GabyCM: Bryan xD Jajajaja

Kuroi To Tamashi: Viejo gracias por todos los errores, te lo agradezco.

Guest: Gracias xD pero no es el mejor fic de Pokemon, hay mejores xD

Alejakaiser: Bueno, y yo que creía que nadie iba a predecir a X pero sí a Brendan LOL

blackhawk95: Ya verás quiénes son esas personas misteriosas :P

Ryder: No hay mostaza u.u

SilverPhantomn: Mirto los mató con el casco normal. Y sí, sí se puede.

Zenitiano: Jajaja u.u Has herido mis sentimientos. Jaja no es cierto; pues es inicio de temporada, supongo que algunos inicios siempre son algo calmados y aburridos.

Bueno, una disculpa por no haber actualizado el viernes pasado. Lo que sucede es que se me ocurrió la gran idea de ir a trabajar porque no me gusta andar de vago en mi casa (lo sé, ya me estoy convirtiendo en un adulto aburrido y responsable). Lo peor es que mi familia se fue de vacaciones y me abandonaron con mi tía, porque el trabajo queda cerca de casa de casa de mi tía; el caso es que no llevé mi lap top para poder colgar el capítulo. Como sea, sé que no les importa mi vida personal y sólo quieren leer el maldito capítulo así que aquí lo tienen xD Sin más espero sea de su agrado y no se les haga corto jajaja. Tal vez actualice ahora una vez por semana, dependiendo del tiempo que tenga. Si son afortunados, serán dos veces por semana; pero ahora será como un misterio el saber si actualizo una o dos veces a la semana. Ahora sí, adiós.

[VIDEO 1: Pixelmon OST– Across the Desert]

[VIDEO 2: Game of Thrones 2 Soundtrack – 05 Valar Morghulis (Ivo's extended cut)]

[VIDEO 3: Attack On Titan/Shingeki No Kyojin OST – E.M.A]


Capítulo 88

Acertijo


Brendan

Sentí un cosquilleo en mi bolsillo. En un principio, no supe si se trataba de la arena que rozaba mis ropajes arenosos, el sudor que corría por toda mi piel o lo que más ansiaba: la flecha rubí.

Sentí a tientas el arma, oculta en el bolsillo de mi beduino. Se estaba moviendo. Su inquietante movimiento me indicaba que este podría ser el nivel. ¿Si no, por qué otra cosa se comenzaba a molestarme ese golpeteo contra mi piel?

Mis pensamientos fueron sacudidos por la gran oleada de calor que me hizo apoyarme en mi compañero de viaje. Pronto, sentí una súbita corriente de aire que acarició mis mejillas. Una corriente de aire no muy común; podría ser que algo se acercara tarde o temprano. Exhalé de cansancio; el sudor que corría por mi frente era cada vez más, y cuando revisé mi inventario, sólo quedaba agua para mí. Un pellejo de agua fría apareció en mis manos, y tomé el resto mientras corría por mi barbilla y se perdía entre los adentros de mi cuello y el turbante blanquecino. Agité un par de veces el contenido, pero sólo quedaban ya un par de gotas traicioneras que al momento de caer fueron llevadas por el viento hacia su perdición.

Mi lengua estaba seca, y mis labios partidos. El arco en mi espalda comenzaba a pesarme; mi cuerpo entero comenzaba a ser una molestia entera.

— Dame un poco de agua —le dije al chico del turbante esmeralda. Sus cabellos rubios se escapan húmedos por su frente. La gran piedra que brillaba sobre su entre ceja me cegó por unos instantes.

— Oh no. No moriré aquí por tu culpa, no —él también estaba delirando. La falta de agua comenzaba a afectarnos a ambos— No gracias al gran Arquero Estratega. A la mierda tu estrategia; no me engañarás, Ruby.

— Deja de decir estupideces, chico —refunfuñé.

A decir verdad, no lo culpaba. Los dos estábamos cansados de andar por el desierto por minutos, horas e incluso días. Suerte que el día anterior habíamos dormido en una cabaña solitaria que encontramos milagrosamente. A veces pienso en el por qué una pequeña posada estaba en medio del enorme desierto, pero el pensar que esto era simplemente un juego me hacía borrar esa pregunta de mi mente. Sin embargo, todo se sentía demasiado real: la sed, el calor, el dolor de los labios partidos y la arena introduciéndose por tus botas. Nada de esto era real, mas era nuestra única realidad por el momento.

El sol yacía imponente por lo alto, regalando egoístamente todos los rayos de sol posibles que podían ser mortales para cualquiera. El sonido inquietante de nuestras barras de vida iba en descenso. Poco a poco, la sed iba afectándonos y el ícono de "salud" apareció a un costado indicándonos que debíamos hidratarnos o nuestra vida seguiría bajando lentamente hasta morir calcinados y enterrados en pixeles y arena infernal.

Suerte que no nos habíamos cruzado con ningún salvaje arenoso por el camino, o habrían robado nuestras pertenencias. Habrían robado mi preciado arco y la flecha valiosa que se había convertido en única de la noche a la mañana; una flecha rubí común y corriente, pero que después de un fuerte rumor sobre el Destello Eléctrico, ahora era la flecha que podría ayudarnos.

— Mira, Ruby. Vaya pinta de pueblo ¿eh? Estamos de suerte.

No sé si el chico había imaginado cosas que su mente quería que imaginara, o si era una realidad. Mis ojos tampoco me engañaban: entre un oleaje de ondas caloríficas se vislumbraba un pequeño pueblo que no constaba de más de veinte casuchas. Sin embargo, sabía que ahí podríamos comprar provisiones para proseguir con la búsqueda. Este desierto era tan grande y tan igual, que no veía la hora de cumplir jamás mi propósito.

El calor me había tenido tan despistado, que no me di cuenta cuando llegamos a duras penas a instancias de una taberna que tenía por nombre "SavageBones". ¡Vaya pinta de nombre! Nada iba a intimidarme; mucho menos los hombres misteriosos que se encontraban disfrutando de un par de cervezas frías en los alrededores oscuros de la taberna. Al cerrar la puerta, la arena viajó por toda la taberna, e hizo tambalear varias sillas puestas sobre las mesas. El dueño del bar le lanzó una mirada a una chica pelirroja que siempre aparecía en casi todas las posadas de PBO. Joy llegó a bajar las sillas de las mesas y las colocó de manera que nos pudiéramos sentar. Le ordené lo mismo que los delicados caballeros de atuendos desérticos y turbantes maltratados estaban tomando; noté su mirada puesta en nosotros. Al parecer me arrepentiría luego de haber venido aquí, pero preferiría luchar con ellos y matarlos que morirme de sed allá afuera.

— Esto es una mala idea ¿no crees? —dijo el rubio, leyendo mis pensamientos.

— Emerald —nombré—, siempre tienes que ser tan miedoso. Relájate ¿quieres?

Mis orbes carmesíes le calmaron, pero no a los salvajes que se encontraban en un rincón. Parecía que sabía quién era yo. ¿O no? Miré de reojo sus estadísticas. No había nada de qué preocuparse: eran unos simples NPC como la mayoría de todos esos bastardos salvajes que se dedicaban a robar Pokemon y enviarlos a su puta capital.

— Aquí tienen —Joy nos sonrió y cuando el tarro estuvo en mis manos, me atraganté tanto que la cerveza recorrió mis ropajes y pronto tosí cuando noté la bebida que se había colado por mis pulmones.

