Hola! Bueno, la verdad que había estado un tanto ocupado con la universidad en línea debido a la pandemia y a los trabajos finales, pero finalmente vengo con la segunda parte de ese arco de las tres islas. Espero lo disfruten! Nos leemos y mil gracias!

Maurt85: No es egocentrismo. Steven está consciente del poder de Alain. Soy de México. Saludos hasta Colombia !

Guest:Yo igual lo odio un poco por su powerup en Sinnoh, pero eso no influyó en su destino en esta historia xD

Vlaren: Llegó buscando cobre y encontró oro xD

Dan: ¡Gracias y feliz cumpleaños! Me da gusto saber que estén difrutando del fanfic. ¡Saludos!

Lixuniverse: Intrigante... espero que no le atines al camino que está tomando la historia.


[VIDEO 1: Scorponok]

[VIDEO 2: Transformers 3 – It's our fight (The Score – Soundtrack)]

[VIDEO 3: Halo 4 OST – 117]


Capítulo 125

Isla Hi


Isla Kaminari; Isla Hi; Isla Koori. Tres islas, un solo objetivo: conseguir el Arco de Luz. Los hechos narrados en la primera isla han sido prueba de que el objetivo ya está cumplido. Brendan, el Arquero Estratega, ha conseguido el arco y ha salido sano y salvo de la isla, dejando a Steven Stone, el Arquero Oscuro, en una posición preocupante. A su vez, May, la Maga Esmeralda, consiguió el Báculo Infinito gracias Jirachi, con el que su magia aumenta exponencialmente. Dawn, La Novata Índigo, ha conseguido un nuevo arco gracias a León, que desafortunadamente ha perecido en la misión. Cynthia, sin embargo, ha conseguido asesinar a Tobias, que portaba el casco capaz de asesinar a los beta, y se ha adueñado de los servicios de Darkrai, un Pokemon ciertamente misterioso. El escuadrón en la primera isla ha sufrido considerables bajas; más de las que se pudieron haber previsto. Los Cuatro Grandes concentraron todas sus tropas ahí, ya que, de alguna u otra forma, el poder que despedía el Arco de Luz había sido notorio en dicha isla. No obstante, Alain y compañía no podían arriesgarse a ir sólo a una de las tres islas. Los otros dos grupos que fueron a las islas restantes no saben que ya se ha cumplido el objetivo, pero esa no es su culpa. Sin embargo, ellos tampoco saben que, tanto en la Isla Hi como en la Koori, hay secretos y misterios que deben ser desvelados y enfrentados. Climas iguales o peores que los tormentosos estruendos de la Isla Kaminari; peligros abundantes, muerte, dolor, agonía, esperanza, fuerza, coraje.

Estos hechos que ahora serán narrados competen a la segunda isla. La isla donde abunda el fuego, donde el núcleo de la isla es un volcán que tarde o temprano sentirá la furia de la guerra. Un volcán que puede o no ocultar cosas, pero que a sus ojos verá los acontecimientos en su propio territorio. Una isla que, a decir verdad, tiene mucho de qué hablar.

[VIDEO 1: Scorponok]

Se menciona esto, porque el volcán presenció cómo el escuadrón liderado por Takeshi ya había avanzado hacia los interiores de la isla. La geografía del lugar permitía que el escuadrón Mega se hubiese adentrado con menores dificultades. La costa sureña se extendía no poco menos de un kilómetro para dar paso a una pradera de césped bien nutrido, con llanuras onduladas que se extendían a lo lejos reflejando su paisaje omnipresente hacia un firmamento un tanto despejado. Las llanuras no eran las únicas que veían cómo Takeshi y compañía se adentraban hacia el interior, ya que más adentro, el césped comenzaba a escasear para dar paso a un suelo fértil y rocoso, mientras el terreno se iba elevando gradualmente hasta formar mesetas de extensiones considerablemente grandes. Mesetas que incluso disminuían la temperatura del lugar debido a la gran altura atmosférica a la que se presentaban. El escuadrón, una vez que estuvo adentrándose a través de aquellas mesetas, sabía que más adelante, la meseta terminaría abruptamente, para dar paso a una caída libre y sumergirse en un terreno mucho más baldío y desértico. Un desierto que se extendía mucho más allá de lo que la vista podía divisar; a lo lejos, rodeado de arena y soledad, el pequeño volcán se podía ver como una diminuta sombra que despedía un hilo de humo negruzco y se elevaba por el firmamento. A Takeshi le preocupaba lo que el desierto podría ofrecerles a mitad del camino; sin embargo, su preocupación se concentraba mucho más en los enemigos inexistentes que había en el lugar. Ningún Pokemon se había presentado, ningún enemigo de alguno de los cuatro gremios; ningún líder o miembro de alto mando. Lo único que presenciaron fue la pequeña sombra del lejano volcán aumentar sus niveles de humo que iban formando una nube de cenizas sobre de ella. Una nube de cenizas que se iba extendiendo a gran velocidad por el cielo, lo cual era un comportamiento bastante extraño para un volcán inactivo. Takeshi súbitamente lo sabía; sus ojos de rendija se querían abrir al compás de su impresión, ya que la isla también podía presenciar la actividad de su propio escuadrón. Un clima que de un momento a otro, cambiaría para desfavorecer a la tropa comandada por el moreno.

No lo dudó ni un instante. Mientras él iba en la cabeza de su propio Onix, alzó su mano y presionó con fuerza el gatillo de una pistola que disparó una señal de humo de tonos amarillos. El hilo de humo se extendió por el firmamento, y alrededor de aquella meseta a grandes altitudes y de una vasta extensión, su escuadrón completo pudo ver que la señal que indicaba un clima que pronto iba a ocasionarles un peligro inminente.

