Qué hay gente. De nuevo con un capítulo nuevo, con el propósito de que conozcan un poco más sore Zinnia y sus intenciones. Sin más palabrerías, me despido y nos vemos la próximca. Chao!


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Capítulo 112

La esclava de arena


Zinnia

La campanita sonó al momento en que la puerta se abrió.

Tragué saliva, pero me mostré segura cuando todas las miradas se dirigían hacia mí durante un par de segundos. Después de ello, como no llamaba mucho la atención, la gente seguía en sus actividades. Mucho bullicio había en la habitación; las lámparas como antorchas iluminaban un ambiente alterado, donde personas iban y venían, entrando con mercancía desconocida, y salían con bolsas de oro en la mano. Pokemon también abundaban, y algunos servían más cono vigías a cualquier altercado que se presentara. Un Houndoom estaba esbelto y atento ante una discusión de un mercante que quería más pokemonedas por los diamantes robados que tenía en la mano. Sin embargo, el otro sujeto no ofrecía más de lo que había dicho, y cuando el comerciante se alteró, el Pokemon sabueso decidió intimidarlo y sacarlo por la puerta a mordidas, con la campanita sonando y despidiendo al sujeto sin haberse llevado ni una sola moneda.

Por lo visto, tenía que ser más cautelosa de lo previsto. Si hacia un movimiento en falso o si me mostraba débil ante el comprador, todo habría sido en vano.

— Qué hay…

El comprador me miró de arriba hacia abajo cuando estaba sobre la barra. Entonces me quité la túnica, y aquellos ojos rubíes no fueron difíciles de recordar para Bobber, aquel viejo gordo y calvo que en algún momento en mi vida me había hecho la vida difícil.

— ¡Zinnia! —exclamó con sorpresa. Algunos sujetos nos echaron unas miradas al ver que el gordo se había exaltado.

— Regresé…

— ¡Maldita bastarda…! —por un momento Bobber se agarró el turbante con el que cubría su vieja calva— ¿Dónde has estado estos días? ¿Sabes el lío en el que me metí después de la carrera Sandslash? ¡Tuve que suplicar por mi vida para que…!

— Escucha, no vengo de regreso a seguir tus estúpidas órdenes, viejo idiota —fui directo al grano, y mi enojo le hizo saber que hablaba en serio.

— ¿Qué? —abrió los ojos como platos, y la papada sobre su cuello se agitó como una masa gelatinosa— Maldita estúpida. No te dejaré ir de nuevo; tú eres mi esclava y el haberte escapado te costará más de lo que…

En ese momento, le interrumpí con algo que puse sobre la mesa.

Bobber se quedó sin palabra alguna cuando vio un brillo reluciente discreto que iluminaba hasta su propia frente.

— ¿Cómo conseguiste una…?

— No es la única —me precipité a hablar; en ese momento, me acerqué hasta su oído para susurrarle algo— Tengo muchas más conmigo; sé que es difícil de creer, y con la reputación que tengo, no irías ni loco al lugar donde se encuentran, porque no soy de fiar. Lo sé. Sin embargo, son más de las necesarias; muchas más de las que piensas, y con ellas podrás crear un dominio que jamás hubieses pensado. Ahora, te toca a ti decidir: aceptarlas y dejarme libre, o bien seguir en este trabajo de mierda y vivir el resto de tus días como maldito comprador de artilugios innecesarios.

— ¿C-cómo… cómo sé que no mientes?

— Porque hubiera sido algo estúpido regresar aquí y mentirte sin ningún propósito.

Más temprano de lo esperado, Bobber y yo habíamos llegado a lo que había sido mi hogar durante un par de años. No recuerdo antes de eso lo que había estado haciendo; ni siquiera recuerdo bien cuál era mi propósito allá afuera, en la vida real. Sentía extraño el volver aquí, pero con un sentimiento nostálgico que me llenó la garganta con un nudo.

Al entrar, varios artilugios que había robado estaban abandonados en algún rincón, llenos de arena y polvo, lo cual me hizo recordar cuando me dedicaba a robar y a intercambiarlo por comida espantosa. Las ventiscas de arena se colaban por las mantas agujeradas que servían como ventanas, y la cama de piedra estaba ocupada por un gran montículo cubierto por una manta, la cual tenía el deseo de Bobber.

— ¿Y bien?

En ese momento, descubrí el montículo y de ahí cayeron más de mil megapiedras que se esparcieron por el suelo. Apenas podíamos caber dentro de mi pequeña choza, y el brillo débil que las megapiedras desprendían hacían que todas juntas formaran un brillo que pronto iba a ser muy llamativo si no se hacía una rápida decisión.

Bobber se quitó el turbante en señal de impresión. Su calva reflejaba el poder y el brillo de más de mil megapiedras, las cuales jamás pensó ver reunidas en una vida virtual fructífera; ni siquiera yo había pensado en ello. En ese momento, el sujeto se quedó sin habla, y yo le presioné con la decisión que podría tomar.

— ¿Cómo es que reuniste…?

— Eso no importa. Tu expresión me hace pensar que aceptas la oferta.

— ¿Cuánto querrás por ello?

— Mi libertad —mencioné con seguridad. Mis ojos rubíes, más brillosos que todas las megapiedras, estaban hambrientos de ser libres al fin— Eso, y una docena de bolsas de oro de pokemonedas para poder sobrevivir.