— Deberías relajarte tú —mencionó Emerald, pero no pudo evitarlo y también me imitó tomando desesperadamente de su tarro.

Al terminar, suspiré de alegría. No planeaba quedarme más tiempo aquí, así que alcé la mano para pedir la cuenta, y Joy llegó enseguida colocando un holograma sobre nosotros con la cantidad que debíamos pagar. Mis ojos rojos se abrieron como platos y pronto me quité la parte baja de la bufanda color crema que me cubría la boca, para hablar con mayor claridad.

— ¿Cien Pokemonedas?

— Lo lamento, pero las cervezas son caras por aquí —Joy se disculpó apenada. Pronto el dueño del lugar llegó: musculoso, canoso y con tatuajes intimidantes sobre los brazos. Portaba un delantal y mientras se acercaba, limpiando arduamente el fondo de una copa de cristal con una toalla.

— Disculpe, ¿hay algún problema? —su voz era cortés, pero yo no pensaba serlo.

— Lo lamento, idiota. Yo me largo de aquí —dije bufando y escupiendo en el suelo— No me van a ver la cara de idiota.

— ¡Espera, hey… Ruby! —Emerald se quedó en su asiento, sonriendo incómodamente a Joy y al dueño— Lamento el comportamiento de mi compañero. Está algo alterado por el calor.

— ¿No pagarán?

— Bueno, es algo complicado de explicarlo. Podríamos pagar, si es que tuviésemos la cantidad para pagarles. Pero miren el lado bueno: la intención es lo que cuenta —Emerald sonrió a través del turbante esmeralda.

— Por supuesto que tengo el dinero, idiota —repliqué y me volteé hacia el dueño, colocando la mano sobre la manija de la salida— Sólo que nos están cobrando de más.

— Lo lamento, arquero —el dueño examinó el arco que yo tenía cubierto con el resto largo de la bufanda. Tal vez tenía una idea de quién podría ser. Después de todo, él era el único aquí que no era NPC—, son reglas establecidas. Los impuestos han aumentado.

— ¿Impuestos?

— El Arquero Oscuro lo ha establecido: todo aquel que cruce a sus dominios, debe pagar impuestos. Es una de sus varias reglas que todo jugador debe cumplir. Sobretodo… tú.

— Ya veo —sonreí mirando hacia el suelo— Como sea, ten tu estúpido dinero —saqué de mi bolsillo una pequeña bolsa de cuero con un poco más de mil Pokemonedas.

— Pero…

— Hay más de la cuenta. Lo sé —le dirigí una mirada a Emerald para que se levantar y me siguiera. El chico me obedeció— Será tu recompensa por no decir nada de nosotros. No creo que seas estúpido. Sabes que soy diferente. Sabes que soy un fugitivo. ¿O por qué diablos tendrías carteles de "Se busca" donde estoy yo y más beta desaparecidos? —el sujeto canoso volteó hacia los carteles, tragando saliva—. Sé que es mucha recompensa como para guardar el secreto, así que te daré otra bolsa.

Al aventarle otra bolsa de cuero donde las monedillas resonaban avariciosamente, el sujeto abrió los ojos arrugados con impresión. Joy volteó a ver a los salvajes arenosos, que se habían levantado de sus asientos.

[VIDEO 1: Pixelmon OST– Across the Desert]

— La primera recompensa es por las cervezas, tus estúpidos impuestos y para que guardes el secreto de no habernos visto nunca —noté que los salvajes con sus turbantes cubriéndoles el rostro, desde el otro lado de la habitación, introdujeron sus manos en sus bolsillos. Me quité la bufanda, así como el turbante, y pronto mis cabellos azabaches cayeron por mi frente empapada, teniendo una mejor visión hacia donde se iba a dirigir la flecha que en un abrir y cerrar de ojos ya estaba tensada en un arco que había revelado su identidad—. La segunda bolsa es para los daños de tu taberna.

La flecha salió como vil zumbido rojizo. Los salvajes no tuvieron tiempo para reaccionar. El rubí en la punta de la flecha se expandió y se partió en dos, donde explotó en agujas que los envolvieron en pixeles. Una explosión sacudió el pueblo, y un hilo de humo ascendió por el sol anaranjado.

La Sandship de los difuntos salvajes estaba detrás de la taberna; Emerald y yo corrimos hacia ella, y ésta consistía en un carruaje circular, donde había unas riendas que algún Pokemon tenía que sujetar. Mi Flygon apareció para hacer dicha tarea, y pronto nos alejamos de ahí, con Emerald volteando hacia atrás preocupado y ansioso por que nadie nos siguiera.

— No vendrá nadie, chico —sonreí— De cualquier manera, ese sujeto me iba a delatar con Steven. Dudo que haya sobrevivido a la explosión.

— Sabrina nos lo dijo —el chico quería llorar. Pronto se quitó el turbante, donde se notó con más claridad sus rasgos y la piedra incrustada en su frente— ¡Ella nos había dicho de los impuestos! ¡Se suponía que no debíamos cruzar ningún pueblo!

— ¿Y qué querías que hiciera? ¿Morir en medio del desierto de sed? Después de todo el maldito entrenamiento, ¿que yo sucumbiera ante la muerte por la falta de agua? Patética manera de morir, ¿no crees? Puede que esa mujer tenga un alto rango, pero no me manda a mí. Ahora, ¿ves estas huelles extrañas como hileras? Son enormes. Sin duda es una Sandship gigantesca; mayor de lo que podría imaginar —las huellas formaban incluso montes que desnivelaban el suelo desértico plano—. Es hora de tener un mejor transporte, ¿no lo crees?

El tiempo pasó, y la noche se abalanzó contra nosotros sin avisar. El frío pronto hizo que nos colocáramos de vuelta nuestros turbantes, y Flygon ya se encontraba muy cansado como para seguir andando jalando de nuestro propio peso. El rubio se había quedado dormido, y yo me dedicaba a observar hacia qué punto se dirigía la flecha de mi bolsillo. Tenía un pequeño movimiento tenue, que ni siquiera se podía divisar muy bien si iba hacia el norte, o hacia el este. Aquello me decepcionó; ¿significaba entonces que este no era el nivel correcto? Ya no sabría decirlo con certeza.

Cuando volteé una gran sombra se divisaba por el horizonte arenoso. Las luces se extendían por el cielo, y los sonidos de pueblerinos se hacían presentes.

— ¡Emerald! ¡Mira!

El chico despertó y divisó el pueblo un tanto más grande y abarrotado de gente. Pueblo Sol era famoso por ser el centro de reunión de varios salvajes; podría decirse que era una de sus bases centrales, donde cualquier persona que decidiera morir, podría ir ahí sin dudarlo.

— ¿No es Pueblo Sol, o sí? —Emerald y su miedo regresaron.

— Tranquilo chico. Sólo nos colaremos a alguna galera enorme que veamos por ahí. No causaremos alboroto.

— Eso ya lo he oído unas ochenta y tres veces. Siempre resulta saliendo todo mal.

— Sí, sí. ¿Sabes? Eres tan fastidioso como Haruka.

— Oh, cállate. Nadie es tan fastidioso como Sabrina. Ella sí es fastidiosa.

— Pues espero que no sigas sus pasos. Mejor hazme caso y sigue mis órdenes. Al fin y al cabo soy yo el responsable de esta misión ¿Entendido?

