, ¿qué hacía yo ahí? ¿Qué hacía en el palacio de Ciudad Celestial? Vaya que no tenía una idea en concreto, pero cierto rumor me había incitado a presenciar la caminata del sujeto y sus tres camaradas. La caminata hacia los cuatro tronos que relucían en el palacio colorido de ventanales de siete colores.
Miles de jugadores más se aglomeraban fuera del palacio. La fuente de la Sanadora Blanca apenas se podía vislumbrar desde mi posición; de hecho, ni siquiera podía notar con certeza la marcha del Cuarteto Asesino. Quería abrirme paso, pero me era imposible con tantas personas a mi alrededor; con tantos jugadores de los cuatro gremios principales.
— ¡Es él! —oí cerca de mí. Más personas lo confirmaron.
La paciencia rebasó mi capacidad de límite. Comencé a empujar a varias personas, hasta que alcé la cabeza cerca del camino principal, donde las personas ya le habían dejado un sendero despejado tanto a ese sujeto como a sus tres compañeros. Pude notar una melena roja como el fuego, así como atuendos negros ajustados que lo hacían lucir elegante. No obstante, lo llamativo no era su melena roja, o sus atuendos de cuero negro, o siquiera que era el jugador más popular del momento, sino el qué lo había hecho más popular de lo que ya era. Esa era la cuestión. El qué. El por qué. La razón por la cual todos nos encontrábamos sorprendidos, reunidos viendo cómo se acercaba lentamente para que los demás le viesen caminar hacia donde Los Salvadores se encontraban.
— ¡Ahí está! —dijo uno de ellos. Un chico de mata dorada, que agitó el hombro del otro al ver que el jugador de mata rojiza cerraba su puño en torno a un mandoble.
— Tienes razón… tenían razón todos —su amigo intercambió miradas de asombro con el chico de cabellos rubios—. Rander, tenías razón.
— Yo te lo dije —le advirtió Rander; parecía orgulloso— Yo te dije que lo había visto hace unos días con esa misma espada.
— Vaya… Si Los Salvadores no se alegran por Lysson, no sé qué los alegrarán.
Y entonces, mi cabeza finalmente dio de lleno con Lysson y sus tres personajes. "El Rey León", como muchos le decían. Basta con ver su erguido, alto y esbelto cuerpo para que cualquiera se intimidara ante él. Se dice que tiene tres brazos mecánicos en la espalda que le ayudan a combatir; como si esos brazos formaran parte de él. Además, en uno de ellos tiene incrustada una Megapiedra, lo cual le hace peor aún.
El segundo era "El Tritón del mar", Aquiles; un sujeto de piel morena, robusto, cejas y barba oscura poblando sus facciones marcadas. Un manto azul cubría su cabeza, haciendo juego con su chaqueta que cubría desde sus hombros y pasaba a transformarse en unas mallas ajustadas. Lo que resaltaba en él era el ancla dorada que colgaba de su cuello: el arma secreta que tantos temían. Novatos incluso temían cuando hablaban de ella.
El tercero era "La Llama Magmática", Magno. Un sujeto dócil, con un temperamento no tan energético como el de sus compañeros. Su cuerpo era delgado y liviano, y aun así era temido por la fuerza que tiene para con el magma. También posee una mata rojiza, pero opaca y relamida hacia atrás, combinando con su saco, botas y pantalones cortos. No obstante, lo que más se cuestiona la gente son las gafas que utiliza, donde se dice que su Megapiedra, incrustada a un flanco de sus gafas, ha matado a varios jugadores.
El último, recientemente nuevo entre el grupo pero que ha ganado también popularidad, es Helio, o "El Señor Gravedad". Sin duda posee una de las habilidades más poderosas. Tiene una mata corta azulada, con una mirada profunda y penetrante, de la que, según algunos, es preferible morir a resistirla. Tiene un atuendo no tan llamativo: un saco grisáceo y opaco, con pantalones oscuros. Él también, como el resto, posee una Megapiedra, pero su habilidad es mucho peor que si la utilizara.
Los cuatro, sin embargo, tienen más fama por destrozar a una gente en específico. Además de novatos, opositores, rebeldes y gente que ha causado problemas menores, tienen fama por…
— No te acerques mucho a él —dijo Rander en susurros, cuando pasó enfrente de ellos— No le gusta que la gente se acerque mucho.
— Ni que fuera un beta, o algo por el estilo —reclamó el otro.
— Lo digo enserio —Rander agarró la manga de su amigo— No tienes idea de lo que yo he escuchado por ahí.
Su amigo le dedicó una mirada confusa, pero aterrada.
— No sabes lo que le ha hecho a los beta ¿cierto? No te conviene saberlo. Se dice que los cuatro… cada uno de ellos, tortura a su víctima antes de asesinarla. Una tortura que al momento de describir me pone los pelos de punta. No sé ni cómo describirla, pero es mejor que no lo sepas. Queda mejor como simples rumores. Después de todo, no por nada los llaman El Cuarteto Asesino. No por nada la palabra "beta", se ha vuelto un mito a estas alturas.
Así es. Este famoso cuarteto tiene la fama por haber desaparecido a todos los beta de Pokemon Battle Online. Después de todo este tiempo, ya no queda nada de ellos; ni un rastro. Sin embargo, yo no pierdo las esperanzas aún. Yo soy el único sobreviviente. Por suerte, nadie me ha descubierto.
Pero mis esfuerzos han sido en vano. Debo luchar. Debo mantenerme en pie en medio de una marea desastrosa. Debo seguir con la frente en alto, rodeado de personas que me apuñalarían la espalda. Debo luchar.
Fruncí el ceño, y entonces bastó con un solo toqueteo en el brazo de Rander.
— ¿Qué te pasa? —se quejó el rubio cuando apreté con fuerza su antebrazo.
— Lo siento; son los nervios —respondí.
No obstante, antes de que él me reclamara algo, empecé a abrirme paso entre la gente. Más… más… avancé conforme al nivel de Lysson y sus compatriotas; avancé al nivel de aquellos asesinos que habían arrebatado las esperanzas de todos.
No lo iba a permitir. No iba a permitir que Lysson se saliera con las suyas hoy; no iba a permitir que él sujetara entre sus manos la empuñadura de aquella espada.
El Rey León había rodeado la fuente chorreante de Diantha, y subió los peldaños hacia el palacio, donde más gente observaba con detenimiento el arma que poseía entre sus dominios.