En la línea frontal, Takeshi volteó a ver a sus principales compañeros: Kasumi y Clair. Ambas muchachas quisieron reafirmar la seguridad de Brock, y éste asintió sabiendo que tenían que mirar al cielo en cualquier segundo.

En la línea lateral izquierda, los miembros de élite de Kanto Erika y Lt. Surge, exceptuando a Sabrina, estaban sumergidos en una atención meticulosa para con el ambiente, mientras los cuarenta y tantos miembros que le seguían por el flanco izquierdo esperaban a sus órdenes, montados sobre Pokemon que parecía no se cansaban de correr por aquella meseta.

Mientras tanto, en el flanco derecho, el miembro restante de la élite de Kanto, Blaine, alzaba la mano para dar la señal de que la tropa que tenía bajo su mando estuviera atenta a cualquier peligro. Dentro de aquella tropa, podían oírse alaridos y quejas preocupantes de un pequeño grupo en particular, el Equipo Rocket, conformado por un hombre de mata de tonos índigos y púrpuras, una mujer de una larga cabellera carmesí, y un pequeño felino que corría sobre el suelo de la meseta o, mejor dicho, iba colgado de la cola del Arbok de la mujer. Jessie, James y Meowth, aquellos que alguna vez habían expandido la Conspiración Misteriosa de N, se encontraban asustados por haber aceptado la misión de salvar a todo PBO.

La hilera de humo amarillo también fue vista por la retaguardia. Conformados principalmente por lo que alguna vez fue un grupo un tanto unido: Red, Blue, Yellow y Green. Aquel grupo, junto con Silver y Crystal, eran liderados por el que alguna vez había formado parte de la UEO y poseía un arco dorado capaz de dominar un aura grandiosa: Gold. Detrás de ellos, varios miembros estuvieron a las expectativas de lo que Gold les comandara.

Takeshi no apartó la vista del cielo, donde la nube de cenizas de un volcán apenas visible se iba extendiendo de manera exponencial sobre toda la isla.

— ¿Brock…? —Misty le hizo saber con una señal que la nube de cenizas despedía pequeños objetos irreconocibles, que dejaban a su paso pequeñas telarañas de humo negro. Aquellos objetos caían por todos lados, mayormente en el desierto de la isla.

No obstante, Brock sabía lo que significaba: el volcán apenas visible desprendía pequeños destellos carmesíes, lo cual le hacía saber al muchacho que el volcán había despertado. Antes de que el muchacho diera otra señal a su escuadrón, una de aquellas extensiones de humo negro llegó hasta su posición, junto con el objeto irreconocible que poco a poco iba siendo cada vez más grande a medida que se acercaba a ellos desde el cielo.

— ¡METEOROS!

Su aviso fue tardío. El meteoro que había provenido del volcán, se había escondido entre la nube de cenizas, y caía con furia sobre la meseta, ocasionó una explosión de lava volcánica y fuego sobre la línea frontal. Takeshi pudo mantener el equilibrio, pero notó cómo su línea frontal perdía la formación. No sólo uno había caído ahí, sino que varios más invadieron la meseta como estrellas fugaces. Las explosiones se hicieron presentes en todo el sitio de suelo infértil, provocando pequeñas explosiones que seguramente desde la costa sureña se podrían divisar como pequeñas luces destellantes. Los Pokemon de los jugadores trataban de contrarrestar a los meteoritos, al mismo tiempo que los jugadores hacían lo suyo para partir en varios pedazos las esferas rocosas envueltas en cenizas y llamas.

— ¡Gold!

[VIDEO 2: Transformers 3 – It's our fight (The Score – Soundtrack)]

El muchacho de ojos dorados volteó a ver a Crystal. La chica señaló hacia arriba, y fue cuando la sorpresa del arquero experimentado se vio aturdida debido a que uno de aquellos meteoros había tenido la forma de un rostro. ¿Un rostro? ¿Una cara? En efecto, Gold no había estado totalmente loco o fuera de sí, porque el meteoro que aterrizo a metros cerca de él, de repente tomó forma y comenzó a tomar entre sus fauces irreconocibles a dos personas que formaban parte de su retaguardia. Los gritos y las suplicias se hicieron presentes, a medida que Gold y compañía se alejaban de ahí para dejarlos atrás y que sufrieran una muerte bastante extraña.

Gold maldijo por lo bajo, y apunto hacia adelante para presionar del gatillo y lanzar una señal de humo color verde, que dibujo un arco pronunciado sobre la meseta. Takeshi pudo ver aquello; Misty y Clair no tenían la más mínima idea de dónde podrían encontrarse los Pokemon megaevolucionados, pero cuando miraron hacia el cielo, uno de aquellos meteoros que venía hacia ellos, lanzaba rugidos en señal de que quería asesinar. Takeshi no pudo evitarlo y cayó de su Onix, rodando por el suelo y lastimándose varias partes del cuerpo. Cuando quiso reincorporarse, el meteoro que se había estrellado a pocos metros de él, se levantó envuelto en llamas y cenizas y fue hacia su dirección.

Antes de que el moreno pudiera contraatacar, se dio cuenta de que el Pokemon envuelto en llamas era un Mega-Pinsir con un aspecto terrorífico debido a su fusión con el jugador novato. Las bocas como fauces estaban fusionadas con la propia boca del jugador, y el cuerpo era alargado pero ancho con escamas de colores morrones, mientras las manos como pinzas clavaban una y otra vez las ansias de matar a alguien.

