Ranma 1/2 no me pertenece. Este fanfic está escrito por mero entretenimiento.
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—Cero—
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Capítulo 2: Una propuesta
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Menos mal que era viernes por la tarde y llegaba el fin de semana.
Akane trastabilló con pasos pequeños hasta su apartamento, donde se dejó caer pesadamente sobre la cama y allí se quedó por horas. Las manchas de sangre de su jersey se habían oscurecido lo suficiente hasta volverse una costra marrón de aspecto terrible.
Le hubiese gustado gritar, pero en lugar de eso se hizo un pequeño ovillo y se durmió así, en postura fetal. En algún momento Ranma subió a la cama, y con sus pequeñas y ligeras patas se hizo un hueco en su regazo, ronroneando complacido por su presencia.
La chica durmió con lágrimas en los ojos, odiándose por su maldita impulsividad y sobre todo, odiando a Ranma Saotome.
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Despertó hambrienta y mareada. Fuera ya había anochecido. Recordó, de pasada, que toda su comida se había echado a perder, pero al parecer la actuación del servicio de reparaciones había sido ejemplar y ya volvía a tener luz.
Se levantó de la cama y cambió su sucio jersey por una sudadera rosa que tenía para salir a correr. Tomó las llaves y el monedero y se dispuso a acercarse al combini para tener algo que echarse a la boca.
Compró de forma rápida, casi automática, metió dentro de su cesta un par de paquetes de galletas, varios ramen instantáneos y algunos onigiris de pollo. También cogió un par de botellas de té y una bolsa de patatas chips con sabor a cangrejo. Cuando ya estaba por ir a la caja tomó las dos publicaciones de deportes que compraba habitualmente, más por costumbre que por interés real.
Pagó y de forma apática regresó a su apartamento, donde se disponía a pasar la noche viendo doramas y comiendo cosas completamente insanas hasta acabar harta.
—¿Dónde te habías metido? —En el pasillo, esperándola frente a su puerta de su piso se encontraba Tsuda, su compañera de trabajo. Akane la miró un segundo antes de recordar que le había prometido una cena.
—Tsuda... Discúlpame, pasé mal día.
—Y peor que lo vas a pasar el lunes, no sabes el enfado que tiene la directora. Pero hoy la noche es joven y tu vas a llevarme a cenar al yakiniku con barra libre que hay en Roppongi.
La chica suspiró, no le quedaba más remedio. Invitó a entrar a su inesperada cita y dejó la bolsa de la comida metida de cualquier forma en la nevera. Se cambió de ropa rápidamente, nada demasiado formal, una falda larga en tono café y una camiseta color mostaza. Terminó el conjunto con una chaqueta de tela jeans y tomó su bolso. Su amiga la miró con aburrimiento.
—Si yo tuviera tus piernas no me dedicaría a taparlas —dijo dándose por vencida. Akane tampoco estaba de humor para discutir.
Alternar con su compañera de trabajo recién divorciada tenía sus pros y sus contras. La parte divertida era que no se cortaba un pelo a la hora de entablar conversación con chicos, o esa desinhibición adquirida a partir de su segundo calpis suwa. La no tan divertida era cuando le daba por empezar a hablar de su ex, normalmente después del cuarto.
Dejaron el apartamento y tomaron el metro, hablaron de forma distraída del trabajo y de la bruja de su jefa. No tuvieron problema para encontrar mesa, en seguida se sentaron y pidieron carne y bebidas. Akane suspiró agotada, pero agradecida de poder llenar su estómago con algo que no fuese arroz y pasta deshidratada. Aunque invitara ella.
—Háblame de él — dijo Tsuda después de pegar un trago bien largo a su bebida, Akane supo que la noche arrancaba fuerte.
—Qué quieres saber... yo no tengo tanta experiencia como tú con los hombres. Él fue sólo un amor adolescente.
—¿Adolescente? ¿Y os reencontrasteis anoche? —preguntó interesada.
—Creo que él vino a buscarme —contestó tapándose el rostro, avergonzada—. Estaba borracho, se puso a desvariar sobre lo nuestro y…
Tsuda la miraba suplicante mientras sus manos no dejaban de poner carne en la parrilla.
—...le mandé a la mierda —terminó Akane, su amiga estalló en carcajadas.
—Eres increíble, ¿sabes lo romántico que suena todo eso? Si te fue a buscar después de tantos años es obviamente porque no ha podido olvidarte. Creo que a su modo te estaba pidiendo una segunda oportunidad.