Bobber aún seguía impactado por aquello; al parecer, no había escuchado mi oferta.

— ¿Bobber?

Él asintió. Tal parecía que mi libertad le valía algo más que nada, y estaría totalmente dispuesto a entregármela. El sujeto primero me dio una docena de bolsas que guardé en mi inventario, y poco después, me llegó una solicitud que apareció sobre mi vista.

"El usuario Bobber solicita cancelar la opción de esclavista con usted. ¿Desea aceptarla?"

Al aceptarla, me apareció un nuevo letrero:

"A partir de ahora, usted queda libre de los servicios del usuario Bobber".

En ese momento, sonreí. Salí de aquella estúpida choza, con las megapiedras al cuidado de Bobber. Ni siquiera me despedí de aquel gordo, porque mi felicidad estaba a punto de brotar de mi cuerpo como si de un Pokemon salvaje me sintiera. Saqué de mi pokébola a Aster, y cuando éste se dio cuenta de que mi mirada era diferente a la común, supo que me había liberado.

Yo, por mi parte, comencé a correr. Corrí y corrí por la arena, hasta que dejé la choza inundada en el horizonte y finalmente pude sentir lo que el viento podía sentirse. Finalmente, pude ser testigo de cómo el viento podía viajar sin ningún rumbo y hacia todos lados. Entonces, a lo lejos vi una pequeña Sandship estacionada. ¿De quién era? No lo sé, pero sabía que debía alejarme de aquel pueblo. Sabía, que tenía que ser libre y ahora vagar por cualquier rumbo, ir a cualquier lugar y conocer hasta el más recóndito sitio de este juego.

Alcé las velas, levé el ancla que estaba incrustada en la arena, y el viento comenzó a hacer su trabajo. Agarré el timón, y empecé a viajar al compás de las corrientes de viento, al mismo tiempo en que una lágrima recorría mis mejillas y se perdía a través de la arena, así como también mi esclavitud.

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[…]

Súbitamente, todo había sucedido de una manera tan fugaz, que no estuve consciente del cambio entre ambos mundos.

Lo virtual cayó como un rayo del cielo; como un balde de agua fría; como una opción única de la cual no tenías salida. De repente, estaba ahí. Sin amigos, sin compañeros, sin alguien que pudiera ayudarme. Miré a mi alrededor: todos se sentían de la misma manera. Solos, teníamos que salir adelante. Sin embargo, si uníamos fuerzas, podríamos llegar hasta el último nivel, salir de aquí y seguir con nuestras vidas, y desde aquel momento sabía que no debía tirar la toalla, o todo estaría perdido.

Mi nombre es Zinnia; bueno, en realidad es Tristana, pero eso nadie debe saberlo.

Entré al juego por mera curiosidad y el destino, justo como a todos los demás, hizo que termináramos atrapados dentro de Pokemon Battle Online. Vaya mierda.

Da igual cómo empecé, o cómo capturé a mi compañero Pokemon Whismur al cual nombré Aster; lo importante es que hice lo que pude para sobrevivir todo este tiempo. Me uní a gremios que no duraron ni una semana ya que la mayoría de ellos se disolvían para unirse a gremios que iban adquiriendo un renombre impensable. Yo optaba por seguir mi camino independiente; no quería llamar la atención en lo absoluto, pero al mismo tiempo, debía sobrevivir y por ello ser parte de algún gremio que me cubriera las espaldas.

Admitámoslo: era demasiado orgullosa para unirme a un gremio y seguir las órdenes del líder. Me gustaba la vida independiente, y me gustaba más que todo la libertad de moverme de un lado para otro, siempre y cuando lo hiciera con cautela y sabiduría.

Tampoco explicaré cómo fue que pude sobrevivir hasta la actualidad, pero lo hice. Vagaba de un lado a otro, refugiándome siempre en las amistades artificiales que iba haciendo a lo largo del camino; no duraban más de un par de días hasta que no volvía a ver a dicha amistad en mi vida. Después de un par de días de refugio, comida y charla, no necesitaba más. Sonaba egoísta, pero así era yo. No deseaba nada más que ir de un lado a otro y aunque el objetivo principal había sido siempre salir de este juego, dejé de recordar por lo que luchaba y lo que era fuera de aquí. Pronto, comencé a responder más con el nombre de Zinnia que el de Tristana.

Las cosas se complicaron un poco después de muchas cosas importantes que pasaron dentro de PBO, y de un momento a otro, cuatro gremios impusieron su poder en donde o te les unías o perecías en el intento. Aquello fue difícil, más me resistía a unirme a uno de ellos.

Súbitamente, había llegado al nivel 60; el último nivel que se había desbloqueado dentro del juego. Era un tanto arriesgado ir ahí, pero cuando me enteré que no era nada más que desierto y arena, mi curiosidad rebasó el límite de precaución con el que debía andar por ahí. De un momento a otro, después de mucha caminata, había llegado a un pueblo más pequeño de lo que parecía. Solitario, silencioso, caluroso. Con suerte me encontraría al menos a uno o dos jugadores reales con los que podría convivir.

Me hice amigo del dueño de una pequeña taberna humilde; también, cada noche iba una chica junto con un Whismur igual al mio, y aunque pertenecía al gremio Alma de Piedra, ella nos había comentado que iba para olvidarse de aquel crudo mundo en el que ya reinaban cuatro sujetos. Era así: o te les unías o morías en el intento. Los hechos eran que cuando se desbloqueaba un nuevo nivel, alguno de aquellos cuatro gremios conquistaba cada pueblo de PBO clavando algún estandarte con su escudo imponiendo sobre el territorio. Por suerte, Pueblo Arena no había sido conquistado por nadie, ya sea porque estaba muy escondido dentro de aquel desierto inmenso, o porque era tan insignificante que no valía la pena invadir.