El ambiente se volvió ahora realmente preocupante, porque los Pokemon megafusionados iban aumentando con explosiones de fuego y con las llamas sobre sus cuerpos. Personas que realmente les importaba un comino si sus vidas bajaban y se morían; su misión era asesinar a los enemigos que hacían de PBO un lugar difícil. Su misión no era otra más que obedecer las órdenes de los Cuatro Grandes; gente suicida que había estado ya en la isla, se había introducido al volcán y se había lanzado envuelto en llamas para llegar hasta la meseta y causar todas las bajas posibles. Espadazos, hechizos de magia, golpes aurales, sanaciones y flechas pasando como hilos filosos; a su vez, siluetas en llamas partiendo cuerpos y la sangre esparciéndose por la meseta, mientras los meteoritos reales partían poco a poco el terreno para agrietarlo de manera más profunda y pronunciada. El fuego se expandió, mientras el sol a sus costados aumentaba la temperatura y la angustia. Los gritos horrorizados de la gente abundaban por el lugar; la pelea para salir del perímetro peligroso de los Pokemon megafusionados era la prioridad; el desorden de las formaciones se hizo notorio. Takeshi no había previsto que los enemigos los tomaran por sorpresa de esa forma. Si perdían el orden de toda formación, habrían perdido el orden de la misión. Brock no podía permitirse aquello.

El Mega Pinsir iba hacia él; la caída de Brock había ocasionado que su hombro quedara sumamente herido, lo cual no era lo ideal para un luchador. La figura del enemigo se acercaba a pasos violentos, pero antes de que las fauces filosas y abiertas de aquel Pokemon horripilante envolvieran al de ojos de rendija, el Pokemon sintió un tremendo golpe sobre su rostro, ocasionado que saliera volando varios metros rodando por la meseta, incluso desapareciendo por la gran porción de tierra. El poder aural de Misty había aumentado mucho desde que regresó del Valle Charizard, y Takeshi sabía aquello a la perfección. Sin embargo, cuando ambos sonrieron en forma de apoyo y agradecimiento, algo los separó abruptamente: un meteorito cayó entre el espacio que los dividía, pero aquello fue el límite que rebasó el soporte de la meseta, provocando que las grietas aumentaran hasta el punto en que el terreno comenzó a partirse de maneras inimaginables; las grietas formaron un abismo entre ambos, y los meteoritos, así como los enemigos en llamas hacían imposible que un Brock lastimado saltara y llegara sano y salvo hacia la otra orilla, donde Misty y Clair se encontraban expectantes a que su líder estuviera a salvo.

— ¡Estaré bien! —mencionaba el moreno; Kasumi se rehusaba a dejarlo atrás, pero sabía que la misión debía continuar. Alain lo había mencionado: la misión es prioridad, no importa a quién se deje atrás. — El objetivo es el volcán. ¡Vayan!

Takeshi y Kasumi se miraron los segundos suficientes para hacerle entender a la pelirroja que debía mantener el paso y adentrarse más hacia la isla. La chica maldijo por lo bajo, no sin antes prometerle a Brock que ambos sobrevivirían cueste lo que cueste. Se montó sobre el Dratini de Clair, emprendieron el vuelo al ras del suelo agrietado de la meseta y fueron desapareciendo entre la pendiente descendiente del lugar para adentrarse a un desierto misterioso. Clair señaló hacia el volcán; ese era su objetivo principal y tendrían que cruzar todo un desierto para ir hacia allá. ¿Qué es lo que se encontraba ahí? Clair pensaba que el Arco de Luz, o tal vez alguna otra cosa, pero Kasumi estuvo de acuerdo y no tuvo más remedio que dejar atrás a su amigo.

Brock quedó ahogado entre la docena de Pokemon megafusionados que se iban acercando a él; aunque trató de reincorporarse, su hombro no le permitía pararse por completo. Estaba acabado.

— ¡Cúbrete!

Una voz a lo lejos le hizo abrazar sus propias rodillas y poner su propia espalda frente al ataque. Notó que una onda de calor densa había rodeado a todos los Pokemon que iban en fila hacia el asesinato de Takeshi; acto seguido, una explosión inminente se hizo presente, lo cual alzó humo y fuego que se dispersó por el suelo infértil. Takeshi vio a través del humo que tres sujetos iban a su rescate. Uno de ellos, responsable del ataque, estaba distrayendo a los Pokemon megafusionados que se iban levantando. Los otros dos fueron hacia el moreno y éste sonrió debido al alivio que sintió cuando vio que Erika sacaba un pequeño frasco de su kimono.

— El dolor aún lo sentirás —mencionó apresurada, mientras le hacía beber una pócima al muchacho, que de un momento a otro sintió un grado menor de dolor sobre su hombro— No sé qué pasa, pero mis poderes de sanación no han estado normales.

— Como sea —gruñó Surge, que veía cómo Blaine seguía distrayendo a los Pokemon no por mucho tiempo— Tenemos que huir de aquí.

— ¡ONIX!

El moreno llamó a su Pokemon, que había estado un tanto alejado de ahí, aun tirado por la explosión que había ocurrido con el meteorito. El Pokemon de roca llegó hasta ellos, y los tres se montaron enseguida, mientras Blaine iba retrocediendo debido a que los Pokemon megafusionados los iban superando en número. Cuando el hombre viejo se hubo montado sobre el Onix, el Pokemon comenzó la travesía para huir cuanto antes de ahí. El desierto se podía divisar a lo lejos; Brock sonrió, pero la comisura de sus labios fue borrada rápidamente cuando notó que al frente, más enemigos se acercaban a la vista. Meteoritos caían abundantemente en la parte frontal de la meseta, lo cual sería imposible para cuatro jugadores atravesar el campo sin ser heridos.

— ¡Tenemos que desviarnos! —mencionó Surge, mientras su Raichu que yacía sobre su hombro, lanzaba algunos cuantos impactruenos en los enemigos que intentaba acercarse.

— Sí, ¿pero a dónde? — Takeshi volteó hacia cualquier lugar; no había escapatoria.

— A los costados —Erika parecía segura de haberlo dicho.

— ¿Qué? No hay camino por ahí —le espetó Blaine, que expulsaba su energía calorífica guardada en su cuerpo mágico para distraer a los enemigos que les perseguían.