—No hay segundas oportunidades si nunca hubo nada, además, él se fue. Un día, sin más desapareció de mi vida. Yo también tengo mi orgullo —respondió Akane compungida.
—Y entonces lo de esta mañana… —A Tsuda no se le escapaba una.
—Tenía problemas, al parecer no le sentó demasiado bien lo que le dije anoche. Su representante estaba preocupado y pensó que yo era la única persona sobre la faz de la tierra capaz de hacerle entrar en razón.
—¿Representante?¿Tiene un representante?¿Es que es famoso? —Su amiga estaba cada vez más y más intrigada, mientras que Akane podía ver como se estaba metiendo en un cenagal que ya le llegaba hasta las rodillas.
—Algo así… es muy conocido en el circuito profesional de artes marciales mixtas. Es el campeón mundial de peso ligero.
La carne chisporroteaba en la parrilla con un aspecto delicioso, Akane dio un trago a su bebida y se sirvió una porción, mientras su acompañante intentaba digerir todo lo dicho. Comenzó a comer dándose cuenta de que era lo primero que se llevaba a la boca en todo el día.
Tsuda pareció meditar unos instantes antes de sacar su teléfono móvil y comenzar a teclear a toda prisa.
—¿Qué haces? — dijo Akane tomando otro pedazo de carne.
—¿Qué más? ¡Buscar fotografías suyas!
—¿¡Qué!? ¡No te atrevas! —Akane hizo intento de arrebatarle el terminal, pero se rindió de inmediato al darse cuenta de que podía quemarse con la parrilla situada en mitad de la mesa
—Taaaaarde —canturreó Tsuda, sonriente, pasó varias imágenes antes de detenerse en una concretamente y con la boca abierta giró el teléfono para enseñarselo a Akane—. ¿Es este? —En la imagen en cuestión aparecía Ranma, sudoroso y sonriente después de un combate. Con el pecho al descubierto y todos sus perfectos músculos marcados a cincel sobre su tez morena. El chico parecía seducir a la cámara de forma indiscreta.
—Sí —respondió a su pesar.
—¿¡Este tío bueno es tu ex!? ¿Y fue ayer a tu casa a pedirte que volvieras con él? —Tsuda parecía al borde del shock.
—No quería que volviera con él, ya te lo he explicado.
—Akane por favor, dime que al menos vas a tirártelo. Esto es material de primera.
La chica sintió como la carne se le atoraba en la garganta.
—¡Tsuda! Contrólate, aquí la única que necesita eso eres tú.
—¡Venga ya! ¿Es que eres de piedra? ¿Cómo has podido decirle que no a "esto"? —dijo volviendo a señalar muy efusivamente la pantalla de su teléfono y haciendo zoom en los abdominales. En contestación Akane le dio un trago a su bebida sintiendo como el alcohol comenzaba a hacer mella en su ánimo.
—No te dejes engañar por las apariencias. Ese tipo es un arrogante, un cobarde imbécil que sólo sabe decir palabras hirientes. No se arrepiente de nada, ¡ni siquiera se arrepiente de lo que me ha dicho! Estoy mucho mejor lejos de él.
Su compañera de trabajo se rindió dejándose caer en el asiento, derrotada.
—Ya entiendo. Lo que pasa es que tú no le quieres para una noche o un buen rato... —sonrió malvada, sabiendo que acababa de dar con la clave del asunto—. Ahora todo cuadra —suspiró.
—¿De qué hablas? —Akane, casi como venganza, se terminó la carne que había en la parrilla y le hizo un gesto a la camarera para que trajera un nuevo plato.
—Tú le quieres de verdad. Por eso no sales con tíos, ninguno está a su altura, ¿me equivoco?
Se miraron de forma grave, Akane chascó la lengua y se terminó de un trago el vaso.
—En algún momento vas a tener que tragarte todo ese orgullo —le advirtió Tsuda—. O terminarás sola y llorando por las noches por las oportunidades perdidas.
—Eso no va a pasar —recalcó la chica, mientras la camarera dejaba sobre la mesa otros dos cócteles y una bandeja de carne cruda—. Basta ya de hablar de él, no merece tanta atención.