Poco a poco, aquel insignificante pueblo fue siendo habitado por más gente, pero no la necesaria para considerarse importante. Algunos sujetos también iban yendo a la taberna y se hacían fama debido sus grandes habilidades con la Sandship, lo cual particularmente comencé a adquirir un gusto por aquel peculiar transporte, así como el clasificarme a un nuevo torneo que estaba siendo la sensación dentro del nivel 60: la Carrera Sandslash.

Me asenté ahí. Los días pasaban y aunque con los recursos que me quedaban había construido una pequeña choza, ésta fue agrandándose a medida que iba robando cosas y las agregaba a mi colección. Pronto tuve que verme en la necesidad de conseguir pokemonedas de alguna forma; no formaba parte de ningún gremio, y mis ingresos no los podía conseguir de ninguna parte, así que fui vendiendo mis colecciones que juntaba en mi morada, y robaba a la gente de Ciudad Desierto. Mi día rutinario se convirtió en levantarme temprano, ir a Ciudad Desierto, robar a la gente, y al ocultarse el sol regresaba a Pueblo Arena para ir a conseguir algunas monedas.

Comenzaba a sentirme realmente cómoda, y aunque mi necesidad de conseguir más alimento del necesario y más ropa para vestirme, no faltaba casi nada para poder sobrevivir. A veces, me sobraba tiempo para vagar por el desierto junto con la Sandship que había adquirido para competir en la ansiada carrera que mensualmente se realizaba. El Pueblo Arena pasaba inadvertido, y los colegas con los que formaba amistad dentro de la taberna iban siendo cada vez más; también tenía que resaltar que aún nadie conquistaba mi nuevo pueblo, por lo que uníamos fuerzas que cada vez se iban incrementando. Pensé que algún día dichas fuerzas y dicho movimiento crecería al punto en que llegaríamos al nivel de alguno de aquellos cuatro gremios. Mientras ellos nos ignoraban, nosotros creceríamos bajo las sombras de sus conquistas, y así resurgiríamos para poder pelear dentro de PBO y salir de aquí.

Bueno, eso pensaba. Los rumores pronto se comenzaron a esparcir en el desierto: Steven Stone había llegado al nivel para conquistar territorio por territorio. A pesar de su tardanza, tarde o temprano iba a suceder. Primero, fue con Ciudad Desierto, la ciudad más poblada y grande del nivel, y de ahí el gremio fue invadiendo los poblados que rodeaban la ciudad, hasta que finalmente llegaron a Pueblo Arena. Sin embargo, Steven no iba personalmente a los territorios, sino que sus integrantes y algún par de la élite se encargaba de ello, ya que el líder del gremio Alma de Piedra tenía cosas más importantes de las cuales encargarse.

El día de los rumores, yo había decidido no ir a Ciudad Desierto a vender mis artilugios, porque prefería quedarme a defender a mi gente y a mi pueblo. No era la líder, o una alcaldesa, ni mucho menos alguien superior a los colegas que habían decidido asentarse en el pueblo, pero tenía la intención de defendernos de cualquier mal y situación que se nos presentara. Fue para mi sorpresa que, a primera hora de la mañana, cuando el sol comenzó a iluminar la arena con sus primeros rayos de luz rebeldes, la figura imponente de Steven Stone había aparecido entrando al pequeño poblado, junto con demás gente perteneciente al pueblo.

¿Qué hacía él aquí? ¿Por qué asistía personalmente a la conquista de un pueblo cualquiera? ¿Por qué perdía su tiempo en esto? No lo sabía; sólo me quedaba luchar con todas mis fuerzas en mis principios e ideales: no iba a pertenecer a un maldito gremio de aquellos.

¿Quién es el encargado de este pueblo?

Su voz nos intimidó a la docena de sujetos que nos encontrábamos aglomerados para defendernos. El arco oscuro que sujetaba sobre la espalda fue suficiente con el simple hecho de existir para que nos intimidara; su cabellera grisácea y su mirada indiferente nos hacían reafirmar que su apariencia iba a la par con los rumores de su poder y el por qué era uno de los Cuatro Grandes.

Di un paso al frente.

Todos susurraban que no lo hiciera, pero había sido ya demasiado tarde para ello. Steven lanzó su mirada hacia mí, seguido de una sonrisa significando que algo le había parecido gracioso. Yo, por mi parte, intenté concentrarme en lo que me correspondía, lista para atacar con mi magia de arena en cualquier segundo.

Mis subordinados me han dicho que particularmente este pueblo intenta relevarse bajo las sombras. ¿No es así?

Mis ojos se abrieron de par en par. Entonces, detrás de Steven apareció la muchacha del Whismur, la que iba a la taberna seguido para conversar y acompañarnos con un par de bebidas. Desde el momento en que vi que ella formaba parte del gremio Alma de Piedra, sabía que tarde o temprano nos iba a traicionar; ahora, Steven sabía todo sobre nosotros y nuestras conversaciones íntimas y secretas en aquella taberna, y todo gracias a esa chica.