Y le seguí la pista; me abría paso. Más… más… debía estar justo en el punto exacto. La rabia comenzaba a carcomer mi cuerpo, a impulsarme a atacar. Pero debía avanzar más y más, con las quejas de novatos que me decían que cuál era mi prisa por avanzar desesperadamente.
Lysson, Aquiles, Magno y Helio se detuvieron cuando avanzaron varios metros sobre una alfombra llena de luces solares y radiantes. Cuatro tronos estaban tres peldaños más arriba; cuatro tronos que cualquiera reconocería sólo si estuvo presente en el marco de la nueva era. Uno de llamas oscuras, uno de cristal, uno de piedra y uno de hueso dragón. Esos cuatro tronos estaban ocupados por sus máximos representantes; las figuras más intimidantes y poderosas de todo el juego.
Lysson inclinó la rodilla, y extendió las manos para mostrar esa espada envainada. Sus tres acompañantes de igual manera mostraron respeto, se arrodillaron y bajaron las miradas. Poco a poco, fue como si todos fuesen ordenados a hacer lo mismo: cada jugador en Ciudad Celestial se vio contagiado por la ola de la inclinación. Todos excepto el Alto Mando de cada Gremio, localizado a espaldas del respectivo trono de su líder.
— ¿Es esa? —la voz de Lance era apenas un susurro, pero bastó con eso para intimidar al palacio completo.
Los novatos fuera del palacio habían cerrado el sendero que abrieron para Lysson, donde intentaban acercarse para ver tan preciada espada.
— Sin duda alguna, mi señor —Lysson hablaba con el rostro viendo directamente hacia los rayos solares postrados en la alfombra.
— Levántate —ordenó Lance. Tal parece que él era el de más autoridad entre Los Salvadores.
Lysson hizo caso, y extendió las manos para mostrarle la empuñadura blanquecina.
Cynthia sonría siniestramente; Steven permanecía sereno, y Diantha parecía asombrada. Lance, en cambio, parecía feliz a su manera, después de mucho tiempo. Su risa aguda y maniática hacía temblar a media muchedumbre.
— Parece ser que finalmente lo has conseguido. ¿Cómo lo hiciste?
Lysson parecía dudar, pero si lo hacía, sabía que estaba muerto, como todo aquel que dudaba ante el Dragón Indomable.
— Lo encontré y batallé con él. Tal parece que regresó más débil de lo que pensé.
— ¿Cómo lo encontraste?
— Yo no lo encontré, mi señor. Los rumores se encargaron de ello. Yo sólo fui a terminar el trabajo.
Lance tocó la espada; la examinó, la observó durante un tiempo, a la luz del sol atravesando las ventanas talladas de Pokemon voladores y coloridos. La levantó para examinarla desde otro punto de vista. Cuando sus ojos dorados y misteriosos cambiaron de expresión debido a sus mejillas levantadas por la oscura sonrisa que había esbozado, empezó a reír más fuerte. Más prolongado y más fuerte de lo que nadie esperó excepto los tres sujetos sentados en sus tronos. La risa más maniática que había escuchado jamás. Una risa que me provocó. Una risa que me producía una sustancia tóxica llamada "rabia" corriendo desde la nuca hasta la punta de mis pies. Una risa que se detuvo cuando detectó que una rodilla se había despegado del suelo. Mi silueta resaltaba entre el océano de personas inclinadas. Las personas a mi alrededor levantaron la vista al ver que mi rebeldía pudo más que el deshonor. Y sin lugar a dudas, prefería revelarme a seguir arrodillándome hipócritamente a cuatro imbéciles que no lo merecían. Ellos pensaban que las esperanzas habían muerto, pero yo no. Él no podía estar muerto; esa no era la espada de quien creía que era. No podía ser cierto.
— ¿Diantha…? —Lance miró a la mujer de cabellos azabache.
Mis atuendos tenían cosido en el centro de mi pecho un símbolo de Ying y Yang; una señal que significaba más que equilibrio. Un símbolo que hizo que Diantha se levantara sorpresivamente, con una mirada fija en mí.
— ¿Qué haces? —me preguntó la mujer. Su voz viajó por todo el palacio. Ni siquiera había ya susurros entre los novatos. No había nada más que su seca y tensa voz. Todos se petrificaron cuando notaron la osadía que yo había cometido.
No respondí ante su comentario.
— Te lo pregunto de nuevo ¿Qué haces? Arrodíllate.
La pregunta fue la más tensa que los jugadores a mi alrededor presenciaron. No obstante, me armé de valor:
— ¡Él no está muerto!
Mi confesión hizo que algunos se miraran entre sí. Lysson tragó saliva, nervioso por lo que estaba sucediendo. Lance le lanzó una ojeada al de mata anaranjada, y le entregó de nuevo la espada.
— Le aseguro que no es cierto —negó Lysson.
— Eso lo sé; te creo —La capa de Lance ondeó al compás de una diminuta corriente de viento—. Reconocería esta espada donde fuese.
— ¡Que él no está muerto! ¡Los beta aún viven! ¡No pierdan las esperanzas!
Mis gritos fueron en vano. Lo único que provocaron fue más silencio, más incomodidad y más miedo entre los jugadores. No obstante, lo que molestó a Diantha no fue el hecho de que dijera palabrerías sin sentido, sino esa palabra prohibida.
— ¿Qué has dicho?
— Lo que oíste, mujer idiota —confesé— Los beta, sí, beta, están vivos. Aún hay rondando por PBO.
Diantha comenzó a bajar los tres peldaños, con un vestido blanco tan largo que arrastraba consigo la brillantez de la alfombra. Su mirada, escondida entre el maquillaje púrpura, salió a flote cuando frunció su delicado ceño. Nadie se movía, a pesar de que ella caminaba por entre el camino principal, hasta girar para verme con facilidad. Todos comenzaban a sentirse nerviosos.
— Los beta no están extintos —dije con certeza— Ha pasado un año desde que la Fénix Dorada y sus compañeros se aparecieron por última vez, y, aun así, no los han vuelto a encontrar, o los rumores no han hablado de su muerte. Deberías sentirte avergonzada por haber sido asesinada por una nova…
Pero un golpe dio de lleno en mí. Sentí la hendidura de mi mejilla. Diantha había estado tan rabiosa, que no pudo controlarlo. Mi cuerpo salió disparado hacia la pared; los de Alto Mando de cada gremio se alarmaron, así como Lysson y compañía. No obstante, Lance, Cynthia y Steven seguían como si nada. Al reincorporarme, sentí un tremendo dolor en la espalda, debido a que rompí el concreto de las paredes. Algunos novatos se apartaron de ahí, y me di cuenta de que incluso más allá en las afueras del palacio, los jugadores se habían percatado del estruendo.