De forma distraída, Akane miró hacia la mesa de comensales que tenían justo al lado. Le sorprendió ver cómo dos chicos muy jóvenes desviaban la mirada súbitamente y cuchicheaban entre ellos de forma nerviosa. Arrugó el entrecejo y le restó importancia. No tanto así cuando le pareció ver que uno de ellos le hacía una fotografía con la cámara de su teléfono de forma más bien indiscreta.
Incrédula, estuvo a punto de decirles algo cuando Tsuda salió a su rescate.
—Chicos, si queréis invitarnos a una copa podéis hacerlo, no mordemos — sonrió intimidante, tanto que ambos bajaron la mirada avergonzados. Rió de buena gana sabiendo que su experiencia siempre jugaba a su favor.
Akane se tranquilizó un poco, y la noche siguió su curso entre bebidas y nuevas bandejas de carne, hasta que no pudieron dar un solo bocado más. Cuando salieron del restaurante y la agradable brisa nocturna golpeó sus calientes mejillas ambas se dieron cuenta de que se encontraban ebrias.
Se hicieron compañía hasta la estación de Nerima, donde cada una siguió su camino de regreso a su propio apartamento. Akane intentó mantener una postura digna y caminar en línea recta, aunque lo consiguió a duras penas.
En un momento detuvo sus pasos y miró hacia atrás, le había parecido escuchar algo, pero con sus sentidos mermados en seguida dejó de ser de su interés.
Llegó a su apartamento sana y salva, donde el pequeño Ranma maullaba exigiendo atención y comida.
Le acarició con dulzura y le puso un poco de pienso en su platito antes de caer de nuevo rendida en su cama, esta vez agradeciendo estar lo suficientemente borracha para no tener que pensar demasiado.
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Alguien golpeaba la puerta. Miró su teléfono a desgana dándose cuenta que había olvidado cargarlo y por tanto se encontraba sin batería. Había amanecido, era sábado y no esperaba visita.
Había vuelto a dormir con ropa. Miró con desgana hacia la entrada, bostezando.
—¿Quién es? — preguntó mientras se ponía en pie, sin molestarse en mirarse siquiera en el espejo. Abrió ligeramente la puerta para encontrarse con tres personas trajeadas, dos mujeres y un hombre, que la miraban resplandecientes.
—¿Es usted Akane Tendô?
—¿Quién pregunta? —dijo cargando el hombro sobre el quicio de la puerta, mucho se temía que se tratara de vendedores ambulantes.
—Señorita Tendô soy de la revista "Men's Healthy", me gustaría hablar con usted un momento —dijo uno de los hombres adelantándose a los otros dos, e intentando tenderle una tarjeta. En seguida recibió un empujón por parte del otro trajeado quién también se sacó una tarjeta de la chaqueta del traje.
—Señorita Tendô, vengo del periódico Tokyo shimbun, sección de deportes, si me hiciera el favor de concederme tan sólo unos minutos yo... — el hombre recibió un nuevo empujón de la tercera persona en discordia.
—Señorita Tendô, una foto para el diario "Mujeres de hoy".
Akane apenas pudo pestañear antes de que esa mujer disparara su cámara, cegándola completamente.
—¿Pero qué...? Debe tratarse de un error, por favor, váyanse —dijo ella intentando cerrar la puerta, pero al igual que en una película de zombis varias manos agarraron el filo de la madera, impidiendo que les diera con ella en las narices.
Akane apoyó todo su peso, y tirando de fuerza bruta empujó aún con más rabia.
—¡He dicho que se vayan! —gritó mientras escuchaba los alaridos de dolor de los insistentes periodistas, quienes finalmente se rindieron hasta que la puerta se cerró. La chica suspiró y echó la llave, los golpes más que cesar se intensificaron.
—¡Señorita Tendô!
—¡Señorita Tendô, sólo será un instante!
—¡Señorita Tendô, mi revista le pagará 100,000 yens por la exclusiva!
Se apartó de la entrada, Ranma bufaba con el lomo erizado y ella se agachó a su lado, intentando tranquilizarlo. No podía procesar qué estaba ocurriendo.
Se había ido a dormir con una vida algo caótica, pero no más que la de cualquier otra persona, y de pronto se despertaba con la prensa en su puerta totalmente espídica por unas palabras. No era tonta, mucho se temía que sólo había una explicación posible.
Con manos temblorosas rescató su pc portátil de debajo de un montón de ropa sucia. Se sentó en la cama mientras intentaba ignorar los constantes golpes y abría el navegador.