Lo siento. No vamos a ir a ningún lado. No vamos tampoco a pertenecer a ningún gremio.

Ya veo —Steven resopló al fleco de su cabello rebelde— No me gusta esto. En verdad que odio este tipo de situaciones.

Me preparé para atacar; tomé posición de batalla.

Ustedes deciden. Es la última advertencia que les impongo: pueden unirse a nuestro gremio y dejar que conquistemos este pueblo, o bien, conquistaremos este pueblo de todas maneras, pero morirán en el intento.

El silencio pronto se hizo presente; el viento empujaba la arena del suelo, y el astro rey poco a poco iba iluminando un firmamento de colores púrpuras e índigos. El dueño del bar dio un paso al frente, y al mismo tiempo le seguían un par más de jugadores, que se vieron intimidados por el gremio de Steven, y no querían perecer.

Lo siento, Zinnia…

El sujeto de la taberna llegó hasta Steven, así como los otros muchachos. Más rápido de lo que esperé, aquellos jugadores ya tenían una capa colgada sobre la espada, con el símbolo del gremio y un uniforme de tonos grisáceos y rojos oscuros.

Bien, al parecer los demás no tienen intenciones de unírsenos. Como sea… —Steven dio la señal. En ese momento, sus subordinados comenzaron a saquear las casas de aquel pueblo que poco a poco iba creciendo; el romper de las puertas, la gente escondida en sus moradas, incendios, casas destrozadas. Todo comenzó a ser tan repentino en una mañana que pintaba para tener un amanecer bellísimo. Un firmamento con una atmósfera limpia empezó a ser llenado por el humo de las llamas, los gritos de las muertes y los pixeles como estrellas.

Comencé a batallar; mi magia de arena hacía lo suyo, y era más poderosa de lo que creía. No me costaba pelear uno a uno contra los subordinados de aquel gremio, pero entre más se juntaban para contraatacar, más difícil era. Súbitamente, comenzaron a acorralarme, por lo que no tuve otra alternativa que retroceder.

En un intento por desaparecer, levanté un tornado de arena que cegó su vista y mandó a volar a uno de ellos. Fue mi momento para escapar de ahí; podía, si es que lo quería, escapar del pueblo, pero mi amor por aquel territorio había sido más grande de lo que había pensado. Ni siquiera sabía ya cuál había sido mi propósito en el mundo real; ahora, lo único que quería era seguir viviendo como lo estaba haciendo, durmiendo bajo el techo de mi humilde choza, explorando el desierto junto con Aster, comiendo la porquería que me servían en la taberna gracias a las pokemonedas de cobre que recolectaba en toda la jornada, y reír un rato con las conversaciones que se tenían en la taberna.

Sin embargo, necesitaba batallar. Si lo que quería era seguir viviendo esos momentos, necesitaba enfrentar la situación. Quería vivir, y al mismo tiempo luchar para defender a mi pueblo, pero no morir en el intento. Por primera vez en mucho tiempo, le tenía un miedo inexplicable a la idea de explotar en pixeles, y sumergirme en una oscuridad en la que no estaría consciente de ello. Le tenía miedo a la muerte o, mejor dicho, a lo que pasaría después de que uno era derrotado en PBO.

Fue por eso que retrocedí. Mi miedo fue mucho mayor que mi sueño de seguir viviendo en el pueblo, y asustada por la invasión generada por el gremio Alma de Piedra, me dirigí hacia la taberna; noté al dueño de la taberna que yacía sobre el suelo de piedra con un charco de sangre y carente de extremidades rodeado por pequeños pixeles que se perdían en el aire. Él pedía de mi ayuda, y le miré con lástima. A pesar de que hace un par de minutos había querido unirse al gremio, ahora yacía casi inerte sobre el suelo de su propio negocio. No sé si podría llamarlo karma, pero era algo lamentable y el destino me hacía ver que no estaba para juegos ni bromas. No servía de nada unirse a un gremio, si al final terminaría como aquel sujeto. No servía de nada si no podía conservar mi propia libertad y huir adonde yo quisiera huir.

A lo lejos, arrinconado en la habitación había un barril vacío. Sin pensarlo demasiado, entré en él. El barril apestaba a algo entre cerveza y embutido, pero fue más fuerte mi deseo por vivir que salir de aquel hedor en el que me rodeaba. Coloqué la tapa de nuevo en su sitio y ahora estuve rodeada de oscuridad, pero una luz se colaba por un pequeño agujero en el que podía observar cómo los miembros del gremio de Steven Stone arribaban a la taberna y comenzaban a inspeccionar cada rincón como si fueran asesinos.

Mátalo… —dijo uno de ellos a otro, mientras miraban con desprecio al dueño de la taberna.

No, por favor. ¡Soy su compañero! ¡Yo…!

No pude escuchar más su voz. Sólo noté cómo una daga rajaba su cuello y la sangre comenzaba a ahogar al propio jugador, segundos antes de que explotara en pixeles.

Hubo unos minutos más de chequeo, y cuando noté que todos habían salido de la taberna, escuché los pasos cercanos de la muchacha y su Whismur; aquella que nos había traicionado a todos, seguía con aires de sospecha dentro de la taberna. En ese momento, su mirada se dirigió justo al agujero del barril, donde mi ojo izquierdo carmesí se asomaba.

Nuestras miradas se cruzaron durante un par de segundos, donde una punzada en mi corazón casi me infarta debido a la sorpresa y al miedo que sentí al ver cómo me había descubierto. Sin embargo, me preparé para el ataque y en mi mano ya tenía lista un poder mágico por si me agarraba desprevenida.