Sabía que ella iba a matarme, pero yo era más listo:
— Sé dónde está —dije.
Su rostro contenido de rabia ahora cambió de un pestañeo a otro.
— ¿Qué?
— Sé dónde está La Fénix Dorada. Sé sobre ella. Sin embargo, no te lo diré.
Diantha intercambió miradas con sus tres aliados. Nadie supo si aquello era verdad o no, pero para verificarlo, tenían que hacer lo más lógico que todo mundo podría hacer:
— Enciérrenlo en Ciudad Subterránea.
Dos sujetos ya estaban detrás de mí. Malva y Narciso me habían levantado con brusquedad, y pronto desaparecí de la vista de Diantha y compañía. Su mirada me hacía saber que ella estaba en un momento de debilidad. No la culpo; ella ha estado en un momento inoportuno desde que Serena le venció; desde que todos se enteraron que Diantha comenzaba a perder poder. Ella y todos los sanadores…
La gente me abría paso ahora a mí, para salir de aquel lugar junto con los dos personajes de Alto Mando. Noté un grito ahogado en medio de la multitud; un grito de sorpresa y confusión al mismo tiempo. No necesité voltear para ver de quién se trataba. Sabía que era Rander, que bajaba la vista disimuladamente para evitar confusiones. No vaya a ser que lo lleven a él en lugar de a mí. Después de todo, éramos iguales, físicamente hablando.
¿?
La luz de mi linterna alumbró la oscuridad, la arena suspendida en el aire y un par de cosas que me parecieron interesantes. Todo estaba muy oscuro, y las partículas de arena me impedían ver con claridad a lo que estaba apuntando. De hecho, mis ropajes arenosos de tela maltratada, y mis googles que me protegía de la arena eran aún más incómodos al momento de estirar mi mano enguantada hacia un pedazo de hojalata.
El dedo medio hizo contacto con el pedazo de chatarra. La cuerda se movió y sentí que se destensaba, lo que provocó que descendiera un par de metros de manera súbita. Volteé hacia arriba, allá donde mi Pokemon era el responsable de ello. Éste rio desde la cima, y negué con la cabeza, aunque mi rostro no le hizo saber que pronto iba a regresar para darle una paliza. Como sea, mi Pokemon jaló la cuerda para que yo estuviese en mi posición previa, donde comencé a balancearme para tomar impulso y tomar hábilmente el pedazo de hojalata. Al tomarlo, lo coloqué sobre mi espalda, donde una pequeña bolsa estaba atada a mis hombros. El pedazo de hojalata había estado en una plataforma estable, por lo que me detuve a descansar ahí. Tanto tiempo colgada de una cuerda para no caer me hacía sentir exhausta.
A mi costado, había una parte rota de oro, que sin duda alguna había formado parte del mascarón. Sonreí a través de los googles y el turbante que cubría mi rostro entero. Alumbré con curiosidad la parte de oro, y le pegué un par de veces contra más partes inservibles y destruidas que había a mi alrededor para verificar que fuera realmente de oro. Sólo espero que al regresar, me paguen lo suficiente por esto, el pedazo de hojalata, un gran manto que formaba parte de la vela y partes de la cubierta que podrían ser servibles.
Cuando terminé la exhaustiva excursión, me colgué de nuevo de la cuerda. Jalé dos veces, para avisar a mi Pokemon que era momento de subir hacia la cima. La cuerda ascendió, y junto con ella, polvo arenoso también lo hacía.
Mientras ascendía, observé el ambiente con sumo detenimiento. ¿Quién habrá hecho aquello? Sé que esto era como una especie de oasis en medio del desierto para mí, pero seguramente para los salvajes arenosos era un infierno. No me quería ni imaginar cuando llegaran hasta acá, al ver que una de sus "Sandship" más grandes había sido destruida. Lo más curioso y preocupante de todo, es que la misma galera había estado hundida cien metros debajo del nivel normal de la arena, formando un cráter en su interior, razón por la cual había tenido que descender para encontrar partes servibles que pudiese intercambiar por dinero. ¿Quién habrá hecho este enorme cráter de arena? ¿Qué jugador sería capaz de destruir por sí solo una galera de más de treinta metros? Sólo… sólo se me ocurría una idea a la mente… No, no era posible.
Un poco más y llegaba a la superficie. Algo cegó mi vista a través de los googles. En un principio, pensé que el astro rey asomándose por entre huecos de la galera de madera y metal hacía su aviso del inmenso calor allá afuera, pero pronto me percaté que el brillo venía de abajo, mas no por encima de mí.
Concentré más mi vista hacia el fondo de la galera. Un brillo curioso, resplandeciente y rojizo me llamó la atención. Algo que no había visto antes, y di gracias a Arceus que lo vi, porque no me lo hubiese perdonado si me iba sin aquello que parecía sumamente valioso.
Sin avisar a mi Pokemon, comencé a columpiarme. El balanceo fue tan preciso y correcto, que al soltarme, aterricé en la saliente estrecha de lo que había sido el mástil principal de la galera. Corrí por todo el mástil, y di un salto deslizándome por la gran vela rota, apoyando mi cuerpo en la tela blanca para debilitar mi caída en la arena. Ahora que veo, hubiese sido más fácil hacer esto que descender por medio de la cuerda. La emoción a veces me inspira a hacer cosas dementes.
[VIDEO 3: Rey's Theme Extended (enhanced versión) – John Williams Star Wars: The Force Awakens OST]
El brillo estaba debajo de dos tablones que habían formado una pequeña cueva. La arena ya estaba succionando el brillo con la erosión, pero mi mano envuelta en la tela de mis atuendos desérticos sintió el frío punzante: una Megapiedra había reposado todo este tiempo ahí, sin que nadie la recogiese. Mis pupilas se dilataron; me removí los googles para ver con mayor precisión sus brillos misteriosos. Me aparté los cabellos azabaches cortos para ver mejor que no sólo la Megapiedra había estado en la cueva, sino un Mega-aro en forma de pulsera—el artefacto de activación de la piedra—, así como otro que en realidad no sabía qué hacía ahí: una flecha de arco.