— No lo hay, pero es lo mejor que tenemos por ahora.

Y sin haberlo ordenado, Onix se desvió abruptamente sobre la meseta para ir hacia el lado izquierdo de esta. Esquivando meteoros, enemigos y cualquier obstáculo que se cruzara sobre su camino, el grupo de jugadores llegó hasta el final de la meseta. Onix se aventó, provocando que la caída fuera mucho más rápida debido a su peso. Sin embargo, un par de Pokemon enemigos de apariencia horrenda imitó al Onix y se lanzaron por el vacío de la meseta. Sujetaron su cola y comenzaron a destrozarla como si se trata de una goma de mascar. Onix rugió, y de pronto, otro Pokemon megafusionado de apariencia cercana a la de un Gengar con ojos deformes, cayó de bruces en el aire sobre la cabeza del Onix, provocando que el Pokemon explotara en pixeles. Ahora, eran tres Pokemon megafusionados que caían sobre un vacío que pronto terminaría. Blaine y Surge se voltearon de espaldas al suelo y realizaron sus ataques: Raichu lanzó un impactrueno que fue directo hacia el arco de Surge y éste lo desvió para dar de lleno en la sien de uno de los Pokemon; por su parte, Blaine liberó de la palma de su mano toda la magia restante que le quedaba de calor, para que el segundo enemigo explotara en pixeles. Por su parte, Erika lanzó un par de pociones que, al juntarlas, provocó una densa explosión de colores arcoíris que envolvió al último enemigo que les perseguía. Erika volteó hacia el suelo; estaban a unos cuantos metros de distancia de sufrir una gran caída; sin embargo, la muchacha lanzó unas pociones que se estrellaron en el suelo y causaron una reacción química que convirtieron el área rocosa a su alrededor en un pantano caliente. Cuando cayeron, Takeshi sintió el lodo sobre su herida y por todo su cuerpo. Notó cómo Blaine y Surge lo ayudaban a salir, y cuando estuvieron en tierra firme, notaron que habían descendido una gran cantidad de metros; estaban en el vacío profundo de un gran cañón, y el humo de arcoíris que había provocado Erika aún seguía vigente sobre el aire, lo cual aprovecharon para escapar de ahí sin ser vistos por sus enemigos.

La mayoría del escuadrón se había dispersado ya debido a los meteoros, pero la retaguardia, a pesar de todo, seguía unida. Los Pokemon se aglomeraban ante su pequeño grupo; los meteoros caían a diestra y siniestra por el sitio; poco a poco, los enemigos iban superando más en poder que en número a la retaguardia que se estaba encerrando en un aprieto gordo.

[VIDEO 3: Halo 4 OST – 117]

El grito de Silver se hizo presente. Entre tierra arcillosa, polvo y sangre, el pelirrojo lanzó un grito de dolor debido a que un Umbreon de un tamaño desproporcional a su cuerpo común, con un rostro desfigurado en su mentón y orejas más largas de lo normal y ensangrentadas, lanzó un rugido que estremeció al jugador antes de morder de lleno su peroné con sus fauces. El hueso crujió en sus dientes; el músculo se desgarró por completo, y la sangre emanó a rastras por el suelo. Silver gritó por ayuda, pero sus compañeros estaban todos ocupados. Crystal volteó a ver que su amigo estaba en peligro, avisándole a Gold en el acto. El arquero de flechas doradas notó aquello, pero su atención estaba más concentrada en los enemigos contra los que luchaba. Green y Blue hacían un equipo para contrarrestar las fauces de un Milktank megafusionado; Yellow esquivaba ágilmente los meteoros que cubrían de polvo el ambiente.

— ¡MI PIERNA!

Silver agonizaba. Poco a poco, el Umbreon iba tratando de acercarse más a algún órgano vital, sino es que virtual, para acabar con la vida del muchacho. Tal vez no moriría realmente, pero la situación radicaba en que las bajas iban siendo cada vez más pronunciadas. Los novatos que habían acompañado a la retaguardia se esfumaban, hasta que, de un momento a otro, sólo siete jugadores habían sido acorralados por todos los enemigos. Las bajas se debían a que la retaguardia fue totalmente abandonada; el grupo entero se había dispersado, y la retaguardia, que se supone era la que apoyaba al escuadrón entero, nadie la apoyaba a ella. Siete jugadores que peleaban contra todo enemigo; siete almas que luchaban por una nueva esperanza; siete personas que batallaban contra la muerte. Gold, Silver, Crystal, Blue, Green y Yellow. Sólo faltaba alguien por mencionar.

Red yacía inmóvil ante la situación que se presentaba. Los enemigos iban hacia él, pero por alguna extraña razón, se desviaban para atacar a sus otros compañeros. Su inmovilidad se debía no al hecho de que no le atacaran, sino de que había cosas más preocupantes en sus pensamientos que no le dejaban actuar con certeza.

El muchacho desenvainó la espada que tanto tiempo había tenido guardada y bien oculta; el metal oscuro que salió de la vaina producía un brillo oscuro en el metal frío del sable; un color carmesí resplandecía con los rayos del sol desértico. Un carmesí igual al de la sed de sangre de los enemigos que poco a poco iban asfixiando las posibilidades de vida de lo que quedaba de la retaguardia.

— ¡Crsytal, ayúdame!

Gold había mandado a volar al Umbreon que había estado triturando el hueso de Silver; sin embargo, más Pokemon iban a su encuentro, y Gold lanzaba a diestra y siniestra flechas que daban de lleno con sus enemigos, pero la cantidad iba en aumento. Crystal lanzaba cristales de la tierra que no eran suficientes para alejar a sus enemigos. Green, Blue y Yellow, a pesar de sus esfuerzos cuerpo a cuerpo contra sus enemigos para contrarrestar los ataques, no podían hacer otra cosa más que reducir su espacio. Los siete jugadores finalmente se vieron las caras, acorralados en un pequeño espacio reducido donde los Pokemon megafusionados pudieron imaginar el sabor de su sangre, de su carne, de su venganza. Gold tragó saliva; no había escapatoria alguna de un sinfín de enemigos que caían del cielo. No había nada que pudiera salvarlos, excepto la determinación de un Red que dudaba, que estaba batallando contra los propios pensamientos de su miedo.