Cuando nos acercamos bastante al pueblo, la noche dejaba entrever una gran delimitación de madera, donde había una reja vigilada por soldados del gremio Alma de Piedra que checaban a todos los salvajes y jugadores que iban hacia ahí. Antes de estar a la vista de dichos guardias, bajamos de la Sandship, guardé a mi Flygon y tuvimos que caminar unos doscientos metros, deslizándonos por las sombras de los montes arenosos. Los guardias estaban despistados vigilando una galera mediana de salvajes que transportaba mercancía extraña. Más tarde que temprano, llegamos a las delimitaciones del pueblo, no tan altas como pensábamos. Bastó el comenzar a correr y escalar con el mismo impulso de los pies aquella cerca de madera. Al estar en el otro lado del muro, aterrizamos a espaldas de un soldado del gremio Alma de Piedra, que justamente volteó hacia nuestro brusco aterrizaje en las sombras. Mis ojos carmesíes fueron lo último que pudo notar antes de caer inconsciente. Emerald me siguió los pasos escabulléndonos por las calles abiertas y muy vistas del pueblo. La gente podría vernos en cualquier instante, con nuestras estadísticas diferentes a las de los novatos. Sé que era algo muy arriesgado, pero no pretendía pasar otro día friéndome en dicho calor. La gente pasaba de largo, y teníamos que escondernos entre las sombras de las casas para no ser vistos. Oíamos risas, descarga de transporte y sollozos de Pokemon. Los salvajes platicaban entre sí, y los soldados vigilantes mencionaban cosas sin sentido o el próximo destino a donde iban a emborracharse esa misma noche. Y de pronto, cuando nos adentramos más al pueblo, había una gran hilera de galeras mercantiles pertenecientes, en su mayoría, a los salvajes arenosos.

— Bingo… —sonreí cuando noté la galera más grande de todas. Tanto esa como la demás docena de galeras estaban atadas de la punta de la proa a varias estacas gruesas de madera que impedían que la corriente mágica de arena se las llevara por el sendero principal y salieran por el otro lado del pueblo.

Poco a poco, con nuestros turbantes puestos, nos acercamos a la galera, donde varios salvajes iban y venían con varias cajas de madera; unos platicaban entre sí mientras miraban hacia la noche con una pipa entre la mano; otros, se adormitaban a esquinas del puerto de Sandship, mirando hacia el paisaje arenoso que permitía ver los pliegues enormes y fríos de arena; algunos más abandonaban las galeras para ir a las tabernas a jugar cartas, a gastar el dinero que habían obtenido en Ciudad Desierto y a descansar para seguir con sus robos maliciosos los días siguientes. Tuvimos que esperar unos minutos más hasta que el puerto arenoso se vaciara casi por completo y el alboroto estuviese dentro de las tabernas. Cuando finalmente salimos de las sombras, nos acercamos a la galera más voluminosa que había visto. Medía más de cincuenta metros de largo, con una cubierta enorme y un mascarón de oro forjado y tallado de un Steelix salvaje, brillando en la noche pasiva. Un salvaje era el encargado de vigilar dicha galera enorme, compuesta de docenas y docenas de remos que estaban reposando tranquilamente en la arena. Asentí con la cabeza a Emerald, y éste comprendió que tuvo que distraerlo haciendo un ruido a lo lejos asemejando un Staraptor. No obstante, dicho sonido pareció más a un Caterpie ahogándose en las profundidades de la miseria. El sonido, de cualquier manera, advirtió al salvaje y se movió de su lugar para ir hacia el sitio donde de donde había provenido el sonido. Nosotros nos escabullimos entre la mercancía que reposaba ahí, y después de esquivar cajas y más cajas, llegamos a la galera. Había un puente movible que ascendía a la galera, pero no iba a dar tiempo para subirlo todo. En cambio, las ventanas de la galera eran lo suficientemente grandes, y afortunadamente, una de ellas estaba abierta. Corrimos por todo el puerto dentro del rango de la galera, y la escalamos hábilmente para introducirnos en la ventana. Al voltear el salvaje, nuestras sombras ya habían desaparecido.

Ahí pasamos la noche, dentro del aula de mercancías llena de artilugios extraños e incienso. Mi nariz pronto sintió una molestia increíble al acostumbrarme al dulce olor de aquel humo, mientras los candelabros en el aula incrementaban la esencia del olor. Después de un par de minutos soportando la personalidad hiperactiva y molesta de Emerald, el chico se durmió en el rincón del aula, donde las cajas nos cubrían a ambos. Saqué a mi Flygon para poder recargarme en él, mientras Emerald ensuciaba la pared con su misma saliva y susurraba nombres extraños y negaciones en sueños hacia una Sabrina que no se encontraba ahí. Suspiré y cerré mis ojos por unos momentos, no sin antes ver por última vez la flecha que había estado guardada en mi bolsillo. Esta vez, no se movía en lo absoluto.

Me despertó el sonido del crujir de la madera. Los pies de los salvajes resonaban sobre nosotros, y entonces supe que ya habíamos partido hacia un destino que no sabía y quién sabe desde hace cuánto tiempo lo habíamos hecho. Noté en las habitaciones próximas que la tripulación empezó con el movimiento de los remos; en la cubierta se lanzaban órdenes en lenguajes extraños; afuera, rugía el chocar de olas de arena contra los costados de la galera. Aun no salía de mi trance adormitado, cuando noté que alguien bajaba las escaleras hacia el sótano de la galera, donde se encontraba la habitación de mercancías. Alguien venía hacia acá.

— Emerald, Emerald… Despierta. Emerald.

El chico se talló los ojos. No había tiempo para que despertara por completo. Tampoco había tiempo para romper una de las cajas e introducirme ahí. Además, no creo que hubiese espacio alguno para dos personas. Pensé a guardar a mi Flygon, pero éste inteligentemente sopló con su aleteo las flamas de los candelabros y dejó la habitación a oscuras.

El silencio cuando la puerta se abrió reinó en la habitación. El salvaje se impresionó por la oscuridad, y entonces supo que algo andaba mal. Pude notar que algo llevaba cargando entre brazos; al parecer algo de mercancía. Sin embargo, cuando lo dejó ahí para regresar de nuevo hacia la salida, Emerald había hecho un ronquido inoportuno. Le tapé con mis manos, y se despertó de golpe, en un principio sin saber lo que sucedía. El salvaje escuchó. Se volteó a ver los rincones de la habitación, oscuros como la inteligencia de Emerald. Para mi mala fortuna, oí los pasos crujir sobre la madera del aula; sabía que el sujeto se iba acercando. Poco a poco, con misterio rondando en el aire. Flygon se agachó lo más que pudo, y cuando el salvaje quedó a unos metros distante de nosotros, notó una pequeña porción del ala verdosa de mi Pokemon.

Gritó en un lenguaje extraño, pidiendo ayuda. Maldije por lo bajo y salí de mi escondite para abalanzarme contra el sujeto. Lo golpeé un par de veces, concentrando mi aura por todo el cuerpo. Bastó con ello para asesinarlo, pero el apoyo llegó y me notó justo en el acto de asesinato que había cometido. Los salvajes llamaron a más de su gente; si la galera era enorme, también lo era la tripulación. Flygon se abalanzó contra ellos de una tacleada, permitiéndonos escapar de ahí. Subimos las escaleras, que eran inmensas. Sin embargo, al salir a un pasillo aun dentro del interior de la galera, aparecieron más de los salvajes con Pokemon tipo tierra. Emerald lanzó un grito ahogado, y pronto lanzó una patada al aire dando de lleno con un golpe de arena que un Sandshrew había hecho para cubrir nuestra vista. Saqué una de mi flecha rubí para apuntar hacia el lado derecho del pasillo.