La cabeza de la flecha estaba enteramente formada por incrustaciones de rubí, lo que la hacía brillar tanto como la Megapiedra; el cuerpo, también de rubí, a pesar de que era delgado, bien tallado y pulido, pesaba más que el mismo pedazo de hojalata en mi espalda; finalmente, la cola de la flecha tenía tallado un símbolo extraño: una especie de ADN, con colores variados y armónicos. Lo más curioso de todo, es que aquella flecha había querido moverse por entre toda la arena, pero los obstáculos en su camino y dentro de su pequeño refugio se lo habían impedido; ahora, postrada en las palmas de mis manos, la flecha podía moverse con más libertad, como si tuviese voluntad propia. Un milímetro moviéndose por segundo hacia el noreste. ¿Qué demonios significaba esto? Ni idea, pero el dilema estaba en si vender estos tres objetos o no. Podría obtener una buena cantidad de dinero, y cuando digo una buena, me refiero a una considerable cantidad; sin embargo, la curiosidad era más fuerte que la avaricia en estos momentos.
— ¡Aster, súbeme!
Cuando me sujeté de nuevo a la cuerda, mi Pokemon le costó más trabajo jalar debido al peso de la flecha en mis manos. No lo podía negar: estas flechas sólo pertenecían a un tipo de jugador. Pero no… sólo era un mito. Nadie ha visto a uno de ellos desde hace un año. Nadie.
Al estar en la superficie, noté que el cráter sí era bastante pronunciado. Acaso…. ¿Acaso la flecha…? No. Qué idiota soy. Sólo soy una esclava perteneciente de Pueblo Arena que intenta engañarse a sí misma. La flecha no pudo ocasionar esto.
Mi Whismur gimió sacando la lengua cuando salí a la superficie de un océano desértico.
— Lo sé, lo sé. No estabas muy cómoda en plenos rayos del sol —me quité de nuevo los googles y el turbante que cubría mi rostro. Mis cabellos azabaches se libraron para enfriarse y bailar en medio del aire desértico, cayendo hasta mis hombros; los rayos del sol dieron con la tez pálida de mi rostro. Sentí una briza no tan reconfortante: cuando el aire movía mis cabellos, significaba que una tormenta de arena estaba por venir. — Se acerca una tormenta; una fuerte.
Aster replicó preocupada, pero intenté cambiar de tema.
— Ve lo que he obtenido —le enseñé a Aster los tres artefactos, pero me los guardé rápidamente en la bolsa de tela que llevaba en la espalda. Pronto, la Sandship que estaba en la superficie de la enorme galera destruida comenzó a avanzar mediante el jaleo de un Sandshrew. Si bien mi Sandship no era tan majestuosa como la que comenzaba a dejar detrás de mi camino, tenía el mimo objetivo de transportar; consistía en una Sandship básica, de un tablón de tres por tres metros, con un mástil en el centro, donde una vela arriada al compás del viento hacía su trabajo.
Mi nombre es Zinnia. He vivido en Pueblo Arena desde hace un año. Mi objetivo: llegar a ser libre. Y vaya que con el pedazo de hojalata que formó parte de la galera, la parte rota del mascarón de oro, y estos tres valiosos objetos podrían acercarme más a mi meta de libertad pura.
— Veinte Pokemonedas.
— ¿Qué? —mencioné.
— Ya oíste, Zinnia. Ahora acéptalo o no; de cualquier forma, me quedaré con este mascarón y el pedazo de hojalata.
— Espera, espera… —le informé al hombretón gordo, sudoroso y bigotudo con un turbante en la cabeza que producía más sudor del necesario. El hombre abrió los ojos como platos al ver que seguía insistiendo, y quiso cerrar la ventanilla de su pequeña choza arenisca— Tengo algo más…
Rebusqué en mi equipaje. Ahí estaba el Mega-aro, la Megapiedra y la flecha, que seguía moviéndose en vano, inquietamente. Me quedé contemplando el fondo de la bolsa como si mi libertad dependiera de ello. ¿Debía vender aquello? ¿En verdad valdría mucho?
— ¿Qué? —El hombretón al cual pertenecía el comercio de Pueblo Arena se desesperó al ver que seguía viendo mi bolsa— ¿Tienes algo más?
— Sí —asentí, frunciendo el ceño.
— ¿Qué?
— Esto.
Le enseñé el dedo medio de mi mano.
— Anda, lárgate de aquí —me dio las veinte Pokemonedas, pero se quedó con diez— Esas son mías para que debas menos a tu deuda. Lo demás es tuyo, zorra arenosa.
— Púdrete en el infierno, Bobber.
— Ya estoy en él. Hace un calor de la mierda.
Las dos monedas de plata, que valían cinco Pokemonedas, las sentí como un pedazo de cielo en la palma de mi mano. Atravesé varios puestos del pueblo, que vendían cosas variadas, como pedazos de Sandship, puestos de comida exótica como Gligar rostizados, así como la mayoría de ellos tenían la misma función que la de Bobber: comerciar con Ciudad Desierto, la ciudad principal de todo este maldito nivel 60, que consistía en montones de arena, más arena y algo más increíble aún: arena. Pueblo Arena era uno más en la gran cantidad de pueblecillos esparcidos en el desierto más gigante de PBO. Y sin embargo, me sentía atrapada ahí. He estado tanto tiempo ahí, que no recuerdo siquiera el agua. Sé que sólo ha pasado un año, pero me ha parecido una eternidad lo que he vivido aquí. Tal vez por el deseo de ser libre y dejar de ser una esclava trabajando para el Gremio Alma de Piedra; tal vez mis deseos por recordar quién era allá afuera aún siguen latentes, y eso me movía a luchar por mi sueño de juntar la gran cantidad de cinco millones de Pokemonedas para librarme del puto gordo Bobber y de este maldito pueblo que lo único que sabía hacer era comerciar a un precio barato piezas de Sandship, comida de Pokemon, artilugios baratos y lo mejor de todo: mi platillo favorito.
— Hola, Romie, ya sabes lo que quiero.
— Seguro, querida.
La viejecilla se tardó una eternidad en desaparecer y volver en la choza de arena para entregarme una lata de comida orgánica que consistía en masa. Masa grasosa y podrida, pero al fin y al cabo lo mejor que probaré desde hace tres días que no había comido.
— De hecho, me llevaré dos —le entregué las diez Pokemonedas. La vieja, envuelta en una turba morada, abrió sus desgastados ojos. No sé cómo una vieja de su edad podía estar en el juego; ¿acaso su marido le engaño con otra anciana que no tuvo suficiente en su vida amorosa? ¿Es por eso que jugaba este juego? No sabré decirlo con certeza.