Sólo le hicieron falta un par de búsquedas antes de llevarse las manos a la cabeza. No sabía que Ranma tuviera un club de fans, y lo que desde luego tampoco sabía que estuviesen completamente locas. Había un foro dedicado íntegramente a él, dividido por un centenar de temas que iban desde su perfecta trenza hasta los zapatos que vestía.
Y por supuesto había uno dedicado en exclusiva a su vida amorosa.
"¿Quién es esta zorra?" rezaba amablemente el tema candente, plagado de mensajes y de fotografías.
Alguien le había seguido aquella noche, cuando completamente borracho fue en su búsqueda y se dejó caer en la acera junto al canal. Las fotos eran tan terribles que ni siquiera se atrevía a seguir mirando. Se les veía discutir, a ella cargándole y luego entrando en la cafetería.
Las siguientes imágenes correspondían al día siguiente, en la puerta de su hotel. En una se bajaba del coche de Shoichirô, en la siguiente salía secándose las lágrimas y con el jersey manchado de un delator color carmín. La última foto era de la noche anterior, se trataba de Tsuda y ella comiendo en el restaurante de yakiniku.
—No puede ser... —Un frío aterrador recorrió su columna, haciéndola temblar de pies a cabeza. Se pasó las manos sobre sus brazos percatandose de que sus vellos se habían erizado.
Los golpes al otro lado de la puerta se habían suavizado, ahora eran un conjunto de encantadores voces (¿habían llegado más periodistas?) que la invitaban amablemente a mantener una charla a cambio de cifras absurdas de dinero. Comprendió que estaba atrapada en casa, y tampoco es que planeara salir, pero para todo había un límite.
Puso a cargar su teléfono y decidió darse una ducha, intentaba pensar en algo. Estaba claro que Ranma Saotome había regresado a su vida por la puerta grande, igual que la primera vez; derrumbándolo todo a su paso, arrastrando un millar de locos y cientos de problemas. Le habían bastado menos de 24 horas para destruir su mundo. Otra vez.
Apretó los dientes colérica y golpeó con rabia los azulejos del baño, haciendo caer unos cuantos en cascada sobre el plato de ducha.
No estaba dispuesta a caer en sus juegos.
Con la cabeza más ligera y nuevas decisiones tomadas se hizo un té y comió algunos de los onigiris que había comprado la noche anterior.
Se peinó y maquilló a conciencia, recogió la casa, se vistió con sus habituales pantalones ajustados y deportivas, tomó su chaqueta y salió del apartamento con la barbilla alta y sin prestarse a soltar una sola palabra al mal avenido grupo de reporteros.
La siguieron durante varias calles con preguntas a cada cual más indecente.
—¿Es usted la amante de Ranma Saotome?
—Salió usted de su hotel, ¿acaso se vieron?¿Por qué llevaba la manga del jersey llena de sangre? ¿La agredió?
—¿Son ciertos los rumores de que está chantajeando al deportista con un posible embarazo?
Se tuvo que contener con todas sus fuerzas para no empezar a gritar, al cruzar una esquina echó a correr y saltó el muro de piedra de una casa vecina, despistándolos finalmente. Se quedó allí unos instantes intentando recuperar el aliento.
La prensa podía ser temible.
Dio un rodeo antes de dirigirse al dojô, pensó que quizás allí estaría a salvo, claro que pecó de ingenua. Cuando llegó a su antigua casa, su hermana Kasumi se desvivía por atender a los invitados. Una decena de periodistas se sentaban alrededor de la mesa baja del comedor, con tazas de té y galletas.
Akane los vio desde la puerta, suspiró y regresó sobre sus pasos. Su hermana mayor parecía estar organizando una multitudinaria rueda de prensa. Perfecto.
Expulsada de cualquier lugar que pudiera considerar cómodo o privado se dedicó a deambular por las calles del centro, mirando escaparates con aburrimiento, comiendo en cafeterías y comprando algo de ropa. A última hora y desesperada se presentó en el apartamento de Tsuda, quien la acogió sin dudarlo.
Por supuesto la divorciada no dejó en ningún momento de visitar las webs de cotilleos y lanzar exclamaciones cada vez que se encontraba con una nueva foto del artista marcial marcando músculos. Akane se tomó un analgésico y se quedó dormida sobre un futón.
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El domingo a última hora regresó a su apartamento, parecía que la nube de periodistas había emigrado, aburridos o quizás con cotilleos más jugosos que destripar.