— Mierda…

Red susurró. Los Pokemon megafusionados le miraron, y cuando el muchacho clavó la espada en el suelo, el brillo oscuro se expandió de manera fugaz e intensa. La onda de oscuridad o, mejor dicho, la onda de todos los ataques que la espada había acumulado desde hace tiempo, fueron liberados para elegir a cada uno de los enemigos que estaba en la meseta. El poder que liberó la espada fue tal, que la presión ejercida en cada objetivo que Red eligió dentro del área de la meseta fue suficiente para aplastar sus cuerpos y convertirlos en pixeles que volaron libremente por el aire desértico.

Una vez que todos los enemigos se hubieran desvanecido, los meteoritos también habían cesado. Aquello fue algo sorpresivo y descomunal; antes de que el pequeño grupo superviviente hubiera adivinado qué es lo que había pasado, Red tenía la mirada puesta en un objetivo. Su respiración era agitada; su sudor corría por su frente; su nerviosismo se incrementaba. Red, que había asesinado a todos los Pokemon megafusionados con aquella extraña y misteriosa espada suya, tenía la mirada puesta en alguien que no había sido asesinado.

Una silueta estaba asomada por el horizonte de la meseta. Era apenas una pequeña sombra en medio de un calor infernal. Una silueta robusta y musculosa, que miraba a Red con seriedad y sabiendo que su tiempo se le acababa. Red pasó saliva por su garganta, sabiendo que aquella silueta le había indicado que su tiempo se le acababa. Él sabía de quién se trataba, y sus ojos llenos de temor lo confirmaban.

— ¿Has sido tú, Red? —la rubia tocó el brazo del muchacho, mirando su espada todavía clavada sobre el suelo. Cuando Red miró a Yellow, de nuevo volteó hacia el horizonte, pero la silueta ya no se encontraba ahí.

Nadie la había visto excepto él. Una vez que el personaje hubo desaparecido, Red sabía que esta misión se convertía en un cronómetro. No podía arriesgarse; no podía arriesgar a sus compañeros. Sabía que debía huir de ahí cuanto antes. Todo esto peligraba. Él lo sabía.

— ¿Qué ha sido ese poder? Esa espada tuya… —Green le miraba con perspicacia— No la habías utilizado antes. ¿Por qué?

Red no contestó. Gold y Crystal asistieron a Silver, que yacía quejándose sobre el suelo. Blue tocó la mano de Green, aliviada de que hubiesen escapado de la muerte. Yellow miró a Red, que tenía un rostro más pálido que de costumbre; su sudor era frío.

— ¿Qué sucede, Red?

El muchacho no dijo nada. Yellow le agarró de la mano, pero al sentir el frío de su palma, Red se la quitó de encima y fue cuando decidió huir de ahí. Corrió mientras envainaba de nuevo la espada sobre su cintura, y sus pasos fueron sumamente acelerados.

— ¡RED!

Dejó a la pequeña retaguardia atrás. No quería saber nada; no quería verlos de nuevo. Entre más lejos huía, menos preocupado estaría por todo lo que le rodeaba. En ese momento, sacó a su Charizard de su pokébola, montó su espalda y comenzó a volar a ras de la meseta. Sin dudarlo ni un momento, Green sacó a su Arcanine de su pokébola y le persiguió. Los demás se quedaron atrás durante un instante, pero supieron que debían mantenerse juntos porque entre más unidos estuvieran, menos peligro pasarían.

— ¡RED! —Green gritaba, pero apenas veía su sombra más adelante levantando pequeños tornados de arena. Pronto ambos se adentraron al desierto, y cuando Green volteó hacia atrás, la meseta iba comenzando a ser una pequeña silueta en medio de un mar de arena.

Charizard volaba a centímetros del suelo, aunque por alguna razón Red no había decidido elevarse para perderlos a todos. En realidad, Red huía sin destino alguno; sólo quería huir para alejar a esa gente a la cual consideraba compañeros y amigos. Arcanine aceleró el paso, y estuvo a centímetros de la cola flameante del Pokemon de Red. Cuando tuvo un alcance considerable, Arcanine desequilibró al Pokemon volador y su vuelo se vio interrumpido. Red cayó de bruces sobre la arena, girando y sufriendo algunos golpes que fueron amortiguados por la arena. Arcanine paró en donde Red se había detenido finalmente; la arena le cubría todo el cuerpo, su rostro estaba lleno de pequeños granos que hacían irreconocible su identidad, pero cuando Green lo agarró del cuello, le miró con furia. Charizard quiso intervenir, pero Red no dio la orden siquiera. El muchacho simplemente yacía esperando a lo que aquel otro jugador le hiciera.

— ¡¿Qué es lo que te sucede?!

Red abrió los ojos en medio de la arena que estaba sobre su rostro. Sólo se dedicó a sonreír, mientras Green le miraba con desprecio. Algo ocultaba el sujeto, y Green estaba dispuesto a descubrirlo. Siempre había sabido que el jugador guardaba algún tipo de misterio; esa espada no era común ni corriente, y el que atacara de aquella forma para luego huir incrementaba las sospechas. Además, había ido y venido al gremio Mega como si estuviera en busca de algo.

— ¡Contesta!

— ¿Qué quieres que te diga? —respondió Red, mientras reía un tanto adolorido, con el sol dándole de lleno sobre su rostro arenoso.

— ¿Qué ocultas?

— Nada.