— ¡No, Ruby! ¡Destruirás la nave! ¡No seas imprudente!

Tenía razón. Bastaba con una de mis flechas para que la galera perdiese el equilibrio y se estrellara revolcándose por el suelo. Maldije por segunda vez, ésta vez mordiéndome el labio hasta que sangrara. Así bien, comencé a correr evitando las tacleadas de Donhpan, escalando de izquierda a derecha por las paredes. Mi turbante cayó gracias al súbito movimiento de mi esquivada. De pronto, tres Krokorok se deslizaron por el suelo abriendo y cerrando sus mandíbulas. Detuve con las manos al primero de ellos, clavando las palmas de mis manos en sus dientes. La sangre emanó de pronto, pero abrí su mandíbula tanto que oí el crujir de ella. Flygon me respaldó con un hiperrayo que mandó a volar a los otros dos y a sus respectivos dueños; el hiperrayo pasó de largo, rompiendo la pared que había más allá del pasillo y dejando un agujero por donde la arena comenzó a invadir el interior junto con las corrientes de aire.

— Diablos —My Flygon sabía que no debía mostrar todo su potencial, o la galera iba a ser destruida.

Corrimos hacia el pasillo libre, y pronto subimos más escaleras. Los salvajes nos desviaron y tuvimos que entrar a la sala principal de la galera, donde el mástil seguía su camino formando el esqueleto de la galera, y donde el timón compuesto por una rueda gigante de madera se movía por sí sola gracias a las corrientes de viento allá afuera. Dicha rueda era el timón, y medía más de diez metros de radio, compuesta por varias cañas que sobresalían paulatinamente y giraban rápidamente hacia la derecha, luego hacia la izquierda y de nuevo hacia la derecha. Era una manera impredecible de saber la dirección del timón. El viento allá afuera era descomunal. En cambio, el mástil era como un trono duro de roer, más ancho incluso que cualquier mástil que hubiese visto en mi vida, y todo su cuerpo traspasaba la habitación principal donde nos encontrábamos, yendo hacia arriba para ir al exterior y yendo hacia abajo para perderse entre los sótanos de las habitaciones inferiores.

Los salvajes aparecieron a montones. Unos veinte o treinta; no sabría decir con certeza. Emerald y yo nos acorralamos forzosamente en el centro, donde el timón giraba sin importarle que alguna de sus cañas le pegase a alguien. Así bien, los salvajes y sus respectivos Pokemon tipo tierra llegaron hacia nosotros.

— ¡Espero que seas bueno luchando, chico!

Emerald asintió, riendo con algo de incomodidad. El miedo podía preverse en su interior. Los Pokemon se nos amontonaron como ratas apestosas; todos de un tamaño pequeño, aunque feroces. Mis puños ensangrentados daban de lleno contra sus tórax, mandíbulas y cuello. Patadas, puños limpios, e incluso usé de apoyo a Flygon para abalanzarme con una patada a un Graveler que venía a toda velocidad. Flygon me lanzó, choqué mi pierna contra su cuerpo y cual bola de boliche el Pokemon fue lanzado hacia un montón de salvajes, atravesando la pared de la habitación. El aire empezó a rugir gracias al agujero donde el Graveler desapareció.

— ¡Toma mi mano, Ruby!

Emerald supo que no había otra opción. Los salvajes se nos amontonaban, y si no hacíamos algo, pronto iban a secuestrarnos y a quitarnos todo. No tenía miedo morir, sino que me entregaran. Así entonces, Emerald sacó de la manga su guante, y como resorte extendió su corta extremidad hacia el agujero, sujetándose de las orillas. Pronto, la reacción hizo que el resorte regresara a su forma original y Emerald saliera disparado hacia el agujero. Al momento en que hizo aquello, me extendió otra extremidad corta, y cuando estaba a punto de agarrarla, un salvaje me tacleó y caí de bruces por el suelo.

— ¡No, Ruby!

— ¡Huye, imbécil!

Emerald quería regresar a por mí, pero asintió y desapareció por ahí. Algunos salvajes osados se salieron de la galera por donde Emerald lo había hecho, y oí los gritos inesperados cuando se estrellaron sobre la dura arena. Sabía que el chico iba a estar bien, pero por ahora debía preocuparme por mí.

Me quité de encima el salvaje que lanzaba insultos en su maldita lengua. Más Pokemon llegaron a por Flygon y por mí, y forcejeé con fuerza, hasta que con una mano libre sentí a tientas el gran timón de la galera para jalarlo con suma fuerza. El timón giró bruscamente, y las cañas pegaron con varios de los Pokemon que se acercaban. Sin embargo, la galera dio un giro tan brusco e inesperado que pronto comenzó a perder el equilibrio, pero pudo lograrse el mantenerse aun avanzando con ferocidad. Más y más salvajes venían. Flygon lanzó un hiperrayo, donde dio de lleno a un Geodude que me había abierto la cabeza. Sentí la sangre correr por mi rostro. El hiperrayo pasó de largo y destrozó el mástil de la galera. Aquello advirtió a los salvajes, sabiendo que con el mástil roto, ya nada podía hacerse. Si así era la situación, entonces debía usar mi arco de cualquier manera.

— ¡AAAGH!

La mordida de un puto loco salvaje arenoso hirió mi omóplato y probó mi sangre virtual. Caí de espaldas en el suelo, y el mástil pronto comenzó a balancearse hasta que realizó una pendiente violenta destruyendo todo a su paso. Los salvajes pronto dejaron de importarle mi presencia, huyendo de ahí junto con varios Pokemon. El salvaje aún me mordía, y parecía que no se iba a quitar de ahí incluso si le costaba el ser aplastado por el ancho mástil que venía hacia nosotros. Intenté rodar hacia un lado, sin éxito alguno debido al dolor en mi hombro, y pronto se me ocurrió una idea inesperada y eficaz para no ser aplastado: tanto el timón como la parte del mástil que le cubría, seguían sobre su propio eje; así bien, cuando el mástil y las velas comenzaron a caer, me levanté y me tiré bruscamente de frente contra el suelo, para que la inercia se encargara del sujeto mordiendo mi hombro. El salvaje se estrelló contra una de las cañas del timón, y quedó inconsciente. No obstante, el mástil estaba ya a metros de mí. No fue una gran idea la que se me había ocurrido, pero fue la única: utilicé mis piernas y brazos de apoyo para evitar que el mástil aplastara mi cuerpo. Sin embargo, el peso era tanto, que la punta del mástil seguía cayendo y destruyendo el suelo de la habitación principal, produciendo una acción en cadena donde el suelo de hojalata y madera se desmoronaba y agrietaba avanzando hacia el punto central, donde se encontraba el timón. La fuerza en mis brazos y piernas hizo marcar mis venas y me hizo maldecir por tercera vez consecutiva. El suelo poco a poco se desmoronaba sobre mi posición, y las corrientes de aire iban disminuyendo, pero por alguna extraña razón el barco no paraba de avanzar. Tal parecía que venía a una velocidad ilimitada.

Sentí las grietas sobre mi espalda. Era el caer al suelo, o ser aplastado por el gran mástil. El peso fue tal, que noté el crujir de la flecha en mi bolsillo. Flygon llegó al rescate, pero tampoco pudo hacer mucho.