El pobre Ranma se había pasado de nuevo el día solo, y en esta ocasión no la recibió con sus habituales muestras de cariño si no que, indignado, puso recta su tupida cola y le dio la espalda. Los gatos también tenían orgullo.
—Ya sé, ya sé… soy una mala dueña —dijo ella a su pesar, poniéndole algo de comida y agua fresca—. No te preocupes, en unos días toda esta locura habrá terminado. Se olvidarán de mí en cuanto estalle algún nuevo escándalo de una idol.
Hirvió agua y se comió unos fideos instantáneos delante del televisor, luego recordó que hacía más de un día que ni siquiera llevaba su teléfono encima.
Tenía 109 llamadas.
¿Eso era la popularidad? Algunas eran de Kasumi, un par de Nabiki, y las demás de números desconocidos. Estaba claro que se había filtrado su teléfono.
Echó un vistazo a su correo electrónico, el panorama no era mucho mejor. Apagó el terminal, puso el despertador y se echó a dormir esperando que el lunes fuera, sin duda, un nuevo día.
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Qué ingenua.
Eran las seis de la mañana y la puerta de la guardería en la que trabajaba estaba atestada de esos miserables carroñeros. Parecían oler la sangre fresca de una herida a kilómetros.
Tomó aire y pasó entre ellos a empujones, lo que le faltaba es que no la dejaran trabajar. Comenzó con su rutina de preparar las clases hasta que la directora hizo acto de presencia, mucho más cabreada de lo que la había visto nunca, y eso era mucho decir.
—Señorita Tendô, a mi despacho YA —exigió, y no había lugar a contestación.
Akane se temió lo peor. Caminó fúnebre hasta el despacho donde la mujer, de labios demasiado pintados y pelo corto teñido de rubio platino, la miró con desprecio antes de comenzar una charla sobre su mala conducta, su costumbre de llegar siempre tarde y la indecencia de tener la guardería llena de periodistas por culpa de sus descaradas aventuras con hombres.
Cada vez que Akane intentaba explicarse una nueva retahíla de acusaciones caía sobre ella. Podía estar más o menos de acuerdo con algunas, pero lo que no toleraba es que esa mujer considerara siquiera opinar sobre su vida privada.
—¿Qué van a pensar los padres de los alumnos?¿Qué tipo de imagen da esta institución si tenemos empleadas solteras que son fotografiadas saliendo de hoteles?
La paciencia de la menor de las Tendô tenía un límite, y lo había sobrepasado con creces.
—Más vergüenza me daría juzgar la valía profesional de una persona por lo que haga en su vida privada —dijo sin inmutarse, mirándola a los ojos sabiendo, que de seguro, estaba más que despedida. Estaba pulverizada en todo el sector. Para siempre.
Observó cómo se hinchaba una de las venas de la frente de la directora, hasta el punto que temió que explotara, pero antes de tener que escuchar un nuevo exabrupto de insultos Tsuda apareció en el despacho, corriendo y sin aliento, hablando a trompicones.
—El… el… — se apoyó sobre sus rodillas mientras las dos mujeres que se encontraban en el despacho la miraban intrigadas—. ¡Él está en la puerta! —terminó con los ojos abiertos de par en par, casi más incrédula que la misma Akane.
El intercambio de miradas duró unos segundos. La directora frunció el entrecejo, Akane palideció, mudó su expresión a una de auténtico terror mientras que Tsuda permanecía expectante.
Finalmente la chica de cortos cabellos consiguió reaccionar y salió del despacho de la directora, prácticamente echó a correr por el pasillo hasta que llegó delante de la puerta.
No podía existir en la tierra un ser más petulante que él.
La puerta era de cristal, por lo que podía verle a la perfección; apoyado contra la superficie, cruzado de brazos y con unas gafas de sol que no disimulaban en lo más mínimo su identidad. Había vuelto a reconstruir su trenza e iba bien vestido, con jeans y una chaqueta deportiva, que llevaba abierta mostrando una simple camiseta que marcaba su perfecta anatomía.
No se parecía en nada al despojo humano que había encontrado tirado en la calle, mucho menos a la masa de carne e ira que estaba en el hotel. Era un milagro.
Otras dos profesoras salieron de sus clases, hasta que un nutrido grupo de mujeres se encontraron a la espalda de Akane, cuchicheando nerviosas al tener un famoso en el recinto.