— Mientes…

— ¿Por qué ocultaría algo?

— ¿Quién te busca? ¿A quién buscas? ¿Cómo conseguiste esa espada?

Red no respondió. En ese momento, los demás llegaron montados sobre sus respectivos Pokemon. Yellow no esperó y llegó hasta ambos sujetos para separarlos. Green no mantuvo ninguna resistencia; Blue llegó hasta el chico y le miró con preocupación. Yellow, por su parte, llegó hasta Red y le ayudó a levantarse.

— ¿Qué pasa, Red?

— Nada, nada, sólo que… —Red miró hacia la meseta, ahí donde había aparecido aquel sujeto; tragó saliva y su corazón se aceleró— Sólo que estoy asustado. Es todo. Le tengo miedo a la muerte.

Yellow le miró durante unos segundos, observando los gestos de su rostro tensos y paralizados debido a que sí tenía miedo. La cuestión era saber el verdadero temor que lo hacía frivolizar; sin embargo, la rubia sólo se limitó a abrazarle, a limpiarle la arena del rostro y de pronto, todos miraron hacia el volcán que había tranquilizado su actividad. El pequeño hilo de humo poco a poco iba desapareciendo en medio de un firmamento despejado e infernal debido a los rayos del sol.

— Ese es nuestro objetivo —indicó Gold señalando al volcán, que parecía estar bastante lejos aun así fueran con sus Pokemon a toda velocidad. De todas formas, parecía que los Pokemon también estaban cansados, por lo que todos decidieron caminar en medio de un sol incandescente.


Misty

La noche había caído en un abrir y cerrar de ojos. Habíamos recorrido kilómetros de desierto, lo cual me hacía pensar que esta no era una isla, sino un mundo de arena que jamás pensamos sería tan extenso. El volcán aún podía divisarse a lo lejos, y entre más nos acercábamos más pensaba que no estábamos avanzando nada; sin embargo, se veía mucho más grande que en la meseta donde nos habíamos separado todos. El ambiente había cambiado un poco, pero la arena seguía abundando; las rocas se alzaban aleatoriamente por el sitio, como columnas solitarias que sufrían la erosión del viento. Algunas podían ser consideradas mesetas, pero no eran lo suficientemente extensas como para ser llamadas así. El clima, por su parte, había pasado de un calor intenso a un frío que penetraba los huesos. Nuestras piernas estaban totalmente exhaustas, al igual que nuestros Pokemon que nos habían ayudado a recorrer el desierto. Habíamos estado buscando algún lugar para descansar, ya que los Pokemon salvajes podrían atacarnos en medio de la noche; me parecía un poco extraño, pero tampoco es que hubiéramos visto a algún Pokemon megaevolucionado en el transcurso de nuestra travesía; el desierto era bastante grande como para que alguien se cruzara en nuestro camino. No sabía si tomar eso como una ventaja o desventaja, ya que eso significaba que estábamos solas, pero también perdidas en un laberinto de arena donde nuestra única referencia era el volcán en el horizonte.

Nos detuvimos en una edificación solitaria y extraña que milagrosamente había aparecido frente a nosotros. Aquello me sorprendió bastante, ya que pensé que el desierto no guardaba lugares misteriosos y sólo eran extensiones de arena solitarias. Sea como sea, teníamos que descansar en algún sitio, y nos encaminamos a aquella edificación.

El recinto parecía ser un palacio que se alzaba mucho más grande de lo que hubiéramos pensado. A medida que nos acercábamos el palacio aumentaba de tamaño en sus muros que le protegían de cualquier ataque. Muros de piedra caliza que protegían el lugar de los rayos solares. Unas escaleras centrales nos daban la bienvenida; escaleras ostentosas de mármol que daban a una puerta con incrustaciones esmeraldas y rubíes. Colores rojizos y verdes yacían invadiendo la luz solar. El recinto no sólo eran muros, sino escaleras serpenteantes de columnas con una arquitectura árabe que dejaba entrever pilares que intentaban rasgar el cielo; el lugar centrar era un templo con un techo circular que era más alto que las propias columnas. Lo más sorprendente era que tanto el rubí como el esmeralda yacían en cualquier parte del templo; entre las rocas, en las puertas, en el concreto, y como ostentosos adornos que brillaban al compás de un sol que estaba a punto de esconderse. Cuando llegamos a la puerta principal, me sostuve de la rendija para tocar la puerta. Antes de hacerlo, miré a Clair.

— Tenemos que ser cautelosas —mencionó.

— Descuida —le dije posando una mano sobre su hombro— Tengo los guanteletes; cualquier peligro, podremos enfrentarlo.

— Sí, sólo que esto no me da buena pinta.

— Pues es eso, o pasar frío en este desierto.

Clair suspiró.

— No hay nada de qué preocuparse; tengo un buen presentimiento.

Toqué a la puerta. Esperamos un momento, y cuando finalmente la puerta se abrió, mis ojos también lo hicieron de manera abrupta. El personaje que nos había recibido en sus aposentos no realizó ningún gesto llamativo; parecía que no nos conocía en lo absoluto, pero yo a ella sí. Clair vio mi reacción y quiso saber qué es lo que sucedía, pero yo no podía creer lo que estaba viendo frente a mis ojos: una muchacha alta, de cabello rubia sedoso y largo hasta la cintura, y una sonrisa tan carismática que el recuerdo me pegó de lleno sobre mí como un balde de agua fría. Daisy, mi hermana, se encontraba ahí.