El barco produjo una pendiente hacia abajo, donde todo comenzó a deslizarse en sentido al peso del mástil. Las cosas en mi bolsillo se iban resbalando gracias al desnivel en el barco, y noté que tanto la flecha rota que era la parte importante de mi misión, así como la Mega-piedra que estaba guardando para casos especiales, se deslizaron hasta perderse en la galera.

Un salvaje corrió con todo y el desequilibrio del barco hacia mí, con una cuchilla grande en torno a su mano. Lanzó un corte hacia mi brazo, cortándolo en el acto. Flygon dejó de cargar el mástil y lanzó un coletazo que lo mandó fuera del barco. Mi brazo, que contenía el Mega-Aro en torno a mi muñeca, también se había perdido deslizándose por la galera. Peor aún: el peso del mástil me ganó, y el piso se desmoronó hasta que sentí el caer sobre mí. Flygon no pudo volar a mi rescate, porque él también caía por la gran galera sin haberlo esperado. Caí de bruces en el suelo, donde había agujeros que colaban una arena caliente que me hirió y quemó la espalda debido a la fricción que producía aun la galera en movimiento.

Ahora que lo pienso, si moría aquí, iba a aparecer de nuevo en algún punto aleatorio de algún pueblo, y no podía permitirme eso. No podía permitir aparecer en un lugar conquistado por los Cuatro Grandes, abarrotado de soldados de sus respectivos gremios. No podía permitir que me entregaran a ellos.

Agarré el carcaj, que aún seguía colgado a mi espalda. No tuve tiempo para sacar mi arco, pero sí para lanzar una flecha concentrando el aura alrededor de mi mano. El rubí emanó un brillo y lancé la flecha hacia el centro del mástil que caía con violencia. Los pedazos de rubí explotaron y sacaron varias astillas. La explosión lanzó arena, humo y madera, y pronto perdí el conocimiento, no sin antes ver que el mástil se había partido en varios pedazos y el daño que iba a recibir sería menor, lo suficiente como para mantenerme con vida.

Todo se volvió negro.

El golpeteo de las cadenas resonó por mi mente.

Las voces en su idioma extraño y harto invadieron mis oídos.

El calor fue abismal.

Tan pronto como abrí los ojos, mi respiración se volvió agitada. Las cadenas colgantes golpeaban contra los abarrotes que me aprisionaban. Un candado castañeaba contra las cadenas al tiempo en que la jaula en la que me encontraba aprisionado se movía por el desierto. El sol daba de lleno contra mi herida en la espalda y mi brazo cortado. Sentí un dolor punzante en la cabeza, donde una herida en la frente aún tenía sangre húmeda y costras que empezaban a podrirse con el calor. Mi turbante se había ido, así como mi arco, carcaj y la bufanda que me cubría del calor. La jaula estaba apoyada en el Donphan más grande que había visto en mi vida. No podía calcular cuánto medía, pero gracias a la altura considerable, supuse que era del tamaño de algún Onix común y corriente. En su lomo había una silla de montar donde se encontraba la misma jaula en la que estaba aprisionado, y mi arco y carcaj a un lado, siendo examinadas por dos salvajes que susurraban cosas extrañas. Más allá, en la cabeza del Donphan, había otro tercer salvaje que sujetaba las riendas del Pokemon, encerrado en su trance delirante gracias al calor.

Quise salir de ahí, agarrar mis pertenencias y matar a esos estúpidos NPC. Sin embargo, recordé pronto la flecha rota que se me había deslizado del bolsillo, la Mega-piedra, y el Mega-aro que había estado en mi brazo cortado. Maldije por lo bajo, y fue más mi lamento cuando me di cuenta de que Flygon no estaba conmigo. ¿Dónde estaba? ¿Qué habían hecho con él?

— Flygon… Flygon… —deliré en susurros. El calor y las heridas eran los responsables de mi delirio. Noté que de mis tres largas barras de vida, sólo había una de ellas y estaba a la mitad. El color verde de salud había desaparecido para tornarse a un anaranjado y una señal de advertencia de salud había aparecido a mi costado. ¿Cómo es que había bajado tanto mi vida? Sin duda alguna, el desierto y su infernal calor podrían ser los responsables de ello. No sabía cuántas horas había estado encerrado en la jaula que me transportaba hacia un lugar desconocido. Mi lengua ansió por agua, y el dolor punzante en la cabeza me hizo querer arrancarme el cuello de una vez por todas.

Uno de los salvajes que examinaba mis armas levantó la cabeza para mirarme con recelo. Mencionó algo que no entendí, y siguió examinando las flechas rubíes de mi carcaj, interesándose por el símbolo que había en la cola de las flechas. Pronto, se levantó y se acercó a la jaula, donde señaló el símbolo multicolor del ADN. Al parecer, quería saber más sobre aquello, pero lo único que hice fue escupirle en el rostro con odio. El sujeto se limpió la saliva que cayó en sus ojos, con el turbante que tenía puesto. Donphan paró súbitamente y me di cuenta de que habíamos llegado a nuestro destino.

Me bajaron bruscamente, donde no podía moverme debido a que también me habían atado con sogas gruesas en las manos y en los pies. Al mirar con más atención mi paisaje, noté que la arena se había desvanecido para dar lugar a un lugar árido y arcilloso, con montañas irregulares y mesetas que se alzaban por el horizonte, por donde se podía ver más allá los pliegues arenosos del desierto. Los dos salvajes siguieron al tercero. El Donphan quedó en las afueras de una cueva, acostándose para cubrir la entrada de dicha cueva. Dentro, la cueva era un horno. Los salvajes se adentraron más allá, donde la luz del infernal sol ya no podía atravesar las grietas de la cueva. Las antorchas pronto hicieron su aparición, iluminando un sendero por donde apenas podía caber mi jaula. Los tres rieron teniendo una conversación que no pude entender, y sus pasos resonaron al bajar peldaños y más peldaños donde ahora el frío empezaba a ser el protagonista del atardecer. Cuando finalmente habían llegado a un lugar más amplio y circular, abrieron la jaula con una diminuta llave y me arrastraron hacia el centro de la habitación. Mi rostro se ensució de la arcilla del lugar, donde mi lengua probó la tierra con esperanzas de que hubiese algo húmedo que la tierra, pero lo único que hice fue escupir los últimos restos de saliva que quedaban en mi boca. Uno de ellos me ató a un tronco grueso, tanto de los pies como de la mano; cargaron un tronco y lo colocaron en un soporte de piedra, donde debajo de éste había una hoguera que el tercer salvaje intentaba encender, lográndolo con éxito. El segundo salvaje, mientras examinaba mi arco con suma codicia, giraba de una manija el tronco al cual estaba atado, y pronto mi cuerpo comenzó a girar sintiendo el calor que la hoguera producía. ¿Acaso… acaso aquellos tipos eran caníbales? Bueno, supongo que ahora esos rumores eran ciertos. O bien iban a cocinarme para ese maldito Donphan que sólo se saciaba con diez Brendan, o estos tres imbéciles me iban a comer pedazo a pedazo, se iban a quedar mis pertenencias e iban a vender a mi Flygon que no sabía dónde estaba.

El calor pronto me hizo sudar más de lo normal, y a herirme la piel considerablemente. Mis ojos carmesíes recorrieron todo el lugar; debía salir de ahí cuanto antes. Mi vida pronto empezó a bajar. ¿Qué no era mejor morir? ¿O me iban a arrancar parte por parte antes de explotar en pixeles?