Ranma pareció percatarse de la recepción de bienvenida, se bajó ligeramente las gafas sacando a relucir sus ojos azules y con una encantadora sonrisa golpeó el cristal, mirando fijamente a su objetivo.
Akane escuchó grititos histéricos y algunos suspiros. Las ganas de estrangularlo con sus propias manos sólo iban en aumento, hizo de tripas corazón, tomó aire y abrió la puerta.
Los periodistas sacaban fotografías a menos de un metro de distancia.
—¿Qué demonios haces aquí? —le dijo de malas formas, pero él pasó por alto su enfado y saludó al resto de las presentes.
—Buenos días, siento los problemas causados —Se disculpó encantador, inclinando ligeramente la cabeza y haciendo que los corazones de las presentes se derritieran como la mantequilla en una sartén.
Akane rodó los ojos, incrédula, ¿es que acaso eso le funcionaba habitualmente?
—Oh, no, para nada. Pase por favor, ¿le apetece un té? —Se mostró increíblemente amable la directora, hasta el punto que todas sus empleadas la miraron no más extrañadas que si acabaran de presenciar una aparición espectral.
La situación iba adquiriendo tintes absurdos por momentos.
—Sí gracias, aunque tengo algo de prisa —dijo el chico de la trenza consultando el reloj.
—Vamos a mi despacho, no todos los días nos visita un gran deportista como usted, ¡los niños estarán encantados! —contestó ella conduciéndole amablemente a lo que conocían las trabajadoras como "la guarida de la bruja".
—Disculpe directora —interrumpió Akane, ofuscada por quedar al margen de una conversación en la que estaba claramente implicada—. Creo que el señor Saotome ya se va.
La directora le dirigió una sonrisa benevolente. Estaba claro que a esa odiosa mujer le debían perder los jóvenes musculosos.
—Señorita Tendô, su novio ha venido a hacerle una visita, no sea descortés —contestó con fingida afectación.
A Akane se le cayó la mandíbula hasta el suelo.
—¡Él no es mi...!
—Yo también tengo un asunto que tratar con usted, directora —interrumpió el artista marcial, retirando finalmente sus gafas de sol y mirándola arrebatador.
—Claro, claro, pase por favor señor Saotome —contestó ella más hinchada que un pavo antes de navidad. Akane sintió como la puerta del despacho abanicaba sus cabellos cuando casi le da en plenas narices. Apretó los dientes, masticó su enfado mientras sus compañeras de trabajo comenzaban a gritar eufóricas y a hacerle preguntas más indiscretas que las de los propios periodistas.
Era un hecho. Su vida se había ido a la mierda.
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Fueron diez interminables minutos mirando aquella puerta como si sus ojos tuvieran rayos láser y pudiera prenderle fuego. Al menos lo intentó con ganas. El artista marcial y la directora salieron de su despacho con sendas sonrisas y bromeando.
Akane sintió ganas de cortar cabezas.
—Qué amable es usted, señor Saotome. La señorita Tendô tiene mucha suerte de tenerle a su lado —dijo sin privarse lo más mínimo de toquetear impunemente el fuerte brazo del chico. Palpando sin pudor sus marcados bíceps.
—Directora, usted sí que ha sido muy amable —contestó él en ese tono dulzón que a la chica de cortos cabellos le era completamente ajeno.
—Ejem —se aclaró ella la garganta, remarcando que seguía allí, y que estaba gravemente cabreada.
—Señorita Tendô, su novio ya me ha explicado la situación. Lamento mucho perderla, pero sin duda es lo mejor para todos.
—¿Me está despidiendo? —preguntó Akane alucinada.
—Oh, nonononono —rió mirando de forma cómplice al artista marcial, buscando su aprobación—. Le estoy dando la excedencia por un año que necesita para acompañarle en el mundial asiático, por cierto, ¿cree que pueda conseguir entradas para la final?
—No es problema —contestó de nuevo Ranma, solícito.
—¿¡Qué!? —A estas alturas la muchacha no entendía nada de nada. Miró al idiota petulante que tenía enfrente con un mensaje muy claro escrito en su rostro: "Voy a matarte".
—Akane, ¿podemos hablar? —pidió él con voz aterciopelada, y era lo único que le pareció lógico en lo que iba de día.
—¡Claro que vamos a hablar! —estalló fulminándolo con los ojos y comenzando a caminar a grandes pasos hacia el patio de la escuela. Ranma se despidió de la directora guiñandole un ojo, agradecido.