— Así que hoy tuviste un buen día, ¿no, Zinnia?
— Así es. Hoy comeré a gusto.
Caminé un poco más apartado del lugar céntrico del pueblo, que a decir verdad no era tan grande. Bastó con una docena de metros para salir del pueblo en sí; ahí, estaba mi Sandship, donde me subí y avancé unos quinientos pasos hacia una casa retirada: mi humilde hogar.
— Hemos llegado, Aster.
Whismur gimió de alegría, y fue la primera en entrar por la puerta pequeña que formaba parte de la grande. Al girar de la manija de arena, busqué a tientas el botón que se encargaba de todo. Pronto, un sistema de engranajes construido por diversas piezas que he estado recolectando a lo largo de este año, comenzaron a hacer diversos trabajos. No obstante, la energía proveniente de ellas era la arena en sí. ¿Qué por qué la arena era la fuente de energía? Bueno, es algo lógico que yo sea una maga de arena, aunque me es prohibido usar ya mi magia. Los esclavos no podemos usar nuestros poderes; pero nadie me ve aquí ¿o sí?
Las tareas de los sistemas de engranajes empujados por la arena iban hacia artefactos que se encargaban de abrir la ventanilla para que la corriente de aire circulara por ahí, así como el hervir el agua en donde iba a preparar mi deliciosa masa; girar la cuerda que tenía colgado mis ropajes de tela color arena, para que se sequen con el sol; rasgar en una de las paredes de la pequeña choza el día del calendario, entre otras actividades que la verdad no recuerdo.
Lo impresionante era que tenía recolectado tantos artefactos como he juntado. Siempre pienso en cuánto obtendré si los vendo de un solo golpe, pero sé que no lo haré, así como no lo hice con lo que encontré hoy. Alcé la arena del suelo, formando una pica que sirvió de cuchillo para abrir las latas; Aster saltaba de alegría por ver que comería algo después de tres días sin probar siquiera el manjar que tenía en sus sueños tranquilos.
— Un momento, Aster. Estás muy inquieta hoy —le sonreí. Metí las masas en el agua ya hirviendo, y éstas se inflaron como globos. Al colocarlas en un plato, Aster robó el suyo y salió de la choza, alardeando de placer.
Agarré mi bolsa de tela, mi plato de comida y salí junto con ella. Nos recargamos en el mástil de la Sandship, donde comencé a comer de placer a su lado, observando el océano irregular de arena, que formaba pequeñas olas por el diminuto viento distante.
— Te digo, Aster —dije entre bocados de masa gris rancia— Este viento no es normal.
Aster me ignoró por completo. En cambio, yo rebusqué entre el saco, de donde saqué la flecha. Miré de nuevo al símbolo, que me resultaba muy extraño. ¿Será que esta flecha tendrá que ver con algún gremio? Imposible. Sólo había cuatro gremios en todo PBO. No podía haber más. Y no obstante, la flecha se movía. Inquieta, atada a la palma de mis manos, brillante, resistente, fuerte… Me identificaba mucho con ella. Así mismo, saqué el Mega-aro y le Megapiedra. Aún no comprendía por qué demonios estaban ahí. ¿Habrán sido de alguien? ¿Alguien que ya ha muerto? ¿Alguien que…?
Levanté la mirada. Aster también lo notó, levantado sus diminutas orejas.
Una silueta nos contemplaba desde lo más lejano. Apenas una sombra en medio de un mar desértico. Me levanté de mi Sandship, y tragué lo que tenía en mi boca. Quise ver con más exactitud el personaje que nos observaba desde unos cien metros, pero las ondas de calor, así como las partículas de arena, me impedían ver con libertad.
Y entonces, mis ojos rubíes se salieron de sus órbitas al sentir su presencia. No era un aura normal. Ese sujeto desprendía un poder incomprensible; ¿qué demonios? Alcé a ver sus estadísticas, y aunque los números eran puntos apenas visibles desde mi posición, lo notable fue que tenía más de una sola barra de vida.
Eran tres; tres barras de vida se situaban a un costado de su cabeza. Tres barras verdes fosforescentes que se notaban a simple vista. ¿Es que… es que acaso era…? No. No podía serlo. Sería un novato solamente; un novato más fuerte que los demás. Un novato distinto.
A pesar de que quería engañar a mi mente, sabía que no podía. Era… sin duda alguna, algo que nadie había visto durante poco menos de un año. Además, una capa colorida me cegaba la vista; los colores tales como el símbolo en la cola de la flecha eran tan parecidos que sólo pude pensar que él tenía relación con esto. ¿Será… será un be…?
— ¡Zinnia, Zinnia!
La voz de Bobber me hizo reaccionar al instante. Tiré mi masa a la arena por la sorpresa, maldije por lo bajo y guardé los tres objetos en los bolsillos de mis ropajes. Cuando Bobber se acercó corriendo y sudando cual vil cerdo, jadeó debido al nulo esfuerzo que siquiera alguien podía hacer recorriendo… ¿diez metros?
— Solo… sólo vine a recordarte que te prepares. Falta menos de dos horas para la puesta de sol.
— Sí, estoy ansiosa —dije sin la más mínima expresión.
Cuando volteé hacia aquel punto, donde la silueta estaba, ésta se había esfumado como la arena lo hacía constantemente sobre el viento.
— ¿A qué demonios miras? Estoy acá, muchacha —le volteé a ver, enfurecida.
— Ya cállate, Bobber. Aun no se me olvida que partiremos hoy a Ciudad Desierto.
— Sí, y más te vale que cheques que mi Sandship esté en buenas condiciones. Es un día el recorrido de aquí a la capital. Recuerda que está prohibido usar teletransportación.
— ¿"Tu" Sandship? Si soy yo la que lo usa.
— Mi Sandship —su voz de gordo imbécil comenzaba a molestarme— Mi Sandship que utilizarás en la carrera de Sandslash mensual. Me sorprende que hayas logrado clasificar a ella por primera vez.
— Pude haberlo desde antes. Ahora, lárgate a comer Garlics, que nos espera un largo viaje. Tienes suerte de que la tormenta de arena que se avecina tarde en llegar un par de días, o los mismos Sandshrew hubiesen comido tu cadáver.