Gold

Nuestras respiraciones se iban volviendo mucho más complicadas. El cansancio se había apoderado de nosotros justo cuando el sol se hubiera escondido por entre el horizonte. Apenas había pasado el primer día, sin ninguna emoción latente que sólo la del principio, cuando los enemigos nos atacaron por sorpresa como viles meteoros suicidas. De cualquier manera, nuestro grupo se redujo a las personas que más aprecio les tenía, lo cual también podía ser una desventaja, porque si me descuidaba por algún momento, alguno podría sufrir un peligro mortal, como el que Silver había sufrido. El muchacho era el que más cansado estaba, con una pierna apenas regenerándose del ataque que un Pokemon megafusionado le había hecho; Yellow le había aplicado sus propiedades curativas, pero la rubia se quejaba que su poder no había estado tan bien como ella hubiese querido. De cualquier manera, el frío comenzaba a debilitarnos, hasta que Blue habló.

— ¡Ahí!

El horizonte nos mostraba algo que habíamos deseado tanto, pero al mismo tiempo parecía tan sospechoso, que dudamos si ir directamente a aquel lugar. Se trataba de un pequeño oasis en el que el reflejo de la pequeña piscina paradisiaca bailaba al compás de la luna que nos hacía compañía. Un par de palmeras se movían incesantes debido a una ráfaga de viento que pasó por el desierto.

— Venga, no perdamos más tiempo —mencioné. Más que pensar en nuestro descanso, nos dirigíamos hacia allá para que Silver se recuperara totalmente.

Era un tanto extraño que un oasis estuviera en medio del desierto. Sólo debía tener cuidado en no caer en la comodidad de aquel sitio.


Brock

Por suerte, habíamos perdido el rastro de varios Pokemon megafusionados. No supe decir qué había pasado exactamente en la meseta, ya que, de un momento a otro, cuando nosotros cuatro nos habíamos encontrado ya más alejados del lugar, presenciamos un silencio abismal en aquel pedazo enorme de roca. ¿Habían ganado? ¿O habían perecido todos? Quería regresar a saber qué había pasado con Gold y compañía, pero sabía que la misión debía continuar, y el camino hacia el volcán iba a tomar más tiempo del que hubiera pensado.

La sensación de vivir en un misterio total me carcomía durante unos instantes, pero trataba de mantener la compostura y seguir el camino adverso que había elegido tomar para evitar el desierto central de la isla Hi. Nuestro camino era un sendero pequeño que rodeaba todo el perímetro de la costa poniente; aunque sentía la brisa del océano colarse a un kilómetro de distancia, todavía el calor y la sed me golpeteaban constantemente la cabeza, como un martillo incesante. La arena revoloteaba con pequeños tornados que de cuando en cuando se formaban por el sitio, pero el relieve era mucho más seco y rocoso del que hubiéramos pensado. Las columnas de roca se levantaban inquietantes por el lugar, permitiendo que nos escondiéramos de cualquier enemigo que se asomara a lo lejos. A medida que íbamos avanzando, las paredes comenzaban a elevarse gradualmente hasta convertir aquel sendero en una especie de pequeño cañón que mantenía las profundidades del sendero resguardado del sol. Me alivié un poco por ello.

— Sólo espero que Sabrina esté bien —Erika había mencionado para sus adentros, pero su voz le había traicionado y lo dijo en tono audible.

— Ella estará bien —afirmó Surge, mirando al cielo.

— Claro, tiene toda una tropa marítima que nos rescatará cuando todo esto acabe. Ella sabe lo que hace y está ahí por una razón. Takeshi, he notado cómo le miras.

— ¿Qué? —me inquieté durante un momento— Es decir, si yo me casara y tuviéramos hijos, lo cual podría estar muy bien… ¡qué digo bien, magnífico! No es que yo quiera, ¿verdad? Bueno, sólo si ella quiere una vida conmigo, yo no me quejaría. ¿Y quién lo haría? Su cabello púrpura es como un océano en medio de una noche apenas visible por la luna, irradiando un misterio que…

Me detuve por un momento. Los tres me miraban con un rostro divertido. Al darme cuenta de mis palabras, quise esconder mi rostro en alguna roca.

— Qué simpático eres, Takeshi… —Erika emitió unas risitas— Seguro que la enamoras con esa personalidad tan pícara.

— Ah qué va. Su personalidad no es tan melosa como la mía —mencioné.

— De hecho, ella es tan ruda que, si desobedeces las reglas, no querrás saber el castigo que te espera —Blaine rio de forma divertida, como si aquello fuese una especie de broma.

— Lo que no entiendo es cómo llegó a confiar en Alain, si Sabrina es una mujer difícil de roer.

— Hasta la fecha, nosotros también nos lo preguntamos —inquirió Blaine— Tal vez todos estamos en busca de un líder, Takeshi. En busca de alguien que nos haga pensar de nuevo en las cosas que hacíamos fuera de este juego. En alguien que nos brinde de nuevo esa esperanza de volver a la realidad. Incluso Alain estaba en busca de alguien que le hiciera recobrar las esperanzas.

— Manon… —confirmé.

— Así es —reafirmó Surge— Y ella ve esa esperanza en él. Es algo mutuo.

— Es romántico —Erika suspiró al aire, mientras Blaine hacía una mueca de disgusto.

— Como sea, Sabrina vio eso en Alain. No le culpamos; es decir, nadie le culpa. Alain tiene ese elemento que un líder posee. Incluso Sabrina nos lo ha dicho: ella quiere volver al sitio donde fue feliz algún día.

— ¿Dónde? —pregunté con curiosidad.

— El mar —Surge me miró como si aquello fuese una respuesta no tan difícil— Ella era marina, Takeshi. Su lugar pertenece ahí. Siempre ha pertenecido, incluso en este juego, no se separa del océano.

— Eso explica su personalidad tan brusca —confesé.

— Tiene sentido; estar rodeada de muchos hombres dentro de una tripulación marina no es precisamente sitio para gente débil y sumisa —Blaine llegó hasta mí y me colocó una mano sobre el hombro— Así que piénsalo dos veces cuando quieras enamorarla, cupido.

Tragué saliva.