Salieron a un pequeño jardín plagado de juguetes y cajones de arena. La chica de cortos cabellos se giró abruptamente y cruzó los brazos en un tenso nudo bajo sus pechos.
—Te dejé muy claro que no quería volver a verte —resaltó como saludo.
Pero Ranma ignoró sus malos modos y metió las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Con que trabajas aquí, parece tranquilo —dijo examinando las instalaciones.
—¡Qué mierda pasa contigo! Por tu culpa me persigue la prensa, en los foros han dicho cosas horribles de mí, ni siquiera puedo pisar el dojô, ¡mi casa está sitiada! ¡Y para colmo te presentas en mi trabajo y pides que me despidan!
Ranma pareció pensar su respuesta, la preocupación surcó su perfecto rostro durante un segundo.
—¿Qué han dicho de ti?
—Maldita sea, ¡¿es que no lees lo que hablan en las redes sociales?!
—De eso se encarga Shoichirô, o más bien se encargaba —torció el gesto—. Le he despedido, necesito un nuevo representante.
—Pues mucha suerte para encontrar a algún maldito loco que te soporte —dijo ella ignorando el tema, pero el artista marcial tenía otros planes.
—Quiero que tú seas mi representante.
Ella le miró, pestañeó y tras un momento de silencio volvió a pestañear.
—Has perdido la cabeza —dijo sin más, sin deshacer el nudo de sus brazos.
—Tú misma dijiste que tenías una vida patética, y este es un puesto de trabajo bien remunerado —razonó él.
—¿Crees que necesito tu dinero o tu compasión? Lárgate por donde has venido, ya me has jodido lo suficiente.
—Akane...
Los destrozados nervios de la joven terminaron por estallar por los aires.
—¿¡Piensas que puedes regresar a mi vida, arruinarlo todo, y que yo voy a aceptar algo así!? ¡Estás loco! ¡Loco! —gritaba incontenible, ajena a que su conversación hacía tiempo que era de todo menos privada. Sus compañeras y la directora espiaban por las ventanas, mientras que la prensa intentaba desesperadamente saltar el pequeño muro que separaba el patio de la calle.
—¿Qué…? Mira niñata, no he venido aquí para eso. ¿Te estoy ofreciendo salir de aquí y así es cómo me lo pagas?
—¡Es un trabajo muy duro y digno! —gritó golpeándole con su dedo índice en mitad del pecho, gesto al que el chico ni siquiera reaccionó.
—¿A quién crees que engañas? ¡Estás muriendo aquí dentro! Tú no eres esto Akane, tú amas las artes marciales tanto como yo.
—Tú ya no sabes nada de mí —dijo ella afilando la mirada—. No volveré a repetirlo, desaparece.
Ranma iba a decir una mala palabra, algo hiriente y seguramente tan definitivo como demoledor. Se mordió la lengua y tragó su enfado. Ella tenía sus motivos, indudablemente, y él podía no haber actuado de la mejor de las maneras. Pero no se iba a rendir, lo había decidido.
—No voy a retirar la oferta. Quiero que trabajes conmigo —Le tendió un sobre que sacó con cuidado del bolsillo de su chaqueta—. Me voy mañana, tengo que volar hasta Singapur. Hazte el favor de pensarlo.
El sobre se quedó suspendido en el aire mientras ella lo miraba llena de rechazo, hasta que adivinó algo que hasta el momento había pasado por alto. La mano de Ranma temblaba, igual que sus labios. Debajo de esa fachada de tozudo prepotente estaba hecho un auténtico manojo de nervios.
Sus manos se movieron solas, quizás llevada por esa parte de ella anclada al pasado, esa que nunca dudaba en salir a su rescate. Tomó el sobre, y sólo entonces sintió como él volvía a respirar.
Y sin más ceremonias Ranma se dio la vuelta, dispuesto a regresar por dónde había venido. En mitad del pasillo se giró, mirándola serio, como si quisiera memorizar su figura, cada parte de ella.
Suspiró y salió del lugar, sabiendo que la suerte estaba echada.
Por su parte Akane se quedó en el sitio, sosteniendo como una estúpida el sobre. Tragó saliva y lo arrugó en su mano.
Regresó al trabajo con la cabeza en otro lugar.