¿Todo bien? —escuché una voz.

Sí, aquí no hay nadie —respondió la traidora. Entonces, supe que me estaba cubriendo la espalda, porque mintió.

Espera… —aquella voz pertenecía a Steven. El líder del gremio entró a la taberna, donde habitaba aun silencio sepulcral acompañado de caos allá afuera e incendios que incrementaban con el calor del desierto.

No hay nada aquí —reafirmó ella, pero Steven comenzó a recorrer el recinto una y otra vez.

¿Por qué me mientes?

Ella abrió los ojos de par en par, pero intentó disimular su sorpresa. Cuando quiso responder, ya había sido demasiado tarde: Steven clavó su mano sobre su garganta y la levantó del suelo, mientras ésta luchaba por oxígeno.

Odio que me mientan.

Sin pensarlo demasiado, salí del barril. Quise atacar con mi magia de arena, pero en aquel lugar no había nada. Sin embargo, lancé un hechizo justo a rostro de Steven, pero éste ni siquiera se había inmutado al cubrirlo con su mano libre. Poco después de haber soltado a la muchacha del Whismur, ésta dio una gran bocanada de aire y comenzó a recuperar su color de piel.

Ahora la defiendes… —le dijo a la muchacha— No entiendo tu comportamiento. O la traicionas, o la defiendes. No puedes estar en un punto intermedio. De tal manera, tendré que hacer justicia.

¡NO! —Grité.

Steven se quitó el Arco Oscuro de su espalda, y ni siquiera necesito una flecha oscura para hacer su justicia. Con el simple arqueo de su arma fue suficiente para decapitar a la joven jugadora; su cabeza salió rodado hasta mis pies, mientras su cuerpo azotaba sobre el suelo como tronco. Momentos después, tanto su cabeza como el cuerpo habían desaparecido en pixeles.

No comprendo por qué defender a una muchacha como tú. ¿Qué es lo que tienes de especial?

Me agaché sobre mi propio cuerpo, aun un tanto anonadada por ver cómo había muerto aquella chica. Ni siquiera podía recordar su nombre, y había dado la vida por mí, arrepintiéndose de sus pecados.

Tengo libertad.

Steven se quedó inmutado durante unos segundos.

¿Qué?

Libertad —repetí— Algo que tú no tienes ni tendrás…

El sujeto sonrió levemente.

Puedo ir adonde sea, con quien sea y cuando sea. Claramente, tú no puedes hacer eso. En cambio, decides permanecer aquí, defendiendo a este pueblo.

No… —me erguí y reí un poco, mientras las lágrimas salían de mis orbes carmesíes— No entiendes por completo el significado de libertad. No es ir de un lugar a otro, o vagar por todo el maldito mundo. No es eso… Es sentirte pleno y libre, sin la necesidad de depender de nadie más. Tú, dependes de alguien. No sé de quién, pero lo puedo ver en tus ojos. No eres libre, porque tus pecados y tus acciones te mantienen en cadenas de las cuales no puedes zafarte.

Steven arqueó las cejas con un tanto de furia. Yo tenía razón, porque su acto seguido me hizo afirmar que había algo en su corazón que no lo hacía sentir libre en lo absoluto, y entonces llegó hasta mí para levantarme con una mano y ahorcarme. Mi vida comenzó a bajar; el aliento mi hizo falta; pataleaba sobre el aire, sin nada qué poder decir.

Si tanto añoras la libertad, te daré tu estúpida libertad como es debido —en ese momento, el sujeto abrió el menú de su juego, e hizo un par de movimientos que no pude ver debido a que yo estaba más atenta a respirar oxígeno.

Cuando el sujeto me soltó, sentí cómo mis pulmones se llenaban de nuevo de oxígeno. Sin embargo, ahora había algo diferente en mí.

A menos de que juntes una gran cantidad de pokemonedas, podrás ser libre de nuevo. Mientras tanto, no podrás salir de este nivel porque serás esclava de tu estúpido pueblo…

Al voltear arriba, noté que en mi avatar había el símbolo de un grillete, lo cual afirmaba lo que Steven había mencionado. El líder me agarró del brazo, aun yo debilitada por el ahorcamiento, y me llevó afuera.

¡TÚ…! —Steven señaló a uno de los habitantes que corría por su vida: un viejo gordo y calvo que llevaba un turbante esmeralda en su cabeza. Éste se inmutó al ver la figura de Steven Stone tan cerca de él— A partir de ahora será tu esclava esta mujer. De lo contrario, te asesinaré si le pasa algo o si trata de escapar; de todas formas, yo lo sabré.