— No te angusties —Erika se llevó las manos a la boca para evitar la risa al ver mi expresión— Toda mujer tiene un punto débil. Si sabes abrirte a su corazón, lo lograrás.

— Qué va. Es mucho más fácil conseguir el Arco de Luz.

— En eso estamos de acuerdo, ¿cierto Blaine? —ambos rieron mientras Erika también les acompañaba en su risa.

Sin embargo, los cuatro nos detuvimos abruptamente cuando a lo lejos, a través del sendero del cañón, pudimos ver un pequeño poblado abandonado. El sol estaba a punto de ocultarse por entre el firmamento; no podíamos ver el horizonte, pero la luz nos indicaba que pronto iba a oscurecer y no había manera de que saliéramos de ahí para exponernos a cualquier enemigo. Sin dudarlo, nos dirigimos hacia las pequeñas edificaciones que estaban escondidas en el cañón.

La realidad era que había esperado más que sólo edificaciones apenas destruidas por la erosión del viento y la antigüedad de su construcción. Más que edificios, eran tumultos de escombros que por obra del destino el viento no se los había llevado aún. Columnas de piedra caliza se encontraban enterradas en el suelo, como si alguna vez hubieran formado parte de un pequeño poblado dentro de aquel cañón. Algunas columnas estaban incompletas, rotas y acabadas por el sol; algunas casas estaban inclinadas debido al hundimiento que la arena había ocasionado con el paso del tiempo. En realidad, no era el mejor lugar para dormir, pero era mejor eso a sufrir el frío que comenzaba a aparecer en la isla.

— ¡Aquí!

Erika había encontrado una casa entre la destruida docena que tenía un techo y cuatro paredes aun estables. Al entrar, el sitio no era más que un espacio vacío y lleno de soledad. Había sólo dos agujeros circulares por los que pasaban la luz y el frío, produciendo un sonido escalofriante por el silbido del viento. Sin llegar a platicar más de lo debido, el sueño nos ganó a todos. Habíamos tenido un día pesado y no quería pensar en lo que nos esperaba el día de mañana. ¿Estarían bien los demás? ¿Qué habrá sucedido en la isla Kaminari y en la Koori? ¿Dónde estaban los Cuatro Grandes? Muchas preguntas invadieron mi cabeza antes de quedarme profundamente dormido.

Cuando desperté, al principio no sabía si lo que había escuchado era producto de mi imaginación o no. Al principio, cuando miré las cuatro paredes frías, no sabía dónde me encontraba. La noción del espacio y del tiempo eran algo nuevo para mí. Mis piernas estaban un poco entumidas, debido a que Erika yacía descansando sobre mis muslos. Aquello me hizo sonrojar y sangrar por la nariz, debido a mis pensamientos pervertidos. Se veía muy hermosa durmiendo.

Sin embargo, mis pensamientos fueron de nuevo al ruido causante de mi despertar. De nuevo, el ruido se hizo presente. No había sido mi imaginación: un grito, una suplicia, un hombre estaba sufriendo en el sendero. Aquello despertó también a mis amigos, preguntándose sobre aquel grito. Cuando me asomé por una de las ventanas circulares, me di cuenta que se trataba de un jugador.

— No, Takeshi, ¡espera!

Blaine no pudo detenerme, porque cuando salí del refugio me encaminé hacia el centro del sendero, donde aquel jugador yacía arrastrado de rodillas y con sus manos sobre la cabeza. Un jugador de cabellos largos rubios, tez pálida y con sangre sobre sus orejas. Su arco yacía a unos metros de él, pero tal parecía que no le importaba, porque era más su suplicio y agonía por el dolor que sentía internamente. Tal parecía que era un enemigo, porque al ver en su muñeca el artefacto que activaba la Megapiedra, supuse que era alguno de aquellos sujetos que se megafusionaban. Aun así, lo confirmé cuando en su espalda llevaba la capa rojiza del gremio Escama de Dragón. El escudo del esqueleto de un Dragonite dibujado en su capa me confirmaba aquello.

— Por favor…

Blaine, Surge y Erika llegaron hasta mi posición, cautelosos y atentos a cualquier indicio de ataque, pero no fue necesario, porque la luna llena que estaba justo encima de nosotros, iluminó el rostro de aquel sujeto cuando volteó a vernos. Lo último que quiso era atacar; en realidad estaba agonizando. Su dolor era tal, que enterró sus propias uñas sobre su cuero cabelludo y sus gritos fueron tan agonizantes, que de alguna manera quise ayudarlo. Los cuatro nos quedamos petrificados, sin saber realmente qué hacer. Al abrir sus ojos esmeraldas, sus pupilas estaban desproporcionalmente enormes, lo cual me indicaba que ni siquiera le importaba ya saber si éramos enemigos o amigos; aliados o contrincantes. Había perdido la noción del espacio, y cuando me miró suplicando por ayuda, dijo:

— ¿Quién… quién soy?

Aquello me impresionó. No tuve respuesta para una pregunta que se supone él mismo debería saber. Vi el nombre de su avatar encima de su cabeza, pero eso no era relevante, porque otro par de gritos más, sangre escurriendo por sus oídos y una mirada enteramente perdida me hicieron saber que dijera lo que dijera, el chico no lo recordaría. En realidad, su mente había perdido todo rastro de memoria.

Se arrastró por la arena, dejando un hilo de sangre que se iluminó al compás de la luz lunar. Poco después, cuando me tocó sutilmente las botas, dejó sus huellas de sangre sobre la punta de éstas, y antes de que hubiera dicho otra cosa o suplicado por más ayuda, explotó en pixeles. Cada pixel era hermoso bajo el brillo de la reina Luna, lo cual era mucho más temeroso. Pixeles bellos que danzaban en el aire, y que habían formado alguna vez parte de un novato que había perdido el control completo sobre sí mismo.


Próximo capítulo: Listón