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Ranma miraba su reloj de forma insistente. Los paneles del aeropuerto mostraban que su vuelo ya estaba embarcando. Con gesto nervioso se cruzó de brazos, testarudo, no quería asumir lo que era más que evidente.
Akane no iba a venir. Esa torpe y testaruda idiota se dejaría marchitar en aquel apartamento, y él se moriría sin ella, eso también lo sabía. ¡Qué idiota fué! ¡Cuán patético y expuesto debió de verle!
Suspiró asumiendo que no podía hacer mucho más. Lo había dado todo y de nuevo volvía a quedarse sin nada.
Entró en el maldito avión y ocupó su plaza en preferente, mirando por la ventanilla y sintiéndose miserable. ¿Cómo de claro debía dejarlo para que ella lo entendiera? Sí, quizás en su próximo viaje a Japón podría volver a intentarlo. Esta vez le fallaron las formas, pero ella había sido cruel con todo el tema del maldito gato.
No iba a rendirse fácilmente, se había hecho una promesa. Y el orgullo gigantesco de esa mujer terminaría por ceder en un momento u otro. El problema era averiguar cuándo.
Dejó ir todo el aire de sus pulmones, hasta que un pasajero ocupó el asiento a su lado. El asiento que le había reservado a ella y cuyo billete le había entregado en aquel parco sobre blanco.
—Tengo condiciones —dijo su suave voz de campana, llena de decisión.
Ranma se giró abruptamente para verla, allí, junto a él. Vestía una falda plisada y una blusa abotonada hasta el cuello. Se mantenía recta y orgullosa en el asiento y miraba al frente. El chico no pudo evitar que una sincera sonrisa asomara en sus labios. La sensación de felicidad y alivio fue tal que estuvo a punto de estrecharla entre sus brazos, pero se contuvo.
—Viniste —dijo sin poder disimular la alegría en su voz.
—He tenido que dejar a mi gato con Kasumi, cuando regrese me va a odiar. Además, su manutención correrá a tu costa.
—¿Tengo que mantener a un gato? —contestó divertido, sin dejar que aquella rigidez de trato estropeara su buen humor.
—El contrato será redactado por mi abogada y se establecerá un periodo de prueba de tres meses —continuó ella sin girarse a mirarlo.
—¿Abogada? ¿Dices Nabiki? —preguntó preocupado, enarcando una ceja. Esa arpía era capaz de sacarle hasta el tuétano de los huesos.
—¿Algún problema? —contestó ella, sabiendo que tenía la situación bajo control.
—En absoluto — respondió acomodándose en su asiento, con la sensación de que la tensión acumulada durante días finalmente le daba una tregua. No podía dejar de sonreír como un bobo.
—Y además…—Akane dudó durante unos momentos, retorció de forma adorable las manos sobre su falda—. Si voy a trabajar para ti no quiero ninguna diferencia de trato, será una relación estrictamente profesional.
Eso pareció remover algo dentro del artista marcial, la miró ceñudo y nada convencido sobre ese punto.
—¿Quieres que te trate como a una empleada? —dijo inquisitivo.
—Exacto, como si nos acabáramos de conocer —terminó ella con las mejillas sonrojadas y completamente abochornada. A su lado el chico sonrió con todos los dientes, como si fuera un cocodrilo, en un gesto tan incrédulo como condescendiente.
—Ya veremos — contestó dejándola espacio y ajustando su asiento antes del despegue.
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¡Hola de nuevo!
¿Qué decir? No tengo palabras para expresar lo sumamente agradecida que estoy por todos vuestros comentarios, menciones, favs y follows.
De verdad que siento algo cálido cada vez que regreso a fanfiction, es mi espacio seguro, como estar en casa. Eso es gracias a mis preciosas lectoras, sois unas reinas, sabedlo.
Me llena de alegría saber el interés que ha despertado este fic, y todas las preguntas que ha generado en todas vosotras las cuales espero poder resolver de manera satisfactoria. Tengo escritos casi 11 capítulos de "Cero", así que intentaré no espaciarme demasiado con las actualizaciones.
Parece que esos dos ya se van entendiendo, ¿o no? Jajaja.
En todo caso, gracias por vuestra paciencia. Gracias de nuevo, me alegra el día que compartáis conmigo vuestras opiniones.
Y gracias a mis betas SakuraSaotome y Lucita-chan, por estar siempre al pie del cañón con sus correcciones y opiniones.
Muchos besos y nos leemos pronto.
LUM