— Tú… chico… encerrado… eternamente… aquí —el salvaje habló mi lengua, y pronto rio junto con sus compañeros, que preparaban sus delicados paladares para saborear la carne humana. Malditos NPC y su deseo por la carne virtual. Esto no tenía sentido. Nada de esto era lógico, mas estaba sucediendo y debía escapar de ahí.

Si lo que el salvaje había dicho era real, esto significaba que la cueva era alguna especie de mazmorra secundaria, de la cual no se podía salir nunca. Es decir, si moría aquí devorado por aquellos sujetos, aparecería de nuevo aquí, en este mismo sitio, en este mismo tronco y siendo devorado de nuevo. El dolor sería eterno y pronto caería en una paradoja en la que nadie quisiera verse involucrado. Los NPC no sabían que era beta, ni que el juego era mortal. Ellos simplemente estaban programados para hacer lo que el juego les decía, y estos sujetos devora-humanos tenían planeado comer por el resto de su eternidad virtual a un arquero en apuros.

El sudor me indicaba que esto pronto se iba a tornar problemático. Mi piel comenzaba a oler a quemado, y sentí las quemaduras a través de mis ropajes desérticos. El olor de cabello quemado me agriaba la nariz, y el humo de la hoguera se revolcaba por toda la habitación.

Susurré algo al salvaje, asumiendo que él sabía mi lengua. Sin embargo, lo había hecho de una manera tan suave, que él no pudo comprender lo que yo había dicho. El salvaje se acercó más y repetí mi susurro, pero no pudo comprenderlo del todo. Cuando el salvaje estuvo palmo a palmo sobre mi rostro que giraba en torno al tronco, susurré de nuevo.

— Imbécil…

Mi mandíbula logró sujetar una de sus mejillas. El salvaje gritó, sintió el desprendimiento de su piel y se tambaleó hasta chocar contra el tronco giratorio. Éste se zafó al sentir el peso del salvaje, y caí rondando por el suelo. Con ayuda de la pared de la habitación, me apoyé y me levanté; los dos salvajes restantes corrieron hacia a mí y se abalanzaron, pero giré bruscamente y el tronco atado a mi espalda dio de lleno contra sus rostros. El tercero, con la mejilla ensangrentada, sacó una navaja del bolsillo y su rabia hizo que fuera directo hacia mí. El tajo que realizó dio de lleno contra el tronco y contra la soga que estaba atada a mi espalda. Sentí el aflojar de la soga, y pronto el tronco comenzó a caer hasta que la presión entre mi espalda y el tronco fue menor. De esta manera, con mi mano y pies aun atados, giré el tronco hacia mi parte frontal. El salvaje había contraatacado y clavó de nuevo su navaja contra el tronco, donde pude ver que dicho artefacto había atravesado la madera, estando a centímetros di mi rostro. Suspiré de alivio. El salvaje no pudo sacar su navaja del todo, y fue cuando empujé el tronco hacia la pared. El salvaje, aferrándose a su navaja, sintió el empuje y chocó su cabeza contra la pared, soltando la navaja por instinto. Los dos salvajes que había noqueado se levantaron, así que me apresuré a estrellar el tronco contra la pared, para que éste se rompiera. Bastó con tres veces para que lo hiciera, y cuando estuve libre de las sogas, agarré el carcaj y el arco que habían dejado irresponsablemente en el suelo. Tomé una de mis flechas, y cuando los dos salvajes venían con cuchillas en sus manos, me agaché hábilmente, y clavé mi flecha sobre le cuello de uno, desapareciendo éste en el acto. El otro intentó rajarme la espalda, pero salté dando volteretas en el aire con un resplandor rubí sobre mi mano, dando de lleno sobre su pecho y matándolo en el acto. El último salvaje, que era el que se había estrellado contra la pared, tomó su navaja del suelo, pero sabía que iba a morir cuando concentré aura en mi flecha y se introdujo en su turbante, frente y sesos. Recogí mi flecha, suspiré y me encaminé hacia la salida, con mi arco ya colgando sobre mi espalda. Tomé una de las capas de los salvajes que utilizaron para el frío nocturno, me cubrí con su negrura y me encaminé hacia la salida. El dolor en mi omóplato era aún inquietante. Abrí mi inventario, para utilizar la última poción sanadora de bayas que me restaba, pero no podía utilizarla aquí porque era una mazmorra. Maldije y me encaminé hacia la salida, pero había tantos caminos misteriosos y oscuros que lo único que pude hacer era confiar en mi instinto. Me dirigí hacia la izquierda, bajé peldaños y subí otros, luego derecha, retroceso, adelante. Estuve ahí durante unos veinte minutos, o una hora; no sabría decirlo con certeza. Cuando finalmente pensé que iba a quedar atrapado dentro de esa cueva durante una eternidad, llegué a una habitación extraña.

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Dicha aula era un callejón sin salida, con tres antorchas iluminando las tres paredes de la habitación. Una flama amarilla al frente, otra flama carmesí a la izquierda y la última de un color cobalto al costado derecho. Sus resplandores bailaban y se combinaban haciendo nuevos colores. Caminé curiosamente hacia el centro de la habitación, pero nada sucedió. Ningún interruptor, ningún aviso, ningún ítem extraño que llenara la vacía habitación. No obstante, algo que sí llamó mi atención fue cuando los brillos rubíes de mis flechas en el carcaj dieron contra el techo del aula. Un brillo tenue fue suficiente para voltear arriba, donde la oscuridad reinaba y era casi imposible ver con certeza lo que había ahí. Así bien, una idea inquietante iluminó mi mente: cogí una de mis flechas rubíes, y me acerqué hacia la antorcha carmesí. El rubí, sorpresivamente adquirió una llama de un tono más rosado que la flama original. Poco después, me acerqué a la flama amarillenta; el rubí se envolvió después en tonos anaranjados. Cuando finalmente llegué a la flama fría de color cobalto, la llama en el rubí de la flecha se tornó en una flama blanca y comenzó a bailar consigo misma, hasta que se combinó en los tres colores de las que había sido contagiada.

Tonos azules, amarillos y rojizos luchaban una contra la otra en torno al rubí pulido de la flecha. Entonces, miré hacia el techo, donde la luz nula de arriba me susurraba que debía iluminarle el camino. Concentré mi aura, agarré mi arco de mi espalda herida y tensé la flecha apuntando hacia el centro de la habitación.

La flecha viajó y se clavó en el centro del techo, donde las llamas de los tres colores comenzaron a viajar por una serie de canales y curvas, como si fuese un río alimentando a un sistema de canales y laberintos. Los tres colores se separaron y fueron viajando independientemente hacia todas partes, cruzando líneas, bajando por las paredes como telarañas y llegando a su sitio original: su respectiva antorcha. Así entonces, la iluminación se iluminó con los canales chisporroteantes; los canales trazaban un dibujo por toda la habitación; tres dibujos iluminados por sus respectivos colores. En un principio, me costó trabajo el saber qué querían significar, pero pronto me di cuenta de que eran cuerpos con alas grandes, extendidas y majestuosas. Eran tres Pokemon que se extendían por toda la habitación, cada uno mirándome fijamente de perfil con su antorcha brillosa y cegadora asemejando un ojo cauteloso. Tres pájaros que surcaban los aires, vigilando la habitación como si se tratase de un tesoro bien resguardado. Tres pájaros que iluminaron la habitación y cuidaban del mensaje que había sobre mis pies. Un mensaje borroso, desgastado por el tiempo pero que podía leerse con claridad una vez que la habitación había sido iluminada de los tres colores primarios.