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[VIDEO 4: One Piece Soundtrack – Desperate Situation HD]
Rander
No debía estar aquí. En primer lugar, no sé por qué había venido. Tal vez porque soy un estúpido y porque le hice caso a Sai. No obstante, ha pasado un día y todo ha resultado tan normal como nunca pensé; aun así, Sai pasaba un buen rato, con el alcohol corriendo por su ser.
— ¡Rander, no te quedes ahí! ¡Ven a beber con nosotros!
Su grito hizo que otros novatos más alegaran a que fuera a beber. Pero disfrutaba de la soledad de la mesa. Aunque Ciudad Subterránea era un lugar oscuro, sus tabernas, laberintos y entrañas eran reconfortantes. Además, no creo que vengan a por mí. No vendrán; él está encerrado en la prisión, no yo.
Suspiré y fui hacia Sai. Él seguía igual de confundido que yo, pero quiso resolver los problemas con una docena de cervezas.
— ¡Aquí está nuestro amigo Rander! ¡Nuestro gran y querido amigo! ¡Venga, ¿alguien ya le invitó una cerveza?!
— No, gracias.
— ¡Por favor, no seas tan aburrido! Después de todo, tenemos que celebrar el que hayas salido vivo de esa.
Las risas invadieron el ambiente. Un sujeto me aventó una cerveza a la barra, donde la atrapé más con reflejos que con técnica. Quise seguir la corriente de las risas, con una risotada incómoda. Pero eso no evitó que Sai volviera a ser cuestionado por enésima vez.
— Ostias, pero ¿qué ha pasado, Sai? ¿A qué se debe esta celebración?
— Oh, todo es por Rander. ¡Él es un héroe!
— ¿Héroe? ¿Qué ha hecho? Espera, espera… —dijo uno más de la multitud que tenía un tarro de cerveza en su mano—, no me digas. ¿Ha vencido a un MegaPokemon?
— ¡No, qué va!
— ¡Ya sé, ya sé! —Quiso adivinar otro— ¡¿Ha vencido la mazmorra del nivel 74?!
— No, no. Esa mazmorra tiene días en que nadie la ha tocado. Nadie va ya a las mazmorras excepto Los Salvadores. No por nada les dicen así ¿no?, ¡Já, qué va! Pero eso ha sido ya hace mucho. Ahora de vez en cuando, cuando tienen ganas, Los Salvadores atacan las mazmorras a su manera.
— ¡Venga, no te desvíes del tema y dinos ya!
— De acuerdo —Sai rió, tomando un gran trago de cerveza— Rander… se reveló en el regreso de Lysson. Se reveló contra su líder, Diantha. ¡Un miembro del Gremio Equilibrio se ha revelado contra su propio líder y sigue vivo! ¿Pueden creerlo? Si no, díganle a los que lo presenciaron. Su fama comienza a ascender y por todos los pisos.
— No, yo… yo no…
— ¡RANDER, QUÉ COÑAS HAS HECHO! ¡Eres un héroe! ¡Nadie tiene los cojones suficientes para revelarse contra alguien de tal magnitud!
— Yo no he hecho na…
— Y lo más sorprendente… —la mirada de Sai se ennegreció—… es que ha escapado de la prisión que lo tenía encerrado.
— ¿Qué? ¿Cómo has hecho eso? Nadie ha podido escapar desde la huida del Espadachín Esmeralda —confesó uno de ellos, asombrado y con rubor en sus mejillas.
— Que yo no he hecho nada.
— ¡Venga, cuéntanos ya!
— ¡Sí, cuéntanos! ¡Cuéntanos!
Las insistencias eran tantas, que el sudor comenzó a bajar por mis cabellos rubios. No obstante, me sorprendí más al ver que todos callaron en manera súbita. Habían visto hacia donde se había generado un ruido seco y profundo parecido al de un portazo abrirse.
Una docena de soldados del gremio Alma de Piedra, imponentes y con sus uniformes púrpuras y grises, habían irrumpido en la taberna, tirando de bruces a todo sujeto que se encontraba ahí. Los gritos comenzaron a presenciarse, y hubo una explosión cuando uno de ellos intentó zafarse. Al tenernos todos bajo su control y nadie oponía resistencia, dos de ellos me reconocieron enseguida.
— ¡Está aquí! ¡Aquí está el fugitivo!
— ¿Qué? ¡No… no, yo no soy culpable! ¡No ataqué a nadie! ¡No me revelé!
— Vuelve a decirlo, y matamos a todos aquí —confesó uno de los soldados, gritándome al oído.
Intercambié una mirada con Sai, y éste se horrorizó al oír aquella frase. Jamás lo imaginé de él cuando levantó su brazo y me señaló con el dedo índice enguantado del Gremio Equilibrio:
— Es él… él acaba de salirse de la prisión. ¡Él es el fugitivo!
El azoto de mi rostro contra la cera fría de la celda ya en las prisiones de Ciudad Subterránea no me dolió tanto como su traición lo había sido. Cuando estuve dentro de la celda de nuevo, me levanté inútilmente. Varias patadas habían dado de lleno en la boca de mi estómago, así como golpes en mi rostro que me desfiguraron el mismo. Lo soldados tenían la celda abierta, y me miraban con odio.
— Steven viene ya para interrogarte él mismo —dijo el primero, riendo— No saldrás vivo de esta, imbécil.
— Yo no… yo no hice nada… —dije entre sollozos. No quería morir. Sólo era un novato; un novato que había ido a ver la espada de Lysson solamente.
— Velo de esta manera: si Steven no te mata, te pudrirás aquí hasta que mueras. No sé cómo escapaste el mismo día que te encerramos, pero nos aseguraremos de que no vuelva a suceder. Steven está furioso… más furioso de lo que crees.
Intenté no llorar, pero me resultaba imposible. Sus risas me atormentaron.
¿Risas? Ya no podía escuchar nada. Ahora, lo único que escuché fue el azotar de sus cuerpos, seguido de un silencio misterioso. Al levantar la cabeza, observé a alguien ahí. Había estado escondido en el techo oscuro de la celda. ¿Cómo es que no lo había visto?
— Pues Steven se pondrá más furioso al ver que todos escaparán —mencionó aquel sujeto, cuando desmayó al par de guardias.
Salió de la celda ignorándome por completo. Sin embargo, yo le había visto antes. Sabía quién era. Lo sabía.
— ¡Alto! —dije aun llorando.
Él era el que se hizo pasar por mí. No sé cómo diablos había obtenido mi apariencia, ni mucho menos sé por qué se reveló ante Diantha. Pero él era aquel sujeto, el que me había apretado el brazo sin razón alguna.