Volteé a ver a Bobber, un sujeto que había sido nuevo en el pueblo. Éste asintió, con un miedo irreconocible y se arrodilló en la arena caliente. Mientras tanto, noté cómo todos los subordinados de Steven habían terminado con el saqueo del pueblo, y en el punto más alto de una pequeña montaña de arena estaba clavado un estandarte con el símbolo de su gremio. De alguna manera u otra, teníamos que ser agradecidos, porque la mitad de la población —hablando de una docena más o menos— había quedado con vida. Steven también dejó a otros sujetos como esclavos, y después de que su tarea había terminado, mencionó:

¿Quieren libertad? Ahí la tienen. ¿Quieren ser independientes? Lo harán a mi manera mientras yo gobierne dentro de su estúpido pueblo. Formarán parte del gremio Alma de Piedra les guste o no, y no podrán salir de aquí a menos de que su amo reciba una cantidad grande de Pokemonedas; unas cinco millones, aproximadamente. Cuando logren eso, su amo podrá liberarlos y así huir a otro nivel. Si se atreven a huir, lo sabré e iré por ustedes tarde o temprano. Esto es lo que se merecen por su intento de rebeldía. Nada puede salvarlos ahora, y no hay nadie que pueda revelarse contra los Cuatro Grandes. Esta es una nueva era: la era de los más poderosos. Déjenos a nosotros las mazmorras, y a cambio queremos que nos den su lealtad; es lo único que pedimos.

El sujeto se volteó y abrió el menú de su juego, no sin antes dedicarme una mirada un tanto frívola al desaparecer.

[…]

Había estado tan sumida en mi pasado y en todo lo que había sucedido conmigo, que Aster me jaló de la manga la ver que pronto llegaríamos a Ciudad Desierto. Disminuí la velocidad, y cuando estuve frente a los guardias que custodiaban la entrada, verificaron que no tuviera nada sospechoso conmigo. Una vez dentro, me dirigí a una tienda de vestimenta, y con una cantidad de dinero aceptable, compré nuevos atuendos. Los tonos oscuros me sentaban bien, y hacían juego con mi cabello azabache corto, resaltando mis ojos carmesíes; consistía en una blusa negra ajustada, y unos pantalones cortos que dejaban al desnudo mis muslos, ajustado por un cinturón rojizo, mientras unas calcetas blancas se extendían hasta la rodilla, acompañadas de unas sandalias grisáceas todo terreno. La capa color ceniza que compré era un tanto peculiar, ya que el final de ésta estaba rajada formando el hilo de un fantasma, como si fueran las mismas cenizas las que se desvanecían con el aire; aunque portaba el símbolo del gremio Alma de Piedra.

Pronto, al salir de aquel lugar, me deshice de mis atuendos de esclava que me liberarían por completo del pasado. Me encargué de quemarlos en algún callejón de la ciudad sin que nadie me viese, y cuando todo estaba listo, me dirigí a una tienda de artículos para comprar artefactos que incrementarían mi defensa, ataque y magia.

Bastó con unas pokébolas, antídotos, pociones y algo que más me llamó la atención: una piedra activadora. Ésta era de un tono índigo, hecha de una piedra dura y brillante que asemejaba la figura de un Ekans enroscado. Al compararla, la coloqué en mi tobillo y se extendió casi hasta el final de mi rodilla. Estaba claro que no había vendido todas las megapiedras, me había guardado una en especial. A final de cuentas, tenía que agradecerle a Brendan por ser un tanto distraído y dejar que en aquel beso me dejara robarle la megapiedra, que había estado guardando en sus bolsillos por si las cosas se tornaban complicadas de un momento a otro.

Aster me echó una mirada. Era ahora una chica irreconocible. Ya no parecía aquella esclava que suplicaba por unas pokemonedas para poder comer en el día, con aquellos atuendos desgastados y aquel cabello desarreglado lleno de arena. Ahora, era alguien que había luchado por su libertad hasta conseguirla; tal vez no de la mejor manera, pero el método para conseguirlo no importaba demasiado.

Finalmente decidí salir de este nivel. Después de un año de haber permanecido aquí aproximadamente, sería capaz de ver lo que el mundo de PBO me tenía preparado. Abrí el menú de mi juego, le pregunté a Aster adónde quería ir, y después de soltar un suspiro de alivio, me encaminé hacia donde le viento me llevara, porque era y siempre sería como la arena: libre.

Los días fueron mucho más rápidos de lo que había imaginado. En principio, comencé a comer todo lo que mi estómago podía permitirme; Aster también había estado a punto de vomitar. Hace mucho que no había experimentado aquella sensación de tener tanta comida en mi estómago, y además manjares que no pude imaginar nunca. Las tabernas ya no eran muy frecuentadas, y en lugar de ello iba a lugares de más renombre como "La cabaña de Mr. Mime" o "La sazón de Tepig". Iba también al Pueblo de los Inicios. Con tanto dinero, pronto no supe en realidad en qué gastarlo; no quería una casa, porque sería estar en un solo sitio y yo quería viajar por todos los niveles posibles, lo cual también era algo complicado debido a la extrema seguridad que se tenía en PBO. O formabas parte de un gremio, o simplemente estabas muerto. Sin embargo, gracias a la capa que había comprado, la gente pensaba que formaba parte del gremio Alma de Piedra. Aquello me hacía encajar entre toda la gente que iba y venía por los niveles, pero debía tener cuidado en no ser inspeccionada de más, o sería descubierta que era alguien independiente.

Como sea, no había hecho ningún amigo en realidad porque o me dedicaba a comer o a vagar por ahí junto con Aster. Me gustaba la soledad y ver a la gente pasar por los pueblos, así como mejorar mis técnicas de maga luchando contra Pokemon salvajes de los niveles 30 o más, aunque era algo difícil, pero sabía sobrellevarlo.

Pasó más de una semana en la que pude andar con libertad. Aun así, estaba consciente de que tarde o temprano la gente de Alain me buscaría para interrogarme sobre las megapiedras, o bien, Brendan lo haría personalmente. No había nada que hacer ya: las megapiedras ya no estaban en mi poder y no serían tan crueles como para asesinarme si es que intentaban capturarme.