"Tres son los pájaros. Cuatro son las fases; cuando se hayan completado tres de ellas, los pájaros dejarán al descubierto el camino hacia la luz y la oscuridad que guiará a los héroes destinados."

¿Qué clase de acertijo era ese? ¿Qué clase de mensaje estaba inscrito en el suelo? Quise adivinar a lo que podría referirse, pero mi mente aún seguía impactada por el lugar secreto que había descubierto.

Súbitamente, hubo un resplandor de luz blanca en el centro de la habitación, desintegrando el mensaje sobre el suelo y las antorchas se esfumaron, dejando de alimentar los canales que dibujaban a los pájaros majestuosos. Ahora, el único brillo era el blanco que pronto se extendió hasta mis pies. En un abrir y cerrar de ojos, tal brillo me hizo desaparecer y me sacó fuera del aula, de la cueva y lejos de las montañas arcillosas.

Ahora, estaba en medio de un desierto infernal; estaba solo, confundido, sorprendido y pensando acerca de tal acertijo. Mi vida se había regenerado, y mis heridas habían sanado por completo, así como mis atuendos y la capa colorida con el símbolo del ADN estaba sujeta a mi espalda. Sin embargo, debía de olvidarme de ello por un momento, puesto que a lo lejos noté algo que llamó mi atención.

Un poco más de cien metros adelante, mi instinto se activó y un resplandor rubí me cegó los ojos. Una pequeña choza de madera y una Sandship a un costado reposaban en medio de un calor insoportable. También pude notar que más allá, había una serie de casas que me indicaban la llegada a un pueblo. No supe qué pueblo podría ser, así como quién era la persona que sujetaba con curiosidad las cosas que despertaron mi instinto.

Ella se dio cuenta de mi presencia lejana. Sus ojos, tan carmesíes como los míos, hicieron contacto hasta tal punto en el que tuvimos una especie de conexión.

Ella tenía mis pertenencias, las mismas que había perdido en la gran galera de los salvajes arenosos. ¿Cómo es que las tenía? No lo sé. Sin embargo, a pesar de que ella, entre mis objetos, tenía la flecha que era el núcleo de mi misión, lo que más me importaba por el momento era encontrar a mi Flygon.

La chica volteó a ver a un sujeto que se acercaba. Fue el momento para desaparecer. Bastó con una mirada para recordar el rostro de esa jugadora. Sí, puede que me haya visto y que sepa que era un beta, pero tenía ese instinto que me decía que no le diría a nadie sobre mi identidad, o al menos, no a nadie que me delatara. Ya tendría tiempo para lidiar con ella. Por ahora, debía ir hacia donde los salvajes se dirigían para intercambiar a todos los Pokemon que capturaban en su camino: Ciudad Desierto.

Fue fácil infiltrarme a la ciudad; mejor de lo que había pensado. La noche había estado tranquila ese día. Incluso la suerte estaba de mi lado al saber que aquella chica iba a participar en la carrera Sandslash. Podría pedirle que me regresara mis pertenencias; pero por ahora, debía encontrar una posada discreta. Viajé por laberintos y encontré una posada bastante humilde, donde Joy me asignó una habitación. Noté a un par de jugadores que no sabía si pertenecían a uno de los cuatro grandes gremios, o si eran esclavos. No me importaba. De cualquier manera, tenía planeado revelar mi puta identidad de una vez. Los salvajes en la galera enorme ya me habrían estado buscando hasta ahora, o al menos, el rumor de que la galera había sido destruida ya habría llegado hasta todos los rincones del nivel. Lysson iba a venir para cerciorarse de que dos betas —Emerald y yo— en verdad rondaban por el desierto. Espero que ese chico esté bien. ¿Habrá ido de vuelta con Sabrina? ¿Cómo habrá reaccionado ella al enterarse de que yo estaba desaparecido? ¿Había sido mi imaginación… o la flecha que sujetaba la moza de ojos carmesíes se movía más que otras veces?

Al abrir los ojos, la noche aun seguía rondando por Ciudad Desierto. Si no era de mañana, ¿entonces qué me había despertado? ¿Un rugido quizás? Había estado soñando con Flygon. Mi Pokemon estaba en apuros… lo sabía. ¿Su rugido había sido real? Súplicas de ayuda, llamados de emergencia. No. Tenían que ser reales. Sus lamentos se habían escuchado cerca de mi posición, sino ¿por qué me habría despertado? Oí voces fuera de mi habitación; voces como susurros. Sabía que me tenían vigilado. Sabía que Lysson vendría tarde o temprano hacia esta posada. Me habría gustado verlo y rajarle el cuello con una de mis flechas; me habría gustado ver en efecto que la espada eléctrica de la que tanto se hablaba era la de Ash Ketchum. No obstante, cuando él llegara aquí gracias al llamado de esos sujetos que me vieron entrando a la posada, lo único que encontraría en esta habitación serían corrientes de viento que viajaban por la ventana abierta por donde escaparía.

De cualquier manera, si los rumores ya se habían extendido sobre un beta rondando por Ciudad Desierto, no afectaría en nada el salir de dicha capital dejando inconscientes a varios soldados. Fue fácil; más de lo que esperaba. Esa gran manada de Pokemon que querían salir de la ciudad los había tenido bien distraídos. ¿Quién los había liberado? Sabía que eran prisioneros de los salvajes arenosos, pero no entendía cómo es que habían escapado; tampoco tenía en mente quién podría haberles ayudado. Quien quiera que hubiese sido, tenía a Flygon entre sus dominios, o de lo contrario, hubiera visto a éste sin duda alguna intentando salir de la capital.

Algo me decía que mi Pokemon estaba en buenas manos. Algo me susurraba en lo más profundo de mí que la persona que había liberado a dichos Pokemon tenía un significado de libertad aferrado. Recordé esos ojos carmesíes. Recordé la mirada de esa chica sentanda en su Sandship con su Whismur mirándome con cautela. Recordé ese rostro aprisionado y sucumbido en las profundidades de un desierto sin salida, ansiando por ser libre. Recordé su nombre "Zinnia" y su apodo "Tristanta" al verla en la lista de jugadores que iban a participar dibujados en primera plana del periódico semanal. Recordé que al examinar sus estadísticas al pasar las hojas del periódico, la muchacha no tenía ningún Pokemon con el cual participar. Algo me decía, que si ella fue la que liberó a esos Pokemon, podría haberse quedado con mi Pokemon. Después de todo, Flygon podía captar mi olor impregnado en mi Megapiedra, Mega-aro y en la flecha. No me sorprendería que él estuviese con Zinnia.

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Aún no sé por qué hacía esto. No, no el salir de la capital; no el haber dejado inconsciente a unos cuantos soldados; no el que ya hubiesen descubierto que yo rondaba por estos lares. No el que Flygon probablemente podría estar con la chica; no el haberme introducido a las profundidades del Cañón Trapinch para controlar a una docena de docenas de dichos Pokemon salvajes y caníbales —donde después de casi ser devorado por humanos NPC, estos Pokemon ya eran inofensivos para mí—; no el participar inesperadamente en la estúpida carrera; no el que probablemente después de ello podría haber una batalla.

Lo que me seguía sorprendiendo, era que no dejaba de pensar en dichas palabras impregnadas en el suelo de aquella cueva.