— ¿Quién… quién eres?
El chico sonrió entre la capucha de su uniforme. Me aventó las llaves que liberaban a todas las celdas del primer nivel.
— Steven vendrá. Sé que de nada servirá que te dé las llaves de tu libertad, pero al menos mi consciencia quedará limpia al saber que traté de ayudarte.
— No… no me dejes aquí. No dejes que me torturen. ¡TÚ FUISTE EL QUE OCASIONÓ ESTO! ¡¿QUIÉN DEMONIOS ERES?!
— Cualquiera que sea la forma en que te torturen en el interrogatorio—el chico volteó; la túnica cubría su rostro—, está de más decirte que debes decirle a Steven que no sabes nada de ningún beta. ¿O…lo sabes? ¿Sabes de la Fénix Dorada?
— Ella… ella no es beta. ¡Los beta están muertos!
— Cierto, no es beta. Y sin embargo, asesinó a Diantha. La esperanza no ha muerto. Que te quede claro.
Y así, salió de la prisión, mientras las llaves de la celda tiradas en el suelo relucían al compás de las antorchas.
Zinnia
— Bendito sea Arceus. Finalmente encontramos un oasis.
La voz de Bobber me había sacado de mis pensamientos. Aún seguía pensando en aquello; en la aparición de aquel sujeto que tanto me consternaba. Las riendas dejaron de ser jaladas por los Sandshrew, que habían estado mucho tiempo navegando a través del desierto. No obstante, el problema había sido que incluso con tres Pokemon, la velocidad a la que íbamos era menos de lo que hubiese esperado. Es decir, Bobber y su gran peso eran los responsables de que la Sandship por poco y no se quiebra en dos. No sé cómo le hicimos para llegar hasta aquí.
El oasis contenía una cabaña mediana, con una palmera y un lago pequeño que resplandecía debido a la luna. El frío que había me helaba los huesos, y pronto los Pokemon salvajes iban a intervenir en nuestro camino si no obteníamos un refugio; pero claro, Bobber insistió en partir en la puesta del sol.
Al entrar en la cabaña, había un par de personas del gremio Alma de Piedra, como era costumbre verlos por aquí y allá, así como el dueño del oasis, cubriendo su rostro con un turbante dorado, y atendiendo a los hospedantes.
— Una habitación, por favor. Muero de cansancio.
— Mueres de gordura —repliqué.
— Cállate zorra desértica; prepárame mi cama, mi alimento y un masaje en mis juanetes.
No hace falta recordar todas las cosas indeseables a las que debía servirle a Bobber. Lo malo de ser una esclava era precisamente ello. Si bien mi temperamento era insultar a los demás, incluso con mi propio amo, no podía librarme de los deberes y órdenes, porque sabía que era una obligación hacerlos.
Al caer rendida en una de las sillas de la sala principal, donde aún permanecían un par de miembros de ese gremio comandado por aquel sujeto que no quería recordar, oí la conversación de aquellos dos:
—…pero es cierto lo que te digo. Un quinto gremio quiere alzarse.
— ¿Quinto gremio? No digas boludeces.
— Es cierto. Su líder comanda desde las sombras; se dice que ha estado buscando a todos los sanadores, asesinándolos en el acto.
— ¿Quién te dijo esas idioteces?
— Ponte a pensar. ¿Por qué crees que ahora los sanadores son considerados basura inservible? ¿Por qué crees que ese chico, Rander, se reveló contra Diantha, a pesar de que Steven lo asesinó después de escapar de la prisión?
Steven… ese nombre me producía rabia.
— Bueno, tal vez porque hay un loco entre mil que quieren atención.
— Bah, nadie en su sano juicio se atrevería a desafiar a los Cuatro Grandes, a menos de que sean débiles; toma de ejemplo a Diantha y al Sanador Invencible, que de invencible ya no tiene nada.
— Tienes razón, aunque ahora con el rumor de que Lysson ha matado al beta, nadie volverá siquiera a levantarle la voz a Los Salvadores…
[VIDEO 5: Harry Potter and the Prisoner of Azkaban – 07. A Window to the Past]
— ¿Se te ofrece algo? —la voz me sacó de su conversación; el dueño del oasis estaba ahí, y dio una rápida mirada hacia mi bolsillo. Al darme cuenta, él había observado mi Megapiedra, que se empezaba a resbalar de mi bolsillo.
— No, no… —intenté reacomodarme cubriendo la piedra, metiendo mi mano al bolsillo— Aunque muero de hambre y sed, no me es permitido gastar el dinero de mi amo. Ese imbécil me delataría y me metería en problemas.
— Descuida; la casa invita esta vez.
El sujeto se fue y regresó con algo que no recordaba haber visto desde hace mucho: un plato de alcachofas, con ensalada y guisado. A su lado, un gran tarro de agua fría.
— Gracias —quedé impresionada.
— Anda, come…
No pude resistirlo. Mis modales, o los escasos que había tenido alguna vez, se fueron al caño cuando comencé a atragantarme sin decencia alguna. Mientras comía, él comenzó a hablar.
— He visto lo que tienes ahí.
Mis bocados se detuvieron, y volteé a mirarlo con preocupación.
— No es bueno que tengas eso en tu posesión, chica. Las Megapiedras, a pesar de que ahora son más abundantes por PBO, son ilegales en manos de gente que no le corresponde. Sólo Los Salvadores, el Cuarteto Asesino, y los de Alto Mando tiene permiso a ellas. Si te ven con una…
— Lo sé —dije escupiendo carne en la mesa, al tiempo que fruncía el ceño— Pero no me descubrirán.
— Vaya. Eres una chica confiada.
— Soy libre. Es distinto.
— Como sea, no sé cómo la hayas obtenido, pero son objetos muy peligrosos.
— ¿Cómo lo sabes? —tomé un gran sorbo de agua.
— La Megafusión, niña… No es algo con lo que se juega. Tiene sus consecuencias.
— ¿Megafusión?
— ¿Qué no lo sabes?
— He oído que algunos de los más poderosos la tienen —me detuve a comer más ensalada— Pero no sabía que era malo.
— Créeme.
— Bueno, ya que estamos en confianza, ¿tú…? —Bajé la voz para que esos idiotas de allá no me escucharan— ¿…tú sabes qué es esto?
Al sacar la flecha, que seguía moviéndose ahora hacia el suroeste, brillaba menos, aunque no su símbolo.