Lo que más me inquietó fue el ver que los días pasaban y yo comenzaba a aburrirme. Sí, la comida era deliciosa, pero necesitaba algo más de acción en mi vida. Ya sé que las mazmorras son otro tema delicado a tocar en el cual ni loca me metería, así que debía encontrar algún propósito por el cual seguir aquí sin tener la necesidad de cuestionar mi maldita existencia. Había conseguido ser libre, pero ahora la cuestión era saber qué iba a hacer después de haberlo logrado.

Mi atención despertó cuando en un restaurante un tanto lujoso de Ciudad Celestial llamado "El Paraíso de Altaria", un par de carteles estaban anunciados en la entrada al recinto. Me detuve un momento en dicho anuncio:

"Asiste al Festival Acrobático. Pokemon voladores darán un espectáculo que no olvidarás. ¡No te lo pierdas!"

Y con ello, la foto de varios Pokemon voladores junto con sus entrenadores y unos fuegos artificiales de fondo. Sonaba muy interesante; quiero decir, a mí también me interesaba participar, aunque no tenía ningún Pokemon volador, y dudo que mi Whismur fuera a aparecerle alas súbitamente.

— Tendrá lugar en unas semanas…

La voz me tomó por sorpresa. Al voltearme, vi a una chica que estaba observando cómo miraba el cartel con curiosidad.

— Yo participaré en el festival. Espero que no te lo pierdas.

Sin aportar nada más que una sonrisa, la jugadora entró al restaurante y se sentó en un asiento, mientras yo me quedaba petrificada en mi lugar.

Ser libre… Eso era lo que yo quería. ¿Entonces, por qué me quedaba ahí parada? ¿Tenía miedo de nuevas experiencias? ¿Tenía miedo de encontrar mi propia identidad? Vamos, Zinnia. No seas una estúpida niña.

Me encaminé hacia su mesa. Ella ya había ordenado algo de comer, y al notar que estaba a su lado, sonrió de nuevo. Era una muchacha de una mata entre tonos esmeraldas e índigos, con un peinado un tanto fuera de lo común: una coleta asemejando a la cola de un Pikachu se extendía por su coronilla, mientras su fleco se partía en dos y caía por entre su pálido rostro hasta sus hombros desnudos. Portaba un uniforme de una blusa de tonos azules y blanquecinos que dejaba al descubierto su abdomen, mientras hacía juego con la falda corta; lo más curioso era que sólo portaba una calceta de rayas blancas y azul cielo que le cubría la pierna izquierda, sus botas en forma acolchonada, así como unos brazaletes grandes que asemejaban la forma de nubes esponjosas.

— Supongo que estás interesada en el festival —quiso adivinar.

— Yo… —no sabía qué decir— No tengo ningún Pokemon volador.

— Bah, eso es lo de menos. Con el entrenamiento adecuado, puedes ser parte del espectáculo.

— ¿Tú podrías enseñarme?

— ¿Yo? Claro que sí, pero…

— ¿Qué?

— Ni siquiera nos hemos presentado —soltó una risa carismática. A veces, esta gente me sacaba de mis propias casillas porque era la más hipócrita, pero tal parecía que el resplandor con la que irradiaba su propia alegría era inocente y real.

— Soy Zinnia.

— Yo Lisia — entonces, me ofreció la silla restante que había en la mesa, para que me pudiera sentar.

— Gracias.

— ¿Y bien…?

Me quedé un tanto sorprendida.

— ¿Qué?

— ¿Me dirás cómo es que terminaste aquí? —la muchacha de pronto miró por encima de la mesa a mi tobillo, donde estaba enroscada la piedra activadora.

— Me gusta comer en lugares buenos.

— Lo sé; de otra forma no estarías aquí. Me refiero a tu historia en general.

— Bueno, yo… —tenía que tener cuidado. En instancia, noté que ella formaba parte del gremio Equilibrio, lo cual era lógico porque estábamos en Ciudad Celestial. Sin embargo, al vagar por aquí había escuchado que una persona de la élite de Diantha le había traicionado, así como el ataque de un Pokemon Legendario que había irrumpido en el palacio de la líder. Tenía que ser cautelosa.

— Descuida, no debes contármelo todo a la vez. ¿Qué te parece si comemos algo?

Asentí.

— ¿Me enseñarás el entrenamiento? Quiero decir… me gustaría participar en el festival.

— ¿Por qué?

Buena pregunta. Era un tanto complicada de responder; no podía decirle que quería vivir al máximo después de haber sido por un largo tiempo una esclava.

— Me interesa.

— No… ¿Por qué yo? —corrigió su pregunta.

— Porque eres la primera persona que se ha acercado a hablarme en todo este tiempo que llevamos dentro del juego.

Y entonces, Lisia se sorprendió. Sin embargo, reaccionó con una sonrisa y asintió, mientras nos traían unos vegetales bañados en queso fundido, lo cual despertó mi apetito voraz.


Red

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El estruendo de un relámpago se hizo presente. Como si aquello fuera una campanada de alerta, la lluvia comenzó a avanzar por el firmamento hasta que empezó a ser abundante. Mis ropajes se mojaban, pero eso no me importaba en lo absoluto. Las huellas de lodo que dejaba detrás eran muy marcadas, pero inundadas de pronto por los charcos que se formaban.