Incluso cuando la tormenta de arena me sacudía los pensamientos, esas tres llamas seguían rondando por mi mente. Fruncí el ceño, miré a Zinnia y ésta asintió asustada. Se quitó el Mega-aro, aun temblorosa. Apoyé mis botas sobre las dos cabezas de los Trapinch, y salté hacia su Sandship. Mi figura le pareció tan intimidante a la chica esclava, que no reaccionó para darme de vuelta lo que me pertenecía.

Extendí mi mano con el ceño fruncido. Nuestros ojos eran tan rojizos que la tormenta de arena no impidió que sintiera de nuevo esa conexión para con la chica, que parecía ya haberme reconocido. De cualquier manera, tuve de vuelta mi Mega-aro y la Megapiedra. Flygon volteó de reojo, sonriendo al saber que estaba de vuelta.

— Hola, amigo —sonreí y él gimió de alegría, sin perder de vista el camino.

No obstante, no hubo tiempo para más. Pyorar, que estaba en la Sandship de Tristana, se abalanzó contra mí. Diablos… ¿es que no tenía ningún tipo de respiro? ¡No me vengan con idioteces!

Me volteé hacia el Pokemon, y le golpeé con tal fuerza, que noté el quebrar de sus colmillos, así como el quebrar de mis nudillos. Había roto mi muñeca, pero por lo menos yo había desfigurado su felino rostro. El Pokemon salió disparado hacia la galera de Lirio, el cual me miraba con sorpresa. Anda, llama a Steven, hijo de perra. Tengo muchas ganas de darle su puto merecido. Ya no soy el mismo chico idiota de hace un año. Vaya que no.

El otro chico que estaba a su merced, un tal "X" que aunque nunca lo había visto en mi vida, era un beta, se levantó y comenzó a luchar con él, con la cuchilla en su mano. Lirio, invocó un par de espadas semejantes a columnas vertebrales, con huesos filosos adornando los dos sables blanquecinos, y empezó a luchar con X, que esquivaba sus ataques y chocaba contra su navaja negruzca. De cualquier manera, aunque X le estaba distrayendo, Lysson se reincorporó con sangre en la nuca, la melena despeinada y con la vena pulsante en la frente debido a la rabia y el deseo de matarme.

Le guiñé un ojo al sujeto, y éste se paró, cogiendo su espada eléctrica. Al ver dicha arma, supe que era la real. Así entonces, miré mi flecha rota que había tenido Zinnia y que le había salvado hace poco del ataque de Lysson. Ésta se movía desesperadamente, como nunca la había visto jamás. No obstante, pensé que él podría estar cerca, mas la flecha se movía hacia Lysson con desesperación, hasta el punto en que debía sujetarla con dureza para que no se escapara de mis manos.

— ¡Anda, llama a Steven! —Grité y reí con ganas de luchar— Llama a todo el mundo.

Lysson abrió el menú de su juego, abriendo la lista de sus contactos y presionando el nombre del Arquero Oscuro.

— Eso es… —Apreté los puños con fuerza, con la sangre goteando sobre la madera de la Sandship.

La tormenta se intensificaba. Zinnia abrió los ojos como plato al saber que Lysson ya le había llamado. X también se percató de ello y no pudo esconder su impresión. Flygon seguía por la pendiente brusca y tomando las curvas a una velocidad increíble, pero cuando terminó la serie de picas y el suelo arenoso pronto se volvió recto, la tormenta se detuvo.

El viento dejó de soplar, pero la arena seguía alimentando el aire y cubriendo nuestra vista. El sonido de las corrientes de viento fue nulo, y lo único que se podía escuchar era el rozar de la arena contra los dos transportes restantes de la carrera.

Pero había algo más… Algo que me hizo voltear hacia atrás. Una serie de pisadas que retumbaban el ambiente. Una serie de pasos tenebrosos y sonoros que hicieron intimidar a Zinnia como nunca.

Las naves de Zinnia y de Lirio salieron de la tormenta para dar con un paisaje recto y pacífico, dándonos cuenta que habíamos dejado atrás una gran cortina de arena de más de un kilómetro de altura. Los pasos seguían retumbando. Algo había detrás de la cortina, y aunque el misterio era inminente, sabía que se trata de Steven Stone y su Metagross.

Ambos aparecieron, dedicándome una mirada indiferente, pero con el Arco Oscuro aferrado a una de las manos del jugador. Los de Alto Mando también estaban a sus espaldas, cruzando la cortina de arena a lomos de sus Pokemon mega-evolucionados.

Miré al Arquero Oscuro con suma rabia. Éste me dedicó una sonrisa desde el lomo de su Metagross.

— No… no… —Zinnia quería desaparecer de ahí.

— Tranquila niña —reí con ansias de luchar— Lo que realmente importa está a nuestro costado.

Zinnia volteó de nuevo hacia la Sandship de Lirio, donde Pyorar y Lysson se habían reincorporado. Lysson le dedicó una mirada a su Pokemon y éste asintió.

— ¿Qué…? —Zinnia no pudo terminar la frase.

Sus palabras fueron opacadas por algo que impactó también a X.

— ¿Sabes que Lysson es famoso por asesinar betas? —le pregunté seriamente a Zinnia. Mis ojos brillaban rojos como la sed de sangre que tenía por luchar. Hace mucho no tenía una batalla seria— Supongo que lo sabes, pero… ¿lo has visto luchar? Sólo en rumores, como todos los novatos.

Lysson sacó un artefacto de su espalda unos brazos mecánicos, rompiendo la chaqueta de cuero que le cubría la espalda. En uno de los tres brazos mecánicos, una Megapiedra comenzó a brillar y pronto el Pyorar lo hizo de igual manera, con gritos de dolor y rabia por parte de su dueño.

— ¿Qué diablos…? ¡¿Qué diablos?! —Oí los gritos de X.

Oh, qué recuerdos. Hace un año mi impresión fue la misma cuando todos vimos la megafusión de Ash con su Charizard. Lo que no sabía, es que Lysson también podía hacerlo. Al parecer, esto ya era normal… Al parecer, ha entrenado en algún lado y lo tendría que averiguar.

La flácida figura del sujeto de melena roja pronto se agrandó. Su chaqueta se rompió por completo y su altura de triplicó; la melena de su cabello invadió sus mejillas y barbillas hasta el punto en que fue la melena de un león; sus dientes se tornaron como colmillos y sus ojos amarillos y pardos. Una cola salió de su espalda, y las garras en sus uñas incrementaron de manera filosa y dolorosa. El hocico de Lysson se convirtió en la de un león, pero con parecidos a la de un humano, y pronto, el sujeto rugió por todo el desierto, lastimando los tímpanos de todos. Lysson se había megafusionado, y sin duda alguna representaba más peligro que Steven y los del Alto Mando juntos.

Lysson se había salido de la Sandship, corriendo con rabia hacia nosotros. Los pasos eran retumbantes, más que los del Mega-Metagross de Steven. Primero, comenzó a correr en cuatro patas, pero luego la rabia se apoderó de él y se paró en dos para aumentar la velocidad. No era Lysson, ni era Pyorar. Era una fusión de ambos que cualquier persona que le viera, se mearía en sus pantalones al ver esos ojos amarillos y esa melena voluminosa en la cara de una bestia irreconocible y espantosa.

Por suerte, yo ya había orinado hace un rato y de cualquier forma, si no lo hubiese hecho, hubiese meado en su rostro para hacerle saber quién demonios mandaba. Finalmente, tenía una oportunidad de demostrar mi poder después de un año de arduo entrenamiento.


Próximo capítulo: Jugador Neutral