— ¿Reconoces este símbolo? —el del turbante dorado examinó la flecha con detenimiento. Tal parece que la expresión a través de sus ojos verdes grisáceos me indicaba lo contrario.
—Jamás había visto ese símbolo.
— Escuche… —me acerqué a él, mirando hacia los dos sujetos, que platicaban por lo bajo— Hoy… hoy vi algo relacionado. Un sujeto que portaba una capa tan colorida como este símbolo. No sé si estoy equivocada o no; de hecho, la simple idea me hace pensar que estoy loca, pero tal vez… tal vez haya visto hoy a un jugador distinto. Tal vez esa persona distante era un beta. Sé que ellos hace mucho no aparecen por ahí, excepto claro los de Alto Mando, pero todos sabemos que los beta no aparecen más. ¿Acaso… acaso habré visto a un beta? ¿O mis ojos me han engañado? ¿Acaso… acaso los rumores de que el Destello Eléctrico ha vuelto es verdad?
Su semblante permaneció inexpresivo, mirando hacia la mesa, como si hubiese dicho algo que le hirió.
— Lo siento, niña. Debo decir con franqueza que el Destello Eléctrico ha muerto a manos de Lysson.
— ¿Ha muerto?
— Él se quedó con su espada.
No dije nada. Bueno, tal vez el que haya regresado un beta para ser asesinado era algo común ahora. ¿Qué esperaba la gente cuando se había enterado de ello? ¿…Que él les iba a salvar? ¿…Que solo por el hecho de un beta se había aparecido por ahí iba a terminar con un reinado incapaz de derrocar? ¿Acaso la gente había olvidado que él mató a varios novatos, o es que todos ya estaban tan atrapados en un reinado temeroso que con cualquier aparición de cualquier beta les hacía recobrar las esperanzas? Las esperanzas habían muerto hace mucho tiempo. Todos ya tenían su vida aquí; todos hacían su vida y recordaban cosas que habían hecho aquí y sólo aquí.
Entonces… ¿por qué aún tenía ese deseo… ese impulso por saber quién era yo allá afuera? ¿Por qué me importaba tanto ser libre, huir de aquí, recordar quién era realmente?
— ¿Aún…? —Me detuve; no quería hacer la pregunta debido al miedo—, ¿aún hay esperanzas?
— Depende del punto de vista.
— Resultará extraño, pero frecuentemente sueño con ver lo que hay allá afuera. ¿No ha sentido esa sensación de volver a ver lo que te espera allá? Apenas me acuerdo de los automóviles; ni siquiera recuerdo la dirección de mi casa. Ya ni siquiera… recuerdo el rostro de mis padres. No obstante, tengo ese enorme deseo de volver a saber quién soy. Es cierto, esperanzas en PBO ya no hay, pero siempre habrá esperanzas en uno mismo. Cuando alguien deja de creer en sí, ese alguien habrá muerto.
No noté la sonrisa del sujeto, pero en vez de decir algo, rebuscó en su cuello algo que tenía bien escondido. Al sacarlo, este producía un sonido misterioso, parecido al de una energía misteriosa suspendida en el aire. Era un cristal dorado en forma de cubo, del tamaño de la palma de la mano y unido a eslabones pequeños del mismo color que su turbante.
— Esto… esto es un cristal mensajero. Antes de que digas algo, quiero decir que no me había cruzado con alguien desde hace tiempo que me hiciera recordar el propósito por el cual luchamos. La vida real nos pide a gritos que vayamos hacia ella, pero todo el mundo se ha vuelto sordo ya; sólo hay excepciones, y tales casos son llamados "esperanza". No se necesita ser beta para infundir de nuevo esa ansiada esperanza en la gente; basta de una esclava humilde proveniente de un pueblo distante y solitario para demostrar que este juego no está perdido del todo. Yo hace mucho perdí las esperanzas… y la memoria. Sí, no sé por qué tengo este cristal mensajero, ni cómo lo obtuve, ni siquiera recuerdo el por qué soy dueño de este oasis. Lo único que recuerdo son mi nombre y el propósito de ese cristal: entregárselo a quien tenga la convicción de cambiar. Ese cristal contiene un mensaje que cambiará a PBO. Un mensaje lleno de esperanzas. Consérvalo. No lo escuches aquí. No ahora. Cuando te sientas capaz y lista para escucharlo, será el día cuando la humanidad atrapada aquí habrá dado un gran paso hacia la luz que guía nuestro camino. ¿Estuvo deliciosa la comida, no es así? Deduciendo por tu Sandship, tal parece que concursarás. Bueno, te deseo suerte. Buenas noches. No… no… descuida. No dormirás con ese "puto gordo" del que tanto maldices. Hay una habitación para ti sola.
Al día siguiente, Bobber se levantó temprano, ansioso por llegar a Ciudad Desierto cuanto antes. El dueño del oasis salió para despedirse, en medio de un calor insoportable.
— Tengan cuidado; hay muchos Trapinch que salen de la nada para comer a su presa.
— Lo tendré en cuenta—le sonreí al sujeto— Por cierto, ayer hubo dos cosas que tú recordabas y una de ellas era tu nombre.
— Trip —confesó.
— Zinnia —nombré, aunque en realidad más que una presentación era una despedida; me puse los googles y me subí a la Sandship, donde Bobber insistía en medio de sus bocados de desayuno— Trip… —aun había algo que me inquietaba— ¿Entonces es cierto? ¿Es cierto que aquel que vi… no era… no era el Destello Eléctrico?
Trip bajó la mirada, y se quitó el turbante para dejar a la vista sus cabellos dorados. Era más joven de lo que creía, aunque no tan joven como yo.
— El beta que dices haber visto no era él. Nadie lo ha visto desde hace tiempo, y nadie lo verá. Él ha muerto. Ningún beta queda ya en PBO.
Próximo capítulo: Arena prohibida
Los fanáticos de Star Wars se darán cuenta que basé el personaje de Zinnia con Rey, así que supongo que les ha e haber traído recuerdos. Y sí, Ash está muerto. O eso es lo que dicen. ¿Inesperado? Tal vez. ¿Dudas en esta nueva temporada? Indudablemente. ¿El sujeto que se hizo pasar por Rander será alguien conocido? No se sabe. ¿Bobber dejará de sudar como cerdo? No lo creo. ¿Dejará de llover en este día tan triste? Eso espero. ¿Esta temporada será épica? Queda a opinión de ustedes. Un abrazo y nos leemos el martes.