El pesar de mis ropajes hacía más complicada la caminata, por lo que me quité la playera y la tiré cerca de un tronco, perdiéndose entre el lodo que comenzaba a tragársela entre su viscosidad. Sentí el frío de las gotas de lluvia, y cómo los bellos de la piel se me erizaban; la gorra que utilizaba ni siquiera la tenía, o bien, no recuerdo haberla traído puesta desde hace rato. Con cada jadeo que pasaba, sentía que cada paso era un martirio con el cual luchar, apoyándome sobre la empuñadura de mi espada oscura envainada.

Ni siquiera puedo tener en mente en qué nivel estaba vagando. Todo había sucedido de manera tan súbita y fugaz que difícilmente tengo en mente haber estado ahí. Pareciera como si hace un par de segundos estaba besando a Yellow en Puerto Lotad para encaminarnos de nuevo hacia el gremio Mega. Sin embargo, eso era ya sólo un recuerdo; Yellow era sólo un recuerdo, y me odiaba por eso.

¿Buscar a mi hermana? Ese ya no era siquiera mi propósito. Hace mucho que había dejado de serlo. Yellow se había convertido en una de mis prioridades, y por más que deseaba estar junto a ella, besarla y tenerla entre mis brazos, había decidido alejarme. De ella, de Green, de Blue, y de todo ese estúpido gremio. Al día siguiente, Yellow se habría encontrado con mi cama vacía, y mi presencia borrada. No la tenía como amigo; había abandonado definitivamente al gremio; me había alejado de todos, por la simple razón de que no podía permitir que nada le pasara a ella. No podía exponerla de la manera en como la expuse cuando aquellos tres sujetos me habían atacado; si hubiese dado un paso en falso, ella tal vez podría estar muerta y no me lo habría perdonado jamás.

Sin embargo, la cuestión era esta: ¿Por qué me querían muerto? ¿Por qué esos tres jugadores me atacaban?

El relámpago sonó otra vez. El bosque se iluminó por algunas milésimas de segundo, y en ese momento de iluminación para mis ojos, noté una sombra en la rama de un pino. Ni siquiera volteé; sabía de quién podría tratarse.

Hace mucho que podía saber la respuesta ante todo este lío, pero no quería ni siquiera pensarlo. Inconscientemente, tenía una vaga idea del por qué Agatha, Lorelei y Bruno estaban en mi búsqueda. El simple hecho de pensar que podía estar en lo cierto me repugnaba de una manera tal que prefería evitar pensar en ello. Yellow había ya cuestionado mi pasado y me había preguntado por él, pero el hablarlo era como inundar varias dagas en mi corazón y recordar cosas que prefería mantener en secreto; ya sea los secretos que tuviera dentro de PBO, así como fuera de este mundo virtual. Ninguno de esos secretos me enorgullecía; prefería mantenerlos en lo más oscuro de mi alma, sin que nadie supiese sobre ellos.

La silueta soltó una risa. Tenía un ápice de recuerdo al identificarla. No me fue grato saber que estaba en lo correcto. Me detuve en mi camino, y en lugar de mirarlo a él, mantuve la cabeza gacha sobre los charcos marrones que se formaban en mi camino.

— ¿Qué es lo que quieres de mí?

Mi voz estaba entrecortada. En realidad, no es que tuviera miedo. Podía estar a la par contra él, y salir vivo de esta situación. Lo que me angustiaba era que pudiese haberme visto en algún momento junto con Yellow, o que aquellos tres sujetos le hubiesen informado sobre mi amistad con la rubia.

— Red… tanto tiempo. ¿Dónde te habías escondido?

— ¿Qué es lo que quieres? —repetí, un tanto furioso.

Nuevamente, un relámpago se hizo presente, y al voltear, mis ojos carmesíes chocaron contra sus orbes dorados. No supe decir con certeza quién tenía el semblante más duro, si él por la misteriosa locura y sorpresa con la que me miraba, o yo por la rabia e impotencia con la que le respondía.

— Te necesito…

— ¿Y por eso mandaste a tus esclavos a matarme?

— ¿Matarte? Bah, qué tonterías… No te dejarías matar por ellos. ¿O sí?

— Lo que haga no es de tu incumbencia.

— Resulta que sí; él te necesita, y es por eso que debo traerte de vuelta.

— ¿Qué quieren de mí?

— No me lo dijo.

— No iré.

— No hay opción.

Ambos quedamos en silencio. De nuevo, un relámpago se hizo presente; el sonido del trueno me hizo recordar varias memorias no gratas. No me arrepentía de mi pasado, pero no pensaba por ahora continuar con mi búsqueda hasta que estuviera listo. No podía abandonar a Yellow ni a sus amigos, y aquel sujeto estaba interfiriendo en mi camino.

Desenvainé mi espada; sabía que esta era una situación de vida o muerte.

— ¿En verdad tendremos que recurrir a esto?

— Anda. Haz tu mejor esfuerzo.

Lance rio de una manera maniática. Su risa la recordaba tal y como era. El tiempo no la desfiguró, ni la cambió. Caso contrario a su poder, que sabía había incrementado. Sus ojos dorados fueron iluminados por la luz de la noche, donde más que persona parecía un dragón reencarnado.

— Bien, como quieras.

Y así, ambos desenvainamos las espadas, que estaban listas para una danza interminable con relámpagos y lluvia como música de fondo.


Próximo capítulo: Sentimientos encontrados